LAS CARTAS DE LOS
MAHATMAS.
CARTA N°. 15
Carta del Mahatma
K.H. a A. P. Sinnett.
CARTA Nº 15 (Transcrita de una
copia manuscrita del señor Sinnett.—Ed.)
De K.H. a A.O.H.
Recibida el 10 de julio de 1882.
(1)
¿Contiene siempre en sí misma cada forma mineral, vegetal, animal, esa entidad
que implica la potencialidad de un desarrollo hasta llegar a un espíritu
planetario?
¿Existe
ahora mismo, en esta tierra, semejante esencia o espíritu o alma —el nombre no
tiene importancia— en cada mineral, etc?
(1)
Invariablemente; sólo que más valdría llamarlo el germen de una futura entidad, que es lo que ha sido durante
edades.
Tomemos el feto humano. Desde el momento de su
concepción hasta que completa su séptimo mes de gestación, repite en miniatura
los ciclos mineral, vegetal y animal por los que ya había pasado en sus
anteriores incorporaciones, y sólo durante los últimos dos meses desarrolla su
futura entidad humana, la cual no se completa más que hacia el séptimo año de
la criatura.
Sin embargo, ésta existía sin ningún aumento ni disminución
eones y eones antes de que iniciara su camino progresivo a través y en el seno
de la madre naturaleza, como lo hace ahora en el seno de su madre terrena.
Como bien dijo un erudito
filósofo que confía más en sus intuiciones que en los dictámenes de la ciencia moderna:
"Las etapas de la existencia
intrauterina del hombre encarnan el archivo concentrado de algunas páginas
desaparecidas de la historia de la Tierra." Esto mismo debe usted
verlo mirando retrospectivamente las entidades minerales, vegetales y animales.
Usted debe considerar a cada entidad en
su punto de partida en el curso manvantárico, como el átomo primordial cósmico
ya diferenciado por la primera vibración del soplo de vida manvantárico.
Porque la potencialidad que se desarrolla finalmente
como un espíritu planetario perfecto está al acecho y es, en realidad, ese
átomo primordial cósmico.
Atraído por su
"afinidad química" (?) para unirse con otros átomos parecidos, el
conjunto de esos átomos unidos se convertirá, con el tiempo, en un globo gestador
de hombres, después de haber pasado sucesivamente por las etapas de la
nebulosa, la espiral y la esfera de niebla incandescente y de la condensación,
consolidación, contracción y enfriamiento del planeta.
Pero
cuidado, no todos los globos se convierten en "gestadores de hombres". Simplemente,
establezco el hecho
sin detenerme más al respecto. La gran dificultad en captar la idea del mencionado
proceso radica en el riesgo de formar conceptos mentales más o menos incompletos
del funcionamiento del elemento único, de su inevitable presencia en cada átomo
imponderable y de su subsiguiente, incesante y casi ilimitada multiplicación en
nuevos centros de actividad, sin que ésto afecte en lo más mínimo su propia
cantidad original.
Tomemos un conjunto
de átomos destinados así a formar nuestro globo y luego, echando una ojeada
superficial al conjunto, sigamos el trabajo específico de esos átomos.
Llamaremos
al átomo primordial, "A".
No siendo éste un
centro de actividad circunscrito, sino el punto inicial de un remolino manvantárico
de evolución, da nacimiento a un número incalculable de nuevos centros, que
podríamos llamar B, C,
D, etc.
Cada uno de estos
puntos principales da nacimiento a centros menores, a, b, c, etc. Y estos
últimos, en el curso de la evolución y de la involución se desarrollan, con el
tiempo, como A, B,
C, etc.
y forman así las raíces o son las causas del desarrollo de nuevos géneros, especies,
clases, etc. ad infinitum. Ahora bien, ni
el A primordial con sus
átomos compañeros, ni sus derivados de aes, bes, ces, han
perdido nada de su fuerza original o esencia vital a consecuencia de la
evolución de sus derivados. La fuerza
allí no se transforma en algo distinto, como ya he manifestado en mi carta,
sino que con cada desarrollo de un nuevo centro de actividad desde dentro se
multiplica por sí misma ad infinitum, sin perder jamás por ello una sola
partícula de su naturaleza, ni en cantidad ni en calidad. Más bien, y a medida
que progresa, añade algo más a su diferenciación.
Esta llamada "fuerza"
demuestra que es realmente indestructible pero no es correlativa a nada ni transmutable,
en el sentido aceptado por los miembros de la Royal Society, sino más bien podría
decirse que crece y se desarrolla en "algo distinto", aún cuando ni
su propia potencialidad ni su ser se ven afectados en lo más mínimo por esta
transformación.
Ni
puede que sea correcto llamarla fuerza, puesto que esta última no es más que el
atributo de Yin Sin (Yin-Sin
o la única "Forma de existencia", y también es Adi-Buddhi o Dharmakaya,
la esencia mística universalmente esparcida) cuando se manifiesta
en el mundo fenomenal de los sentidos, es decir, su antiguo conocido, el Fohat. Respecto a ésto,
vea el artículo de Subba- Row, "Aryan Arhat Esoteric Doctrines" que
trata de los principios septenarios del hombre y la revisión que hace de los
Fragmentos de usted en las páginas 94 y 95.
Los brahmines
iniciados la llaman (Yin-Sin y Fohat) Brahmán, y Sakti cuando se manifiesta
como esta fuerza. Tal vez sería más apropiado llamarla vida infinita, la fuente de toda
vida visible e invisible, una esencia inagotable siempre presente, en resumen,
Swabhavat. (S.
en su aplicación universal, Fohat cuando se manifiesta a través de nuestro
mundo fenomenal, o mejor dicho, cuando se manifiesta a través del universo
visible, y por lo tanto en sus limitaciones).
Es
pravritti cuando es activa, nirvrittri cuando es pasiva.
Llámela la Sakti de Parabrahma, si
lo prefiere, y diga con los Advaitas (Subba Row es uno de ellos) que Farabrahm más Maya se convierte en Iswar, el principio
creador —un poder llamado comúnmente Dios, que desaparece y muere con todo lo
demás cuando llega el pralaya. O bien puede usted opinar como los filósofos buddhistas
del Norte y llamarla Adi-Buddhi, la inteligencia
omnipenetrante, absoluta y suprema, con su Divinidad manifestándose
periódicamente — "Avalokiteshvara" (una naturaleza inteligente manvantárica, completada
con la humanidad)— nombre místico que damos a la hueste de los Dhyan Chohans
(N.B., los Dhyan Chohans solares o la hueste de nuestro sistema solar solamente) tomados colectivamente,
cuya hueste representa la fuente madre, la suma total de todas las inteligencias
que estuvieron, están o que siempre estarán en nuestra ristra de planetas gestadores
de hombres, o en cualquier parte o porción de nuestro sistema solar. Y esto le
llevará a usted, por analogía, a ver que, a su vez, Adi-Buddhi (como su nombre literalmente implica) es la inteligencia suma de las inteligencias
universales, incluyendo las de los Dhyan Chohans, incluso del orden más
superior. Esto es todo lo que me atrevo a decirle ahora sobre este tema
particular ya que temo haber traspasado el límite. Por consiguiente,
cada vez que le hable de la humanidad sin especificarla, usted deberá entender que
no me refiero a la humanidad de nuestra Cuarta Ronda, tal como la vemos en esta
mota de barro en el espacio, sino a la hueste entera ya evolucionada.
Sí, tal como expuse
en mi carta, no existe más que un solo
elemento, y es imposible comprender nuestro sistema antes de que quede
firmemente asentado en la mente un concepto adecuado de ello. Por lo tanto,
debe usted perdonarme si me detengo en el tema más tiempo del que realmente parece necesario. Pero, a
menos que esta importante realidad fundamental sea perfectamente comprendida,
el resto parecerá ininteligible. Este elemento es,
pues — metafísicamente
hablando— el único substrato
o causa permanente de todas las manifestaciones en el universo fenomenal.
Los antiguos hablan de los cinco elementos cognoscibles:
éter, aire, agua, fuego y tierra, y del único elemento incognoscible (para los
no iniciados), el 6º principio del universo (llámelo Purush Sakti), mientras
que mencionar el séptimo fuera del santuario estaba castigado con la muerte.
Pero estos cinco no
son más que los aspectos diferenciados del único. El hombre es un ser septenario,
de la misma manera que lo es el universo, y este microcosmos septenario es al macrocosmos
septenario como una gota de lluvia es a la nube, de la cual se desprende y a la
cual volverá con el tiempo.
En ese elemento
único están comprendidas o incluidas las distintas tendencias que harán
aparecer el aire, el agua, el fuego,
etc. (desde la condición puramente abstracta hasta la concreta) y cuando
llamamos elementos a estos últimos es para indicar sus fructíferas
potencialidades para los innumerables cambios de forma o de evolución del ser.
Representemos la
cantidad desconocida por X; esa cantidad es
el principio único, eterno e inmutable, y que sean A, B, C, D, E, cinco de los seis
principios menores o componentes del mismo, es decir, los principios de la
tierra, del agua, del aire, del fuego y del éter (akasa), siguiendo el orden de
su espiritualidad y empezando por el más bajo.
Hay un sexto
principio que corresponde al sexto principio, el Buddhi, en el hombre. (Para evitar
confusiones recuerde que al considerar la cuestión desde el lado de la escala
descendente, el abstracto Todo o principio eterno sería numéricamente designado
el primero, y el universo fenomenal el séptimo. Y tanto si se trata del hombre
como del universo, mirado desde el otro lado, el orden numérico sería exactamente
a la inversa) pero
no se nos autoriza a nombrarlo excepto entre los iniciados. Sin embargo, puedo
señalar que está relacionado con el proceso del más elevado intelecto.
Llamémosle N. Además de éstos,
por debajo de todas las actividades del universo fenomenal existe un impulso
energizador procedente de X; llamémosle Y.
Planteada
algebraicamente nuestra ecuación, se leería por lo tanto así: A + B + C + D + E +
N + Y = X. Cada una de estas
letras representa, por así decirlo, el espíritu o abstracción de lo que usted
llama elementos (su
pobre inglés no me proporciona ninguna otra palabra). Este espíritu preside la evolución
durante todo el ciclo manvantárico en su propio departamento. Es la causa inspiradora, vivificadora,
impulsora y evolutiva detrás de las innumerables manifestaciones fenomenales de
ese departamento de la Naturaleza.
Vamos a desarrollar
la idea con un solo ejemplo.
Tomemos el fuego. D —el principio
original ígneo residente en X— es la causa fundamental de toda manifestación
fenomenal del fuego en todos los globos de la cadena. Las causas inmediatas son
los agentes ígneos secundarios evolucionados que dirigen respectivamente los
siete descensos del fuego en cada planeta, (teniendo cada elemento los siete principios y cada
principio los siete sub-principios; y estos agentes secundarios, antes de actuar
así, se han convertido, a su vez, en causas primarias).
D es un compuesto
septenario cuyo fragmento más elevado es espíritu puro. Tal como lo vemos en
nuestro globo, se encuentra en su condición más material y tosca, tan denso, a
su manera, como lo es el hombre en su forma física. En el globo inmediatamente anterior al nuestro, el fuego era menos
denso que en éste; en el anterior a ése, menos todavía. Así, el cuerpo de la
llama era cada vez más puro y espiritual, cada vez menos denso y material en
cada planeta precedente. En el primero de todos los de la cadena manvantárica,
apareció como una radiación objetiva casi pura —el Maha Buddhi, sexto principio
de la luz eterna.
Como nuestro globo
está en el extremo del arco donde la materia, conjuntamente con el espíritu, se
presenta en su forma más densa — cuando el elemento fuego se manifieste en el
globo siguiente al nuestro en el arco ascendente, será menos denso de como lo vemos
ahora. Su calidad
espiritual será idéntica a la que tenía el fuego en el globo anterior al
nuestro en la escala descendente; el segundo globo del arco ascendente corresponderá
cualitativamente al segundo globo anterior al nuestro en la escala descendente,
etc.
En
cada globo de la cadena hay siete manifestaciones de fuego, de las cuales la
primera en el orden se equiparará, en cuanto a calidad espiritual, con la
última manifestación del planeta precedente anterior: tal como deducirá usted,
el proceso se invierte en el arco opuesto.
Las miríadas de manifestaciones
específicas de estos seis elementos universales no son, a su vez, más que derivaciones,
ramas o ramificaciones del único "Árbol de la Vida" fundamental.
Tome el árbol
genealógico de la vida de la raza humana y de las otras según el concepto de Darwin
y teniendo siempre en cuenta el sabio adagio antiguo: "Como es abajo así
es arriba" —es decir, el sistema universal de correspondencias— trate de
comprender por analogía.
Así, verá usted que
hoy en día, en esta tierra actual, existe un espíritu semejante en cada
mineral, etc.
Diré
más. Cada grano de arena, cada pedrusco o roca de granito, es ese espíritu cristalizado
o petrificado.
Usted duda. Tome un tratado elemental de geología y vea lo que afirma la
ciencia sobre la formación y crecimiento de los minerales.
¿Cuál es el origen
de todas las rocas, sedimentarias o ígneas?
Tome un trozo de
granito o de piedra arenisca y encontrará que el primero está compuesto de
cristales y la segunda de granos de diferentes piedras (las rocas o
piedras orgánicas formadas con los restos de lo que una vez fueron plantas y
animales vivos, no nos sirven para el propósito de este momento; son las
reliquias de evoluciones consecutivas, mientras que ahora no estamos interesados
más que en las evoluciones primordiales). Ahora bien: las rocas sedimentarias e ígneas están
compuestas las primeras de arena, grava y barro; las últimas de lava. No
tenemos, pues, más que buscar el origen de ambas. ¿Qué encontramos? Que una fue
compuesta por tres elementos, o más exactamente, por tres manifestaciones
distintas del elemento único —tierra, agua y fuego, y que la otra fue compuesta
de manera similar (aunque bajo condiciones físicas diferentes) de la materia
cósmica— la imaginada materia prima, en sí una de las manifestaciones (6º
principio) del elemento único. ¿Cómo
podemos, entonces, dudar que un mineral contiene en sí una chispa del Uno, como
todo lo demás en esta naturaleza objetiva?
(2)
Cuando empieza el pralaya, ¿qué ocurre con el Espíritu que no se ha abierto
camino hasta el hombre?
(2)... El período
necesario para completar los siete anillos, locales o terrestres —o llamémosles
de un globo (por
no hablar de las siete rondas en los manvántaras menores— seguidas de sus siete
pralayas menores) la
culminación del ciclo denominado mineral es inconmensurablemente más largo que
el de cualquier otro reino. Como puede usted deducir por analogía, antes de que
cada globo alcance su período de madurez, tiene que pasar a través de un
período de formación —también septenario.
La
ley en la Naturaleza es uniforme y la concepción, la formación, el nacimiento,
el progreso y el desarrollo de un niño sólo difiere de las del globo en
magnitud. El globo tiene dos períodos de dentición y crecimiento capilar —las
primeras rocas, de las que luego también se desprende para dejar sitio a otras
nuevas— y sus helechos y musgos antes de que consiga los bosques.
De
igual modo que los átomos del cuerpo cambian cada siete años, asimismo el globo
renueva sus estratos cada siete ciclos.
El corte de una
sección de las minas de hulla de "Cape Bretón" muestra siete suelos
antiguos con restos de otros tantos bosques y, si pudiera excavarse hasta mayor
profundidad, se descubrirían otras siete secciones más, a continuación de las
primeras...
Hay tres clases de
pralayas y manvántaras:
1. El pralaya y el
manvántara universales, o Mana pralaya y Maha manvántara.
2. El pralaya y
manvántara solares.
3. El pralaya y
manvántara menores.
Cuando ha terminado
el pralaya nº 1, empieza el manvántara universal. Entonces el
universo entero tiene que re-evolucionar de nuevo.
Cuando llega el
pralaya de un sistema solar, afecta sólo a ese sistema solar.
Un pralaya solar =
7 pralayas menores.
Los pralayas
menores del nº 3 conciernen solamente a
nuestra pequeña cadena de globos, ya sean gestadores de hombres o no. Nuestra
tierra pertenece a una cadena de esta clase.
Además
de ésto, dentro de un pralaya menor existe un estado de reposo planetario, o
como dicen los astrónomos, de "muerte", como ocurre con nuestra luna
actual —en la cual subsiste el cuerpo rocoso del planeta, pero el impulso vital
se ha extinguido.
Por ejemplo, imaginemos
que nuestra tierra pertenece a un grupo de siete planetas o mundos generadores
de hombres, dispuestos, más o menos, en forma elíptica. Ocupando nuestra tierra
exactamente el punto central inferior de la órbita en evolución, es decir,
habiendo llegado a la mitad de la ronda — llamaremos A al primer globo y Z al último. Después de cada pralaya solar hay una destrucción
completa de nuestro sistema, y después de cada pralaya solar empieza la nueva formación
objetiva absoluta de nuestro sistema y cada vez todo es más perfecto que antes.
Después de ésto, el
impulso vital llega a "A", o mejor
dicho, a aquello que está destinado a convertirse en "A" y que, hasta
entonces, no es más que polvo cósmico.
En la materia nebulosa
formada por la condensación del polvo solar diseminado por el espacio se forma
un núcleo y se originan en cadena una serie de tres evoluciones, invisibles
para el ojo físico; es decir: han
evolucionado tres reinos elementales o fuerzas de la naturaleza, o en otras
palabras, se forma el alma animal del globo futuro; o tal como lo expresaría un
cabalista, se han creado los gnomos, las salamandras y las ondinas.
De este modo puede
establecerse la relación entre un globo madre y su criatura el hombre. Ambos
tienen sus siete principios.
En el Globo, los elementales
(de los cuales existen en total siete especies) forman
(a) un cuerpo
denso,
(b) su doble
fluídico (linga sariram),
(c) su principio
vital (jiva);
(d) su cuarto
principio, el kamarupa, está formado por su impulso creador que opera desde el
centro a la circunferencia;
(e) suquinto
principio (alma animal o Manas, la inteligencia física) está incorporado en
germen en los reinos vegetal y animal;
(f) su sexto
principio (o alma espiritual, Buddhi) es el hombre, y
(g) su séptimo
principio (Atma) que está en una película de akasa espiritualizado que lo
rodea.
Completadas las
tres evoluciones empieza a formarse el globo tangible.
El reino mineral, cuarto
en el conjunto de la serie, pero primero en esta etapa, guía el proceso. Al
principio sus sedimentos son gaseosos, blandos y moldeables y sólo llegarán a
alcanzar dureza y solidez en el séptimo anillo. Cuando este anillo se ha
completado proyecta su esencia al Globo B —que
ya está pasando por las etapas preliminares de formación— y la evolución
mineral empieza en ese globo. En este momento, empieza en el Globo A la evolución del
reino vegetal. Cuando este último ha realizado su séptimo anillo, su esencia
pasa al Globo
B.
Entonces la esencia mineral avanza hacia el Globo C,
mientras los gérmenes del reino animal entran en A. Cuando el animal ha recorrido siete anillos
allí, su principio vital va al Globo B, y
las esencias de vegetales y minerales siguen avanzando.
Entonces aparece el
hombre en A; una configuración
etérea anticipada del ser compacto que está destinado a ser en nuestra Tierra.
Evolucionando en siete razas-raíz con las muchas ramificaciones de sub-razas,
él, al igual que los reinos precedentes, completa sus siete anillos y es
transferido luego, sucesivamente, a cada uno de los globos hasta llegar a Z. Desde el principio,
el hombre tiene los 7 principios en germen contenidos en él, pero ninguno está
desarrollado. Si
lo comparamos con un niño estaremos acertados; nadie, en los miles de historias
conocidas sobre fantasmas, ha visto jamás el fantasma de un bebé, aunque la
imaginación de una madre amantísima pueda haberle sugerido en sueños la imagen
del hijo perdido. Y esto es muy sugerente. En cada una de las
rondas, el hombre desarrolla totalmente uno de los principios.
En la Primera
Ronda, su conciencia en nuestra Tierra está embotada, es endeble e
inconsistente, parecida a la de un niño pequeño.
Al llegar a nuestra
Tierra en la segunda ronda, se ha hecho responsable, hasta cierto grado, y en la
tercera lo es totalmente. En cada etapa y en cada ronda su desarrollo va a la
par con el del globo en el cual se encuentra. Al arco descendente, desde A hasta nuestra tierra, se
le llama el oscuro; al ascendente, hasta Z, el "luminoso"......
Nosotros,
los hombres de la cuarta ronda, estamos alcanzando ya la segunda mitad de la
quinta raza de nuestra cuarta ronda humana, mientras que los hombres de la
quinta ronda (los pocos que han llegado anticipadamente), no obstante y
pertenecer a su primera raza (o más bien clase) son, sin embargo, inconmensurablemente
superiores a nosotros —espiritualmente, si no intelectualmente; ya que,
habiendo completado el desarrollo de este quinto principio (el alma
intelectual), han llegado más cerca que nosotros y están en más estrecha relación
con su sexto principio, Buddhi.
Desde luego, son
muchos los individuos que ya están diferenciados en la Cuarta Ronda, ya que los
gérmenes de los principios no se desarrollan en todos por igual, pero ésa es la
regla.
... El hombre llega
al globo "A" después que los otros reinos han continuado avanzando.
(Dividiendo
nuestros reinos en siete, los cuatro últimos son los que la ciencia exotérica
divide en tres. A ésto añadimos el reino humano o el reino Dévico. Dividimos
las respectivas entidades de estos reinos en germinales, instintivas, semi-conscientes
y plenamente conscientes).
...
Cuando todos los reinos hayan alcanzado el globo Z, no seguirán adelante para
volver a entrar en A precediendo al hombre, sino que, de acuerdo con la ley de
aminoración que opera desde el punto central —o sea desde la tierra— hasta Z, y
que equilibra un principio de aceleración en el arco descendente —estos reinos
habrán terminado precisamente su respectiva evolución de géneros y especies
cuando el hombre alcance su máximo desarrollo en el Globo Z —en ésta o en cualquier
ronda.
La razón de ello se
encuentra en el período de tiempo extremadamente más largo que ellos necesitan
para desarrollar sus infinitas variedades cuando se compara con el que necesita
el hombre; por lo tanto, la relativa rapidez de desarrollo en los anillos
aumenta, naturalmente, a medida que ascendemos en la escala desde el mineral.
Pero
estas distintas velocidades, de hecho, están tan bien ajustadas que el hombre
se detiene más tiempo en las esferas interplanetarias de descanso, para la
prosperidad o para la adversidad, y todos los reinos terminan su trabajo simultáneamente
en el planeta Z.
Por ejemplo, en
nuestro globo vemos a la ley del equilibrio manifestándose. Desde la primera aparición
del hombre, con habla o sin ella, tanto para la actual 4ª ronda como para la 5ª
que se avecina, la intención estructural de su organización no ha cambiado
radicalmente las características etnológicas, por variadas que sean, ni ha afectado
en absoluto al hombre como ser humano.
El fósil del hombre
o su esqueleto de la rama de los mamíferos, de los cuales él es la culminación,
tanto si se trata del hombre ciclópeo como del pigmeo, puede reconocerse
todavía a primera vista como un vestigio humano. Las plantas y los animales,
mientras tanto, se han vuelto cada vez más diferentes de lo que eran antes. ...
El esquema con sus detalles septenarios
resultaría incomprensible para el hombre si no tuviera el poder, tal como lo
han demostrado los Adeptos más elevados, de desarrollar prematuramente sus 6a y 7a sentidos
—aquellos que serán el don natural de todos en las rondas correspondientes.
Nuestro
Señor el Buddha—un hombre de la 6ª ronda— no habría aparecido en nuestra época,
por más grandes que hubieran sido los méritos acumulados en sus anteriores
nacimientos, de no haber sido por un misterio. . . . Ningún individuo
puede adelantarse a la humanidad de su
ronda más que un grado, porque esto es matemáticamente imposible. Dice usted en
efecto: si la fuente de vida mana incesantemente (y así es) deberían existir en
la Tierra hombres de todas las rondas en todas las épocas, etc. La indicación
sobre el descanso planetario puede aclarar la mala interpretación sobre este
punto.
Cuando el hombre se
ha perfeccionado desde el punto de vista de una ronda determinada sobre el
Globo A, desaparece de allí (como ya lo hicieron ciertos vegetales y animales).
Gradualmente,
este Globo pierde su vitalidad y llega por último al estado de luna, es decir,
a la muerte, y permanece así en tanto que el hombre realiza sus siete anillos
en Z y pasa por su período inter-cíclico antes de empezar en su ronda
siguiente. Así sucede, a su vez, con cada Globo.
Y puesto que el
hombre, mientras completa su séptimo anillo en A, no
ha hecho más que empezar el primero en Z, y
como que A muere cuando él lo
deja para pasar a B, etc. y como que
también debe permanecer en la esfera intercíclica después de Z, tal como lo hace
cada vez entre dos planetas, hasta que el impulso haga revivir nuevamente la
cadena, queda claro que nadie puede adelantarse más de una ronda a su especie.
Y Buddha sólo constituye una excepción en virtud del misterio. Tenemos hombres de
la quinta ronda entre nosotros porque estamos en la segunda mitad de nuestro
anillo septenario terrestre. En
la primera mitad eso no podría haber ocurrido.
Las incontables
miríadas de nuestra humanidad de la cuarta ronda que se nos adelantaron y completaron
sus siete anillos en Z han tenido tiempo de ganar su período intercíclico y de
empezar su nueva ronda y trabajar en el Globo D (el nuestro).
Pero, ¿cómo podría haber
hombres de las Rondas 1ª, 2ª, 3ª, 6ª y 7ª?
Nosotros
representamos las tres primeras categorías y los de la sexta no pueden llegar
más que a escasos intervalos y extemporáneamente, como Buddhas (sólo bajo
condiciones especiales); y los de la últimamente nombrada, la séptima, ¡no han
evolucionado todavía! Hemos seguido al hombre de ronda en ronda hasta la etapa
nirvánica entre Z y A. En la última
ronda, "A" quedó abandonado
y muerto. Cuando empieza una nueva ronda, "A"
capta el nuevo impulso de vida, renace a la vitalidad y engendra todos los
reinos de un orden superior a los precedentes.
Después que ésto se
ha repetido siete veces, llega un pralaya menor; la cadena de globos no queda
destruida por la desintegración y dispersión de sus partículas, sino que pasa
in abscondito. Desde ese estado resurgirán de nuevo, a su vez, durante el
siguiente periodo septenario.
Dentro
de un período solar (un
pralaya y un manvántara) tienen lugar siete
de estos períodos menores, en una escala ascendente de desarrollo progresivo.
Para resumirlo: en una ronda hay siete anillos planetarios
o terrestres para cada reino y una oscuración para cada planeta. El manvántara
menor está compuesto de siete rondas, 49 anillos y 7 oscuraciones; el período
solar consta de 49 rondas, etc.
Los períodos
compuestos de un pralaya y un manvántara son designados por Dikshita "manvántaras y pralayas de Surya".(En sánscrito: Sol.
N.T.)
La mente queda
confundida cuando intenta especular sobre cuántos de nuestros pralayas solares
deben llegar antes de la gran noche Cósmica — pero eso llegará.
... En los pralayas menores no se empieza de nuevo
—solamente se trata de una reanudación de las actividades interrumpidas.
Los reinos vegetal y animal que al final del manvántara menor sólo hayan
conseguido un desarrollo parcial no se destruyen. Su vida o sus entidades
vitales —llame a algunas de ellas nati si quiere— encuentran también su
correspondiente noche y reposo —tienen también su propio Nirvana.
¿Y por qué no
habrían de tenerlo estas entidades fetales e infantiles?
Como todos nosotros,
son engendradas por el elemento único. ... De la misma manera que nosotros
tenemos nuestros Dhyan Chohans, ellas tienen asimismo, en sus diferentes
reinos, guardianes elementales, y están tan bien atendidas en general como lo
está la humanidad en su conjunto. El elemento único no sólo ocupa el espacio y
es el mismo espacio, sino que interpenetra cada átomo de materia cósmica.
Cuando suena la
hora del pralaya solar —aunque el proceso del progreso de la humanidad en su
séptima y última ronda es exactamente el mismo— cada planeta, en lugar de pasar
simplemente de lo visible a lo invisible cuando el hombre lo abandona, a su
vez, queda aniquilado.
Con
el principio de la séptima Ronda del séptimo manvántara menor, al haber
alcanzado también cada reino su último ciclo, no queda en cada planeta, después
que el hombre lo ha abandonado, más que el maya de las formas que una vez
vivieron y existieron allí.
Con cada paso que
el hombre da en los arcos descendentes y ascendentes a medida que pasa de globo
en globo, el planeta que deja atrás se convierte en una vaina de crisálida
vacía.
A su salida hay una
efusión de estos seres desde todos los reinos. A pesar de estar esperando pasar
a formas superiores a su debido tiempo, quedan
liberados porque hasta el día de esa evolución, ellos permanecerán en su sueño
letárgico en el espacio hasta recuperar de nuevo la energía en la vida del
nuevo manvántara solar. Los antiguos elementales descansarán hasta
que se les llame, a su vez, para que se conviertan en los cuerpos de los seres
minerales, vegetales y entidades animales (en otra cadena de globos más
elevada) en su camino para convertirse en seres humanos mientras que los seres
rudimentarios de las formas más inferiores —y en ese tiempo de perfección
general no quedarán más que unos pocos de ellos— quedarán en suspensión en el
espacio como gotas de agua convertidas, repentinamente, en carámbanos.
Estas gotas se
derretirán al primer cálido aliento de un manvántara solar y constituirán el
alma
de los globos
futuros.
...
El lento desarrollo del reino vegetal queda asegurado por el prolongado
descanso interplanetario del hombre.
...
Cuando llega el pralaya solar toda la humanidad purificada se sumerge en el
Nirvana y desde este Nirvana intersolar renacerá en sistemas superiores.
La cadena de mundos
queda destruida y se desvanece igual que se desvanece una sombra en la pared
cuando se apaga la luz.
Tenemos razones para creer que en este mismo momento un pralaya así está
teniendo lugar, mientras que hay dos pralayas menores terminando en alguna
parte.
Al principio del
manvántara solar los elementos hasta entonces subjetivos del mundo material ahora
esparcidos en el polvo cósmico, al recibir el impulso de los nuevos Dhyan
Chohans del nuevo sistema solar (al haber pasado más arriba los más elevados
entre los antiguos) se configurarán como pequeños movimientos ondulares y
primordiales de vida y, separándose en centros diferenciados de actividad, se
combinarán en una escala gradual de siete etapas de evolución.
Como todo otro orbe
en el espacio, nuestra Tierra, antes de conseguir su definitiva materialidad (y nada en este
mundo puede ahora darle a usted una idea de lo que este estado de materia
significa)
tiene que pasar a través de una escala de siete estados de densidad.
Y digo escala
intencionadamente, puesto que la escala diatónica es la que mejor proporciona
un ejemplo del movimiento rítmico perpetuo del ciclo descendente y ascendente
de Swabhavat —por la gradación de tonos y semitonos.
Tiene
usted entre los miembros cultos de su sociedad un teósofo que, a pesar de no
estar familiarizado con nuestra doctrina oculta, sin embargo, ha extraído
intuitivamente de datos científicos la idea de un pralaya solar y su manvántara
en sus principios. Me refiero al célebre astrónomo francés Flammarion ("La
Resurrección y el Fin de los Mundos", Capítulo 4).
Habla como un
verdadero vidente. Los hechos son como él los supone, con ligeras variaciones.
A consecuencia del enfriamiento secular (más bien vejez y pérdida de fuerza vital)
y de la solidificación y desecación de los globos, llega un momento en que la
Tierra empieza a convertirse en un conglomerado en reposo. El período de
generar criaturas ha pasado. La progenie ha sido ya criada, su período de vida
ha finalizado. De ahí que "sus masas
constitutivas dejen de obedecer a aquellas leyes de cohesión y agregación que
las mantenían unidas". Y, convirtiéndose en un cadáver entregado a la
obra de destrucción, dejará que cada molécula que la compone se separe libremente
del cuerpo para siempre, para someterse en el futuro al predominio de nuevas
influencias; y la atracción de la luna (¡si Flammarion
pudiera conocer en toda su extensión la fatal influencia de ésta!) es la que se encargará de la tarea de
demolición, provocando una marea de partículas terrestres en lugar de una marea
acuosa.
Su error es que él
cree que debe requerir mucho tiempo el que un sistema solar llegue a su destrucción;
se nos ha dicho que ello ocurre en un abrir y cerrar de ojos, pero no sin antes
muchos avisos preliminares. Otro error es
suponer que la tierra se precipitará en el sol. El mismo sol es el primero en
desintegrarse en el pralaya solar.
... Profundice en
la naturaleza y en la esencia del sexto principio del universo y del hombre y habrá
desentrañado el mayor de los misterios de este mundo nuestro,
¿y por qué no, si
está usted rodeado por él?
Profundice sobre
cuáles son sus manifestaciones conocidas, como el mesmerismo, la fuerza Ódica,
etc., todos los distintos aspectos de una fuerza única capaz de aplicarse
positivamente o negativamente.
Los
grados de iniciación de un Adepto señalan las siete etapas en las que él
descubre el secreto de los principios septenarios de la naturaleza y del hombre
y en las que despierta sus poderes dormidos.
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