LA CLAVE DE LA TEOSOFÍA
EXPOSICIÓN CLARA EN FORMA DE PREGUNTAS Y
RESPUESTAS DE LA ÉTICA, CIENCIA Y FILOSOFÍA
PARA CUYO ESTUDIO HA SIDO FUNDADA LA
SOCIEDAD TEOSÓFICA
Dedicada por H. P. B.
a todos sus discípulos
para que aprendan y puedan enseñar a su
vez.
(Parte 50)
DEL PROPIO SACRIFICIO
|
|
¿Es la justicia
igual para todos y el amor hacia todos los seres el objeto más elevado de la Teosofía?
|
No;
existe otro aún mucho más alto.
|
¿Cuál puede ser?
|
El
dar a los otros más que a uno mismo; el propio sacrificio. Esto
es lo que ha distinguido tan preeminentemente a los Maestros más grandes de
la Humanidad, tales como Gotama Buddha en la Historia, y Jesús de Nazaret en
los Evangelios. Ha bastado ese solo rasgo para conservarles el respeto y el
agradecimiento perpetuos de las generaciones que después de ellos se han
sucedido. Decimos, sin embargo, que el propio sacrificio debe practicarse con
discernimiento; y que si semejante abandono de uno mismo se lleva a cabo sin
tener en cuenta la justicia, ciegamente, sin considerar los resultados, puede
a menudo ser no sólo vano el esfuerzo, sino perjudicial. Una de las reglas
fundamentales de la Teosofía es la justicia consigo mismo, considerándonos
como una unidad de la humanidad colectiva, y no como un yo personal:
considerándonos no más que los demás, pero tampoco menos, excepto cuando,
gracias al sacrificio propio, podemos beneficiar a los muchos.
|
¿Podéis aclarar
algo más vuestra idea por medio de un ejemplo?
|
Muchos
ejemplos existen en la historia. La Teosofía considera el propio sacrificio
por el bien práctico de los muchos como muy superior a la abnegación por una idea
sectaria, como por ejemplo la de “salvar a los paganos de la condenación”.
En nuestra opinión, el Padre Damián (aquel joven de 30 años que sacrificó
su vida entera para aliviar los sufrimientos de los leprosos de Molokai, y se
fue a vivir durante dieciocho años solo con ellos, siendo al fin atacado por
tan terrible enfermedad, de la cual murió), no ha muerto en vano. Él
alivió, y proporcionó una relativa felicidad a miles de pobres desgraciados.
Les llevó el consuelo mental y físico. Derramó un rayo de luz en la noche
oscura y terrible de una existencia cuya amargura no encuentra otra
comparable en los anales del sufrimiento humano. Era un verdadero teósofo,
y su memoria vivirá eternamente en nosotros.
Consideramos
a ese pobre sacerdote belga inconmensurablemente más elevado que, por ejemplo,
aquellos sinceros pero insensatos y vanos misioneros que han sacrificado su
vida en las islas de los mares del Sur o en China. ¿Qué bien han
hecho? En
las primeras, trataron con seres que no eran aún aptos para recibir verdad
alguna; y en cuanto a la segunda, se trata de una nación cuyos sistemas de
filosofía religiosa son tan elevados como cualesquiera otros, si quisieran
los que los poseen seguir el modelo de Confucio y demás sabios de su raza.
Murieron víctimas de caníbales y de salvajes irresponsables, o del fanatismo
y del odio populares; mientras que si hubiesen ido a los tugurios de White chapel,
u otra localidad de aquellas que se estancan y pudren, bajo el sol brillante
de nuestra civilización, llenas de salvajes cristianos y de lepra mental,
hubieran podido hacer verdadero bien y haber conservado la vida para una
causa mejor y más digna.
|
Pero ¿no piensan
los cristianos lo mismo?
|
Es
claro que no, porque obran partiendo de una creencia errónea. Piensan que bautizando
el cuerpo de un salvaje irresponsable salvan su alma de la condenación. Por una
parte, la Iglesia olvida a sus mártires, y por otra beatifica y levanta
estatuas a hombres como Labro, que sacrificó su cuerpo durante cuarenta años
sólo en beneficio de los inmundos insectos que en él se alimentaban. Si
dispusiésemos de los medios necesarios para ello, levantaríamos una estatua
al Padre Damián, santo verdadero y práctico, y perpetuaríamos su memoria para
siempre, como ejemplo viviente de heroísmo teosófico y de compasión y propio
sacrificio, buddhista y cristiano.
|
¿Consideráis, por
tanto, el propio sacrificio como un deber?
|
Sí;
y lo explicamos, mostrando que el altruismo es una parte integrante del propio
desarrollo. Pero hemos de distinguir. Ningún hombre tiene derecho a dejarse
morir de hambre para que pueda otro alimentarse, a no ser que la vida de este
último sea, de un modo evidente, más útil a los muchos que la suya propia.
Pero es deber suyo sacrificar su propio bienestar y trabajar por los demás si
éstos son incapaces de trabajar por sí mismos. Deber suyo es dar todo lo que
le pertenece, por completo, si a nadie aprovecha más que a él mismo, caso que
lo guarde egoístamente. La Teosofía enseña la propia abnegación, pero no el
propio sacrificio impulsivo e inútil, ni justifica el fanatismo.
|
¿Cómo podremos
alcanzar un estado tan elevado?
|
Llevando
a la práctica con discernimiento nuestros preceptos. Por el uso de nuestra
razón más elevada, de la intuición espiritual, del sentido moral, y
obedeciendo al dictamen de lo que llamamos “la tranquila y suave voz” de nuestra conciencia, que es la de nuestro
Ego, y habla más alto en nosotros que los terremotos y los truenos de
Jehová, en que “no está el Señor”.
|
Si tales son
nuestros deberes hacia la humanidad en general, ¿qué entendéis por nuestros deberes
respecto a los que nos rodean?
|
Exactamente
los mismos, con más los que nacen de las obligaciones especiales de los lazos
de familia.
|
¿No es cierto
entonces, como se dice, que apenas ha entrado alguno en la Sociedad Teosófica,
se ve separado gradualmente su mujer, de sus hijos y de los deberes de familia?
|
Es
una calumnia sin fundamento alguno, como tantas otras. El primero de los deberes
teosóficos es el de cumplir el propio deber hacia todos los hombres y principalmente
hacia aquellas personas con quienes tenemos obligaciones especiales, bien
por haberlas asumido voluntariamente, como son los lazos del matrimonio, o
porque el destino nos ha ligado a ellas, como las que debemos a nuestros
padres o parientes.
|
¿Y cuál puede ser
el deber del teósofo hacia sí mismo?
|
Reprimir
y vencer al yo inferior, por medio del Superior. Purificarse
interna y moralmente; no
temer a nadie ni a nada, fuera del tribunal de su propia conciencia.
No hacer
jamás una cosa a medias; es decir, si cree hacer una cosa buena, debe hacerla
abierta y francamente; y si es mala, apartarse de ella por completo.
Un
teósofo tiene el deber de aligerar su carga, pensando en el sabio aforismo de
Epicteto que dice: “No te dejes
apartar, de tu deber por cualquier
reflexión vana que de ti pueda hacer el mundo necio, porque en tu poder
no están sus censuras, y, por consiguiente, no deben importarte nada”.
|
Suponiendo que un
miembro de vuestra Sociedad manifestase su incapacidad para practicar el
altruismo con otras personas, fundándose en que “la caridad empieza por uno
mismo”, y
alegando que está
demasiado ocupado, o que es demasiado pobre para favorecer a la humanidad, o siquiera
a algunos de sus elementos, ¿cuáles son vuestras reglas en caso semejante?
|
Ningún
hombre tiene el derecho de decir que nada puede hacer por los demás, bajo
cualquier pretexto que sea. “Cumpliendo
su deber en la ocasión conveniente, puede el hombre convertirse en acreedor del
mundo”,
dice un escritor inglés. Un vaso de agua ofrecido a tiempo al viajero
sediento realiza un deber más noble y más digno que una docena
de comidas dadas sin oportunidad a gentes que pueden pagarlas. Un hombre que
no sienta esto, jamás será teósofo; pero podrá, sin embargo, seguir
siendo miembro de nuestra Sociedad. Carecemos de reglas para obligar a ningún
hombre a convertirse en teósofo práctico, si no desea serlo.
|
¿Para qué entran
entonces en la Sociedad?
|
El
que lo hace lo sabrá. Tampoco en esto tenemos derecho para formar juicios anticipados
sobre una persona, aun cuando toda una comunidad se manifestase en su contra, y
os diré por qué. En nuestros tiempos, la vox populi (al menos en lo
que se refiere a la de las clases ilustradas) ya no es la vox dei, sino
siempre la de la preocupación, la de los motivos egoístas, y a menudo también
la de la impopularidad. Nuestro deber es sembrar semilla abundante para el
futuro, y tratar de que sea buena; no detenernos en averiguar por qué hemos
de hacerlo así, ni cómo y para qué vamos a perder nuestro tiempo, puesto que
los que han de recoger más adelante la cosecha no seremos nosotros.
|
No hay comentarios.:
Publicar un comentario