LA CLAVE DE LA TEOSOFÍA
EXPOSICIÓN CLARA EN FORMA DE PREGUNTAS Y
RESPUESTAS DE LA ÉTICA, CIENCIA Y FILOSOFÍA
PARA CUYO ESTUDIO HA SIDO FUNDADA LA
SOCIEDAD TEOSÓFICA
Dedicada por H. P. B.
a todos sus discípulos
para que aprendan y puedan enseñar a su
vez.
(Parte 54)
LO QUE NO DEBE HACER EL TEÓSOFO
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¿Tenéis en vuestra Sociedad algunas
leyes o cláusulas prohibitivas aplicables a los teósofos?
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Muchas; aunque, ¡ay!,
ninguna es obligatoria. Ellas expresan el ideal de nuestra organización; pero
nos vemos obligados a confiar a la discreción de los mismos miembros su
aplicación práctica. Desgraciadamente, tal es el estado mental de los hombres
en el siglo presente, que si no consintiésemos en dejar que estas cláusulas
fuesen consideradas como anticuadas, por decirlo así, ningún hombre o mujer
se atrevería a entrar en la Sociedad Teosófica.
Precisamente por esta razón me veo obligada a insistir tanto sobre la
diferencia que existe entre la verdadera Teosofía y su vehículo laborioso,
bien intencionado, pero todavía indigno, la Sociedad Teosófica.
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¿Podéis decirme cuáles son los
peligrosos escollos que se encuentran en la alta mar de la Teosofía?
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¡Bien podéis llamarlos
escollos, porque más de un sincero y honrado M. S. T. (Miembro de la Sociedad
Teosófica.) ha visto estrellarse
en ellos su nave! Y, sin embargo, parece lo más fácil de este mundo evitar
ciertas cosas. Os expondré una serie de semejantes deberes teosóficos negativos,
que ocultan los positivos. Por ejemplo: ningún teósofo debe permanecer
callado cuando oiga hablar mal o calumniar a la Sociedad o a personas
inocentes, sean éstas o no sus colegas.
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Pero suponed que lo que uno oye sea
verdad, o pueda ser cierto sin que uno lo sepa.
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Entonces debe pedir
pruebas de lo que se afirma, y oír a las dos partes imparcialmente, antes de
permitir que la acusación quede impune. No tiene derecho a creer en el mal
hasta que no posea una prueba innegable de la exactitud de lo afirmado.
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¿Y qué debe hacerse en ese caso?
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Tener compasión e
indulgencia; la caridad y la longanimidad siempre debieran encontrarnos
dispuestos a excusar a nuestros hermanos pecadores, y a juzgar lo más benévolamente
posible a los que yerran. Jamás debiera un teósofo olvidar las imperfecciones
y flaquezas de la naturaleza humana.
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En tales casos, ¿debe perdonar
enteramente?
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En todos los casos;
particularmente cuando la víctima es él.
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Pero si obrando de este modo se
expone a ofender a otras personas o consiente que se las perjudique, ¿qué
debe hacer entonces?
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Cumplir con su deber;
hacer aquello que su conciencia y naturaleza superior le sugieran, pero
después de madura deliberación. La justicia consiste en no ofender a ser viviente
alguno; pero también nos impone no permitir jamás que se perjudique a la
mayoría o a una persona inocente, consintiendo la impunidad del culpable.
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¿Cuáles son las demás cláusulas negativas?
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Ningún teósofo debe
contentarse con una vida ociosa o frívola, que no le reporta ningún verdadero
bien, y menos lo produce a los demás. Debe trabajar en beneficio de aquellos
pocos que necesiten de su ayuda, si se siente incapaz de luchar por la
humanidad en general, contribuyendo así al progreso de la causa teosófica.
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Esto requiere una naturaleza excepcional,
y a ciertas personas les sería muy difícil.
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Más le valiera,
entonces, no formar parte de la Sociedad Teosófica, que navegar bajo una
falsa bandera. A nadie se le exige dar más de lo que puede, ya sea en
devoción, tiempo, trabajo o dinero.
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¿Qué más?
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Ningún teósofo debe
prestar demasiada importancia a sus progresos personales en los estudios
teosóficos; pero debe estar dispuesto a trabajar con todas sus fuerzas por
los demás. No debe dejar que carguen unos pocos trabajadores leales con todo el
peso y responsabilidad del movimiento teosófico. Cada miembro debiera
considerar de su deber participar como pueda en la obra común y contribuir a
ella por todos los medios que estén a su alcance.
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Esto es muy justo; ¿y después?
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No debe un teósofo
colocar su vanidad o sentimiento personales sobre los de su Sociedad como
corporación. Al que sacrifica la reputación de esta última, o la de otras personas
en aras de su vanidad, provecho u orgullo personales, no se le debiera
consentir que siga formando parte de la Sociedad, Un miembro canceroso
enferma al cuerpo entero.
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¿Es deber de todo miembro enseñar y
predicar la Teosofía a los demás?
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Seguramente. Ningún
miembro tiene derecho a permanecer ocioso, con la excusa de que sabe
demasiado poco para enseñar. Porque siempre debe estar seguro de que hallará
otros que saben aún menos que él. Hasta que no empieza un hombre a enseñar a
los demás, no descubre su propia ignorancia, y entonces es cuando se esfuerza
en combatirla. Más ésta es cláusula secundaria.
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¿Cuál es, pues, el más importante de
los deberes teosóficos negativos?
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Estar siempre
dispuesto a reconocer, y confesar las propias faltas. Pecar más bien por una
exagerada alabanza de los esfuerzos de nuestro prójimo, que por una
apreciación insuficiente de los mismos. No difamar a espaldas suyas o calumniar
a otra persona que no está presente. Decir siempre abierta y directamente,
cara a cara, los motivos de queja que se tengan. No hacerse eco jamás de
cualquier cosa que pueda oírse en contra de una persona, ni alimentar
sentimiento de venganza alguno contra los que nos ofendan.
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Es a menudo expuesto decir la verdad
cara a cara. ¿No os parece? Conozco a un miembro de la Sociedad Teosófica que
se ofendió muchísimo, abandonó la Sociedad y se convirtió en su mayor enemigo sólo porque le dijeron algunas
verdades desagradables cara a cara y lo
censuraron por ellas.
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De éstos hemos tenido
muchos. Ningún miembro, sea importante o insignificante, ha dejado jamás, al
separarse de nosotros, de convertirse en nuestro declarado enemigo.
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¿Cómo explicáis esto?
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Muy sencillamente. En
la mayoría de los casos, habiéndose consagrado a la Sociedad con mucho ardor
al principio, y habiendo prodigado a ésta las más exageradas alabanzas, la
única excusa posible a que puede recurrir un apóstata para explicar su
conducta y su ceguera es presentarse como víctima inocente engañada, volviendo
así contra la Sociedad en general, y sus jefes en particular, las censuras de
que ha sido objeto. Esas personas se parecen a aquel hombre de la antigua
fábula que, teniendo la cara torcida, rompió el espejo diciendo que reflejaba
imperfectamente su semblante.
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Pero ¿por qué motivo atacan a la Sociedad?
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Casi siempre por
vanidad ofendida en una forma u otra. Generalmente, porque su dictamen y
consejos no se consideran como decisivos y de peso; o bien porque pertenecen a esa clase de
personas que preferirían reinar en el infierno a servir en el cielo; en
una palabra: porque no pueden soportar no ser los primeros en todo. Por
ejemplo, un miembro –un verdadero “Don Oráculo”– criticaba y difamaba casi a
todo miembro de la Sociedad Teosófica, dirigiéndose lo mismo a los de afuera
que a los teósofos, bajo pretexto de que todos eran antiteosóficos,
censurándolos por lo que él mismo estaba haciendo siempre.
Al fin salió de la
Sociedad, dando por motivo su profunda convicción de que éramos todos (los
fundadores especialmente) ¡impostores! Otro, después de haber intrigado por
todos los medios posibles para que se lo colocase al frente de una sección
importante de la Sociedad, viendo que los miembros se oponían a ello, volvió
sus armas contra los fundadores de la Sociedad Teosófica y se convirtió en su
más encarnizado enemigo, atacando, siempre que podía, a uno de aquellos
simplemente porque no pudo ni quiso imponerlo a los miembros. Era
sencillamente un caso violento de vanidad ofendida. Otro quería practicar la magia
negra, y virtualmente así lo hizo; es decir, ejercer ilícitamente su influencia
psicológica personal sobre ciertos miembros, pretendiendo practicar al mismo tiempo
la devoción y todas las virtudes teosóficas. Habiendo encontrado oposición y habiéndose
puesto fin a este estado de cosas, rompió con la Teosofía; y ahora calumnia a
los desgraciados jefes del modo más violento, esforzándose en destruir la
Sociedad y manchando la reputación de aquellos que no se dejaron engañar por
tan “digno” miembro.
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¿Qué se hace con gente semejante?
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Abandonarlos a su
Karma. Porque abre mal una persona, no es motivo para que los demás hagan lo
mismo.
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Volvamos a la calumnia. ¿Dónde está
la línea de demarcación que separa la difamación de la justa crítica? ¿No es
un deber poner a nuestros amigos y prójimos en guardia contra los que sabemos
son asociados peligrosos?
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Si dejando a estos
últimos impunes puede perjudicarse a otras personas, es seguramente nuestro
deber evitar el peligro, previniéndolos privadamente. Pero ya sea exacta o
falsa, jamás debe propagarse entre el público una acusación contra otra
persona. Si es cierta, y cuando sólo el pecador resulta perjudicado,
abandóneselo a su Karma. Si es falsa, entonces no se habrá contribuido a
aumentar la injusticia en el mundo. Por lo tanto, guárdese silencio, respecto
a esas cosas, con toda persona que no esté directamente interesada en ellas.
Pero si la discreción y el silencio pueden perjudicar o poner en peligro a
otros, entonces dígase la verdad a toda costa; y digo con Annesly: “Consulta el deber, no los
acontecimientos”. Casos existen en que por fuerza hay que exclamar: “Perezca
la discreción antes de consentir que se anteponga al deber”.
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Paréceme que si aplicáis esas
máximas os espera una serie de disgustos.
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Y en efecto, así
sucede. Hemos de reconocer que nos hallamos ahora tan expuestos a los
insultos como lo estaban los primeros cristianos. “¡Mirad cuánto se quieren
esos teósofos unos a otros!, puede decirse ahora de nosotros sin la menor injusticia.
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Puesto que admitís que existen
tantas difamaciones, calumnias y disputas, si no más, en la Sociedad
Teosófica que en las Iglesias Cristianas, sin contar las Sociedades
Científicas, ¿qué clase de Fraternidad es ésa?
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Una muestra bien
pobre, en verdad, en cuanto al presente; y mientras no se le pase por una
criba y se reorganice, nada mejor que las demás. Acordaos, sin embargo, de que
la naturaleza humana es la misma en la Sociedad Teosófica que fuera
de ella. Sus miembros no son santos; todo lo más, son pecadores que
tratan de obrar mejor, pero que están expuestos a caer por su debilidad
personal. Añadid a esto que nuestra “Hermandad” no es una corporación reconocida
o sancionada, y que se encuentra, por decirlo así, al margen de la acción
jurídica. Se halla, además, en un estado caótico, y es más injustamente impopular
que ninguna otra Asociación. ¡Qué tiene de extraño, por lo tanto, que
aquellos miembros incapaces de practicar su ideal vayan a buscar, después de
haber abandonado la Sociedad, protección simpática entre nuestros enemigos,
confiando a sus oídos, por demás complacientes, sus odios y rencores!
Sabiendo que han de hallar auxilio, simpatía y una credulidad pronta a
admitir toda clase de acusaciones, por absurdas que sean, que les convenga
lanzar contra la Sociedad Teosófica, se apresuran a hacerlo, y descargan su ira
contra el inocente espejo que con demasiada fidelidad reflejó sus facciones. Jamás
perdona la gente a aquellos a quienes ofendió. El sentimiento de la
bondad recibida y pagada con la ingratitud, la conduce a un furor de justificación
personal, ante el mundo y ante su propia conciencia. Al mundo le falta tiempo
para creer cualquier cosa que se refiera en contra de una Sociedad que odia.
En cuanto a la propia conciencia… pero no quiero añadir más, temiendo haber
dicho ya demasiado.
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No me parece muy envidiable vuestra
posición.
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No lo es, en efecto. Más,
¿no creéis que algo muy noble, muy elevado, muy verdadero, ha de haber en el
fondo de la Sociedad y de su filosofía, cuando aún continúan trabajando por
ella con todas sus fuerzas los jefes y fundadores del movimiento? Sacrifican por
ella todo bienestar, toda prosperidad mundana, todo éxito; su buen nombre y reputación;
y ¡ay!, hasta su honra misma, para ser objeto, en cambio, de la murmuración incesante,
de la persecución implacable, de la calumnia obstinada, de la ingratitud
constante; para ver que sus más nobles esfuerzos son mal interpretados, y
para recibir ofensas de todas partes, cuando abandonando su obra se librarían
inmediatamente de toda responsabilidad y se verían escudados contra todo
nuevo ataque.
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Confieso que tanta perseverancia me
parece asombrosa, y no comprendo la razón de tales sacrificios.
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No será por beneficio
personal, creedlo; únicamente por la esperanza de enseñar a unos pocos
individuos a trabajar en nuestra obra por la humanidad, con arreglo al plan original,
el día que hayan muerto y desaparecido los fundadores. Éstos han encontrado
ya, para llenar su puesto, unas pocas almas nobles y leales. Gracias a estos
pocos, las generaciones
venideras hallarán el sendero que conduce a la paz algo más libre de espinas
y de abrojos; el camino algo más ancho; y así tantos sufrimientos habrán producido
buenos resultados, y su propio sacrificio no habrá sido vano. Por ahora, el
objeto principal, fundamental, de la Sociedad, es sembrar semillas en los
corazones de los hombres; semillas que puedan germinar a su tiempo, y bajo
circunstancias más propicias, llevarnos a una reforma saludable, capaz de
ofrecer a las masas mayor felicidad que la que hasta ahora han conocido.
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