martes, 25 de agosto de 2015

CLARIVIDENCIA, (Parte 8)

CLARIVIDENCIA
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(Parte 8)

Clarividencia semi-intencional
Bajo este título, algo curioso, agrupo los casos de todas las personas que definidamente se proponen ver algo, pero sin tener idea de lo que será y sin dominio alguno sobre la vista, una vez que han principiado a ver -psíquicos que se colocan en condiciones receptivas y luego esperan sencillamente a que pase algo-. Muchos médiums en trance caen bajo esta denominación; se hipnotizan a sí mismos de algún modo, o son hipnotizados por un «espíritu protector», y luego describen las escenas o personas que se ponen al alcance de su visión. Algunas veces, sin embargo, hallándose en este estado, ven lo que sucede a distancia, y de este modo entran en la denominación de «clarividentes en el espacio».
Pero la clase más numerosa y más generalizada de estos clarividentes semi-intencionales, la constituyen los diversos «miradores por cristales», los que, como describe Andrew Lang,
«miran dentro de una bola de cristal, en un espejo, en una burbuja de tinta (Egipto e India),
en una gota de sangre (entre los maoríes de Nueva Zelanda),
en una vasija de agua (pieles rojas),
en un estanque (romanos y africanos),
en agua en una vasija de cristal (en Fez), y en casi toda superficie pulimentada» (Sueños y fantasmas).
Dos páginas más adelante, Lang nos presenta un buen ejemplo de la clase de visión que más generalmente se obtiene por estos métodos.
«Yo había dado una bola de cristal –dice- a una tal señorita Baillie, que no tuvo éxito. Ésta la prestó a la señorita Leslie, la cual vio un antiguo sofá de color rojo, largo y cuadrado, cubierto de muselina, que había visto en otra casa de campo que había visitado. El hermano de la señorita Baillie, un joven atleta, se rió de estos experimentos, se llevó la bola a su estudio y volvió muy pálido y turbado. Dijo que había visto una visión, alguien a quien conocía, bajo una lámpara, que en aquella misma semana sabría si lo que había visto era verdadero o falso. Esto sucedía a las cinco y media de la tarde de un domingo.
El martes siguiente, el señor Baillie se hallaba en un baile, a unas cuarenta millas de su casa, y se encontró con una tal señorita Preston.
-El domingo pasado -le dijo-, a eso de las cinco y media, se hallaba usted sentada bajo una lámpara de pantalla, con un vestido que nunca le he visto, una blusa azul con lazos en los hombros, llenando una taza de té para un hombre vestido de sarga azul, con la espalda vuelta hacia mí, de suerte que no pude vede más que las guías del bigote.
-Es indudable que las persianas debieron estar levantadas -dijo la señorita Preston.
-Yo estaba en Dulby -replicó Baillie.
Y, efectivamente, era verdad.»
Este es un caso perfectamente típico de la visión por cristales: el cuadro exacto en todos sus detalles, como veis, y, sin embargo, absolutamente sin importancia, y sin tener significado alguno aparente para nadie, excepto que sirvió para probar a Baillie que realmente había algo de verdad en la visión por cristales. Quizá lo más general sea que las visiones tiendan al aspecto romántico: hombres con vestidos extraños o vistas hermosas y por lo general desconocidas.
Ahora bien: ¿cuál es el fundamento de esta clase de clarividencia? Como he indicado antes, pertenece generalmente al tipo de la «corriente astral», y el cristal o cualquier otro objeto actúa simplemente como foco para el poder de la voluntad del que mira, como un punto de partida conveniente para un tubo astral. Hay algunos que pueden influir en lo que ven con su voluntad, esto es, que tienen el poder de dirigir como quieren su telescopio; pero la mayor parte no pasan de formar un tubo fortuito y ver lo que quiera que se presenta al otro extremo.
Algunas veces puede ser una escena relativamente próxima, como en el caso que acabamos de referir; en otras, una vista oriental lejana; en otras puede ser una reflexión de algún fragmento de anales akáshicos, y entonces el cuadro contendrá figuras con vestidos antiguos, y el fenómeno pertenecerá a nuestra gran división de «clarividencia en el tiempo». Se dice que algunas veces se ven visiones del porvenir en los cristales: otro desarrollo a que nos referimos más adelante.
He visto a un clarividente usar, en lugar de la ordinaria superficie brillante, una negra y mate, producida por una cantidad de polvos de carbón en una salsera. En verdad, no parece que tenga gran importancia lo que se use como foco, excepto que el cristal puro tiene una ventaja indudable sobre otras sustancias, en cuanto su arreglo peculiar de esencia elemental lo hace especialmente estimulante de las facultades psíquicas.

Parece probable, sin embargo, que en los casos en que se emplea un objeto brillante, tal como un punto de luz, o la gota de sangre usada por los maoríes, se trate de un ejemplo de auto hipnosis. El experimento es muchas veces precedido o acompañado por ceremonias e invocaciones mágicas, de suerte que es muy probable que la visión que se obtenga pueda ser realmente algunas veces la de una entidad extraña, y así el fenómeno puede ser, después de todo, un caso de posesión temporal y en modo alguno de clarividencia.

Clarividencia no intencional
Bajo este título podemos agrupar todos aquellos casos en que las visiones de algún suceso que se esté verificando a distancia, se ven inesperadamente y sin ninguna clase de preparación.
Hay personas que son aptas para tales visiones, mientras que hay muchas otras a quienes semejante cosa sólo les pasa una vez en la vida.
Las visiones son de todas clases, así como de todos grados de perfección, y aparentemente son     producidas por varias causas. Algunas veces la razón de la visión es patente, y el asunto de la misma de gran importancia; otras veces no se descubre razón alguna, y los sucesos que se muestran parecen de la naturaleza más trivial. Algunas veces estos vislumbres de la facultad suprafísica vienen como visiones en estado de vigilia, y otras se manifiestan durante el sueño, como sueños vívidos o a menudo repetidos. En este último caso la vista empleada es usualmente de la clase asignada a nuestra cuarta subdivisión de clarividencia en el espacio; pues el durmiente ve muchas veces en su cuerpo astral a un punto estrechamente relacionado con sus intereses o afecciones, y simplemente observa lo que tiene lugar allí; en el primer caso parece probable que lo que se pone a contribución es el tipo de clarividencia, por medio de la corriente astral; pero entonces la corriente o tubo es formada de un modo por completo inconsciente, y es casi siempre el resultado automático de un pensamiento o emoción fuerte, proyectado de un extremo o del otro, bien sea desde el vidente o desde la persona que se ve.
El plan más sencillo será el de exponer algunos ejemplos de las diferentes clases, intercalando las explicaciones que sean necesarias. Stead ha reunido una serie numerosa y variada de casos recientes y auténticos en su Real Ghost Stories, y elegiré algunos de mis ejemplos entre ellos, condensándolos algunas veces para ganar espacio.
Hay casos en que es patente para cualquier estudiante de teosofía, que el ejemplo excepcional de clarividencia fue especialmente producido por uno de la asociación que hemos llamado de «auxiliares invisibles», a fin de que pudiese ser auxiliado alguno que lo necesitase mucho. A esta clase, indudablemente, pertenece la historia referida por el capitán Yount, del valle de Napa, en California, al doctor Bushnell, quien lo repite en su Nature and the Supernatural:
Hace cosa de seis o siete años, en una noche de mitad del invierno, tuvo un sueño en que vio lo que parecía una partida de emigrantes, detenidos por las nieves de las montañas, y pereciendo rápidamente de frío y hambre. Observó el aspecto mismo del lugar señalado por el enorme corte perpendicular de una colina de rocas; vio a los hombres cortando lo que parecía copas de árboles que sobresalían de profundos abismos de nieve; distinguió las facciones mismas de las personas, así como el sufrimiento particular de cada uno.
Se despertó profundamente impresionado por la claridad y aparente realidad del sueño. Por fin se durmió y volvió a soñar exactamente lo que la primera vez. A la mañana siguiente no podía apartarlo de su imaginación. Encontrándose, poco después, con un antiguo camarada de caza, le refirió la historia, quedando aun más impresionado ante él reconocimiento, sin vacilación, por su amigo, de la escena del sueño. Este camarada había atravesado la sierra por el paso del valle Carson, y declaró que cierto lugar del paso correspondía exactamente a esta descripción. Ante esto el antisofístico patriarca se decidió. Reunió inmediatamente una partida de hombres, con mulas y mantas y todas las provisiones necesarias. Los vecinos se reían de su credulidad.
-No importa -decía-, puedo hacer esto y lo hago, pues en verdad creo que los hechos son tales como en mi sueño.
Los hombres fueron enviados a las montañas a una distancia de ciento cincuenta millas, directamente al paso del valle Carson, y allí encontraron la partida exactamente en el estado del sueño, rescatando a las que aún permanecían con vida.»
Puesto que no se dice si el capitán Yount acostumbraba tener visiones, parece claro que algún auxiliar, observando el estado desesperado de la partida de emigrantes, llevó a la persona, impresionable y adecuada por otros conceptos, que más cerca estaba (que sucedió ser el capitán) al lugar en cuestión, en cuerpo astral, y le despertó lo suficiente para fijar firmemente la escena en su memoria. El auxiliar es posible que construyera una «corriente astral» para el capitán; pero lo más probable es que fuera lo primero. De todos modos, el motivo, y sobre todo el método de la obra, son bastante claros en este caso.
Algunas veces la «corriente astral» puede ponerse en actividad por un fuerte pensamiento emocional al otro extremo de la línea, y esto puede suceder aun cuando el pensador no tenga semejante intención. En la historia, un tanto sorprendente, que voy a citar, es evidente que el lazo fue formado por el frecuente pensamiento del doctor en la señorita Broughton; sin embargo, era evidente que no tenía ningún deseo especial de ver lo que ella estaba haciendo en aquel momento. Que era el tipo de clarividencia de la «corriente astral» el empleado se demuestra por la fijeza del punto de vista de ella, que se observará no es el punto de vista del doctor, transferido simpáticamente (como pudo haber sido), puesto que ella ve su espalda sin reconocerle. Este relato se encuentra en los Proceedings oi the Psychical Research Society (vol. II, pág. 160):
«La señorita Broughton se despertó una noche en 1844 y llamó a su marido, diciéndole que algo terrible había pasado en Francia. Él le rogó que se volviese a dormir y no le importunase. Ella le aseguró que no dormía cuando vio lo que insistía en referirle; esto es lo que vio, en una palabra:
Primeramente, el accidente de un carruaje -que ella no vio por sí misma, sino el resultado-, un coche roto, una multitud reunida, una persona levantada con cuidado y llevada a la casa más próxima; luego una figura acostada en una cama, en quien luego reconoció al duque de Orleans. Gradualmente se reunían amigos alrededor de la cama, entre ellos varios individuos de la familia real, la reina, luego el rey, todos silenciosos, observando con pena al duque evidentemente moribundo. Un hombre (podía ver su espalda, pero no sabía quién era), que era un doctor, estaba inclinado sobre el duque tomándole el pulso, con su reloj en la otra mano y luego todo se desvaneció y no vio más.
Tan pronto como fue de día, escribió en su diario todo lo que había visto. Sucedía esto antes de los días del telégrafo eléctrico, y dos o más días pasaron antes de que el Times anunciara "La muerte del Duque de Orleans" Al visitar a París algún tiempo después, vio y reconoció el lugar del accidente y recibió la explicación de su visión. El doctor que atendía al moribundo duque era un antiguo amigo suyo, y en aquellos momentos su imaginación había estado constantemente ocupada con ella y su familia.»

Este es un ejemplo común en el que grandes afecciones forman la necesaria corriente; probablemente transcurre, en estos casos, entre ambas partes, una corriente firme de pensamiento mutuo, y alguna necesidad repentina o peligro inminente, de parte de uno de ellos, dota temporalmente a esta corriente del poder polarizador que se requiere para crear el telescopio astral. Citaremos un ejemplo, que ilustra estos casos, de la misma fuente: Proceedings (vol. 1, pág. 30):
«El 18 de septiembre de 1848, en el sitio de Mooltan, el mayor general R. C. B., entonces ayudante de su regimiento, fue gravísimamente herido, y suponiéndose moribundo, pidió a un oficial que le sacase la sortija del dedo y se la mandara a su esposa, que entonces se encontraba a una distancia de más de ciento cincuenta millas, en Ferozepore.
"En la noche del 9 de setiembre de 1848 -escribe su esposa- me hallaba acostada en la cama, entre vela y sueño, cuando claramente vi a mi marido conducido por el campo de batalla y gravemente herido, y oí su voz que decía:
-Sacadme esta sortija y enviadla a mi esposa.
Todo el siguiente día no pude desechar de mi mente la visión ni la voz.
A su debido tiempo supe por el general R. que había sido peligrosamente herido en el asalto de Mooltan. Sobrevivió, sin embargo, y vive aún. Algún tiempo después del sitio, supe por el general L., el oficial que ayudó a transportar a mi marido fuera del campo de batalla, que efectivamente le había hecho el encargo de la sortija, tal cual lo oí en Ferozepore en aquel mismo instante.»

Luego hay una clase muy numerosa de visiones clarividentes casuales, que no tienen causa conocida, que aparentemente carecen de todo significado y no tienen relación alguna reconocible con sucesos conocidos por el vidente. A esta clase pertenece gran parte de los panoramas que ven muchos en el momento de dormirse. Cito un relato muy interesante y realista de una experiencia de esta clase, de W. T. Stead, en su Real Ghost Stories:
«Me acosté en la cama, pero no pode dormirme. Cerré los ojos y esperé que viniera el sueño; sin embargo, en lugar de éste llegó una sucesión de cuadros clarividentes curiosamente vívidos. No había luz en la habitación, la cual estaba perfectamente a oscuras; yo también tenía los ojos cerrados. Pero a pesar de la oscuridad, tuve repentinamente conciencia de estar mirando una escena de hermosura singular. Era como si viese una miniatura viviente del tamaño de un cuadro de una linterna mágica. En este momento puedo recordar la escena como si la viese de nuevo. Era un trozo de costa. La luna brillaba sobre las aguas, cuyas olas morían lentamente en la playa. Precisamente enfrente de mí se extendía un muelle dentro del agua. A cada lado del muelle levantábase sobre el nivel del mar rocas irregulares. En la playa había varias casas cuadradas y toscas, que no se parecían a nada de lo que había visto de arquitectura. Nadie se movía, pero la luna estaba allí, y el mar, y el resplandor de la luna sobre sus agitadas aguas, tal como si estuviera mirando la escena real.
Era tan bello, que recuerdo haber pensado que si continuase, tan interesado me hallaba en mirar, que no me dormiría nunca. Yo estaba completamente despierto y, al mismo tiempo que veía la escena, oía claramente el ruido de la lluvia sobre los cristales de la ventana. Luego, repentinamente, sin objeto ni razón alguna aparentes, la escena cambió.
Desapareció el mar iluminado por la luna, y en su lugar me encontré mirando en el interior de un salón de lectura. Parecía como si por el día hubiese servido de escuela y se destinase por la noche a salón de lectura. Recuerdo haber visto un lector que tenía una curiosa semejanza con Tim Harrington, aunque no era él, quien con una revista o libro en la mano se reía. No era un cuadro, era la realidad.
La escena era exactamente como si estuviera mirando por unos gemelos de teatro; veía el juego de los músculos, el brillo de los ojos, todos los movimientos de las personas desconocidas del lugar, no menos desconocido, que estaba mirando. Veía todo sin abrir los ojos, ni éstos tenían relación alguna con la visión. Estas cosas se ven como si fuera con otro sentido que está más bien dentro de la cabeza que no en los ojos.
Esto fue una experiencia muy pobre y vulgar, pero me permitió comprender cómo ven los clarividentes mejor que todo género de explicaciones.
Los cuadros no tenían razón alguna de ser; no habían sido sugeridos por nada que hubiese leído ni de que hubiese hablado; se presentaron simplemente como si hubiese estado mirando por un cristal lo que estaba pasando en alguna parte del mundo. Tuve tiempo de echar una ojeada, y pasó, y no he vuelto a tener experiencia alguna de esta clase.» Stead considera esto como una «experiencia pobre y vulgar», y puede quizá serlo, comparada con posibilidades mayores; sin embargo, conozco muchos estudiantes que se considerarían muy afortunados con poder referir una experiencia personal semejante.
Por pequeña que en sí sea, proporciona desde luego al vidente la clave de toda la cosa, y la clarividencia sería una realidad viviente para cualquier hombre que viera otro tanto, de un modo que no hubiera podido realizarse sin este contacto con el mundo invisible.
Estos cuadros eran demasiado claros para ser meras reflexiones del pensamiento de otros; y, por otra parte, la descripción demuestra, sin género de duda, que eran vistas contempladas a través de un telescopio astral; de suerte que o bien Stead puso en actividad inconscientemente una corriente, o (mucho más probable) alguna amable entidad astral la puso en movimiento por él, proporcionándole, para entretener un rato de fastidiosa espera, cualquier cuadro que estuviese a mano al otro extremo del tubo.


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