¿TIENEN ALMA LOS ANIMALES?
(2ra. Parte)
“Continuamente
empapada de sangre
toda la Tierra, es sólo un inmenso altar
sobre el cual todo cuanto vive
tiene que ser inmolado
sin cesar”.
Compte Joseph de Maistre. (Soirées,
I, II, 35)
II
“¡Qué quimera es
el hombre!
¡Qué confuso caos,
qué materia de contradicción!
¡Juez declarado de
todas las cosas y sin embargo un débil gusano de la tierra!
¡El principal
depositario y guardián de la Verdad y
sin embargo un mero conjunto de incertidumbres!
¡La gloria y el
escándalo del Universo!”.
Pascal.
Veamos
ahora cuáles son las opiniones de la iglesia Cristiana respecto a la naturaleza
del alma del animal; cómo reconcilia la discrepancia entre la resurrección de
un animal y la suposición de que el alma muere con él, y a este propósito
daremos noticia de algunos milagros relacionados con animales. Antes de dar el
golpe final y decisivo a la doctrina egoísta, que llega al último extremo con
las crueles y despiadadas prácticas usadas con los pobres animales, debe
enterarse el lector de las primeras dudas de los mismos Padres de la iglesia,
por lo que se refiere a la debida interpretación de las palabras de San Pablo,
relativas a esta cuestión.
Es divertido observar cómo el Karma de los
dos defensores más infatigables de la iglesia Latina, Mrs. Des Mousseaux y De
Mirville, en cuyas obras se encuentran los pocos milagros aquí citados, les ha
conducido a proporcionar las armas empleadas en la actualidad en contra de sus
propias opiniones, muy sinceras, pero también muy erróneas.(Es justo declarar aquí que De Mirville es el primero en
reconocer el error de la Iglesia en este particular, y defender la vida animal,
hasta el punto en que se atreve a hacerlo.). Como
el gran combate del porvenir debe librarse entre los creacionistas de una parte, o sea los cristianos y todos los que sostengan una
creación especial y un dios personal, y los evolucionistas de otra, o sea, los brahmanistas, budistas,
librepensadores, y, por fin, los más de los hombres de ciencia, será
conveniente hacer una recapitulación de sus posiciones respectivas.
1. El
mundo cristiano supone tener derecho sobre la vida animal, fundándose:
(a) en los textos bíblicos anteriormente
citados, y en las últimas interpretaciones escolásticas;
(b) en la ausencia de todo lo que se parezca a
un alma divina o humana en los animales. El hombre sobrevive a la muerte, el
bruto, no.
2.
Los evolucionistas orientales, fundando sus
deducciones en sus grandes sistemas filosóficos, sostienen que es un atentado
contra la obra de la Naturaleza y el progreso el matar a cualquier ser viviente,
por las razones indicadas en las páginas precedentes.
3.
Los evolucionistas occidentales, armados de los
últimos descubrimientos científicos, no oyen ni a cristianos ni a paganos. Algunos
hombres de ciencia creen en la evolución, otros no. Unos y otros convienen, sin
embargo, en un punto, a saber: que las
investigaciones físicas y exactas no dan motivo alguno para presumir que el
hombre esté dotado de un Alma inmortal y divina más que un perro.
Así es que, mientras los evolucionistas
asiáticos se conducen respecto de los animales de una manera consecuente con
sus opiniones científicas y religiosas, ni la iglesia ni la escuela científica
materialista son lógicas en la aplicación práctica de sus teorías respectivas.
La
primera, enseñando que cada una de las cosas vivientes es creada
sola y especialmente por Dios, como puede serlo cualquier niño, y que se
encuentra desde el nacimiento hasta la muerte bajo el ojo vigilante de una
sabia y bondadosa Providencia, concede a la creación inferior solamente un alma
temporal.
La
segunda, considerando tanto al hombre como al animal como
producción inanimada de algunas, hasta ahora no descubiertas, fuerzas de la
Naturaleza, establece, sin embargo, un abismo entre ambos.
Un hombre de ciencia, el más determinado
materialista, aquel que con la mayor sangre fría procede a ejecutar la
vivisección de un animal, se estremecerá ante el pensamiento de mutilar, y no
digamos nada de atormentar hasta la muerte, a un semejante suyo. Y tampoco se encuentra entre estos grandes
materialistas ninguno que, mostrándose consecuente y lógico consigo mismo, se
haya dedicado a definir el verdadero estado moral del animal en esta tierra, y
los derechos del hombre sobre él.
Citaremos algunos ejemplos para probar los
cargos hechos. Dirigiéndonos a inteligencias serias y cultas, debe suponerse
que las opiniones de las distintas autoridades aquí aludidas, no son extrañas
al lector. Bastará, por lo tanto, hacer breve resumen de algunas de las conclusiones
a que han llegado, empezando por los eclesiásticos.
Como ya se ha dicho, la Iglesia exige que se
crea en los milagros hechos por sus grandes santos. Entre los distintos prodigios verificados escogeremos ahora solamente
los que de un modo directo se relacionan con nuestro asunto, a saber: las milagrosas resurrecciones de animales. Ahora bien; el que concede al hombre
un Alma inmortal independiente del cuerpo que anima, puede fácilmente creer que
por medio de algún milagro divino, puede el alma ser vuelta a llamar y obligada
a entrar de nuevo en el tabernáculo que aparentemente abandonara para siempre.
Pero ¿Cómo podrá aceptar la misma posibilidad en el caso de un
animal, desde el momento en que su fe le enseña que el animal no tiene alma
ninguna independiente, desde el momento en que le dice que es aniquilada con el
cuerpo? Porque durante algunos centenares de años, desde Tomás de Aquino, la
iglesia ha enseñado autoritariamente que el alma del bruto muere con su
organismo
¿Qué es, pues, lo que es atraído de nuevo a la arcilla para
reanimarla? En este
punto entra el escolasticismo, y tomando en sus manos la dificultad, reconcilia
lo irreconciliable.
Comienza sentando como premisa, que los milagros de la resurrección de
animales son innumerables, y también probados y auténticos como “la
resurrección de Nuestro Señor Jesucristo” (De Beatificatione, etc., por el Papa Benedicto XIV.). Los bolandistas citan un
sinnúmero de ejemplos.
Y el Padre Burigny, un hagiógrafo del siglo XVII, observa
placenteramente, con referencia a las
avutardas resucitadas por St. Remi: “Se me
puede decir, sin duda alguna, que soy un ganso por dar crédito a tales 'cuentos
azules'. Contestaré al que se burle diciendo que, si niega este punto, debe
también borrar de la vida de San Isidoro
de España la afirmación de que resucitó al caballo de su amo; de la
biografía de San Nicolás de Tolentino,
que devolvió la vida a una perdiz, en lugar de comérsela; de la de San Francisco, que arrebató a los carbones
ardientes de un horno, por los cuales se hallaba rodeado, el cuerpo de un
cordero, que resucitó inmediatamente; y que hizo también nadar en su salsa a
peces cocidos, a los cuales resucitó, etc., etc. Sobre todo, el escéptico
tendrá que recusar a más de 100.000 testigos de vista –entre los cuales, por lo
menos, hay que considerar a unos pocos con sentido común– por ser unos embusteros
o por haber sido engañados”.
Una autoridad mucho mayor que la del Padre Burigny, a saber, el Papa Benedicto XIV, corrobora y afirma
la evidencia anterior. Además, los nombres de los testigos presenciales de las
resurrecciones de San Silvestre, San Francisco de Paula, Severino de Cracovia y
de otros muchos, están todos mencionados por los bolandistas. “El (Benedicto XIV) añade únicamente –dice
el Cardenal de Ventura que le cita– que como quiera
que sea, para que la resurrección merezca el nombre de tal, requiere la idéntica
y numérica reproducción de la forma” (En la filosofía escolástica, la palabra
norma se aplica al principio inmaterial que informa o anima al cuerpo.), tanto
como la del material de la criatura muerta y que como aquella forma (o alma)
del bruto es siempre aniquilada con su cuerpo, según la doctrina de Sto. Tomás,
Dios, en cada uno de semejantes casos, se ve obligado a crear, con motivo del
milagro, una nueva forma para el animal resucitado. De lo que se deduce que el
bruto resucitado no era completamente idéntico a lo que había sido antes de su
muerte (nonidem omnino esse) (De Beatificatione ,etc.,I,IV,cap.XI,art.6.).
Ahora bien: esto presenta un aspecto tan
terrible como una de las Mayas de la Magia. Como quiera que sea, aunque la dificultad no se explica en
absoluto, se saca en claro lo siguiente: el principio que ha animado al animal durante su vida, y que es llamado
alma, se ha disipado después de la muerte del cuerpo; y Dios entonces, con
ocasión de un milagro, crea otra alma, una especie de alma informal, como el
Papa y el Cardenal nos dicen: un alma
que, además es distinta de la del hombre, la cual es una entidad independiente,
etérea y eterna.
Además de la objeción natural que surge
contra el nombre de milagro aplicado a semejante procedimiento puesto en
práctica por un santo (pues es simplemente Dios quien detrás de aquél crea,
para su glorificación, un alma enteramente nueva, lo mismo que hace con un
nuevo cuerpo) la totalidad de la doctrina tomística es completamente refutable.
Porque, como Descartes observa con mucha razón: “Si
el alma del animal es tan distinta (por su inmaterialidad) de su cuerpo, será
apenas posible dejar de reconocerla como un principio espiritual, y por
tanto, un principio inteligente”.
No es
necesario recordar al lector que Descartes consideraba al animal viviente sólo
como un autómata. “Un reloj bien construido, con su cuerda”, según Malebranche. Por lo tanto, el que acepte la teoría cartesiana cerca del animal tiene
que admitir al mismo tiempo las opiniones de los materialistas modernos.
Porque, desde el momento en que un
autómata es capaz de sentimientos tales como el amor, la gratitud, etc., y está
dotado sin ningún género de duda de memoria, todos estos atributos deben ser
–como el materialismo enseña– propiedades de la materia.
Pero si el animal es un autómata, ¿Por qué no lo es el hombre? Las ciencias
exactas, la anatomía, la fisiología, etc., etc., no encuentran la menor
diferencia entre los cuerpos de ambos y ¿Quién sabe –pregunta Salomón con
justicia– si el Espíritu del hombre ha ido hacia arriba algo más de lo que ha
ido el del animal? Así pues, encontramos al metafísico
Descartes tan inconsecuente como cualquiera.
Pero, ¿Qué
dice Sto. Tomás a todo esto? Concediendo un alma (ánima) al bruto, y
declarándola inmaterial, le niega al mismo tiempo la calificación de
espiritual. Porque, dice: “En tal caso
implicaría inteligencia, una virtud y una operación especial que está reservada
únicamente para el Alma humana”. Mas, como en el IV Concilio de Letrán se decidió que Dios ha creado dos
substancias distintas, la corpórea (mundanam)
y la espiritual (spiritualem) y que lo que es incorpóreo debe ser necesariamente espiritual, Sto.
Tomás tuvo que recurrir a una especie de arreglo que únicamente puede librarse
de ser llamado subterfugio por ser un santo el que lo emplea. Y así dice: “Esta alma del bruto no es ni Espíritu, ni cuerpo: es de
una naturaleza media” (Citado por el
Cardenal de Ventura en su Philosophie Crétienne, vol. II, pág.~86.Véase también
De Mirville, Resurrections Animales.). Es ésta
una aserción muy desdichada, puesto que, en otra parte, Sto. Tomás, dice: “que todas las almas, hasta las de las plantas, tienen la
forma substancial de sus cuerpos”. Y si esto es cierto, en
cuanto a las plantas, ¿Por qué no lo es en lo referente a los animales?
No están constituidos
ciertamente ni por “Espíritu”, ni por pura materia, sino por aquella esencia a
la cual llama Sto. Tomás “una naturaleza media”.
Pero, ¿Por
qué una vez en el camino recto se niega la supervivencia, aun prescindiendo de
la inmortalidad? La contradicción es tan flagrante que De Mirville,
desesperado, exclamaba: “¡Aquí nos
encontramos en presencia de tres substancias en lugar de dos, según decretó el
Concilio Lateratiense!”, y procede en seguida a contradecir, en
todo lo que se atreve, al Angélico Doctor.
El gran Bossuet, en su Traité de la
Connaissance de Dieu et de soi même, analiza el sistema de Descartes y lo
compara con el de Sto. Tomás. Nadie puede criticarle por preferir a Descartes
en materia de lógica. El encuentra que la “invención
cartesiana de un autómata salva mejor la dificultad que la de Sto. Tomás”,
aceptada por completo por la Iglesia
Católica; por lo cual, el Padre Ventura se siente indignado contra Bossuet por
“aceptar un error tan miserable y pueril”.
Y aunque
concediendo a los animales un alma con todas sus cualidades de afección y
sentido, fiel a su maestro Sto. Tomás, les niega también inteligencia y poderes
de raciocinio.“Bossuet –dice – es culpable en el más alto grado, desde el
momento en que él mismo dijo: Yo preveo que se está preparando una gran guerra
contra la iglesia bajo el nombre de Filosofía Cartesiana”. Tiene
razón en esto el Padre Ventura, porque de la materia sensible del cerebro del
animal procede, de un modo completamente natural la materia pensante de Locke,
y de ésta última todas las escuelas materialistas de nuestro siglo.
Pero
en lo que él fracasa es en sostener la doctrina de Sto. Tomás, la cual se
encuentra llena de errores y de contradicciones evidentes. Porque
si el alma del animal es, como enseña la iglesia Romana, un principio informal
e inmaterial, entonces es evidente que, siendo independiente del organismo
físico, no puede morir con el animal, ni más ni menos de lo que sucede al
hombre. Si convenimos en que subsiste y sobrevive, ¿En qué aspecto
difiere del Alma humana? Pero también es eterna, si admitimos la autoridad de Sto.
Tomás en algún asunto, aunque en otro lugar se contradiga.
“El Alma del hombre es inmortal, y el alma del animal perece.” (Summa, vol. V, pág. 164). Dice esto después de haber
preguntado en el vol. II de la misma obra (pág. 256): “¿Existen algunos seres que vuelvan a la
nada?”, y de haberse contestado a sí mismo: “No;
porque en el Eclesiastés se dice (III, 14): “Todo lo que Dios ha hecho, existirá
por siempre”. “En Dios no existe variabilidad ninguna” (Santiago, I, 17). Por lo tanto –continúa Sto. Tomás– ni en el
orden natural de las cosas, ni por medio de milagros, existe criatura alguna
que vuelva a la nada (que sea aniquilada): nada existe en la criatura que sea
aniquilado, porque lo que manifiesta con el mayor resplandor la bondad divina
es la perpetua conservación de las criaturas” (Sto. Tomás. Summa .Edición Drioux, en 8 vol.). Esta sentencia está comentada y confirmada en la
anotación, por el Abate Drioux, su traductor. “No,
–observa– nada es aniquilado; este es un principio que se ha convertido para la
ciencia moderna en una especie de axioma”.
Y si es así, ¿Por qué ha de haber una
excepción a esta regla invariable de la Naturaleza, reconocida por la ciencia y
la teología, sólo para el alma de los animales? Y esto aun en el caso de que no
tenga ninguna inteligencia, suposición que todo pensador imparcial evitará
siempre hacer de buenas a primeras.
Veamos ahora, pasando de la filosofía
escolástica a las ciencias naturales, cuáles son las objeciones del naturalista
a que el animal posea un alma inteligente y, por lo tanto, independiente del
mismo. “Cualquier cosa que piense, que comprenda,
que obre, es algo celestial y divino; y teniendo esto en cuenta, debe necesariamente
deducirse que es eterno”. Esto escribió Cicerón hace cerca de dos mil años.
Nosotros debemos comprender bien a Mr. Huxley cuando contradice la conclusión
de que Santo Tomás de Aquino, el rey de los metafísicos, creyó firmemente en
los milagros de resurrección verificados por San Patricio (San Patricio, como se ha pretendido, convirtió al Cristianismo a
la más diabólica región del globo, a Irlanda, ignorante en todo menos en Magia,
haciéndola la Isla de los Santos, resucitando “a setenta hombres muertos años
antes ” .Suscitavit sexaginta mortuos (Lectio I. II. del Breviario Romano,1520).En
el manuscrito en que nos ocupamos está la famosa confesión de aquel santo que
se conserva en la Catedral de Salisbury (Descript.Hibern., I. II. C. I.).
Escribe San Patricio en una carta autógrafa:“A mí, el último de los hombres y
el más grande de los pecadores, ha concedido Dios, sin embargo, contra las
prácticas mágicas de este bárbaro pueblo, el don de milagros, tal como no le
fue dado al más grande de nuestros Apóstoles, desde el momento en que El (Dios)
a permitido que entre otras cosas, como la resurrección de animales y seres que
se arrastran, resucitase yo cuerpos muertos reducidos a cenizas hacia muchos
años ” . A decir verdad, ante semejante prodigio, la resurrección de Lázaro
parece un incidente muy insignificante.). En realidad,
cuando pretensiones tan tremendas como las que los dichos milagros suponen, son
dadas a luz e impuestas por la Iglesia a la creencia de los fieles, los
teólogos debe-rían por lo menos tener más cuidado de que sus autoridades más
elevadas no estuvieran en contradicción unas con otras, demostrando así
ignorancia acerca de cuestiones que, sin embargo, han sido convertidas en doctrinas.
El animal,
pues, se encuentra limitado en su progreso e inmortalidad, porque es un autómata.
Según Descartes, no tiene inteligencia ninguna, en lo que estaba de acuerdo con
el escolasticismo de la Edad Media: no tiene más que instintos, que significan
impulsos involuntarios, según afirman los materialistas y niega la iglesia.
Federico y Jorge Cuvier han discutido ampliamente, como quiera que sea,
acerca de la inteligencia y del instinto de los animales ( Más recientemente, el doctor Romanis y el doctor Butler han
arrojado gran luz sobre el asunto.) . Sus ideas sobre el asunto han sido reunidas y publicadas por F. Conveur,
el sabio Secretario de la Academia de Ciencias. He aquí lo que Federico Cuvier,
Director durante treinta años del Departamento Zoológico y del Museo de
Historia Natural en el Jardín des Plantes de París, escribe acerca de la
cuestión: “Descartes
estaba equivocado": el error general consiste en que nunca se ha hecho la
suficiente distinción entre la inteligencia y el instinto. El mismo
Buffon cayó en esta omisión, y debido a ello, todo es contradictorio e n su
filosofía zoológica. Reconociendo en el animal una sensibilidad superior a la
nuestra, así como la conciencia de su existencia real, le niega al mismo tiempo
entendimiento, reflexión y memoria, y por consiguiente, toda posibilidad de
tener pensamientos.” (Buffon. Discurso acerca de la naturaleza de los Animales,
VII).
Pero como era difícil detenerse aquí, admitió que el
animal posee una especie de memoria activa, extensiva y más fiel que nuestra
memoria humana. (Id., id., pág.
77). También, después de haberle negado todo
grado de inteligencia, admite sin embargo que el animal consulta a sus amos,
interrogándoles, y comprendiendo perfectamente las señales de su voluntad.
(Id. id.,
vol. X, Historia del Perro, pág.2). Difícilmente podrá esperarse de
un gran hombre de ciencia una serie más magnífica de afirmaciones
contradictorias. El ilustre Cuvier tiene razón, por lo tanto, al observar a su
vez que “este nuevo mecanismo de Buffon es menos
inteligible todavía que el autómata de Descartes” (Cuvier. Biographie Universelle. (Art. sobre
la vida de Buffon)).
Según observa el crítico, la línea de demarcación debe trazarse
entre el instinto y la inteligencia. La construcción de colmenas por las abejas
y la construcción de diques por los castores, en el terreno seco las primeras,
y en la corriente de las aguas los segundos, son actos y efectos del instinto,
por siempre inmutables y jamás modificados; mientras que los actos de la
inteligencia deben buscarse en acciones evidentemente pensadas por el animal,
en las que entra en juego, no el instinto, sino la razón, evocada por la
educación y por el proceso de desarrollo que la hace susceptible de perfección
y desenvolvimiento. El hombre está dotado de razón, el niño, de instinto, y el
animal joven da más señales que el niño de poseer ambas cosas.
A decir verdad, todos los que discuten este
problema saben tan bien como nosotros que así es. Si los materialistas se niegan a
confesarlo, es por orgullo. Negando el alma, tanto al hombre como al animal, no
quieren admitir que este último se halle dotado de inteligencia como ellos
mismos, aunque en un grado infinitamente menor. A su vez, el clérigo, el naturalista que siente
inclinaciones religiosas y el moderno metafísico, se resisten a confesar que
así el hombre como el animal estén dotados de alma y de facultades que, aunque
no sean iguales en desarrollo y en perfección, sean por lo menos lo mismo en
nombre y en esencia. Todos ellos saben, o deben saber, que el instinto y la
inteligencia son dos facultades del todo opuestas en su naturaleza, dos
enemigos siempre enfrente uno de otro y en conflicto constante. Y si no quieren admitir dos almas o principios, tienen que reconocer,
de todos modos, la presencia en el alma de dos potencias, cada una de las
cuales tiene un lugar diferente en el cerebro –y por cierto bien conocido por
ellos–desde el momento en que pueden aislarlas alternativamente, y destruirlas
temporalmente, según el órgano o porción de órganos que atormenten en sus terribles
vivisecciones. Es más que humano orgullo
lo que hizo decir a Pope: “Pregunta con qué objeto los cuerpos celestes brillan y
para quién sirve la Tierra. El orgullo contesta: ¡Es para mí! Para mí la Naturaleza
bondadosa despierta su ingénito poder, hace brotar todas las hierbas y despliega
todas las flores. Para mí producen las minas tesoros a millares. Para mí de mil
fuentes brota la salud. Muévense los mares para transportarme, y los soles brillan
para darme luz. La Tierra es mi trono; mi dosel los cielos!”.
El mismo orgullo inconsciente hizo pronunciar a Buffon sus paradójicas
observaciones referentes a la diferencia entre el hombre y el animal. “La diferencia consiste en la ausencia de reflexión,
porque el animal –dice– no siente lo que siente el hombre”
¿Cómo lo
sabe Buffon? “El no piensa lo
que piensa”, añade, después de haber dicho al auditorio que el animal recuerda
y con frecuencia delibera, compara y escoge”
(Discurso sobre la Naturaleza de los Animales.).
¿Quién ha
pretendido jamás que una vaca o un perro pudiesen ser ideólogos? Pero
el animal puede pensar, y saber que piensa; y tanto más vivamente, cuanto que
no puede hablar y expresar sus pensamientos. Pero ¿Cómo pueden saberlo Buffon ni otro
cualquiera? Sea
de esto lo que fuere, una cosa está demostrada sin embargo por las observaciones
exactas de los naturalistas; y es que el animal
se halla dotado de inteligencia. Establecido esto, no tenemos más que
repetir la definición que de la inteligencia da
Tomás de Aquino: “la prerrogativa del
Alma inmortal del hombre”, y ver si lo mismo corresponde al animal.
Pero podemos demostrar a la verdadera filosofía cristiana
que el cristianismo primitivo no predicó jamás tan atroces doctrinas, las
cuales fueron causa de que se apartaran tantos hombres de los mejores Y de más
elevada inteligencia, de las enseñanzas de Cristo y de sus discípulos.
(Blavatsky)