CLARIVIDENCIA
Leadbeater
(Parte 8)
Clarividencia semi-intencional
Bajo este título,
algo curioso, agrupo los casos de todas las personas que definidamente se
proponen ver algo, pero sin tener idea de lo que será y sin dominio alguno
sobre la vista, una vez que han principiado a ver -psíquicos que se colocan en condiciones receptivas y
luego esperan sencillamente a que pase algo-. Muchos médiums en
trance caen bajo esta denominación; se hipnotizan a sí mismos de algún modo, o
son hipnotizados por un «espíritu protector», y luego describen las escenas o
personas que se ponen al alcance de su visión. Algunas veces, sin embargo,
hallándose en este estado, ven lo que sucede a distancia, y de este modo entran
en la denominación de «clarividentes en el espacio».
Pero la clase más numerosa y más generalizada de estos
clarividentes semi-intencionales, la constituyen los diversos «miradores por
cristales», los que, como describe Andrew Lang,
«miran dentro de una bola de cristal, en un espejo, en
una burbuja de tinta (Egipto e India),
en una gota de sangre (entre los maoríes de Nueva
Zelanda),
en una vasija de agua (pieles rojas),
en un estanque (romanos y africanos),
en agua en una vasija de cristal (en Fez), y en casi
toda superficie pulimentada» (Sueños y fantasmas).
Dos páginas más adelante, Lang nos presenta un buen
ejemplo de la clase de visión que más generalmente se obtiene por estos
métodos.
«Yo había dado una
bola de cristal –dice- a una tal señorita Baillie, que no tuvo éxito. Ésta la
prestó a la señorita Leslie, la cual vio un antiguo sofá de color rojo, largo y
cuadrado, cubierto de muselina, que había visto en otra casa de campo que había
visitado. El hermano de la señorita Baillie, un joven atleta, se rió de estos
experimentos, se llevó la bola a su estudio y volvió muy pálido y turbado. Dijo
que había visto una visión, alguien a quien conocía, bajo una lámpara, que en
aquella misma semana sabría si lo que había visto era verdadero o falso. Esto
sucedía a las cinco y media de la tarde de un domingo.
El martes
siguiente, el señor Baillie se hallaba en un baile, a unas cuarenta millas de
su casa, y se encontró con una tal señorita Preston.
-El domingo pasado
-le dijo-, a eso de las cinco y media, se hallaba usted sentada bajo una
lámpara de pantalla, con un vestido que nunca le he visto, una blusa azul con
lazos en los hombros, llenando una taza de té para un hombre vestido de sarga
azul, con la espalda vuelta hacia mí, de suerte que no pude vede más que las
guías del bigote.
-Es indudable que
las persianas debieron estar levantadas -dijo la señorita Preston.
-Yo estaba en Dulby
-replicó Baillie.
Y, efectivamente,
era verdad.»
Este es un caso perfectamente típico de la visión por
cristales: el cuadro exacto en todos sus detalles, como veis, y, sin embargo,
absolutamente sin importancia, y sin tener significado alguno aparente para
nadie, excepto que sirvió para probar a Baillie que realmente había algo de
verdad en la visión por cristales. Quizá lo más general sea que las visiones
tiendan al aspecto romántico: hombres con vestidos extraños o vistas hermosas y
por lo general desconocidas.
Ahora bien: ¿cuál es el
fundamento de esta clase de clarividencia? Como he indicado
antes, pertenece generalmente al tipo de la «corriente astral», y el cristal o
cualquier otro objeto actúa simplemente como foco para el poder de la voluntad
del que mira, como un punto de partida conveniente para un tubo astral. Hay
algunos que pueden influir en lo que ven con su voluntad, esto es, que tienen
el poder de dirigir como quieren su telescopio; pero la mayor parte no pasan de
formar un tubo fortuito y ver lo que quiera que se presenta al otro extremo.
Algunas veces puede ser una escena relativamente
próxima, como en el caso que acabamos de referir; en otras, una vista oriental
lejana; en otras puede ser una reflexión de algún fragmento de anales
akáshicos, y entonces el cuadro contendrá figuras con vestidos antiguos, y el
fenómeno pertenecerá a nuestra gran división de «clarividencia en el
tiempo». Se dice que algunas veces se
ven visiones del porvenir en los cristales: otro desarrollo a que nos referimos
más adelante.
He visto a un clarividente usar, en lugar de la
ordinaria superficie brillante, una negra y mate, producida por una cantidad de
polvos de carbón en una salsera. En verdad, no parece que tenga gran importancia lo que
se use como foco, excepto que el cristal puro tiene una ventaja indudable sobre
otras sustancias, en cuanto su arreglo peculiar de esencia elemental lo hace
especialmente estimulante de las facultades psíquicas.
Parece probable,
sin embargo, que en los casos en que se emplea un objeto brillante, tal como un
punto de luz, o la gota de sangre usada por los maoríes, se trate de un ejemplo
de auto hipnosis. El experimento es muchas veces precedido o acompañado por
ceremonias e invocaciones mágicas, de suerte que es muy probable que la visión
que se obtenga pueda ser realmente algunas veces la de una entidad extraña, y
así el fenómeno puede ser, después de todo, un caso de posesión temporal y en
modo alguno de clarividencia.
Clarividencia no intencional
Bajo este título
podemos agrupar todos aquellos casos en que las visiones de algún suceso que se
esté verificando a distancia, se ven inesperadamente y sin ninguna clase de
preparación.
Hay personas que son aptas para tales visiones,
mientras que hay muchas otras a quienes semejante cosa sólo les pasa una vez en
la vida.
Las visiones son de todas clases, así como de todos
grados de perfección, y aparentemente son producidas por varias causas. Algunas veces
la razón de la visión es patente, y el asunto de la misma de gran importancia;
otras veces no se descubre razón alguna, y los sucesos que se muestran parecen
de la naturaleza más trivial. Algunas veces estos vislumbres de la facultad
suprafísica vienen como visiones en estado de vigilia, y otras se manifiestan
durante el sueño, como sueños vívidos o a menudo repetidos. En este último caso la vista empleada es
usualmente de la clase asignada a nuestra cuarta subdivisión de clarividencia
en el espacio; pues el durmiente ve muchas veces en su cuerpo astral a un
punto estrechamente relacionado con sus intereses o afecciones, y simplemente
observa lo que tiene lugar allí; en el primer caso parece probable que lo que
se pone a contribución es el tipo de clarividencia, por medio de la corriente
astral; pero entonces la corriente o tubo es formada de un modo por completo
inconsciente, y es casi siempre el resultado automático de un pensamiento o
emoción fuerte, proyectado de un extremo o del otro, bien sea desde el vidente
o desde la persona que se ve.
El plan más sencillo será el de exponer algunos
ejemplos de las diferentes clases, intercalando las explicaciones que sean
necesarias. Stead ha reunido una serie numerosa y variada de casos recientes y
auténticos en su Real Ghost Stories, y elegiré algunos de mis ejemplos
entre ellos, condensándolos algunas veces para ganar espacio.
Hay casos en que es patente para cualquier estudiante
de teosofía, que el ejemplo excepcional de clarividencia fue especialmente
producido por uno de la asociación que hemos llamado de «auxiliares
invisibles», a fin de que pudiese ser auxiliado alguno que lo necesitase mucho.
A esta clase, indudablemente, pertenece la historia referida por el capitán
Yount, del valle de Napa, en California, al doctor Bushnell, quien lo repite en
su Nature and the Supernatural:
Hace cosa de seis o
siete años, en una noche de mitad del invierno, tuvo un sueño en que vio lo que
parecía una partida de emigrantes, detenidos por las nieves de las montañas, y
pereciendo rápidamente de frío y hambre. Observó el aspecto mismo del lugar
señalado por el enorme corte perpendicular de una colina de rocas; vio a los
hombres cortando lo que parecía copas de árboles que sobresalían de profundos
abismos de nieve; distinguió las facciones mismas de las personas, así como el
sufrimiento particular de cada uno.
Se despertó
profundamente impresionado por la claridad y aparente realidad del sueño. Por
fin se durmió y volvió a soñar exactamente lo que la primera vez. A la mañana
siguiente no podía apartarlo de su imaginación. Encontrándose, poco después,
con un antiguo camarada de caza, le refirió la historia, quedando aun más
impresionado ante él reconocimiento, sin vacilación, por su amigo, de la escena
del sueño. Este camarada había atravesado la sierra por el paso del valle
Carson, y declaró que cierto lugar del paso correspondía exactamente a esta
descripción. Ante esto el antisofístico patriarca se decidió. Reunió
inmediatamente una partida de hombres, con mulas y mantas y todas las
provisiones necesarias. Los vecinos se reían de su credulidad.
-No importa
-decía-, puedo hacer esto y lo hago, pues en verdad creo que los hechos son
tales como en mi sueño.
Los hombres fueron
enviados a las montañas a una distancia de ciento cincuenta millas,
directamente al paso del valle Carson, y allí encontraron la partida
exactamente en el estado del sueño, rescatando a las que aún permanecían con
vida.»
Puesto que no se dice si el capitán Yount acostumbraba
tener visiones, parece claro que algún auxiliar, observando el estado
desesperado de la partida de emigrantes, llevó a la persona, impresionable y
adecuada por otros conceptos, que más cerca estaba (que sucedió ser el capitán)
al lugar en cuestión, en cuerpo astral, y le despertó lo suficiente para fijar
firmemente la escena en su memoria. El auxiliar es posible que construyera una
«corriente astral» para el capitán; pero lo más probable es que fuera lo
primero. De todos modos, el motivo, y sobre todo el método de la obra, son
bastante claros en este caso.
Algunas veces la «corriente astral» puede ponerse en
actividad por un fuerte pensamiento emocional al otro extremo de la línea, y
esto puede suceder aun cuando el pensador no tenga semejante intención. En la
historia, un tanto sorprendente, que voy a citar, es evidente que el lazo fue
formado por el frecuente pensamiento del doctor en la señorita Broughton; sin
embargo, era evidente que no tenía ningún deseo especial de ver lo que ella
estaba haciendo en aquel momento. Que era el tipo de clarividencia de la
«corriente astral» el empleado se demuestra por la fijeza del punto de vista de
ella, que se observará no es el punto de vista del doctor, transferido
simpáticamente (como pudo haber sido), puesto que ella ve su espalda sin
reconocerle. Este relato se encuentra en los Proceedings oi the Psychical
Research Society (vol. II, pág. 160):
«La señorita
Broughton se despertó una noche en 1844 y llamó a su marido, diciéndole que
algo terrible había pasado en Francia. Él le rogó que se volviese a dormir y no
le importunase. Ella le aseguró que no dormía cuando vio lo que insistía en
referirle; esto es lo que vio, en una palabra:
Primeramente, el
accidente de un carruaje -que ella no vio por sí misma, sino el resultado-, un
coche roto, una multitud reunida, una persona levantada con cuidado y llevada a
la casa más próxima; luego una figura acostada en una cama, en quien luego
reconoció al duque de Orleans. Gradualmente se reunían amigos alrededor de la
cama, entre ellos varios individuos de la familia real, la reina, luego el rey,
todos silenciosos, observando con pena al duque evidentemente moribundo. Un
hombre (podía ver su espalda, pero no sabía quién era), que era un doctor,
estaba inclinado sobre el duque tomándole el pulso, con su reloj en la otra
mano y luego todo se desvaneció y no vio más.
Tan pronto como fue
de día, escribió en su diario todo lo que había visto. Sucedía esto antes de
los días del telégrafo eléctrico, y dos o más días pasaron antes de que el Times anunciara "La muerte del Duque
de Orleans" Al visitar a París algún tiempo después, vio y reconoció el
lugar del accidente y recibió la explicación de su visión. El doctor que
atendía al moribundo duque era un antiguo amigo suyo, y en aquellos momentos su
imaginación había estado constantemente ocupada con ella y su familia.»
Este es un ejemplo común en el que grandes afecciones
forman la necesaria corriente; probablemente transcurre, en estos casos, entre
ambas partes, una corriente firme de pensamiento mutuo, y alguna necesidad
repentina o peligro inminente, de parte de uno de ellos, dota temporalmente a
esta corriente del poder polarizador que se requiere para crear el telescopio
astral. Citaremos un ejemplo, que
ilustra estos casos, de la misma fuente: Proceedings (vol. 1, pág. 30):
«El 18 de
septiembre de 1848, en el sitio de Mooltan, el mayor general R. C. B., entonces
ayudante de su regimiento, fue gravísimamente herido, y suponiéndose moribundo,
pidió a un oficial que le sacase la sortija del dedo y se la mandara a su
esposa, que entonces se encontraba a una distancia de más de ciento cincuenta
millas, en Ferozepore.
"En la noche
del 9 de setiembre de 1848 -escribe su esposa- me hallaba acostada en la cama,
entre vela y sueño, cuando claramente vi a mi marido conducido por el campo de
batalla y gravemente herido, y oí su voz que decía:
-Sacadme esta
sortija y enviadla a mi esposa.
Todo el siguiente
día no pude desechar de mi mente la visión ni la voz.
A su debido tiempo
supe por el general R. que había sido peligrosamente herido en el asalto de Mooltan.
Sobrevivió, sin embargo, y vive aún. Algún tiempo después del sitio, supe por
el general L., el oficial que ayudó a transportar a mi marido fuera del campo
de batalla, que efectivamente le había hecho el encargo de la sortija, tal cual
lo oí en Ferozepore en aquel mismo instante.»
Luego hay una clase muy numerosa de visiones
clarividentes casuales, que no tienen causa conocida, que aparentemente carecen
de todo significado y no tienen relación alguna reconocible con sucesos
conocidos por el vidente. A esta clase pertenece gran parte de los
panoramas que ven muchos en el momento de dormirse. Cito un relato muy
interesante y realista de una experiencia de esta clase, de W. T. Stead, en su Real
Ghost Stories:
«Me acosté en la
cama, pero no pode dormirme. Cerré los ojos y esperé que viniera el sueño; sin
embargo, en lugar de éste llegó una sucesión de cuadros clarividentes
curiosamente vívidos. No había luz en la habitación, la cual estaba
perfectamente a oscuras; yo también tenía los ojos cerrados. Pero a pesar de la
oscuridad, tuve repentinamente conciencia de estar mirando una escena de
hermosura singular. Era como si viese una miniatura viviente del tamaño de un
cuadro de una linterna mágica. En este momento puedo recordar la escena como si
la viese de nuevo. Era un trozo de costa. La luna brillaba sobre las aguas,
cuyas olas morían lentamente en la playa. Precisamente enfrente de mí se extendía un muelle dentro del agua. A
cada lado del muelle levantábase sobre el nivel del mar rocas irregulares. En
la playa había varias casas cuadradas y toscas, que no se parecían a nada de lo
que había visto de arquitectura. Nadie se movía, pero la luna estaba allí, y el
mar, y el resplandor de la luna sobre sus agitadas aguas, tal como si estuviera
mirando la escena real.
Era tan bello, que
recuerdo haber pensado que si continuase, tan interesado me hallaba en mirar,
que no me dormiría nunca. Yo estaba completamente despierto y, al mismo tiempo
que veía la escena, oía claramente el ruido de la lluvia sobre los cristales de
la ventana. Luego, repentinamente, sin objeto ni razón alguna aparentes, la
escena cambió.
Desapareció el mar
iluminado por la luna, y en su lugar me encontré mirando en el interior de un
salón de lectura. Parecía como si por el día hubiese servido de escuela y se
destinase por la noche a salón de lectura. Recuerdo haber visto un lector que
tenía una curiosa semejanza con Tim Harrington, aunque no era él, quien con una
revista o libro en la mano se reía. No era un cuadro, era la realidad.
La escena era
exactamente como si estuviera mirando por unos gemelos de teatro; veía el juego
de los músculos, el brillo de los ojos, todos los movimientos de las personas
desconocidas del lugar, no menos desconocido, que estaba mirando. Veía todo sin
abrir los ojos, ni éstos tenían relación alguna con la visión. Estas cosas se ven
como si fuera con otro sentido que está más bien dentro de la cabeza que no en
los ojos.
Esto fue una
experiencia muy pobre y vulgar, pero me permitió comprender cómo ven los
clarividentes mejor que todo género de explicaciones.
Los cuadros no
tenían razón alguna de ser; no habían sido sugeridos por nada que hubiese leído
ni de que hubiese hablado; se presentaron simplemente como si hubiese estado
mirando por un cristal lo que estaba pasando en alguna parte del mundo. Tuve
tiempo de echar una ojeada, y pasó, y no he vuelto a tener experiencia alguna
de esta clase.» Stead considera
esto como una «experiencia pobre y vulgar», y puede quizá serlo, comparada con
posibilidades mayores; sin embargo, conozco muchos estudiantes que se
considerarían muy afortunados con poder referir una experiencia personal semejante.
Por pequeña que en sí sea, proporciona desde luego al
vidente la clave de toda la cosa, y la clarividencia sería una realidad
viviente para cualquier hombre que viera otro tanto, de un modo que no hubiera
podido realizarse sin este contacto con el mundo invisible.
Estos cuadros eran demasiado claros para ser meras
reflexiones del pensamiento de otros; y, por otra parte, la descripción
demuestra, sin género de duda, que eran vistas contempladas a través de un
telescopio astral; de suerte que o bien Stead puso en actividad
inconscientemente una corriente, o (mucho más probable) alguna amable entidad
astral la puso en movimiento por él, proporcionándole, para entretener un rato
de fastidiosa espera, cualquier cuadro que estuviese a mano al otro extremo del
tubo.
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