CLARIVIDENCIA
Leadbeater
(Parte 10)
MÉTODOS DE DESARROLLO
Cuando un hombre se convence de la verdad del valioso
poder de la clarividencia, su primera pregunta es generalmente: « ¿Cómo podré yo desarrollar esta facultad que se dice
está latente en todos los hombres?»
Ahora bien; el hecho es que hay muchos métodos por los
cuales puede desarrollarse, pero no hay más que uno que se pueda recomendar sin
peligro como de uso general, el cual mencionaremos el último de todos. Entre las naciones
menos avanzadas del mundo, el estado de clarividencia ha sido producido de
diversos medios, todos censurables; entre las tribus no arias de la India, por
el empleo de drogas intoxicantes, o por la aspiración de vapores
estupefacientes; entre los derviches, dando vueltas en una danza alocada de
fervor religioso, hasta que sobrevienen el vértigo y la insensibilidad; entre
los partidarios de las prácticas abominables del culto Vudú, por espantosos
sacrificios y ritos repugnantes de magia negra. Semejantes métodos no están, afortunadamente, en boga
en nuestra propia raza; sin embargo, aún entre nosotros, un gran número de
ignorantes en este antiguo arte adoptan un método propio de hipnosis, tal como
el mirar con fijeza algún punto brillante, o la repetición de alguna fórmula
hasta que se produce un estado de semi-estupefacción, al paso que otra escuela
de entre ellos trata de llegar a los mismos resultados por medio del empleo de
algunos sistemas indios de respirar.
Todos estos métodos
deben ser, sin ningún género de duda, condenados como muy peligrosos para la
práctica de cualquier hombre ordinario que no tiene idea de lo que hace, sino
que simplemente pone por obra experiencias vagas en un mundo que le es por
completo desconocido.
Hasta él método de
obtener la clarividencia, haciéndose magnetizar por otra persona, no tiene nada
de recomendable y debe huirse de él. No debe jamás ser intentado excepto bajo
condiciones de confianza absoluta y de afecto, entre el magnetizador y el
magnetizado; y un grado de pureza de alma y corazón, de mente y de intención,
tales como generalmente no se ven nunca sino entre los santos más grandes.
Los experimentos relacionados con el sueño magnético
son del mayor interés, pues ofrecen al escéptico (entre otras cosas) una
posibilidad de comprobar el hecho de la clarividencia; sin embargo, excepto
bajo las condiciones que acabo de mencionar, condiciones que desde luego admito
que son casi imposibles de encontrar, nunca aconsejaría a nadie que se sujete a
tales experiencias.
El magnetismo
curativo (por medio del cual, sin dormir en modo alguno al paciente, se intente
aliviarle, o curarle, o comunicarle vitalidad con los pases magnéticos), es una
cosa muy distinta; y si el magnetizador, aunque sea completamente inexperto,
está bien de salud y animado de intenciones puras, ningún perjuicio resultará
para el sujeto.
En los casos extremos como el de una operación
quirúrgica, puede un hombre razonablemente someterse aún al sueño magnético;
pero no es, en verdad, un estado que deba experimentarse sin necesidad. Por mi
parte, aconsejaría del modo más terminante a toda persona que me hiciera el
honor del consultarme sobre el asunto, que no intentase ninguna clase de
investigación experimental en lo que es todavía para ella el campo de las
fuerzas anormales de la naturaleza, antes de que, en primer término, se haya
enterado bien de todo lo que se ha escrito, sobre el asunto, o lo que sería con
mucho lo mejor de todo, hasta obtener la dirección de un maestro competente.
Pero se dirá: ¿dónde encontrar
ese maestro competente? Seguramente, no entre los que se anuncian como
tales, que ofrecen comunicar, mediante unas guineas o duros, los misterios
sagrados de las edades, o que tienen «círculos para desarrollar», en los cuales
se admiten los solicitantes a tanto por cabeza.
Mucho se ha dicho en este tratado acerca de la
necesidad de una educación cuidadosa -de la ventaja inmensa del clarividente
experto sobre el inexperto-; pero esto nos vuelve otra vez a la misma pregunta:
¿dónde puede obtenerse tal educación definida?
La respuesta es que
esta educación puede obtenerse precisamente donde siempre se ha obtenido desde
que principió la historia del mundo: de la Gran Fraternidad Blanca de Adeptos,
que se halla actualmente, como siempre se ha hallado, a espaldas de la
evolución humana, guiándola y auxiliándola bajo el régimen de las grandes leyes
cósmicas que representan para nosotros la Voluntad de lo Eterno.
Pero puede preguntársenos: ¿cómo se llega hasta ellos?, ¿cómo puede el aspirante,
sediento de conocimiento, comunicarles su deseo de instrucción?
De nuevo contestamos: tan sólo por los métodos
honrados por el tiempo. No existe ninguna forma nueva por medio de la cual
pueda un hombre hacerse apto sin trabajo, para convertirse en un discípulo de
esta escuela, ningún camino real que conduzca al conocimiento que allí puede
adquirirse. Hoy en día, lo mismo que en la más remota Antigüedad, el hombre que
desee llamar la atención tiene que entrar en la senda lenta y trabajosa del
propio desarrollo; tiene que aprender, en primer término, a tratarse a Sí mismo
y hacerse todo lo que debe ser. Los pasos de este sendero no son un secreto, y
han sido presentados tan a menudo en los libros teosóficos, que no los repetiré
aquí pero no es ningún camino fácil de seguir, y sin embargo, más tarde o más
temprano todos tienen que andarlo, pues la gran ley de la evolución arrastra a
la humanidad, lenta pero irresistiblemente, a su meta.
De entre aquellos que
se agolpan en este sendero, escogen los Maestros sus discípulos, y solamente
haciéndose apto para ser enseñado, es cómo el hombre puede conseguir la
enseñanza. Sin esta aptitud, el ingresar en cualquier Logia o Sociedad, ya sea
secreta o de otro modo, no le hará avanzar lo más mínimo en su propósito. Es verdad, como
todos sabemos, que por iniciativa de algunos de estos Maestros fue fundada
nuestra Sociedad Teosófica, y que de sus filas han sido escogidos algunos para
entrar en relación más estrecha con ellos. Pero esta elección depende del
esfuerzo del candidato, no del mero hecho de pertenecer a la Sociedad o a algún
cuerpo dentro de la misma.
Este es, pues, el
único modo absolutamente seguro de desarrollar la clarividencia: entrar con
toda energía en el sendero de la evolución moral y mental, en uno de cuyos
grados esta facultad, así como otras más elevadas, se empezarán a mostrar
espontáneamente.
Hay, sin embargo,
un ejercicio que es aconsejado por todas las religiones igualmente, el cual, si
se adopta cuidadosa y reverentemente, no puede hacer daño a ningún ser humano,
y por el cual suele desarrollarse un tipo muy puro de clarividencia; este
ejercicio es el de la meditación.
Que una persona
escoja cierto tiempo diario determinado en que tenga la seguridad de permanecer
tranquilo y sin ser molestado, siendo preferible que sea durante el día más
bien que por la noche, y dedicarse en tales momentos a mantener su mente,
durante algunos minutos, completamente libre de todo pensamiento terrestre de
cualquier clase que sea, y cuando lo haya conseguido, dirigir toda la fuerza de
su ser hacia el ideal espiritual más elevado que conozca. Verá que el obtener
semejante perfecto dominio del pensamiento es inmensamente más difícil que lo
que supone; pero, una vez alcanzado, verá también que por todos conceptos le es
grandemente beneficioso, y a medida que va adquiriendo mayor dominio para
elevar y concentrar su pensamiento, gradualmente encontrará que nuevos mundos
se abren ante su vista.
Después de todo, sin embargo, si los que ansiosamente
desean la clarividencia pudieran poseerla temporalmente durante un día, o tan
siquiera una hora, es muy dudoso que tratasen de retener el don. Es cierto que ante
ellos se abren nuevos mundos de estudio, nuevas facultades para ser útiles, y
por esta última razón la mayor parte de nosotros creemos que vale la pena; pero
hay que tener presente que para uno cuyo deber todavía le obliga a vivir en el
mundo, no es, en modo alguno, una dicha sin mezcla. Sobre el que obtiene esta visión se posa, como un peso
siempre presente, el dolor y la desgracia, el mal y la codicia del mundo, hasta
el punto que en los primeros pasos de su cono-cimiento siéntese a menudo
inclinado a ser el eco de la abjuración apasionada que contienen estos fluidos
versos de Schiller:
Dein Orakel zu verk.ünden;
warum warfest du mich hin
Yn die Stadt der ewig Blinden,
mi dem aufgeschloss'nen Sinn?
Frornrnt's, den Schleiér aufzuheben,
wo das nabe Schreckniss droth?
Nur derYrrthum ist das Leben;
diesses Wissen ist der Tod.
Nimm, O nimm die traur' ge Klarheit
mir vomAug'den blut'gen Schein!
Schrecklich ist es deiner Wahrheit
sterbliches Gefáss zu seyn.
Los cuales pueden, quizá, traducirse así
¿Por qué para
proclamar
tu oráculo me has
lanzado
en la ciudad de los
eternos ciegos
con el sentido
abierto?
¿ Vale levantar el
velo
donde amenaza el
peligro cercano?
Sólo la ignorancia
es vida;
este conocimiento
es la muerte.
Quítame, ¡oh!,
quítame esta triste
clarividencia,
aparta de mis ojos la visión sangrienta.
Es horrible ser el
vehículo
mortal de tu
verdad.
Y más adelante exclama también: «Devuélveme mi ceguera, la dichosa oscuridad de mis sentidos; quítame
tu espantoso don».
Pero esto es, por
supuesto, un sentimiento que pasa, pues la vista superior pronto muestra al discípulo
algo más allá del deber; pronto penetra en su alma la abrumadora certeza que
cualesquiera que sean las apariencias aquí abajo, todas las cosas, sin ningún
género de duda, trabajan juntas por el bien eventual de todo. Reflexiona que el
pecado y el sufrimiento están allí ya los pueda él percibir o no, y que cuando
puede verlos se encuentra, después de todo, en mejores condiciones para prestar
auxilio eficaz que si trabajara en las tinieblas, y de este modo aprende a
soportar su parte del pesado karma del mundo.
Hay algunos
mortales descarriados, que teniendo la suerte de poseer una parte de esta
facultad superior, están, sin embargo tan absolutamente destituidos de todo
sentimiento elevado en relación con tal poder, que lo usan con los fines más
sórdidos, hasta el punto de anunciarse como «clarividentes probados para
negocios». Inútil
es decir que semejante uso de esta facultad es una mera prostitución y
degradación de la misma, que demuestra que su desgraciado poseedor la ha
obtenido de algún modo, antes que el lado moral de su naturaleza se hubiese
desarrollado lo suficiente para soportar la prueba que impone. La percepción
del mal karma que semejante conducta muy pronto genera, cambia la repugnancia
en compasión por el desgraciado perpetrador de tal sacrílega imprudencia.
Se objeta a veces que la posesión de la clarividencia
anula todo lo reservado y confiere un poder sin límites para explorar los
secretos de los demás. No hay duda que efectivamente confiere semejante poder,
pero, sin embargo, tal idea resulta algún tanto ridícula para cualquiera
que conozca prácticamente el asunto. Semejante objeción es posible que sea muy
fundada con respecto a los muy limitados poderes de los «clarividentes probados
para negocios»; pero la persona que la refiere a aquellos que han adquirido la
facultad en el curso de su instrucción, y que, por consiguiente, la poseen por
completo, olvida tres hechos fundamentales:
primero, que es de todo punto inconcebible que una persona
que tenga abiertos ante sí los espléndidos campos de investigación que la
verdadera clarividencia presenta, pueda tener jamás el menor deseo de espiar
los vanos secretillos de cualquier individuo;
segundo, que si por alguna improbable casualidad nuestro
clarividente tuviese semejante despreciable curiosidad por tales
menudencias, existe, después de todo, lo que se llama el honor del caballero,
que lo mismo en aquel plano que en éste, le impediría, por supuesto, hasta la
idea momentánea de aprovecharse de ello bajo ningún concepto; y
tercero, que en caso de la posibilidad sin precedente de que
hubiese alguna variedad excepcional de una clase inferior de Pitris, para quien
semejantes consideraciones no tuvieran peso alguno, hay que tener en cuenta que
a todos los discípulos, así que principien a mostrar señales del desarrollo de
esta facultad, se le comunican terminantes instrucciones que restringen su uso.
Para decido de una
vez, estas restricciones son que no se debe espiar a los demás. que no se puede
usar este poder en ningún sentido egoísta, ni debe hacerse ostentación alguna
de fenómenos; o lo que es lo mismo, que las mismas consideraciones que sirven
de norma de conducta a cualquier persona digna en el plano físico, se espera
que las tenga también en el plano astral y el devachánico; que el discípulo no
debe, en ningún concepto, usar los poderes que sus mayores conocimientos le
confieren, en beneficio propio mundano, o en nada que se relacione con
ganancia; y que nunca debe prestarse a lo que se llama en los círculos
espiritistas «pruebas», esto es, hacer algo que pruebe de manera evidente a los
escépticos del plano físico, que posee lo que para ellos aparecería como un
poder anormal.
Respecto de esta última prohibición, la gente dice a
menudo: ¿Y por qué no? ¡Sería tan fácil refutar a los escépticos y convencerlos
en beneficio suyo! Tales críticos no tienen en cuenta que, en primer lugar,
ninguno de los que saben algo, desean refutar ni convencer escépticos,
ni les importa un ardite su actitud en ningún sentido; y en segundo, que no
comprenden cuánto mejor es para el escéptico el llegar gradualmente a una
apreciación intelectual de los hechos de la naturaleza, en lugar de que le sean
repentinamente impuestos, como si dijéramos, por un golpe de maza. Pero este
apunto ha sido perfectamente tratado hace muchos años en El mundo oculto, de Sinnett, y no es necesario repetir aquí los
argumentos aducidos entonces.
Para algunos de
nuestros amigos es muy difícil darse cuenta de que la necia chismografía y la
vana curiosidad, que tan por completo ocupa la vida de la poco inteligente
mayoría en la tierra, no preocupa en lo más mínimo la vida más real del
discípulo; y así, algunas voces preguntan si aun sin ningún deseo especial de
ver, no puede un clarividente observar casualmente algún secreto que otra
persona tratase de ocultar, del mismo modo que la mirada de uno puede por
casualidad fijarse en una sentencia de una carta de otro que se hallase sobre
una mesa. Por supuesto que esto puede suceder;
pero, y si sucede, ¿qué? El hombre de honor apartaría la vista, tanto en un
caso como en otro, y sería como si nada hubiese visto. Si los objetantes se
dieran cuenta del hecho de que a ningún discípulo le importan los
asuntos de otro, excepto en el caso de que trate de serle útil, y que siempre
tiene un mundo de ocupaciones propias a que atender, no estarían tan lejos de
comprender las circunstancias de la vida más amplia del clarividente
ejercitado.
Aun por lo poco que
he dicho respecto de las restricciones impuestas al discípulo, es evidente que
en muchos casos sabrá bastante más de lo que está en libertad de decir. Esto,
por supuesto, es también verdad, en un sentido de mucho más alcance, en lo que
concierne a los mismos Maestros de Sabiduría, esta es la razón porque los que
tienen el privilegio de hallarse alguna vez con Su presencia, oyen con el mayor
respeto sus menores palabras, hasta en los asuntos que en nada se relacionan
con la enseñanza directa; pues la opinión de un Maestro, y hasta la de uno de
sus discípulos superiores, sobre cualquier asunto, es la de un hombre cuyas
posibilidades de juzgar con exactitud están fuera de toda proporción comparadas
con las nuestras.
Su situación, así como sus superiores facultades, son,
en realidad, la herencia de toda la humanidad; y por muy lejos que ahora nos
encontremos de esos grandiosos poderes, no por eso es menos cierto que serán
nuestros un día. Pero ¡qué
diferencia entre el mundo actual y aquel en que la humanidad entera posea la
clarividencia superior! Piénsese que diferente será la historia cuando todos
puedan leer sus anales; la ciencia, cuando todos los procesos, acerca de los
cuales los hombres sólo pueden emitir teorías, puedan observarse en todo su
curso; la medicina, cuando tanto el doctor como el paciente puedan ver clara y
exactamente lo que hay que hacer; la filosofía, cuando ya no exista la posibilidad
de la discusión acerca de sus bases, porque todos igualmente podrán ver un
aspecto más superior de la verdad; el trabajo, cuando toda ocupación será
dichosa, porque cada hombre será dedicado a aquello que pueda ejecutar mejor;
la educación, cuando la mente y el corazón de los niños sean libro abierto para
el maestro que trate de formar sus caracteres; la religión, cuando ya no sea
posible disputar sobre sus principales dogmas, toda vez que la verdad acerca de
los estados después de la muerte, y la Gran Ley que gobierna el mundo, serán
patentes para todos. Sobre todo, ¡cuánto más fácil será para los hombres
evolucionados ayudarse mutuamente bajo unas condiciones mucho más amplias!
Las posibilidades
que se presentan a la mente son como vistas gloriosas que se extienden en todas
direcciones, de manera que nuestra séptima ronda será talmente una verdadera
edad de oro. Bueno es que estas grandiosas facultades no serán poseídas por
toda la humanidad hasta que haya alcanzado un nivel muy superior, tanto en
moralidad como en sabiduría, porque de otra manera se repetiría, en condiciones
aún peores, la terrible caída de la gran civilización atlante, cuyos individuos
no supieron comprender que a un mayor poder corresponde una responsabilidad
mayor. Sin embargo, nosotros mismos hemos estado, por la mayor parte, entre
esos mismos hombres; esperemos que aquella caída nos haya servicio de
provechosa enseñanza, y que cuando de nuevo se abran ante nosotros las posibilidades
de la vida más amplia, soportáremos la prueba mejor.
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