domingo, 7 de diciembre de 2014

¿QUIÉNES SON LOS QUE SABEN?

LA CLAVE DE LA TEOSOFÍA

EXPOSICIÓN CLARA EN FORMA DE PREGUNTAS Y RESPUESTAS DE LA ÉTICA, CIENCIA Y FILOSOFÍA
PARA CUYO ESTUDIO HA SIDO FUNDADA LA SOCIEDAD TEOSÓFICA

Dedicada por H. P. B.
a todos sus discípulos
para que aprendan y puedan enseñar a su vez.

(Parte 45)

¿QUIÉNES SON LOS QUE SABEN?
¿Puede aplicarse esto igualmente a nosotros que a los demás?
Igualmente. Como se acaba de decir, para todos existe la misma visión limitada, excepto para aquellos que han alcanzado en la presente encarnación el apogeo de la visión espiritual y de la clarividencia. Sólo podemos comprender que si hubiesen tenido que ser diferentes las cosas para nosotros, lo hubiesen sido; que somos nuestra propia obra y que sólo tenemos nuestro merecido.
Me temo que semejante concepto sólo sirva para amargar aún más nuestro ánimo.
Creo que es precisamente lo contrario. La falta de creencia en la justa ley de retribución es lo que más fácilmente despierta todos los sentimientos de rebelión en el hombre. Tanto el niño como el hombre sufren mucho más por un castigo o hasta por una reprimenda que creen inmerecida, que por un castigo más severo si comprenden que lo han merecido. La creencia en Karma es la razón más alta para que un hombre se conforme con su suerte en la vida, y el estímulo más poderoso para mejorar, por medio del esfuerzo, el próximo renacimiento. Ambas cosas quedarían destruidas, seguramente, si supiésemos que nuestra suerte es resultado de algo que no fuese la ley estricta, o que el destino se halla en otras manos que las nuestras.
Acabáis de afirmar que ese sistema de reencarnación bajo la acción de la ley kármica se impone ante la razón, la justicia y el sentido moral. Pero si es así, ¿no es sacrificando en parte las
hermosas cualidades de la simpatía y la compasión, y a costa de los sentimientos más delicados de la naturaleza humana?

Sólo en apariencia, mas no realmente. No puede hombre alguno recibir más o menos de lo que merece, sin una correspondiente injusticia o parcialidad respecto a los demás; y una ley que gracias a la compasión pudiese eludirse produciría más sufrimientos y mayores desgracias e irritación, que beneficios. Tened también en cuenta que no administramos la ley, puesto que creamos causas para sus efectos; ella se administra a sí misma; y además, que la más amplia previsión de la manifestación de la compasión justa y de la misericordia la hallamos en el estado de Devachán.
Habláis de los Adeptos como de una excepción a la regla de nuestra ignorancia general.
¿Saben éstos realmente algo más que nosotros acerca de la reencarnación y de los estados futuros?

Sin duda alguna. Gracias al desarrollo de facultades que todos poseemos, pero que sólo ellos han perfeccionado, han penetrado espiritualmente en esos planos y estados que hemos discutido. Desde las más remotas edades, una generación de adeptos tras otras ha venido estudiando los misterios del ser, de la vida, de la muerte y del renacimiento, y todos han enseñado a su vez algunos de los hechos que así aprendieron.
¿Y la formación de tales adeptos es el objeto de la Teosofía?
Considera la Teosofía a la humanidad como una emanación de lo divino, en vía de regreso hacia su origen. Llegados a cierto punto del sendero, alcanzan el Adeptado aquellos que han sacrificado varias encarnaciones para lograrlo. Porque tened muy presente que ningún hombre ha alcanzado jamás el Adeptado en las ciencias secretas durante una vida sola, sino que muchas encarnaciones son necesarias para ello, después de haber formado un propósito consciente y haber dado principio a la práctica necesaria. Muchos pueden ser los hombres y mujeres, en el corazón mismo de nuestra Sociedad, que desde hace varias encarnaciones han empezado la obra laboriosa de lograr la iluminación que desean; y los que todavía, por efecto de las ilusiones personales de la vida presente, o ignoran el hecho o están perdiendo toda probabilidad de progreso en esta existencia. Sienten ellos una atracción irresistible hacia el ocultismo y la vida superior, y son aún, sin embargo, demasiado personales y apegados a sus propias opiniones (agradándoles con exceso las engañosas seducciones del mundo y los efímeros placeres del mismo), para que se decidan a renunciar a ellos, perdiendo así sus posibilidades de progreso en la actual existencia. Pero para los hombres comunes, para los deberes prácticos de la vida diaria, semejante resultado, tan lejano, es impropio como objeto y enteramente ineficaz como motivo.
¿Cuál puede ser el objeto de éstos al entrar en la Sociedad Teosófica?
Muchos se interesan por nuestras doctrinas y sienten instintivamente que son más verdaderas que las de cualquier religión dogmática. Otros se han propuesto firmemente alcanzar el ideal más elevado del deber para el hombre. 


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