lunes, 13 de octubre de 2014

LA UNIDAD FUNDAMENTAL DE TODAS LAS RELIGIONES (6ta. Parte)

LA UNIDAD FUNDAMENTAL DE TODAS

LAS RELIGIONES


(6ta. Parte)


El cuerpo físico del hombre contiene dos divisiones esenciales; el cuerpo denso, cuyos elementos están formados de las tres subdivisiones del plano físico, sólido, liquido y gaseoso; y del doble etéreo, de un gris violeta o azulado compenetrado con el cuerpo material compuesto de materiales tomados de las cuatro subdivisiones superiores del mismo plano.
  
La función general del cuerpo físico consiste en recibir los contactos del mundo exterior y transmitirles al interior como efectos materiales  para trabajar sobre ellos, a fin de allegar conocimiento al ser consciente que reside en el cuerpo.
El doble etéreo llena, además del papel especial de intermediario, el de agente transformador, gracias al cual la energía vital irradiada por el sol pueda adaptarse al uso de las partículas más densas.
  
El sol separa nuestro sistema el gran observatorio de fuerzas eléctricas, magnéticas y vitales, que derrama con abundancia.
   Estas corrientes vivificadoras se asimilan por el doble etéreo de los minerales, los vegetales y los hombres y se transforman en las diversas energías vitales necesarias para cada ser. 

(La vida solar así apropiada recibe el nombre de PRANA y viene a ser el soplo de vida de cada criaturaPRANA  es el nombre que sirve para designar la vida universal asimilada por una entidad de la que está separada)
  
El doble etéreo las absorbe, las especializa y las distribuye por el cuerpo material. Se ha observado que, en estado de buena salud, el doble etéreo transmite también una cantidad de energía vital mucho mayor que la exigida por el cuerpo físico para su mantenimiento.
El excedente irradia en todos sentidos y puede utilizarse por los organismos más débiles.

Se da el nombre de aura de salud a la porción de doble etéreo que se desborda del cuerpo físico y que lo rodea algunos centímetros en todos los sentidos.
Se le puede observa sobre toda la superficie del cuerpo en líneas que irradian como los radios de una esfera. Estas líneas se inclinan hacia el suelo cuando hay poca vitalidad y la salud está debilitada; pero cuando las fuerzas reviven, irradian de nuevo perpendicularmente a la superficie del cuerpo.
   Esta es la energía vital, especializada por el doble etéreo, que el magnetizador gesta para restaurar las fuerzas o curar la enfermedad, y a la que se mezclan comúnmente otras corrientes más sutiles.
   Tal es la causa de la depresión de la energía vital que atestigua el agotamiento del magnetizador cuando prolonga el exceso de trabajo.
  
El cuerpo humano es sutil o denso en su contextura, según los materiales tomados del plano físico para su composición.
Cada subdivisión de la materia suministra substancias más sutiles o más densas.
   Compárese, por ejemplo, el cuerpo de un carnicero con el delicado sabio. Ambos contienen sólidos; pero cuanto difiere su cualidad.
Sabemos también que se puede refinar un cuerpo grosero y hacerse más vasto uno delicado.
El cuerpo cambia sin cesar.
Cada partícula es una vida y las vidas van y vienen.
Un cuerpo vibrante las atrae al mismo diapasón que ellas y la rechaza un cuerpo de naturaleza opuesta.
Todas las cosas viven en vibraciones rítmicas, se atraen por la armonía y se separan por la disonancia.
Un cuerpo puro rechaza las partículas impuras porque tienen una vibración incompatible con la suya; y al contrario, un cuerpo grosero las atrae por el acuerdo de esas vibraciones.

De lo que se infiere que si el cuerpo cambia su ritmo de vibración arroja gradualmente de su seno los elementos constituyentes que no pueden vibrar al unísono, reemplazándolos con otros tomados de la naturaleza externa más en armonía con él.
    La naturaleza suministra los materiales vibrando según todos los modos posibles y cada cuerpo ejerce su selección más adecuada.
  
En la construcción primitiva de los cuerpos humanos, la selección debiese a la Monada de la Forma; pero ahora el hombre es un ser consciente y preside, por lo tanto, su propia construcción.
Por su pensamiento hace resonar la tónica de su armonía individual y determina los ritmos que son los factores más poderosos en las modificaciones continuas de su cuerpo físico y sus demás cuerpos.
A medida que aumenta su conocimiento, aprende a edificar su cuerpo físico con ayuda de una nutrición pura, facilitando él ponerle a diapasón. Aprende así a vivir según el axioma de la pureza:
“Alimento puro, pensamiento puro y un continuo recuerdo de Dios”.

La criatura más elevada, si vive sobre el plano físico, es sobre este plano el virrey del Logos, responsable según:
la extensión de sus poderes,
del orden, paz,
y buena armonía que debe reinar en dicho plano.

Y ese deber no puede cumplirse sin la triple condición que acabamos de enunciar.
El cuerpo físico, al tomar sus elementos de todas las subdivisiones del plano físico, es apto para recibir impresiones de toda clase y responder a ellas.
Los primeros contactos serán las más sencillas y groseras clases, y como la vibración emitida  por la vida interior en respuesta a la excitación externa suscita entre las moléculas del cuerpo movimientos correspondientes, poco a poco el sentido del tacto se desarrolla  sobre la superficie del organismo permitiendo reconocer la presencia de objetos.
 A medida que se forman los órganos especiales, para recibir las vibraciones de determinados géneros, el valor del cuerpo aumenta y se prepara para ser un dic en explano físico el vehículo de una entidad propiamente consciente.
Cuantas más impresiones diversas puede recibir, mayor Será su utilidad, porque solo las impresiones a que pueda responder llegaran a la conciencia de ser encarnado.
   Aun ahora, a nuestro alrededor, en la naturaleza física, hay una infinidad de vibraciones que se nos escapan por completo, porque nuestro cuerpo físico es incapaz de recibirlas, es decir, de vibrar al unísono.
   Bellezas inimaginables, sonidos armoniosos y sutilidades delicadas chocan contra los muros de nuestra prisión y pasan inadvertidas.
Aun no se ha desarrollado el cuerpo perfecto que vibrara respondiendo a todos los estremecimientos de la naturaleza como arpa cólica al soplo del céfiro.
  
Cuando el cuerpo puede recibir las vibraciones las trasmite a los centros físicos de su sistema nervioso sumamente complejo. Igualmente las vibraciones etéreas que acompañan a todas las vibraciones de los materiales más densos, se reciben por el doble etéreo y se transmiten a los centros correspondientes.
  La mayoría de las vibraciones de la materia densa se transforman en energía química, en calor o en otras formas de energía física.
  Las vibraciones etéreas ocasionan acciones magnéticas y eléctricas y se transmiten al cuerpo astral, donde alcanzan la inteligencia.
 Así es como las informaciones del mundo exterior llegan al ser consciente que habita en el cuerpo o al “Señor del cuerpo” como se le llama a veces.

A medida que las vías de información se perfeccionan por el ejercicio del ser consciente se desarrolla gracias a los materiales que suministran a su pensamiento.

Ahora bien:
El hombre de nuestros días ha evolucionado todavía poco y su doble etéreo no es suficientemente armónico para transmitirle regularmente las impresiones recibidas independientemente del cuerpo material, así como tampoco, para fijarlas en el cerebro.
A veces sin embargo, la transmisión se efectúa y tenemos entonces la clarividencia en su forma más inferior, visión por el doble etéreo de los objetos cuya envoltura más material es un cuerpo etéreo.

Como veremos el hombre anima una serie de vehículos: físico, astral y mental, y es importante saber y recordar que, en nuestra evolución ascendente, el vehículo inferior, el cuerpo físico denso, es el primero que rige y racionaliza la conciencia.

El cerebro físico es el instrumento de la conciencia en estado de vigilia sobre el plano físico, y en el hombre puro evolucionado la conciencia funciona aquí de un modo más efectivo que en cualquier otro vehículo.
Sus potencias son inferiores a las de los vehículos más sutiles, pero sus realizaciones son más grandes, y el hombre se conoce como “yo” en el cuerpo físico antes de descubrirse en los demás.
Pero si esta mas evolucionado que el promedio de su raza, no se revelara aquí abajo sino en los límites permitidos por su organismo físico, porque de conciencia únicamente puede manifestar sobre el plano físico lo que el vehículo físico es capaz de recibir.
En general el cuerpo denso y el cuerpo etéreo no se separan jamás en la vida terrestre.

Funcionan juntamente, en el estado normal, como las cuerdas altas y bajas de un mismo instrumento cuando se efectúa un acorde; pero ejercen además funciones distintas, aunque coordinadas. En condiciones de poca salud o de sobreexcitación nerviosa el doble etéreo puede proyectarse anormalmente en gran parte fuera del cuerpo denso.
 Este último tiene entonces una conciencia muy vaga o se halla en estado de trance según sea la mayor o menor proporción de substancia etérea exteriorizada.
Los anestésicos del cuerpo la  mayor parte del doble etéreo, de suerte que la conciencia no puede afectar su vehículo material ni ser afectada por él, rompiéndose el lazo de comunicación.
 En las personas de organización llamadas Médiums, la separación del cuerpo etéreo y del cuerpo denso se efectúa fácilmente, y el doble etéreo exteriorizado suministra en gran medida la base física necesaria a las “materializaciones”.

Al dormir, cuando la conciencia deja el vehículo físico que utiliza en estado de vigilia, el cuerpo denso y el cuerpo etéreo descansan conjuntamente.
Pero en la vida del sueño físico  funciona independientemente uno del otro hasta cierto punto.

Las impresiones recibidas en la vigilia se producen automáticamente en el cuerpo, y el cerebro material y el cerebro etéreo se llenan ambos de imágenes fragmentarias e incoherentes, donde las vibraciones se atropellan, por decirlo así, entre ellas mismas, produciendo las combinaciones más grotescas.

Las vibraciones externas vienen igualmente a afectar esos dos vehículos, y las combinaciones (asociaciones) frecuentemente repetidas en estado de vigilia son traídas nuevamente a la actividad por corrientes astrales de la naturaleza análoga.
 Las imágenes producidas en nuestro sueño engendradas  espontáneamente o suscitadas  por una fuerza externa, se hallan determinadas en gran parte por la pureza o impureza de nuestros pensamientos en estado de vigilia.

Al acaecer el fenómeno que se llama muerte, la conciencia se evade y despoja al cuerpo etéreo de la envoltura densa.
Rompe así el lazo magnético que unía esas dos partes del cuerpo físico en la vida terrestre, y el ser consciente permanece envuelto por algunas horas, en su vestido etéreo.
   A veces se manifiesta  en tal estado a las personas que están  cerca de el. Bajo una forma nebulosa, vagamente consciente y muda; el fantasma.

El doble puede igualmente verse después que el ser consciente  se ha evadido de él, flotando sobre la tumba donde el cadáver material yace, y se disgrega lentamente con el tiempo.
  
Cuando llega el momento de renacer, el cuerpo denso, en su desarrollo prenatal, sigue paso a paso al doble etéreo que está constituido gradualmente con anticipación. Puede decirse  que esos dos cuerpos  determinan los límites  en que el ser consciente ha de vivir y trabajar durante su vida terrestre.

El plano astral es la región del universo vecina, si podemos emplear esta palabra, del plano físico.
En el plano astral la vida es más activa y la forma más plástica que en él físico.
El espíritu –materia se encuentra allí, por lo tanto, más altamente vitalizado y más sutil que en todos los grados del mundo físico.
En efecto: según hemos visto ya, el último átomo físico que constituye el éter más sutil, tiene como envoltura innumerables agregados de la materia astral más grosera.
Se dice la palabra vecino la cual es muy impropia, porque sugiere la idea de que los planos del universo están dispuestos en zonas concéntricas de modo que al término de uno señale el principio del otro; cuando más bien son esferas concéntricas penetradas mutuamente y separadas entre sí, no por oposición, sino por diferencia de constitución; lo mismo que el aire y el agua y el éter en el sólido más denso, la materia astral penetra en toda la sustancia física.

El mundo astral está sobre nosotros, bajo nosotros, alrededor de nosotros y también nos atraviesa.
Vivimos y nos movemos en él, pero es intangible, invisible, silencioso e imperceptible, porque estamos separados de él por la presión del cuerpo físico, y las partículas físicas son demasiado densas para vibrar bajo la acción de la materia astral.

En este capítulo vamos a estudiar el aspecto general del plano astral, dejando a un lado, para considerarlas separadamente, las condiciones especiales que presenta la vida de ese plano con relación a los seres humanos que lo atraviesan llenándolo de la tierra al cielo.
El espíritu—materia del plano astral tiene subdivisiones análogas a las del plano físico que acabamos de describir en el capítulo dedicado a dicho plano.
Encontraremos aquí, como en el plano físico, innumerables combinaciones que forman los sólidos, los líquidos, los gases y los éteres astrales.
Pero en este plano la mayoría de las formas materiales tienen, cuando se las compara con las formas del plano físico, un brillo y una traslucidez que les ha valido el epíteto impropio, pero que aceptado por el uso no hemos de cambiarlo.
Como no hay nombres especiales para las subdivisiones del espíritu—materia astral, podemos emplear las designaciones terrestres.
La idea esencial que hemos de fijar, es lo que los objetos astrales son combinaciones de materia física, y que la disposición del mundo astral se asemeja muchísimo a la de la tierra, estando constituida en gran cantidad por los dobles astrales de los objetos físicos.

Una particularidad, sin embargo, detiene y desconcierta al observador poco acostumbrado, en parte, a causa de la traslucidez de los objetos astrales, y en parte también a consecuencia de la naturaleza misma de la visión astral (la conciencia está menos sujeta en la materia astral sutil que en su prisión terrestre);
toda cosa es transparente:
en anverso y el reverso,
lo interior y lo exterior,
son visibles al mismo tiempo.
Hace falta mucha experiencia para ver correctamente los objetos, y aquel que ha desarrollado la visión astral sin estar todavía al corriente de su empleo, se expone a ver todas las cosas trastocadas y a cometer los más disparatados yerros.
     
Otra característica sorprendente, que desconcierta a veces al principiante, es la rapidez con que cambian de contornos las formas astrales, sobre todo las que no se relacionan con ninguna matriz terrestre.
Una entidad astral puede modificar su aspecto por completo con pasmosa rapidez, porque la materia astral toma forma bajo cada impulso del pensamiento, y la vida retoca constantemente esa forma para darse nueva expresión.
Cuando la gran oleada de vida de la evolución de la forma atraviesa  de alto a bajo el plano astral, constituyendo sobre este plano el tercer reino elemental, la Mónada atrae a su alrededor combinaciones de materia astral, y da esas combinaciones, conocidas con el nombre de esencia elemental, una vitalidad particular y la propiedad característica de tomar forma instantáneamente bajo el impulso de las vibraciones mentales.

Esa esencia elemental forma muchísimas variedades en cada subdivisión del plano astral.
Podemos formarnos una idea de ello suponiendo el aire visible; fenómeno producido por un gran calor que hiciese la atmósfera perceptible bajo la forma de ondas vibrantes, y que nos pareciera animado de un movimiento ondulatorio continuo iluminando de cambiantes colores como los del nácar.
Esa misma atmósfera elemental responde sin cesar a las vibraciones
 del pensamiento,
del sentimiento y
del deseo.

Las formas surgen en ella bajo el impulso de esas fuerzas como las burbujas en el agua hirviente.

La duración de la forma así engendrada depende de la fuerza de impulsión que la origina; la nitidez de sus contornos, de la precisión del pensamiento; y su coloración, de la cualidad del mismo. (Intelectual, religioso, pasional, etc.)

Los pensamientos vagos e inconsistentes que engendran con frecuencia las inteligencias poco desarrolladas, reúnen en torno de ellos, cuando llegan al mundo astral, nubes difusas de esencia elemental que van de aquí para allá atraídas por otras nubes de análoga naturaleza, se detienen en el cuerpo astral de las personas cuyo magnetismo bueno o malo los atrae y se disuelven al fin después de cierto tiempo para reintegrarse en la atmósfera general de esencia elemental.

Mientras conservan su existencia separada, son entidades vivas que tienen por cuerpo la esencia elemental y por vida animadora un pensamiento.
Se les da entonces el nombre de elementales artificiales o pensamientos—formas.

Los pensamientos claros y precisos tienen forma definida, un contorno firme y limpio y su aspecto varía al infinito.

Están modeladas por las vibraciones del pensamiento de un modo análogo al de las figuras que encontramos en el plano físico determinadas por las vibraciones del sonido.
Las figuras vocales y las figuras mentales ofrecen gran analogía entre sí, porque la naturaleza, a pesar de su infinita variedad, es en cuanto a sus principios muy económica y reproduce los mismos procedimientos operatorios en todos los planos sucesivos a su imperio.

Esos elementales artificiales, claramente delimitados, tienen una vida más larga y más activa que sus hermanos nebulares, y ejercen una acción muchísimo más poderosa sobre el cuerpo astral, y a través de él sobre el mental, de aquellos de donde han salido.
Originan por su contacto vibraciones análogas a ellos y los pensamientos se extienden así de inteligencia a inteligencia sin necesidad de expresión física.
Además pueden dirigirse por el pensador hacia la persona que desea alcanzar, y su potencia depende de la fuerza de su voluntad y de la intensidad de su potencia mental.

En los hombres de cultura media, los elementales artificiales creados por el sentimiento o el deseo son más vigorosos y precisos que los creados por el pensamiento.
Así, una explosión de ira dará una potente fulguración roja, claramente dibujada, y una cólera sostenida engendrará un peligroso elemental de color rojo, puntiagudo, dentellado, pero bien organizado para dañar.

El amor, según su cualidad, determinará formas más o menos admirables de color y de dibujo, que podrá ofrecer todos los tonos desde el carmín hasta los matices más exquisitos y delicados del rosa, semejantes a los pálidos reflejos de la aurora o del crepúsculo, en nubes difusas o en formas protectoras de vigorosa ternura.

Comúnmente las amantes oraciones de una madre afectan formas angélicas cerca del hijo, que apartan de él las influencias perniciosas que sus propios pensamientos pudieran atraer.
      
Un rasgo característico de esos elementales, es que dirigidos por la voluntad hacia determinada persona, están animados de la tendencia a cumplir la voluntad del ser que los crea.
Un elemental protector se colocará cerca de su objeto, buscando todas las oportunidades de alejar el mal, de atraer el bien, no conscientemente, sino por espontáneo impulso que lleva por la línea de menor resistencia.

Del mismo modo, un elemental animado por un pensamiento malo, gravitará alrededor de su víctima espiando la ocasión para dañarle.

Pero ni uno ni otro pueden producir impresión, a menos que haya en el cuerpo astral de la persona a quien se dirigen algún elemento susceptible de vibrar acorde con ellos facilitando su fijación.

Si no encuentra en esa persona materia análoga para ello, entonces, por una ley de su misma naturaleza, vuelven a lo largo de la trayectoria que han recorrido, siguiendo la estela magnética que han dejado tras sí y caen sobre su propio creador con una fuerza proporcional a la de su proyección.
Conocidos son los casos en que un pensamiento de odio mortal, impotente para alcanzar a quien iba dirigido, ha causado la muerte de su proyector.
En cambio los pensamientos saludables, dirigidos a una persona indigna, recaen como bendiciones sobre aquel que los engendra.

La comprensión, siquiera rudimentaria, del mundo astral, obrará como poderoso estímulo del buen pensamiento.
Hará nacer en nosotros la noción de una gran responsabilidad respecto a los pensamientos, las emociones y los deseos que hemos desencadenado en esa región.

Hay muchas fieras, que desgarran y devoran, entre los pensamientos de que el hombre puebla el plano astral. Pero por ignorancia y no sabe lo que hace.

Uno de los fines que se propone la enseñanza teosófica levantando parcialmente el velo del mundo desconocido, es dar a los hombres una base más firme de conducta, una apreciación más racional de las causas sólo visibles por sus efectos en el mundo terrestre.

Pocas doctrinas hay más importantes por su alcance moral que esta doctrina de la creación y dirección de los pensamientos—formas, o elementales artificiales.

Por ella aprende el hombre que el pensamiento no le afecta exclusivamente, que sus pensamientos no le afectan a él solo, sino que en cada instante de su vida pone en libertad, en el ambiente, ángeles y demonios de cuya creación es responsable y de cuya influencia se le pedirá cuenta.

Al conocer la ley regularán los hombres su pensamiento en concordancia de la misma.
     
Si en vez de considerar los elementales artificiales separadamente, los tomamos en conjunto, comprenderemos sin dificultad la importante acción que ejercen en la producción de los sentimientos nacionales y de la raza, y por lo tanto en la formación de los prejuicios.

Todos crecemos en una atmósfera en que pululan elementales acopiadores de ciertas ideas.

Los prejuicios nacionales, la manera nacional de considerar las cosas, los tipos nacionales de sentimiento y de pensamiento, todo eso obra sobre nosotros desde que nacemos y aun antes de nacer.
Todo lo vemos a través de esa atmósfera que refracta más o menos los pensamientos y en la que vibra nuestro propio cuerpo astral acordonándose con ella.

De ahí que la misma idea sea apreciada diferentemente por un indo, un inglés, un español o un ruso.
Las concepciones fáciles para uno son casi inabordables para otro.

Estamos todos dominados por nuestra atmósfera nacional, es decir, por esa porción del mundo astral que más inmediatamente nos rodea. Los pensamientos de los demás, vaciados así en el mismo molde, obran sobre nosotros y provocan vibraciones sincrónicas, refuerzan los puntos de concordancia que nos rodean y afinan y suavizan las divergencias.
Esa influencia continua, sufrida por medio de nuestro cuerpo astral, nos imprime el sello nacional y traza en nuestras energías mentales los canales por donde se deslizarán más fácilmente.
Día y noche esas corrientes influyen sobre nosotros y la misma inconsciencia en que nos hallamos sobre su acción nos la hace más afectiva. Como la mayoría de las gentes tiene más receptividad que iniciativa, reproduce así automáticamente los pensamientos que hasta ellos llegan.
Y de esa manera se alimenta y refuerza la atmósfera nacional.


(Tomado del libro: La Sabiduría Antigua)

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