jueves, 18 de diciembre de 2014

LO QUE NO DEBE HACER EL TEÓSOFO

LA CLAVE DE LA TEOSOFÍA

EXPOSICIÓN CLARA EN FORMA DE PREGUNTAS Y RESPUESTAS DE LA ÉTICA, CIENCIA Y FILOSOFÍA
PARA CUYO ESTUDIO HA SIDO FUNDADA LA SOCIEDAD TEOSÓFICA

Dedicada por H. P. B.
a todos sus discípulos
para que aprendan y puedan enseñar a su vez.

(Parte 54)

LO QUE NO DEBE HACER EL TEÓSOFO
¿Tenéis en vuestra Sociedad algunas leyes o cláusulas prohibitivas aplicables a los teósofos?
Muchas; aunque, ¡ay!, ninguna es obligatoria. Ellas expresan el ideal de nuestra organización; pero nos vemos obligados a confiar a la discreción de los mismos miembros su aplicación práctica. Desgraciadamente, tal es el estado mental de los hombres en el siglo presente, que si no consintiésemos en dejar que estas cláusulas fuesen consideradas como anticuadas, por decirlo así, ningún hombre o mujer se atrevería a entrar en la Sociedad  Teosófica. Precisamente por esta razón me veo obligada a insistir tanto sobre la diferencia que existe entre la verdadera Teosofía y su vehículo laborioso, bien intencionado, pero todavía indigno, la Sociedad Teosófica.
¿Podéis decirme cuáles son los peligrosos escollos que se encuentran en la alta mar de la Teosofía?

¡Bien podéis llamarlos escollos, porque más de un sincero y honrado M. S. T. (Miembro de la Sociedad Teosófica.) ha visto estrellarse en ellos su nave! Y, sin embargo, parece lo más fácil de este mundo evitar ciertas cosas. Os expondré una serie de semejantes deberes teosóficos negativos, que ocultan los positivos. Por ejemplo: ningún teósofo debe permanecer callado cuando oiga hablar mal o calumniar a la Sociedad o a personas inocentes, sean éstas o no sus colegas.
Pero suponed que lo que uno oye sea verdad, o pueda ser cierto sin que uno lo sepa.
Entonces debe pedir pruebas de lo que se afirma, y oír a las dos partes imparcialmente, antes de permitir que la acusación quede impune. No tiene derecho a creer en el mal hasta que no posea una prueba innegable de la exactitud de lo afirmado.
¿Y qué debe hacerse en ese caso?
Tener compasión e indulgencia; la caridad y la longanimidad siempre debieran encontrarnos dispuestos a excusar a nuestros hermanos pecadores, y a juzgar lo más benévolamente posible a los que yerran. Jamás debiera un teósofo olvidar las imperfecciones y flaquezas de la naturaleza humana.
En tales casos, ¿debe perdonar enteramente?
En todos los casos; particularmente cuando la víctima es él.
Pero si obrando de este modo se expone a ofender a otras personas o consiente que se las perjudique, ¿qué debe hacer entonces?

Cumplir con su deber; hacer aquello que su conciencia y naturaleza superior le sugieran, pero después de madura deliberación. La justicia consiste en no ofender a ser viviente alguno; pero también nos impone no permitir jamás que se perjudique a la mayoría o a una persona inocente, consintiendo la impunidad del culpable.
¿Cuáles son las demás cláusulas negativas?
Ningún teósofo debe contentarse con una vida ociosa o frívola, que no le reporta ningún verdadero bien, y menos lo produce a los demás. Debe trabajar en beneficio de aquellos pocos que necesiten de su ayuda, si se siente incapaz de luchar por la humanidad en general, contribuyendo así al progreso de la causa teosófica.
Esto requiere una naturaleza excepcional, y a ciertas personas les sería muy difícil.
Más le valiera, entonces, no formar parte de la Sociedad Teosófica, que navegar bajo una falsa bandera. A nadie se le exige dar más de lo que puede, ya sea en devoción, tiempo, trabajo o dinero.
¿Qué más?
Ningún teósofo debe prestar demasiada importancia a sus progresos personales en los estudios teosóficos; pero debe estar dispuesto a trabajar con todas sus fuerzas por los demás. No debe dejar que carguen unos pocos trabajadores leales con todo el peso y responsabilidad del movimiento teosófico. Cada miembro debiera considerar de su deber participar como pueda en la obra común y contribuir a ella por todos los medios que estén a su alcance.
Esto es muy justo; ¿y después?
No debe un teósofo colocar su vanidad o sentimiento personales sobre los de su Sociedad como corporación. Al que sacrifica la reputación de esta última, o la de otras personas en aras de su vanidad, provecho u orgullo personales, no se le debiera consentir que siga formando parte de la Sociedad, Un miembro canceroso enferma al cuerpo entero.
¿Es deber de todo miembro enseñar y predicar la Teosofía a los demás?
Seguramente. Ningún miembro tiene derecho a permanecer ocioso, con la excusa de que sabe demasiado poco para enseñar. Porque siempre debe estar seguro de que hallará otros que saben aún menos que él. Hasta que no empieza un hombre a enseñar a los demás, no descubre su propia ignorancia, y entonces es cuando se esfuerza en combatirla. Más ésta es cláusula secundaria.
¿Cuál es, pues, el más importante de los deberes teosóficos negativos?
Estar siempre dispuesto a reconocer, y confesar las propias faltas. Pecar más bien por una exagerada alabanza de los esfuerzos de nuestro prójimo, que por una apreciación insuficiente de los mismos. No difamar a espaldas suyas o calumniar a otra persona que no está presente. Decir siempre abierta y directamente, cara a cara, los motivos de queja que se tengan. No hacerse eco jamás de cualquier cosa que pueda oírse en contra de una persona, ni alimentar sentimiento de venganza alguno contra los que nos ofendan.
Es a menudo expuesto decir la verdad cara a cara. ¿No os parece? Conozco a un miembro de la Sociedad Teosófica que se ofendió muchísimo, abandonó la Sociedad y se convirtió en su mayor  enemigo sólo porque le dijeron algunas verdades desagradables cara a cara y lo            
censuraron por ellas.
De éstos hemos tenido muchos. Ningún miembro, sea importante o insignificante, ha dejado jamás, al separarse de nosotros, de convertirse en nuestro declarado enemigo.

¿Cómo explicáis esto?
Muy sencillamente. En la mayoría de los casos, habiéndose consagrado a la Sociedad con mucho ardor al principio, y habiendo prodigado a ésta las más exageradas alabanzas, la única excusa posible a que puede recurrir un apóstata para explicar su conducta y su ceguera es presentarse como víctima inocente engañada, volviendo así contra la Sociedad en general, y sus jefes en particular, las censuras de que ha sido objeto. Esas personas se parecen a aquel hombre de la antigua fábula que, teniendo la cara torcida, rompió el espejo diciendo que reflejaba imperfectamente su semblante.
Pero ¿por qué motivo atacan a la Sociedad?
Casi siempre por vanidad ofendida en una forma u otra. Generalmente, porque su dictamen y consejos no se consideran como decisivos y de peso; o bien porque pertenecen a esa clase de personas que preferirían reinar en el infierno a servir en el cielo; en una palabra: porque no pueden soportar no ser los primeros en todo. Por ejemplo, un miembro –un verdadero “Don Oráculo”– criticaba y difamaba casi a todo miembro de la Sociedad Teosófica, dirigiéndose lo mismo a los de afuera que a los teósofos, bajo pretexto de que todos eran antiteosóficos, censurándolos por lo que él mismo estaba haciendo siempre.
Al fin salió de la Sociedad, dando por motivo su profunda convicción de que éramos todos (los fundadores especialmente) ¡impostores! Otro, después de haber intrigado por todos los medios posibles para que se lo colocase al frente de una sección importante de la Sociedad, viendo que los miembros se oponían a ello, volvió sus armas contra los fundadores de la Sociedad Teosófica y se convirtió en su más encarnizado enemigo, atacando, siempre que podía, a uno de aquellos simplemente porque no pudo ni quiso imponerlo a los miembros. Era sencillamente un caso violento de vanidad ofendida. Otro quería practicar la magia negra, y virtualmente así lo hizo; es decir, ejercer ilícitamente su influencia psicológica personal sobre ciertos miembros, pretendiendo practicar al mismo tiempo la devoción y todas las virtudes teosóficas. Habiendo encontrado oposición y habiéndose puesto fin a este estado de cosas, rompió con la Teosofía; y ahora calumnia a los desgraciados jefes del modo más violento, esforzándose en destruir la Sociedad y manchando la reputación de aquellos que no se dejaron engañar por tan “digno” miembro.
¿Qué se hace con gente semejante?
Abandonarlos a su Karma. Porque abre mal una persona, no es motivo para que los demás hagan lo mismo.
Volvamos a la calumnia. ¿Dónde está la línea de demarcación que separa la difamación de la justa crítica? ¿No es un deber poner a nuestros amigos y prójimos en guardia contra los que sabemos son asociados peligrosos?

Si dejando a estos últimos impunes puede perjudicarse a otras personas, es seguramente nuestro deber evitar el peligro, previniéndolos privadamente. Pero ya sea exacta o falsa, jamás debe propagarse entre el público una acusación contra otra persona. Si es cierta, y cuando sólo el pecador resulta perjudicado, abandóneselo a su Karma. Si es falsa, entonces no se habrá contribuido a aumentar la injusticia en el mundo. Por lo tanto, guárdese silencio, respecto a esas cosas, con toda persona que no esté directamente interesada en ellas. Pero si la discreción y el silencio pueden perjudicar o poner en peligro a otros, entonces dígase la verdad a toda costa; y digo con Annesly: “Consulta el deber, no los acontecimientos”. Casos existen en que por fuerza hay que exclamar: “Perezca la discreción antes de consentir que se anteponga al deber”.
Paréceme que si aplicáis esas máximas os espera una serie de disgustos.
Y en efecto, así sucede. Hemos de reconocer que nos hallamos ahora tan expuestos a los insultos como lo estaban los primeros cristianos. “¡Mirad cuánto se quieren esos teósofos unos a otros!, puede decirse ahora de nosotros sin la menor injusticia.
Puesto que admitís que existen tantas difamaciones, calumnias y disputas, si no más, en la Sociedad Teosófica que en las Iglesias Cristianas, sin contar las Sociedades Científicas,     ¿qué clase de Fraternidad es ésa?

Una muestra bien pobre, en verdad, en cuanto al presente; y mientras no se le pase por una criba y se reorganice, nada mejor que las demás. Acordaos, sin embargo, de que la naturaleza humana es la misma en la Sociedad Teosófica que fuera de ella. Sus miembros no son santos; todo lo más, son pecadores que tratan de obrar mejor, pero que están expuestos a caer por su debilidad personal. Añadid a esto que nuestra “Hermandad” no es una corporación reconocida o sancionada, y que se encuentra, por decirlo así, al margen de la acción jurídica. Se halla, además, en un estado caótico, y es más injustamente impopular que ninguna otra Asociación. ¡Qué tiene de extraño, por lo tanto, que aquellos miembros incapaces de practicar su ideal vayan a buscar, después de haber abandonado la Sociedad, protección simpática entre nuestros enemigos, confiando a sus oídos, por demás complacientes, sus odios y rencores! Sabiendo que han de hallar auxilio, simpatía y una credulidad pronta a admitir toda clase de acusaciones, por absurdas que sean, que les convenga lanzar contra la Sociedad Teosófica, se apresuran a hacerlo, y descargan su ira contra el inocente espejo que con demasiada fidelidad reflejó sus facciones. Jamás perdona la gente a aquellos a quienes ofendió. El sentimiento de la bondad recibida y pagada con la ingratitud, la conduce a un furor de justificación personal, ante el mundo y ante su propia conciencia. Al mundo le falta tiempo para creer cualquier cosa que se refiera en contra de una Sociedad que odia. En cuanto a la propia conciencia… pero no quiero añadir más, temiendo haber dicho ya demasiado.
No me parece muy envidiable vuestra posición.
No lo es, en efecto. Más, ¿no creéis que algo muy noble, muy elevado, muy verdadero, ha de haber en el fondo de la Sociedad y de su filosofía, cuando aún continúan trabajando por ella con todas sus fuerzas los jefes y fundadores del movimiento? Sacrifican por ella todo bienestar, toda prosperidad mundana, todo éxito; su buen nombre y reputación; y ¡ay!, hasta su honra misma, para ser objeto, en cambio, de la murmuración incesante, de la persecución implacable, de la calumnia obstinada, de la ingratitud constante; para ver que sus más nobles esfuerzos son mal interpretados, y para recibir ofensas de todas partes, cuando abandonando su obra se librarían inmediatamente de toda responsabilidad y se verían escudados contra todo nuevo ataque.
Confieso que tanta perseverancia me parece asombrosa, y no comprendo la razón de tales sacrificios.

No será por beneficio personal, creedlo; únicamente por la esperanza de enseñar a unos pocos individuos a trabajar en nuestra obra por la humanidad, con arreglo al plan original, el día que hayan muerto y desaparecido los fundadores. Éstos han encontrado ya, para llenar su puesto, unas pocas almas nobles y leales. Gracias a estos pocos, las generaciones venideras hallarán el sendero que conduce a la paz algo más libre de espinas y de abrojos; el camino algo más ancho; y así tantos sufrimientos habrán producido buenos resultados, y su propio sacrificio no habrá sido vano. Por ahora, el objeto principal, fundamental, de la Sociedad, es sembrar semillas en los corazones de los hombres; semillas que puedan germinar a su tiempo, y bajo circunstancias más propicias, llevarnos a una reforma saludable, capaz de ofrecer a las masas mayor felicidad que la que hasta ahora han conocido.


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