jueves, 27 de agosto de 2015

CLARIVIDENCIA (Parte 10)

CLARIVIDENCIA
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(Parte 10)

MÉTODOS DE DESARROLLO
Cuando un hombre se convence de la verdad del valioso poder de la clarividencia, su primera pregunta es generalmente: « ¿Cómo podré yo desarrollar esta facultad que se dice está latente en todos los hombres?»
Ahora bien; el hecho es que hay muchos métodos por los cuales puede desarrollarse, pero no hay más que uno que se pueda recomendar sin peligro como de uso general, el cual mencionaremos el último de todos. Entre las naciones menos avanzadas del mundo, el estado de clarividencia ha sido producido de diversos medios, todos censurables; entre las tribus no arias de la India, por el empleo de drogas intoxicantes, o por la aspiración de vapores estupefacientes; entre los derviches, dando vueltas en una danza alocada de fervor religioso, hasta que sobrevienen el vértigo y la insensibilidad; entre los partidarios de las prácticas abominables del culto Vudú, por espantosos sacrificios y ritos repugnantes de magia negra. Semejantes métodos no están, afortunadamente, en boga en nuestra propia raza; sin embargo, aún entre nosotros, un gran número de ignorantes en este antiguo arte adoptan un método propio de hipnosis, tal como el mirar con fijeza algún punto brillante, o la repetición de alguna fórmula hasta que se produce un estado de semi-estupefacción, al paso que otra escuela de entre ellos trata de llegar a los mismos resultados por medio del empleo de algunos sistemas indios de respirar.

Todos estos métodos deben ser, sin ningún género de duda, condenados como muy peligrosos para la práctica de cualquier hombre ordinario que no tiene idea de lo que hace, sino que simplemente pone por obra experiencias vagas en un mundo que le es por completo desconocido.

Hasta él método de obtener la clarividencia, haciéndose magnetizar por otra persona, no tiene nada de recomendable y debe huirse de él. No debe jamás ser intentado excepto bajo condiciones de confianza absoluta y de afecto, entre el magnetizador y el magnetizado; y un grado de pureza de alma y corazón, de mente y de intención, tales como generalmente no se ven nunca sino entre los santos más grandes.

Los experimentos relacionados con el sueño magnético son del mayor interés, pues ofrecen al escéptico (entre otras cosas) una posibilidad de comprobar el hecho de la clarividencia; sin embargo, excepto bajo las condiciones que acabo de mencionar, condiciones que desde luego admito que son casi imposibles de encontrar, nunca aconsejaría a nadie que se sujete a tales experiencias.
El magnetismo curativo (por medio del cual, sin dormir en modo alguno al paciente, se intente aliviarle, o curarle, o comunicarle vitalidad con los pases magnéticos), es una cosa muy distinta; y si el magnetizador, aunque sea completamente inexperto, está bien de salud y animado de intenciones puras, ningún perjuicio resultará para el sujeto.
En los casos extremos como el de una operación quirúrgica, puede un hombre razonablemente someterse aún al sueño magnético; pero no es, en verdad, un estado que deba experimentarse sin necesidad. Por mi parte, aconsejaría del modo más terminante a toda persona que me hiciera el honor del consultarme sobre el asunto, que no intentase ninguna clase de investigación experimental en lo que es todavía para ella el campo de las fuerzas anormales de la naturaleza, antes de que, en primer término, se haya enterado bien de todo lo que se ha escrito, sobre el asunto, o lo que sería con mucho lo mejor de todo, hasta obtener la dirección de un maestro competente.
Pero se dirá: ¿dónde encontrar ese maestro competente? Seguramente, no entre los que se anuncian como tales, que ofrecen comunicar, mediante unas guineas o duros, los misterios sagrados de las edades, o que tienen «círculos para desarrollar», en los cuales se admiten los solicitantes a tanto por cabeza.
Mucho se ha dicho en este tratado acerca de la necesidad de una educación cuidadosa -de la ventaja inmensa del clarividente experto sobre el inexperto-; pero esto nos vuelve otra vez a la misma pregunta: ¿dónde puede obtenerse tal educación definida?
La respuesta es que esta educación puede obtenerse precisamente donde siempre se ha obtenido desde que principió la historia del mundo: de la Gran Fraternidad Blanca de Adeptos, que se halla actualmente, como siempre se ha hallado, a espaldas de la evolución humana, guiándola y auxiliándola bajo el régimen de las grandes leyes cósmicas que representan para nosotros la Voluntad de lo Eterno.

Pero puede preguntársenos: ¿cómo se llega hasta ellos?, ¿cómo puede el aspirante, sediento de conocimiento, comunicarles su deseo de instrucción?
De nuevo contestamos: tan sólo por los métodos honrados por el tiempo. No existe ninguna forma nueva por medio de la cual pueda un hombre hacerse apto sin trabajo, para convertirse en un discípulo de esta escuela, ningún camino real que conduzca al conocimiento que allí puede adquirirse. Hoy en día, lo mismo que en la más remota Antigüedad, el hombre que desee llamar la atención tiene que entrar en la senda lenta y trabajosa del propio desarrollo; tiene que aprender, en primer término, a tratarse a Sí mismo y hacerse todo lo que debe ser. Los pasos de este sendero no son un secreto, y han sido presentados tan a menudo en los libros teosóficos, que no los repetiré aquí pero no es ningún camino fácil de seguir, y sin embargo, más tarde o más temprano todos tienen que andarlo, pues la gran ley de la evolución arrastra a la humanidad, lenta pero irresistiblemente, a su meta.

De entre aquellos que se agolpan en este sendero, escogen los Maestros sus discípulos, y solamente haciéndose apto para ser enseñado, es cómo el hombre puede conseguir la enseñanza. Sin esta aptitud, el ingresar en cualquier Logia o Sociedad, ya sea secreta o de otro modo, no le hará avanzar lo más mínimo en su propósito. Es verdad, como todos sabemos, que por iniciativa de algunos de estos Maestros fue fundada nuestra Sociedad Teosófica, y que de sus filas han sido escogidos algunos para entrar en relación más estrecha con ellos. Pero esta elección depende del esfuerzo del candidato, no del mero hecho de pertenecer a la Sociedad o a algún cuerpo dentro de la misma.

Este es, pues, el único modo absolutamente seguro de desarrollar la clarividencia: entrar con toda energía en el sendero de la evolución moral y mental, en uno de cuyos grados esta facultad, así como otras más elevadas, se empezarán a mostrar espontáneamente.

Hay, sin embargo, un ejercicio que es aconsejado por todas las religiones igualmente, el cual, si se adopta cuidadosa y reverentemente, no puede hacer daño a ningún ser humano, y por el cual suele desarrollarse un tipo muy puro de clarividencia; este ejercicio es el de la meditación.
Que una persona escoja cierto tiempo diario determinado en que tenga la seguridad de permanecer tranquilo y sin ser molestado, siendo preferible que sea durante el día más bien que por la noche, y dedicarse en tales momentos a mantener su mente, durante algunos minutos, completamente libre de todo pensamiento terrestre de cualquier clase que sea, y cuando lo haya conseguido, dirigir toda la fuerza de su ser hacia el ideal espiritual más elevado que conozca. Verá que el obtener semejante perfecto dominio del pensamiento es inmensamente más difícil que lo que supone; pero, una vez alcanzado, verá también que por todos conceptos le es grandemente beneficioso, y a medida que va adquiriendo mayor dominio para elevar y concentrar su pensamiento, gradualmente encontrará que nuevos mundos se abren ante su vista.
Después de todo, sin embargo, si los que ansiosamente desean la clarividencia pudieran poseerla temporalmente durante un día, o tan siquiera una hora, es muy dudoso que tratasen de retener el don. Es cierto que ante ellos se abren nuevos mundos de estudio, nuevas facultades para ser útiles, y por esta última razón la mayor parte de nosotros creemos que vale la pena; pero hay que tener presente que para uno cuyo deber todavía le obliga a vivir en el mundo, no es, en modo alguno, una dicha sin mezcla. Sobre el que obtiene esta visión se posa, como un peso siempre presente, el dolor y la desgracia, el mal y la codicia del mundo, hasta el punto que en los primeros pasos de su cono-cimiento siéntese a menudo inclinado a ser el eco de la abjuración apasionada que contienen estos fluidos versos de Schiller:
Dein Orakel zu verk.ünden;
warum warfest du mich hin
Yn die Stadt der ewig Blinden,
mi dem aufgeschloss'nen Sinn?
Frornrnt's, den Schleiér aufzuheben,
wo das nabe Schreckniss droth?
Nur derYrrthum ist das Leben;
diesses Wissen ist der Tod.
Nimm, O nimm die traur' ge Klarheit
mir vomAug'den blut'gen Schein!
Schrecklich ist es deiner Wahrheit
sterbliches Gefáss zu seyn.

Los cuales pueden, quizá, traducirse así
¿Por qué para proclamar
tu oráculo me has lanzado
en la ciudad de los eternos ciegos
con el sentido abierto?
¿ Vale levantar el velo
donde amenaza el peligro cercano?
Sólo la ignorancia es vida;
este conocimiento es la muerte.
Quítame, ¡oh!, quítame esta triste
clarividencia, aparta de mis ojos la visión sangrienta.
Es horrible ser el vehículo
mortal de tu verdad.
Y más adelante exclama también: «Devuélveme mi ceguera, la dichosa oscuridad de mis sentidos; quítame tu espantoso don».
Pero esto es, por supuesto, un sentimiento que pasa, pues la vista superior pronto muestra al discípulo algo más allá del deber; pronto penetra en su alma la abrumadora certeza que cualesquiera que sean las apariencias aquí abajo, todas las cosas, sin ningún género de duda, trabajan juntas por el bien eventual de todo. Reflexiona que el pecado y el sufrimiento están allí ya los pueda él percibir o no, y que cuando puede verlos se encuentra, después de todo, en mejores condiciones para prestar auxilio eficaz que si trabajara en las tinieblas, y de este modo aprende a soportar su parte del pesado karma del mundo.

Hay algunos mortales descarriados, que teniendo la suerte de poseer una parte de esta facultad superior, están, sin embargo tan absolutamente destituidos de todo sentimiento elevado en relación con tal poder, que lo usan con los fines más sórdidos, hasta el punto de anunciarse como «clarividentes probados para negocios». Inútil es decir que semejante uso de esta facultad es una mera prostitución y degradación de la misma, que demuestra que su desgraciado poseedor la ha obtenido de algún modo, antes que el lado moral de su naturaleza se hubiese desarrollado lo suficiente para soportar la prueba que impone. La percepción del mal karma que semejante conducta muy pronto genera, cambia la repugnancia en compasión por el desgraciado perpetrador de tal sacrílega imprudencia.

Se objeta a veces que la posesión de la clarividencia anula todo lo reservado y confiere un poder sin límites para explorar los secretos de los demás. No hay duda que efectivamente confiere semejante poder, pero, sin embargo, tal idea resulta algún tanto ridícula para cualquiera que conozca prácticamente el asunto. Semejante objeción es posible que sea muy fundada con respecto a los muy limitados poderes de los «clarividentes probados para negocios»; pero la persona que la refiere a aquellos que han adquirido la facultad en el curso de su instrucción, y que, por consiguiente, la poseen por completo, olvida tres hechos fundamentales:
primero, que es de todo punto inconcebible que una persona que tenga abiertos ante sí los espléndidos campos de investigación que la verdadera clarividencia presenta, pueda tener jamás el menor deseo de espiar los vanos secretillos de cualquier individuo;
segundo, que si por alguna improbable casualidad nuestro clarividente tuviese semejante despreciable curiosidad por tales menudencias, existe, después de todo, lo que se llama el honor del caballero, que lo mismo en aquel plano que en éste, le impediría, por supuesto, hasta la idea momentánea de aprovecharse de ello bajo ningún concepto; y
tercero, que en caso de la posibilidad sin precedente de que hubiese alguna variedad excepcional de una clase inferior de Pitris, para quien semejantes consideraciones no tuvieran peso alguno, hay que tener en cuenta que a todos los discípulos, así que principien a mostrar señales del desarrollo de esta facultad, se le comunican terminantes instrucciones que restringen su uso.

Para decido de una vez, estas restricciones son que no se debe espiar a los demás. que no se puede usar este poder en ningún sentido egoísta, ni debe hacerse ostentación alguna de fenómenos; o lo que es lo mismo, que las mismas consideraciones que sirven de norma de conducta a cualquier persona digna en el plano físico, se espera que las tenga también en el plano astral y el devachánico; que el discípulo no debe, en ningún concepto, usar los poderes que sus mayores conocimientos le confieren, en beneficio propio mundano, o en nada que se relacione con ganancia; y que nunca debe prestarse a lo que se llama en los círculos espiritistas «pruebas», esto es, hacer algo que pruebe de manera evidente a los escépticos del plano físico, que posee lo que para ellos aparecería como un poder anormal.
Respecto de esta última prohibición, la gente dice a menudo: ¿Y por qué no? ¡Sería tan fácil refutar a los escépticos y convencerlos en beneficio suyo! Tales críticos no tienen en cuenta que, en primer lugar, ninguno de los que saben algo, desean refutar ni convencer escépticos, ni les importa un ardite su actitud en ningún sentido; y en segundo, que no comprenden cuánto mejor es para el escéptico el llegar gradualmente a una apreciación intelectual de los hechos de la naturaleza, en lugar de que le sean repentinamente impuestos, como si dijéramos, por un golpe de maza. Pero este apunto ha sido perfectamente tratado hace muchos años en El mundo oculto, de Sinnett, y no es necesario repetir aquí los argumentos aducidos entonces.
Para algunos de nuestros amigos es muy difícil darse cuenta de que la necia chismografía y la vana curiosidad, que tan por completo ocupa la vida de la poco inteligente mayoría en la tierra, no preocupa en lo más mínimo la vida más real del discípulo; y así, algunas voces preguntan si aun sin ningún deseo especial de ver, no puede un clarividente observar casualmente algún secreto que otra persona tratase de ocultar, del mismo modo que la mirada de uno puede por casualidad fijarse en una sentencia de una carta de otro que se hallase sobre una mesa. Por supuesto que esto puede suceder; pero, y si sucede, ¿qué? El hombre de honor apartaría la vista, tanto en un caso como en otro, y sería como si nada hubiese visto. Si los objetantes se dieran cuenta del hecho de que a ningún discípulo le importan los asuntos de otro, excepto en el caso de que trate de serle útil, y que siempre tiene un mundo de ocupaciones propias a que atender, no estarían tan lejos de comprender las circunstancias de la vida más amplia del clarividente ejercitado.
Aun por lo poco que he dicho respecto de las restricciones impuestas al discípulo, es evidente que en muchos casos sabrá bastante más de lo que está en libertad de decir. Esto, por supuesto, es también verdad, en un sentido de mucho más alcance, en lo que concierne a los mismos Maestros de Sabiduría, esta es la razón porque los que tienen el privilegio de hallarse alguna vez con Su presencia, oyen con el mayor respeto sus menores palabras, hasta en los asuntos que en nada se relacionan con la enseñanza directa; pues la opinión de un Maestro, y hasta la de uno de sus discípulos superiores, sobre cualquier asunto, es la de un hombre cuyas posibilidades de juzgar con exactitud están fuera de toda proporción comparadas con las nuestras.

Su situación, así como sus superiores facultades, son, en realidad, la herencia de toda la humanidad; y por muy lejos que ahora nos encontremos de esos grandiosos poderes, no por eso es menos cierto que serán nuestros un día. Pero ¡qué diferencia entre el mundo actual y aquel en que la humanidad entera posea la clarividencia superior! Piénsese que diferente será la historia cuando todos puedan leer sus anales; la ciencia, cuando todos los procesos, acerca de los cuales los hombres sólo pueden emitir teorías, puedan observarse en todo su curso; la medicina, cuando tanto el doctor como el paciente puedan ver clara y exactamente lo que hay que hacer; la filosofía, cuando ya no exista la posibilidad de la discusión acerca de sus bases, porque todos igualmente podrán ver un aspecto más superior de la verdad; el trabajo, cuando toda ocupación será dichosa, porque cada hombre será dedicado a aquello que pueda ejecutar mejor; la educación, cuando la mente y el corazón de los niños sean libro abierto para el maestro que trate de formar sus caracteres; la religión, cuando ya no sea posible disputar sobre sus principales dogmas, toda vez que la verdad acerca de los estados después de la muerte, y la Gran Ley que gobierna el mundo, serán patentes para todos. Sobre todo, ¡cuánto más fácil será para los hombres evolucionados ayudarse mutuamente bajo unas condiciones mucho más amplias!

Las posibilidades que se presentan a la mente son como vistas gloriosas que se extienden en todas direcciones, de manera que nuestra séptima ronda será talmente una verdadera edad de oro. Bueno es que estas grandiosas facultades no serán poseídas por toda la humanidad hasta que haya alcanzado un nivel muy superior, tanto en moralidad como en sabiduría, porque de otra manera se repetiría, en condiciones aún peores, la terrible caída de la gran civilización atlante, cuyos individuos no supieron comprender que a un mayor poder corresponde una responsabilidad mayor. Sin embargo, nosotros mismos hemos estado, por la mayor parte, entre esos mismos hombres; esperemos que aquella caída nos haya servicio de provechosa enseñanza, y que cuando de nuevo se abran ante nosotros las posibilidades de la vida más amplia, soportáremos la prueba mejor.


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