domingo, 26 de octubre de 2014

LA CLAVE DE LA TEOSOFÍA (Parte 3)

LA CLAVE DE LA TEOSOFÍA

EXPOSICIÓN CLARA EN FORMA DE PREGUNTAS Y RESPUESTAS DE LA ÉTICA, CIENCIA Y FILOSOFÍA
PARA CUYO ESTUDIO HA SIDO FUNDADA LA SOCIEDAD TEOSÓFICA
Dedicada por H. P. B.
a todos sus discípulos
para que aprendan y puedan enseñar a su vez.

(Parte 3)

(En la medida de lo posible trataré de poner este extraordinario libro en el blog en formato de tabla, con el objetivo, como dice mas arriba la propia autora H.P.B. para que aprendamos mas teosofía y la vez poder explicarle al mundo este Cuerpo de Doctrina)

LA RELIGIÓN DE LA SABIDURÍA ESOTÉRICA EN TODAS
LAS EDADES
Puesto que Ammonio nunca confió a la escritura sus ideas, ¿cómo podernos cerciorarnos de la verdad respecto a sus doctrinas?
Ni Buddha, ni Pitágoras, ni Confucio, ni Orfeo, ni Sócrates, ni el mismo Jesús, dejaron escrito alguno tras de sí. Sin embargo, la mayor parte de ellos son personajes históricos, y todas sus doctrinas han sobrevivido. Los discípulos de Ammonio (entre los que se cuentan Orígenes y Herennius) escribieron tratados y explicaron su ética. Indudablemente, esta última es tan histórica como los escritos Apostólicos, si no más. Además, sus discípulos Orígenes, Plotino y Longino (consejero de la famosa reina Zenobia) legaron todos abundantes datos acerca del Sistema Filaleteo, al menos en la medida que podía ser conocida públicamente su profesión de fe, pues la escuela dividía sus enseñanzas en exotéricas y esotéricas.
Siendo esotérica lo que se llama propiamente la Religión de la Sabiduría, según afirmáis, ¿cómo pudieron ser transmitidos sus dogmas o principios hasta nuestros días?
La Religión de la Sabiduría fue siempre una y la misma, y siendo la última palabra del conocimiento humano posible, fue cuidadosamente conservada. Existían edades antes de los Teósofos Alejandrinos, alcanzó a los modernos y sobrevivirá a todas las demás religiones y filosofías.
¿Por quienes y en dónde fue conservada?
Entre los Iniciados de cada nación; entre los profundos investigadores de la verdad, sus discípulos; y en aquellas partes del mundo en donde estas materias fueron siempre más apreciadas e investigadas; en la India, el Asia Central y Persia.
¿Puede usted darme alguna prueba de su esoterismo?
La mejor prueba que podéis tener consiste en el hecho de que cada culto religioso, o mejor dicho, filosófico antiguo, comprendía una enseñanza esotérica o secreta, y un culto exotérico (público). Es además un hecho bien sabido que los misterios de los antiguos consistían en “Mayores” (secretos) y “Menores” (públicos); como en las solemnidades famosas llamadas en Grecia Eleusinas. Desde los Hierofantes de Samotracia, Egipto, los Brahmanes iniciados de la India Antigua, hasta los Rabinos hebreos, todos, por temor a la profanación, ocultaron sus verdaderas creencias. Llamaban los Rabinos hebreos a sus series religiosas seculares, la Mercavah (o cuerpo exterior), “el vehículo” o la cubierta que oculta al alma, es decir, a su Ciencia Secreta más elevada. Jamás en la antigüedad divulge nación alguna, por conducto de sus sacerdotes, sus verdaderos secretos filosóficos a las masas, dando sólo a éstas la parte exterior de los mismos. El Buddhismo del Norte tiene sus “vehículos” “mayores” y “menores”, conocidos bajo el nombre de Mahayana el esotérico, y de Hinayana el exotérico, que son dos Escuelas. No se los debe censurar por el secreto guardado, pues seguramente a nadie se lo ocurri-ría dar en pasto, a un rebaño de ovejas, disertaciones científicas eruditas sobre botánica, en vez de hierba. Pitágoras denominaba a su Gnosis “el conocimiento de las cosas que son”, y reserva esos conocimientos sólo para sus discípulos, que habían jurado guardar el secreto; para aquellos que podían asimilarse ese alimento mental y hallar en él satisfacción; a los que juramentaba para guardar el secreto y el silencio.  Los alfabetos ocultos y las cifras secretas son el desarrollo de los antiguos escritos hieráticos Egipcios, cuyo secreto estaba antiguamente en poder de los Hierogramatistas, Sacerdotes Egipcios iniciados. Según nos dicen sus biógrafos, Ammonio Saccas juramentaba a sus discípulos para que no divulgasen sus doctrinas superiores, excepto a aquellos que ya habían sido instruidos en los conocimientos preliminares, y que también estaban ligados por juramento.
Finalmente ¿no hallamos la misma costumbre en el Cristianismo primitivo, entre los Gnósticos, y hasta en las enseñanzas de Cristo? ¿Acaso no habla él a las masas en parábolas de doble sentido, explicando únicamente a los discípulos sus motivos? “A vosotros –dice– es dado el conocer los misterios del reino de los cielos; pero a aquellos de fuera todas esas cosas se explican en parábolas” (Marcos, IV, 11). Los Esenios de Judea y del Carmelo hacían igual distinción, dividiendo a sus miembros en neófitos, hermanos y perfectos o iniciados. (Véase: Neoplatonismo y Alquimia; por A. Wilder). Ejemplos acerca de este particular pueden sacarse de todos los países.
¿Puede alcanzarse la “Sabiduría Secreta” únicamente por el estudio? Las Enciclopedias definen la Teosofía en sentido parecido al que lo hace el Diccionario de Webster, es decir, como una supuesta comunicación con Dios y los espíritus superiores, y la adquisición consiguiente del conocimiento sobrehumano por medios físicos y procedimientos químicos. ¿Es esto exacto?
No lo creo, ni existe lexicógrafo alguno capaz de aplicarse a sí mismo, o explicara los demás, cómo puede alcanzarse el conocimiento sobrehumano por medio de procedimientos físicos o químicos. Si Webster hubiese dicho por medios metafísicos y alquímicos, hubiese sido la definición casi correcta, aproximada a la verdad; lo que ha escrito es absurdo. Los antiguos Teósofos, así como los modernos, sostenían que lo infinito no puede ser conocido por lo finito, es decir, percibido por el yo finito; pero que la esencia divina puede ser comunicada al Ego Espiritual en estado de éxtasis. Difícilmente puede alcanzarse esa condición, como sucede con el hipnotismo, por “procedimientos físicos y químicos.”
¿Cómo explicáis esto?
Plotino definió el verdadero éxtasis como “la liberación de la inteligencia de sus conocimientos finitos, y su unión e identificación con lo infinito.” Ésta es la condición más elevada –dice el Prof. Wilder–, pero su duración no es permanente, y solo a muy pocos les es dado alcanzarla. Tal condición es idéntica al estado que se conoce en la India con el nombre de Samâdhi. Este último es practicado por los yoguis, que lo facilitan físicamente por la mayor abstinencia en la comida y bebida, y por un esfuerzo mental continuo para purificar y elevar la mente. La meditación es silenciosa y no pronunciada, o como lo expresa Platón, “es el ardiente anhelo del alma hacia lo divino; no para pedir alguna gracia o favor particular (como sucede con la oración común), sino por el bien en sí, por el Bien Supremo
Universal” (del que somos en la tierra una parte, y de cuya esencia todos procedemos).
“Así pues –añade Platón–, guarda silencio en presencia de los seres divinos, hasta que se disipen las nubes ante tus ojos y te permitan ver con la luz que de ellos emana, no aquello que se te presenta como bueno, sino aquello que es intrínsecamente bueno.” (Esto es lo que el ilustrado autor de Neoplatonismo, el profesor A. Wilder, M.S.T., describe como fotografía espiritual: “El alma es la cámara en la que todos los hechos y acontecimientos futuros, pasados y presentes están fijados; y la mente llega a tener conciencia de ellos. Más allá de nuestro mundo de límites, todo es un día sólo o estado –el pasado y el futuro comprendidos en el presente…”– La muerte es el último éxtasis en la tierra. El alma entonces se ve libre de las trabas del cuerpo, y su parte más noble se une a la naturaleza superior, participando así de la sabiduría y presciencia de los seres superiores. La verdadera Teosofía es para los místicos aquel estado que Apolonio de Tyana describía así: “Puedo ver el presente y el futuro como en un claro espejo. No necesita el sabio contemplar los vapores de la tierra y la corrupción del aire para prever los acontecimientos… Los theoi o dioses ven lo futuro; los hombres comunes, el presente; los sabios, aquello que va a tener lugar.” La Teosofía de los sabios que habla, queda bien expresada en la afirmación:”El Reino de Dios está en nosotros.”
¿No es, por lo tanto, la Teosofía un sistema nuevo como creen algunos?
Sólo la gente ignorante puede considerarla de esta manera. En su ética y enseñanza, si no de nombre, es tan antigua como el mundo, así como es, entre todos, el sistema más amplio y católico (universal).
¿Cómo se explica entonces que haya sido tan desconocida la Teosofía en las naciones del Hemisferio Occidental? ¿Por qué fue un libro cerrado para las razas, sin duda alguna más cultas y
adelantadas?

Creemos que antiguamente han existido naciones tan cultas, y con seguridad espiritualmente más “adelantadas”, que lo estamos nosotros. Pero hay varias razones que motivan esa ignorancia voluntaria. Una de ellas la dio San Pablo a los cultos Atenienses: la falta, durante largos siglos, de verdadero conocimiento espiritual, y hasta de interés por él, debida a una inclinación exagerada a las cosas sensuales y a una larga sujeción a la letra muerta del dogma y del ritualismo.
Pero la razón principal consiste en el hecho de haberse conservado siempre secreta la verdadera Teosofía.
Habéis presentado pruebas de la existencia del secreto; pero ¿cuál era la causa real del mismo?
Las causas eran las siguientes: Primeramente, la perversidad de la naturaleza del hombre vulgar y su egoísmo, tendiendo siempre a la satisfacción de sus deseos personales en detrimento del prójimo. A semejantes seres jamás se les hubiese podido confiar secretos divinos. En segundo término, su incapacidad para conservar los conocimientos sagrados y divinos limpios de toda degradación. Esta última fue la causa de la perversión de las verdades y símbolos más sublimes, y de la transformación gradual de las cosas espirituales en formas antropomórficas y comunes; en otras palabras, el rebajamiento de la idea divina y la idolatría.


LA CLAVE DE LA TEOSOFÍA (Parte 2)

LA CLAVE DE LA TEOSOFÍA

EXPOSICIÓN CLARA EN FORMA DE PREGUNTAS Y RESPUESTAS DE LA ÉTICA, CIENCIA Y FILOSOFÍA
PARA CUYO ESTUDIO HA SIDO FUNDADA LA SOCIEDAD TEOSÓFICA
Dedicada por H. P. B.
a todos sus discípulos
para que aprendan y puedan enseñar a su vez.

(Parte 2)

(En la medida de lo posible tratare de poner este extraordinario libro en el blog en formato de tabla, con el objetivo, como dice mas arriba la propia autora H.P.B. para que aprendamos mas teosofía y la vez poder explicarle al mundo este Cuerpo de Doctrina)

CÓMO PROCEDE LA SOCIEDAD TEOSÓFICA
Había en tiempos de Ammonio antiguas e importantes religiones, y sólo en Egipto y Palestina las sectas eran numerosas; ¿cómo pudo reconciliarlas entre sí?
Haciendo lo que nosotros tratamos de hacer ahora. Los Neoplatónicos formaban una corporación numerosa, y pertenecían a varias filosofías religiosas (El Judaísmo se estableció en Alejandría bajo Philadelphus, y los maestros helénicos se convirtieron desde entonces en peligrosos rivales del colegio de Rabinos de Babilonia. El autor del “Neoplatonismo” dice con mucha oportunidad: “Los sistemas Buddhista, Vedantino y Mágico se expusieron durante aquel período al mismo tiempo que las filosofías de Grecia. No era extraño que los hombres pensadores opinasen que la lucha de palabras debía cesar, y considerasen posible extraer de esas varias doctrinas un sistema armónico… Panteno, Athenagoras y Clemente fueron instruidos por completo en la filosofía Platónica, y comprendieron su unidad esencial con los sistemas orientales.”), como sucede a nuestros Teósofos. El judío Aristóbulo afirmaba en aquellos días que la ética de Aristóteles representaba las enseñanzas esotéricas de la Ley de Moisés; Philon Judæus se esforzaba en reconciliar el Pentateuco con la filosofía Pitagórica y Platónica; y Josefo probaba que los Esenios del Carmelo eran simplemente los copistas y discípulos de los Terapeutas Egipcios (los que curaban). Lo mismo ocurre en nuestros días. Podemos probar el origen de cada religión, así como de cada secta, hasta de la más insignificante. No son las últimas más que las ramas pequeñas nacidas de las mayores; pero unas y otras arrancan del mismo tronco, la RELIGIÓN de la Sabiduría.
Probar esto mismo fue el objeto de Ammonio, que intentó conseguir que Gentiles y Cristianos, Judíos e Idólatras, abandonasen sus luchas y disputas para acordarse únicamente de que todos estaban en posesión de la misma verdad, oculta bajo aspectos diferentes, y de que eran todos hijos de una madre común (Mosheim, hablando de Ammonio, dice: “Comprendiendo que no sólo los filósofos de Grecia, sino también todos los de las naciones bárbaras, estaban de perfecto acuerdo unos con otros respecto a cada punto esencial, se propuso exponer los principios de todas esas diferentes sectas, para demostrar que todas habían nacido de un mismo y único origen, y que tendían todas a un mismo y único fin.” Si el escritor que habla de Ammonio en la Enciclopedia de Edimburgo (Edimburgh Encyclopædia) conoce la materia que trata, describe en ese caso a los teósofos modernos, sus creencias y su obra, porque dice refiriéndose al Theodidaktos: “Adoptó las doctrinas admitidas en Egipto (las esotéricas eran las de la India), concernientes al Universo y a la Deidad, considerados como constituyendo un gran todo respecto a la eternidad del mundo… Estableció también un sistema de disciplina moral que permitía en general a las gentes vivir según las leyes de su país y los preceptos de la naturaleza, pero que exigía a los sabios la exaltación de su espíritu por medio de la contemplación.”. El mismo objeto persigue la Teosofía.
¿Cuáles son las fuentes que os autorizan a emitir ese juicio respecto a los teósofos de Alejandría?
Un número incalculable de escritores conocidos. Mosheim entre ellos, dice que: “Ammonio enseñó que la religión de las masas estaba relacionada con la filosofía, y que con ella fue corrompiéndose gradualmente y oscureciéndose por los conceptos, mentiras y supersticiones puramente humanos; que, por consiguiente, era necesario devolverle su pureza original, purificándola de esas escorias y basándola sobre principios filosóficos; que el objeto del Cristo era establecer y restaurar en su integridad primitiva la sabiduría de los antiguos; reducir el dominio de la superstición que prevalecía en el Universo; corregir por una parte, y por otra exterminar los diferentes errores que se habían introducido en las distintas religiones.”
Esto mismo es también lo que dicen los Teósofos modernos. La única diferencia consiste en que, mientras hallaba el gran Filaleteo apoyo y ayuda para su intento en dos Padres de la Iglesia, Clemente y Athenágoras; en todos los Rabinos ilustrados de la Sinagoga, en la Academia y en el bosque, mientras enseñaba una doctrina común para todos; nosotros, sus discípulos y continuadores, no somos reconocidos, sino, por el contrario, ultrajados y perseguidos. Así queda demostrado que las gentes eran más tolerantes hace 1.500 años que en este siglo de las luces.
¿No puede encontrarse la causa del apoyo que halló en la Iglesia, en el hecho de ser Ammonio Cristiano y haber enseñado el Cristianismo a pesar de sus herejías?
De ningún modo. Había nacido cristiano, pero jamás ha-bía aceptado el Cristianismo de la Iglesia. Dice el Dr. Wilder: “Sólo tuvo que exponer sus doctrinas, «según las antiguas columnas de Hermes», que tanto Platón como Pitágoras conocieron antes y con ellas constituyeron su filosofía”. Encontrando las mismas ideas en el prólogo del Evangelio de San Juan, supuso muy acertadamente que la intención de Jesús era la de restaurar la gran doctrina de la sabiduría en su integridad primitiva. Consideraba él que las narraciones de la Biblia y las historias de los dioses eran sólo alegorías explicativas de la verdad, o bien fábulas inaceptables.
Además, según la Edimburgh Encyclopædia: “reconocía (Ammonio) que Jesús era un hombre excelente y amigo de Dios”, pero declaraba que no se propuso abolir enteramente el culto de los demonios (dioses), y que su única intención era purificar la religión antigua.


sábado, 25 de octubre de 2014

¿TIENEN ALMA LOS ANIMALES? (3ra. Parte)

¿TIENEN ALMA LOS ANIMALES?

(3ra. Parte, Final)

“Continuamente empapada de sangre
 toda la Tierra, es sólo un inmenso altar
 sobre el cual todo cuanto vive
tiene que ser inmolado sin cesar”.
Compte Joseph de Maistre. (Soirées, I, II, 35)

III

 “¡Oh, Filosofía. Tú, guía de la vida y descubridora de la virtud!”.
Cicerón.


“La filosofía es una modesta profesión;
toda ella es realidad y franqueza.
Yo aborrezco la solemnidad y las pretensiones,
que sólo orgullo contienen en el fondo.”.
Plinio.


Según las enseñanzas teológicas, el destino del hombre, ya sea brutal y parecido a una bestia, ya sea un santo, es la inmortalidad
¿Y cuál es el destino futuro de las innumerables huestes del reino animal?
Varios escritores católico–romanos, el Cardenal Ventura, el Conde de Maistre y otros muchos, nos dicen que “el alma animal es una fuerza”. “Bien establecido está que el alma del animal –dice su eco– fue producida por la tierra, pues esto es bíblico. Todas las almas vivientes y movientes (nephesh , o principio de vida) proceden de la Tierra; pero compréndaseme bien: no solamente del polvo, del cual sus cuerpos, lo mismo que los nuestros, fueron hechos, sino además del poder y potencia de la Tierra, o sea de su fuerza inmaterial. Pues todas las fuerzas… las del mar, las del aire, etc., etc., son aquellas Potestades Elementarias (principautés élementaires) de las cuales hemos hablado en otra parte” (Cosmolatrie .Cap. XII. Esprits: 2 m. mcm.). Lo que el Marqués de Mirville entiende por la expresión subrayada, es que cada Elemento en la Naturaleza, es un dominio lleno de sus respectivos e invisibles espíritus, y gobernado por ellos. Los kabalistas occidentales y los rosacruces los han llamado sílfides, ondinas, salamandras y gnomos; los místicos cristianos, como de Mirville, les dan nombres hebreos, clasificándolos entre las varias especies de demonios al mando de Satán. Con el permiso de Dios, por supuesto. (Resurrecciones)
También se rebela contra la decisión de Sto. Tomás, el cual enseña que el alma animal es destruida con el cuerpo. “Es una fuerza –dice– lo que se nos pide que aniquilemos: la fuerza más substancial de la Tierra, llamada alma animal” (Cosmolatrie .Cap. XII. Esprits: 2 m. mcm.). La cual, según el Rvdo. Padre Ventura, es “el alma más respetable después de la del hombre.”. La había llamado justamente una fuerza inmaterial, y ahora él mismo dice “que es la cosa más substancial de la Tierra” (Idem, pág.158.). ¿Pero qué es esta fuerza? Jorge Cuvier y Flourens, el académico, nos dicen su secreto: “La forma o la fuerza de los cuerpos (téngase presente que forma significa alma en este caso)  –escribe el primero– es para ellos más especial que la materia, desde el momento en que ésta (sin ser destruida en su esencia) cambia constantemente, mientras que la forma prevalece eternamente”. A esto observa Flourens: “en todo lo que tiene vida, la forma es más persistente que la materia; porque lo que constituye el SER del cuerpo viviente, es identidad y parecido, es su forma” (Longevidad :págs.49 y 52.). “Ser –como a su vez observa De Mirville– principio magistral, pacto filosófico de nuestra inmortalidad” (Resurrecciones, pág. 621.). Debe inferirse que quiere indicarse bajo este término engañador el alma humana y animal. Yo sospecho que es más bien lo que nosotros llamamos la VIDA UNA.
                                                                                                                                           
Como quiera que sea, la filosofía, así la profana como la religiosa, corrobora esta afirmación, o sea que las dos almas, tanto del hombre como del animal, son idénticas. Leibnitz, el filósofo amado de Bossuet, parece dar crédito a la Resurrección Animal, hasta cierto punto. Siendo para él la muerte “simplemente una ocultación de la personalidad ”, la compara a la conservación de las ideas durante el sueño, o a la mariposa dentro de su crisálida. “Para él –dice De Mirville– la resurrección (Los ocultistas la llaman Transformación durante una serie de vidas, y a la Resurrección final, Nirvánica.) es una ley general de la Naturaleza, llegando a ser un gran milagro cuando es verificada por un taumaturgo, sólo por razón de su carácter prematuro, de las circunstancias que la rodean y de la manera corno aquél la lleva a cabo”. En esto, Leibnitz es un verdadero ocultista, sin sospecharlo.

El desarrollo y florecimiento de una planta en cinco minutos, en lugar de varias semanas, y la germinación forzada y crecimiento de las plantas, animales y hombres, son hechos conservados en los anales de los ocultistas. Son milagros únicamente en apariencia: las fuerzas productoras naturales obran con una intensidad mil veces mayor, por virtud de condiciones excitadas con arreglo a leyes ocultas, conocidas del iniciado. El rápido y anormal crecimiento se efectúa por las fuerzas de la Naturaleza, ya ciegas, ya adscritas a inteligencias menores, sujetas al poder oculto del hombre y dirigidas para que operen colectivamente en el desenvolvimiento de lo que se quiere hacer surgir del seno de sus elementos caóticos.

Pero ¿Por qué llamar al uno un milagro divino, y al otro un subterfugio satánico, o sencillamente una treta fraudulenta? Sin embargo, como verdadero filósofo, Leibnitz se ve obligado, en esta peligrosa cuestión de la resurrección de los muertos, a incluir en ella a todo el reino animal en su gran síntesis. Y a decir: “Creo que las almas de los animales son imperecederas … y considero que nada hay más a propósito para demostrar nuestra naturaleza inmortal” (Leibnitz. Opera Philos, etc.). Apoyando a Leibnitz, Dean, el Vicario de Middleton, publicó en 1748 dos pequeños volúmenes acerca de este asunto. Para resumir sus ideas, dice que “las Santas Escrituras indican en varios párrafos que los animales vivirán en una vida futura. Esta doctrina ha sido sostenida por varios Padres de la Iglesia. Enseñándonos la razón que los animales tienen un alma, nos dice al mismo tiempo que deben existir en algún estado futuro. En ninguna parte se encuentra sostenido el sistema de los que creen que Dios aniquila el alma del animal, y no tiene ningún fundamento sólido en si mismo”, etc. (Véase vol. XXIX de la Bibliothéque des Sciences, primer trimestre del año 1768.). Muchos de los hombres de ciencia del siglo pasado defendieron la hipótesis de Dean, declarándola en extremo probable, especialmente uno de ellos, el sabio teólogo protestante Charles Bonnet, de Ginebra. Ahora bien, este teólogo fue autor de una obra en extremo curiosa llamada por él Palingenesia (De dos palabras griegas: nacer y renacer otra vez.), o el Nuevo Nacimiento, que tiene lugar, como procura demostrar, gracias a un germen invisible que existe en todo hombre. Y lo mismo que Leibnitz, no puede comprender por qué los animales han de excluirse de un sistema que con tal exclusión no sería una unidad, puesto que sistema significa una colección de leyes (Véase Palingenesia, vol. II. También … Resurrections , de Mirville.). “Los animales –escribe– son libros admirables en que el Creador ha reunido los más sorprendentes rasgos de su Soberana inteligencia. El anatómico tiene que estudiarlos con respeto, y aun el menos dotado del sentimiento delicado y razonador que caracteriza al hombre moral, jamás pensará, al hojear estas páginas, que está manejando fragmentos de pizarra o rompiendo guijarros. Jamás olvidará que todo cuanto vive y siente merece su compasión y piedad. Los hombres correrían el riesgo de comprometer sus sentimientos éticos, si se familiarizasen con los sufrimientos y con la sangre de los animales. Es esto una verdad tan evidente, que los gobiernos no deberían nunca perderla de vista. En cuanto a la hipótesis del automatismo, me sentiría inclinado a considerarla como una herejía filosófica, muy peligrosa para la sociedad, si no violase tan fuertemente el buen sentido y los sentimientos, hasta el punto de ser inofensiva, porque nunca será generalmente aceptada.

Por lo que hace al destino del animal, si mi hipótesis es justa, la Providencia le reserva las más grandes compensaciones en estados futuros… (También nosotros creemos en estados futuros para el animal, desde el más elevado, hasta los infusorios    –pero en una serie de renacimientos, cada uno de ellos en una forma más elevada hasta el hombre, y después más alta– En resumen, nosotros creemos en la Evolución , en el más completo sentido de la palabra. Véase Isis sin Velo, vol. I.). Y para mí, su resurrección es la consecuencia de aquella alma o forma que necesariamente nos vemos obligados a concederles, porque siendo el alma una substancia simple, ni puede ser dividida, ni descompuesta, ni tampoco aniquilada. No puede eludirse esta deducción sin caer en el automatismo de Descartes; y entonces, del automatismo animal, forzosamente llegaríamos muy pronto al automatismo del hombre.”

La escuela moderna de biólogos ha llegado a la teoría del hombre autómata; pero sus discípulos pueden ser abandonados a sus propios medios y conclusiones.

Ahora solamente trato de la prueba final y absoluta de que los más filosóficos intérpretes de la Biblia –por desprovistos que hayan podido estar de más clara percepción respecto de otras cuestiones– no han negado jamás, con la autoridad de aquel libro, un alma inmortal a los animales, para lo cual no han encontrado en dicho libro –y por lo que hace al Antiguo Testamento– más fundamento que para afirmar la existencia de un alma semejante en el hombre.

No hay más que leer ciertos versículos de Job y del Eclesiastés (III, 17 y sig., 22) para llegar a esta conclusión. La verdad del caso es que ni una sola palabra referente al estado futuro de unos y otros se encuentra allí. Pero si sólo se encuentra en el Antiguo Testamento una evidencia negativa, en lo que al alma inmortal de los animales se refiere, en el Nuevo se halla tan claramente afirmada como la del hombre mismo. Vamos a dar ahora la prueba definitiva en beneficio de los que se burlan del filozoísmo indo, de los que afirman su derecho a matar animales a su placer y capricho, de los que les niegan un alma inmortal.
Al final del primer capítulo sobre este asunto, se hizo mención de San Pablo, como defensor de la inmortalidad de toda la creación animal. Afortunadamente, no es esta afirmación de aquellas que puedan ser menospreciadas por los cristianos como interpretaciones blasfemas y heréticas de la Santa Escritura, hechas por un grupo de ateos y librepensadores. De desear seria que todas las palabras profundamente sabias del Apóstol Pablo, que ante todo fue un iniciado, fuesen tan claramente comprendidas como los párrafos que se refieren a los animales. Porque entonces, como se hará ver, la indestructibilidad de la materia enseñada por la ciencia materialista, la Ley de la Evolución Eterna, tan agriamente negada por la iglesia, la omnipresencia de la VIDA UNA, o la unidad del ELEMENTO UNO, y su presencia en te da la extensión de la Naturaleza, según las enseñanzas de la Filosofía Esotérica y el sentido secreto de las observaciones de San Pablo a los Romanos (VIII, 18–23), quedaría demostrado, sin dudas ni cavilaciones, que son una misma cosa. Pues a decir verdad,
¿Qué otra cosa podía querer decir aquel gran personaje histórico, tan evidentemente imbuido por la filosofía neoplatónica de Alejandría, con las siguientes frases que transcribo con comentarios hechos a la luz del Ocultismo, para dar una idea más clara de mi tesis?
El Apóstol sienta sus premisas diciendo (Romanos, VIII, 16, 17) que: “El mismo Espíritu (Paramâtmâ) da testimonio con nuestro Espíritu (Âtman) de que nosotros somos hijos de Dios” y “como tales hijos, sus herederos”, herederos, por supuesto, de la eternidad e indestructibilidad de la eterna o divina Esencia en nosotros. Después, nos dice que: “Los sufrimientos de los tiempos presentes no son dignos de compararse con la Gloria que ha de ser revelada” (v. 18).
La Gloria, sostenemos nosotros, no es la Nueva Jerusalén, la simbólica representación del porvenir de las revelaciones kabalísticas de San Juan, sino los períodos Devachánicos y las series de nacimientos en las razas sucesivas, donde, después de cada nueva encarnación, nos hemos de encontrar nosotros mismos más elevados, tanto física como espiritualmente, y cuando por fin, todos nos hayamos convertido verdaderamente en Hijos de Dios al tiempo de la última Resurrección, ya la llamen las gentes Cristiana, ya Nirvánica, ya Parabráhmica, pues todas ellas son una y la misma.
Porque a decir verdad: “La más ardiente expectación de la criatura es aguardar la manifestación de los Hijos de Dios” (v. 19). Por criatura, se quiere dar a entender aquí el animal, como se demostrará más adelante con la autoridad de San Juan Crisóstomo.
Pero,
¿Quiénes son los Hijos de Dios, cuya manifestación anhela la creación entera?
¿Son los “Hijos de Dios” con quienes “Satán vino también” (véase Job I, 6), o los Siete Ángeles de la Revelación?
¿Se refieren a los cristianos únicamente o a los Hijos de Dios sobre toda la Tierra?.

Tal manifestación está prometida al final de cada Manvantara (Lo que en realidad se quiso significar por los “Hijos de Dios ” en la antigüedad, está ahora plenamente demostrado en la DOCTRINA SECRETA, en su primera parte (sobre el Período Arcaico) o periodo del mundo, por las escrituras de todas las grandes religiones; y excepto en la interpretación esotérica de todas ellas, en ninguna parte se encuentra con tanta claridad como en los Vedas. Pues en ellos se dice que al fin de cada Manvantara sobreviene el Pralaya o la destrucción del mundo, de los cuales uno sólo es conocido y esperado por los cristianos, y allí quedarán los Sishtas o restos, siete Rishis y un guerrero, y todas las semillas para la próxima “oleada humana de la siguiente Ronda” (Esta es la versión ortodoxa hindú y la esotérica. En su Bangalore Picture “¿Qué es la Religión Inda?”, Dewan-Bahadoor-Raghunath-Rao de Madrás , dice: “Al final de cada Manvantara tiene lugar la aniquilación del mundo; pero un guerrero, siete Rishis y las semillas, son salvados de la destrucción. A ellos, Dios –o Bramâ– comunica la Ley, estatuto o los Vedas … Tan pronto como comienza el Manvantara , estas leyes son promulgadas y son obligatorias hasta el final de aquel Manvantara .Estas ocho personas son llamadas Shistas o restos, porque sólo ellos quedan después de la destrucción de todos los otros. Sus actos y preceptos son, por lo tanto, conocidos como Shistacas .También se les designa con el nombre de Sadâchâra, porque tales actos y preceptos son únicamente lo que siempre ha existido ”. Esta es la versión ortodoxa. La secreta habla de siete Iniciados que, habiendo obtenido la condición de Dhyân Chohans hacia el final de la Séptima Raza en esta Tierra, se quedan en ella durante su obscuración con el germen de todos los animales, plantas v minerales que no hayan tenido tiempo de evolucionar, hasta convertirse en hombre, para conseguirlo en la próxima Ronda o período del inundo. Véase A.P. Sinnet, Buddhismo Esotérico, Cap. VII, anotaciones, págs.150,152.).

Pero la cuestión que por el momento nos interesa no es determinar qué teoría es más correcta, si la hindú o la cristiana, sino demostrar que los brahmanes, al enseñar que las semillas de todas las criaturas son conservadas, a pesar de la destrucción total, periódica y temporal de todas las cosas visibles, juntamente con los Hijos de Dios o los Rishis que deben manifestarse a la humanidad futura, no dicen ni más ni menos de lo que San Pablo predicaba.

Tanto éste como aquellos comprenden toda la vida animal en la esperanza de un nuevo nacimiento y en la renovación en un estado más perfecto, cuando todas las criaturas que ahora esperan gocen de la manifestación de los Hijos de Dios. Porque como San Pablo dice: “La misma (ipsa) criatura también debe ser libertada de la servidumbre de la corrupción”, lo que equivale a decir que el germen del alma animal indestructible, que no logra el Devachán mientras permanece en su estado elementario o animal, ingresará en una forma superior y seguirá adelante, juntamente con el hombre, debiendo progresar en estados y formas cada vez más elevados hasta el fin, “en la gloriosa libertad de los Hijos de Dios” (v. 21). Y esta gloriosa libertad únicamente puede ser alcanzada por medio de la evolución o progreso kármico de todas las criaturas. El animal mudo que ha evolucionado de la planta semi–sensible, se transforma por grados en hombre, Espíritu, Dios, y sucesivamente ad infinitum–. Pues dice San Pablo: “Nosotros sabemos (“nosotros'” los Iniciados), que toda la creación (omnis creatura o criatura en la Vulgata), gime y sufre los dolores del parto hasta ahora” (… ingemiseil et parturit usque adhuc en la traducción original latina.) (v. 22).

Esto es decir claramente que el hombre y el animal sufren igualmente en la Tierra, en sus esfuerzos de evolución hacia la meta conforme a la ley kármica. Hasta ahora, significa hasta la Quinta Raza. Para declararlo mejor, el gran Iniciado cristiano, se explica diciendo: “No sólo ellos (los animales), sino también nosotros que gozamos de los primeros frutos del Espíritu, gemimos en nuestro íntimo ser, mientras esperamos la adopción, esto es: redimirnos de nuestro cuerpo.” (ver. 23).

Sí; nosotros los hombres, gozamos ya de los “primeros frutos del Espíritu”, o sea de la luz directa, de Parabrahman, que es nuestro Âtma o séptimo principio, lo cual debemos a la perfección de nuestro quinto principio (Manas), el cual está mucho menos desarrollado en los animales. Como compensación, sin embargo, su karma es mucho menos pesado que el nuestro. Pero ésta no es una razón para que no hayan de alcanzar también en su día aquella perfección que da al hombre plenamente desenvuelto la forma de un Dhyân Chohan.

Nada puede ser más claro, aun para un critico profano, no iniciado, que estas palabras del gran Apóstol, ya las interpretemos a la luz de la Filosofía Esotérica, ya a la del escolasticismo de la Edad Media.

No sólo al hombre, sino a todas las criaturas vivientes cabe la esperanza de la redención, por la supervivencia de la Entidad Espiritual, libertada de la servidumbre de la corrupción o de la serie de las formas temporales dentro de la materia. Mas no hay que esperar que el compañero de los animales, proverbialmente injusto aun para con sus semejantes, consienta fácilmente en compartir sus aspiraciones con su ganado y sus aves domésticas.

El famoso comentador de la Biblia, Cornelio Lápide, fue el primero que hizo la advertencia y acusó a sus predecesores por la consciente y deliberada intención de hacer todo cuando podían para evitar la aplicación de la palabra creatura a las criaturas inferiores de este mundo. Sabemos por él que San Gregorio Nacianceno, Orígenes y San Cirilo (el cual, probablemente se negó a ver una criatura humana en Hypatia y se condujo con ella como si hubiese sido un animal salvaje) insistieron en que la palabra creatura de los versículos antes citados, fue aplicada por el Apóstol simplemente a los Ángeles. Pero, como observa Cornello, el cual apela a Santo Tomás en corroboración de su tesis, “ésta opinión es torcida y violenta en demasía (distorta et violenta); está además anulada por el hecho de que los Ángeles, como tales, están libres de los lazos de la corrupción¡No es tampoco más feliz la indicación de San Agustín, que presenta la extraña hipótesis de que las criaturas a que se refiere San Pablo, eran los infieles y herejes de todos los tiempos! Cornelio contradice al venerable padre de la iglesia con la misma frialdad con que se puso frente a los otros santos predecesores suyos. “Pues,  –dice– en el texto citado, las criaturas de que habla el Apóstol, son evidentemente criaturas distintas del hombre, no sólo ellas, sino también nosotros mismos; y, además, lo que quiere significarse no es la liberación del pecado, sino de la muerte futura” (Cornelio, edic. Pelagand. I. IX, pág. 114). Pero hasta el valiente Cornelio se acobarda al fin ante la general oposición, y decide que por la palabra criaturas, San Pablo pudo haber significado, conforme San Ambrosio, San Hilario y otros han pretendido, los elementos (!!), o sea, el Sol, la Luna, las Estrellas, la Tierra, etc.

Desgraciadamente para los santos especuladores y escolásticos, y afortunadamente para los animales, si es que estos han de sacar alguna vez provecho de las polémicas, se encuentran aquellos dominados por una autoridad todavía mayor. Es ésta San Juan Crisóstomo, mencionado ya, a quien la Iglesia Católica Romana, según el testimonio del obispo Proclo, un tiempo secretario suyo, tiene en la mayor veneración. De hecho fue San Juan Crisóstomo, –si se nos permite aplicar a un Santo el término profano de nuestros días– el médium del Apóstol de los Gentiles. En sus Comentarios de las Epístolas de San Pablo, se considera a San Juan como directamente inspirado por el mismo Apóstol; en otras palabras, como habiendo escrito sus comentarios bajo el dictado de San Pablo. He aquí lo que leemos en estos comentarios acerca del capitulo III de la Epístola a los Romanos: “Debemos gemir siempre por la dilación impuesta a nuestra emigración (muerte); porque si, como dice el Apóstol, la criatura privada de razón (mente, no ánima, “Alma ”) y de palabra (nam si haec creatura mente et verbo carens), gime y espera, ¡cuánta mayor será la vergüenza de que dejemos nosotros de hacer lo mismo!”(Homilía XIV, sobre la Epístola a los Romanos.).

Desgraciadamente dejamos de hacerlo, y nos apartamos con gloria del deseo de emigrar a países desconocidos. Si las gentes estudiasen las Escrituras de todas las naciones e interpretasen su significación a la luz de la Filosofía Esotérica, nadie dejaría de sentirse, si no ansioso de morir, por lo menos indiferente a la muerte. Entonces emplearíamos con provecho el tiempo que pasamos en esta Tierra, preparándonos tranquilamente en cada nacimiento, por la acumulación de buen Karma, para el próximo.

Pero el hombre es un sofista por naturaleza. Y hasta después de leer esta opinión de San Juan Crisóstomo (opinión que resuelve para siempre la cuestión del alma inmortal de los animales, o por lo menos así debería hacerlo para todo cristiano), tenemos el temor de que la lección no sea de provecho alguno para los pobres animales. En verdad, el casuista sutil, condenado por su propia boca, puede decirnos que, sea cual fuese la naturaleza del alma de los animales, todavía se les hace un favor, y se cumple una acción meritoria matando a la pobre criatura, pues se pone término a sus gemidos por la tardanza impuesta a su emigración a la Gloria Eterna.

No es la escritora de estas líneas tan inocente que vaya a creer que todo un Museo Británico, lleno de obras contra la alimentación carnívora, produciría el efecto de detener a las naciones civilizadas en la construcción de mataderos, o les haría renunciar a sus bistecs y pavos de Navidad.

Pero si estas humildes líneas pueden hacer comprender a unos cuantos lectores el verdadero valor de las nobles palabras de San Pablo, y con ello dirigir seriamente sus pensamientos hacia todos los horrores de la vivisección, entonces la escritora se daría por contenta. Porque, ciertamente, cuando el mundo se sienta convencido –y no podrá evitarse que llegue algún día a tal convicción– de que los animales son criaturas tan eternas como nosotros mismos, la vivisección y otras torturas permanentes, diariamente infligidas a los pobres animales, obligarán a todos los gobiernos, después de dar lugar por parte de la sociedad en general, a una explosión de condenas y amenazas, a poner fin a estas prácticas bárbaras y vergonzosas.




(Blavatsky)

viernes, 24 de octubre de 2014

¿TIENEN ALMA LOS ANIMALES? (2ra. Parte)

¿TIENEN ALMA LOS ANIMALES?

(2ra. Parte)

“Continuamente empapada de sangre
 toda la Tierra, es sólo un inmenso altar
 sobre el cual todo cuanto vive
tiene que ser inmolado sin cesar”.
Compte Joseph de Maistre. (Soirées, I, II, 35)

II

“¡Qué quimera es el hombre!
¡Qué confuso caos, qué materia de contradicción!
¡Juez declarado de todas las cosas y sin embargo un débil gusano de la tierra!
¡El principal depositario y guardián de la Verdad y
 sin embargo un mero conjunto de incertidumbres!
¡La gloria y el escándalo del Universo!”.
Pascal.

Veamos ahora cuáles son las opiniones de la iglesia Cristiana respecto a la naturaleza del alma del animal; cómo reconcilia la discrepancia entre la resurrección de un animal y la suposición de que el alma muere con él, y a este propósito daremos noticia de algunos milagros relacionados con animales. Antes de dar el golpe final y decisivo a la doctrina egoísta, que llega al último extremo con las crueles y despiadadas prácticas usadas con los pobres animales, debe enterarse el lector de las primeras dudas de los mismos Padres de la iglesia, por lo que se refiere a la debida interpretación de las palabras de San Pablo, relativas a esta cuestión.

Es divertido observar cómo el Karma de los dos defensores más infatigables de la iglesia Latina, Mrs. Des Mousseaux y De Mirville, en cuyas obras se encuentran los pocos milagros aquí citados, les ha conducido a proporcionar las armas empleadas en la actualidad en contra de sus propias opiniones, muy sinceras, pero también muy erróneas.(Es justo declarar aquí que De Mirville es el primero en reconocer el error de la Iglesia en este particular, y defender la vida animal, hasta el punto en que se atreve a hacerlo.). Como el gran combate del porvenir debe librarse entre los creacionistas de una parte, o sea los cristianos y todos los que sostengan una creación especial y un dios personal, y los evolucionistas de otra, o sea, los brahmanistas, budistas, librepensadores, y, por fin, los más de los hombres de ciencia, será conveniente hacer una recapitulación de sus posiciones respectivas.

1.      El mundo cristiano supone tener derecho sobre la vida animal, fundándose:
(a) en los textos bíblicos anteriormente citados, y en las últimas interpretaciones escolásticas;
(b) en la ausencia de todo lo que se parezca a un alma divina o humana en los animales. El hombre sobrevive a la muerte, el bruto, no.

2.      Los evolucionistas orientales, fundando sus deducciones en sus grandes sistemas filosóficos, sostienen que es un atentado contra la obra de la Naturaleza y el progreso el matar a cualquier ser viviente, por las razones indicadas en las páginas precedentes.

3.      Los evolucionistas occidentales, armados de los últimos descubrimientos científicos, no oyen ni a cristianos ni a paganos. Algunos hombres de ciencia creen en la evolución, otros no. Unos y otros convienen, sin embargo, en un punto, a saber: que las investigaciones físicas y exactas no dan motivo alguno para presumir que el hombre esté dotado de un Alma inmortal y divina más que un perro.

Así es que, mientras los evolucionistas asiáticos se conducen respecto de los animales de una manera consecuente con sus opiniones científicas y religiosas, ni la iglesia ni la escuela científica materialista son lógicas en la aplicación práctica de sus teorías respectivas.
La primera, enseñando que cada una de las cosas vivientes es creada sola y especialmente por Dios, como puede serlo cualquier niño, y que se encuentra desde el nacimiento hasta la muerte bajo el ojo vigilante de una sabia y bondadosa Providencia, concede a la creación inferior solamente un alma temporal.
La segunda, considerando tanto al hombre como al animal como producción inanimada de algunas, hasta ahora no descubiertas, fuerzas de la Naturaleza, establece, sin embargo, un abismo entre ambos.

Un hombre de ciencia, el más determinado materialista, aquel que con la mayor sangre fría procede a ejecutar la vivisección de un animal, se estremecerá ante el pensamiento de mutilar, y no digamos nada de atormentar hasta la muerte, a un semejante suyo. Y tampoco se encuentra entre estos grandes materialistas ninguno que, mostrándose consecuente y lógico consigo mismo, se haya dedicado a definir el verdadero estado moral del animal en esta tierra, y los derechos del hombre sobre él.

Citaremos algunos ejemplos para probar los cargos hechos. Dirigiéndonos a inteligencias serias y cultas, debe suponerse que las opiniones de las distintas autoridades aquí aludidas, no son extrañas al lector. Bastará, por lo tanto, hacer breve resumen de algunas de las conclusiones a que han llegado, empezando por los eclesiásticos.

Como ya se ha dicho, la Iglesia exige que se crea en los milagros hechos por sus grandes santos. Entre los distintos prodigios verificados escogeremos ahora solamente los que de un modo directo se relacionan con nuestro asunto, a saber: las milagrosas resurrecciones de animales. Ahora bien; el que concede al hombre un Alma inmortal independiente del cuerpo que anima, puede fácilmente creer que por medio de algún milagro divino, puede el alma ser vuelta a llamar y obligada a entrar de nuevo en el tabernáculo que aparentemente abandonara para siempre.
Pero ¿Cómo podrá aceptar la misma posibilidad en el caso de un animal, desde el momento en que su fe le enseña que el animal no tiene alma ninguna independiente, desde el momento en que le dice que es aniquilada con el cuerpo? Porque durante algunos centenares de años, desde Tomás de Aquino, la iglesia ha enseñado autoritariamente que el alma del bruto muere con su organismo
¿Qué es, pues, lo que es atraído de nuevo a la arcilla para reanimarla? En este punto entra el escolasticismo, y tomando en sus manos la dificultad, reconcilia lo irreconciliable.

Comienza sentando como premisa, que los milagros de la resurrección de animales son innumerables, y también probados y auténticos como “la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo” (De Beatificatione, etc., por el Papa Benedicto XIV.). Los bolandistas citan un sinnúmero de ejemplos.

Y el Padre Burigny, un hagiógrafo del siglo XVII, observa placenteramente, con referencia a las avutardas resucitadas por St. Remi: “Se me puede decir, sin duda alguna, que soy un ganso por dar crédito a tales 'cuentos azules'. Contestaré al que se burle diciendo que, si niega este punto, debe también borrar de la vida de San Isidoro de España la afirmación de que resucitó al caballo de su amo; de la biografía de San Nicolás de Tolentino, que devolvió la vida a una perdiz, en lugar de comérsela; de la de San Francisco, que arrebató a los carbones ardientes de un horno, por los cuales se hallaba rodeado, el cuerpo de un cordero, que resucitó inmediatamente; y que hizo también nadar en su salsa a peces cocidos, a los cuales resucitó, etc., etc. Sobre todo, el escéptico tendrá que recusar a más de 100.000 testigos de vista –entre los cuales, por lo menos, hay que considerar a unos pocos con sentido común– por ser unos embusteros o por haber sido engañados”.

Una autoridad mucho mayor que la del Padre Burigny, a saber, el Papa Benedicto XIV, corrobora y afirma la evidencia anterior. Además, los nombres de los testigos presenciales de las resurrecciones de San Silvestre, San Francisco de Paula, Severino de Cracovia y de otros muchos, están todos mencionados por los bolandistas. “El (Benedicto XIV) añade únicamente –dice el Cardenal de Ventura que le cita– que como quiera que sea, para que la resurrección merezca el nombre de tal, requiere la idéntica y numérica reproducción de la forma” (En la filosofía escolástica, la palabra norma se aplica al principio inmaterial que informa o anima al cuerpo.), tanto como la del material de la criatura muerta y que como aquella forma (o alma) del bruto es siempre aniquilada con su cuerpo, según la doctrina de Sto. Tomás, Dios, en cada uno de semejantes casos, se ve obligado a crear, con motivo del milagro, una nueva forma para el animal resucitado. De lo que se deduce que el bruto resucitado no era completamente idéntico a lo que había sido antes de su muerte (nonidem omnino esse) (De Beatificatione ,etc.,I,IV,cap.XI,art.6.).

Ahora bien: esto presenta un aspecto tan terrible como una de las Mayas de la Magia. Como quiera que sea, aunque la dificultad no se explica en absoluto, se saca en claro lo siguiente: el principio que ha animado al animal durante su vida, y que es llamado alma, se ha disipado después de la muerte del cuerpo; y Dios entonces, con ocasión de un milagro, crea otra alma, una especie de alma informal, como el Papa y el Cardenal nos dicen: un alma que, además es distinta de la del hombre, la cual es una entidad independiente, etérea y eterna.

Además de la objeción natural que surge contra el nombre de milagro aplicado a semejante procedimiento puesto en práctica por un santo (pues es simplemente Dios quien detrás de aquél crea, para su glorificación, un alma enteramente nueva, lo mismo que hace con un nuevo cuerpo) la totalidad de la doctrina tomística es completamente refutable. Porque, como Descartes observa con mucha razón: “Si el alma del animal es tan distinta (por su inmaterialidad) de su cuerpo, será apenas posible dejar de reconocerla como un principio espiritual, y por tanto, un principio inteligente”.

No es necesario recordar al lector que Descartes consideraba al animal viviente sólo como un autómata. “Un reloj bien construido, con su cuerda”, según Malebranche. Por lo tanto, el que acepte la teoría cartesiana cerca del animal tiene que admitir al mismo tiempo las opiniones de los materialistas modernos. Porque, desde el momento en que un autómata es capaz de sentimientos tales como el amor, la gratitud, etc., y está dotado sin ningún género de duda de memoria, todos estos atributos deben ser –como el materialismo enseña– propiedades de la materia.
Pero si el animal es un autómata, ¿Por qué no lo es el hombre? Las ciencias exactas, la anatomía, la fisiología, etc., etc., no encuentran la menor diferencia entre los cuerpos de ambos y ¿Quién sabe –pregunta Salomón con justicia– si el Espíritu del hombre ha ido hacia arriba algo más de lo que ha ido el del animal? Así pues, encontramos al metafísico Descartes tan inconsecuente como cualquiera.

Pero, ¿Qué dice Sto. Tomás a todo esto? Concediendo un alma (ánima) al bruto, y declarándola inmaterial, le niega al mismo tiempo la calificación de espiritual. Porque, dice: “En tal caso implicaría inteligencia, una virtud y una operación especial que está reservada únicamente para el Alma humana”. Mas, como en el IV Concilio de Letrán se decidió que Dios ha creado dos substancias distintas, la corpórea (mundanam) y la espiritual (spiritualem) y que lo que es incorpóreo debe ser necesariamente espiritual, Sto. Tomás tuvo que recurrir a una especie de arreglo que únicamente puede librarse de ser llamado subterfugio por ser un santo el que lo emplea. Y así dice: “Esta alma del bruto no es ni Espíritu, ni cuerpo: es de una naturaleza media” (Citado por el Cardenal de Ventura en su Philosophie Crétienne, vol. II, pág.~86.Véase también De Mirville, Resurrections Animales.). Es ésta una aserción muy desdichada, puesto que, en otra parte, Sto. Tomás, dice: “que todas las almas, hasta las de las plantas, tienen la forma substancial de sus cuerpos”. Y si esto es cierto, en cuanto a las plantas, ¿Por qué no lo es en lo referente a los animales? No están constituidos ciertamente ni por “Espíritu”, ni por pura materia, sino por aquella esencia a la cual llama Sto. Tomás “una naturaleza media”.
Pero, ¿Por qué una vez en el camino recto se niega la supervivencia, aun prescindiendo de la inmortalidad? La contradicción es tan flagrante que De Mirville, desesperado, exclamaba: “¡Aquí nos encontramos en presencia de tres substancias en lugar de dos, según decretó el Concilio Lateratiense!”, y procede en seguida a contradecir, en todo lo que se atreve, al Angélico Doctor.

El gran Bossuet, en su Traité de la Connaissance de Dieu et de soi même, analiza el sistema de Descartes y lo compara con el de Sto. Tomás. Nadie puede criticarle por preferir a Descartes en materia de lógica. El encuentra que la “invención cartesiana de un autómata salva mejor la dificultad que la de Sto. Tomás”, aceptada por completo por la Iglesia Católica; por lo cual, el Padre Ventura se siente indignado contra Bossuet por “aceptar un error tan miserable y pueril”. Y aunque concediendo a los animales un alma con todas sus cualidades de afección y sentido, fiel a su maestro Sto. Tomás, les niega también inteligencia y poderes de raciocinio.“Bossuet dice es culpable en el más alto grado, desde el momento en que él mismo dijo: Yo preveo que se está preparando una gran guerra contra la iglesia bajo el nombre de Filosofía Cartesiana”. Tiene razón en esto el Padre Ventura, porque de la materia sensible del cerebro del animal procede, de un modo completamente natural la materia pensante de Locke, y de ésta última todas las escuelas materialistas de nuestro siglo.
Pero en lo que él fracasa es en sostener la doctrina de Sto. Tomás, la cual se encuentra llena de errores y de contradicciones evidentes. Porque si el alma del animal es, como enseña la iglesia Romana, un principio informal e inmaterial, entonces es evidente que, siendo independiente del organismo físico, no puede morir con el animal, ni más ni menos de lo que sucede al hombre. Si convenimos en que subsiste y sobrevive, ¿En qué aspecto difiere del Alma humana? Pero también es eterna, si admitimos la autoridad de Sto. Tomás en algún asunto, aunque en otro lugar se contradiga.
“El Alma del hombre es inmortal, y el alma del animal perece.” (Summa, vol. V, pág. 164). Dice esto después de haber preguntado en el vol. II de la misma obra (pág. 256): “¿Existen algunos seres que vuelvan a la nada?”, y de haberse contestado a sí mismo: “No; porque en el Eclesiastés se dice (III, 14): “Todo lo que Dios ha hecho, existirá por siempre”. “En Dios no existe variabilidad ninguna” (Santiago, I, 17). Por lo tanto –continúa Sto. Tomás– ni en el orden natural de las cosas, ni por medio de milagros, existe criatura alguna que vuelva a la nada (que sea aniquilada): nada existe en la criatura que sea aniquilado, porque lo que manifiesta con el mayor resplandor la bondad divina es la perpetua conservación de las criaturas” (Sto. Tomás. Summa .Edición Drioux, en 8 vol.). Esta sentencia está comentada y confirmada en la anotación, por el Abate Drioux, su traductor. “No, –observa– nada es aniquilado; este es un principio que se ha convertido para la ciencia moderna en una especie de axioma”.

Y si es así, ¿Por qué ha de haber una excepción a esta regla invariable de la Naturaleza, reconocida por la ciencia y la teología, sólo para el alma de los animales? Y esto aun en el caso de que no tenga ninguna inteligencia, suposición que todo pensador imparcial evitará siempre hacer de buenas a primeras.

Veamos ahora, pasando de la filosofía escolástica a las ciencias naturales, cuáles son las objeciones del naturalista a que el animal posea un alma inteligente y, por lo tanto, independiente del mismo. “Cualquier cosa que piense, que comprenda, que obre, es algo celestial y divino; y teniendo esto en cuenta, debe necesariamente deducirse que es eterno”. Esto escribió Cicerón hace cerca de dos mil años. Nosotros debemos comprender bien a Mr. Huxley cuando contradice la conclusión de que Santo Tomás de Aquino, el rey de los metafísicos, creyó firmemente en los milagros de resurrección verificados por San Patricio (San Patricio, como se ha pretendido, convirtió al Cristianismo a la más diabólica región del globo, a Irlanda, ignorante en todo menos en Magia, haciéndola la Isla de los Santos, resucitando “a setenta hombres muertos años antes ” .Suscitavit sexaginta mortuos (Lectio I. II. del Breviario Romano,1520).En el manuscrito en que nos ocupamos está la famosa confesión de aquel santo que se conserva en la Catedral de Salisbury (Descript.Hibern., I. II. C. I.). Escribe San Patricio en una carta autógrafa:“A mí, el último de los hombres y el más grande de los pecadores, ha concedido Dios, sin embargo, contra las prácticas mágicas de este bárbaro pueblo, el don de milagros, tal como no le fue dado al más grande de nuestros Apóstoles, desde el momento en que El (Dios) a permitido que entre otras cosas, como la resurrección de animales y seres que se arrastran, resucitase yo cuerpos muertos reducidos a cenizas hacia muchos años ” . A decir verdad, ante semejante prodigio, la resurrección de Lázaro parece un incidente muy insignificante.). En realidad, cuando pretensiones tan tremendas como las que los dichos milagros suponen, son dadas a luz e impuestas por la Iglesia a la creencia de los fieles, los teólogos debe-rían por lo menos tener más cuidado de que sus autoridades más elevadas no estuvieran en contradicción unas con otras, demostrando así ignorancia acerca de cuestiones que, sin embargo, han sido convertidas en doctrinas.

El animal, pues, se encuentra limitado en su progreso e inmortalidad, porque es un autómata. Según Descartes, no tiene inteligencia ninguna, en lo que estaba de acuerdo con el escolasticismo de la Edad Media: no tiene más que instintos, que significan impulsos involuntarios, según afirman los materialistas y niega la iglesia.

Federico y Jorge Cuvier han discutido ampliamente, como quiera que sea, acerca de la inteligencia y del instinto de los animales ( Más recientemente, el doctor Romanis y el doctor Butler han arrojado gran luz sobre el asunto.) . Sus ideas sobre el asunto han sido reunidas y publicadas por F. Conveur, el sabio Secretario de la Academia de Ciencias. He aquí lo que Federico Cuvier, Director durante treinta años del Departamento Zoológico y del Museo de Historia Natural en el Jardín des Plantes de París, escribe acerca de la cuestión: “Descartes estaba equivocado": el error general consiste en que nunca se ha hecho la suficiente distinción entre la inteligencia y el instinto. El mismo Buffon cayó en esta omisión, y debido a ello, todo es contradictorio e n su filosofía zoológica. Reconociendo en el animal una sensibilidad superior a la nuestra, así como la conciencia de su existencia real, le niega al mismo tiempo entendimiento, reflexión y memoria, y por consiguiente, toda posibilidad de tener pensamientos.” (Buffon. Discurso acerca de la naturaleza de los Animales, VII).

Pero como era difícil detenerse aquí, admitió que el animal posee una especie de memoria activa, extensiva y más fiel que nuestra memoria humana. (Id., id., pág. 77). También, después de haberle negado todo grado de inteligencia, admite sin embargo que el animal consulta a sus amos, interrogándoles, y comprendiendo perfectamente las señales de su voluntad. (Id. id., vol. X, Historia del Perro, pág.2). Difícilmente podrá esperarse de un gran hombre de ciencia una serie más magnífica de afirmaciones contradictorias. El ilustre Cuvier tiene razón, por lo tanto, al observar a su vez que “este nuevo mecanismo de Buffon es menos inteligible todavía que el autómata de Descartes”  (Cuvier. Biographie Universelle. (Art. sobre la vida de Buffon)).

Según observa el crítico, la línea de demarcación debe trazarse entre el instinto y la inteligencia. La construcción de colmenas por las abejas y la construcción de diques por los castores, en el terreno seco las primeras, y en la corriente de las aguas los segundos, son actos y efectos del instinto, por siempre inmutables y jamás modificados; mientras que los actos de la inteligencia deben buscarse en acciones evidentemente pensadas por el animal, en las que entra en juego, no el instinto, sino la razón, evocada por la educación y por el proceso de desarrollo que la hace susceptible de perfección y desenvolvimiento. El hombre está dotado de razón, el niño, de instinto, y el animal joven da más señales que el niño de poseer ambas cosas.

A decir verdad, todos los que discuten este problema saben tan bien como nosotros que así es. Si los materialistas se niegan a confesarlo, es por orgullo. Negando el alma, tanto al hombre como al animal, no quieren admitir que este último se halle dotado de inteligencia como ellos mismos, aunque en un grado infinitamente menor. A su vez, el clérigo, el naturalista que siente inclinaciones religiosas y el moderno metafísico, se resisten a confesar que así el hombre como el animal estén dotados de alma y de facultades que, aunque no sean iguales en desarrollo y en perfección, sean por lo menos lo mismo en nombre y en esencia. Todos ellos saben, o deben saber, que el instinto y la inteligencia son dos facultades del todo opuestas en su naturaleza, dos enemigos siempre enfrente uno de otro y en conflicto constante. Y si no quieren admitir dos almas o principios, tienen que reconocer, de todos modos, la presencia en el alma de dos potencias, cada una de las cuales tiene un lugar diferente en el cerebro –y por cierto bien conocido por ellos–desde el momento en que pueden aislarlas alternativamente, y destruirlas temporalmente, según el órgano o porción de órganos que atormenten en sus terribles vivisecciones. Es más que humano orgullo lo que hizo decir a Pope: “Pregunta con qué objeto los cuerpos celestes brillan y para quién sirve la Tierra. El orgullo contesta: ¡Es para mí! Para mí la Naturaleza bondadosa despierta su ingénito poder, hace brotar todas las hierbas y despliega todas las flores. Para mí producen las minas tesoros a millares. Para mí de mil fuentes brota la salud. Muévense los mares para transportarme, y los soles brillan para darme luz. La Tierra es mi trono; mi dosel los cielos!”.
El mismo orgullo inconsciente hizo pronunciar a Buffon sus paradójicas observaciones referentes a la diferencia entre el hombre y el animal. “La diferencia consiste en la ausencia de reflexión, porque el animal –dice– no siente lo que siente el hombre” ¿Cómo lo sabe Buffon? “El no piensa lo que piensa”, añade, después de haber dicho al auditorio que el animal recuerda y con frecuencia delibera, compara y escoge”  (Discurso sobre la Naturaleza de los Animales.).
¿Quién ha pretendido jamás que una vaca o un perro pudiesen ser ideólogos? Pero el animal puede pensar, y saber que piensa; y tanto más vivamente, cuanto que no puede hablar y expresar sus pensamientos. Pero ¿Cómo pueden saberlo Buffon ni otro cualquiera? Sea de esto lo que fuere, una cosa está demostrada sin embargo por las observaciones exactas de los naturalistas; y es que el animal se halla dotado de inteligencia. Establecido esto, no tenemos más que repetir la definición que de la inteligencia da Tomás de Aquino: “la prerrogativa del Alma inmortal del hombre”, y ver si lo mismo corresponde al animal.

Pero podemos demostrar a la verdadera filosofía cristiana que el cristianismo primitivo no predicó jamás tan atroces doctrinas, las cuales fueron causa de que se apartaran tantos hombres de los mejores Y de más elevada inteligencia, de las enseñanzas de Cristo y de sus discípulos.



(Blavatsky)