EL PLANO MENTAL
(2da.
Parte)
El Pensador que ha alcanzado este segundo nivel, tiene
plena conciencia de lo que le rodea y recuerda su pasado.
Conoce los cuerpos que le revisten,
por medio de los cuales está en contacto con los planos inferiores y puede
influir determinadamente sobre esos cuerpos y dirigirlos.
Prevé las dificultades y obstáculos
que le aguardan como resultado de una conducta descuidada en vidas anteriores,
y se esfuerza en infundirles la energía necesaria para el cumplimiento de su
tarea.
La dirección en que ha de emplearla
se deja sentir a veces en la conciencia inferior como una fuerza imperiosa e
impulsiva que vence toda resistencia y le traza al ser una línea de conducta
cuyas razones no aparecen claras a la confusa visión de los vehículos astral y
mental.
Los
hombres que realizaron grandes acciones nos dan frecuente testimonio de ello, cuando afirman haber tenido conciencia de una
irresistible fuerza interior que los movía, poniéndolos en la imposibilidad
de obrar de otra manera. Y es que entonces obraban como hombre reales.
El Pensador, el hombre exterior, obra conscientemente a
través de sus cuerpos, que desempeñan en este momento su verdadero papel de
vehículo de la individualidad.
A medida que la evolución se cumpla, todos alcanzarán
estos altos poderes.
En el tercer nivel, el más elevado de
la región superior del plano mental, residen los Egos de los Maestros y sus
discípulos o Chelas, los Iniciados.
La materia de esta región predomina desde luego en el
cuerpo del Pensador.
En el seno de esta región, foco de las más sutiles
energías mentales, ejercen los Maestros su benéfica tarea en pro de la
humanidad, vertiendo a torrentes sobre las regiones inferiores el ideal
sublime, el pensamiento inspirador, el anhelo de fe sincera, todas las fuerzas
espirituales e intelectuales de que tan necesitado se halla el hombre. Cada
fuerza allí engendrada irradia en multitud de direcciones como de un foco
luminoso, y las almas más nobles y puras pueden recibir con mayor facilidad sus
auxiliadoras influencias.
Un descubrimiento sorprende de los secretos de la naturaleza;
una nueva melodía embelesa el oído de un gran músico; la resolución de un
problema largo tiempo meditado, se ofrece a la mente del filósofo sublime; una
energía nueva de esperanza y de amor caldea el corazón del filántropo
infatigable; y sin embargo, aún entonces se creen abandonados los hombres y sin
auxilio, a pesar de que sus mismas frases; “Se me ha ocurrido este pensamiento, “Me ha
venido esta idea”, “He sido sorprendido por este descubrimiento”,
atestiguan inconscientemente la verdad de que su Yo no ignora, aunque sea
invisible a los ojos del cuerpo.
Pasemos ahora
al estudio del Pensador y de su vehículo, tales como se les encuentra en el
hombre que habita en la tierra.
Se llama cuerpo mental el de que está revestida la conciencia y por el
cual se encuentra condicionada en las cuatro subdivisiones inferiores del plano
mental.
Este cuerpo está
constituido por combinaciones de la materia de las cuatro subdivisiones.
Al acercarse una nueva encarnación, el
Pensador, el Individuo, que es la verdadera alma humana, irradia
una porción de su energía en vibraciones que atraen alrededor de él una
envoltura de materia formada por las cuatro subdivisiones inferiores de su
propio plano.
La
materia atraída corresponde a la naturaleza de las vibraciones emitidas; los
elementos más sutiles responden al llamamiento de las vibraciones más rápidas y
toman forma bajo su influencia; y las combinaciones más groseras responden a
las vibraciones más lentas.
Como un hilo metálico que vibra espontáneamente,
respondiendo a otro hilo del mismo peso y de la misma tensión, pero que
permanece mudo a vibraciones de hilos diferentes, las materias de diversos
órdenes se armoniza en correspondencia con los diversos órdenes vibratorios.
La naturaleza, pues, del cuerpo mental
del Pensador está exactamente determinada por las vibraciones que él emite; y
ese cuerpo se llama mental inferior, o Manas inferior, porque está constituido por la materia de las subdivisiones inferiores
del plano mental, y condiciona al Pensador en sus operaciones ulteriores.
Las sutilísimas y rapidísimas energías necesarias
para mover esa materia y obtener una respuesta, no se pueden manifestar sino a
través de ella.
El Pensador está
forzosamente limitado y condicionado en su expresión.
Esta es la primera de las cárceles en
que se encierra durante su vida encarnada, y mientras sus energías funcionan en
ella, se encuentra excluido en gran parte de su propio y más elevado mundo,
porque su atención se fija en las energías que tienden al exterior y su vida se
proyecta con ellas en el cuerpo mental inferior, designando con términos de
vestidos, estuche, envoltura o vehículo: expresiones significativas de que el
Pensador no es el cuerpo mental, sino que construye ese cuerpo y se sirve de él
para expresar de sí mismo en la región mental inferior.
No hay que olvidar
que las energías del Pensador, en proceso de exteriorización, atraen cerca de
él la materia más densa del plano astral para formar su cuerpo astral, y que
durante la encarnación de su vida, las energía que se manifiestan a través de
los estados inferiores de la materia mental, se convierten muy fácilmente por
ella en vibraciones lentísimas a las que responde la materia astral, vibrando
continuamente los dos cuerpos de acuerdo hasta llegar a compenetrarse
estrechamente.
Cuanto más se asimilan las combinaciones de materia
densa por el cuerpo mental, más íntima se hace esa unión, por lo que ambos
cuerpos se clasifican juntamente y aun se consideran como único vehículo (Así el teósofo habla de Kama—Manas para designar la inteligencia que
trabaja en y con la naturaleza del deseo, afectando la naturaleza
animal y afectada por ella. Los vedantinos
clasifican ambos cuerpos juntos y consideran él yo como funcionante en el Manomayâkosha, envoltura
compuesta del mental inferior de las emociones y de las pasiones. El psicólogo
europeo hace del sentimiento una de las secciones de la triple división del
intelecto, e incluye en los sentimientos las emociones y las sensaciones)
El tipo del cuerpo mental del hombre que desciende a una encarnación
nueva, se determina por el grado de evolución del mismo hombre.
Como en el estudio del cuerpo astral, podemos
examinar en el cuerpo mental tres tipos de hombres diversamente evolucionados:
A), un individuo no evolucionado;
B), un individuo medianamente desarrollado;
C), un individuo espiritualmente evolucionado.
A) En el individuo no evolucionado es casi
imperceptible el cuerpo mental, porque sólo consta de una pequeñísima
cantidad de materia mental sin
organización, tomada principalmente de las subdivisiones ínfimas del plano.
Sufre casi
exclusivamente la influencia de los cuerpos inferiores; y las tormentas
astrales desencadenadas por el contacto de los objetos sensibles determinan en
él vibraciones de poca intensidad.
Así, cuando no está
estimulado por esas vibraciones astrales, queda casi inerte y aun responde con
pereza al estímulo.
No engendra interiormente ninguna
actividad definida, y sólo los choques del mundo exterior pueden provocar una
respuesta clara.
Cuanto más violentas son, tanto más
contribuyen al progreso del hombre, pues cada vibración responsiva acelera el desarrollo embrionario del cuerpo
mental.
Los placeres tumultuosos, la
cólera, la ira, los sufrimientos, el terror, todas estas pasiones producen
terribles torbellinos en el cuerpo astral y suscitan débiles vibraciones en la
materia del cuerpo mental.
Estas
vibraciones provocan un comienzo de actividad en la conciencia mental y la
estimulan a añadir gradualmente cierta actividad propia a las impresiones
recibidas de fuera.
Hemos
visto que el cuerpo mental está tan íntimamente unido con el astral, que ambos
obran como un cuerpo único; pero las facultades mentales nacientes añaden a las
pasiones astrales cierta fuerza y cierta cualidad que no se manifiestan cuando
esas pasiones obran como fuerzas puramente animales.
Las
impresiones en el cuerpo mental duran más que las efectuadas en el astral, y
aquél las reproduce de una manera consciente.
Aquí
comienzan la memoria y la imaginación.
Esta facultad se
despierta poco a poco, a medida que las imágenes del mundo externo obran sobre
la sustancia del cuerpo mental y modelan sus materiales a su propia semejanza.
Tales imágenes,
nacidas del contacto de los sentidos, atraen a
ellas la materia mental más densa y pueden reproducirse a la voluntad
por los nacientes poderes de la conciencia.
Esta reserva de
imágenes acumuladas tiende a estimular la actividad interiormente engendrada,
por el deseo de experimentar una vez más, por medio de los órganos externos,
las vibraciones que han dejado un recuerdo agradable y evitar las que
determinaron disgusto.
El cuerpo mental
comienza desde entonces a excitar al astral, y a reanimar en él los deseos que
en el animal duermen mientras no se despiertan por un estímulo físico.
Por
esto encontramos en el hombre poco evolucionado el continuo anhelo de placer
que no se nota jamás en los animales; la
codicia, crueldad y doblez desconocidas en el reino inferior.
Los
poderes conscientes del pensamiento, puestos al servicio de los sentidos, hacen
del hombre un bruto más peligroso y feroz que ningún otro, y las fuerzas más
profundas y sutiles inherentes al espíritu—materia
mental prestan a la naturaleza pasional una violencia y agudeza que no se
encuentran en las razas inferiores. Pero estos excesos llevan en sí mismos, gracias a
los sufrimientos de que son causa, el germen de su propia corrección.
Estas
penosas experiencias obran sobre la conciencia y provocan imágenes nuevas sobre
las que la imaginación actúa, estimulando a la conciencia a resistir a ciertas
vibraciones que le llegan del mundo exterior por mediación de su cuerpo astral, y entonces
comienza a emplear su voluntad para retener el impulso de las pasiones en vez
de abandonarse a ellas.
Una
vez en juego estas vibraciones de resistencia, atraen al cuerpo mental
combinaciones sutilísimas de materia mental, expulsando
las combinaciones groseras que vibran en respuesta a las notas pasionales del
cuerpo astral.
Gracias a esta lucha
entre las vibraciones provocadas por las imágenes pasionales y las vibraciones
contrarias debidas a la reproducción imaginativa de experiencias penosas de
otro tiempo, se desenvuelve el cuerpo
mental, empieza a tener organización definida y a ejercer una iniciativa cada
vez mayor frente a las actividades externas.
Mientras
la vida terrestre se aplica a cosechar experiencias, la vida intermedia se
emplea en asimilar, esas mismas experiencias.
De
suerte que a cada nueva vuelta a la tierra, el Pensador se encuentra en posesión
de mayor conjunto de facultades para construir su cuerpo mental.
Así, el hombre no evolucionado, esclavo
de sus pasiones, se transforma en medianamente evolucionado, cuya inteligencia
es campo de batalla donde las pasiones y las potencias mentales luchan con
fortuna diversa y con fuerzas casi iguales.
En este período, el hombre evoluciona
gradualmente hacia la dominación de su naturaleza inferior.
B) En
el hombre medianamente evolucionado es más vigoroso y de mayor tamaño el cuerpo
mental.
Revela cierta
organización y contiene bastante cantidad de materia de la segunda, tercera y
cuarta subdivisiones del plano mental.
La
ley general que rige la construcción y transformación del cuerpo mental podrá
estudiarse aquí con algún provecho, aunque esté basada sobre el mismo principio
que ya vimos operando en los reinos inferiores de los mundos astral y
físico.
El
ejercicio vigoriza y la inacción atrofia y acaba por destruir.
Cada vibración
provocada en el cuerpo mental determina en la región afectada una modificación
de sus elementos constitutivos.
La materia que no puede vibrar al unísono se elimina y reemplaza por
materiales convenientemente tomadas de las reservas verdaderamente inagotables
que se encuentran alrededor. Cuanto más se repite un conjunto de vibraciones,
más se desarrolla la región afectada del cuerpo mental; de ahí, dicho sea de
paso, el perjuicio que irroga al cuerpo mental la especialización exagerada de
sus energías.
Este
error de método en la utilización de fuerzas determina un desarrollo desigual y
desequilibrado del cuerpo mental.
En
la región continuamente ejercitada hay tendencia a la plétora, y tendencia a la
atrofia en otras regiones acaso muy importantes.
El
ideal está en perseguir un desarrollo general armónico y proporcionado; y para
eso basta el análisis tranquilo de sí mismo y la justa adaptación de los medios
a los fines.
El
conocimiento de esta ley permite explicar algunas experiencias muy conocidas y
forja la esperanza en un progreso seguro.
Cuando se emprende un nuevo estudio o se
introduce un cambio en el sentido de una más elevada moralidad en la evidencia,
las primeras etapas están llenas de dificultades y a veces se abandona el
esfuerzo porque parecen insuperables los obstáculos.
Al comienzo de
una nueva empresa mental, cualesquiera que sea, todo el automatismo del cuerpo
mental rehúye el esfuerzo.
Sus
materiales, acostumbrados a vibrar de cierta manera, no pueden adaptarse a los
nuevos impulsos.
La
primera etapa del trabajo consiste, pues, principalmente, en realizar esfuerzos
preliminares que, aunque no provoquen en el cuerpo mental vibraciones
adecuadas, son cuando menos indispensables para que surjan las vibraciones
armónicas, porque tienden a rechazar del cuerpo los antiguos materiales
refractarios y a atraer combinaciones simpáticas.
En este tiempo el hombre no tiene conciencia de progreso alguno,
sino de lo inútil de sus esfuerzos y de la resistencia inerte que encuentra;
pero al cabo de cierto tiempo, si persiste, los materiales nuevamente
adquiridos empiezan a funcionar recompensándole los esfuerzos que creyera
estériles.
Finalmente,
expulsados todos los materiales viejos y ya en función los nuevos, triunfa sin
el menor esfuerzo y realiza su deseo. El período verdaderamente crítico es el
primer paso, o la primera etapa.
Pero si tenemos
confianza en la ley, tan infalible en sus operaciones como todas las de la
naturaleza, y si renovamos con persistencia nuestros esfuerzos, debemos
necesariamente triunfar.
El conocimiento
de este hecho puede servirnos para animarnos en medio de las tribulaciones que
de otro modo nos llevarían a la desesperación.
He ahí, pues, cómo el
hombre medianamente desarrollado puede proseguir sus esfuerzos, descubriendo
con gozo que a medida que resista más y más a las solicitaciones de la
naturaleza inferior, pierden su poder sobre él, porque expulsa de su cuerpo
mental todos los materiales que pueden producir vibraciones simpáticas.
Cuando el cuerpo mental sólo contenga las combinaciones más sutiles de
las cuatro subdivisiones inferiores del plano mental, adquirirá la forma
radiante y exquisitamente bella del estadio siguiente.
C) El hombre
espiritualmente desarrollado ha eliminado ya del cuerpo mental las
combinaciones groseras, de suerte que los objetos de los sentidos no encuentran
materiales capaces de responder simpáticamente a sus vibraciones.
Este cuerpo mental
sólo contiene combinaciones de las más sutiles, pertenecientes a las cuatro
subdivisiones del mundo mental inferior; además, la substancia del tercero y
cuarto súplanos entra por mucho en la composición de los dos primeros.
Es, pues, sensible a
todas las operaciones superiores del intelecto, a las impresiones delicadas de
las artes superiores y a todas las puras vibraciones de las emociones sublimes.
Un cuerpo tal permite
al Pensador revestido de él, expresarse más completamente en la región mental
inferior y en los mundos astral y físico.
Sus materiales pueden
responder a una escala de vibraciones mucho mayor y los impulsos procedentes de
arriba los moldean en un organismo más noble y más sutil.
Se aproxima el
momento en que ése cuerpo este pronto pana trasmitir todas las vibraciones
emitidas por el Pensador, susceptibles de expresión en las subdivisiones
inferiores del plano.
El Ego tendrá
entonces el instrumento perfecto para desempeñar plenamente su papel en la
región mental inferior.
Al modificar en gran manera la educación moderna y
hacerla más útil al Pensador que lo es actualmente, contribuirá una clara
comprensión de la naturaleza del cuerpo mental.
Las características generales de este cuerpo dependen de las vidas
anteriores del Pensador sobre la tierra; hecho del que podremos convencernos
íntimamente al estudiar la Reencarnación y el Karma.
El cuerpo está construido en el plano mental y sus materiales dependen de
las cualidades que el Pensador ha acumulado en él como resultados de
experiencias anteriores.
Todo lo que puede hacer la
educación es dirigir los estímulos exteriores adecuados para despertar las
facultades útiles que ya posee el Pensador; pero al mismo tiempo debe propender
a la atrofia y desarraigo de las malas inclinaciones. Favorecer el desenvolvimiento de las facultades
innatas y no recargar la memoria con abrumador cúmulo de palabras: tal es el
objeto de la educación verdadera.
La memoria no necesita cultivo
como facultad distinta, porque depende de la atención, es decir, de la firme concentración del
pensamiento sobre el objeto estudiado y de la afinidad natural que existe entre
el objeto y la inteligencia del niño.
Si el objeto agrada, es decir, si la inteligencia
tiene aptitudes en tal sentido, no hará falta la memoria para sostener la
atención. Por esto la educación, orientándose hacia las facultades innatas del
niño, debe arraigar el hábito de la firme y sostenida concentración de la
atención.
Pasemos ahora a la división “sin forma” del plano mental, a esa región que es la verdadera patria del hombre a través del ciclo de sus
reencarnaciones.
En ella nace
el alma incipiente, el Ego niño, individualidad embrionaria en el momento
en que comienza su evolución humana propiamente dicha.
La forma del Ego, del Pensador, es ovoide, y por eso H. P. Blavatsky da
el nombre de huevo áureo al cuerpo de Manas que persiste a través de todas las
encarnaciones.
Está formado de la materia de las tres subdivisiones
superiores del plano mental, es de exquisita finura y parece un velo desde su
primera aparición.
A medida que se desarrolla se convierte en un objeto radiante de gloria y
belleza suprema: “El Ser luminoso”, como justamente se
le ha llamado (Este es el Augoeides de los
neoplatónicos, o el cuerpo espiritual de San Pablo)
¿Qué es, pues, el Pensador?
Ya lo hemos dicho: el Yo divino, limitado o individualizado
en una forma sutil formada por materiales de la región “sin forma” del plano
mental (Es
decir, él Yo cuando funciona en el estuche del Discernimiento; el Vignyânamayakosha, la clasificación
vedan tina)
Esta materia, aglomerada alrededor de un
rayo del Yo, de un rayo vivo de la Luz Una, que es la vida del universo, separa
a ese rayo de su fuente en lo que concierne al mundo externo.
Lo
envuelve como un velo traslúcido y lo transforma así en “un
individuo”.
La vida que le anima es la vida del
Logos, pero al principio todas las fuerzas de esa vida están latentes y
veladas.
Todo
está en él potencialmente en estado de germen, como el árbol en el germen
minúsculo de la semilla.
Esta
semilla está plantada en la tierra fecunda de la vida humana, a fin de que
vivificadas las fuerzas latentes por el sol de la alegría y la lluvia de las
lágrimas, pueden nutrirse con los jugos del mantillo vital que llamamos
experiencia, y se desenvuelva en árbol potente a imagen del Señor que lo
engendrara.
La evolución humana es la del Pensador.
Se reviste de cuerpos en los planos mental inferior, astral y físico.
Luego de gastados
estos cuerpos a través de las vidas terrestres, astral y mental inferior, los
deja sucesivamente en los diversos estados de ese ciclo de vida, a medida que
pasa de un mundo a otro, pero acumulando siempre los frutos cosechados, para su
aprovechamiento en cada plano.
Al principio, tan escasamente consciente
como el cuerpo físico de un recién nacido, permanece como en soñolencia hasta
que las experiencias obran sobre él desde lo exterior y le ayudan a despertar
la actividad de alguna de sus fuerzas latentes.
Luego, poco a poco va desempeñando papel cada vez
más importante en la dirección de su existencia; y finalmente, conseguida la
madurez, toma su vida entre sus propias manos que adquiere siempre creciente
imperio sobre su destino futuro.
De extrema lentitud es el crecimiento
del cuerpo permanente que con la conciencia divina constituye lo que llamamos
el Pensador.
Su nombre técnico es el de cuerpo
causal, porque reúne en sí los resultados de todas
las experiencias, los cuales obran como causas y modelan las existencias
futuras.
El cuerpo
causal es
el único permanente de cuantos el hombre necesita en su encarnación.
Sabemos, en efecto, que los cuerpos
físico, astral y mental inferior se reconstruyen en cada encarnación.
Cada uno de ellos, al
desaparecer, trasmite su residuo al cuerpo inmediatamente superior, y todos los
residuos se acopian en el cuerpo permanente.
Cuando el Pensador vuelve a encarnar,
exterioriza sus energías, compuestas de sus frutos, sobre cada plano sucesivo y
atrae sobre sí uno tras otros nuevos cuerpos en armonía con su propio pasado.
En, cuanto al acrecentamiento del cuerpo
causal, es, como hemos dicho, extremadamente lento, porque sólo puede vibrar en
respuesta a impulsos susceptibles de expresión en la sutilísima materia que lo
compone.
Únicamente se asimila estos impulsos en la textura
de su ser.
Las pasiones, que tan importante papel
juegan en las primeras fases de la evolución humana, no pueden por lo tanto
afectar directamente el crecimiento del cuerpo causal.
El Pensador sólo
asimila las experiencias que pueden reproducirse por las vibraciones del cuerpo
causal; y esas experiencias deben pertenecer a la región mental, con carácter
sumamente intelectual o moral.
Además, su materia
sutil no puede hallar en el plano físico ninguna vibración simpática.
Con un poco de
reflexión comprenderá cada cual cuán pobre es su vida cotidiana en materiales
útiles para el desarrollo de ese cuerpo sublime.
Y de la lentitud de
la evolución proviene la tardanza en el progreso.
Cuando el Pensador sea bastante potente
para manifestarse de un modo más completo en cada vida sucesiva, la evolución
se efectuará a gigantescos pasos.
La persistencia en
la iniquidad repercute sin embargo indirectamente sobre el cuerpo causal y
retarda su crecimiento. Efectivamente,
parece que la prolongada perseverancia en el mal determina cierta incapacidad
para responder a las opuestas vibraciones del bien.
El
crecimiento se retrasa así durante un período considerable, aun después de
haber cesado en la práctica del mal.
Para dañar
directamente al cuerpo causal, hace falta una perversidad muy intelectual y
sutil. El “pecado espiritual”, que mencionan las diversas Escrituras del mundo.
Felizmente es un caso tan raro como el bien espiritual.
Ni
uno ni otro se encuentran sino en los seres altamente evolucionados, que siguen el sendero de la
derecha o el de la izquierda. (El sendero de la derecha es el que conduce a la humanidad
divina, al Adeptado puesto al servicio de los mundos. El sendero de la izquierda lleva al Adeptado que intenta
frustrar los progresos de la evolución en provecho de intereses individuales y
egoístas. Se les llama también sendero blanco y sendero negro.)
La residencia del Pensador, del Hombre Eterno, es el quinto subplano, el nivel inferior de la región “sin forma” del plano mental.
Allí están las
grandes masas de la humanidad, apenas despiertas, en la infancia de su vida.
El
Pensador llega con lentitud al estado consciente, a medida que sus energías
obran sobre los planos inferiores y adquieren en ellos experiencia.
Esta
experiencia es absorbida al mismo tiempo que las energías exteriorizadas del
Pensador, cuando a él vuelven cargadas con la cosecha de una vida.
El Hombre Eterno, él
Yo individualizado, es el verdadero actor en cada uno de los cuerpos que le
envuelven. Su
presencia da el sentimiento del Yo tanto al cuerpo como al intelecto, y el Yo
es el principio que posee conciencia y por ilusión se identifica con aquél
cuerpo en que despliega más activamente sus energías.
Para
el hombre sensual él Yo es el cuerpo físico y el cuerpo de deseo; saca de ellos
su gozo y los considera como a sí mismo porque su vida está en ellos.
Para
el sabio, él Yo es la inteligencia, porque en el ejercicio de ella encuentra su
alegría y en ella concentra su vida.
Un
reducido número puede elevarse hasta las cumbres abstractas de la filosofía
espiritual, para sentir como su Yo el Hombre Eterno cuyo recuerdo se extiende a
través de las vidas pasadas y cuya esperanza abarca las futuras.
Los
fisiólogos nos dicen que el dolor de un corte en un dedo no se siente realmente
en donde la sangre fluye, sino en el cerebro, y que nuestra imaginación lo
proyecta inmediatamente al exterior sobre la parte lesionada.
Dicen
que es ilusoria la sensación de dolor en el dedo, pues la imaginación lo lleva
al punto de contacto con el objeto que ocasiona la herida.
Así
un hombre experimentará dolor en un miembro amputado, o mejor dicho, en el
espacio que ese miembro ocupaba.
De
un modo análogo él Yo único, el Hombre interior, experimenta sufrimiento o
placer en los puntos de sus envolturas corporales que están en contacto con el
mundo exterior; y considera su envoltura como a sí mismo, ignorando que esa
sensación es ilusoria, y que él mismo es el único ser que obra y recoge la
experiencia en cada vehículo.
Con arreglo a estos conceptos, consideramos ahora las relaciones
entre el mental superior y el mental inferior, y su acción sobre el cerebro.
Manas, el Pensador, es decir, la mente verdadera, es única, y no otra que él Yo en el cuerpo causal, fuente
de energía innúmeras, de vibraciones infinitamente diversas que irradian en
torno de él.
Las más elevadas y sutiles de estas vibraciones se manifiestan en
la materia del cuerpo causal, la única bastante delicada para responderlas.
Ellas constituyen lo que llamamos la Razón
Pura,
cuyos pensamientos son abstractos y cuyo método de conocimiento es la intuición.
“Su verdadera naturaleza
es conocimiento”, y reconoce así la verdad a primera vista por
su conformidad con ella.
Las vibraciones menos sutiles pasan al
exterior, atrayendo la materia de la región mental inferior, y estas
vibraciones constituyen el Manas inferior o mental
inferior, que, por lo tanto, está constituido por las energías más
groseras del mental superior, manifestadas en materia más densa.
Esto es lo que
llamamos el intelecto, comprendiendo la
razón, el juicio, la imaginación, la comparación y otras facultades mentales.
Sus pensamientos son concretos y tiene por método la lógica: discute, razona y deduce.
Estas vibraciones
obran a través de la materia astral sobre el cerebro etéreo, y mediante éste
sobre el cerebro físico denso, dando origen en él a otras vibraciones pesadas y
lentas en reproducción de aquellas mismas.
Lentas y pesadas, porque las energías pierden mucho de su
actividad, puesto que han de mover materia más pesada.
Esta
aminoración de energía, cuando se inicia una vibración en un medio sutil para trasmitirse
enseguida a un medio más denso, es cosa familiar para quien ha estudiado
física.
Tocad
un timbre al aire libre y suena claramente.
Tocadlo
en un ambiente de hidrogeno, y las vibraciones del hidrogeno, al conmover a su
vez las ondas atmosféricas aminorarán el sonido.
Las
operaciones del cerebro, en respuesta a choques rápidos y sutiles del
pensamiento, son igualmente débiles; y no obstante, constituyen lo que la
mayoría de los hombres reconoce como estado consciente.
La importancia inmensa del funcionamiento mental de esa conciencia
física proviene de que es el único intermediario por donde el Pensador puede
recoger el fruto de la experiencia.
Mientras está dirigido por las pasiones, las
sigue, y el Pensador, sin nutrición alguna no puede desarrollarse.
Y
mientras está totalmente absorbida por las actividades mentales del mundo
exterior, sólo puede despertar las energías más ínfimas del Pensador.
Únicamente el día en
que este puede hacer sentir el verdadero objeto de su vida, comienza a llenar
sus funciones más útiles y a recoger las experiencias que despiertan y nutren
las energías más elevadas del Pensador.
A
medida que éste se desenvuelve, se hace cada vez más consciente de sus propios
poderes, así como de las operaciones de sus energías sobre los planos
inferiores, y sobre los cuerpos cuyas energías actúan cerca de él.
Comienza, en fin, a esforzarse en influir en esos cuerpos,
utilizando la memoria del pasado para guiar su voluntad; y produce entonces
sobre ellos las impresiones que llamamos “conciencia”, si se refieren a la moral, y
“relámpagos de intuición”, si iluminan el intelecto.
Cuando estas últimas impresiones son bastante
frecuentes para que se las pueda considerar como normales, designamos su
conjunto con la palabra “genio”.
La evolución superior
del Pensador está señalada por el más completo dominio que ejerce en lo
sucesivo sobre sus vehículos inferiores, por su creciente susceptibilidad a su
influencia, y por su contribución, siempre mayor, a su desarrollo.
Los que quieren
colaborar deliberadamente en esta evolución pueden efectuarlo por una dirección
metódica del mental inferior y de la naturaleza moral en esfuerzo constante y
bien dirigido.
El hábito de un
pensamiento sereno, sostenido y perseverante, sobre los objetos de meditación y
estudio que no sean mundanos y exteriores, desenvuelve el cuerpo mental y lo
mejora como instrumento.
El esfuerzo que
tiende a cultivar el pensamiento abstracto es igualmente útil, porque eleva al
mental inferior hacia el mental superior y atrae sobre sí los materiales más
sutiles de su propia región.
Gracia a métodos
semejantes todo hombre puede cooperar activamente a la evolución de su verdadero ser.
Cada progreso efectuado acelera los progresos siguientes.
Ningún esfuerzo se pierde, por mínimo que sea; todos
producen efecto, y toda contribución recogida y trasmitida al interior se
acopia en el tesoro del cuerpo causal para utilizarla ulteriormente.
Así la evolución, aunque lenta y llena de frecuentes
soluciones de continuidad, va siempre en progreso, y la Vida Divina que sin
cesar florece en cada alma, somete gradualmente todas las cosas a su imperio.
(Tomado
del libro: La Sabiduría Antigua)
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