domingo, 23 de agosto de 2015

EL MUNDO OCULTO, CAPITULO SEXTO

EL MUNDO OCULTO
(SINNETT)

CAPITULO SEXTO
CARTAS COMPROBATORIAS DE LOS FENÓMENOS VERIFICADOS POR MADAME BLAVATSKY.


« SEÑOR:
El relato hecho sobre el descubrimiento del broche, propiedad de Mad. Hume, ha dado origen al envío de varias cartas y ha provocado diversas cuestiones, a las cuales tengo la intención de contestar, pronto; por ahora creo hacer un acto de justicia dando nuevos detalles de los poderes ocultos que posee Mad. Blavatsky.
Fijándome en esto, debo olvidarme del ridículo, arma contra la cual los que se cuidan de estas cuestiones, estamos ya acorazados.
El jueves último, a las diez y media aproximadamente, sentado en el aposento de Mad. Blavatsky, hablaba yo con ella preguntándole si por casualidad podría remitir algo mío, con la ayuda de fuerzas ocultas desde mi casa.
Me contestó, no y me explicó que para establecer una corriente magnética en un sitio señalado, había entre otras condiciones, que conocer el sitio, y cuanto más cercano, mejor.
Recordó entonces, que aquella misma mañana había ido ella a la casa de una persona, cuyo nombre le vino a la memoria y después de reflexionar un instante, dijo que si podía enviar un cigarrillo, si quisiera yo ir inmediatamente para comprobar el hecho: Desde luego debo decir al lector, que yo había visto a Mad. Blavatsky verificar esta especie de fenómeno. Para explicar la elección del cigarrillo, dio como razón que el papel y el tabaco, estando siempre con ella, tenían algo de su magnetismo, y por consiguiente sometidos más a su influencia. Lo que declaró no era, ni tenía nada de sobrenatural, pero que no era otra cosa que la manifestación ó ejercicio de leyes desconocidas.
Cogió una hoja de papel de fumar y rasgó lentamente una tira, lo más regularmente posible, mis ojos seguían sus manos.
Me dio la tira que acababa de romper, y la coloqué enseguida en un sobre y no me separé más de ella.
Me manifestó enseguida iba hacer una experiencia que tal vez no podría lograrse, pero no teniendo esto consecuencias para mí.
Puso el cigarrillo en el fuego, y lo vi quemarse; me fui enseguida a la casa señalada, creyendo encontrar difícilmente y en el sitio convencional, la parte complementaria del papel que tenia sobre mí.
Pero allí estaba. Abrí el cigarrillo en presencia del dueño de la casa y de su señora y pude convencerme, que la hoja de papel encontrada, se adaptaba exactamente a la mía.
Es inútil probar, ni dar una teoría de estos fenómenos: es posible también, que alguien no crea en ellos, si su experiencia propia no le ha hecho ver, la posibilidad de unas maravillas semejantes.
Todo lo que se puede esperar es, que algunas inteligencias sean atraídas a examinar los numerosos fenómenos probados que se producen actualmente en toda Europa y América.
Es lástima, ver a la mayoría del público vivir en una completa ignorancia de estos hechos, cuando están al alcance de cualquier visitante, que desee convencerse de su realidad.
ALICIA GORDON. »

Damos a continuación el tercer comprobante o carta que dice así:
«Señor:
Me han pedido diese cuenta de un hecho, que tuvo lugar en mi presencia el día 13 del corriente.
La noche de aquel día, estuve sentado con Mad. Blavatsky y el coronel Olcott en el salón de M. Sinnett en Simla.
Después de haber hablado de varias cosas, Mad. Blavatsky dijo que tendría deseo de hacer una experiencia de la manera que le había sido sugerida por M. Sinnett.
Sacó Mad. Blavatsky de su bolsillo, dos hojas de papel de fumar y trazó con un lápiz sobre cada una de ellas dos líneas paralelas. Después, rasgó las extremidades perpendicularmente a las líneas y me las dio.
Yo vigilaba con atención lo que hacía, y rehusó dejarme rasgar o marcar las hojas de papel, alegando que esto, las impregnaría de mi magnetismo personal que neutralizaría el suyo.
Sin embargo, me dio inmediatamente los pedazos rasgados y de nada me apercibí que pudiera hacerme sospechar el menor movimiento de mano; La autenticidad del fenómeno, reposa en este punto importante.
En mi mano izquierda, guardé estas partes separadas de las hojas completas hasta la conclusión de la experiencia.
Con los pedazos más largos, Mad. Blavatsky hizo dos cigarrillos, y me hizo tener el primero, mientras hacia el otro.
Yo examiné este cigarrillo con mucha atención, a fin de poder reconocerlo más adelante.
Una vez los cigarrillos liados; Mad. Blavatsky se levantó, los colocó entre sus manos que frotó una contra otra; al cabo de veinte o treinta segundos, el ruido del papel frotado que se oía, cesó por completo.
Entonces dijo que la corriente circulaba a la extremidad del cuarto y que podía enviarlos, pero solamente junto a los alrededores del sitio en donde nos encontrábamos.
Algunos instantes después, nos participaba que había caído encima del piano uno de los cigarrillos, y el otro cerca del estante.
Yo estaba sentado en el sofá, la espalda apoyada hacia la pared; el piano colocado en frente, el estante que tenía algunas porcelanas, se hallaba a la derecha, entre éste y la puerta.
La habitación era algo estrecha, los muebles todos a la vista.
Montones de papeles y cuadernos de música cubrían la tapa del piano.
Según Mad. Blavatsky, el cigarrillo había de estar entre ambos muebles.
Removí yo mismo los cuadernos uno por uno, sin ver nada; entonces abrí el piano y, encima de unas tablillas del interior, encontré el cigarrillo.
Lo saqué, y reconocí ser el mismo que había tenido en mis manos.
El otro fue encontrado encima de un vaso tapado en el estante.
Los dos cigarrillos estaban aún húmedos en sus bordes.
Los llevé y dejé sobre una mesa, antes que el coronel Olcott y Mad. Blavatsky los hubiesen tocado o visto.
Habiéndolos desenvuelto, pude convencerme que sus dentellones correspondían exactamente a los de los pedazos que había conservado en mi mano, durante todo el tiempo.
Las marcas del lápiz coincidían igualmente.
Las hojas eran las mismas que se habían desgarrado antes.
Los dos papeles estuvieron siempre en mi poder.
Añadiré que el coronel Olcott estaba sentado cerca de mí, la espalda vuelta hacia Mad. Blavatsky, y no se movió durante todo el tiempo de la experiencia.
«P. Y. MAILLAND, CAPITANE.»
* * *

He aquí la otra de las cartas:
«Señor:
Con motivo de la correspondencia que informan las columnas de vuestro periódico, respecto a las recientes manifestaciones de madama Blavatsky, creo interesar a vuestros lectores, dándoles aquí la reseña notable de un incidente, del cual fui testigo la semana pasada,
Durante una visita que hice a Mad. Blavatsky, esa dama desgarró en ángulo de una hoja de papel de fumar y me suplicó tenerla, lo cual hice.
Con el resto, lió un cigarrillo ordinario, y en breves instantes desapareció de sus manos.
Estábamos ya en el salón, cuando pregunté a madame Blavatsky si se encontraría el cigarrillo: después de una ligera pausa, me dijo que la acompañase a la sala del comedor donde, decía ella, el cigarrillo debía estar sobre la cortina de la ventana.
Con ayuda de una mesa, y encima colocada una silla, alcancé, no sin dificultades, un cigarrillo en el sitio señalado.
Lo abrí; el papel era el mismo que yo había visto algunos instantes antes en el salón.
Es decir, que el pedazo que tenía en mi poder, se adaptaba perfectamente al papel en donde estaba el tabaco.
Siguiendo mi opinión, la prueba del hecho fue tan satisfactoria, que no se podía dudar de ella. Me guardaré dar, sin embargo, mi opinión sobre las causas del fenómeno persuadido de que los lectores que tienen interés por estas cuestiones, preferirán formar concepto con la ayuda de sus propias experiencias.
Os presento el hecho escuetamente, sin añadirle ni quitar nada.
Permítaseme hacer presente, que yo no formo parte de la Sociedad Teosophique y que no quiero pasar, por lo mismo, como partidario de la ciencia oculta, bien que simpatizo enteramente con el objeto que persigue y proclama la Sociedad de la que el coronel Olcott es su presidente.
«CARLOS FRANCIS MASSY.»


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