martes, 2 de diciembre de 2014

POR QUÉ NO CREEN LOS TEÓSOFOS EN LA VUELTA DE LOS ESPÍRITUS PUROS

LA CLAVE DE LA TEOSOFÍA

EXPOSICIÓN CLARA EN FORMA DE PREGUNTAS Y RESPUESTAS DE LA ÉTICA, CIENCIA Y FILOSOFÍA
PARA CUYO ESTUDIO HA SIDO FUNDADA LA SOCIEDAD TEOSÓFICA

Dedicada por H. P. B.
a todos sus discípulos
para que aprendan y puedan enseñar a su vez.

(Parte 35)

POR QUÉ NO CREEN LOS TEÓSOFOS EN LA VUELTA DE LOS ESPÍRITUS PUROS
¿Qué queréis decir? ¿En qué se opone esto a su felicidad?
Es muy sencillo. Os pondré un ejemplo. Muere una madre, dejando abandonadas a sus criaturas huérfanas, a quienes adora, y quizás también a un esposo querido. Decimos que su “Espíritu” o Ego, esa individualidad penetrada por completo durante todo el período devachánico, por los más nobles sentimientos que su última personalidad tuvo, es decir, amor hacia sus hijos, compasión por los que sufren, etc., decimos que está entonces enteramente separado de este “valle de lágrimas”; que su felicidad futura consiste en la bendita ignorancia de todas las miserias que ha dejado detrás de sí. Los espiritistas sostienen, por el contrario, que se dan cuenta de ellas tanto o más que antes, porque los “espíritus ven más que los mortales”. Nosotros sostenemos que la dicha en el estado devachánico consiste en la completa convicción de no haber abandonado nunca la Tierra y de que no existe la muerte; que la conciencia post mortem espiritual de la madre la hará sentir y ver que vive rodeada de sus hijos y de todos aquellos a quienes amó; que no faltará un solo detalle que pueda turbar en su estado desencarnado la felicidad más perfecta y absoluta. 
Niegan este punto rotundamente los espiritistas. Según su doctrina, el desgraciado ser humano ni aun con la muerte se libra de las penas de esta vida. Ni una gota sola del cáliz de amargura y tormentos de la vida escapará a sus labios; y nolens volens, puesto que ahora todo lo ve, ha de apurarlo hasta el fin. Así es que la amante esposa, que durante su vida estaba dispuesta a evitar a su marido las penas, al precio de la sangre de su propio corazón, se halla condenada a ver su desesperación sin poder en modo alguno remediarlo, y a darse cuenta de cada ardiente lágrima que derrama por su pérdida. Peor aún: puede observar que las lágrimas se secan demasiado pronto, y ver junto al padre de sus hijos otra cara querida; ver, a otra mujer en su lugar, reemplazándola en su cariño; condenada a oír a sus hijos, huérfanos, dar el santo nombre de “madre” a una mujer que no siente por ellos más que indiferencia, y contemplar cómo los desatiende, si es que no los maltrata. ¡Según esta doctrina, “la tranquila y dulce ascensión a la vida inmortal” se convierte, sin transición alguna, en un nuevo sendero de sufrimientos mentales! ¡Y, sin embargo, las columnas del Banner of Light, el antiguo órgano de los espiritistas norteamericanos, están llenas de comunicaciones y avisos procedentes de los muertos, los “queridos ausentes”, que escriben para manifestarnos lo muy FELICES que todos son! ¿Es compatible con la felicidad ese conocimiento de lo que sucede en la Tierra? La felicidad, en tal caso, es igual al castigo más terrible; y la condenación ortodoxa sería un consuelo en comparación.
¿Cómo resolvéis este punto con vuestra teoría? ¿Cómo podéis conciliar la teoría de la omnisciencia del alma con su ignorancia acerca de lo que pasa sobre la tierra?

. Porque tal es la ley del amor y de la compasión. Durante cada período devachánico, el Ego, omnisciente per se, se reviste, por decirlo así, del reflejo de la personalidad pasada. Acabo de deciros que la florescencia ideal de todo lo abstracto, y, por lo tanto, de todas las cualidades y atributos imperecederos y eternos, como el amor y la misericordia, el amor al bien, a la verdad y a lo bello, que se albergaron en el corazón de la “personalidad” viviente, se adhieren al Ego después de la muerte, y, por consiguiente, le siguen al Devachán. Durante ese tiempo el Ego se convierte en el reflejo ideal del ser humano que existió últimamente en la tierra, y éste no es omnisciente. Si lo fuese, no estaría en el estado que llamamos Devachán.
¿Cuáles son vuestras razones para opinar así?
Si queréis una contestación basada estrictamente en nuestra filosofía, os diré, en tal caso, que esto es así porque, fuera de la verdad eterna, ye no tiene ni forma, ni color, ni límites, todo es ilusión (Maya). Aquel que se ha colocado fuera del velo de Maya (como sucede con los Adeptos e Iniciados más elevados) no puede tener Devachán. En cuanto al común de los mortales, su bienaventuranza es completa en el Devachán. Es un olvido absoluto de todo cuanto les causara dolor o pena en su encarnación última, y hasta un olvido del hecho mismo de que existan semejantes sufrimientos. La entidad devachánica vive, durante su ciclo intermedio entre dos encarnaciones, rodeada por todo aquello a que aspiró y deseó en vano, en compañía de todos los que amó en la Tierra. Ha alcanzado la realización de todas las aspiraciones de su alma, y así vive durante largos siglos de una existencia de dicha sin mezcla, que es el premio de sus sufrimientos en la vida terrestre. En una palabra, se baña en un mar de continua felicidad, intercalada tan sólo por sucesos de un grado de felicidad mayor aún.
¡Esto es más aún que una ilusión; es una existencia de alucinaciones insanas!
Puede que sea así, desde vuestro punto de vista, pero no desde el de la filosofía.
Aparte de esto, ¿no está toda nuestra vida terrestre llena de tales ilusiones? ¿No habéis encontrado nunca hombres y mujeres que viven durante años en un paraíso fantástico? ¿Si averiguaseis que el marido de una mujer por ella adorado, y que se creyese igualmente amada, es infiel a la misma, os atreveríais a desgarrar su corazón y echar por tierra sus doradas ilusiones revelándole la verdad? No lo creo. Repito que ese olvido y alucinación del Devachán, si tal nombre les dais, no son más que una ley misericordiosa de la Naturaleza y estricta justicia. De todos modos, es una perspectiva mucho más halagüeña que la ortodoxa, con su arpa dorada y su par de alas. Creer que “el alma viviente asciende con frecuencia a la celestial Jerusalén, recorriendo familiarmente sus calles, visitando a los patriarcas y profetas, saludando a los apóstoles y admirando al ejército de mártires”, podrá parecer a algunos más piadoso. Sin embargo, es una alucinación de un carácter mucho más ilusorio, porque las madres quieren a sus hijos con amor inmortal, según todos lo sabemos, mientras que los personajes mencionados en la “celestial Jerusalén” son de una naturaleza más dudosa. Pero, sin embargo, mejor aceptaría lo de la “nueva Jerusalén”, con sus calles empedradas a estilo de escaparate de un joyero, que el consuelo de la doctrina despiadada de los espiritistas. Su idea de que las almas intelectuales conscientes de nuestro propio padre, madre, hija o hermano encuentran su felicidad en un “País de estío” (Summer land), que describen (algo más natural, pero exactamente tan ridícula como la “Nueva Jerusalén”), bastaría para hacer perder a uno todo respeto hacía sus “ausentes”. Creer que un espíritu puro puede ser feliz mientras se ve condenado a presenciar los pecados, los errores, la traición y, sobre todo, los sufrimientos de aquellos de quienes está separado por la muerte, y a quienes más quiere, sin poder prestarles auxilio, sería un pensamiento capaz de volvernos locos.
Algo de verdad encierra vuestro argumento. Confieso que no lo había considerado nunca desde este punto de vista.

Así es; y se necesita ser profundamente egoísta y privado en absoluto del sentido de la justicia retributiva para imaginarse cosa semejante. En el Devachán estamos con los que hemos perdido cuando nos hallábamos en forma material, y mucho, mucho más cerca de ellos, entonces, que cuando estaban vivos. Y esto no es tan sólo una ilusión de la entidad devachánica, como podrán creer algunos, sino una realidad. Porque el puro amor divino no es sólo la flor de un corazón humano, sino que tiene sus raíces en la eternidad. El santo amor espiritual es eterno, y tarde o temprano hace Karma que todos los que se amaron con ese afecto espiritual encarnen una vez más en el mismo grupo de familia. Repetimos que el amor de ultratumba, por más que lo tachéis de ilusorio, tiene un poder mágico y divino, que reacciona sobre los vivos. El amor que el Ego de una madre siente por los hijos imaginarios que ve cerca de sí (al vivir en una felicidad que es tan real para él como cuando se encontraba en la tierra), este amor siempre lo sentirán sus hijos durante su vida. Se manifestará en sueños, y a menudo en diversos acontecimientos, como en protecciones providenciales, porque el amor es un escudo poderoso y no está limitado por el espacio ni el tiempo. Lo que acabamos de decir respecto de esa “madre” devachánica puede aplicarse a las demás relaciones y afectos, excepto los puramente egoístas o materiales. La analogía os sugerirá lo demás.
¿No admitís entonces en ningún caso la posibilidad de comunicación de los vivos con el espíritu desencarnado?

. Sí; existen dos excepciones a la regla. Tiene lugar la primera excepción, durante los primeros días inmediatamente después de la muerte de una persona, y antes de que entre el Ego en el estado devachánico. En cuanto a que mortal alguno haya obtenido mucho beneficio del regreso del espíritu al plano objetivo, ésa es otra cuestión. Quizá haya ocurrido así en algunos raros casos excepcionales, cuando la intensidad del deseo del moribundo por algún objeto determinado haya forzado a la conciencia superior a permanecer despierta, y por lo tanto fue la individualidad, el “espíritu”, lo que se comunicó. Después de la muerte, el espíritu está ofuscado, deslumbrado, y muy pronto cae en lo que llamamos la “inconsciencia predevachánica”. La segunda excepción corresponde a los Nirmânakâyas.
¿Quiénes son éstos? ¿Qué significado tiene ese nombre para vosotros?
Es el nombre dado a aquellos que, si bien han ganado el derecho al Nirvana y al reposo cíclico (No al Devachán, pues éste es una ilusión de nuestra conciencia, un sueño feliz; y los que son dignos del Nirvana han perdido necesariamente todo deseo, o posibilidad de deseo, de las ilusiones del mundo.), han renunciado, por compasión a la humanidad y a los que dejaron en la Tierra, al estado Nirvánico. Semejantes Adeptos, Santos, o como queráis llamarlos, considerando como un acto de egoísmo el reposo en la bienaventuranza, mientras que la humanidad gime bajo el peso de los sufrimientos y de la miseria producidos por la ignorancia, renuncian al Nirvana y resuelven permanecer invisibles en espíritu, en esta tierra.
Los Nirmânakâyas carecen de cuerpo material, puesto que lo han abandonado; pero, por lo demás, continúan en la posesión de todos sus principios, hasta en la vida astral de nuestra esfera. Ellos pueden comunicarse y se comunican con unos cuantos elegidos, aunque no seguramente con los médiums ordinarios.
Os hice la pregunta acerca de los Nirmânakâyas porque he leído en algunas obras alemanas y otras que éste era el nombre dado en las doctrinas buddhistas del Norte a las apariencias terrestres o cuerpos de que se revisten los Buddhas.
Así es; sólo que los orientalistas han confundido ese cuerpo “terrestre”, concibiéndolo como objetivo y físico, en vez de puramente astral y subjetivo.

¿Y qué bien pueden hacer en la Tierra los Nirmânakâyas?
No mucho, respecto a los individuos, puesto que no tienen el derecho de intervenir en el Karma, y sólo pueden aconsejar e inspirar a los mortales, para el bien general. Sin embargo, hacen mayor número de acciones benéficas de lo que os imagináis.
Jamás aceptaría esto la ciencia, ni siquiera la psicología moderna. Para ellas, ninguna porción de nuestra inteligencia puede sobrevivir al cerebro físico. ¿Qué podéis contestar a esto?

No me tomaría ni siquiera el trabajo de contestar, pero diré, sencillamente, con las palabras atribuidas a “M. A. Oxon”: La inteligencia se perpetúa después que el cuerpo ha muerto. Porque no es sólo una cuestión de cerebro… Por lo que ya sabemos, se puede sostener con razón la indestructibilidad del espíritu humano” (Pág. 69 de Spirit Identity.).
Pero “M. A. Oxon” es espiritista.
Precisamente, y el único verdadero espiritista que conozco, aunque podamos disentir de él en muchas cuestiones de menor importancia. Aparte de esto, ningún espiritista se acerca más que él a las verdades ocultas. Habla constantemente, como lo haría cualquiera de nosotros, “de los peligros exteriores que amenazan al profanador de lo oculto, ignorante y poco preparado, que penetra en su dominio sin calcular el riesgo” (“Cosa que sé del Espiritismo, y otras que no sé.”)Nuestra desavenencia estriba únicamente en la cuestión de la identidad del espíritu”. Exceptuando este punto, por mi parte estoy de acuerdo con él, casi por completo, y acepto las tres proposiciones contenidas en su discurso de julio de 1884 más bien este eminente espiritista está en desacuerdo con nosotros, que nosotros con él.
¿Cuáles son esas proposiciones?
1ª Que existe una vida que coincide con la vida física del cuerpo y que es independiente de ésta.
2ª Que, como corolario preciso, esa vida se extiende más allá de los límites de la vida del cuerpo. (Nosotros decimos que se extiende a través de Devachán).
3ª Que existe comunicación entre los que viven en aquel estado de existencia y los habitantes del mundo en que vivimos ahora.
Todo depende, como veis, de los aspectos secundarios de estas proposiciones fundamentales. Estriba tan sólo en el modo de considerar el Espíritu y el Alma, o la Individualidad y la Personalidad. Los espiritistas confunden a ambas en “una sola”; nosotros las separamos, y decimos que, aparte de las excepciones ya enumeradas, no volverá espíritu alguno a visitar la Tierra, aunque sí puede hacerlo el alma animal. Pero volvamos a nuestro presente asunto principal, o sean los skandhas.
Empiezo ahora a entenderlo mejor. Es la esencia de los skandhas más elevados la que, adhiriéndose al Ego que se encarna, sobrevive y es agregada a la masa de sus experiencias angélicas;
mientras que los atributos relacionados con los skandhas materiales, con objetos o motivos egoístas y personales, son los que desaparecen del campo de acción entre dos encarnaciones, para reaparecer en la encarnación subsiguiente, como resultados kármicos que han de ser expiados; y, por consiguiente, el espíritu no abandonará el Devachán. ¿No es esto?
Casi enteramente. Si a ello añadís que la ley de retribución o Karma, que recompensa en el Devachán a los seres más elevados y espirituales, jamás deja de premiarlos de nuevo en la Tierra, dotándolos de un desarrollo más completo, y proporcionando al Ego un cuerpo en armonía con él, entonces tendréis la verdad exacta.



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