LA CONSTRUCCIÓN DE UN COSMOS
(Con esta parte terminamos el estudio del libro, "La Sabiduria Antigua" de Annie Besant. Recordemos que el uso de diferentes colores, recuadros, tipos de letras, etc. no es mas que la forma en que mas facil estudio estos libros, quizas para otros hermanos esta resulte un poco extraño, pero para mi realmente es la mejor forma. Muchas dudas se me plantean ahora, pero el objetivo es ese que en el camino del estudio tratar de buscar las respuestas a todas las interrogantes. En mi canal de youtube.com y una futura pagina de internet (los cuales estan en preparacion) tratare de ampliar los temas siempre partiendo de que no lo doy como enseñanza sino como la forma en que yo lo estudio y lo comparto con todos los hermanos y otras personas interesadas.)
En nuestro presente estado de evolución, tan
sólo podemos indicar sumariamente algunos puntos en el vasto examen del
bosquejo cósmico, en el que nuestro globo desempeña
insignificante papel.
Entendemos
por “cosmos”, un sistema que, según nuestro punto de vista, parece formar un
todo completo, procedente de un Logos único y mantenido por Su Vida. Tal es nuestro sistema solar, y así el sol
físico puede considerarse como la última manifestación del Logos al actuar en
el centro de Su cosmos. En realidad,
cada forma es una de Sus manifestaciones concretas; pero el sol es su última
manifestación como poder central, fuente de vida y de fuerza que penetra, dirige,
regula y coordina todas las cosas en su sistema.
Un comentario
oculto dice: “Surya
(el sol)..., en su reflejo visible, exhibe el último estado del séptimo, el
estado superior de la PRESENCIA universal, lo puro de lo puro, el primer Hálito
manifestado del Siempre Inmanifestado SAT (Seidad). Todos los soles centrales físicos y objetivos
son, en su substancia, el estado último del primer Principio del Hálito” (La Doctrina Secreta, I).
Más claro: cada sol es el último aspecto del
“cuerpo físico” del Logos correspondiente.
Todas las fuerzas y energías
físicas son transformaciones de la vida emitida por el sol, Señor y fuente de
toda vida en el sistema. De aquí que en
muchas religiones antiguas el sol fuese símbolo del Dios Supremo; símbolo que,
en verdad, estaba menos expuesto a las falsas interpretaciones del ignorante.
Mr. Sinnett
dice con razón:
“El sistema solar es indudablemente en la Naturaleza un área
cuyo contenido nadie, excepto los más elevados seres que nuestra humanidad
pueda concebir, se halla en situación de investigar. Teóricamente podemos creernos seguros –como
lo vemos en el cielo durante la noche— de que el sistema solar no es más que
una simple gota de agua en el océano del gran Kosmos
(“Cosmos” con C se refiere a un solo sistema solar, y “Kosmos”
con K al Kosmos universal, o conjunto de todos los sistemas solares existentes
en el incomprensible e infinito Espacio.—N.del E.);
pero gota que a su
vez es un océano desde el punto de vista de la conciencia de seres tan poco
desarrollados como nosotros, y, por lo tanto, sólo podemos esperar al presente
adquirir nociones vagas e imperfectas acerca de su origen y constitución. Sin embargo, por imperfectas que sean, nos
permiten señalar el orden de las series planetarias a que nuestra evolución pertenece,
su lugar especial en el sistema del cual forma parte, y, sobre todo, nos dan
amplia idea de la relativa magnitud de todo el sistema, de nuestra cadena
planetaria, del mundo en que al presente evolucionamos y de los respectivos
períodos de evolución en que como seres humanos estamos interesados.
Porque, en verdad, no podremos concebir intelectualmente nuestra
posición sin tener alguna idea, por vaga que sea, de nuestra relación con el
conjunto. Mientras algunos estudiantes
se contentan con trabajar en la esfera de su deber, y dejan a un lado más amplios
horizontes para el día en que hayan de trabajar en ellos, otros necesitan darse
cuenta de que ocupan un puesto en un sistema más vasto, y experimentan un
placer intelectual en elevarse muy alto para obtener la vista general de todo
el campo de la evolución. Semejante
necesidad ha sido reconocida por los guardianes espirituales de la humanidad en
la magnificente delineación del cosmos trazada desde el punto de vista
ocultista por su discípulo y mensajero H.P.Blavatsky, quien ha dado un
magnífico esbozo del cosmos en La Doctrina Secreta, en cuya obra, los
estudiantes de la sabiduría antigua, descubrirán cada vez más luminosas
enseñanzas a medida que exploren y dominen las regiones inferiores de nuestro
mundo en evolución.
Se nos ha dicho que la aparición del Logos es el anuncio del
nacimiento de nuestro cosmos.
“Cuando aparece, todo aparece después de El; por su
manifestación, todo se manifiesta”
Lleva consigo los
resultados de un cosmos pasado, es decir, las inteligencias más espirituales
que han de ser sus agentes auxiliares en la construcción del nuevo
universo. Las cosas elevadas entre ellas
son “Los
Siete”, a que también se da con frecuencia el nombre de Logos,
porque cada una tiene su lugar en el centro de una región distinta del cosmos, como el Logos es el centro del conjunto. El comentario oculto, que ya hemos citado
antes, dice:
“Los Siete Seres en el Sol son los Siete Santos nacidos por sí
mismos del poder inherente a la Matriz de la Substancia Madre. Ellos envían las siete Fuerzas principales,
llamadas Rayos, que al principio del Pralaya se encontrarán en siete nuevos
Soles para el próximo manvántara. A la
energía de la cual rotarán a la existencia consciente en cada Sol llaman
algunos Vishnú, o sea el Aliento de lo Absoluto. Nosotros la llamamos la Vida única
manifestada. Es un reflejo de lo
Absoluto” (La Doctrina Secreta, I).
Esta Vida única manifestada es el Logos, el Dios manifiesto.
De
esta división primordial toma nuestro Cosmos un carácter septenario, y de todas
las divisiones siguientes, en su orden descendente, reproducen esta escala de
siete claves. Bajo cada uno de los siete
Logos secundarios se agrupa una séptuple Jerarquía descendente de Inteligencias
que forman el cuerpo gobernante de su reino.
Entre ellas están:
-los Lipikas, que
son los cronistas del Karma del reino y de todas las entidades que contiene;
-los Maharajas o
Devarajas, que presiden el cumplimiento de la ley Kármica; y
- el gran ejército
de los Constructores, que modelan y ejecutan todas las formas según las ideas
contenidas en el tesoro del Logos, en la Inteligencia Universal, y que de El se
transmiten a los Siete, cada uno de los cuales traza el plan de su propio
reino, bajo la dirección suprema de El y con el auxilio de las fuerzas de esa
Vida omninspiradora, dándole al propio tiempo su propia coloración individual.
H.P.Blavatsky llama a los Siete
Reinos constitutivos del sistema solar, los siete centros de Laya.
Y dice así:
“Los Siete Centros de Laya son los siete puntos cero, empleando
la palabra cero en el mismo sentido que los químicos para indicar el punto en
que en esoterismo comienza la escala de diferenciación. Desde estos Centros –más allá de los cuales
nos permite la filosofía esotérica percibir los vagos contornos metafísicos de
los “Siete Hijos” de Vida y de Luz, los Siete Logos de los filósofos—comienza
la diferenciación de los elementos que entran en la constitución de nuestro
sistema solar” (La
Doctrina Secreta, I)
Cada uno de estos siete reinos planetarios forma un prodigioso
sistema de evolución, teatro grandioso en el que se desarrollan los estados de
una vida de la cual un planeta físico, como Venus, sólo es encarnación
pasajera. A fin de evitar confusiones,
llamaremos Logos planetario al ser que gobierna y dirige la evolución de cada
reino. La materia del sistema solar,
producida por la actividad del Logos central, suministra al mismo Logos
planetario los materiales brutos que necesita y que elabora por medio de sus
propias energías vitales. Además, cada
Logos planetario especializa para su reino la materia común. Como el estado atómico en cada uno de los
siete planos de Su reino es idéntico a la materia de un subplano del sistema
entero, establece la continua a través
del conjunto.
Así H. P. Blavatsky observa que
los átomos cambian “sus equivalentes de combinación en cada planeta”, quedando
idénticos los átomos, pero formando combinaciones diferentes. Y enseguida dice:
“Así, no solamente los elementos de nuestro planeta, son aun los
de todos sus hermanos en el sistema solar, difieren tanto unos de otros en sus
combinaciones como de los elementos cósmicos de más allá de nuestros límites
solares.... se nos enseña que cada átomo
tiene siete planos de ser o de existencia”. (La Doctrina Secreta, I).
Estos son los subplanos de cada
gran plano, como los hemos llamado antes.
En los tres planos inferiores de Su reino de evolución, el Logos
planetario establece siete globos o mundos.
Para mayor comodidad, y según la nomenclatura aceptada los
llamaremos A, B, C, D, E, F y G. Son, las “Siete
Ruedas giratorias que nacen una de otra”, según dice la VI estancia del
Libro de Dzyan.
“Los construye a semejanza
de viejas Ruedas, colocándolas en los Centros Imperecederos.”
Imperecederos, porque cada rueda no sólo da nacimiento a la
siguiente, sino que, aunque no lo veamos, se reencarna en el mismo centro.
Se pueden representar estos globos dispuestos en tres pares
sobre un arco de elipse con el globo central en el punto extremo.
En general,
-los globos A y G,
el primero y el séptimo, están en los niveles arúpicos del plano mental;
-los globos B y F,
segundo y sexto, en los niveles rúpicos;
-los globos C y E,
tercero y quinto, en el plano astral; y
-el globo D,
cuarto, en el plano físico.
H.P.Blavatsky dice de estos globos “que constituyen una
gradación en los cuatro planos inferiores del mundo de formación”, es decir, en
los planos físico y astral y en las dos subdivisiones rúpica y arúpica del
plano mental.
Esto puede
representarse por el esquema siguiente (Es de notar que aquí el mundo
arquetípico no es el mundo tal como existe en el pensamiento del Logos, sino sencillamente
el primer modelo construido):
Arupa A G Arquetípico
Rupa B F Creador o intelectual
Astral C E Formador
Físico
D Físico
Tal es el orden
típico, pero se modifica en ciertos períodos de la evolución. Estos siete globos forman una cadena
planetaria, que considerada como un todo, como una entidad o una vida individual
planetaria, pasa en su evolución por siente períodos distintos. Los siete globos en conjunto forman un cuerpo planetario que se
disgrega y reúne siete veces en el curso de la vida planetaria. Esta cadena planetaria tiene, pues, siete
encarnaciones, y los resultados de cada una se transmiten a la siguiente:
“Cada una de tales cadenas de mundos es la progenie y la
creación de otra anterior y ya muerta; es su reencarnación por decirlo así” (La Doctrina Secreta, I)
Estas siete
encarnaciones (manvántaras) constituyen la evolución
planetaria, el campo de acción de un Logos planetario. Como hay siete de estas evoluciones
planetarias (Mr. Sinnett las llama “siete esquemas de evolución”) distintas las unas a las otras, constituyen el sistema
solar. Esta emanación de los siete Logos
procedentes del Uno, y de las siete cadenas sucesivas de siete globos cada una,
está indicada como sigue en un comentario oculto:
“De una luz, siete luces; de cada una de las siete, siete veces
siete” (La Doctrina Secreta, I).
Se
enseña que las encarnaciones o manvántaras
de una misma cadena se subdividen también en siete períodos. Una oleada de vida procedente del Logos
planetario recorre la cadena por completo, y siete de estas grandes oleadas de
vida sucesivas –siete rondas, como se
las llama técnicamente –constituyen un manvántara. Así, durante
un manvántara, cada globo tiene siete períodos de actividad, en los que cada
uno de ellos, a su vez, cumple la evolución.
Si consideramos ahora un globo solo, veremos que durante cada
período de actividad, evolucionan en él siete razas
–raíces de una humanidad, al mismo tiempo que seis reinos no humanos, en mutua
dependencia unos de otros. Estos siete
reinos comprenden las normas en todos los grados de la evolución, y ante todos
ellos se extiende la perspectiva de un desenvolvimiento superior. Así, cuando el período de actividad del
primer globo llega a su fin, las formas evolutivas pasan al globo siguiente para continuar su desarrollo. Yendo, pues, de globo en globo hasta que
termina la ronda, y siguen su curso de ronda en ronda hasta el término de los
siete manvántaras. Continúan, empero,
ascendiendo de manvántara en manvántara hasta el fin de las reencarnaciones de
la cadena planetaria, cuando ya los resultados de la evolución planetaria están
definitivamente reunidos por el Logos planetario.
Es
inútil decir que no sabemos casi nada de semejante evolución. Los Maestros nos han indicado tan sólo los
puntos más salientes de este prodigioso conjunto.
Tampoco conocemos el proceso evolutivo durante los dos primeros
manvántaras de los siete globos de la cadena planetaria de que forma parte
nuestro globo.
En cuanto al tercer
manvántara, sólo sabemos que nuestra luna fue el globo D de la cadena. Este hecho puede ayudarnos a comprobar lo que
significan las reencarnaciones sucesivas de las cadenas planetarias. Los siete globos que constituyeron la cadena
lunar terminaron su séptuple evolución cíclica.
La oleada de vida, el Soplo del Logos planetario, dio siete
vueltas a la cadena, despertando, a su vez, cada globo a la vida, como si el
Logos, al guiar su reino, dirigiese su atención primeramente al globo A,
haciendo sucesivamente surgir a la existencia las innúmeras formas cuyo
conjunto constituye un mundo. Cuando la evolución en el globo A llega a
cierto punto, dirige su atención al globo B, y el globo A se sume lentamente en
pacífico sueño. La oleada de vida va
así de globo en globo hasta terminar la ronda.
Una vez terminada la evolución en el
globo G sigue un periodo de reposo (Pralaya), durante el que cesa la actividad
evolutiva exterior. Al fin de este período vuelve a manifestares
la actividad, empezando la segunda ronda por el globo A. Este proceso se repite seis veces; pero en la
séptima o última ronda sufre una modificación, pues habiendo cumplido el globo
A su séptimo período de vida, se disgrega gradualmente, y sobreviene el estado
de centro laya imperecedero. Al despuntar
la aurora del manvántara siguiente, se desenvuelve un nuevo globo A (tal como un cuerpo nuevo), en el que vuelven a
habitar los “principios” del anterior.
Pero decimos esto tan sólo para dar idea de la realización entre el
globo A del primer manvántara y el globo A del segundo, porque la naturaleza de
esta relación permanece oculta.
Menos conocemos aún la que hay entre el globo D del manvantara
lunar (nuestra Luna) y el globo D del manvantara terrestre (nuestra Tierra).
Mr. Sinnett, en su conferencia
acerca de El sistema al cual pertenecemos, ha dado un buen resumen de los
escasos datos que poseemos sobre el particular.
Dice así:
“La nueva nebulosa terrestre se desarrolló alrededor de un
centro que poco más o menos conservaba la misma relación con el moribundo
planeta que los centros de la Tierra y de la Luna conservan actualmente entre
sí. Pero esta agregación de materia
ocupaba en su condición nebulosa un volumen inmensamente mayor que el que ahora
ocupa la materia sólida de la Tierra. Se
extendía en todas direcciones lo suficiente para abarcar dentro de su ígneo
perímetro al viejo planeta. La
temperatura de una nueva nebulosa parece ser mucho más elevada que cualquiera
de las que nos son conocidas, y debido a esta circunstancia el viejo planeta
recibió nuevamente de un modo superficial un grado de calor de naturaleza tal,
que toda la atmósfera, agua y materia volatilizable que contenía, se convirtió
en gases, y de esta suerte fue supeditado a la influencia del nuevo centro de
atracción establecido en el punto central de la nueva nebulosa. De este modo la atmósfera y mares del viejo
planeta pasaron a formar parte de la constitución del nuevo, por cuya razón la
Luna es al presente una masa árida, estéril y sin nubes, inhabitable para toda
clase de seres físicos. Cuando el
presente manvantara toque a su término en la séptima ronda, la Luna se
desintegrará completamente, y la materia que todavía en ella se conserva unida,
se convertirá en polvo meteórico”.
En el tercer volumen de La
Doctrina Secreta, donde se han reunido algunas enseñanzas orales que H. P.
Blavatsky dio a algunos de sus más adelantados discípulos, se dice:
“En el comienzo de la evolución de nuestro globo, la Luna estaba
más cerca de la tierra y era mayor que ahora.
Se ha alejado de nosotros y sus dimensiones se han reducido
bastante. (La Luna dio todos sus
principios a la Tierra...). Durante la
séptima ronda aparecerá una nueva Luna, y la nuestra se disgregará hasta
desaparecer” (La Doctrina Secreta. III).
La evolución
durante el manvantara lunar produjo siete clases de seres, llamados en términos
técnicos Pitris (Antepasados), porque engendraron los
seres del manvantara terrestre. Se les
menciona en La Doctrina Secreta con el nombre de Pitris
Lunares. Más avanzados que éstos se
encuentran además (con los diversos nombres de Pitris
Solares, Hombres y Dhyânis inferiores) otras dos
categorías de seres, demasiado adelantados para entrar en las primeras etapas
del manvantara terrestre, aunque necesitaban para su desarrollo futuro del
auxilio de condiciones físicas ulteriores.
La más elevada de estas dos categorías está formada por seres
individualizados, exteriormente parecidos a los animales, y tienen alma
embrionaria, es decir, que han alcanzado el desarrollo del cuerpo causal.
La segunda
categoría está próxima a la formación de este cuerpo. En cuanto a los Pitris Lunares, su primera
clase está en el comienzo del período preparatorio para la formación del cuerpo
causal; pero sin embargo manifiesta ya la mentalidad, mientras que las clases
segunda y tercera sólo han desenvuelto el principio Kámico. Las siete clases de Pitris Lunares son
producto de la cadena lunar que se enlaza con el desarrollo ulterior de la
terrena o sea la cuarta reencarnación de la cadena planetaria. Como mónadas –con
el principio Kámico desenvuelto en la segunda y tercera, en germen en la
cuarta, inicial en la quinta e imperceptible finalmente en la sexta y séptima—, estas entidades entran en la cadena terrestre para dar alma a
la esencia elemental y a las formas modeladas por los Constructores. (H. P. Blavatsky, en La Doctrina Secreta, no coloca a los Pitris
de las dos primeras clases en la “jerarquía de las mónadas procedentes de la
cadena lunar”. Los considera aparte,
como hombres, como Dhyânis Chohans.)
En
este nombre de “Constructores” se
incluyen las innumeras Inteligencias jerárquicas cuyo poder y estado consciente
varían a lo infinito, según su grado de desenvolvimiento. Estos son los seres que en cada plano
realizan la construcción efectiva de las formas. Los más elevados dirigen y vigilan, mientras
los inferiores labran los materiales, según los modelos que se les dan. Ahora se comprende claramente el papel de los
globos sucesivos de la cadena planetaria.
El globo A es el mundo arquetípico, en el que se construyen los
modelos de las formas que habrán de elaborarse durante la ronda. Los Constructores más
elevados toman del Pensamiento del Logos planetario las ideas arquetipos y
dirigen el trabajo de los Constructores que en los niveles arrúpicos elaboran
las formas arquetipos para la ronda.
En el globo B, estas formas se reproducen de diversas maneras en
materia mental por los Constructores de categoría
inferior, y evolucionan lentamente en
distintas modalidades, hasta que están prontas a recibir la infiltración de
materia más densa.
Entones los Constructores en materia astral ejecutan
en el globo C las formas astrales, cuyos detalles de construcción se
efectúan con mayor detenimiento.
Cuando las formas
han evolucionado tanto como las condiciones del mundo astral lo permiten, los Constructores del globo D emprenden el
trabajo de modelar las formas en el plano físico. Las últimas modalidades de la materia se
ejecutan así en tipos apropiados, y las formas alcanzan su más densa y completa
condición.
A partir de este
punto medio, la naturaleza de la evolución cambia en cierto modo. Hasta aquí la
atención se ha dirigido, sobre todo, hacia la construcción de las formas; pero
al ascender en el arco se dirige esencialmente hacia la utilidad de la forma
como vehículo de la vida evolutiva.
Durante la segunda
mitad de la evolución en el globo D, y
luego en los E y F, la conciencia se manifiesta, primero, en el plano físico, y
después en los planos astral y mental inferior por medio de los equivalentes de
las formas elaboradas en el arco descendente.
En
el arco descendente obra la mónada en la medida de su fuerza en las formas
evolucionantes, y su influencia se manifiesta de un modo vago bajo la forma de
impresiones, intuiciones, etc. En el
arco ascendente, la mónada se manifiesta a través de las formas como su
principio director interno.
En el globo G se alcanza
la perfección de la ronda, y la mónada reside en
las formas arquetipos del globo A y de ellas se vale como de vehículos.
Durante
estos diversos estados, los Pitris Lunares actúan como almas de las formas,
cobijándolas primero para luego habitarlas.
A estos Pitris de la primera clase incumbe la más ruda tarea durante las
tres primeras rondas. Los Pitris de la
segunda y tercera clase no tienen más que infundirse en las formas elaboradas
por los anteriores. Estos preparan las
formas animándolas durante cierto tiempo;
después pasan ellos a otras y abandonan esas formas para el uso de la
segunda y tercera categoría.
A la conclusión de
la primera ronda, todas las formas
arquetipos del mundo universal se han colocado en los planos inferiores y sólo
resta elaborarlas a través de las rondas sucesivas, hasta que alcancen su
máximum de densidad en la cuarta ronda. El “Fuego” es el “elemento” de la primera
ronda.
En la segunda ronda, los Pitris de la
primera clase prosiguen su evolución humana, apuntando tan sólo los estados
inferiores, como el feto los apunta hoy todavía. Al fin de esta ronda, los de la segunda
clase han alcanzado ya el estado de humanidad rudimentaria.
La gran tarea de
esta ronda consiste en el descenso de los arquetipos de la vida vegetal, que
alcanzarán su perfección en la quinta ronda.
El “aire” es el “elemento” de la
segunda ronda.
En la tercera ronda, la primera clase de
Pitris adquiere definida forma humana.
Aunque su cuerpo sea gelatinoso y gigantesco, se vuelve, sin embargo, en
el globo D bastante compacto para comenzar a mantenerse en posición vertical;
su aspecto es simiesco y están cubiertos de cerdas. Los Pitris de la tercera categoría alcanzan
el comienzo del estado humano. En esta
ronda, los Pitris solares de la segunda categoría aparecen en el globo D y van
a la cabeza de la evolución humana. Las
formas arquetipos de los animales descienden para ser elaboradas y alcanzan su
perfección al fin de la sexta ronda. “El “agua” es el “elemento” característico
de la tercera ronda”.
La cuarta ronda, ronda central o
intermedia de las siete que constituyen el manvantara terrestre, es muy
distintamente humana, como sus precursoras fueron respectivamente animales,
vegetales y minerales. Está
caracterizada por apartar al globo A las formas arquetipos de la
humanidad. Todas las posibilidades de la
forma humana se manifiestan en los arquetipos de la cuarta ronda; pero su
realización completa se efectuará en la séptima. La
“Tierra” es el “elemento” de esta cuarta ronda, la más densa y material. Puede decirse que los Pitris solares de la
primera categoría se ponen, en cierto modo, alrededor del globo D durante sus
periodos primitivos de actividad en esta ronda, pero no encarnan
definitivamente antes de la tercera gran efusión de vida del Logos planetario,
que acaece en medio de la tercera raza.
A partir de ese momento se encarnan poco a poco, pero cada vez más, a
medida que progresa la raza; la generalidad llega al comienzo de la cuarta
raza.
La evolución de la humanidad en
el globo D, nuestra Tierra, ofrece de manera muy señalada esta constante
diferencia septenaria de que tan frecuentemente hemos hablado. Siete
razas de hombres se habían ya mostrado en la tercera ronda, y en la cuarta,
estas divisiones fundamentales llegaron a ser clarísimas en el globo C, donde
evolucionaron siete razas, con sus sub-razas. En el
globo D, la humanidad comienza por una Primera Raza
–ordinariamente llamada Raza-Raíz-, que apareció
en siete puntos diferentes: “Eran siete, cada uno en su lote”. (La Doctrina Secreta, Vol. II.). Estos siete tipos, que aparecen
simultáneamente y no sucesivamente, constituyeron la primera raza raíz, y cada raza raíz tienen a su vez siete
subdivisiones o sub-razas. De la
primera raza raíz (criaturas gelatinosas amorfas), evolucionó la segunda raza
madre, cuyas formas tuvieron consistencia más definida; de ésta procedió la
tercera, formada por criaturas simiescas que luego fueron hombres de formas
pesadas y gigantescas. Hacia el promedio de la evolución de esta
tercer raza raíz (llamada lemuriana),
vinieron a la tierra Seres pertenecientes a otra cadena planetaria, la de
Venus, mucho más avanzada en su evolución.
Estos miembros de una humanidad
altamente evolucionada, Seres gloriosos a quienes su aspecto radiante les valió
el título de “Hijos del Fuego”, constituyen una orden sublime entre los Hijos
de la Mente. (Mânasaputra; esta vasta jerarquía de inteligencias semiconscientes,
comprende gran número de órdenes).
Habitaron en la tierra como Instructores divinos de la joven
humanidad. Algunos de ellos obraron como
vehículos de la tercera efusión de vida y proyectaron en el hombre animal la
chispa de vida monádica que dio nacimiento al cuerpo causal. Así se individualizaron los Pitris Lunares de
las tres primeras clases que forman la gran masa de nuestra humanidad. Las dos clases de Pitris Solares ya
individualizados (la primera antes de dejar la cadena lunar y la segunda más
tarde) forman dos órdenes inferiores de Hijos de la Mente. La
segunda se encarna hacia el promedio de la tercera raza; la primera, más tarde
y por la mayor parte, en la cuarta raza o de los Atlantes.
La
quinta raza, la aria, que actualmente está guiando la evolución humana, fue
seleccionada en la quinta sub-raza atlante, segregando de ella, en el Asia
Central, las familias más escogidas, y el
nuevo tipo de raza evolucionó bajo la dirección inmediata de un gran Ser que,
en términos técnicos, se llama un Manú.
Al salir del Asia Central la primera sub-raza, se estableció en la India
al Sur de los Himalayas, y con sus cuatro castas de instructores, guerreros,
comerciantes y obreros (Brahmanes, Kshattryas,
Vaishyas y Shudras) llegó a ser
la raza dominante en la gran península India, después de haber sojuzgado las
naciones de la tercera y de la cuarta raza que la poblaron en época remota.
Al
fin de la séptima raza de la séptima ronda, es decir, al concluir el
manvantara, la cadena terrestre estará en disposición de transmitir a la que ha
de sucederle los frutos de su vida.
Estos frutos serán, por una parte, hombres perfectos y divinos, los
Budas, Manús, Chohans y Maestros, prontos a emprender la tarea de guiar la
evolución bajo las órdenes del Logos planetario; y por otra parte, multitud de
entidades menos evolucionadas en sus respectivos estados de conciencia, que
tendrán aun necesidad de experiencias físicas para actualizar sus posibilidades
divinas.
Después
de nuestro manvantara, que es el cuarto, vendrán el quinto, sexto y séptimo,
que aun se hallan envueltos en el misterio de lo porvenir. Después, el Logos planetario reunirá en sí
todos los frutos de su evolución y entrará con sus hijos en un período de reposo
y de felicidad. Nada podemos decir de
este sublime estado. ¿Cómo podríamos, en
la actual etapa de evolución, soñar siquiera su gloria inimaginable? Tan sólo sabemos, vagamente, que nuestros
espíritus felices “entrarán en la alegría del Señor”, y al reposar en Él
veremos extenderse ante nosotros infinitos horizontes de vida y de amor
sublime, cumbres y abismos de poder y de goce, ilimitados como la Existencia
Una, inagotables como el Único que Es.
(Tomado
del libro: La Sabiduría Antigua)
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