martes, 16 de diciembre de 2014

¿TIENE DIOS EL DERECHO DE PERDONAR?

LA CLAVE DE LA TEOSOFÍA

EXPOSICIÓN CLARA EN FORMA DE PREGUNTAS Y RESPUESTAS DE LA ÉTICA, CIENCIA Y FILOSOFÍA
PARA CUYO ESTUDIO HA SIDO FUNDADA LA SOCIEDAD TEOSÓFICA

Dedicada por H. P. B.
a todos sus discípulos
para que aprendan y puedan enseñar a su vez.

(Parte 47)

¿TIENE DIOS EL DERECHO DE PERDONAR?

A la Doctrina de la “expiación por procuración”; me refiero a ese dogma peligroso en que creéis, y que nos enseña que por enormes que sean nuestros crímenes contra las leyes de Dios y del hombre, nos basta creer en el sacrificio de Jesús por la salvación de la humanidad para que su sangre nos deje libres de toda mancha. Hace veinte años que combato esta doctrina, y llamaré ahora vuestra atención sobre un párrafo de Isis sin Velo, escrito en 1875. He aquí lo que enseña el Cristianismo y lo que combatimos:
“La compasión de Dios es ilimitada e insondable. Es imposible concebir un pecado humano tan enorme, que no pueda borrarlo el precio pagado de antemano por la redención del pecador, aunque fuese mil veces mayor. Además, nunca es demasiado tarde para arrepentirse. Aunque el pecador espere hasta el último minuto de la última hora del último día de su vida mortal para que sus labios fríos pronuncien la confesión de fe, puede entrar en el Paraíso; así lo hizo el ladrón moribundo, y todos los demás, tan perversos como él, pueden hacerlo. Tales son las presunciones de la Iglesia y del clero; presunciones sostenidas ante vuestros compatriotas por los predicadores favoritos de Inglaterra, en plena “luz del siglo XIX “, el más paradójico de todos.”
Ahora bien; ¿adónde conduce esto?

¿No hace del cristiano un hombre más feliz que el Buddhista o el brahmán?
No; al menos tratándose de un hombre ilustrado, puesto que la mayoría de éstos han perdido virtualmente, hace ya mucho tiempo, toda creencia en ese dogma cruel. Pero conduce más fácilmente al borde de todo crimen concebible a aquellos que aún creen en él, que cualquier otro de los que conozco. Permitidme que una vez más me refiera a la obra “Isis sin Velo” (Vol. II):
“Si nos colocamos fuera del reducido círculo de las creencias y consideramos al Universo como un todo gobernado por el exquisito ajuste de las partes, ¡cómo se rebelan contra la doctrina de la expiación por valimiento ajeno, toda sana lógica y el sentimiento más elemental de justicia! Si sólo pecase el criminal contra sí mismo, y sólo a sí mismo se perjudicase; si pudiese con el arrepentimiento sincero borrar los hechos pasados, no sólo de la memoria del hombre, sino también de ese registro imperecedero que ninguna deidad –ni la más Suprema de las Supremas siquiera– puede destruir, en ese caso podría no ser inconcebible este dogma. ¡Pero sostener que puede uno perjudicar a su semejante, matar, turbar el equilibrio de la sociedad y el orden natural de las cosas, y luego, por cobardía o esperanza, por fuerza, o por lo que fuese, hallar el perdón, sólo por creer que el derramamiento de una sangre lava otra sangre vertida, es un absurdo! ¿Pueden borrarse los resultados de un crimen, aun cuando éste fuese perdonado? Jamás se circunscriben los efectos de una causa a los límites de la misma, ni pueden los resultados del crimen reducirse al ofensor y a su víctima. Cada acción buena o mala trae sus efectos, tan palpables como el de una piedra arrojada en el agua tranquila. El ejemplo es vulgar, pero es el mejor, y debemos emplearlo. Los círculos ondulatorios son más sólidos o más rápidos según sea mayor o menor el objeto que viene a perturbarla; pero la piedrecita más pequeña, el objeto más insignificante, produce sus ondas correspondientes. Y no sólo es esa perturbación visible en la superficie; debajo, de modo invisible, y en toda dirección –hacia arriba y hacia abajo–, la gota empuja a la gota, hasta que las orillas y el fondo sienten la fuerza puesta en acción. Aun más: el aire que está encima del agua es agitado, y como nos dicen los físicos, esa perturbación pasa de capa en capa indefinidamente, en el espacio; ¡un impulso ha sido dado a la materia y éste jamás se pierde, jamás puede anularse…
“Tal sucede con respecto tanto al crimen como a la virtud. Puede la acción ser instantánea; los efectos son eternos. Cuando, después de haber caído la piedra en el estanque, podamos recogerla con la mano, rechazar las ondas, anular la fuerza dada, restablecer las ondulaciones etéreas en su estado previo y borrar todo rastro producido por el hecho de haber tirado el objeto, de modo que no conste en los anales del tiempo el haber tenido lugar jamás aquel acto, entonces podremos oír pacientemente a los cristianos defender la eficacia de esta clase de expiación y dejar de creer en la ley kármica. Pero por ahora nos sometemos al juicio del mundo entero para que decida cuál de las dos doctrinas aprecia mejor la justicia divina, cuál es más razonable, hasta desde el punto de vista de la evidencia y lógica humanas.”
Sin embargo, existen millones de seres que creen en el dogma cristiano, y son felices.
Es efecto de un sentimentalismo que se sobrepone a sus facultades racionales, y  que ningún filántropo o altruista verdadero aceptará jamás. No es siquiera un sueño de egoísmo, sino una pesadilla de la inteligencia humana. Ved a dónde conduce, y citadme el nombre de un país pagano donde se cometan crímenes más fácilmente o en mayor número que en las naciones cristianas. Repasad la lista tan larga y espantosa de crímenes cometidos en países europeos, y observad la protestante y bíblica América. Allí son más numerosas las conversiones llevadas a cabo en las cárceles, qué las conseguidas por los actos y predicaciones públicas.
“Ved en qué estado se halla la gran balanza de la justicia cristiana (!): asesinos llenos de sangre, impulsados por los demonios de la lujuria, de la venganza, de la envidia, del fanatismo; o por el simple deseo brutal de verter sangre, que matan a sus víctimas, muchísimas veces, sin darles tiempo para arrepentirse o invocar a Jesús. Quizás aquéllas habrán muerto en el pecado, y naturalmente, de acuerdo con la lógica de la Teología, hallan el castigo de sus culpas, grandes o pequeñas. Pero el asesino alcanzado por la justicia humana, reducido a prisión y compadecido por los sentimentalistas que rezan con y por él, pronuncia las palabras mágicas de la conversión, y redimido por Jesús, sube al patíbulo. A no ser por el asesinato, nadie hubiera rezado con él, ni se lo hubiese redimido ni perdonado.
¡Evidentemente hizo bien este hombre en matar, porque de ese modo alcanzó la felicidad eterna!
¿Y qué sucede con la víctima, con su familia, con sus parientes, con sus íntimos y con las relaciones sociales?
¿No tiene la justicia recompensa alguna para ellos?
¿Han de verse condenados a sufrir en este mundo y en el próximo, mientras que el que les causó el daño está sentado al lado del “buen ladrón” del Calvario, y queda bendecido para siempre?
Respecto a esta pregunta, el clero guarda un silencio prudente.” (Isis sin Velo, Ibíd.)
Y ahora ya sabéis por qué los teósofos –cuya creencia fundamental y cuya esperanza es la justicia para todos, tanto en el Cielo como en la Tierra (y el Karma)– rechazan este dogma.
¿No es entonces un Cielo sobre el que Dios preside el destino último del hombre, sino la transformación gradual de la materia en su elemento primordial, el espíritu?
A esa meta tiende todo en la Naturaleza.
¿No consideran algunos de vosotros esa asociación o “caída del espíritu en la materia” como un mal, y el renacimiento como un dolor?

Algunos sí, y, por consiguiente, se esfuerzan en abreviar su período de prueba en la Tierra. No es, sin embargo, un mal completo, puesto que asegura la experiencia por la cual alcanzamos el conocimiento y la sabiduría. Me refiero a esa experiencia que enseña que nunca pueden satisfacerse las necesidades de nuestra naturaleza espiritual por otros medios que por la felicidad espiritual. Mientras permanecemos en el cuerpo, estamos sujetos al dolor, al sufrimiento y a todas las adversidades y desengaños que ocurren durante la vida.
Por tanto, y para atenuar esto, adquirimos al fin el conocimiento, que sólo puede proporcionarnos el alivio y la esperanza de un porvenir mejor.


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