LA NAVIDAD DE ENTONCES
Y LA DE HOY.
Estamos
alcanzando la época del año en que todo el mundo cristiano se está preparando
para celebrar la más notable de sus solemnidades, el nacimiento del Fundador de
su religión ... En Europa Noroccidental y en Estados Unidos el acebo y la
hiedra decorarán cada hogar y las iglesias estarán cubiertas con siemprevivas,
una costumbre derivada de las antiguas prácticas de los druidas paganos “cuyos espíritus silvestres podían reunirse
en las siemprevivas y permanecer intocados por la helada hasta una estación más
templada”.
En los países
católicos romanos grandes multitudes se reúnen durante toda la tarde y la noche
de la “Víspera de Navidad” en las
iglesias, saludan imágenes de cera del Divino Niño y de su Madre Virgen, en su
atavío de “Reina del Cielo”. Para una mente analítica, este desafío de rico oro
y encaje, bordado de perlas, satén, terciopelo,
y la cuna enjoyada, parecerá bastante paradójico. Cuando uno piensa en el pobre,
carcomido, sucio pesebre de la posada judía en que, si damos crédito al Evangelio,
el futuro “Redentor” fue colocado en su nacimiento por carecer de un refugio
mejor, no podemos dejar de sospechar que, ante los ojos deslumbrados del
sencillo devoto, el establo de Belén desaparece completamente. Para ponerlo en
términos suaves, esta llamativa exhibición parece inapropiada de los sentimientos
democráticos y el desprecio realmente divino por las riquezas del “Hijo del
Hombre” quien no tenía “en donde apoyar
su cabeza”. Se vuelve más difícil para el cristiano medio considerar la
declaración explícita de que “es más
fácil para un camello pasar a través del ojo de una aguja, que para un hombre
rico entrar en el reino de los cielos”, como cualquier otra cosa que una
amenaza retórica. La Iglesia Romana actuaba sabiamente al prohibir con
severidad a sus feligreses leer o interpretar por sí mismos los Evangelios y
dejando al Libro, imaginando que esto fuese posible, proclamar sus verdades en
latín –“la voz que clama en el desierto.”
En esto ha seguido a la sabiduría de las edades, la sabiduría de los antiguos
arios quienes también son “justificados
por sus niños”; pues, como ni el moderno devoto hindú entiende una palabra
del sánscrito, ni el moderno parsi una sílaba del zend, así para el católico medio
el latín no es más que jeroglíficos. El resultado es que los tres –el alto
sacerdote brahmánico, el mobed zoroastriano, y el pontífice católico-, tienen
ilimitadas oportunidades para desarrollar nuevos dogmas religiosos salidos de
las profundidades de sus propias suposiciones, para beneficio de sus respectivas
iglesias.
Para anunciar
este gran día se hacen repicar alegremente las campanas a la medianoche, a
través de Inglaterra y del continente. En Francia e Italia, después de la
celebración de la Misa en iglesias magníficamente decoradas, “es habitual que
los festejantes participen de una colación (réveillon) para que puedan soportar
mejor la fatiga de la noche”, dice un libro que trata de los ceremoniales de la
iglesia papista. Esta noche de ayuno cristiano recuerda a uno uno el Sivarâtri
de los seguidores del dios Siva, - el gran día de tristeza y ayuno, en el
undécimo mes del año hindú. Solamente en este último la larga noche de vigilia
es precedida y seguida por un estricto y rígido ayuno. Nada de réveillons ni
compromisos para ellos. En verdad, ellos son los perversos “paganos” y por lo
tanto su camino hacia la salvación debe ser diez veces más duro.
Aunque ahora es
universalmente observado por las naciones cristianas como el aniversario del nacimiento
de Jesús, el 25 de diciembre no era originalmente aceptado como tal. De los más
móviles entre los días festivos cristianos, durante las primeras centurias, la
Navidad era frecuentemente confundida con la Epifanía, y celebrada en los meses
de abril y mayo. Como nunca existió algún registro auténtico, o prueba de su
identificación, tanto en la historia secular como en la eclesiástica, la
selección de aquel día permaneció durante mucho tiempo siendo opcional, y fue
solamente durante el cuarto siglo que, impulsado por Cirilo de Jerusalén, el
Papa (Julio I) ordenó a los obispos que hicieran una investigación, y así es
como finalmente se llegó a un cierto acuerdo sobre la fecha presumible de la
natividad de Cristo. ¡Su opción recayó en el 25 de diciembre, y desde entonces
se ha probado que ha sido la más desafortunada elección! Fue Dupuis, seguido
por Volney, quienes asestaron los primeros golpes a este natalicio. Probaron
que durante incalculables períodos antes de nuestra era, basados en datos
astronómicos muy claros, casi todos los pueblos antiguos habían celebrado el
nacimiento de sus dioses solares en ese mismo día. “Dupois dice que el signo
celestial de la VIRGEN Y EL NIÑO existía desde varios millares de años antes
del nacimiento de Cristo” –comenta Higgins en su Anacalypsis. Como Dupois,
Volney y Higgins pasaron todos a la posteridad como infieles y enemigos del
Cristianismo, y bien podemos citar también, en esta relación, las confesiones
del obispo cristiano de Ratisbona, “el hombre más instruido que produjo la Edad
Media” –el dominico Alberto Magno. “La
señal de la virgen celestial se eleva sobre el horizonte en el momento en el
cual fijamos el nacimiento del señor Jesucristo”, afirma. También Adonis,
Baco, Osiris, Apolo, etc., nacieron todos el 25 de diciembre. La Navidad llega
en el momento del solsticio de invierno; los días entonces son más cortos, y es
mayor la Oscuridad sobre la faz de la tierra. Se creía que todos los dioses
solares nacían anualmente en esta época, porque desde ese momento en adelante
la Luz disipaba cada vez más la oscuridad a medida que se sucedían los días, y
el poder del Sol comenzaba a aumentar.
De este modo
puede ser que, las festividades de Navidad que fueron llevadas a cabo por los
cristianos durante casi quince siglos, hayan tenido un carácter particularmente
pagano. Incluso, tememos que las actuales ceremonias de la Iglesia difícilmente
puedan escapar al reproche de estar copiadas casi literalmente de los misterios
de Egipto y Grecia, realizadas en honor de Osiris y Horus, Apolo y Baco. Tanto
Isis como Ceres fueron llamadas “Vírgenes Santas” y un NIÑO DIVINO puede ser
encontrado en cada religión “pagana”.
Ahora dibujaremos
dos cuadros de Feliz Navidad; uno que retrata los “buenos viejos tiempos”, y
otro, el estado presente de la adoración cristiana. Desde los primeros días de
su establecimiento como Navidad, el día fue considerado desde la doble óptica
de una sagrada conmemoración y de una festividad más alegre: fue igualmente determinada
como de devoción, mérito y significado desmesurados. “Entre los divertimentos de la estación navideña estaban los banquetes
denominados de tontos y de asnos, grotesca saturnalia, que eran designadas las
‘liberalidades de diciembre’, en que todo aquello que fuese serio era satirizado,
el orden de la sociedad subvertido, y sus decencias ridiculizadas.” –dice
un compilador de antiguas crónicas. “Durante la Edad Media fue célebre por el espectáculo
fantásticamente alegre de los misterios dramáticos ejecutados por personajes
con máscaras grotescas y trajes singulares. El show era usualmente representado
por un niño en una cuna, rodeado por la Virgen María y San José, por cabezas de
toros, querubines, Magos de Oriente (los Mobeds de antaño) y múltiples
ornamentos.” La costumbre de entonar cánticos navideños, llamados carolas, era
para recordar las canciones de los pastores en la natividad. “Los obispos y el clero se unían a menudo al
populacho al entonar carolas, y las canciones eran estimuladas por danzas, y
por la música de tambores, guitarras, violines y órganos…” Podemos constatar que aún en los tiempos
presentes, durante los días que preceden la Navidad, tales misterios están
siendo representados por marionetas y muñecos, en el sur de Rusia, Polonia y
Galicia, siendo conocidas como el Koliadovki. En Italia, los trovadores
calabreses descienden de sus montañas hacia Nápoles y Roma, y se aglomeran en
las capillas de la Virgen María, alegrándolas con su música salvaje.
En Inglaterra,
los festejos iniciaban usualmente en la víspera de la Navidad y continuaban frecuentemente
hasta la Fiesta de las Candelas (La Candelaria (2 de febrero)) siendo cada día feriado hasta la
décima segunda noche (6 de enero). En las casas de los grandes nobles era
designado un “señor de la confusión”,
o “abad de la locura”, cuyo deber era
hacer el papel de bufón. “La despensa era
llenada con capones, gallinas, pavos, gansos, patos, carne de vaca, cordero,
cerdo, tortas, pasteles, nueces, ciruelas, azúcar y miel.” … “Un fuego intenso, hecho de grandes troncos,
el principal de los cuales era designado ‘tronco de Yule’, o bloque de Navidad,
el que podía arder hasta la víspera de la Fiesta de las Candelas, resguardaba
del frío del exterior; y la abundancia era compartida por los súbditos del señorío
en medio de la música, conjuros, enigmas, berberechos calientes, bromas de
campo, chanzas, risas, juergas, juegos de prendas y danzas.”
En nuestros
tiempos modernos, los obispos y los clérigos no se mezclan más con el populacho
en carolas y danzas abiertas; y las fiestas de “tontos y asnos” son realizadas
más en la sagrada privacidad que a la vista de los peligrosos reporteros de
ojos agudos. Con todo, las festividades destinadas al comer y al beber se preservan
a través del mundo cristiano; y, más muertes súbitas son causadas sin duda alguna
por la glotonería y la intemperancia durante las fiestas de Navidad y Pascua,
que en cualquier otro momento del año. Aun así, la adoración cristiana se torna
cada año más y más un falso pretexto. La insensatez de este palabrerío fue denunciada
innumerables veces, pero nunca, pensamos, con un toque más pleno de realismo
que en un encantador cuento de ensueños que apareció en el diario New York
Herald en la última Navidad: un viejo hombre, mientras presidía una reunión
pública, dijo que aprovecharía la oportunidad para comentar una visión de que
fuera testigo la noche anterior.
…El visualizó que se encontraba en el púlpito de la
catedral más deslumbrante y magnífica que hubiese tenido oportunidad de ver.
Ante él estaban el padre o pastor de la iglesia, y a su lado un ángel con una
tableta y un lápiz en sus manos, cuya misión era hacer el registro de todo acto
de adoración u oración que aconteciera en su presencia y que ascenderían como
una ofrenda aceptable al trono de Dios. Cada uno de los bancos estaba ocupado
con adoradores de ambos sexos ricamente ataviados. La música más sublime que
jamás haya descendido sobre su embelesado oído llenó el aire con su melodía.
Transcurrió todo el bello ritual del servicio de la Iglesia, inclusive un
enaltecedor y elocuente sermón del talentoso ministro ya había acontecido, a
costa de mucho sudor, ¡y el ángel registrador no había hecho aún ninguna
anotación en su tableta! La congregación ya se despedía, dispensada por el
pastor con una prolongada y bella oración, seguida por una bendición, ¡y el
ángel aún no anotaba siquiera un signo!
...Siendo aun observado por el ángel, el orador dejó el
salón por la puerta posterior de la iglesia, retirándose de la congregación
ricamente ataviada. Una pobre y desarrapada mendiga estaba parada en la cuneta
al lado de la acera, con su pálida y famélica mano extendida, implorando
silenciosamente por limosna. En cuanto los ricamente vestidos feligreses de la
iglesia pasaban delante de ella, esquivaban a la pobre Magdalena, y las señoras
corrían a un lado sus trajes de seda, sus mantos adornados con joyas, para que
no los tocase y no fuesen contaminados por su roce.
...Fue entonces que apareció un marinero borracho que
venía tambaleándose por la vereda de enfrente. En cuanto llegó a la altura de
la pobre y abandonada muchacha, cruzó la calle hasta donde estaba parada, y, sacando
algunos centavos de su bolsillo, él los depositó en su mano, acompañándolos con
la siguiente exclamación: "¡Aquí, pobre maldita y abandonada, toma
esto!" Un brillo celestial iluminó entonces la
faz del ángel registrador que inmediatamente volcó en su tableta el acto de
condolencia y caridad del marinero, y partió llevándolo como sacrificio a dios.
Una concreción,
alguien podría decir, de la historia bíblica del juzgamiento de la mujer
acusada de adulterio. Pero aún cuando
así sea, con todo retrata con mano maestra el estado de nuestra sociedad cristiana.
Según la
tradición, en la Víspera de Navidad los bueyes siempre pueden ser encontrados
sobre sus rodillas, como estando en oración y devoción; y “había un famoso espino en el patio de la iglesia de la Abadía de Glastonbury
que siempre brotaba en el día 24 y florecía en el día 25 de diciembre";
lo que, considerando que el día fue escogido por los padres de la iglesia al azar,
y que el calendario se ha cambiado del antiguo al nuevo, ¡demuestra una
perspicacia notable del animal y del vegetal! También hay una tradición de la
iglesia, preservada hasta nosotros por Olaus, el arzobispo de Upsala, según la
cual, en el festival de Navidad, "los
hombres que viven en las localidades frías del norte, repentina y extrañamente
se transforman en lobos; y que una multitud enorme de ellos se reúne en un
lugar designado y se enfurecen ferozmente contra la humanidad, y que en esta
época ella sufre más de sus ataques que de los lobos naturales."Observado
metafóricamente, esto parece ser, más que nunca, el caso de los hombres, y
ahora particularmente de las naciones cristianas. No parece haber ninguna
necesidad de esperar hasta la Víspera de Navidad para ver naciones enteras transformadas
en "bestias salvajes"—especialmente en tiempos de guerra.
(Blavatsky)
Diciembre
1879
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