viernes, 28 de agosto de 2015

Gracias Dios mío.

Gracias Dios mío, porque cada día 
me demuestras que el cambio 
me hace cada vez mejor.
Que cada día me haces nacer, crecer y morir.
Que cada día me enseñas 
que las alegrías y las penas 
son solo ese día, 
que el mañana eres Tú.
Que cada día me haces reír y llorar, 
solo para que sea mejor que ayer.

Gracias por enseñarme 
que el pasado es memoria, 
que el presente 
es este momento y 
que el futuro no me pertenece.

EL CENTRO ESTA EN TODAS PARTES

EL CENTRO ESTA EN TODAS PARTES
Radha Burnier


El hombre ha formado una imagen homocéntrica del Universo, pensando que todas las cosas están para beneficio del género humano. Sin embargo la autora nos plantea otra visión que considera la belleza y la armonía de la existencia.

El ser humano tiende generalmente a vivir en un mundo mental artificial, un mundo de imágenes que no corresponden necesariamente a la realidad.
Cuando la mente ve un objeto lo interpreta y llega a sus propios conceptos sobre Lo que ve, que no corresponde con lo que es. Crea teorías y filosofías que pueden basarse en percepciones desfiguradas o completamente falsas.

El hombre ha notado en la naturaleza la aparición de centro en diversas cosas. Una flor parece tener un centro; el sol parece ser el centro de todo un sistema solar que gira en torno suyo, y del cual depende la energía de ese sistema. El ojo humano parece tener un centro, la pupila. Se imagina que hay un centro en su propio cuerpo, para algunos el corazón, para otros el cerebro. El átomo parece tener un centro, de esta manera se han formado conceptos teocéntricos, una especie de círculo en torno de un dios de quien el hombre ha creado una imagen en su propia mente.

Y cuando hay un centro también parece haber una circunferencia. El que cree en un dios puede considerarse a sí mismo como colocado cerca del centro, y a los paganos los sitúa en la periferia con un centro y una circunferencia, con unos que están dentro del círculo y otros fuera.

De modo similar ha formado dentro de su mente un universo homocéntrico, pues le parece que todo ha sido creado para su propio beneficio, los árboles, las flores, los pájaros ...Todo es para que él lo explote, para satisfacer su codicia, sus deseos de comodidad, su orgullo.

Sin embargo, viéndolos desde una perspectiva diferente, los centros dejan de existir. El átomo parece tener un centro, pero hay muchos átomos que forman un cuerpo; de modo que cuando una cosa se convierte en parte de un sistema mayor ya no es un centro desde el punto de mira de ese sistema mayor. Puede haber incontables átomos en el ojo humano, pero el centro de cada átomo no es el centro del cuerpo ni el centro del cuerpo humano es el centro del universo. Y así, ampliando más y más la perspectiva, puede uno preguntarse si habrá en realidad un centro de todo.
Los seres humanos no sólo piensan que el hombre es el centro de todas las cosas, sino que todas las cosas han sido hechas para su beneficio; y cada hombre piensa que él es el centro de su propio entorno particular. Cada uno ha creado para sí un centro desde el cual mira al mundo y actúa sobre él. Este yo individual se ha vuelto tremendamente importante para cada persona.

Sin embargo, observando el proceso total de la naturaleza, parece que los individuos son de muy pequeña importancia. En cada especie nacen millones de criaturas, pero la naturaleza parece no darles mucha importancia y deja que muchísimas de ellas perezcan. Por ejemplo, producen millones de ardillas que se reproducen muchísimo pero no todas pueden sobrevivir. Si sobrevivieran, otros procesos no podrían funcionar, y así muchos de esos roedores tienen que servir de comida a otras especies. Y esto es cierto con la mayoría de las criaturas.

El hecho es que la naturaleza parece ver todas las cosas con el mismo ojo, y tal vez esa sea la razón para que haya un constante intercambio y sacrificio de unas a otras. Esta es una verdad que la mente humana no quiere reconocer.
Hay intercambio al nivel físico. El aire que respiramos contiene oxígeno que pasa de una criatura a otra; la materia que compone nuestro cuerpo se desintegra y se vuelve parte del cuerpo de alguna otra criatura que a su turno se desintegra y se vuelve parte del sistema físico de algo más. Este intercambio ocurre no sólo a nivel físico sino también a nivel mental, pues estamos continuamente influyéndonos recíprocamente con nuestros pensamientos. Cuando hablo, algunos pensamientos míos pueden entrar al sistema mental de ustedes y tal vez yo este absorbiendo algo   dentro de mi propia mente consciente o inconscientemente, como un resultado de mi contacto con ustedes. En todo momento hay un intercambio, y parece que no hay esa independencia que llamamos existencia individual.
La naturaleza no parece darle valor a las cosas en particular y del mundo, ha     desarrollado todo un sistema de valores en torno suyo. A lo que está más cerca o en el centro, o sea él mismo le da el supremo valor. Y estos valores diferentes producen la lucha por sobrevivir, los conflictos, las frustraciones, las ambiciones, y todo cuanto aflige a la mente humana.
El hombre ha creado un sistema de valores, y mide todas las cosas de acuerdo con sus propios prejuicios y con el conjunto de imágenes que se ha formado en su propia mente y que no tienen nada que ver con la realidad de lo que es.

Un artículo publicado en Rider's Digest, por el Profesor Lewis Thomas dice que las verdaderas maravillas, no son el Taj-Mahal, ni el Puente de la Bahía de Sydney, ni ninguna de las cosas que el hombre ha hecho y que aprecia tanto porque son productos suyos. Las verdaderas maravillas, dice, se encuentran en la naturaleza misma... Uno de los ejemplos que da el Profesor Thomas es el de un pequeño escarabajo que vive en el árbol de mimosa. La escarabaja pone sus huevos en la corteza del árbol, pero sus crías no pueden sobrevivir si el árbol sigue verde; necesita una rama seca para crecer. Por tanto la escarabaja, una vez que pone sus huevos, corta un círculo en la corteza de la rama un poquito antes de donde los puso, para que la rama se seque y marchite y los escarabajitos puedan vivir.

Uno puede preguntarse cómo sabe el escarabajo lo que tiene que hacer, o sea cortar por ahí la corteza, y por qué lo hace antes de donde puso los huevos y no después; pero la inteligencia de la naturaleza está funcionando en esta actividad del escarabajo hay un hecho adicional, y es que el árbol mimosa puede sobrevivir por 20 o 30 años dejándolo solo, pero si se le poda puede vivir hasta cien años. De modo que esta actividad del escarabajo le ayuda al árbol a vivir más tiempo. Y entonces puede uno preguntarse qué es lo que la naturaleza está pretendiendo, ¿que los escarabajos sobrevivan, o que el árbol viva más tiempo?

Como se dijera, millones de criaturas se producen en todas las especies; mueren, y la muerte es una parte muy importante de la evolución. La muerte es uno de los inventos mejores que ha ayudado a que la evolución prosiga, pues si las formas no muriesen no podría haber cambio y sin cambio no habría progreso evolutivo.
Así parece que el individuo no cuenta, sino que hay algún propósito en el designio global de la naturaleza, y que cumplir ese propósito es mucho más importante que la existencia de los individuos, incluso los humanos.

Mucha gente ha especulado sobre lo que puede ser ese designio y si hay algún propósito en todo el proceso y movimiento de la evolución. Es muy difícil decir qué es ese propósito, pues estamos fijados en un punto estático en el tiempo y en el espacio y no nos damos cuenta perfecta de la inmensidad de todo este movimiento.
Algunos han tenido vislumbres de este movimiento y han expresado sus pensamientos sobre ese propósito como la consciencia de una armonía innata de amor. Sir Alister Hardy menciona la posibilidad de que exista una fuerza que opere tras todo este proceso aparentemente mecánico, y especula sobre la posibilidad de que esa fuerza activa sea el amor.

En la naturaleza hay algo que se está cumpliendo con extraordinaria inteligencia y a la vez con una maravillosa belleza. En una conferencia reciente en Hadar un científico explicó que en muchas ocasiones en que los hombres de ciencia y otros han penetrado en nuevas verdades, han quedado llenos de un sentimiento de la gran belleza en la existencia. Esas visiones son un modo de percibir la Verdad.
En la naturaleza encontramos no sólo una inteligencia activa, sino también una belleza como fruto de esa actividad. Su inteligencia le enseña al escarabajo a cooperar con el árbol, a la golondrina del mar del Ártico a volar hasta las regiones antárticas; al trozo de carne arrancado a reemplazarse por un trozo nuevo, etc., etc.
El hombre cree que la inteligencia es algo que le pertenece a él exclusivamente, pero no es así. Su inteligencia no es sino una parte de la inteligencia de la naturaleza, siendo ésta de una belleza extraordinaria. Sin embargo, la belleza no puede crearse a menos que haya amor. Una persona que no ame lo que está haciendo no puede producir un objeto bello. Posemos decir pues que inteligencia, belleza y amor se manifiestan por medio de los grandes procesos naturales: la extraordinaria interdependencia, el intercambio constante. Al hombre le gustaría escaparse de ello, colocarse aparte.

Parece que en la naturaleza todo exige sacrificio. Tal vez es paradójico que el deseo de sobrevivir esté sembrado en el sistema físico, pues sin este instinto no habría continuidad en las especies ni posibilidad alguna de progreso. Pero cualquier cosa que sobreviviera demasiado tiempo en la misma forma, no podría progresar. Tiene que haber pues, supervivencia y al mismo tiempo sacrificio. Toda cosa se sacrifica físicamente a otra; ahora más adelante, también se sacrificará más que en lo físico.

Pero como el hombre se ha atribuido que es el centro de todas las cosas, piensa que todas ellas deben sacrificarse en su beneficio sin que él tenga que sacrificar nada de sus codicias, de su comodidad, sus ambiciones, etc. Esta es una de las razones porque esté destruyendo su mismo hábitat, con lo cual impedirá su propia supervivencia y la de todas las demás criaturas.

El lector inteligente puede simbolizar el hecho de que sin sacrificio no puede haber iluminación o sabiduría.

El principio del sacrificio no puede practicarse mientas el yo se considere como centro del universo. En los procesos de la naturaleza podemos ver como ella se preocupa por toda pequeña forma de vida, y la provee con los medios para vivir y crecer y así empieza uno a sentir que el centro no está en el hombre ni en ninguna cosa en particular, sino que el centro está en todas partes. Pero el yo padece de ceguera.
El concepto teocéntrico ve a Dios como algo que está fuera, y al mundo como creación suya aquí abajo. Han habido otros conceptos diversos; algunos de ellos dicen que la inteligencia divina, la naturaleza divina, hay que experimentarla y sentirla en todas las cosas pues si no somos capaces de percibirla así, no vale nada. Esa imposibilidad puede deberse a que la mente esté tan sobrecargada de imágenes y conceptos que sea incapaz de verla.

Hay un factor que crea esa ignorancia, y que actúa como un biombo que impide la percepción; ese factor es la noción que pone al yo como el centro desde el cual hay que mirar todas las cosas y juzgar su valor.
El mundo está hoy en una situación muy triste, agravada por conflictos debidos a que el yo persiste, a que el yo es el factor dominante.
Algo semejante ocurre con la violencia. Hay violencia por doquiera, y esa violencia engendra miedo. Y el hombre que siente temor es agresivo a su vez, porque el miedo siempre produce agresión. Y así la violencia aumenta continuamente en este mundo.
Si buscamos el origen de todo esto, podremos ver que todo surge de imaginar que hay un centro, con los cuales atiborramos nuestra mente.

En el Baghavad Gita hay una definición de yoga como EQUILIBRIO o IGUALDAD. Sólo cuando la mente es capaz de ver el valor IGUAL de todas las cosas puede ver por doquiera en todo momento que existe un centro de inteligencia divina de poder y belleza y amor divinos. Y ese es el estado que puede llamarse Yoga.

El hombre se considera él mismo como el centro de las cosas. Piensa que él es una criatura material porque ese instinto de supervivencia que lleva enclavado en su cuerpo lo hace creer que él es una criatura material porque ese instinto de supervivencia que lleva enclavado en su cuerpo lo hace creer que él debe continuar existiendo como una entidad física que su intención predominante debe ser beneficiarse él mismo, que debe conseguir y lograr lo que otros no han logrado alcanzar.

Esta misma actitud la traslada al campo psicológico, donde desea encontrar diversas comodidades psicológicas, tales como adquirir más conocimientos, progresar en el campo religioso, etc.,. Todo ello es parte del concepto que tiene de sí mismo, ya sea como cuerpo o como mente.

Pero si realmente se propusiera comprender lo que ES el ser humano, tal vez podría entender que no es el cuerpo y ni siguiera la mente.

La mente humana está quizá ligeramente más desarrollada que la del animal. Lo que esencialmente hace humano al hombre no es poder pensar; esta capacidad de pensar es la que ha creado todos los problemas que existen en el mundo. El sólo pensar no lo eleva a una categoría superior; lo que lo hace esencialmente humano es su capacidad de darse cuenta de cosas que no pertenecen al campo material; la mente es también parte de ese campo material.

Lo que lo hace ser humano es esa posibilidad que existe en él para ser consciente de valores no materiales, tales como sabiduría, belleza, verdad, paz armonía, que son los que en realidad hacen de él un ser en verdad humano. En ese estado de sabiduría, amor y armonía, no existe ningún centro.
Madame Blavatsky fue quien citó o usó la frase "El centro que está en todas partes y la circunferencia que no está en ninguna". En ese estado de sabiduría, el centro está ciertamente en todas partes, porque sabiduría es la mezcla de inteligencia con amor y belleza.

En el Bhagavad Gita se nos advierte que la libertad está en quedar libres del pensamiento de que uno mismo es el que sabe, el que actúa, el que disfruta.
Cuando ese centro del yo desaparece, se obtiene una guía extraordinariamente iluminadora. El hombre sabe entonces que toda inteligencia es la inteligencia de la naturaleza que puede manifestarse conforme a los propios medios de ella en cada lugar y en cada unidad de vida. Sabe que su conocimiento no es "suyo" sino conocimiento universal. Que su afecto, si es real, no es "suyo" sino sentir la unidad universal de todas las cosas.

Sólo cuando el hombre abandona todo el sentimiento del yo es cuando queda libre de estas nociones del YO SOY ESTO o YO SOY AQUELLO, y reconoce que el centro de todo lo que es grande y bueno está por doquiera en el universo a todo instante. Entonces es cuando realmente se vuelve libre y trasciende su propia naturaleza actual.

La esencia de todo lo que puede entenderse bajo el concepto del centro que está en todas partes, se encuentra tal vez en la bella invocación de la Dra. Besant:

Oh Vida oculta que vibras en cada átomo.
Oh, Luz oculta que brillas en toda criatura.
Oh, Amor oculto que todo lo abarcas en la Unidad.
Que cada ser que se sienta uno Contigo,
Sepa que por lo tanto es también uno con todos los demás.


Publicado en Theosophy in Australia, junio 1985


NO TE RINDAS


jueves, 27 de agosto de 2015

CLARIVIDENCIA (Parte 10)

CLARIVIDENCIA
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(Parte 10)

MÉTODOS DE DESARROLLO
Cuando un hombre se convence de la verdad del valioso poder de la clarividencia, su primera pregunta es generalmente: « ¿Cómo podré yo desarrollar esta facultad que se dice está latente en todos los hombres?»
Ahora bien; el hecho es que hay muchos métodos por los cuales puede desarrollarse, pero no hay más que uno que se pueda recomendar sin peligro como de uso general, el cual mencionaremos el último de todos. Entre las naciones menos avanzadas del mundo, el estado de clarividencia ha sido producido de diversos medios, todos censurables; entre las tribus no arias de la India, por el empleo de drogas intoxicantes, o por la aspiración de vapores estupefacientes; entre los derviches, dando vueltas en una danza alocada de fervor religioso, hasta que sobrevienen el vértigo y la insensibilidad; entre los partidarios de las prácticas abominables del culto Vudú, por espantosos sacrificios y ritos repugnantes de magia negra. Semejantes métodos no están, afortunadamente, en boga en nuestra propia raza; sin embargo, aún entre nosotros, un gran número de ignorantes en este antiguo arte adoptan un método propio de hipnosis, tal como el mirar con fijeza algún punto brillante, o la repetición de alguna fórmula hasta que se produce un estado de semi-estupefacción, al paso que otra escuela de entre ellos trata de llegar a los mismos resultados por medio del empleo de algunos sistemas indios de respirar.

Todos estos métodos deben ser, sin ningún género de duda, condenados como muy peligrosos para la práctica de cualquier hombre ordinario que no tiene idea de lo que hace, sino que simplemente pone por obra experiencias vagas en un mundo que le es por completo desconocido.

Hasta él método de obtener la clarividencia, haciéndose magnetizar por otra persona, no tiene nada de recomendable y debe huirse de él. No debe jamás ser intentado excepto bajo condiciones de confianza absoluta y de afecto, entre el magnetizador y el magnetizado; y un grado de pureza de alma y corazón, de mente y de intención, tales como generalmente no se ven nunca sino entre los santos más grandes.

Los experimentos relacionados con el sueño magnético son del mayor interés, pues ofrecen al escéptico (entre otras cosas) una posibilidad de comprobar el hecho de la clarividencia; sin embargo, excepto bajo las condiciones que acabo de mencionar, condiciones que desde luego admito que son casi imposibles de encontrar, nunca aconsejaría a nadie que se sujete a tales experiencias.
El magnetismo curativo (por medio del cual, sin dormir en modo alguno al paciente, se intente aliviarle, o curarle, o comunicarle vitalidad con los pases magnéticos), es una cosa muy distinta; y si el magnetizador, aunque sea completamente inexperto, está bien de salud y animado de intenciones puras, ningún perjuicio resultará para el sujeto.
En los casos extremos como el de una operación quirúrgica, puede un hombre razonablemente someterse aún al sueño magnético; pero no es, en verdad, un estado que deba experimentarse sin necesidad. Por mi parte, aconsejaría del modo más terminante a toda persona que me hiciera el honor del consultarme sobre el asunto, que no intentase ninguna clase de investigación experimental en lo que es todavía para ella el campo de las fuerzas anormales de la naturaleza, antes de que, en primer término, se haya enterado bien de todo lo que se ha escrito, sobre el asunto, o lo que sería con mucho lo mejor de todo, hasta obtener la dirección de un maestro competente.
Pero se dirá: ¿dónde encontrar ese maestro competente? Seguramente, no entre los que se anuncian como tales, que ofrecen comunicar, mediante unas guineas o duros, los misterios sagrados de las edades, o que tienen «círculos para desarrollar», en los cuales se admiten los solicitantes a tanto por cabeza.
Mucho se ha dicho en este tratado acerca de la necesidad de una educación cuidadosa -de la ventaja inmensa del clarividente experto sobre el inexperto-; pero esto nos vuelve otra vez a la misma pregunta: ¿dónde puede obtenerse tal educación definida?
La respuesta es que esta educación puede obtenerse precisamente donde siempre se ha obtenido desde que principió la historia del mundo: de la Gran Fraternidad Blanca de Adeptos, que se halla actualmente, como siempre se ha hallado, a espaldas de la evolución humana, guiándola y auxiliándola bajo el régimen de las grandes leyes cósmicas que representan para nosotros la Voluntad de lo Eterno.

Pero puede preguntársenos: ¿cómo se llega hasta ellos?, ¿cómo puede el aspirante, sediento de conocimiento, comunicarles su deseo de instrucción?
De nuevo contestamos: tan sólo por los métodos honrados por el tiempo. No existe ninguna forma nueva por medio de la cual pueda un hombre hacerse apto sin trabajo, para convertirse en un discípulo de esta escuela, ningún camino real que conduzca al conocimiento que allí puede adquirirse. Hoy en día, lo mismo que en la más remota Antigüedad, el hombre que desee llamar la atención tiene que entrar en la senda lenta y trabajosa del propio desarrollo; tiene que aprender, en primer término, a tratarse a Sí mismo y hacerse todo lo que debe ser. Los pasos de este sendero no son un secreto, y han sido presentados tan a menudo en los libros teosóficos, que no los repetiré aquí pero no es ningún camino fácil de seguir, y sin embargo, más tarde o más temprano todos tienen que andarlo, pues la gran ley de la evolución arrastra a la humanidad, lenta pero irresistiblemente, a su meta.

De entre aquellos que se agolpan en este sendero, escogen los Maestros sus discípulos, y solamente haciéndose apto para ser enseñado, es cómo el hombre puede conseguir la enseñanza. Sin esta aptitud, el ingresar en cualquier Logia o Sociedad, ya sea secreta o de otro modo, no le hará avanzar lo más mínimo en su propósito. Es verdad, como todos sabemos, que por iniciativa de algunos de estos Maestros fue fundada nuestra Sociedad Teosófica, y que de sus filas han sido escogidos algunos para entrar en relación más estrecha con ellos. Pero esta elección depende del esfuerzo del candidato, no del mero hecho de pertenecer a la Sociedad o a algún cuerpo dentro de la misma.

Este es, pues, el único modo absolutamente seguro de desarrollar la clarividencia: entrar con toda energía en el sendero de la evolución moral y mental, en uno de cuyos grados esta facultad, así como otras más elevadas, se empezarán a mostrar espontáneamente.

Hay, sin embargo, un ejercicio que es aconsejado por todas las religiones igualmente, el cual, si se adopta cuidadosa y reverentemente, no puede hacer daño a ningún ser humano, y por el cual suele desarrollarse un tipo muy puro de clarividencia; este ejercicio es el de la meditación.
Que una persona escoja cierto tiempo diario determinado en que tenga la seguridad de permanecer tranquilo y sin ser molestado, siendo preferible que sea durante el día más bien que por la noche, y dedicarse en tales momentos a mantener su mente, durante algunos minutos, completamente libre de todo pensamiento terrestre de cualquier clase que sea, y cuando lo haya conseguido, dirigir toda la fuerza de su ser hacia el ideal espiritual más elevado que conozca. Verá que el obtener semejante perfecto dominio del pensamiento es inmensamente más difícil que lo que supone; pero, una vez alcanzado, verá también que por todos conceptos le es grandemente beneficioso, y a medida que va adquiriendo mayor dominio para elevar y concentrar su pensamiento, gradualmente encontrará que nuevos mundos se abren ante su vista.
Después de todo, sin embargo, si los que ansiosamente desean la clarividencia pudieran poseerla temporalmente durante un día, o tan siquiera una hora, es muy dudoso que tratasen de retener el don. Es cierto que ante ellos se abren nuevos mundos de estudio, nuevas facultades para ser útiles, y por esta última razón la mayor parte de nosotros creemos que vale la pena; pero hay que tener presente que para uno cuyo deber todavía le obliga a vivir en el mundo, no es, en modo alguno, una dicha sin mezcla. Sobre el que obtiene esta visión se posa, como un peso siempre presente, el dolor y la desgracia, el mal y la codicia del mundo, hasta el punto que en los primeros pasos de su cono-cimiento siéntese a menudo inclinado a ser el eco de la abjuración apasionada que contienen estos fluidos versos de Schiller:
Dein Orakel zu verk.ünden;
warum warfest du mich hin
Yn die Stadt der ewig Blinden,
mi dem aufgeschloss'nen Sinn?
Frornrnt's, den Schleiér aufzuheben,
wo das nabe Schreckniss droth?
Nur derYrrthum ist das Leben;
diesses Wissen ist der Tod.
Nimm, O nimm die traur' ge Klarheit
mir vomAug'den blut'gen Schein!
Schrecklich ist es deiner Wahrheit
sterbliches Gefáss zu seyn.

Los cuales pueden, quizá, traducirse así
¿Por qué para proclamar
tu oráculo me has lanzado
en la ciudad de los eternos ciegos
con el sentido abierto?
¿ Vale levantar el velo
donde amenaza el peligro cercano?
Sólo la ignorancia es vida;
este conocimiento es la muerte.
Quítame, ¡oh!, quítame esta triste
clarividencia, aparta de mis ojos la visión sangrienta.
Es horrible ser el vehículo
mortal de tu verdad.
Y más adelante exclama también: «Devuélveme mi ceguera, la dichosa oscuridad de mis sentidos; quítame tu espantoso don».
Pero esto es, por supuesto, un sentimiento que pasa, pues la vista superior pronto muestra al discípulo algo más allá del deber; pronto penetra en su alma la abrumadora certeza que cualesquiera que sean las apariencias aquí abajo, todas las cosas, sin ningún género de duda, trabajan juntas por el bien eventual de todo. Reflexiona que el pecado y el sufrimiento están allí ya los pueda él percibir o no, y que cuando puede verlos se encuentra, después de todo, en mejores condiciones para prestar auxilio eficaz que si trabajara en las tinieblas, y de este modo aprende a soportar su parte del pesado karma del mundo.

Hay algunos mortales descarriados, que teniendo la suerte de poseer una parte de esta facultad superior, están, sin embargo tan absolutamente destituidos de todo sentimiento elevado en relación con tal poder, que lo usan con los fines más sórdidos, hasta el punto de anunciarse como «clarividentes probados para negocios». Inútil es decir que semejante uso de esta facultad es una mera prostitución y degradación de la misma, que demuestra que su desgraciado poseedor la ha obtenido de algún modo, antes que el lado moral de su naturaleza se hubiese desarrollado lo suficiente para soportar la prueba que impone. La percepción del mal karma que semejante conducta muy pronto genera, cambia la repugnancia en compasión por el desgraciado perpetrador de tal sacrílega imprudencia.

Se objeta a veces que la posesión de la clarividencia anula todo lo reservado y confiere un poder sin límites para explorar los secretos de los demás. No hay duda que efectivamente confiere semejante poder, pero, sin embargo, tal idea resulta algún tanto ridícula para cualquiera que conozca prácticamente el asunto. Semejante objeción es posible que sea muy fundada con respecto a los muy limitados poderes de los «clarividentes probados para negocios»; pero la persona que la refiere a aquellos que han adquirido la facultad en el curso de su instrucción, y que, por consiguiente, la poseen por completo, olvida tres hechos fundamentales:
primero, que es de todo punto inconcebible que una persona que tenga abiertos ante sí los espléndidos campos de investigación que la verdadera clarividencia presenta, pueda tener jamás el menor deseo de espiar los vanos secretillos de cualquier individuo;
segundo, que si por alguna improbable casualidad nuestro clarividente tuviese semejante despreciable curiosidad por tales menudencias, existe, después de todo, lo que se llama el honor del caballero, que lo mismo en aquel plano que en éste, le impediría, por supuesto, hasta la idea momentánea de aprovecharse de ello bajo ningún concepto; y
tercero, que en caso de la posibilidad sin precedente de que hubiese alguna variedad excepcional de una clase inferior de Pitris, para quien semejantes consideraciones no tuvieran peso alguno, hay que tener en cuenta que a todos los discípulos, así que principien a mostrar señales del desarrollo de esta facultad, se le comunican terminantes instrucciones que restringen su uso.

Para decido de una vez, estas restricciones son que no se debe espiar a los demás. que no se puede usar este poder en ningún sentido egoísta, ni debe hacerse ostentación alguna de fenómenos; o lo que es lo mismo, que las mismas consideraciones que sirven de norma de conducta a cualquier persona digna en el plano físico, se espera que las tenga también en el plano astral y el devachánico; que el discípulo no debe, en ningún concepto, usar los poderes que sus mayores conocimientos le confieren, en beneficio propio mundano, o en nada que se relacione con ganancia; y que nunca debe prestarse a lo que se llama en los círculos espiritistas «pruebas», esto es, hacer algo que pruebe de manera evidente a los escépticos del plano físico, que posee lo que para ellos aparecería como un poder anormal.
Respecto de esta última prohibición, la gente dice a menudo: ¿Y por qué no? ¡Sería tan fácil refutar a los escépticos y convencerlos en beneficio suyo! Tales críticos no tienen en cuenta que, en primer lugar, ninguno de los que saben algo, desean refutar ni convencer escépticos, ni les importa un ardite su actitud en ningún sentido; y en segundo, que no comprenden cuánto mejor es para el escéptico el llegar gradualmente a una apreciación intelectual de los hechos de la naturaleza, en lugar de que le sean repentinamente impuestos, como si dijéramos, por un golpe de maza. Pero este apunto ha sido perfectamente tratado hace muchos años en El mundo oculto, de Sinnett, y no es necesario repetir aquí los argumentos aducidos entonces.
Para algunos de nuestros amigos es muy difícil darse cuenta de que la necia chismografía y la vana curiosidad, que tan por completo ocupa la vida de la poco inteligente mayoría en la tierra, no preocupa en lo más mínimo la vida más real del discípulo; y así, algunas voces preguntan si aun sin ningún deseo especial de ver, no puede un clarividente observar casualmente algún secreto que otra persona tratase de ocultar, del mismo modo que la mirada de uno puede por casualidad fijarse en una sentencia de una carta de otro que se hallase sobre una mesa. Por supuesto que esto puede suceder; pero, y si sucede, ¿qué? El hombre de honor apartaría la vista, tanto en un caso como en otro, y sería como si nada hubiese visto. Si los objetantes se dieran cuenta del hecho de que a ningún discípulo le importan los asuntos de otro, excepto en el caso de que trate de serle útil, y que siempre tiene un mundo de ocupaciones propias a que atender, no estarían tan lejos de comprender las circunstancias de la vida más amplia del clarividente ejercitado.
Aun por lo poco que he dicho respecto de las restricciones impuestas al discípulo, es evidente que en muchos casos sabrá bastante más de lo que está en libertad de decir. Esto, por supuesto, es también verdad, en un sentido de mucho más alcance, en lo que concierne a los mismos Maestros de Sabiduría, esta es la razón porque los que tienen el privilegio de hallarse alguna vez con Su presencia, oyen con el mayor respeto sus menores palabras, hasta en los asuntos que en nada se relacionan con la enseñanza directa; pues la opinión de un Maestro, y hasta la de uno de sus discípulos superiores, sobre cualquier asunto, es la de un hombre cuyas posibilidades de juzgar con exactitud están fuera de toda proporción comparadas con las nuestras.

Su situación, así como sus superiores facultades, son, en realidad, la herencia de toda la humanidad; y por muy lejos que ahora nos encontremos de esos grandiosos poderes, no por eso es menos cierto que serán nuestros un día. Pero ¡qué diferencia entre el mundo actual y aquel en que la humanidad entera posea la clarividencia superior! Piénsese que diferente será la historia cuando todos puedan leer sus anales; la ciencia, cuando todos los procesos, acerca de los cuales los hombres sólo pueden emitir teorías, puedan observarse en todo su curso; la medicina, cuando tanto el doctor como el paciente puedan ver clara y exactamente lo que hay que hacer; la filosofía, cuando ya no exista la posibilidad de la discusión acerca de sus bases, porque todos igualmente podrán ver un aspecto más superior de la verdad; el trabajo, cuando toda ocupación será dichosa, porque cada hombre será dedicado a aquello que pueda ejecutar mejor; la educación, cuando la mente y el corazón de los niños sean libro abierto para el maestro que trate de formar sus caracteres; la religión, cuando ya no sea posible disputar sobre sus principales dogmas, toda vez que la verdad acerca de los estados después de la muerte, y la Gran Ley que gobierna el mundo, serán patentes para todos. Sobre todo, ¡cuánto más fácil será para los hombres evolucionados ayudarse mutuamente bajo unas condiciones mucho más amplias!

Las posibilidades que se presentan a la mente son como vistas gloriosas que se extienden en todas direcciones, de manera que nuestra séptima ronda será talmente una verdadera edad de oro. Bueno es que estas grandiosas facultades no serán poseídas por toda la humanidad hasta que haya alcanzado un nivel muy superior, tanto en moralidad como en sabiduría, porque de otra manera se repetiría, en condiciones aún peores, la terrible caída de la gran civilización atlante, cuyos individuos no supieron comprender que a un mayor poder corresponde una responsabilidad mayor. Sin embargo, nosotros mismos hemos estado, por la mayor parte, entre esos mismos hombres; esperemos que aquella caída nos haya servicio de provechosa enseñanza, y que cuando de nuevo se abran ante nosotros las posibilidades de la vida más amplia, soportáremos la prueba mejor.


CLARIVIDENCIA (Parte 9)

CLARIVIDENCIA
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(Parte 9)

CLARIVIDENCIA EN EL TIEMPO
La clarividencia en el tiempo -esto es, el poder de ver en el pasado y en el futuro- como todas las demás variedades, la poseen diferentes personas en grados muy diversos, desde el hombre que domina por completo ambas facultades, hasta aquel que sólo obtiene, ocasional e involuntariamente, vislumbres o reflexiones imperfectos de las escenas de otros tiempos. Una persona de esta última clase puede tener, por ejemplo, una visión de algún suceso del pasado, pero estaría sujeta a grandes errores, y aun cuando sucediese que viera con bastante exactitud, sería, casi con seguridad, un cuadro aislado, que ciertamente no podría relacionar con algo que hubiera ocurrido antes o después, ni explicar cualquier cosa extraordinaria que pudiese ver en él. Por el contrario, el hombre experto podría seguir el drama relacionado con el cuadro, ya fuera hacia atrás o hacia adelante, en cualquier extensión de tiempo que deseare, y encontrar con igual facilidad las diferentes causas que lo habían originado, así como los resultados que a su vez habría de producir.
Probablemente nos será más fácil comprender esta sección, algo difícil de nuestro tema, si la consideramos en las subdivisiones que naturalmente sugiere, y tratamos primeramente de la visión que se refiere al pasado, dejando para un examen posterior la que pasa a través del velo del futuro. En ambos casos será conveniente que tratemos de comprender lo que podamos del modus operandi, aun cuando sólo alcancemos un éxito muy mediano, debido en primer término a la información imperfecta de algunas partes del asunto, que actualmente disponen nuestros investigadores; y en segundo lugar, a la constante imposibilidad de expresar en el lenguaje ordinario de la palabra física, una centésima parte de lo poco que realmente sabemos acerca de los planos y facultades superiores.

El pasado
En el caso, pues, de una visión detallada del remoto pasado, ¿cómo se obtiene y a qué plano de la naturaleza pertenece realmente? La contestación a estas preguntas trato de darla lo mejor que puedo mi estudio sobre los anales del pasado. Los lectores pueden, desde luego, consultar dicho trabajo en El aura y los anales akáshicos, de modo que no es necesario repetir aquí lo que ya queda escrito, aunque insertaré en él, en este punto, algunos extractos, a fin de reunir en este pequeño volumen un bosquejo bastante completo de lo que actualmente sabemos del asunto. Pero téngase siempre presente que esta información que poseemos es imperfecta, y que además hay muchas consideraciones que nos impiden seriamente comunicarla, aun así, por completo.
En resumen, semejante visión tiene que ser, bien una vislumbre directa o una reflexión de esa gran memoria de la Naturaleza que ha sido llamada en nuestra literatura los anales akáshicos; y el plano más bajo en el cual se puede alcanzadas de un modo claro y exacto es el mental, al paso que en el astral sólo se tienen muy a menudo reflexiones parciales más o menos desnaturalizadas. Como siempre, vemos ejemplos de todos los grados del poder de ver estas cosas, desde el hombre ejercitado que puede consultar tales anales a voluntad, hasta la persona que sólo obtiene vagas vislumbres circunstanciales, o que quizá haya tenido tan sólo una de semejantes vislumbres.
Cualquiera puede imaginarse las espléndidas posibilidades que se abren ante el hombre que esté en completa posesión de este poder. Tiene ante sí un campo de investigación histórica del mayor interés. No sólo puede pasar revista cómodamente a toda la historia que conocemos, corrigiendo a medida que la examina los muchos errores y falsas interpretaciones de que adolecen los relatos que nos han sido transmitidos, sino que también puede a voluntad pasar revista a toda la historia del mundo desde su principio, observando el lento desarrollo de la inteligencia en el hombre, el descenso de los Señores de la Llama, y el crecimiento de las poderosas civilizaciones que fundaron.
Ni tampoco se limitaría este estudio sólo al progreso de la humanidad; ante él tendrá, como en un museo, todas las formas animales y vegetales extrañas que se mostraban en escena cuando el mundo era joven; podría seguir todos los maravillosos cambios geológicos que se han verificado y observar el curso de los grandes cataclismos que cambiaron toda la faz de la tierra una y otra vez.

Hasta el hombre que sólo posee esta facultad parcial y circunstancialmente, la encuentra del más profundo interés. El psicómetra que necesita de un objeto relacionado físicamente con el pasado, a fin de traer éste otra vez a la vida a su alrededor, Y el que mira a través de cristales al que le es posible algunas veces dirigir su menos seguro telescopio astral a alguna escena histórica de hace mucho tiempo, pueden obtener los mayores goces con el ejercicio de sus respectivos dones, aun cuando no comprendan bien cómo se producen estos resultados, y no puedan tenerlos siempre que quieran a su disposición en toda circunstancia. En muchos de los casos de manifestaciones inferiores de este poder, vemos que se practican inconscientemente; muchos de los que observan mediante cristales ven escenas del pasado, sin poder diferenciarlas de visiones del presente, y muchas personas vagamente psíquicas ven presentarse constantemente ante ellos cuadros, sin llegar nunca a darse cuenta de que les están sirviendo de instrumentos de su facultad psicométrica los diversos objetos que se hallan a su alrededor cuando los tocan o se aproximan a ellos.

Una interesante variedad de esta clase de psíquicos, es el hombre que sólo puede psicometrizar personas y no objetos inanimados; de manera que semejante psíquico, cuando es presentado a un desconocido, ve muchas veces como una ráfaga algún suceso prominente de su vida pasada, aunque en otras ocasiones no recibirá ninguna impresión especial. Más raros son los que tienen visiones detalladas del pasado de todas las personas que ven. Quizás uno de los mejores ejemplos de esta clase fue el del escritor alemán Zschokke, quien describe en su autobiografía el poder extraordinario que se encontraba en su posesión. Dice:
«Me ha sucedido algunas ocasiones, que la primera vez que veía a una persona que me era completamente desconocida, y después de escuchar en silencio su conversación, se presentaba ante mí como en un sueño su vida pasada hasta el momento presente, con muchos detalles minuciosos referentes a una u otra escena particular de ella; y esto de un modo claro y completamente involuntario, y durando unos minutos.
Por mucho tiempo consideré estas rápidas visiones-sueños como jugarretas de mi fantasía, tanto más cuanto que tales visiones me presentaban el vestido y los movimientos de los actores, la aparición de la habitación, los muebles y otras circunstancias de la escena; hasta que en una ocasión, con ánimo de bromear, referí a mi familia la historia secreta de la costurera que acababa de salir de la habitación. Jamás la había visto hasta entonces. Sin embargo, los oyentes se quedaron sorprendidos, se rieron y no quisieron creer que yo no conocía la vida pasada de aquella mujer, porque todo lo que yo había dicho era perfectamente cierto.
No fui yo el menos sorprendido de que mi visión-sueño estuviese de acuerdo con la realidad. Entonces presté más atención al asunto, y cuantas veces lo permitían las circunstancias, refería a aquellos cuyas vidas habían pasado ante mi vista, la sustancia de mi visión-sueño, a fin de obtener de ellos una rectificación o una confirmación. En todas ocasiones obtuve una confirmación, no sin profunda sorpresa de parte de los que me la daban.
Cierto día fui a la ciudad de Waldshot acampanado de dos jóvenes deportistas que aún viven. Era al oscurecer, y cansados de nuestra caminata entramos en una posada llamada La vid. Cenamos en numerosa compañía en una mesa redonda, y en cierto momento empezaron a burlarse de las par-ticularidades y sencillez de los suizos en relación con su creencia en el magnetismo, en el sistema fisionómico de Lavater, y cosas por el estilo. Uno de mis compañeros, cuyo orgullo nacional se sintió ofendido de sus burlas, me rogó que les dijese algo, particularmente a un joven de superior apariencia, sentado enfrente de nosotros, y que más marcadamente les había ridiculizado.
Precisamente ocurrió que los sucesos de la vida de esta persona habían pasado hacía poco ante mi mente. Me dirigí a él con la pregunta de si me contestaría con toda sinceridad si yo le refería los pasajes más secretos de la historia de su vida; siendo él tan desconocido para mí como yo para él.
-Esto -dije- iría más lejos que toda la habilidad fisonómica de Lavater.
Prometió que si decía la verdad la admitiría francamente. Entonces referí los sucesos que mi visión me había sugerido, y todos los que había en la mesa supieron la vida del joven comerciante: sus años de estudiante, sus pecadillos y, finalmente, un acto delictivo cometido por él en la caja de caudales de su patrón. Describí la desierta habitación con sus blancas paredes, en donde a la derecha de la puerta de entrada se hallaba sobre una mesa la pequeña caja negra del dinero, etc. El hombre, sumamente sorprendido, admitió la exactitud de todas las circunstancias, hasta esta última misma, cosa que no era de esperar.»
¡Y después de referir este suceso, el digno Zschokke prosigue tranquilamente a considerar, si después de todo, esta notable facultad, que tan a menudo había ejercitado, no sería realmente la resultante de una mera coincidencia casual.. . !
Relativamente pocos son los relatos que se encuentran de personas que posean esta facultad de ver en el pasado, en la literatura del asunto, y por tanto, pudiera suponerse que es mucho menos común que las de previsión. Sospecho, sin embargo, que la verdad es, más bien, que esta facultad es mucho menos comúnmente reconocida. Como he dicho antes, puede suceder muy fácilmente que una persona pueda ver un cuadro del pasado sin reconocerlo como tal, a menos que haya en él algo que le llame especialmente la atención, tal como un hombre con armadura o con vestidos antiguos. También la previsión puede no ser siempre reconocida como tal en el momento; pero la realización del suceso previsto la recuerda vívidamente, al mismo tiempo que manifiesta su naturaleza, de suerte que no es probable que pase inadvertida. Por tanto, puede muy bien suceder que las vislumbres ocasionales de estas reflexiones astrales de los anales akáshicos, sean más comunes que lo que lo hace suponer los relatos publicados.

El porvenir
Sobre este punto también remito a los lectores al trabajo mencionado antes. En él indico algo acerca de las predicciones, sobre su posibilidad, y cómo pueden explicarse. Trato de indicar cómo en el plano mental la mente libre puede fácil y rápidamente calcular el porvenir, y cómo en el plano búdico una facultad superior aun puede penetrarlo sin cálculos. El modo cómo funciona esta facultad superior es, naturalmente, por completo incomprensible para el cerebro físico; sin embargo, alguna que otra vez podemos tropezar con una alusión que parece que nos aproxima algo a una vaga posibilidad de comprensión. Una de estas alusiones fue hecha por el doctor Oliver Lodge, en su discurso a la Asociación Británica de Cardiff. Dijo:
«Una idea luminosa y auxiliar, es la de que el tiempo no es más que un modo relativo de considerar las cosas; progresamos por medio de los fenómenos con cierta rapidez definida, y este avance subjetivo lo interpretamos de un modo objetivo, como si los sucesos marchasen necesariamente en este orden y a este paso preciso. Pero esto puede ser sólo un modo de considerarlos. Los sucesos pueden estar, en cierto sentido, siempre existentes, tanto en el pasado como en el futuro, y puede ser que seamos nosotros los que llegamos a ellos, y no ellos los que se verifican. La analogía de un viajero en un ferrocarril, es útil; si no se pudiese abandonar nunca el tren ni cambiar su marcha, es muy probable que se consideraran los paisajes como necesariamente sucesivos, y no sé podría concebir su existencia.
... Percibimos, por tanto, un aspecto posible de cuatro dimensiones acerca del tiempo, y lo inexorable de su curso puede ser una parte natural de nuestras limitaciones presentes. Y si llegamos a comprender la idea de que el pasado y lo futuro pueden existir actualmente, podríamos reconocer que tengan una influencia determinante en toda acción presente, constituyendo los dos juntos el "plano superior" o totalidad de las cosas, las cuales, a mi parecer, nos vemos impulsados a buscar, en relación con la dirección de la forma o determinismo, y la acción de los seres vivos, conscientemente dirigida a un fin definido y preconcebido.»
El tiempo no es en realidad la cuarta dimensión en modo alguno; sin embargo, el considerado por un momento desde este punto de vista, es una ligera ayuda para comprender lo incomprensible.
Supongamos que tenemos un cono de madera apoyado por el vértice y perpendicularmente sobre una hoja de papel, y que lentamente lo empujamos a través de la misma. Un microbio que viviese en la superficie de esta hoja de papel, y que no pudiese concebir nada fuera de esta superficie, no sólo no podría ver nunca el cono como un todo, sino que no podría formar ninguna clase de concepto de semejante cuerpo. Todo lo que vería sería la aparición repentina de un diminuto círculo, el del vértice, el cual se agrandaría más y más de un modo gradual y misterioso, hasta que desaparecería de su mundo tan repentina e incomprensiblemente como se había presentado.
Así, lo que en realidad sería una serie de secciones del cono, le parecerían ser estados sucesivos en la vida de un círculo, y le sería imposible asir la idea de que estos estados sucesivos podían verse simultáneamente. Sin embargo, es, por supuesto, cosa fácil para nosotros, mirando el asunto desde otra dimensión, el ver que el microbio está sencillamente bajo una ilusión derivada de sus propias limitaciones, y que el cono existe como un todo. Nuestra propia ilusión respecto del pasado, presente y futuro es, probablemente, semejante, y la vista que se obtiene de cualquier serie de sucesos desde el plano búdico, corresponde a la vista del cono como un todo. Naturalmente, cualquier intento de explicar esta indicación nos conduciría a una serie de paradojas sorprendentes; pero el hecho, sin embargo sigue siendo tal hecho, y llegará la hora en que será claro como el día a nuestra comprensión.
Cuando la conciencia del discípulo está por completo desarrollada en el plano búdico, la visión perfecta es, por tanto, posible para él, aun cuando no pueda -y seguramente no podrá- aportar a esta vida todo el resultado de su visión por completo y en orden. Sin embargo, es evidente que en sus facultades reside una gran parte de clara presciencia siempre que desee ejercitarla; y hasta cuando no la ejercita, vienen a él durante su vida ordinaria frecuentes ráfagas de conocimiento previo, de modo que muchas veces tiene la intuición instantánea de los sucesos futuros, aun antes de iniciarse.
Fuera de esta previsión perfecta, vemos como en los casos anteriores, que existen todos los grados de este tipo de clarividencia, desde los vagos presentimientos ocasionales que no pueden llamarse visión, hasta la segunda vista frecuente y bastante completa. La facultad a la que se ha dado este último nombre, en parte erróneo, es muy interesante, y compensaría bien un estudio más atento y sistemático que el que hasta ahora se le ha dedicado. Nos es más conocida como propiedad bastante frecuente de los montañeses de Escocia, aun cuando en modo alguno se limita a ellos. En casi todas las naciones se han presentado ejemplos circunstanciales, pero ha sido siempre más común entre los montañeses y hombres de vida solitaria. Entre nosotros, en Inglaterra, se la menciona a menudo como si fuera don exclusivo de la raza celta; pero en realidad ha aparecido en todo el mundo entre gentes colocadas en análoga situación; por ejemplo, se dice que es muy común entre los aldeanos de Westfalia.

Algunas veces la segunda vista consiste en un cuadro, prediciendo claramente algún suceso futuro; quizá con más frecuencia se reciba la vislumbre del porvenir por medio de una apariencia simbólica.

Es de notar que los sucesos que se predicen son invariablemente desagradables, siendo la muerte el más común de ellos; no recuerdo un solo ejemplo de segunda vista que no haya sido de la más sombría naturaleza. Tiene un simbolismo horripilante que es peculiar suyo, un simbolismo de mortajas, candeleros mortuorios y otros horrores funerarios. En algunos casos parece que hasta cierto punto depende de la localidad, porque se dice que los habitantes de la isla de Skye, que poseen esta facultad, la pierden las más de las veces cuando dejan la isla, aunque no sea sino para pasar al continente. El don de está vista es algunas veces hereditario en una familia durante generaciones; pero ésta no es una regla invariable, pues a menudo aparece de un modo esporádico en un individuo de una familia, libre por otra parte de su lúgubre influencia.

En el trabajo a que he hecho referencia, se dio un ejemplo de una visión clara de un suceso futuro, con algunos meses de antelación. Yo expuse otro quizá más sorprendente, exactamente como me había sido referido por uno de los actores de la escena en otro lugar de este trabajo. Pueden reunirse por docenas ejemplos de análoga naturaleza. Respecto de la variedad simbólica de esta vista, se asegura comúnmente entre los que la poseen, que si al ver una persona viva ven el fantasma de una mortaja envolviéndole, es un pronóstico seguro de su muerte. La fecha de la muerte está indicada, bien por la extensión en que la mortaja cubre el cuerpo, o por la hora del día en que se ve la visión; pues si es por la mañana temprano, dicen que el hombre morirá en el mismo día; pero que si es después de anochecer, entonces sucederá dentro del año.

Otra variante (y bastante notable) de la forma simbólica de la segunda vista, es cuando se presenta al vidente la aparición sin cabeza de la persona cuya muerte se predice. Un ejemplo de esta clase se da en Signs before Death (Señales antes de la muerte), como ocurrido en la familia del doctor Fenier, aunque en este caso, si no recuerdo mal, la visión no ocurrió hasta la hora de la muerte, o muy cerca de ella.
Sin contar los videntes que de un modo regular poseen cierta facultad, aun cuando no siempre dominen por completo sus manifestaciones, existe además un gran número de ejemplos aislados de previsión en gentes en quienes esta facultad nada tiene de regular.
Quizá ocurra la mayor parte de ellos en sueños, por más que abundan los ejemplos de visión en estado de vigilia. Algunas veces la previsión se refiere a un suceso de verdadera importancia para el vidente, justificándose así el trabajo que se ha tomado el ego en imprimirla. En otros casos el suceso es de los que no tienen importancia aparente, o no está relacionado en modo alguno con la persona que ha tenido la visión. Algunas veces es evidente que la intención del ego (o de la entidad que se comunica, cualquiera que sea) es avisar al yo inferior de la aproximación de alguna calamidad, bien sea para que la prevenga, o si esto no es posible, para que el golpe no sea tan rudo con la preparación.
El suceso que con más frecuencia se predice de este modo es, quizá, naturalmente, la muerte; algunas veces la muerte del vidente mismo, otras la de alguien que le es querido. Este tipo de previsión es tan común en la literatura sobre el asunto, y su objeto es tan patente, que casi no necesitamos presentar ejemplos de él; sin embargo, uno o dos casos en los que la vista profética, bien que evidentemente útil, ha sido, no obstante, de un carácter menos sombrío, quizás interesen a nuestros lectores. El que sigue está tomado del libro Night Side of Nature, pág. 72, de la sencilla señora Crowe.
«Hace pocos años que el doctor Watson, que actualmente reside en Glasgow, soñó que recibía un aviso para ir a ver a un cliente en un lugar distante unas millas de donde él vivía; montó a caballo y al atravesar un campo vio un toro que se dirigía hacia él furiosamente, y de cuyos cuernos escapó refugiándose en un sitio inaccesible para el animal, en donde estuvo esperando largo tiempo hasta que algunas personas, observando su situación, vinieron en su ayuda y le libertaron.
A la mañana siguiente, mientras tomaba su desayuno, vino el aviso, y sonriéndose de la coincidencia (según él la creía) montó a caballo. Desconocía por completo el camino por donde debía ir, pero no tardó en llegar al campo, que reconoció, presentándose acto seguido el toro que se dirigía a escape sobre él. Pero su sueño le había enseñado el lugar de refugio, hacia el cual corrió sin vacilar, y allí pasó tres o cuatro horas sitiado por el animal, hasta que lo libertaron algunos aldeanos. El doctor Watson declara que, de no haber sido por el sueño, no hubiera sabido dónde refugiarse.»

Otro caso en el cual hubo un intervalo mucho mayor entre el aviso y su realización, lo presenta el doctor F. G. Lee en Glimpses 01 the Supematural, vol. 1, pág. 240:
«La señorita Hannah Groen, ama de llaves de una familia de labradores en Oxfordshire, soñó una noche que la habían dejado sola en la casa un domingo por la noche, y que oyendo que llamaban a la puerta de la entrada principal, fue a abrir y se encontró un individuo de muy mala catadura, armado de un palo a modo de cachiporra, que insistía en penetrar en la casa. Luchó con él durante algún tiempo para impedirle la entrada, pero sin resultado, pues recibió un golpe que la hizo caer en tierra sin sentido, penetrando el hombre en la casa. En este momento despertó.
Como nada sucedió durante un largo período de tiempo, el sueño fue pronto olvidado, y según ella aseguraba, se le había borrado por completo de la mente. Sin embargo, siete años después, esta misma ama de llaves quedó a cargo, con otros dos criados, de una mansión aislada en Kensington (que después fue la residencia en la ciudad de la familia), cuando un domingo por la noche, en que los otros dos criados habían salido dejándola sola, sintió que llamaban fuertemente a la puerta.
Repentinamente vino a su memoria el recuerdo del sueño con viveza y fuerza singulares, y lamentó grandemente su aislamiento. Obrando, pues, con prudencia, y después de encender una lámpara en la mesa del vestíbulo -durante cuyo acto se repitió con fuerza la llamada-, tomó la precaución de subir a una mesita de la escalera y abrir una ventana, y desde allí, con gran espanto suyo, vio en la calle al hombre que algunos años antes había visto en su sueño, armado de una cachiporra, y pidiendo que le abriera.
Con gran presencia de ánimo bajó a la entrada principal, aseguró mejor aquella y otras puertas y ventanas, y luego empezó a tocar violentamente las diversas campanillas de la casa, y encendió luces en las habitaciones superiores. Se supuso que estos actos pusieron en fuga al intruso.»
Es evidente que también en este caso el sueño tuvo una utilidad práctica, pues a no ser por él, la digna ama de llaves hubiera, sin duda alguna, por la fuerza misma de la costumbre, abierto la puerta del modo ordinario en contestación a la llamada.
Sin embargo, no sólo en sueños imprime el ego en su yo inferior lo que cree que le conviene saber. En los libros hay muchos ejemplos que confirman esto; pero en lugar de citar de ellos, expondré un caso que me fue referido hace unas pocas semanas por una señora amiga mía; un caso que si bien no está rodeado de incidentes románticos, tiene el mérito de ser nuevo.
Mi amiga, pues, tiene dos hijas pequeñas y hace poco tiempo la mayor cogió (según se supuso) un fuerte constipado, y sufrió durante algunos días una obstrucción completa en la parte superior de la nariz. La madre no se preocupó de esto, esperando que pasaría pronto, hasta que un día vio repentinamente ante ella, en el aire, lo que describe como un cuadro de la sala de un hospital, en donde yacía en una cama su hija mayor aparentemente insensible, con un paño manchado de sangre bajo la mejilla. La cuidaba un doctor y un enfermero, y la madre tuvo la impresión de que se acababa de sufrir una operación relacionada con la nariz. Los detalles más minuciosos de la escena se le presentaron claros, y observó particularmente que la niña tenía puesta una camisa de noche blanca, mientras que ella sabía que todos los vestidos de esta clase de su pequeña hija eran de color de rosa.
Esta visión la impresionó considerablemente y le sugirió por primera vez la idea de que su hija tuviese algo más grave que un constipado, y así la llevó a un hospital para que la examinaran. El cirujano que la reconoció descubrió una excrecencia de mal carácter en la nariz, que dijo había que extirpar inmediatamente. La niña fue subida al piso superior, puesta en la cama (con una camisa de noche blanca), y la operación se ejecutó, reproduciéndose exactamente todas las circunstancias de la visión.
En todos estos casos la previsión consiguió su resultado; pero los libros están llenos de relatos de avisos descuidados o no tenidos en cuenta, y de los desastres que consiguientemente se seguían.
Algunas veces el aviso lo recibe alguien que prácticamente no puede intervenir en el asunto, como en el ejemplo histórico en que John Williams, un director de minas en Comwall, previó con los más minuciosos detalles, ocho o nueve días antes de que sucediera, el asesinato de Spencer Perceval, el entonces ministro de Hacienda, en el Congreso de Diputados. Aun en este caso, sin embargo, también hubiera quizá sido posible hacer algo; pues según leemos, el señor Williams se impresionó de tal modo que consultó a sus amigos sobre si debía ir a Londres a prevenir a Perceval. Desgraciadamente le disuadieron y el asesinato se verificó. No parece muy probable que aun cuando hubiese ido a la capital y referido su historia, le hubieran hecho gran caso; sin embargo, existía la posibilidad de que se hubiesen tomado algunas precauciones que hubieran podido impedir el asesinato.
Hay poco que nos demuestre a qué acción particular de los planos superiores se debió esta curiosa visión profética. Los individuos se desconocían por completo, de suerte que no fue causada por ninguna estrecha simpatía entre ellos. Si fue una tentativa de parte de algún auxiliar (de la hueste de auxiliares en el plano astral) para impedir la catástrofe, parece extraño que no se encontrase a nadie lo suficientemente sensitivo más cerca que Comwall. Quizá Williams, estando en el plano astral durante el sueño, percibió de algún modo esta reflexión del futuro, y horrorizado naturalmente por ella la transmitió a su mente inferior con la esperanza de que pudiera hacer algo para impedirla; pero es imposible precisar exactamente el caso sin examinar los anales akáshicos para ver lo que realmente tuvo lugar.
Un ejemplo típico de la previsión que carece absolutamente de objeto, es el referido por Stead en su Real Ghost Stories, de su amiga la señorita Freer, generalmente conocida como Miss X. Esta señora, estando en su casa de campo, y hallándose bien despierta y perfectamente consciente, vio una vez un carro tirado por un caballo blanco y ocupado por dos forasteros, uno de los cuales se apeó y empezó a acariciar a un perro. Vio que llevaba un ulster, así como también observó especialmente las señales que dejaron las ruedas en la arena. Sin embargo, en aquel momento no había por allí carro alguno; pero media hora después dos forasteros llegaron efectivamente en tal vehículo, cumpliéndose exactamente todos los detalles de la visión. Stead, cita seguidamente otro ejemplo de previsión sin objeto, en el cual entre el sueño (pues en este caso fue un sueño) y su realización, transcurrieron siete años.
Todos estos ejemplos, elegidos al azar entre cientos, demuestran que es indudablemente posible cierta previsión en el ego; y semejantes casos sucederían, sin duda alguna, con mucha más frecuencia, si no fuera por la extrema densidad y falta de sensibilidad de los vehículos inferiores de la mayor parte de lo que llamamos humanidad civilizada; defectos causados principalmente por el materialismo práctico grosero de la época presente. No me refiero a profesión alguna materialista, sino al hecho de que en todos los asuntos prácticos de la vida diaria, casi todos se guían tan solamente por consideraciones de interés mundano en alguna forma u otra.

En muchos casos el ego mismo puede ser poco desarrollado, y resultar, por tanto, su previsión muy vaga; en otros puede ver con claridad, pero ser sus vehículos inferiores tan poco sensibles, que todo lo más que puede conseguir es transmitir al cerebro físico la impresión indefinida de un desastre próximo. Además hay casos en los que la advertencia no es en modo alguno obra del ego, sino de una entidad distinta, que por alguna razón se toma interés por la persona que percibe la sensación.

En la obra antes citada, el doctor Stead nos refiere la seguridad que sintió, con algunos meses de anticipación, de que quedaría a su cargo la Pall Mail Gazette, aunque desde el punto de vista ordinario nada parecía menos probable. Si este conocimiento previo fue el resultado de una impresión hecha por su propio ego, o fuera alguna indicación amiga de algún otro, es imposible decido sin una investigación definida; pero su confianza en ello fue plenamente justificada.

Hay otra variedad de clarividencia que no debe dejarse sin cuestionar. Es relativamente rara, pero se registran de ella bastantes ejemplos para llamar nuestra atención, por más que, desgraciadamente, entre los detalles que se dan, no se ven, por lo general, aquellos que se requieren para poder determinar con certeza. Me refiero a los casos en que se han visto ejércitos espectrales o ganados fantasmas.

En The Night Side Of Nature, hay relatos de tales visiones. Se nos refiere cómo en Havarah Park, cerca de Ripley, fue visto por personas respetables, un cuerpo de soldados con uniforme blanco, en número de varios cientos, hacer diversas evoluciones y luego desvanecerse; y cómo algunos años antes un ejército ilusorio semejante fue visto en las cercanías de Invernes, por un respetable agricultor y su hijo.

En este caso también el número de soldados era muy grande, y los espectadores no abrigaban, al principio, la menor duda de que eran formas sustanciales de carne y hueso. Contaron por lo menos dieciséis pares de columnas, y tuvieron tiempo sobrado para observar todos los detalles. Las filas del frente marchaban de siete en fondo, y estaban acompañadas de muchas mujeres y niños, que llevaban cacerolas de estaño y otros útiles de cocina. Los hombres vestían de encarnado y sus armas brillaban al sol. En medio de ellos había un animal, un venado o un caballo, no pudieron distinguir cuál de los dos, al que empujaban furiosamente con sus bayonetas.
El más joven de los dos hombres hizo al otro la observación de que de vez en cuando las filas de atrás tenían que correr para alcanzar la vanguardia; y el más viejo, que había sido soldado, le dijo que tal sucedía siempre, y le recomendó que si alguna vez servía, tratase de ir siempre al frente. Sólo había un oficial montado, jinete en un caballo tordo de dragones, y que llevaba un sombrero con galones de oro y uniforme azul de húsar, con mangas abiertas guarnecidas de encarnado. Los dos espectadores lo observaron tan particularmente, que dijeron después que podían reconocerle en cualquier parte. Sin embargo, temieron ser maltratados u obligados a seguir a las tropas, que supusieron habían venido de Irlanda y desembarcado en Kyntyre, y mientras se subían a un carro para evitar su encuentro, toda la escena desapareció.

Un fenómeno por el estilo fue observado en los primeros años de este siglo en Paderborn, Westfalia, y visto por lo menos por treinta personas; pero como algunos años más tarde tuvo lugar en aquel mismo sitio una revista de veinte mil hombres, se dedujo que la visión debía haber sido alguna clase de segunda vista: una facultad bastante común en aquel distrito. Se citan otros casos en que se han visto en ciertos caminos ganados de ovejas espectrales, y hay, por supuesto, varias historias alemanas de cabalgatas fantasmales de cazadores y bandidos.
Ahora bien; en estos casos, como tan a menudo sucede en la investigación de los fenómenos ocultos, existen varias causas posibles, cualquiera de las cuales sería apta para ocasionar los sucesos observados; pero en la carencia de informes más completos, no puede hacerse otra cosa que conjeturar acerca de cuáles de entre estas causas posibles operaban en cada ejemplo.
La explicación que generalmente se da (cuando no se ridiculiza todo el relato como una falsedad) es que lo que se ve es la reflexión, por espejismo, de los movimientos de un cuerpo verdadero de tropas que se verifican a distancia considerable. Yo mismo he visto el espejismo ordinario en diversas ocasiones, y conozco, por tanto, algo de sus maravillosos poderes de ilusión; pero me parece que se necesitaria alguna variedad completamente nueva de espejismo, muy distinta de las conocidas hasta ahora por la ciencia, para explicar estas historias de ejércitos fantasmas, que pasan a unos pocos metros del espectador.
En primer término pueden ser, como en el caso de Westfalia antes mencionado, simples ejemplos de previsión en escala gigantesca; por quién arreglados y con qué objeto, no es fácil de adivinar. También pueden muchas veces pertenecer al pasado en lugar de al porvenir, y ser efectivamente reflexiones de escenas de los anales akáshicos; aunque también en este caso la razón y motivo de semejante reflexión no están claros. Hay muchas tribus de espíritus de la naturaleza capaces, si por alguna razón lo deseasen hacer, de producir semejantes apariciones por medio de sus maravillosos poderes para ilusionar, y semejantes actos estarían muy en armonía con su tendencia a mistificar e impresionar a los seres humanos. Otra posibilidad es de que en algunos casos lo que ha sido tomado por soldados eran simplemente los espíritus de la naturaleza mismos, ejecutando algunas evoluciones ordenadas en que tanto se divierten, aunque hay que admitir que éstas rara vez son de un carácter que pueda confundirse con las maniobras militares, excepto por los más ignorantes.
Los soldados son probablemente, en la mayor parte de los ejemplos, simples anales; pero hay casos como el de «los cazadores salvajes» de la historia alemana, que pertenecen a una clase completamente distinta de fenómenos, que está por completo fuera de nuestro asunto presente. Los estudiantes de lo oculto están familiarizados con el hecho de que las circunstancias que rodean cualquier escena de terror o pasión intensa, tales como un asesinato excepcional horrible, tienden a reproducirse de vez en cuando en una forma en que se requiere muy poco desarrollo de facultad psíquica para poder ver, y ha sucedido algunas veces que varios animales han formado parte del escenario del suceso, y por consiguiente ellos también son periódicamente reproducidos por la acción de la conciencia culpable del asesino. Probablemente, sea cualquiera el fundamento verdad que tengan estos relatos de jinetes espectrales y partidas de caza, pueden c1asificarse en esta categoría.