EL MUNDO OCULTO
(SINNETT)
CAPITULO QUINTO
APARICION DE UN
MEDALLON O BROCHE PERDIDO.
JUICIOS ACERCA DE
ESTE HECHO.
RESONANCIA QUE
TUVO.
MENTIRAS QUE SE
INVENTARON.
La misma tarde en que se descubrió la taza de té, se
produjo un incidente que fue luego objeto de discusión en todos los diarios
anglo-indianos.
Fue el célebre incidente del medallón: entonces
se consignaron los hechos en un acta o pequeño manifiesto escrito para su
publicación y firmado por las nueve personas que lo presenciaron.
Desarrollóse como es sabido, ante el lector, este
proceso verbal; pero como los comentarios a que el escrito diera lugar
demuestra, que era insuficiente para dar una idea exacta de lo que sucedió, voy
á describirlo con todos sus detalles.
Aquí puedo citar nombres, puesto que todas las firmas
estaban al pié del documento publicados.
Mi mujer, nuestros huéspedes y yo, habíamos subido á
la montaña para ir á comer según se había convenido, en casa de mademoiselle
Rume.
Éramos once alrededor de una mesa redonda; Mad.
Blavatsky, sentada al lado de nuestros anfitriones, encontrábase como cansada y
de mal humor; y contra su costumbre, callaba.
Durante el principio de la comida, apenas dijo una palabra.
Mad. Ruma conversaba precipitadamente con la señora
que tenia al otro lado.
Es costumbre en la India colocar en la mesa, frente a
cada comensal, un calentador con agua caliente en el que se coloca el cubierto
de que se sirve cada convidado.
Aquel día teníamos enfrente nuestro
calienta-cubiertos; durante el intervalo entre dos servicios, Mad. Blavatsky se
puso distraídamente a calentar las manos en el suyo.
Nosotros habíamos observado varias veces que Mad.
Blavatsky producía más fácilmente los sonidos
de golpes y sonidos de campanillas cuando se había calentado las manos de esa
manera; así es que al verla con las manos apoyadas en el calentador, le
hicieron una pregunta, que era una petición indirecta de fenómenos.
Yo estaba muy lejos de esperar aquella tarde nada de
eso, y Mad. Blavatsky no pensaba tampoco en, ejercitar sus poderes para obtener
manifestaciones de los Hermanos.
Cuando se le preguntó por qué se calentaba las manos,
nos dijo sonriendo: caliéntenselas ustedes también a ver que ocurre; varios le
obedecieron bromeando.
Mad. Hume, retirando las manos de su calentador, soltó
la risa diciendo: bueno ya tengo las manos calientes ¿y ahora qué? Mad.
Blavatsky, como he dicho, no estaba dispuesta a ninguna manifestación oculta;
pero precisamente en este momento o inmediatamente antes, parece ser (según
aprendí más tarde) que percibió, con
ayuda de esas facultades de que las personas no tenían conocimiento que uno de
los Hermanos estaba presente, «en cuerpo astral» aunque invisible para nosotros.
Por esto hizo, siguiendo sus indicaciones, lo que voy a
decir. Naturalmente nosotros ignorábamos que acabase ella de recibir una
influencia exterior, lo que vimos, fue sencillamente esto: que cuando Mad. Hume
pronunció riendo las palabras citadas, Mad. Btavatsky pasando la mano por delante
de la persona que había entre ella y Mad. Hume, le cogió a esta la suya
diciéndole: ¿Es que desea usted algo de particular?
Ya no puedo repetir palabra, por palabra, la frase, ni
me acuerdo exactamente de lo que Mad. Hume respondió primero, antes de
comprender claramente de lo que se trataba; pero la situación se esclareció al
cabo de algunos minutos.
Alguien que había comprendido, dijo a Mad. Rume:
«Pensad que cosa quisierais que se os aportara; pero no una cualquier cosa que
satisfaga un capricho vulgar; ¿conoce usted algún objeto que fuera difícil de
obtener?
Estas fueron las únicas observaciones hechas, durante
el corto intervalo de tiempo transcurrido, entre las primeras palabras de Mad.
Hume a propósito de las manos, y la indicación del objeto en que pensó.
Entonces dijo que ya había encontrado el objeto, que
le hacía falta.
¿Qué era? un medallón antiguo, regalado por su madre y
que hacía tiempo se le había perdido.
Más tarde, cuando se vuelva a hablar del medallón, que
por fin se encontró como se dirá, habrá quien diga: , «Es evidente, que Mad.
Blavatsky llevó la conversación sobre el objeto preparado para el fenómeno que
trataba de producir.
He dado cuenta de toda, la conversación
ocurrida antes de que se nombrase el medallón ni cosa parecida.
Cinco minutos antes, nadie esperaba el fenómeno para
encontrar un objeto perdido ni ningún otro, mientras Mad. Rume buscaba en su
imaginación lo que iba a pedir, sin pronunciar palabra alguna que tuviese relación
con lo que pensaba.
Voy a comenzar el relato de lo publicado en aquella
época. Casi todo está redactado con una sencillez, que deja al lector
convencido y fuera de duda.
Así pues, la reimprimiré por entero.
* * *
«El domingo 3 de Octubre, en casa de Mad. Rume, en
Simla, se encontraban reunidos para comer, el Sr. Hume y señora, el señor
Sinnett y esposa, la Sra. Jordan, el señor F. Hogg, el capitán P. S. Maitland,
la señora Beatson, el Sr. Daridfren, el coronel Olcott y la Sra. Blavatsky.
La mayor, parte de las personas presentes, habían
visto producirse notables manifestaciones con el concurso de Mad. Blavatsky.
Se llevó la conversación hacia los fenómenos ocultos,
y durante esta conversación, Mad. Blavatsky preguntó a Mad. Hume si deseaba
alguna cosa particularmente.
Mad. Hume tuvo un momento de vacilación, pero al cabo
de algunos instantes dijo, que desearía se le proporcionase cierto objeto:
Este era un pequeño artículo de bisutería, que poseyó
en un tiempo, y que habiéndolo confiado a otra persona., ésta lo perdió.
Mad. Blavatsky la rogó fijase en su mente de un modo
claro, la imagen del objeto en cuestión, que ella trataría de procurárselo.
Mad. Hume dijo entonces, que recordaba con toda
precisión el objeto, e hizo su descripción de este modo: Es un medallón de
forma antigua, rodeado de perlas, con un cristal delante, dispuesto para
guardar pelo.
Se le pidió, que trazase de él un dibujo aproximado, y
así lo hizo.
Mad. Blavatsky cogió entonces, una moneda que pendía
de la cadena de su reloj, la envolvió en un papel de fumar, la colocó en su
falda y nos dijo esperaba que el medallón apareciera durante la noche.
Después de comer, le dijo a Mad. Hume, que el papel en
que había envuelto la moneda había marchado.
Un poco más tarde, en el salón, nos manifestó que no
había que buscar el medallón en la casa, sino en el jardín. Salimos con ella y nos,
dijo, entonces, que en estado de clarividencia, acababa de ver caer el
medallón, en medio del parterre; en forma de una estrella.
Mad Hume nos condujo al parterre, situado en una parte
alejada del jardín.
Allí hicimos largos y minuciosos registros con
nuestras linternas y finalmente, Mad. Sinnett descubrió entre el follaje un
papelito formado con las dos hojas de papel de fumar.
Se abrió ahí mismo: contenía un medallón que respondía
exactamente a la descripción dada, y que Mad. Hume reconoció ser el que había
perdido.
Ninguno de los presentes, excepto el señor Hume y su
esposa, había visto ni oído hablar: jamás de aquel medallón antes de lo
referido.
Mad. Hume, no pensaba en él hacia bastantes años, ni
había hablado del medallón con nadie, desde que lo perdió, ni soñaba que
pudiera encontrarlo.
Cuando Mad. Blavatsky la preguntó si deseaba alguna
cosa con especialidad, fue cuando cruzó por su mente el recuerdo del medallón,
regalo de su madre.
Mad. Hume no es espiritualista y hasta ocurrir este
acontecimiento, no creía ni en los fenómenos ocultos, ni en los poderes de Mad.
Blavatsky.
Todas las personas presentes se convencieron del
carácter inatacable del fenómeno como prueba, en favor de la posibilidad de
manifestaciones ocultas.
El medallón era seguramente el que Mad. Hume había
perdido.
Si se supone, lo que no es admisible, que el medallón
perdido meses enteros antes de que Mad. Hume hubiera oído hablar de Mad.
Blavatsky, y no llevando letra ni marca alguna que pudiera dar idea de su
propietaria, si se supone, repito, que este objeto pudo venir a las manos de
Mad. Blavatsky, a esta no le era posible prever lo que se la iba a pedir,
puesto que ni Mad. Hume pensaba en ello siquiera hacía mucho tiempo.
Lo que firmamos, después de haberlo leído:
«Alice Jourdou, A.
P. Sinnett, Fred. R. llogg; P. J. Mailland. Patience Sinnett, R. O. Hume,
V. Davíson, M. R. Hume, Stuart Beatson.»
* * *
Inútil es decir que cuando, esto se publicó, algunas
gentes trataron de lanzar el ridículo sobre las personas que con sus firmas
acreditaban el fenómeno, pero sin, aminorar por en estas únicas personas, la persuasión
en que estaban de habernos acreditado un hecho positivo, así como también la existencia
real del poder oculto.
La crítica, siempre mas ó menos imbécil atrevíase a
asegurar que todo había sido una farsa bien preparada, siendo muchas sin duda
las personas en la India que se hallan, aún hoy persuadidas que Mad. Hume, fue incidida
a pedir ese broche en una conversación previa de familia, en virtud de la cual
se obtuvo el resultado expuesto y, que por cumplir este encargo, había Mad.
Blavatsky ido exprofeso a casa de Mad. Hume.
Una parte del pueblo indio, volvió más tarde a variar
los detalles diciendo, que el broche Mad. Hume lo había dado para su hija, que
lo había perdido, y que había sido entregado antes a Mad. Blavatsky que estaba
en Bombay cuando Mad. Hume iba de paso para Inglaterra.
Los autores de esta hipótesis quedaron plenamente
satisfechos y no se inquietaron, naturalmente, del testimonio de la jóven
cuando decía ella misma que la alhaja había sido perdida antes de venir a
Bombay, y antes de haber conocido a Mad. Blavatsky.
Y las personas pensaron, que desde el momento que el
broche había pertenecido a la hija de Mad. Hume, y que esta señorita había
hablado con anterioridad con Mad. Blavatsky se hacía esto sumamente sospechoso
y, quitaba cuando no destruía, todo su valor al fenómeno.
Estas personas seguramente, si tal pensaron, es porque
jamás supieron agrupar datos en una forma racional y coherente, presentándolos
frente á circunstancias verdaderas como las que figuraron para la recuperación
del broche.
Sin embargo, a pesar de todas las precauciones que se
tomen para que una manifestación de poder oculto no pueda atribuirse ni al
fraude, ni a una alucinación, habrá gente siempre dispuesta a juzgar que se la
engaña, encontrando objeciones que hacer, para rechazar toda prueba, objeciones
ciertamente clásicas o absurdas, pero bastantes para satisfacer a aquellos que se
han formado una idea falsa de las cosas que les son desconocidas o extrañas.
Respecto a los testigos que presenciaron el fenómeno
de la recuperación del broche, las condiciones de autenticidad les parecieron
tan concluyentes, que cuando principiaron las objeciones del público, creyendo
iba a protestar contra ellos, no pudieron prever lo que después dijeron, y fue
que el broche había pasado de manos de Mad. Hume a las de Mad. Blavatsky.
Nosotros sabíamos bien que no había existido
conversación anterior a la ocurrencia del broche, ni menos a la del fenómeno,
que no podía saberse cual ni como se verificaría, puesto que la intención de
Mad. Hume era pedir una cosa, que fuese inmediatamente ejecutada.
En cuanto a la suposición de que Mad. Hume hubiera
contribuido de una manera inconsciente a la producción del fenómeno, es no
conocer el espíritu suspicaz de los testigos; y se necesitada estar loco, para
pensar, habían de cerrar los ojos ante hechos importantes, para concentrar toda
su atención, en detalles insignificantes.
Como dice el mismo relato; supongamos lo que no es
admisible, que el broche hubiese venido a manos de Mad. Blavatsky de una manera
natural y corriente; a ésta le era materialmente imposible prever, que cosa se
la iba a pedir.
Los testigos del suceso no podían hacer nada más, que
conjeturas para corresponder a la actitud evidentemente justa de la parte de
público que no quiso darse por convencido.
Los críticos de inteligencia más superior, pretendían
que los hechos eran mal expuestos y que se omitieron algunos detalles, que
hubieran destruido el valor de lo acaecido, alegando que Mad. Hume estaba en el
secreto.
Si se hace caso de esta última hipótesis, no hubiera
sido poca la risa de los londinenses al enterarse; y no poco también el
ridículo, para los que en el fenómeno habían tomado parte.
Sabíamos todos que Mad. Hume no se hallaba dispuesta a
figurar en un tal juego, ni por lo tanto, a formar parte de la conjura, de la
que era ella incapaz.
Debo decir aquí que con anterioridad al fenómeno,
habíanse tomado precauciones para que este no se entorpeciese cual había
sucedido otras veces al efectuarse otros con Mad. Blavatsky y por haberse olvidado
alguna cosa preliminar.
* * *
Al levantarnos de 'la mesa aquella misma tarde,
después de comer, uno de nuestros amigos propuso que ante todo se había de
examinar si en caso, de que el broche fuera encontrado, se podría decir, que
todas las circunstancias habían sido de naturaleza tal, que probasen la
influencia oculta.
Nosotros habíamos recapitulado con cuidado, todos los
detalles durante la tarde, y habíamos deducido que la prueba habría de ser
completa, pues no había ningún lado débil en nuestra investigación.
Fue entonces, cuando Mad. Blavatsky nos dijo que encontraríamos
el broche en el jardín, y que debíamos ir a buscarle.
De paso, citaré un hecho, interesante para los que no
habían observado los otros fenómenos, de los cuales he hablado.
El broche, hemos dicho estaba envuelto en dos hojas de
papel de fumar, y cuando estas fueron examinadas en la sala, en plena luz, se vio,
que llevaban las señales de la pieza o moneda unida a la cadena del reloj de
Mad. Blavatsky, y en los cuales la habían envuelto antes de su misterioso
viaje.
Así los que habían flaqueado ante la dificultad que
impedía creer en el transporte oculto de objetos materiales, pudieron
asegurarse que las hojas de papel, eran las mismas que habíamos visto sobre la
mesa.
El transporte oculto de los objetos, no siendo un
efecto de magia, en el sentido que los occidentales dan a esa palabra,
es susceptible de tener una explicación parcial como los lectores comprenderán,
aunque siendo para ellos, siempre un misterio, el modo como se manipula las
fuerzas ocultas.
No se pretende que las corrientes que se ponen en
juego, transmitan los cuerpos en la forma sólida cual se ofrecen a nuestros
sentidos.
Se supone, que el objeto se desintegra, luego entra en
las corrientes en partículas infinitamente tenues, y por fin llega a su destino
reconstruido de nuevo.
En el caso del broche, la primera operación era su
hallazgo; y esto no era más que cuestión de clarividencia.
Un objeto deja una huella invisible, partiendo de la
persona que la posee, y esta huella se puede seguir como una pista. La facultad
de clarividencia está tan desarrollado en un adepto de ocultismo, que el mundo
occidental no puede formarse una idea de ella.
El broche encontrado, había sufrido seguramente su
desintegración, y el adepto lo había hecho llegar al sitio en que quería
colocarle para este caso servían las hojas de papel de fumar puestas.
Era menester necesariamente, para encontrar el broche,
que estuviese unido a Mad. Blavatsky, por una fuerza oculta.
El papel de fumar, que llevaba siempre consigo, se
hallaría impregnado naturalmente con su magnetismo, pues en cuanto le Frére toca
una hoja, establece una especie de pista oculta en el destino de esta hoja.
Así fué, como el broche había sido encontrado, en el
sitio donde lo habían depositado.
Este magnetismo contenido en el papel de fumar,
permitió a Mad. Blavatsky, hacer una experiencia de un género particular que se
juzgaba perfecto y concluyente, cuantas veces se repetía.
No obstante, por su parecido con casos de prestidigitación,
hizo nacer falsas ideas en el espíritu de muchas personas que leyeron el suelto
en los diarios.
El hecho exacto será mejor apreciado, después de leer
las tres cartas siguientes, publicadas en le Pioneer de 23 de Octubre:
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