martes, 2 de diciembre de 2014

LO QUE SIGNIFICA EN REALIDAD EL ANIQUILAMIENTO

LA CLAVE DE LA TEOSOFÍA

EXPOSICIÓN CLARA EN FORMA DE PREGUNTAS Y RESPUESTAS DE LA ÉTICA, CIENCIA Y FILOSOFÍA
PARA CUYO ESTUDIO HA SIDO FUNDADA LA SOCIEDAD TEOSÓFICA

Dedicada por H. P. B.
a todos sus discípulos
para que aprendan y puedan enseñar a su vez.

(Parte 38)

LO QUE SIGNIFICA EN REALIDAD EL
ANIQUILAMIENTO
He oído a algunos Teósofos hablar de un hilo dorado, en el cual están enhebradas sus vidas. ¿Qué quieren decir con esto?

Dicen los libros sagrados hindúes que lo que está sujeto a la encarnación periódica es el Sutrâtmâ, que significa literalmente el “Alma Hilo”. Es un sinónimo del Ego que se reencarna (Manas unido a Buddhi), que absorbe los recuerdos manásicos de todas nuestras vidas anteriores. Se lo llama así porque del mismo modo que las perlas en un hilo, así están ensartadas en aquel hilo las largas series de vidas humanas. En algunos Upanishad, esos renacimientos repetidos son comparados a la vida de un mortal, que oscila periódicamente entre el sueño y la vigilia.
Debo decir que no me parece esto muy claro, y voy a explicaros por qué. Para el hombre que se despierta, comienza otro día; mas ese hombre es en cuerpo y alma el mismo que el día anterior;  mientras que en cada encarnación tiene lugar un cambio completo, no sólo en la envoltura externa, sexo y personalidad, sino en las capacidades mentales y  psíquicas. No me parece muy correcta la comparación. El hombre que se despierta, recuerda claramente lo que hizo la víspera, la antevíspera y hasta meses y años antes. Pero ninguno de nosotros guarda el menor recuerdo de una vida anterior o de cualquier hecho o acontecimiento relacionado con ella… Puedo olvidar por la mañana lo que he soñado durante la noche; pero, sin embargo, sé que he dormido y tengo la seguridad de que he vivido mientras dormía. ¿Pero qué recuerdo puedo tener de mi encarnación pasada, hasta el momento de la muerte? ¿Cómo conciliáis esto?
Algunas personas se acuerdan durante la vida de sus pasadas encarnaciones; pero estas personas son Buddhas e Iniciados. Es lo que los yoguis llaman sammasambuddha, o conocimiento de las series enteras de las propias encarnaciones pasadas.

Pero ¿cómo podremos nosotros, el común de los mortales, que no hemos alcanzado el sammasambuddha, comprender ese caso?

Estudiándolo y tratando de comprender más exactamente el carácter del sueño y las tres clases del mismo. Tanto para el hombre como para el animal, el sueño es una ley general e inmutable; pero existen distintas clases de sueño, y ensueños y visiones aún más diferenciadas.
Esto nos aparta de nuestro presente objeto. Volvamos al materialista, que aunque no niega los sueños, porque difícilmente podría hacerlo, rechaza, sin embargo, la inmortalidad en general y la
supervivencia de su propia individualidad.

Y tiene razón el materialista, aunque sin darse cuenta de ello. Para aquel que no tiene la percepción interna, la fe en la inmortalidad de su alma, jamás podrá ésta convertirse en Buddhi–Taijasa. Seguirá siendo Manas simplemente y para Manas solo no hay inmortalidad posible. Para poder vivir conscientemente en el mundo futuro ha de creer uno primeramente en aquella vida durante la existencia terrestre. Toda la filosofía relativa a la conciencia e inmortalidad post mortem del alma está basada en esos dos aforismos de la Ciencia Secreta. Siempre es pagado el Ego según sus merecimientos. Empieza para él, después de la disolución del cuerpo un período de completa conciencia, un estado de caóticos ensueños o un sueño enteramente libre de ensueños, semejante al aniquilamiento; y éstas son las tres clases del sueño. Si  hallan nuestros fisiólogos la causa de los ensueños y de las visiones en la preparación inconsciente de los mismos durante la vigilia, ¿por qué no se habría de admitir lo mismo respecto a los ensueños post mortem? Lo repito: la muerte es un sueño. Después de la muerte empieza a tener lugar ante los ojos espirituales del alma una representación correspondiente al programa aprendido y que con mucha frecuencia ha sido compuesto por nosotros mismos: la realización práctica de las creencias correctas o de las ilusiones que fueron creadas por nosotros. El Metodista será Metodista; el Musulmán será Musulmán, por algún tiempo al menos, en un paraíso de insensatos,  creado según el gusto de cada cual. Tales son los frutos post mortem del árbol de la vida. Nuestra creencia o incredulidad del hecho de la inmortalidad consciente es incapaz, naturalmente, de ejercer influencia alguna sobre la realidad incondicionada del hecho en sí, puesto que existe; pero la creencia o incredulidad en aquella inmortalidad como propiedad de entidades independientes o separadas no puede dejar de prestar color a aquel hecho, en su aplicación a cada una de esas entidades.
¿Empezáis ahora a entenderlo?
Creo que sí. Rechazando el materialista todo aquello que no puede serle probado por medio de sus cinco sentidos, o por el razonamiento científico, basado exclusivamente en los datos que le pueden proporcionar esos sentidos, a pesar de su insuficiencia, y no admitiendo manifestación espiritual alguna, acepta la vida como la única existencia consciente. Por lo tanto, su vida futura corresponderá a sus creencias. Perderá su Ego personal y se sumergirá en un sueño vacío, hasta un nuevo despertar. ¿No es esto?
Casi. Tened presente la doctrina verdaderamente universal de las dos clases de existencia consciente: la terrestre y la espiritual. Por el hecho de ser esta última habitada por la Mónada eterna, inmutable e inmortal, debe considerarse como real; mientras que el Ego que encarna se reviste de vestiduras enteramente diferentes de aquellas que en sus encarnaciones anteriores llevara, y en las que, a excepción de su prototipo espiritual, todo está sometido a un cambio tan radical, que no deja rastro alguno.

¿Cómo es esto? ¿Puede perecer mi “Yo” consciente terrestre no sólo por un  tiempo limitado, como la conciencia del materialista, sino tan completamente, que no quede rastro alguno del mismo?

Según nos enseña la doctrina, debe perecer por completo excepto el principio que, habiéndose unido a la Mónada, se ha convertido en esencia espiritual, pura e indestructible, no formando con ella más que uno en la Eternidad. Pero tratándose de un materialista absoluto, en cuyo “yo” personal jamás se ha reflejado Buddhi alguno, ¿cómo ha de llevar este último siquiera una partícula de aquella personalidad terrestre a la Eternidad?
El “yo” espiritual es inmortal, mas sólo puede conducir a la Eternidad aquella parte del yo actual que se ha hecho digna de la inmortalidad, esto es, sólo el aroma de la flor tronchada por la muerte.
Corriente. ¿Pero y la flor o el “yo” terrestre?
La flor, como todas las flores pasadas y futuras que han brotado y brotarán en la rama madre (el Sutrâtmâ), hijas todas de un mismo tronco o Buddhi se convertirá en polvo. Vuestro presente “Yo” no es, como sabéis, el cuerpo que está en este momento delante de mí, ni aun lo que yo llamaría Manas–Sutratma, sino Sutratma–Buddhi.
Pero esto de ninguna manera me explica por qué llamáis inmortal, infinita y real a la vida que sucede a la muerte, y mero fantasma o ilusión a la vida terrestre, puesto que hasta esa vida post mortem es limitada, aunque sean sus límites mucho más amplios que los de la vida terrestre.

Sin duda. El Ego espiritual del hombre se mueve en la eternidad como un péndulo, entre las horas del nacimiento y de la muerte. Pero si bien esas horas marcan los pe- ríodos de la vida terrestre y de la vida espiritual, son limitadas en su duración, y el número mismo de aquellos períodos en la Eternidad, entre el sueño y el despertar, la ilusión y la realidad, tiene su principio y su fin, por otra parte, el peregrino espiritual es eterno. Así que las horas de su vida post mortem, en nuestro concepto, son la única realidad, cuando, desencarnado, se encuentre frente a frente con la verdad y no con las apariencias falaces de sus existencias transitorias terrestres (durante el período de peregrinación que llamamos “el ciclo de renacimientos”). Tales intervalos, a pesar de su limitación, no impiden al Ego continuar perfeccionándose siempre, aunque gradual y lentamente, sin desviarse del camino que conduce a su última transformación, en que el Ego, habiendo alcanzado su objetivo, se convierte en un ser divino. Estos intervalos y etapas ayudan a conseguir el resultado final, en vez de retardarlo; y sin ellos jamás podría el Ego divino alcanzar su meta. Ya me he servido antes de un ejemplo familiar, al comparar el Ego a la individualidad de un actor y sus numerosas y distintas encarnaciones, a los papeles que representa. ¿Consideraríais esos papeles o los trajes apropiados a los mismos como formando la individualidad del actor? El Ego, del mismo modo que el actor, está obligado, durante el ciclo de necesidad, a representar, hasta llegar al umbral de Paranirvâna, muchos papeles que pueden disgustarlo ymolestarlo. Pero así como la abeja recoge la miel de cada flor, dejando lo demás para alimento de los gusanos de la tierra, de igual modo obra nuestra individualidad espiritual, ya la llamemos Sutrâtmâ o Ego. Recogiendo de cada personalidad terrestre, en que Karma lo obliga a reencarnarse, sólo el néctar de las cualidades espirituales, y la propia conciencia, forma de todas ellas un todo, y surge de su crisálida como Dhyân Chohan glorificado. Tanto peor para aquellas personalidades terrestres de las que nada haya podido recoger.
Semejantes personalidades no pueden, de seguro, sobrevivir conscientemente a su existencia terrestre.
Según se desprende de lo que decís, para la personalidad terrestre es condicional la inmortalidad. ¿No es la inmortalidad por sí misma incondicional?

De ningún modo. Mas no puede la inmortalidad alcanzar a lo no existente: para todo lo que existe como SAT, o emana de SAT, la inmortalidad y la Eternidad son absolutas. La materia es el polo opuesto del espíritu, y, sin embargo, ambos no forman más que uno. La esencia de todo esto, es decir, el Espíritu, la Fuerza y la Materia, o sea los tres en uno, no tiene fin, como tampoco tiene principio; pero la forma adquirida por esta triple unidad durante sus encarnaciones, su exterioridad, no es, seguramente, más que la ilusión de nuestras concepciones personales. Llamamos solamente realidad, por lo tanto, al Nirvana y a la vida Universal, relegando la vida terrestre, incluso su terrena personalidad, y hasta su existencia   devachánica, al fantasmagórico reino de la ilusión.
¿Por qué, entonces, llamar en este caso realidad al sueño e ilusión al estado de vigilia?
Es simplemente una comparación, con el objeto de facilitar la comprensión del asunto, y, desde el punto de vista de los conceptos terrestres, es muy correcta.
No puedo comprender aún; pues si está basada la vida futura en la justicia y la retribución merecida por todos nuestros sufrimientos terrestres, ¿cómo es que al tratarse de los materialistas, entre los cuales se cuentan muchos hombres realmente honrados y caritativos, no ha de quedar nada de su personalidad, excepto el residuo o desecho de la flor  marchita?
Jamás se ha dicho cosa semejante. Ningún materialista, por incrédulo que sea, puede morir para siempre, en la plenitud de su individualidad espiritual. Lo que se ha dicho es que, en el caso de un materialista, la conciencia puede desaparecer completa o parcialmente, de manera que no sobrevivan restos conscientes de su personalidad.


¡Pero esto es el aniquilamiento!
De ningún modo. Puede uno, durante un largo viaje en ferrocarril, quedarse profundamente dormido y dejar pasar varias estaciones, sin el más ligero recuerdo o conciencia de ello; despertar luego en otra estación y  continuar el viaje, pasando por innumerables puntos de paradas, hasta llegar por fin a su término. Os he hablado de tres clases de sueño: el sueño sin ensueños, el caótico y el sueño tan real que al hombre dormido le parecen sus ensueños realidades completas. Si creéis en el último, ¿por qué no podéis creer en el primero? Según la creencia que haya tenido el hombre respecto a la vida futura, y lo que de la misma haya esperado, será lo que le aguarda. Aquel que no haya esperado vida futura alguna, hallará un vacío absoluto, semejante al aniquilamiento, en el intervalo que media entre los dos renacimientos. Éste es, precisamente el cumplimiento del programa de que hablamos; programa trazado por los mismos materialistas. Mas, como decís muy bien, existen varias clases de materialistas. Un hombre egoísta y perverso, que jamás haya vertido una lágrima por nadie, sino por sí mismo, uniendo a su incredulidad una indiferencia completa por el mundo entero, debe, a las puertas de la muerte, perder para siempre su personalidad. Careciendo esa personalidad de lazos de simpatía que la unieran al mundo que la rodeaba, y sin nada, por tanto, que dar al Sutrâtmâ, resulta que toda relación entre ambos queda rota con el último suspiro. No existiendo Devachán alguno para un materialista de esta especie, se reencarnará el Sutrâtmâ casi inmediatamente. Pero los materialistas que, a excepción de su incredulidad, en nada hayan faltado, sólo dejarán pasar una estación durante su sueño, y vendrá el tiempo en que el ex materialista se reconocerá a sí mismo en la Eternidad, y en que se arrepentirá quizás de haber perdido un solo día, una sola estación de la vida eterna.
¿No sería, sin embargo, más correcto decir que la muerte es el nacimiento a una nueva vida o un nuevo regreso a la eternidad?

Podéis decirlo así, si os agrada. Tened en cuenta, solamente, que los nacimientos difieren; y que hay nacimientos de seres que mueren al nacer y son fracasos de la Naturaleza. Además, en vuestras ideas fijas occidentales sobre la vida material, las palabras “ser” y “viviente” son enteramente inaplicables al puro estado subjetivo de la existencia post mortem. Precisamente porque los filósofos, excepto algunos pocos no leídos por la mayoría de las personas, se ven ellos mismos desconcertados para poder trazar un cuadro claro y formal de ello, y precisamente porque vuestras ideas occidentales acerca de la vida y de la muerte se han hecho tan estrechas y mezquinas, es por lo que os veis conducidos al materialismo craso, por una parte, y por otra al concepto más material aún de la otra vida, formulado por los espiritistas en su “País de estío” (Summer–land), donde las almas de los hombres comen, beben, se casan y viven en un paraíso tan sensual como el de Mahoma, y aun menos filosófico. Tampoco son mejores la generalidad de los conceptos de los Cristianos sin cultura, sino más materiales aún si cabe; pues con sus ángeles incompletos, sus trompetas de metal, sus arpas doradas y su fuego material del infierno, se parece el cielo Cristiano a una escena de magia en una pantomima de Navidad. La causa de la dificultad que encontráis en comprender estas ideas consiste en esos conceptos mezquinos.
Justamente porque la vida del alma desencarnada, aunque posee toda la lucidez de lo real, como sucede en ciertos sueños, carece de toda forma, rosera objetiva de la vida terrestre, es por lo que la han comparado los filósofos orientales a las visiones durante el sueño.


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