LA CLAVE DE LA TEOSOFÍA
EXPOSICIÓN CLARA EN FORMA DE PREGUNTAS Y
RESPUESTAS DE LA ÉTICA, CIENCIA Y FILOSOFÍA
PARA CUYO ESTUDIO HA SIDO FUNDADA LA
SOCIEDAD TEOSÓFICA
Dedicada por H. P. B.
a todos sus discípulos
para que aprendan y puedan enseñar a su
vez.
(Parte 37)
DE LA
CONCIENCIA “POST MORTEM”
Y “POST
NATUN.” *
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* Algunas
partes de este capítulo y del anterior fueron publicadas en la revista Lucifer
bajo la forma de un “Diálogo sobre los Misterios de la
Vida Futura”,
en el número de enero de 1889. El artículo no llevaba firma, como si fuese
escrito por el editor, pero era debido a la pluma del autor del presente
volumen.
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Si la Propia
conciencia sobrevive a la muerte por regla general, ¿por qué ha de haber excepciones?
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En
los principios fundamentales del mundo espiritual no es posible excepción alguna.
Pero existen leyes para los que ven, y leyes para aquellos que prefieren
permanecer
ciegos.
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Esto lo comprendo
perfectamente. Sólo se trata en este caso de la aberración del hombre ciego,
que niega la existencia del Sol porque no lo ve. Más, después de la muerte,
sus ojos espirituales lo obligarán seguramente a ver. ¿Es esto lo que queréis
decir?
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Ni
se lo obligará ni verá nada. Habiendo negado con persistencia, durante la
vida, la continuación de la existencia después de la muerte, no podrá verla;
porque habiendo sido reprimidas sus facultades espirituales durante la vida,
no pueden desarrollarse después de la muerte, y permanecerá ciego. Al
insistir en que debe ver, os referís, evidentemente, a una cosa y yo a otra.
Habláis del espíritu del Espíritu, de la llama de la Llama (de
Âtma, en una palabra), y
lo confundís con el alma humana, Manas… Veo que no me comprendéis; trataré de
explicarme con toda la claridad posible. El punto capital que encierra
vuestra pregunta es saber si tratándose de un materialista completo, es
posible la pérdida de la propia conciencia y propia percepción después de la
muerte. ¿No
es esto? Y
yo contesto: es posible. Porque creyendo firmemente en nuestra Doctrina
Esotérica, que habla del período post mortem, o intervalo entre dos vidas o
nacimientos, como de un estado simplemente transitorio, digo: aunque el intervalo
entre dos actos del drama ilusorio de la vida dure un año o un millón de
ellos, puede ese estado post mortem, sin quebrantar en nada la ley fundamental,
ser precisamente el mismo que el de un hombre en estado de síncope profundo.
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Pero, puesto que
acabáis de decir que las leyes fundamentales del estado post morten no admiten excepciones, ¿cómo puede ser
esto?
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No
digo que admita excepción alguna; mas la ley espiritual de continuidad sólo
se aplica a las cosas verdaderamente reales. Para aquel que ha leído y
comprendido el Mundakya Upanishad y el Vedanta–Sara, todo esto
resulta muy claro. Aun diré más: basta comprender el significado de Buddhi y
el dualismo de Manas para entender claramente por qué puede el materialista
perder la propia conciencia después de la muerte. Como Manas, en su aspecto
inferior, es el centro de la inteligencia terrestre, sólo puede dar aquella percepción
del Universo que está basada en la evidencia de esa inteligencia; no puede darnos
la visión espiritual. Dice la escuela Oriental que entre Buddhi y Manas (el
Ego), o Iswara y Pragna (Îswara
es la conciencia colectiva de la Deidad manifestada, Bramâ, es decir, la
conciencia colectiva de la Hueste de los Dhyân Chohans (véase, Doctrina
Secreta ); y Pragna es la sabiduría individual de éstos.) ,
no hay más diferencia, en realidad, que la que existe entre un bosque y
sus árboles, un lago y sus aguas, según enseña el Mundakya. Un
centenar o varios centenares de árboles muertos por falta de vitalidad o
arrancados de cuajo no impiden, sin embargo, que el bosque siga siendo un
bosque.
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Pero,
si lo entiendo bien, Buddhi, en esta comparación, representa al bosque, y Manas–Taijasa
(Taijasa significa el
radiante, por efecto de su unión con Buddhi; es decir, Manas, el Alma humana,
iluminada por la radiación del alma divina. Por consiguiente, Manas–Taijasa
puede describirse como la mente radiante, la razón humana iluminada
por la luz del espíritu; y Buddhi–Manas es la revelación del intelecto divino
plus el intelecto y propia conciencia humana.) los árboles. Y si
Buddhi es inmortal, ¿cómo puede aquello que es semejante al mismo Buddhi, es decir, Manas–Taijasa, perder por
completo su conciencia hasta el día de la nueva encarnación? No puedo
comprenderlo.
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No
podéis, porque mezcláis una representación abstracta del todo, con sus cambios
de forma accidentales. Tened presente que si puede decirse de Buddhi–Manas
que es incondicionalmente inmortal, no puede decirse lo mismo del Manas
inferior, y mucho menos de Taijasa, que es meramente un atributo.
Ninguno de los dos, Manas ni Taijasa, puede existir separado de Buddhi, el
alma divina; porque Manas es en su aspecto inferior un atributo calificativo
de la personalidad terrestre, y Taijasa es el mismo Manas, sólo que con la
luz de Buddhi reflejada en él. A su vez, Buddhi sólo sería un espíritu
personal sin este elemento prestado por el alma humana que lo condiciona y
hace de él, en este Universo ilusorio, como si fuese una cosa separada del
alma universal, durante todo el período del ciclo de encarnación.
Digamos, más bien, que Buddhi–Manas no puede ni morir ni perder en la Eternidad
su propia conciencia una ni el recuerdo de sus encarnaciones anteriores, en
las que el alma espiritual y el alma humana estuvieron íntimamente ligadas.
Mas no sucede así tratándose de un materialista, cuya alma humana no sólo no
recibe nada del alma divina, sino que se niega a reconocer la existencia de
esta última. Difícilmente podréis aplicar este axioma de la inmortalidad a
los atributos y cualidades del alma humana, pues sería lo mismo que decir que
porque vuestra alma divina es inmortal, es también inmortal la frescura de vuestras
mejillas, cuando esta frescura, lo mismo que Taijasa, es sencillamente un
fenómeno transitorio.
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¿Os referís a que
no debemos confundir en nuestra mente el noúmeno con el fenómeno, la causa
con su efecto?
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Sí;
y repito que el resplandor del mismo Taijasa, limitado a Manas o al alma humana
sola, se convierte en una mera cuestión de tiempo; porque, después de la muerte,
la inmortalidad y la conciencia se convierten, para la personalidad terrestre
del hombre, simplemente en atributos condicionados, ya que dependen por
completo de las condiciones y creencias creadas por el alma humana misma
durante la vida de su cuerpo. Karma obra incesantemente; recogemos después
de nuestra vida sólo el fruto de aquello que nosotros mismos hemos
sembrado en ésta.
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Si después de la
destrucción de mi cuerpo puede encontrarse sumido mi Ego en un estado de
inconsciencia completa, ¿dónde tendrá lugar el castigo por los pecados
cometidos durante mi vida pasada?
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Nuestra
filosofía enseña que sólo encuentra el Ego el castigo kármico en su próxima
encarnación. Después de la muerte sólo recibe el premio de los sufrimientos inmerecidos
que durante su pasada encarnación experimentó (Algunos teósofos han puesto reparos
a esta frase; pero las palabras son del Maestro, y el sentido unido a la
palabra “inmerecidos” es el que he dado antes. En el folleto número 6, de la T.P.S.
(Sociedad Teosófica de Publicación), se empleaba una frase con la misma
idea, de que después se hizo una crítica en el Lucifer. En la forma
era desgraciada y se prestaba a la crítica que se hizo de ella; pero la idea
esencial era que los hombres sufren a menudo por efecto de las acciones
llevadas a cabo por otros; efecto que no forma parte estrictamente de su
propio Karma; y, como es natural, merecen la compensación de estos
sufrimientos.).
Todo el castigo después de la muerte, hasta para un materialista, consiste,
por lo tanto, en no recibir recompensa alguna y en la pérdida total de la
conciencia de la propia felicidad y descanso. Karma es hijo del Ego
terrestre, el fruto de las acciones del árbol que resulta la personalidad
objetiva visible para todos, así como el fruto de todos los pensamientos y
hasta de los motivos del “Yo” espiritual; pero también es Karma la madre
cariñosa y tierna que cura las heridas infligidas por ella durante la vida
anterior; sin torturar a aquel Ego causándole nuevos sufrimientos. Si se
puede decir que no existe sufrimiento alguno, mental o físico, en la vida de
un mortal, que no sea fruto y consecuencia directa de algún pecado cometido
en una previa existencia; por otra parte, no conservando el hombre el menor
recuerdo de ello en su vida actual, considera que no merece tal castigo y que
está sufriendo por un crimen que no ha cometido. Basta esto para que el alma
humana tenga derecho al consuelo, descanso y bienaventuranza más completos,
en su existencia post mortem. Siempre se presenta la muerte para nuestros
Egos espirituales como salvadora y amiga. Para el materialista que a pesar de
su materialismo no fue malo, será el intervalo entre las dos vidas semejante
al sueño tranquilo y no interrumpido de un niño, bien sea libre enteramente
de ensueños o lleno de imágenes de las que no tendrá percepción definida;
mientras que para el mortal ordinario será un sueño tan vivo y animado como
la vida misma, y lleno de felicidad y visiones reales.
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¿Entonces el
hombre personal siempre continuará sufriendo ciegamente las penalidades en que
el Ego incurrió?
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No
del todo así. En el momento solemne de la muerte, todo hombre, aun cuando la
muerte sea repentina, ve trazado ante sus ojos y en sus menores detalles el
itinerario de su pasada vida. Durante un corto instante, el ego personal se
funde con el Ego individual, omnisciente, formando con éste uno solo.
Pero basta ese instante para revelarle toda la cadena de causas puestas en
acción durante su vida. Se contempla y comprende entonces a sí mismo, tal
cual es, descarnado de toda adulación y propias ilusiones. Lee en su vida
cual espectador que dirige la mirada hacia el mundo que está abandonando, y
siente entonces la justicia de todos cuantos sufrimientos ha experimentado.
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¿Sucede esto a
todo el mundo?
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Sin
excepción alguna. Nos enseñan que los hombres muy santos y buenos ven no sólo
la vida que están dejando, sino hasta varias vidas anteriores, en que se
produjeron las causas que hicieron de ellos lo que eran en la vida que en ese
momento abandonan.
Reconocen
la ley de Karma en toda su majestad y justicia.
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¿Existe algo que
corresponda a esto antes del renacimiento?
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Sí.
Así como el hombre a la hora de la muerte tiene una visión retrospectiva profunda
de la vida que ha llevado, así también el Ego, en el momento de renacer en la
Tierra, despertándose del estado de Devachán, tiene una visión previsora de
la vida que lo espera, y considera todas las causas que a ella lo han
llevado. Se da cuenta y ve el futuro, porque entre el Devachán y el
renacimiento es cuando recupera el Ego toda su conciencia manásica, y
vuelve a ser por un momento el Dios que era antes de que, en cumplimiento de la
ley Kármica, descendiese por primera vez en la materia y encarnase en el
primer hombre de
carne. El “hilo de oro” contempla todas sus “perlas” y no pierde ninguna de
ellas.
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