LA CLAVE DE LA TEOSOFÍA
EXPOSICIÓN CLARA EN FORMA DE PREGUNTAS Y
RESPUESTAS DE LA ÉTICA, CIENCIA Y FILOSOFÍA
PARA CUYO ESTUDIO HA SIDO FUNDADA LA
SOCIEDAD TEOSÓFICA
Dedicada por H. P. B.
a todos sus discípulos
para que aprendan y puedan enseñar a su
vez.
(Parte 38)
LO QUE SIGNIFICA EN REALIDAD EL
ANIQUILAMIENTO
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He oído a algunos Teósofos hablar de
un hilo dorado, en el cual están enhebradas sus vidas. ¿Qué quieren decir con
esto?
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Dicen
los libros sagrados hindúes que lo que está sujeto a la encarnación periódica
es el Sutrâtmâ, que significa literalmente el “Alma Hilo”. Es un sinónimo del Ego que se reencarna (Manas
unido a Buddhi),
que absorbe los recuerdos manásicos de todas nuestras vidas anteriores. Se lo
llama así porque del mismo modo que las perlas en un hilo, así están
ensartadas en aquel hilo las largas series de vidas humanas. En algunos Upanishad,
esos renacimientos repetidos son comparados a la vida de un mortal, que
oscila periódicamente entre el sueño y la vigilia.
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Debo decir que no me parece esto muy
claro, y voy a explicaros por qué. Para el hombre que se despierta, comienza
otro día; mas ese hombre es en cuerpo y alma el mismo que el día anterior; mientras que en cada encarnación tiene lugar
un cambio completo, no sólo en la envoltura externa, sexo y personalidad,
sino en las capacidades mentales y psíquicas.
No me parece muy correcta la comparación. El hombre que se despierta,
recuerda claramente lo que hizo la víspera, la antevíspera y hasta meses y
años antes. Pero ninguno de nosotros guarda el menor recuerdo de una vida anterior
o de cualquier hecho o acontecimiento relacionado con ella… Puedo olvidar por
la mañana lo que he soñado durante la noche; pero, sin embargo, sé que he
dormido y tengo la seguridad de que he vivido mientras dormía. ¿Pero qué
recuerdo puedo tener de mi encarnación pasada, hasta el momento de la muerte?
¿Cómo conciliáis esto?
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Algunas
personas se acuerdan durante la vida de sus pasadas encarnaciones; pero estas
personas son Buddhas e Iniciados. Es lo que los yoguis llaman sammasambuddha,
o conocimiento de las series enteras de las propias encarnaciones
pasadas.
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Pero ¿cómo podremos nosotros, el
común de los mortales, que no hemos alcanzado el sammasambuddha, comprender
ese caso?
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Estudiándolo
y tratando de comprender más exactamente el carácter del sueño y las tres
clases del mismo. Tanto para el hombre como para el animal, el sueño es una ley
general e inmutable; pero existen distintas clases de sueño, y ensueños y
visiones aún más diferenciadas.
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Esto nos aparta de nuestro presente
objeto. Volvamos al materialista, que aunque no niega los sueños, porque
difícilmente podría hacerlo, rechaza, sin embargo, la inmortalidad en general
y la
supervivencia de su propia
individualidad.
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Y
tiene razón el materialista, aunque sin darse cuenta de ello. Para aquel que
no tiene la percepción interna, la fe en la inmortalidad de su alma, jamás
podrá ésta convertirse en Buddhi–Taijasa. Seguirá siendo Manas simplemente y
para Manas solo no hay inmortalidad posible. Para poder vivir conscientemente
en el mundo futuro ha de creer uno primeramente en aquella vida durante la
existencia terrestre. Toda la filosofía relativa a la conciencia e
inmortalidad post mortem del alma está basada en esos dos aforismos de la Ciencia
Secreta. Siempre es pagado el Ego según sus merecimientos. Empieza para
él, después de la disolución del cuerpo un período de completa conciencia, un
estado de caóticos ensueños o un sueño enteramente libre de ensueños,
semejante al aniquilamiento; y éstas son las tres clases del sueño. Si hallan nuestros fisiólogos la causa de los
ensueños y de las visiones
en la preparación inconsciente de los mismos durante la vigilia, ¿por
qué no se habría de admitir lo mismo respecto a los ensueños post mortem? Lo
repito: la muerte es un sueño. Después de la muerte empieza a tener
lugar ante los ojos espirituales del alma una representación correspondiente
al programa aprendido y que con mucha frecuencia ha sido compuesto por
nosotros mismos: la realización práctica de las creencias correctas o
de las ilusiones que fueron creadas por nosotros. El Metodista será
Metodista; el Musulmán será Musulmán, por algún tiempo al menos, en un
paraíso de insensatos, creado según el
gusto de cada cual. Tales son los frutos post mortem del árbol de la
vida. Nuestra creencia o incredulidad del hecho de la inmortalidad consciente
es incapaz, naturalmente, de ejercer influencia alguna sobre la realidad
incondicionada del hecho en sí, puesto que existe; pero la creencia o
incredulidad en aquella inmortalidad como propiedad de entidades independientes
o separadas no puede dejar de prestar color a aquel hecho, en su aplicación a
cada una de esas entidades.
¿Empezáis
ahora a entenderlo?
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Creo que sí. Rechazando el
materialista todo aquello que no puede serle probado por medio de sus cinco
sentidos, o por el razonamiento científico, basado exclusivamente en los
datos que le pueden proporcionar esos sentidos, a pesar de su insuficiencia,
y no admitiendo manifestación espiritual alguna, acepta la vida como la única
existencia consciente. Por lo tanto, su vida futura corresponderá a sus
creencias. Perderá su Ego personal y se sumergirá en un sueño vacío, hasta un
nuevo despertar. ¿No es esto?
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Casi.
Tened presente la doctrina verdaderamente universal de las dos clases de existencia
consciente: la terrestre y la espiritual. Por el hecho de ser esta última
habitada por la Mónada eterna, inmutable e inmortal, debe considerarse como real;
mientras que el Ego que encarna se reviste de vestiduras enteramente
diferentes de aquellas que en sus encarnaciones anteriores llevara, y en las
que, a excepción de su prototipo espiritual, todo está sometido a un cambio
tan radical, que no deja rastro alguno.
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¿Cómo es esto? ¿Puede perecer mi
“Yo” consciente terrestre no sólo por un tiempo limitado, como la conciencia del
materialista, sino tan completamente, que no quede rastro alguno del mismo?
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Según
nos enseña la doctrina, debe perecer por completo excepto el principio que,
habiéndose unido a la Mónada, se ha convertido en esencia espiritual, pura e indestructible,
no formando con ella más que uno en la Eternidad. Pero tratándose de un materialista
absoluto, en cuyo “yo” personal jamás se ha reflejado Buddhi alguno, ¿cómo
ha de llevar este último siquiera una partícula de aquella personalidad
terrestre a la Eternidad?
El
“yo” espiritual es inmortal, mas sólo puede conducir a la Eternidad aquella
parte del yo actual que se ha hecho digna de la inmortalidad, esto es, sólo
el aroma de la flor tronchada por la muerte.
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Corriente. ¿Pero y la flor o el “yo”
terrestre?
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La
flor, como todas las flores pasadas y futuras que han brotado y brotarán en
la rama madre (el Sutrâtmâ), hijas todas de un mismo tronco o Buddhi
se convertirá en polvo. Vuestro presente “Yo” no es, como sabéis, el cuerpo
que está en este momento delante de mí, ni aun lo que yo llamaría
Manas–Sutratma, sino Sutratma–Buddhi.
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Pero esto de ninguna manera me explica
por qué llamáis inmortal, infinita y real a la vida que sucede a la muerte, y
mero fantasma o ilusión a la vida terrestre, puesto que hasta esa vida post mortem es
limitada, aunque sean sus límites mucho más amplios que los de la vida
terrestre.
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Sin
duda. El Ego espiritual del hombre se mueve en la eternidad como un péndulo, entre
las horas del nacimiento y de la muerte. Pero si bien esas horas marcan los pe-
ríodos de la vida terrestre y de la vida espiritual, son limitadas en su
duración, y el número mismo de aquellos períodos en la Eternidad, entre el
sueño y el despertar, la ilusión y la realidad, tiene su principio y su fin,
por otra parte, el peregrino espiritual es eterno. Así que las horas de su
vida post mortem, en nuestro concepto, son la única realidad, cuando, desencarnado,
se encuentre frente a frente con la verdad y no con las apariencias falaces
de sus existencias transitorias terrestres (durante el período de peregrinación que llamamos “el ciclo de
renacimientos”). Tales intervalos, a pesar de su limitación, no impiden
al Ego continuar perfeccionándose siempre, aunque gradual y lentamente, sin
desviarse del camino que conduce a su última transformación, en que el Ego,
habiendo alcanzado su objetivo, se convierte en un ser divino. Estos
intervalos y etapas ayudan a conseguir el resultado final, en
vez de retardarlo; y sin ellos jamás podría el Ego divino alcanzar su meta.
Ya me he servido antes de un ejemplo familiar, al comparar el Ego a la individualidad
de un actor y sus numerosas y distintas encarnaciones, a los papeles que
representa. ¿Consideraríais
esos papeles o los trajes apropiados a los mismos como formando la individualidad
del actor? El
Ego, del mismo modo que el actor, está obligado, durante el ciclo de
necesidad, a representar, hasta llegar al umbral de Paranirvâna, muchos
papeles que pueden disgustarlo ymolestarlo. Pero así como la abeja recoge la
miel de cada flor, dejando lo demás para alimento de los gusanos de la
tierra, de igual modo obra nuestra individualidad espiritual, ya la llamemos Sutrâtmâ
o Ego. Recogiendo de cada personalidad terrestre, en que Karma lo obliga
a reencarnarse, sólo el néctar de las cualidades espirituales, y la propia
conciencia, forma de todas ellas un todo, y surge de su crisálida como Dhyân Chohan
glorificado. Tanto peor para aquellas personalidades terrestres de las que
nada haya podido recoger.
Semejantes
personalidades no pueden, de seguro, sobrevivir conscientemente a su existencia
terrestre.
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Según se desprende de lo que decís,
para la personalidad terrestre es condicional la inmortalidad. ¿No es la
inmortalidad por sí misma incondicional?
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De
ningún modo. Mas no puede la inmortalidad alcanzar a lo no existente: para
todo lo que existe como SAT, o emana de SAT, la inmortalidad y la Eternidad
son absolutas. La materia es el polo opuesto del espíritu, y, sin embargo,
ambos no forman más que uno. La esencia de todo esto, es decir, el Espíritu,
la Fuerza y la Materia, o sea los tres en uno, no tiene fin, como tampoco
tiene principio; pero la forma adquirida por esta triple unidad durante sus
encarnaciones, su exterioridad, no es, seguramente, más que la ilusión de nuestras
concepciones personales. Llamamos solamente realidad, por lo tanto, al
Nirvana y a la vida Universal, relegando la vida terrestre, incluso su
terrena personalidad, y hasta su existencia devachánica, al fantasmagórico reino de la
ilusión.
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¿Por qué, entonces, llamar en este
caso realidad al sueño e ilusión al estado de vigilia?
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Es
simplemente una comparación, con el objeto de facilitar la comprensión del asunto,
y, desde el punto de vista de los conceptos terrestres, es muy correcta.
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No puedo comprender aún; pues si
está basada la vida futura en la justicia y la retribución merecida por todos
nuestros sufrimientos terrestres, ¿cómo es que al tratarse de los
materialistas, entre los cuales se cuentan muchos hombres realmente honrados
y caritativos, no ha de quedar nada de su personalidad, excepto el residuo o
desecho de la flor marchita?
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Jamás
se ha dicho cosa semejante. Ningún materialista, por incrédulo que sea, puede
morir para siempre, en la plenitud de su individualidad espiritual. Lo que se
ha dicho es que, en el caso de un materialista, la conciencia puede
desaparecer completa o parcialmente, de manera que no sobrevivan restos
conscientes de su personalidad.
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¡Pero esto es el aniquilamiento!
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De
ningún modo. Puede uno, durante un largo viaje en ferrocarril, quedarse profundamente
dormido y dejar pasar varias estaciones, sin el más ligero recuerdo o conciencia
de ello; despertar luego en otra estación y continuar el viaje, pasando por innumerables
puntos de paradas, hasta llegar por fin a su término. Os he hablado de tres clases
de sueño: el sueño sin ensueños, el caótico y el sueño tan real que al hombre
dormido le parecen sus ensueños realidades completas. Si creéis en el último,
¿por
qué no podéis creer en el primero? Según la creencia que haya tenido
el hombre respecto a la vida futura, y lo que de la misma haya esperado, será
lo que le aguarda. Aquel que no haya esperado vida futura alguna, hallará un
vacío absoluto, semejante al aniquilamiento, en el intervalo que media entre
los dos renacimientos. Éste es, precisamente el cumplimiento del programa de
que hablamos; programa trazado por los mismos materialistas. Mas, como decís
muy bien, existen varias clases de materialistas. Un hombre egoísta y
perverso, que jamás haya vertido una lágrima por nadie, sino por sí mismo,
uniendo a su incredulidad una indiferencia completa por el mundo entero,
debe, a las puertas de la muerte, perder para siempre su personalidad.
Careciendo esa personalidad de lazos de simpatía que la unieran al mundo que
la rodeaba, y sin nada, por tanto, que dar al Sutrâtmâ, resulta que
toda relación entre ambos queda rota con el último suspiro. No existiendo
Devachán alguno para un materialista de esta especie, se reencarnará el Sutrâtmâ
casi inmediatamente. Pero los materialistas que, a excepción de su
incredulidad, en nada hayan faltado, sólo dejarán pasar una
estación durante su sueño, y vendrá el tiempo en que el ex materialista se
reconocerá a sí mismo en la Eternidad, y en que se arrepentirá quizás de
haber perdido un solo día, una sola estación de la vida eterna.
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¿No sería, sin embargo, más correcto
decir que la muerte es el nacimiento a una nueva vida o un nuevo regreso a la
eternidad?
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Podéis
decirlo así, si os agrada. Tened en cuenta, solamente, que los nacimientos difieren;
y que hay nacimientos de seres que mueren al nacer y son fracasos de la Naturaleza.
Además, en vuestras ideas fijas occidentales sobre la vida material, las
palabras “ser” y “viviente” son enteramente inaplicables al puro estado
subjetivo de la existencia post mortem. Precisamente porque los
filósofos, excepto algunos pocos no leídos por la mayoría de las personas, se
ven ellos mismos desconcertados para poder trazar un cuadro claro y formal de
ello, y precisamente porque vuestras ideas occidentales acerca de la vida y
de la muerte se han hecho tan estrechas y mezquinas, es por lo que os veis
conducidos al materialismo craso, por una parte, y por otra al concepto más
material aún de la otra vida, formulado por los espiritistas en su “País de
estío” (Summer–land), donde las almas de los hombres comen, beben, se
casan y viven en un paraíso tan sensual como el de Mahoma, y aun menos
filosófico. Tampoco son mejores la generalidad de los conceptos de los Cristianos
sin cultura, sino más materiales aún si cabe; pues con sus ángeles
incompletos, sus trompetas de metal, sus arpas doradas y su fuego material
del infierno, se parece el cielo Cristiano a una escena de magia en una
pantomima de Navidad. La causa de la dificultad que encontráis en comprender
estas ideas consiste en esos conceptos mezquinos.
Justamente
porque la vida del alma desencarnada, aunque posee toda la lucidez de lo
real, como sucede en ciertos sueños, carece de toda forma, rosera objetiva de
la vida terrestre, es por lo que la han comparado los filósofos orientales a
las visiones durante el sueño.
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