CLARIVIDENCIA
Leadbeater
(Parte 6)
Por medio de la proyección de una forma de pensamiento
La habilidad de
emplear este método de clarividencia implica un desarrollo algo más avanzado
que el anterior, pues necesita cierto dominio en el plano mental.
Todos los estudiantes
de teosofía saben que el pensamiento toma forma, en todo caso, en su propio
plano, y en la mayor parte de los casos también en el plano astral; pero puede
que no sea tan conocido que si un hombre piensa fuertemente en sí mismo como estando
presente en un sitio dado, la forma que este pensamiento toma será una
semejanza del pensador, que aparecerá en el sitio en cuestión.
Esencialmente esta forma debe componerse de la materia
del plano mental, pero en muchísimos casos atraerá también alrededor de sí
materia del plano astral, y de este modo se aproximará mucho más a la
visibilidad. Ha habido, efectivamente, muchos casos en que ha sido vista por la
persona pensada -muy probablemente por medio de la influencia magnética
inconsciente que emana del pensador original-. Sin embargo, ninguna parte de la conciencia del
pensador pasaría dentro de esta forma de pensamiento. Una vez que ha sido
lanzada, se convierte, normalmente, en una entidad aparte; seguramente no del
todo sin relación con su hacedor, pero sí prácticamente en lo que se refiera a
recibir alguna impresión por su medio.
El tercer tipo de
clarividencia consiste, pues, en el poder de mantener tanta relación y dominio
como sean necesarios, sobre una forma de pensamiento acabada de crear, para que
sea posible recibir impresiones por su medio.
En este caso las
impresiones que esta forma recibiera serían transmitidas al pensador -no a lo
largo de una línea telegráfica astral, como antes, sino por vibración
simpática-. En el caso perfecto de clarividencia de esta clase, es
casi como si el vidente proyectase una parte de su conciencia dentro de la forma
de pensamiento, y la usase como una especie de avanzada desde la cual fuese
posible la observación.
Ve casi tan bien como si él mismo estuviese en el
lugar de su forma de pensamiento.
Las figuras que mire, le aparecerán como de tamaño
natural y muy cerca, en lugar de diminutas y a distancia, como en el caso
anterior; y le será posible cambiar su punto de vista si lo desea.
La clariaudiencia está quizá menos frecuentemente
asociada con este tipo de clarividencia que con la anterior; pero en su lugar
se posee hasta cierto punto una especie de percepción mental de los
pensamientos y acciones de las personas que se ven.
Dado que la
conciencia del hombre sigue en el cuerpo físico puede (aun cuando esté
ejercitando esta facultad) oír y hablar, en tanto pueda hacerlo sin distraer su
atención. En el momento en que falte intensidad a su pensamiento, toda la visión
se desvanece y tendrá que construir una nueva forma de pensamiento para poder
continuar su intento. Los ejemplos en que esta clase de vista se posee con
alguna perfección por gente no ejercitada son, naturalmente, más raros que en
el caso del tipo anterior, a causa del dominio mental que se requiere y de las
fuerzas de naturaleza más fina que se emplean.
Viajando en el cuerpo astral
En este punto entramos en una variedad completamente
nueva de la clarividencia, en la cual la conciencia del vidente no permanece en
el cuerpo físico ni está muy relacionada con éste, sino que definidamente es
transferida a la escena que se examina.
Aun cuando es indudable
que envuelve peligros mayores para el vidente inexperto que cualquiera de los
métodos antes descritos, es, sin
embargo, la forma más satisfactoria de clarividencia que puede presentársele,
pues la variedad inmensamente superior que trataremos bajo la denominación
quinta no es asequible sino para estudiantes especialmente ejercitados.
En este caso, el cuerpo
del hombre, o bien está dormido, o en estado de trance, y por tanto sus órganos
no están en estado de funcionar mientras dura la visión; de suerte que la
descripción de lo que se ve y toda pregunta respecto de los demás particulares
tienen que suspenderse hasta que el viajero vuelve a este plano. Por otra
parte, la vista es mucho más completa y perfecta; el hombre oye tan bien como
ve todo lo que pasa a su alrededor, y puede moverse a voluntad dentro de los
amplísimos límites del plano astral. Puede ver y estudiar con comodidad todos
los demás habitantes de este plano, de suerte que el gran mundo de los
espíritus de la naturaleza (del cual sólo es una pequeñísima parte la tierra
tradicional de las hadas) hállase abierto ante él y hasta el de algunos de los
Devas inferiores.
Tiene también la inmensa ventaja de poder tomar parte,
por decirlo así, en las escenas que se presentan a su vista, de conversar a
voluntad con estas diversas entidades astrales, de las cuales puede recibir
tantos informes curiosos e interesantes.
Si además de esto puede aprender la manera de
materializarse (cosa que no le será muy difícil una vez que ha adquirido el
modo) podrá tomar parte en los sucesos físicos o en las conversaciones que
pasan a distancia, y mostrarse a voluntad a sus amigos ausentes.
Tiene también, además, la facultad de poder buscar lo
que necesita. En los casos anteriores, para todos los objetos prácticos, sólo
podía encontrar una persona o un lugar cuando los conocía, o cuando se le ponía
en relación con ellos, tocando algo relacionado físicamente con los mismos,
como en la psicometría. Es verdad que en el tercer método es posible cierto
movimiento, pero el proceso es muy fastidioso, excepto para distancias muy
cortas.
Con el uso del cuerpo astral, un hombre puede ir a
todos lados libremente y con rapidez, y puede, por ejemplo, encontrar cualquier
punto que se señale en un mapa, sin haber tenido conocimiento previo del lugar
ni objeto alguno para establecer relación con él. Puede también elevarse a
cualquier altura en el aire, de suerte que pueda contemplar a vista de pájaro
el país que está examinando, de manera que pueda observar su extensión, el
contorno de sus costas o su carácter general. A la verdad, por todos conceptos,
sus poderes y su libertad son muchísimo mayores cuando emplea este método, que
usando cualquiera de los anteriores.
Un buen ejemplo de la completa posesión de este poder
se nos muestra, bajo la autoridad del escritor alemán Jung Stilling, por la
señora GroWe en The Night Side of Nature. Se refiere la historia de un
vidente que residía en los alrededores de Filadelfia, en los Estados Unidos:
«Sus costumbres
eran morigeradas y hablaba poco; era grave, benévolo y piadoso, y no se sabía
nada en contra de su carácter, excepto que tenía la reputación de poseer
algunos secretos que no eran considerados completamente legales. Se contaban de él muchas historias extraordinarias, y
entre ellas la siguiente:
"La esposa del
capitán de un barco (cuyo marido se hallaba en un viaje a Europa y a África),
llena de ansiedad por su suerte, fue inducida a dirigirse a esta persona.
Habiendo oído él su relato, le rogó que le dispensase un momento, que
necesitaba para traerle las noticias que deseaba. El hombre pasó entonces a una
habitación interior y ella le esperó; pero como su ausencia se prolongase más
de lo que ella esperaba, empezó a impacientarse, creyendo que la había
olvidado, y acercándose silenciosamente a la puerta, miró por alguna hendidura,
y con sorpresa suya le vio tendido en un sofá, tan inmóvil como si estuviera
muerto. Ella, por supuesto, no creyó prudente despertarle, sino que esperó a
que volviera; entonces el hombre le dijo que su esposo no había podido
escribirle por tales y cuales razones, pero que se encontraba en aquel momento
en un café en Londres, y que muy pronto emprendería el viaje de regreso."
Efectivamente,
pronto volvió, y su esposa supo por él que las causas de su desusado silencio
habían sido precisamente las que el hombre le había dicho, por lo que sintió
gran deseo de asegurarse de la verdad de las demás noticias. En esto fue
satisfecha, porque tan pronto como el capitán vio al mago, dijo que le había
visto en Londres en un café, y que le había dicho que su esposa estaba muy
inquieta por su causa, y que entonces él le había referido cómo no había podido
escribir, añadiendo que estaba en vísperas de salir para América. Entonces
perdió de vista al desconocido entre la multitud y no volvió a saber de él.»
Por supuesto, no tenemos los medios de saber qué
pruebas tenía Jung Stilling de la verdad de esta historia, aunque él declara
que está perfectamente satisfecho de la autoridad que le garantiza la verdad
del relato. El vidente, como quiera que sea, debió haber desarrollado esta
facultad por sí mismo o la había aprendido en alguna escuela distinta de la que
nosotros tomamos la mayor parte de nuestros informes teosóficos, pues en
nuestro caso existen reglas bien entendidas que prohíben expresamente al
discípulo presentar manifestación alguna de un poder que puede probarse de un modo
definido y completo, y constituir así lo que se llama «un fenómeno». Que estas reglas
son admirablemente sabias, es cosa conocida por todos los que están enterados
de la historia de nuestra Sociedad, por los desastrosos resultados que siempre
siguieron a las menores infracciones de tales reglas.
He presentado algunos casos, en mi pequeño tratado
Protectores invisibles, muy semejantes al referido. Stead, en Real Ghost
Stories, presenta el ejemplo de una señora que me es muy conocida, y que
frecuentemente se aparece de este modo a sus amigos a distancia; y Andrew Lang,
en su Sueños y fantasmas, hace el relato de cómo el señor Cleave, que se
hallaba entonces en Portsmouth, se apareció intencionalmente en dos ocasiones a
una señorita en Londres, y la alarmó considerablemente. En resumen, existe una
gran abundancia de pruebas para todo el que quiera estudiar el asunto seriamente.
Cuando a la
proximidad de la muerte los principios (constituyentes del hombre) se aflojan,
estas visitas astrales intencionales parece que a menudo se hacen posibles para
gentes que en otras ocasiones no han podido hacer tal proeza. De esta clase hay aún más ejemplos que de la obra.
Expondré uno de ellos, bastante interesante, referido por Andrew Lang en Sueños
y fantasmas, ejemplo del cual él mismo dice: «pocas historias tienen tan buen testimonio a su favor como ésta:
María, esposa de
John Goffe de Rochester, padecía una larga enfermedad, y se trasladó a la casa
de su padre en West-Malling, a unas nueve millas de la suya.
El día antes de su
muerte sintió grandes e impacientes deseos de ver a sus dos hijos, que había
dejado en su casa al cuidado de una nodriza. Estaba demasiado enferma para
poder ser trasladada, y entre la una y las dos de la mañana cayó en una especie
de trance. La viuda de un tal Tumer, que la cuidaba aquella noche, dice que sus
ojos estaban abiertos y fijos, y caída la mandíbula. La señora Turner le puso
la mano en la boca, pero no pudo percibir aliento alguno. Creyó que le había
dado un ataque, y empezó a dudar de si estaría muerta o viva.
A la mañana
siguiente la moribunda contó a su madre que había estado en su casa con sus
hijos, diciéndole: "Anoche, mientras dormía, estuve con ellos".
La nodriza en
Rochester, llamada viuda de Alejandro, afirma que un poco antes de las dos de
aquella mañana, vio la aparición de la referida María Goffe salir de la
habitación próxima (donde la niña mayor dormía sola), quedando la puerta
abierta y acercarse a su cama, en la que también estaba la otra niña,
permaneciendo junto a ésta cosa de un cuarto de hora. La nodriza dice además
que ella estaba perfectamente despierta, y que era de día, por ser uno de los
días más largos del año. Se sentó en la cama y miró fijamente la aparición. En
este momento oyó que daban las dos en el reloj, y un poco después dijo:
"En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, ¿quién eres
tú?". Entonces la aparición echó a andar y se marchó; se vistió
apresuradamente y la siguió; pero no pudo averiguar lo que había sido de ella.»
Aparentemente la nodriza se atemorizó más por su
desaparición que con su presencia, pues después de esto tuvo miedo de
permanecer en la casa, y pasó todo el tiempo hasta las seis de la mañana
paseando arriba y abajo por fuera. Cuando los vecinos se despertaron, les
refirió lo que le había sucedido, y ellos, por supuesto, le dijeron que había
soñado todo aquello; ella, naturalmente, rechazaba con calor tal idea; pero no
pudo conseguir que la creyeran hasta que se supo el otro aspecto de la historia
en West-Malling, y entonces la gente principió a admitir que realmente podía
haber algo de verdad en lo que refería.
Otra circunstancia notable de esta historia es que la
madre tuvo necesidad de pasar del estado de sueño ordinario al más profundo del
estado de trance antes de poder visitar conscientemente a sus hijas; sin
embargo, véase ejemplos análogos aquí y allí entre los muchos de esta especie
que se encuentran en la literatura que al asunto se refiere.
El hombre que posee por completo este tipo de
clarividencia, tiene a su disposición muchas y grandes ventajas, aun además de
las que ya se han mencionado. No sólo puede visitar sin trabajo ni gasto alguno
todos los lugares bellos y famosos del mundo, sino que si se trata de un hombre
erudito, ¡calcúlese lo que será para él el tener libre entrada en todas las
bibliotecas del mundo! ¿Qué será para el hombre científico el ver funcionando
ante sus propios ojos muchos procedimientos de la química oculta de la
naturaleza; para el filósofo el serle reveladas tantas cosas más que antes
sobre los grandes misterios de la vida y de la muerte? Para él todos los que
han marchado de este plano, ya no están muertos, sino vivos y a su alcance
durante mucho tiempo; para él han cesado de ser cosas de fe muchos conceptos de
la religión que se han cambiado en conocimientos propios. Sobre todo, puede
unirse al ejército de auxiliares invisibles, y ser realmente útil en gran escala.
Indudablemente, la clarividencia, aún limitada el plano astral, es un gran don
para el estudiante.
Ciertamente tiene también sus peligros, en especial
para los no ejercitados; peligros por ciertas entidades de varias clases, que
pueden aterrorizar o hacer daño a aquellos que pierden el valor para hacerles
frente; peligros de decepciones de todas clases, de comprender mal e
interpretar erróneamente lo que ven, siendo el mayor de todos el infatuarse y
creer imposible equivocarse. Pero un poco de sentido común y un poco de
experiencia bastarán para guardar a un hombre de este último riesgo. .
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