domingo, 23 de agosto de 2015

EL MUNDO OCULTO, CAPITULO NOVENO

EL MUNDO OCULTO
(SINNETT)

CAPITULO NOVENO
ALFILER DE PECHO DE MAD. SINNETT DEJADO EN SU TOCADOR
Y TRANSPORTADO POR KOOT HUMI AL SITIO DONDE ACAMPABAN Y ENCONTRADO DENTRO DE UN COJIN DE TERCIOPELO
BORDADO CON SEDAS DE COLORES.

La interrupción del almuerzo por el aviso misterioso de Koot-Humi, había sido provocado de una manera incidental.
El hecho es, sencillamente que durante una conversación tenida con Mad. Blavatsky, ésta prestó atención de pronto, y escuchó la voz de Koot-Humi, que la hablaba desde su misterioso retiro, y A través del espacio le preguntaba dónde quería que depositase el objeto que queria enviarle como una prueba, más en abono del poder oculto, que poseen todos los adeptos.
Mad. Blavatsky me comunicó enseguida la pregunta y deseo de nuestro comunicante, pero no influyó, en poco ni en mucho, en mi resolución; ni tampoco hubo discusión alguna, pues de una manera espontánea exclamé:
-En el almohadón, y señalé al mismo tiempo, uno de terciopelo y seda en que se apoyaba en aquel momento una de las señoras allí presentes.
Tan pronto como había yo expresado mi deseo en alta voz, mi mujer exclamó:
-«¡Oh, no!.. en el mío» o palabras parecidas, pues yo sólo dije:
-Muy bien; en el de mi mujer.
Mad. Blavatsky preguntó a Koot-Humi, cual si éste se hallara presente y no a muchas leguas de distancia, si lo que se le pedía era cosa factible de hacer. La contestación fue favorable.
Mi libertad de acción, fue absoluta no estuvo limitada por ninguna condición; cosa quizás natural en otras circunstancias, y después de las experiencias anteriores.
Tal vez reflexionándolo antes, hubiera escogido cualquier otro sitio, como un árbol, en el suelo, etc., etc., pero no; fue tan espontánea mi determinación, que precisamente fui a elegir, aquello que tenía delante y ante, mi vista.
Fue precisamente un objeto el almohadón del que mi mujer no se había separado en toda la mañana, pues lo había subido hasta la colina donde estábamos con el djampane, y en dicho almohadón, bordado en terciopelo y seda, cosido y cerrado por todas partes, era en el que apoyaba su cabeza por hallarse echada.
Este almohadón ó cojín, hacía muchos años que estaba en nuestro poder, y además de estar muy bien cosido en todo su alrededor, se hallaba muy relleno de plumas, dejándolo por lo regular en el salón de nuestra casa y siempre a la vista, junto a uno de los ángulos del sofá.
En cuanto mi mujer salía de casa, hacía que se lo llevasen a su djampane, y a la vuelta lo ponía en su sitio.
Con la elección del almohadón una vez aprobado, suplicaron a mi mujer lo colocase bajo el tapiz, lo que ella hizo en su propio djampane.
Apenas habría pasado un minuto, cuando Mad. Blavatsky nos dijo que podíamos empezar a abrir el cojín. Me valí de un corta plumas, y fue un trabajo de cierto tiempo, porque el almohadón estaba cocido todo alrededor, con un cosido muy fuerte, de manera que no era fácil descoserlo, y fue menester cortarlo todo punto por punto.
Cuando de un lado estuvo completamente abierto, descubrimos que las plumas de dentro estaban encerradas en una envoltura interior, igualmente cosidas a los bordes.
Nada había; ni entre la primera, ni en la segunda envoltura; pero en cuanto mi mujer descosió ésta, entre las, plumas, encontró en primer lugar, un billete envuelto en tres dobleces, dirigido a mi y escrito por el bien conocido corresponsal oculto.
Estaba concebido, en los siguientes términos:
«Mi querido hermano.
Este broche No. 2 que está colocado en sitio tan curioso, es sencillamente para enseñaros como un verdadero fenómeno es fácil de producir, y como es más fácil aun, sospechar de su autenticidad. Válgase de él como le parezca, y sirva también para probarle que soy su amigo.
Voy a ensayar, si podré obviar las dificultades de que me hablabais la noche anterior respecto al cambio de nuestras cartas.
En breve, uno de nuestros Gurús visitará Lahore y los Nort-West Provinces y se os dará seña, con la cual podréis siempre serviros, a menos que prefirieseis que la correspondencia sea por... almohadones.
Le hago notar que la presente, no tiene la fecha de una «Loge», pero data del valle de Kashmire.»
Mientras yo leía esta nota, mi mujer, continuando sus investigaciones y revolviendo entre las plumas, descubrió el broche en cuestión.
Era un broche usado, que llevaba colgado al cuello mi mujer, y que tenía por costumbre dejado encima de su tocador, cuando se peinaba.
Hubiera sido imposible, inventar entre las pruebas mecánicas, una más irrefutable y más convincente que la que nos fue dada en estas circunstancias tan especiales para nosotros.
Toda la fuerza y significación del envio se apoyaba, en mis impresiones subjetivas, pues no se hubiese podido hacer hasta que yo hube hablado de mis impresiones por la mañana, poco después del almuerzo. Pero Mad. Blavatsky no se había apartado de nosotros, quedándose sentada en el salón con mi mujer, y esto, bien a su pesar, porque iba a escribir algunas cartas en su cuarto, cuando las voces ocultas le hubieron ordenado ir a sentarse en el salón con mi mujer, donde permaneció durante toda la mañana.
Había obedecido, pero mostrándose quejosa contra la interrupción de su trabajo, no pudiendo comprender los motivos de esta orden.
Lo supimos más adelante, porque tenía relación con el fenómeno proyectado.
Era necesario que no tuviéramos ningún recelo ni pensamiento secreto respecto a la intervención material de Mad. Blavatsky. durante aquella mañana, a fin de que no la hiciéramos entrar como factor, en la operación del broche.
Naturalmente, aunque se hubiera previsto el señalamiento del almohadón como prueba, no hubiera sido necesario atormentar a nuestra «Dama vieja,» como cariñosamente la llamábamos generalmente.
La presencia del famoso cojín, en el salón en donde mi mujer le había visto durante toda la mañana, hubiese sido bastante garantía.
Pero fui libre de todo prejuicio cuando escogí un sitio escondido para el broche, pues ni yo, ni nadie, podíamos pensar en el almohadón.
* * *
En el billete que he referido, había ciertas alusiones ocultas de fácil sentido para nosotros y que      correspondían de una manera indirecta a una conversación que habíamos tenido comiendo, la víspera por la noche.
Había hablado en ella, de ligeras irregularidades de lenguaje que se encontraban acá y acullá en las cartas extensas de Koot-Humi, a pesar de su magnificencia y buen estilo y su vigor de expresión; irregularidades que consistían en una o dos, expresiones que un inglés no hubiera escrito en la forma y señas de las cartas ya relatadas, que tenían cierto matiz de orientalismo.
Si alguien me hubiera preguntado: «¿Pero cómo debía haber escrito?»
Yo le hubiera dicho:
En parecidas circunstancias, un inglés, no hubiera probablemente escrito sencillamente:
«Mi querido hermano.»
Esto era también, una alusión a la misma conversación cuando señalaba el valle de Kachemir y no una loge, como el sitio en donde la carta había sido escrita.
La raya debajo de la K, era otra, porque Mad. Blavatsky nos había explicado, que la ortografía de la palabra «Skepticismo» con una K, como lo escribía Koot-Humi, no era un americanismo en esta circunstancia, pero sí una fantasía Filológica,
Después del descubrimiento del broche, no estuvo todo acabado aquel día.
Por la noche en casa, estando de sobremesa, después de comer, cayó un pequeño billete de mi servilleta, cuando lo desplegué vi que era de carácter personal; no lo reproduciré por tanto, todo enteramente, pero no quiero dejar de relatar una parte de lo concerniente al Modus operandi oculto.
He de explicar, que antes de marchar para almorzar en la colina, había yo escrito, algunas palabras de agradecimiento, respecto a la promesa que me había sido hecha en el billete, de que he hablado.
Había entregado mi billete a Mad. Blavatsky, a fin de que lo mandara, por sus procedimientos ocultos, cuando tuviera para ello ocasión.
Mientras mi mujer y yo, íbamos delante, en nuestros djámpanes a lo largo del muelle de Simla, había tenido ella el billete en su mano, durante la mitad del camino aproximadamente, sin encontrar la ocasión que esperaba; pero se le desapareció, sin saber cómo ni cuando.
Habíamos hablado de comer a escote, y en el momento de abrir la carta encontrada en el almohadón, algunos de los que nos acompañaban, dijo que sería quizás, la contestación al billete que acababa de ser enviado.
La carta no hacía mención de ello, como el lector sabe ya.
Citaré el billete, que recibí comiendo:
«Algunas palabras todavía.
Porque seguramente, os habrá contrariado al no recibir contestación directa a vuestro último billete.
Ha llegado a mi poder, apróximamente medio minuto, después que las corrientes ya habían sido establecidas, y habían hecho su camino para formar el Dak, (Dak: nombre indio que se le dá al correo ó posa.) del cojin.
Vuestro billete, por otra parte, no necesitaba contestación...»
Me pareció que mi mente se desvanecía, al oír hablar tan familiarmente, de unas corrientes, empleadas para producir lo que la ciencia europea, hubiera llamado milagro. Un milagro, para la ciencia Europea; y sin embargo, un hecho tan evidente cuando podía pedirse más.
Lo sabíamos: el fenómeno que habían visto, era una realidad maravillosa; la fuerza de pensamiento de un hombre, entonces en Kachemira, había cogido un objeto material en una mesa, en Simla, lo había disgregado según un procedimiento que la ciencia occidental desconoce todavía, lo había hecho pasar a través de otra materia, formándolo de nuevo, tal y como era antes.
Las partículas separadas, volvían á ocupar el puesto mismo que tenían antes, y reconstituido el objeto hasta en las menores líneas y los menores signos por toda su superficie.
El broche traía también al salir del almohadón,-signos que no llevara antes- las iniciales de nuestro amigo.
Nosotros sabíamos, que unas cartas escritas en papel tangible, habían circulado aquel día con la rapidez de la electricidad, entre nosotros y nuestro amigo; aunque hallándonos separados por centenares de millas y por entre las montañas del Himalaya.
Sabíamos también, que la enseñanza que resultaba de estos hechos, no podrá jamás atravesar la muralla impenetrable que rodea el cuerpo de los sabios occidentales, muralla construida de preocupaciones y obstinación, de ignorancia sabia, y necedad refinada.
También sé, con sentimiento mío, que no se querrá creer lo que relato, ni lo que falte por relatar, aun sabiendo mis escrúpulos respecto a los menores detalles en que me fijo y la completa veracidad de cada una de mis palabras, que seguramente no servirán para otra cosa, que para satisfacer mi conciencia.
Los sabios de occidente, aun los de menos talento y que habían merecido hasta aquí, para mí, la más grande simpatía, rechazarán sin rodeos mi testimonio. «Cuán bien, cuando uno saldrá de la tumba, etc... ». Esta es la historia vieja. ¡Sí, cuando se piensa el eco que habría de tener en la opinión pública, unas pruebas como las que a mí, me han sido dadas!
La sonrisa de la incredulidad, que es tan estúpida, figurándose ser tan sabia, las suposiciones que pretenden ser tan perspicaces, pasarán por estas páginas como, un fuego que seca y destruye su significación, para aquellos que reirán leyéndolas.
Koot-Humi tiene razón; al declarar que el mundo no es todavía apto para pruebas del poder oculto tan sorprendentes, Pero tiene también igualmente razón al interesarse amigablemente, como se verá lo hace, al leerse las páginas de este libro, formado en parte con estas influencias que socaban pieza por pieza los fundamentos del dogmatismo y de la tontería humana, en donde la ciencia que se cree tan infalible ha echado en nuestra época tan hondas raíces.
La carta siguiente de Koot-Humi-1a tercera de las largas- la recibí poco después de mi regreso a Allahabad, durante la estación menos calurosa. Ya antes me había avisado por medio de un telegrama, el día mismo de mi llegada a Allahabad.
Este telegrama de poca importancia, en cuanto a su contenido,.. y que no encerraba otra cosa que agradecimiento por algunas cartas que le había publicado en los diarios, no fue de menos interés para mí, un interés grande. Porque más tarde me dio una prueba de cierta naturaleza para convencer a los extraños, que sus cartas no eran obra de Mad. Blavatsky, si es que alguno estaba inclinado a creerlo, aun a despecho de las numerosas dificultades mecánicas que suponía esta obra.
Para mí, que la conocía íntimamente, el estilo solo de sus cartas, hubiese bastado para probarme que ella no las había escrito, y era un absurdo declarar por adelantado, una cosa tal.
Si se objeta, que la autora de Isis sin Velo, tiene una flexibilidad de lenguaje que hace difícil decir cuál es su estilo, la contestación es muy sencilla.
Mad Blavatsky, fue tan abundantemente ayudada por los hermanos, en la composición de ese libro que se encuentran en él partes, enteras, que no son verdaderamente suyas. Ella no oculta este hecho, aunque sea inútil decirlo, pues ella lo proclama por todas partes.
Cosa que nadie la entendería, aunque se les explicase, excepto los que han visto los fenómenos ocultos.
Así es, que lo repito, su estilo es por completo diferente del de las cartas de Koot-Humi.
Pero como he recibido varias de éstas durante el invierno que habitó en mi casa, no era mecánicamente imposible, que ella fuese la autora.
* * *

Pero volvamos al telegrama que recibí en Allahabad y que había sido enviado desde Jhelum.
Era contestación a una carta dirigida por mi a Koot-Humi, y que había enviado en el mismo momento, antes de mi partida de Simla, a Mad. Blavatsky, la que algunos días antes había marchado y se encontraba entonces en Amritsour.
Había recibido la carta el día 27 de Octubre: lo supe, no solamente por la fecha en donde la había echado al correo, sino de una manera positiva por el sobre que me devolvió en Allahabad con la orden de Koot-Humi.
No podía saber la razón, de este último envío.
¿Para qué podía servirme, un sobre usado?
Lo tiré; pero más tarde comprendí cuál había sido la intención de Koot-Humi cuando Mad. Blavatsky me hubo hecho saber que yo obtendría el original del telegrama de Jhelum.
Por la intervención de un amigo, relacionado con la Administración de telégrafos, obtuve la reproducción de este original.
Contenía aproximadamente veinte palabras; tuve entonces la explicación del sobre devuelto.
El mensaje estaba escrito por la mano de Koot-Humi; éste contestaba desde Jhelum, con una carta en la cual la estampilla del correo señalaba, que había sido entregada en Amritsour, el día mismo, que el mensaje fue enviado.
Mad. Blavatsky, en aquella fecha, se hallaba seguramente en Amritsour, donde estaba en relaciones con muchas gentes para sus trabajos en la formación y desarrollo de la Sociedad Teosófica, y sin embargo, la escritura de Koot-Humi se encontró, no se puede negar, en un telegrama entregado en la misma fecha al correo de Jhelum.
Así pues, aunque algunas cartas de Koot-Humi hayan pasado por las manos de Mad. Blavatsky, está probado, que no era ella, quien las escribía, como lo está también, que la letra no era la suya. .
En aquel momento Koot-Humi, se hallaría probablemente en Jhelum, o en sus alrededores, porque él había ido a pasar algunos días; en medio de la sociedad europea, por circunstancias especiales y por ver a Mad. Blavatsky, como explicó la carta que recibí en Allhabad, poco después de mi regreso a aquella ciudad.
Nuestra querida «dama vieja» había quedado hondamente resentida; parla conducta de algunos incrédulos de Simla, con quien se había encontrado al ir con nosotros a otro punto, y cuyo espíritu, no pudiendo rechazar los fenómenos que habían visto, se había convertido en hostilidad su afecto.
Era lo que ya estoy acostumbrado a ver, con harta frecuencia.
En la imposibilidad de encontrar ni la sombra de una superchería, pero convencidos, sin embargo, que por no entender los fenómenos habían de ser fraudulentos, hay gentes de cierto temperamento que están animadas del espíritu aquel, que inspiraba las persecuciones de las autoridades religiosas, en la infancia de las ciencias físicas.
Para colmo de miserias, uno de estos testigos se encontraba incomodado, por una inocente indiscreción del coronel Olcott; quien en una carta dirigida a uno de los diarios de Bombay, relataba algunas expresiones de que ese señor se había valido, para alabar la Sociedad Teosófica y su beneficiosa influencia, entre los indígenas del país.
La irritación causada por estos disgustos, hacía en el temperamento nervioso de Mad. Blavatsky, un efecto difícil de comprender, para las personas que no la conocían.
Hablaré ahora, de las alusiones contenidas en la carta de Koot-Humi, después de haber hablado de una ocupación importante, que había tenido, desde el tiempo en que me había escrito la vez última.
Su carta continuaba así:
«... Veis pues, como tenemos otra cosa más que hacer y pensar, que en vuestras pequeñas Sociedades..?
Sin embargo, la Sociedad Teosófica, no se verá descuidada.
Ha sufrido una impulsión tal, que de no ser bien dirigida, podría tener una caída peligrosa.
Recordad las avalanchas de vuestros Alpes tan admirados de cerca sus dimensiones son insignificantes y su movimiento poco rápido.
Comparación gastada diréis. Pero no encuentro para ella otra mejor, cuando pienso en la aglomeración gradual de los acontecimientos al parecer sin importancia, que van tomando proporciones amenazadoras, para el destino de la Sociedad Teosófica.
No podía desembarazarme de esta idea, cuando el otro día bajando por los desfiladeros de Kolenlun-que vosotros llamáis Karakorum-fui testigo, de la caída de una de esas avalanchas.
Habia ido a ver personalmente a mi Gurú (Maestro.) y me dirigía hacia Lhadak, regresando a mi casa.
No podría decir, cuáles fueron los pensamientos que después me atormentaron. Pero en el momento, y cuando quería disfrutar de la calma imponente que generalmente sigue, a esos cataclismos, para definir más claramente la situación presente y las disposiciones de los místicos de Simla, fueron llamados, violentamente, mis sentidos, hacia la realidad.
Una voz familiar, tan penetrante como la que se le atribuye al pavo real de Saraswati la cual, si uno cree en la tradición, hizo huir al rey de los Nagas resonó a lo largo de las corrientes: «Koot-Humi, venid pronto... a mi socorro!»
Y en su excitación, no advertía que hablaba inglés.
Debo decir, que los telegramas de la «dama vieja» os hacen impresión como piedras lanzadas por una honda.
Qué hacer, sino venir?..
Argumentar a distancia, y a través del espacio, era inútil: para el que hundido en una penosa desesperación, su estado moral se encuentra en un caos completo.
Determiné pues, renunciar por el momento a un retraimiento de varios años para pasar algún tiempo con ella y confortarla, lo mejor que me fuera posible.
¡Pero nuestra amiga, no tiene complexión para tomar por modelo, la resignación filosófica de Marco-Aurelio!
«Los destinos, nada escribieron jamás, de lo que ella podría decir.»
Es una cosa real, que hacer un bien, es solo para oír hablar mal de uno.
Había venido, solo por algunos días, pero me apercibí que no podía soportar por más tiempo, el magnetismo sofocante, de mis propios compatriotas.
He visto a muchos de nuestros viejos y fieros Sikhs titubear, borrachos al caminar por las baldosas de mármol de sus sagrados templos.
He oído a un Vakil (Un abogado sin título académico.), hablando inglés, declamar contra el Yog Vidya y la Teosofía, llamándolos ilusión y engaño, declarando que la ciencia inglesa les había libertado de estas supersticiones deshonrosas, y diciendo que, se insultaba a la India, sosteniendo que los Yogis y los Sunnyasis asquerosos, sabían algo de los misterios de la naturaleza, como también; que un ser viviente, pueda o haya podido jamás, producir fenómenos.
»Os he agradecido por telégrafo, los favores que me habéis dispensado, así como vuestra diligencia por servir al sujeto de quien os hablé en mi carta del día 24.
».......Recibí en Amntsour el día 27, a las 2 de la tarde, vuestra carta. y cinco minutos después, a treinta millas próximamente de Rawul-Pinder; os acuso recibo desde Jhelum, por vía telegráfica, a las 4 y en la misma tarde.
Nuestros sistemas de comunicaciones rápidas y de reparto inmediato, no deben ser tan desdeñados por el mundo occidental, ni menos por los escépticos Vakils Aryens, hablando inglés.
«No puede pedirse a un compañero, más juicio que el que mostráis para principiar.
* * *
Querido hermano, habéis cambiado de una manera notable vuestra actitud hacia nosotros.
¿Qué nos impediría entendernos perfectamente algún día?...
No se puede esperar de vuestro pueblo más, que una benevolencia neutral, hacia el nuestro.
El punto de contacto es tan débil, entre las civilizaciones que cada uno representa que cada uno podría decir... que no se tocan. Y ellas rechazarían aún más si no hubiese algunos - ¿cómo diré yo, excéntricos? – que como vos, abrigan pensamientos elevados y más avanzados, hablando a las inteligencias para reunir las dos civilizaciones con un atrevimiento admirable.»

La carta que tengo ahora ante mi vista trata de asuntos materiales en su mayor parte, que me son personales, y vengo obligado a no relatar de ellos más, que algunos pasajes sacados de aquí, y de allá; porque estas relaciones serán, no lo dudo, de un gran interés, pues dan sobre todo una especie de realidad a los argumentos, hasta aquí tratados, generalmente con un vago aunque florido lenguaje.

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