LA CLAVE DE LA TEOSOFÍA
EXPOSICIÓN CLARA EN FORMA DE PREGUNTAS Y
RESPUESTAS DE
LA ÉTICA, CIENCIA Y FILOSOFÍA
PARA CUYO ESTUDIO HA SIDO FUNDADA LA
SOCIEDAD TEOSÓFICA
Dedicada por H. P. B.
a todos sus discípulos
para que aprendan y puedan enseñar a su
vez.
(Parte 40)
EL EVANGELIO DE SAN JUAN ENSEÑA
ESTA DOCTRINA
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Los partidarios de esta creencia
podrían contestar a eso que aun cuando el dogma ortodoxo amenaza con un Infierno demasiado
realista al pecador impenitente y al materialista, por otra parte le concede
la posibilidad de arrepentirse hasta el último momento. Además, no enseña el aniquilamiento
o pérdida de la personalidad, que viene a ser lo mismo.
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Si la Iglesia no
enseña nada de esto, Jesús, en cambio, lo enseña; y para los que consideran a
Cristo como superior al cristianismo, es algo.
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¿Enseña Cristo cosa semejante?
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Lo enseña; y todo
Ocultista bien informado y hasta cualquier kabalista os dirá lo mismo.
Cristo, o al menos el cuarto Evangelio, enseña la reencarnación como también
el aniquilamiento de la personalidad, según podéis ver si descartáis la letra
muerta y os atenéis al espíritu esotérico. Recordad los versículos 1º y 2º
del capítulo XV de San Juan. –¿De qué trata la parábola, sino de la Tríada superior
en el hombre?
Âtma es el labrador;
el Ego Espiritual o Buddhi
(Christos), la Viña,
mientras que el
Alma animal y vital,
la personalidad, es la “rama”.
“Yo soy la verdadera vid, y mi Padre el labrador. Cada
sarmiento que en mí no da fruto, lo arranca… Así como no puede el sarmiento
dar fruto por sí solo, sino manteniéndose en la cepa, tampoco vosotros lo
podéis dar, como no viváis en mí. Yo soy la cepa, vosotros sois los
sarmientos. Si un hombre no vive en mí, es desechado como un sarmiento y se seca, luego se los recoge y se los
echa al fuego y se queman.”
Nosotros lo explicamos del modo siguiente: No creyendo en los
fuegos del Infierno que descubre la Teología en la amenaza dirigida a los
sarmientos, decimos que el “labrador” significa Âtma, el símbolo del
principio impersonal infinito (Durante los Misterios, el
hierofante era el “Padre” que plantaba la Viña. Cada símbolo tiene sus siete
claves. El revelador del pleroma, siempre era llamado “Padre.”), mientras que la
“vid” representa el Alma Espiritual, Christos, y cada
“sarmiento una nueva encarnación.
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¿En qué pruebas os apoyáis para
sostener una interpretación tan arbitraria?
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El simbolismo
universal es una garantía de su exactitud y de que no es arbitraria. Hermas
dice, hablando de “Dios”, que “plantó el viñedo”, es decir, que creó a la
humanidad. Vemos en la Kábala que el Anciano de los Ancianos, o la
“Larga Faz”, planta una viña, representando ésta a la humanidad, y una cepa o
vid, que significa la vida. Por esta razón, al espíritu del “Rey Mesiah”
nos lo representa lavando sus vestiduras en el vino de arriba, desde la
creación del mundo (Zohar, XL, 10.). El Rey Mesiah es el Ego purificado por el
lavado de sus vestiduras (es decir, las personalidades de sus
renacimientos) en el vino de arriba o Buddhi. Adam o A–dam es la
“sangre”. La vida de la carne está en la sangre (nephesh, alma), (Levítico,
XVII). Y Adam Kadmon es el Único Engendrado. También Noé planta un
viñedo, la cuna alegórica de la futura humanidad. Como consecuencia de la
adopción de la misma alegoría, la hallamos reproducida en el Códex Nazareno.
Siete son las cepas o vidas creadas cuyas siete cepas o vidas son nuestras
Siete Razas, con sus siete Salvadores o Buddhas– que nacen de Jukabar Zivo;
y Aebel Zivo las riega (Codees Nazaroeus, Liber Adami Appellatus,
III, 60, 61.). Cuando asciendan los
bienaventurados hasta las criaturas de Luz, contemplarán a Jukabar Zivo, Señor
de la Vida y la primera Vid (Ibíd., II, 281).
Estas metáforas Kabalísticas
se repiten, naturalmente, en el Evangelio de San Juan. No olvidemos que, en
el sistema humano –según aquellas mismas filosofías que ignoran nuestra
división septenaria–, el Ego u hombre pensante es llamado Logos,
o el “hijo” del alma y del Espíritu. “Manas es el hijo adoptivo del Rey y la
Reina” (equivalentes esotéricos de Âtma y Buddhi), dice una obra oculta. Él
es el “hombre Dios” de Platón, que se crucifica a sí mismo en el espacio,
o duración del ciclo de vida, para la redención de la MATERIA. Esto lo lleva
a cabo encarnándose una y otra vez, guiando de este modo a la humanidad hacia
la perfección y haciendo así sitio a las formas inferiores para desarrollarse
en otras superiores. Ni una sola vida deja de progresar por sí misma y de
ayudar a progresar a la Naturaleza física entera, y hasta el caso fortuito,
muy raro, de perder una de sus personalidades, por carecer esta última en
absoluto de la menor chispa de espiritualidad, lo ayuda en su progreso
individual.
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Pero, seguramente, si el Ego es
responsable de las transgresiones de sus personalidades, también ha de
responder de la pérdida o más bien del completo aniquilamiento de una de
éstas.
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De ninguna manera, a
no ser que nada haya hecho para impedir esa suerte horrible. Pero si, a pesar
de todos sus esfuerzos, su VOZ, la de nuestra conciencia, no pudo penetrar
a través de la materia, entonces, procediendo la estupidez de esta última de
su naturaleza imperfecta, va a reunirse con los demás fracasos de la Naturaleza.
Suficientemente
castigado queda el Ego con la pérdida del Devachán, y sobre todo con tener que
encarnar casi inmediatamente.
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Esta doctrina de la posibilidad de
perder el alma –o la personalidad– se encuentra en oposición con las teorías
ideales, tanto de los cristianos como de los espiritistas, aunque, hasta
cierto punto, la admite Swedenborg en lo que llama la muerte espiritual.
Jamás aceptarán tal doctrina los cristianos y espiritistas.
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Lo cual no puede
alterar en modo alguno un hecho en la Naturaleza, si es tal hecho, ni impedir
que pueda suceder semejante cosa en determinadas circunstancias. El Universo
y todo cuanto encierra, moral, mental, físico, psíquico o espiritual, está
basado en una ley perfecta de equilibrio y armonía. Como ya se dijo en Isis
sin Velo, no podría la fuerza centrípeta manifestarse en las armoniosas
revoluciones de las esferas sin la fuerza centrífuga; y todas las formas y su
progreso son producto de esa fuerza dual en la Naturaleza.
Ahora bien, el
espíritu (o Buddhi) es la energía centrífuga espiritual, y el alma (Manas), la
centrípeta; para producir un resultado, es menester que se hallen en perfecta
unión y armonía.
Romped o alterad el
movimiento centrípeto del alma terrenal que tiende hacia el centro que la
atrae; detened su progreso, imponiéndole un peso de materia superior al que
puede soportar o al que le corresponde en el estado devachánico, y quedará
destruida la armonía del conjunto. Sólo puede continuar la vida personal o,
quizás mejor, su reflejo ideal, por medio de la doble fuerza, es decir por la
unión íntima de Buddhi y Manas en cada renacimiento o existencia
personal. La más ligera desviación de la armonía la quebranta; y cuando queda
destruida sin remedio, sepárense ambas fuerzas en el momento de la muerte.
Durante un breve intervalo, la forma personal (llamada indiferentemente kama
rupa y mayavi rupa), cuya florescencia espiritual, uniéndose al Ego, le sigue
al Devachán y presta a la individualidad permanente su color personal,
es arrastrada al Kâmaloka, en donde permanece hasta ser gradualmente
aniquilada. Porque después de la muerte es cuando llega el momento crítico y
supremo para los absolutamente depravados, los anti-espirituales y los
criminales que se hallan fuera de toda redención. Si, durante la vida, el
último y desesperado esfuerzo hecho por el YO INTERNO (Manas) para ligar algo
de la personalidad a él y al rayo superior y resplandeciente del divino
Buddhi ha sido vano; si a ese rayo se lo aleja más y más del cerebro físico,
el Ego espiritual, o Manas, una vez libre de los lazos de la materia,
queda enteramente separado de la reliquia etérea de la personalidad; y esta
última o Kâma rûpa, siguiendo sus atracciones terrenales, se ve precipitada
en el Hades, que nosotros llamamos Kâmaloka. Éstos son los
“sarmientos secos” que habían de arrancarse de la vid a que se refería Jesús.
El aniquilamiento, sin embargo, nunca es instantáneo, y puede necesitar a
veces siglos para verificarse. La personalidad permanece allí con los residuos
de otros Egos personales más afortunados; y, como ellos, se
convierte en una cáscara y en un elementario. Según consta en Isis
sin Velo, estas dos clases de “espíritus”, las cáscaras y los
elementarios, son las principales “estrellas” en el gran teatro espiritista
de las “materializaciones”. Seguro podéis estar de que no son ellas las que
se encarnan; y por esto tan pocos entre los “queridos ausentes” saben una palabra de reencarnación;
induciendo así a error a los espiritistas.
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¿No fue acusado, sin embargo, el
autor de “Isis sin Velo” de haber predicado contra la reencarnación?
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Sí; por aquellos que
no comprendieron lo que decía. En la época en que se escribió aquella obra,
nadie, entre los espiritistas, tanto ingleses como americanos, creía en la
reencarnación; y lo que se dice de la reencarnación en aquella obra
iba dirigido contra los espiritistas franceses, cuya teoría es tan antifilosófica
y absurda como lógica y evidente es la doctrina oriental. Los
reencarnacionistas de la escuela de Allan Kardec creen en una reencarnación
arbitraria e inmediata. Según ellos, el padre muerto puede encarnarse en su propia
hija, aun por nacer, y así sucesivamente. No tienen ni Devachán, ni Karma, ni
teoría filosófica que garantice o pruebe la necesidad de los renacimientos
consecutivos. ¿Cómo puede el autor
de Isis argüir en contra de la reencarnación kármica, con largos
intervalos que varían entre mil y mil quinientos años, siendo la creencia
fundamental, tanto de los Buddhistas como de los Hindúes?
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¿Rechazáis enteramente, entonces,
las teo-rías de los espiritistas reencarnacionistas y las de los no
reencarnacionistas o espiritualistas?
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No por completo, sino
únicamente lo que se refiere a sus respectivas creencias fundamentales. Unos
y otros se fían en lo que sus “espíritus” les dicen; y están tan en desacuerdo
entre sí como nosotros los teósofos lo estamos con unos y con otros. La verdad
es una; y cuando vemos a los espectros franceses predicar la reencarnación y
a los espectros ingleses negar esta doctrina y atacarla, afirmamos que tanto
los “espiritistas” franceses como los ingleses no saben lo que dicen.
Creemos, con los espiritualistas y los espiritistas, en la existencia de
“espíritus” o seres invisibles dotados de mayor o menor inteligencia. Pero
mientras que nuestra doctrina admite la existencia de legiones de clases y géneros,
nuestros adversarios no admiten más que “espíritus” humanos desencarnados,
los cuales, según nuestro saber, son, en su mayoría, CÁSCARAS kamalóquicas.
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Atacáis muy duramente a los
“espíritus”. Ya que me habéis manifestado los motivos por los que no creéis
en la materialización de los espíritus desencarnados, o “espíritus de los
muertos”, así como tampoco en la comunicación directa en las “sesiones”
espiritistas, ¿tendríais inconveniente en ilustrarme acerca de otro punto?
¿Por qué no se cansan jamás algunos teósofos de advertirnos del peligro que
ofrecen el comercio con los espíritus y el mediumnismo? ¿Tienen para ello
algún motivo especial?
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Hemos de suponerlo.
Yo, por mi parte, lo tengo. Gracias a mi intimidad durante más de medio siglo
con esas “influencias” invisibles (pero, sin embargo, demasiado tangibles e
innegables), desde los elementales conscientes y las cáscaras semiconscientes
hasta los más sensibles e indefinidos espectros de todas clases, tengo algún
derecho para defender mi opinión.
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¿Podéis darme algún ejemplo que
demuestre el peligro que tales prácticas encierran?
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Esto necesitaría más
tiempo del que puedo consagrar a este punto. Toda causa ha de juzgarse por
los efectos que produce. Repasad la historia del Espiritismo durante los últimos
cincuenta años, desde su reaparición en América en este siglo, y juzgad vos
mismo acerca del resultado bueno o malo producido sobre sus partidarios.
Comprendedme bien.
No hablo contra el
verdadero espiritismo, sino contra el movimiento moderno que lleva este
nombre, y la pretendida filosofía inventada para explicar sus fenómenos.
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¿No creéis en sus fenómenos?
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Precisamente porque
tengo demasiados buenos motivos para creer en ellos, y porque sé (salvo en
algunos casos de engaño deliberado) que son tan ciertos como que vos y yo
vivimos, es porque mi ser entero se rebela contra ellos. Repito que hablo
solamente de los fenómenos físicos, y no de los mentales, o de los psíquicos
mismos. Lo semejante se atrae. Conozco personalmente a varias personas,
hombres y mujeres de elevado espíritu, buenos y puros, que han pasado muchos
años de su vida bajo la dirección inmediata, y hasta bajo la protección de
“espíritus” elevados, sea desencarnados o planetarios. Pero esas inteligencias
no pertenecen al tipo de los “John Kings” y de los “Ernestos” que figuran en
las reuniones espiritistas. Esas inteligencias guían y protegen a los
mortales sólo en casos raros y excepcionales, atraídas hacia ellos
magnéticamente por el pasado kármico del individuo. No basta para atraerlas
con esperar pasivamente “para desarrollarse.” Con esto sólo se abre la puerta
a un enjambre de “aparecidos” buenos, malos e indiferentes, convirtiéndose el
médium en esclavo suyo durante toda su vida. Esa promiscuidad del médium y
comercio con los duendes son los que combato, y no el misticismo espiritual.
El último ennoblece y santifica; la naturaleza del primero pertenece
exactamente a los fenómenos de hace doscientos años, por los que tantos
brujos y brujas sufrieron tormento. Leed a Glanvil y otros autores que tratan
de la brujería, y encontraréis en sus obras el paralelo de la mayor parte de
los fenómenos físicos, si no todos, del “espiritismo” del siglo XIX.
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¿Pretenderéis que todo ella es
brujería y nada más?
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Lo que entiendo es
que, sean conscientes o inconscientes, todas esas comunicaciones con los
muertos son necromancia y prácticas peligrosísimas. Siglos antes de Moisés,
esa evocación de los muertos estaba considerada como pecaminosa y cruel por todas
las naciones inteligentes, puesto que turba el descanso de las almas y
contraría su progreso evolucionario hacia estados superiores. La sabiduría
colectiva de todos los siglos pasados, siempre denunció terminantemente tales
prácticas. En fin, digo lo que no he cesado de repetir, verbalmente y por
escrito, durante quince años: mientras algunos llamados “espíritus” no saben
lo que dicen, y repiten simplemente, como loros, lo que encuentran en el
cerebro del médium y de otras personas, otros, en cambio, son muy peligrosos
y sólo pueden conducir al mal. Éstos son dos hechos evidentes. Id a los círculos
espiritistas de la escuela de Allan Kardec, y encontraréis “espíritus” que
sostienen la reencarnación y hablan como católicos romanos de nacimiento.
Dirigíos a los “queridos ausentes” en Inglaterra y América, y los oiréis
negar la reencarnación rotundamente, atacando a los que la enseñan y defendiendo
las ideas protestantes. Los mejores y más poderosos médiums han
sufrido todos, física y moralmente. Acordaos del triste fin de Charles
Foster, que murió en un asilo, loco furioso; de Slade, epiléptico; Eglinton
(hoy día el mejor médium de Inglaterra), sujeto a la misma enfermedad. Ved lo
que fue la vida de D.D. Home, hombre de carácter agrio y amargado, que jamás
tuvo una buena palabra para aquellos que suponía dotados de poderes psíquicos
y calumniaba a todos los demás médiums. Este Calvino del Espiritismo padeció
durante años una terrible enfermedad de la médula, producida por sus comunicaciones
con los “espíritus” y murió de una manera espantosa. Pensad también en la
triste suerte del pobre Washington Irving Bishop. Lo conocí en Nueva York
cuando él tenía catorce años, y sin duda alguna era un verdadero médium.
Verdad es que el pobre hombre les jugó una mala pasada a sus “espíritus”, y
los bautizó con el nombre de “acción muscular inconsciente”, para mayor gaudium
de todas las corporaciones de sabios y científicos mentecatos, al mismo
tiempo que se llenaba el bolsillo. Pero de mortuis nil nisi bonum; su
muerte fue mala. Había ocultado tenazmente sus ataques epilépticos –el primer
síntoma, así como el más seguro, del verdadero mediumnismo–; y ¿quién sabe si estaba
muerto o en trance cuando se llevó a cabo el reconocimiento post mortem? Si hemos de prestar
crédito a los telegramas de Reuter, sus pacientes insisten en que estaba
vivo. En fin, considerad a los médiums antiguos, los fundadores y primeros
instigadores del espiritismo moderno, las hermanas Fox. Después de más de
cuarenta años de relaciones con los “ángeles”, éstos han permitido que se vuelvan
imbéciles incurables y que declaren en conferencias públicas que la obra tan
larga de su vida, así como su filosofía, son todo ello un engaño. Ahora os
pregunto: ¿qué clase de “espíritus”
serán los que las inspiraron?
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¿Creéis que sea exacta vuestra
deducción?
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Si los mejores
discípulos de una escuela especial de canto se muriesen a causa de haber
abusado de la delicadeza de sus gargantas, ¿qué deducción sacaríais de este
hecho? Seguramente la de que
el método seguido era malo. Así es que creo igualmente correcta la deducción
respecto del Espiritismo, cuando veo lo que les sucede a sus mejores médiums.
Sólo diremos que los que se interesan por la cuestión juzguen el árbol del
Espiritismo por sus frutos, y reflexionen. Nosotros, los teósofos, siempre
hemos tenido a los espiritistas por hermanos que poseen la misma tendencia
mística que nosotros; mas siempre nos han considerado ellos como enemigos.
Estando nosotros en posesión de una filosofía más antigua, hemos tratado de
ayudarlos y ponerlos en guardia; pero nos han pagado con calumnias e
injurias, lo más que han podido. Sin embargo, siempre que tratan seriamente
de sus creencias, los mejores espiritistas ingleses dicen exactamente lo
mismo que nosotros.
Oíd al Sr. M. A. Oxon
confesar la verdad siguiente: “ Los espiritistas se inclinan demasiado a creer,
exclusivamente, en la intervención de los espíritus externos en nuestro
mundo, descuidando los poderes del espíritu encarnado” (Segunda Vista. Introducción.). ¿Por qué, al decir
nosotros precisamente lo mismo, han de atacarnos e insultarnos? Nada queremos tener
que ver ya en adelante con el Espiritismo. Ahora volvamos a la reencarnación.
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