LA CLAVE DE LA TEOSOFÍA
EXPOSICIÓN CLARA EN FORMA DE PREGUNTAS Y
RESPUESTAS DE LA ÉTICA, CIENCIA Y FILOSOFÍA
PARA CUYO ESTUDIO HA SIDO FUNDADA LA
SOCIEDAD TEOSÓFICA
Dedicada por H. P. B.
a todos sus discípulos
para que aprendan y puedan enseñar a su
vez.
(Parte 40)
NATURALEZA DE NUESTRO PRINCIPIO
PENSANTE DEL MISTERIO DEL EGO
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Advierto en la
cita que del Catecismo Buddhista hacíais anteriormente, una discrepancia que
desearía me explicaseis. Dice aquél que los skandhas. –incluso la memoria–
cambian con cada nueva encarnación; y, sin embargo, se nos asegura que el reflejo de las vidas
pasadas, que según nos dicen están enteramente integradas por los skandhas,
“debe sobrevivir”. En este momento no veo claramente qué es lo que sobrevive,
y deseo saberlo. ¿Qué es? ¿Es tan sólo aquel “reflejo”, son esos skandhas, o
es siempre el mismo Ego, el Manas?
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Acabo
de explicar que el principio que reencarna, a lo que llamamos el hombre divino,
es indestructible a través de la vida del ciclo: indestructible como entidad
que piensa, y hasta como forma etérea. El “reflejo” no es más que el recuerdo
espiritualizado, durante el período devachánico, de la ex personalidad del
señor A o de la señora B, conque se identifica el Ego mismo durante aquel
período. Como este período devachánico no es más que la continuación, por
decirlo así, de la vida terrestre; el apogeo en serie continua de los pocos
momentos felices de la pasada existencia, el Ego ha de identificarse, él
mismo, con la conciencia personal de esa vida, si es que de ésta ha de quedar
algo.
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Esto significa
que el Ego, a pesar de su naturaleza divina, pasa cada período entre dos encarnaciones
en un estado de obscuración mental o de extravío pasajero.
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Podéis
apreciarlo como queráis. Creyendo, como creemos, que fuera de la ÚNICA
Realidad, todo lo demás no es más que una ilusión transitoria, incluso el
Universo, no lo consideramos como extravío, sino como una consecuencia o
desarrollo muy natural de la vida terrestre. ¿Qué es la vida? Un
conjunto de experiencias variadísimas, de ideas, emociones y opiniones que se
modifican y cambian diariamente. Durante nuestra juventud nos entusiasmamos,
generalmente, por un ideal, por algún héroe o heroína que tratamos de imitar
y resucitar; unos cuantos años después, cuando la frescura de nuestros sentimientos
se ha desvanecido, somos los primeros en reírnos de nuestras fantasías. Y sin
embargo hubo un día en que habíamos identificado tan por completo nuestra propia
personalidad con la del ideal de nuestra imaginación, sobre todo si se
trataba de un ser viviente, que la primera se había sumido y perdido
enteramente en la última. ¿Puede decirse de un hombre de 50
años que es el mismo ser que cuando tenía 20? El hombre
interno es el mismo, pero la personalidad externa viviente está transformada
y cambiada por completo. ¿Llamaríais también extravíos a
estos cambios de la mente humana?
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¿Cómo los
llamaríais vosotros? Y especialmente, ¿cómo explicaríais la permanencia del
uno y la mutabilidad de la otra?
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Tenemos
nuestra doctrina, y para nosotros no ofrece dificultad. La clave está en la
doble conciencia de nuestra mente, y también en la doble naturaleza del
“principio” mental. Hay una conciencia espiritual, la mente manásica
iluminada por la luz de Buddhi, que percibe subjetivamente las abstracciones;
y hay una conciencia sensible (la luz manásica inferior),
inseparable de nuestro cerebro y los sentidos físicos; y dependiendo a la vez
igualmente de ellos, debe, como es natural, desvanecerse y morir al fin,
cuando desaparecen el cerebro y los sentidos físicos. Sólo la primera clase
de conciencia, cuya raíz nace en la eternidad, es la que sobrevive y vive
eternamente, y la que puede, por consiguiente, considerarse inmortal. Todo lo
demás son ilusiones pasajeras.
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¿Qué entendéis
realmente por ilusión en este caso?
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Está
bien descrito en el estudio sobre el “El Yo Supremo” de que hablábamos hace
un momento. Su autor se expresa en los siguientes términos:
“La teoría que examinamos ahora (el
cambio de ideas entre el Yo Superior y el yo inferior) se armoniza
perfectamente con el concepto de que este mundo en que vivimos es un mundo
fenomenal de ilusión, siendo, por otra parte, los planos espirituales de la
Naturaleza el mundo monumental o plano de la realidad. Esa región de la
Naturaleza en que, por decirlo así, el alma permanente está arraigada, es más
real que ésta, en la que sus efímeras flores aparecen por breve espacio de
tiempo para marchitarse y morir, mientras recobra la planta nueva energía para
dar vida a otra flor. Suponiendo que sólo las flores fuesen perceptibles a los
sentidos ordinarios, y que existiesen las raíces en un estado de la
Naturaleza intangible e invisible para nosotros, los filósofos que en un
mundo semejante adivinasen que existían cosas llamadas raíces en otro plano
de existencia, podrían decir de las flores: “Éstas no son las plantas verdaderas;
no tienen importancia relativamente; son puros fenómenos ilusorios del momento”.
Esto
es lo que quiero decir. El mundo en que brotan las flores transitorias de las
vidas personales no es el mundo real permanente, sino aquel en que
encontramos la raíz de la conciencia, esa raíz que se halla fuera de toda ilusión
y vive en la eternidad.
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¿Qué entendéis
por la “raíz que vive en la eternidad”?
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Me
refiero a la entidad inteligente, al Ego que encarna, sea que lo consideremos
como un ángel, un espíritu o una fuerza. De todo cuanto conocemos por medio
de nuestras percepciones sensibles, sólo lo que nace directamente de aquella
raíz invisible superior, o está ligado a la misma, puede participar de su
vida inmortal. De ahí que todo pensamiento, idea y aspiración elevados de la
personalidad, procedentes de esa raíz y alimentados por ella, ha de
convertirse en permanente. En cuanto a la conciencia física, siendo ésta una condición
del principio sensible, pero inferior (Kâma–Rûpa o instinto animal, iluminado
por el reflejo manásico inferior o Alma humana), debe desaparecer. Lo
que manifiesta actividad mientras el cuerpo duerme o está paralizado es la
conciencia superior, y nuestra memoria registra sólo de un modo débil e
incorrecto, por obrar automáticamente, esas experiencias que a menudo ni
siquiera ligeramente quedan impresas en ella.
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Pero ¿cómo se
explica que Manas, a pesar de que le llamáis Nous, un “Dios”, sea tan débil durante
sus encarnaciones, que sea vencido y prisionero de su cuerpo?
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Podría
contestaros con la misma pregunta y deciros: “¿Cómo es que
aquel a quien consideráis como el “Dios de los Dioses” y el único Dios
viviente es tan débil que permite al mal (o al Diablo), que pueda vencerlo
así como a todas sus criaturas, tanto mientras está en el Cielo como
cuando estaba encarnado en la Tierra?” Seguramente me contestaréis que
“eso es un misterio, y nos está
prohibido indagar los misterios de Dios”. Como a nosotros no nos lo
prohíbe nuestra filosofía religiosa, contesto a vuestra pregunta que, excepto
en el caso de bajar un dios a la Tierra como Avatar, todo principio
divino ha de verse sujeto y paralizado por la turbulenta materia animal. La
heterogeneidad siempre vencerá a la homogeneidad sobre este plano de
ilusiones; y cuanto más se aproxima una esencia a la homogeneidad primordial
que es su principio base, más difícil le es imponerse en la tierra.
Los
poderes espirituales y divinos se hallan, dormidos, en todo ser humano; y
cuanto más amplia sea su visión espiritual, más poderoso será su Dios
interno. Pero pocos son los hombres capaces de sentir a ese Dios.
Generalmente, en nuestro pensamiento señalamos límites a la deidad, efecto de
nuestros primeros conceptos acerca de la misma, arraigados en nosotros desde
la niñez. Por esas razones os resulta tan difícil comprender nuestra filosofía.
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¿Y es acaso ese
Ego nuestro, nuestro Dios?
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De
ningún modo. “Un Dios” no es la deidad universal, sino sólo un resplandor del
Océano único del Fuego Divino. Nuestro Dios interno o “nuestro Padre
en Secreto” es lo que llamamos el “Yo Supremo”, Âtma. El Ego nuestro
que se encarna fue un Dios en su origen, como lo fueron todas las emanaciones
primitivas del Principio Uno Desconocido.
Pero
desde su “caída en la materia”, teniéndose que encarnar a través del ciclo,
desde su principio a su fin, ya no es un Dios libre y feliz, sino un pobre
peregrino que va a recuperar aquello que ha perdido. Puedo contestaros más
detalladamente repitiéndoos lo que se dijo acerca del HOMBRE INTERNO en Isis
sin Velo (volumen II, pág. 593, ed. inglesa):
“Desde
la más remota antigüedad, la humanidad en conjunto ha estado
siempre convencida de la existencia de una entidad personal espiritual dentro
del hombre físico. Esta entidad interna era más o menos divina según su
proximidad a la corona… Cuanto más íntima es la unión, más apacible y puro
es el destino del hombre, menos peligrosas las condiciones externas. Esta
creencia no es fanática, ni supersticiosa, sino un sentimiento instintivo,
constante, de la proximidad de otro mundo espiritual e invisible, que, aunque
subjetivo para los sentidos del hombre exterior, es perfectamente objetivo
para el Ego interno. Se creía, además, que existen condiciones externas e internas
que afectan a la determinación de nuestra voluntad sobre nuestros actos.
Se rechazaba el fatalismo, porque el fatalismo implica la conducta ciega de
un poder más ciego aún. Pero se creía en el destino o Karma que
el hombre, semejante a la araña, teje hilo por hilo desde que nace hasta que
muere, y ese destino está guiado por aquella presencia que algunos llaman el ángel
de la guarda, o por nuestro hombre astral interno más íntimo, que demasiado a
menudo es el genio del mal para el hombre de carne (o la personalidad). Ambos
guían al Hombre, pero uno de los dos ha de prevalecer; y desde el principio
mismo de la invisible lucha, la severa e implacable ley de compensación (y
retribución) interviene y continúa su curso, siguiendo con fidelidad las
fluctuaciones (del conflicto). Concluida la última trama, queda el hombre
envuelto en la red que se ha tejido, y entonces se halla enteramente bajo el
imperio de ese destino forjado por él mismo. Entonces el destino lo fija,
cual concha inerte a la roca inmóvil, o bien lo arrastra como una pluma en el
torbellino producido por sus propias acciones.”
Tal
es el destino del Hombre, el verdadero Ego, no el Autómata, la CÁSCARA a la
que prestan este nombre. De él depende llegar a convertirse en un vencedor de
la materia.
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