lunes, 20 de octubre de 2014

EL PLANO MENTAL (2ra. Parte)

EL PLANO MENTAL

(2da. Parte)


El Pensador que ha alcanzado este segundo nivel, tiene plena conciencia de lo que le rodea y recuerda su pasado.

Conoce los cuerpos que le revisten, por medio de los cuales está en contacto con los planos inferiores y puede influir determinadamente sobre esos cuerpos y dirigirlos.
Prevé las dificultades y obstáculos que le aguardan como resultado de una conducta descuidada en vidas anteriores, y se esfuerza en infundirles la energía necesaria para el cumplimiento de su tarea.
La dirección en que ha de emplearla se deja sentir a veces en la conciencia inferior como una fuerza imperiosa e impulsiva que vence toda resistencia y le traza al ser una línea de conducta cuyas razones no aparecen claras a la confusa visión de los vehículos astral y mental.

Los hombres que realizaron grandes acciones nos dan frecuente testimonio de ello, cuando afirman haber tenido conciencia de una irresistible fuerza interior que los movía, poniéndolos en la imposibilidad de obrar de otra manera. Y es que entonces obraban como hombre reales.

El Pensador, el hombre exterior, obra conscientemente a través de sus cuerpos, que desempeñan en este momento su verdadero papel de vehículo de la individualidad.
A medida que la evolución se cumpla, todos alcanzarán estos altos poderes.


En el tercer nivel, el más elevado de la región superior del plano mental, residen los Egos de los Maestros y sus discípulos o Chelas, los Iniciados.

La materia de esta región predomina desde luego en el cuerpo del Pensador.

En el seno de esta región, foco de las más sutiles energías mentales, ejercen los Maestros su benéfica tarea en pro de la humanidad, vertiendo a torrentes sobre las regiones inferiores el ideal sublime, el pensamiento inspirador, el anhelo de fe sincera, todas las fuerzas espirituales e intelectuales de que tan necesitado se halla el hombre. Cada fuerza allí engendrada irradia en multitud de direcciones como de un foco luminoso, y las almas más nobles y puras pueden recibir con mayor facilidad sus auxiliadoras influencias.

Un descubrimiento sorprende de los secretos de la naturaleza; una nueva melodía embelesa el oído de un gran músico; la resolución de un problema largo tiempo meditado, se ofrece a la mente del filósofo sublime; una energía nueva de esperanza y de amor caldea el corazón del filántropo infatigable; y sin embargo, aún entonces se creen abandonados los hombres y sin auxilio, a pesar de que sus mismas frases; “Se me ha ocurrido este pensamiento, “Me ha venido esta idea”, “He sido sorprendido por este descubrimiento”, atestiguan inconscientemente la verdad de que su Yo no ignora, aunque sea invisible a los ojos del cuerpo.

Pasemos ahora al estudio del Pensador y de su vehículo, tales como se les encuentra en el hombre que habita en la tierra.
Se llama cuerpo mental el de que está revestida la conciencia y por el cual se encuentra condicionada en las cuatro subdivisiones inferiores del plano mental.

Este cuerpo está constituido por combinaciones de la materia de las cuatro subdivisiones.

Al acercarse una nueva encarnación, el Pensador, el Individuo, que es la verdadera alma humana, irradia una porción de su energía en vibraciones que atraen alrededor de él una envoltura de materia formada por las cuatro subdivisiones inferiores de su propio plano.
La materia atraída corresponde a la naturaleza de las vibraciones emitidas; los elementos más sutiles responden al llamamiento de las vibraciones más rápidas y toman forma bajo su influencia; y las combinaciones más groseras responden a las vibraciones más lentas.
Como un hilo metálico que vibra espontáneamente, respondiendo a otro hilo del mismo peso y de la misma tensión, pero que permanece mudo a vibraciones de hilos diferentes, las materias de diversos órdenes se armoniza en correspondencia con los diversos órdenes vibratorios.
La naturaleza, pues, del cuerpo mental del Pensador está exactamente determinada por las vibraciones que él emite; y ese cuerpo se llama mental inferior, o Manas inferior, porque está constituido por la materia de las subdivisiones inferiores del plano mental, y condiciona al Pensador en sus operaciones ulteriores.
Las sutilísimas y rapidísimas energías necesarias para mover esa materia y obtener una respuesta, no se pueden manifestar sino a través de ella.
El Pensador está forzosamente limitado y condicionado en su expresión.
Esta es la primera de las cárceles en que se encierra durante su vida encarnada, y mientras sus energías funcionan en ella, se encuentra excluido en gran parte de su propio y más elevado mundo, porque su atención se fija en las energías que tienden al exterior y su vida se proyecta con ellas en el cuerpo mental inferior, designando con términos de vestidos, estuche, envoltura o vehículo: expresiones significativas de que el Pensador no es el cuerpo mental, sino que construye ese cuerpo y se sirve de él para expresar de sí mismo en la región mental inferior.
     
No hay que olvidar que las energías del Pensador, en proceso de exteriorización, atraen cerca de él la materia más densa del plano astral para formar su cuerpo astral, y que durante la encarnación de su vida, las energía que se manifiestan a través de los estados inferiores de la materia mental, se convierten muy fácilmente por ella en vibraciones lentísimas a las que responde la materia astral, vibrando continuamente los dos cuerpos de acuerdo hasta llegar a compenetrarse estrechamente.

Cuanto más se asimilan las combinaciones de materia densa por el cuerpo mental, más íntima se hace esa unión, por lo que ambos cuerpos se clasifican juntamente y aun se consideran como único vehículo   (Así el teósofo habla de Kama—Manas para designar la inteligencia que trabaja en y con la naturaleza del deseo, afectando la naturaleza animal y afectada por ella. Los vedantinos clasifican ambos cuerpos juntos y consideran él yo como funcionante en el Manomayâkosha, envoltura compuesta del mental inferior de las emociones y de las pasiones. El psicólogo europeo hace del sentimiento una de las secciones de la triple división del intelecto, e incluye en los sentimientos las emociones y las sensaciones)

El tipo del cuerpo mental del hombre que desciende a una encarnación nueva, se determina por el grado de evolución del mismo hombre.

Como en el estudio del cuerpo astral, podemos examinar en el cuerpo mental tres tipos de hombres diversamente evolucionados:
A), un individuo no evolucionado;
B), un individuo medianamente desarrollado;
C), un individuo espiritualmente evolucionado.

A)  En el individuo no evolucionado es casi imperceptible el cuerpo mental, porque sólo consta de una pequeñísima cantidad  de materia mental sin organización, tomada principalmente de las subdivisiones ínfimas del plano.
Sufre casi exclusivamente la influencia de los cuerpos inferiores; y las tormentas astrales desencadenadas por el contacto de los objetos sensibles determinan en él vibraciones de poca intensidad.
Así, cuando no está estimulado por esas vibraciones astrales, queda casi inerte y aun responde con pereza al estímulo.
No engendra interiormente ninguna actividad definida, y sólo los choques del mundo exterior pueden provocar una respuesta clara.
Cuanto más violentas son, tanto más contribuyen al progreso del hombre, pues cada vibración responsiva acelera el desarrollo embrionario del cuerpo mental.

Los placeres tumultuosos, la cólera, la ira, los sufrimientos, el terror, todas estas pasiones producen terribles torbellinos en el cuerpo astral y suscitan débiles vibraciones en la materia del cuerpo mental.      
Estas vibraciones provocan un comienzo de actividad en la conciencia mental y la estimulan a añadir gradualmente cierta actividad propia a las impresiones recibidas de fuera.
Hemos visto que el cuerpo mental está tan íntimamente unido con el astral, que ambos obran como un cuerpo único; pero las facultades mentales nacientes añaden a las pasiones astrales cierta fuerza y cierta cualidad que no se manifiestan cuando esas pasiones obran como fuerzas puramente animales.

Las impresiones en el cuerpo mental duran más que las efectuadas en el astral, y aquél las reproduce de una manera consciente.
Aquí comienzan la memoria y la imaginación.

Esta facultad se despierta poco a poco, a medida que las imágenes del mundo externo obran sobre la sustancia del cuerpo mental y modelan sus materiales a su propia semejanza.
Tales imágenes, nacidas del contacto de los sentidos, atraen a  ellas la materia mental más densa y pueden reproducirse a la voluntad por los nacientes poderes de la conciencia.
Esta reserva de imágenes acumuladas tiende a estimular la actividad interiormente engendrada, por el deseo de experimentar una vez más, por medio de los órganos externos, las vibraciones que han dejado un recuerdo agradable y evitar las que determinaron disgusto.
El cuerpo mental comienza desde entonces a excitar al astral, y a reanimar en él los deseos que en el animal duermen mientras no se despiertan por un estímulo físico.

Por esto encontramos en el hombre poco evolucionado el continuo anhelo de placer que no se nota jamás en los animales; la codicia, crueldad y doblez desconocidas en el reino inferior.
Los poderes conscientes del pensamiento, puestos al servicio de los sentidos, hacen del hombre un bruto más peligroso y feroz que ningún otro, y las fuerzas más profundas y sutiles inherentes al espíritu—materia mental prestan a la naturaleza pasional una violencia y agudeza que no se encuentran en las razas inferiores. Pero estos excesos llevan en sí mismos, gracias a los sufrimientos de que son causa, el germen de su propia corrección.

Estas penosas experiencias obran sobre la conciencia y provocan imágenes nuevas sobre las que la imaginación actúa, estimulando a la conciencia a resistir a ciertas vibraciones que le llegan del mundo exterior por mediación de su cuerpo astral, y entonces comienza a emplear su voluntad para retener el impulso de las pasiones en vez de abandonarse a ellas.

Una vez en juego estas vibraciones de resistencia, atraen al cuerpo mental combinaciones sutilísimas de materia mental, expulsando las combinaciones groseras que vibran en respuesta a las notas pasionales del cuerpo astral.
     
Gracias a esta lucha entre las vibraciones provocadas por las imágenes pasionales y las vibraciones contrarias debidas a la reproducción imaginativa de experiencias penosas de otro tiempo, se desenvuelve el cuerpo mental, empieza a tener organización definida y a ejercer una iniciativa cada vez mayor frente a las actividades externas.

Mientras la vida terrestre se aplica a cosechar experiencias, la vida intermedia se emplea en asimilar, esas mismas experiencias.
De suerte que a cada nueva vuelta a la tierra, el Pensador se encuentra en posesión de mayor conjunto de facultades para construir su cuerpo mental.

Así, el hombre no evolucionado, esclavo de sus pasiones, se transforma en medianamente evolucionado, cuya inteligencia es campo de batalla donde las pasiones y las potencias mentales luchan con fortuna diversa y con fuerzas casi iguales.
En este período, el hombre evoluciona gradualmente hacia la dominación de su naturaleza inferior.

B) En el hombre medianamente evolucionado es más vigoroso y de mayor tamaño el cuerpo mental.
Revela cierta organización y contiene bastante cantidad de materia de la segunda, tercera y cuarta subdivisiones del plano mental.
La ley general que rige la construcción y transformación del cuerpo mental podrá estudiarse aquí con algún provecho, aunque esté basada sobre el mismo principio que ya vimos operando en los reinos inferiores de los mundos astral y físico.   
El ejercicio vigoriza y la inacción atrofia y acaba por destruir.

Cada vibración provocada en el cuerpo mental determina en la región afectada una modificación de sus elementos constitutivos.
La materia que no puede vibrar al unísono se elimina y reemplaza por materiales convenientemente tomadas de las reservas verdaderamente inagotables que se encuentran alrededor. Cuanto más se repite un conjunto de vibraciones, más se desarrolla la región afectada del cuerpo mental; de ahí, dicho sea de paso, el perjuicio que irroga al cuerpo mental la especialización exagerada de sus energías.

Este error de método en la utilización de fuerzas determina un desarrollo desigual y desequilibrado del cuerpo mental.
En la región continuamente ejercitada hay tendencia a la plétora, y tendencia a la atrofia en otras regiones acaso muy importantes.
El ideal está en perseguir un desarrollo general armónico y proporcionado; y para eso basta el análisis tranquilo de sí mismo y la justa adaptación de los medios a los fines.

El conocimiento de esta ley permite explicar algunas experiencias muy conocidas y forja la esperanza en un progreso seguro.
Cuando se emprende un nuevo estudio o se introduce un cambio en el sentido de una más elevada moralidad en la evidencia, las primeras etapas están llenas de dificultades y a veces se abandona el esfuerzo porque parecen insuperables los obstáculos.
   Al comienzo de una nueva empresa mental, cualesquiera que sea, todo el automatismo del cuerpo mental rehúye el esfuerzo.
Sus materiales, acostumbrados a vibrar de cierta manera, no pueden adaptarse a los nuevos impulsos.
La primera etapa del trabajo consiste, pues, principalmente, en realizar esfuerzos preliminares que, aunque no provoquen en el cuerpo mental vibraciones adecuadas, son cuando menos indispensables para que surjan las vibraciones armónicas, porque tienden a rechazar del cuerpo los antiguos materiales refractarios y a atraer combinaciones simpáticas.

En este tiempo el hombre no tiene conciencia de progreso alguno, sino de lo inútil de sus esfuerzos y de la resistencia inerte que encuentra; pero al cabo de cierto tiempo, si persiste, los materiales nuevamente adquiridos empiezan a funcionar recompensándole los esfuerzos que creyera estériles.
Finalmente, expulsados todos los materiales viejos y ya en función los nuevos, triunfa sin el menor esfuerzo y realiza su deseo. El período verdaderamente crítico es el primer paso, o la primera etapa.

Pero si tenemos confianza en la ley, tan infalible en sus operaciones como todas las de la naturaleza, y si renovamos con persistencia nuestros esfuerzos, debemos necesariamente triunfar.
El conocimiento de este hecho puede servirnos para animarnos en medio de las tribulaciones que de otro modo nos llevarían a la desesperación.
He ahí, pues, cómo el hombre medianamente desarrollado puede proseguir sus esfuerzos, descubriendo con gozo que a medida que resista más y más a las solicitaciones de la naturaleza inferior, pierden su poder sobre él, porque expulsa de su cuerpo mental todos los materiales que pueden producir vibraciones simpáticas.

Cuando el cuerpo mental sólo contenga las combinaciones más sutiles de las cuatro subdivisiones inferiores del plano mental, adquirirá la forma radiante y exquisitamente bella del estadio siguiente.

C) El hombre espiritualmente desarrollado ha eliminado ya del cuerpo mental las combinaciones groseras, de suerte que los objetos de los sentidos no encuentran materiales capaces de responder simpáticamente a sus vibraciones.

Este cuerpo mental sólo contiene combinaciones de las más sutiles, pertenecientes a las cuatro subdivisiones del mundo mental inferior; además, la substancia del tercero y cuarto súplanos entra por mucho en la composición de los dos primeros.

Es, pues, sensible a todas las operaciones superiores del intelecto, a las impresiones delicadas de las artes superiores y a todas las puras vibraciones de las emociones sublimes.
Un cuerpo tal permite al Pensador revestido de él, expresarse más completamente en la región mental inferior y en los mundos astral y físico.
Sus materiales pueden responder a una escala de vibraciones mucho mayor y los impulsos procedentes de arriba los moldean en un organismo más noble y más sutil.
Se aproxima el momento en que ése cuerpo este pronto pana trasmitir todas las vibraciones emitidas por el Pensador, susceptibles de expresión en las subdivisiones inferiores del plano.
El Ego tendrá entonces el instrumento perfecto para desempeñar plenamente su papel en la región mental inferior.
     
Al modificar en gran manera la educación moderna y hacerla más útil al Pensador que lo es actualmente, contribuirá una clara comprensión de la naturaleza del cuerpo mental.

Las características generales de este cuerpo dependen de las vidas anteriores del Pensador sobre la tierra; hecho del que podremos convencernos íntimamente al estudiar la Reencarnación y el Karma.
El cuerpo está construido en el plano mental y sus materiales dependen de las cualidades que el Pensador ha acumulado en él como resultados de experiencias anteriores.

Todo lo que puede hacer la educación es dirigir los estímulos exteriores adecuados para despertar las facultades útiles que ya posee el Pensador; pero al mismo tiempo debe propender a la atrofia y desarraigo de las malas inclinaciones. Favorecer el desenvolvimiento de las facultades innatas y no recargar la memoria con abrumador cúmulo de palabras: tal es el objeto de la educación verdadera.
La memoria no necesita cultivo como facultad distinta, porque depende de la atención, es decir, de la firme concentración del pensamiento sobre el objeto estudiado y de la afinidad natural que existe entre el objeto y la inteligencia del niño.

Si el objeto agrada, es decir, si la inteligencia tiene aptitudes en tal sentido, no hará falta la memoria para sostener la atención. Por esto la educación, orientándose hacia las facultades innatas del niño, debe arraigar el hábito de la firme y sostenida concentración de la atención.      

Pasemos ahora a la división “sin forma” del plano mental, a esa región que es la verdadera  patria del hombre a través del ciclo de sus reencarnaciones.

En ella nace el alma incipiente, el Ego niño, individualidad embrionaria en el momento en que comienza su evolución humana propiamente dicha.

La forma del Ego, del Pensador, es ovoide, y por eso H. P. Blavatsky da el nombre de huevo áureo al cuerpo de Manas que persiste a través de todas las encarnaciones.

Está formado de la materia de las tres subdivisiones superiores del plano mental, es de exquisita finura y parece un velo desde su primera aparición.

A medida que se desarrolla se convierte en un objeto radiante de gloria y belleza suprema: “El Ser luminoso”, como justamente se le ha llamado (Este es el Augoeides de los neoplatónicos, o el cuerpo espiritual de San Pablo)

¿Qué es, pues, el Pensador?
Ya lo hemos dicho: el Yo divino, limitado o individualizado en una forma sutil formada por materiales de la región “sin forma” del plano mental  (Es decir, él Yo cuando funciona en el estuche del Discernimiento; el Vignyânamayakosha, la clasificación vedan tina)

Esta materia, aglomerada alrededor de un rayo del Yo, de un rayo vivo de la Luz Una, que es la vida del universo, separa a ese rayo de su fuente en lo que concierne al mundo externo.
Lo envuelve como un velo traslúcido y lo transforma así en “un individuo”.
La vida que le anima es la vida del Logos, pero al principio todas las fuerzas de esa vida están latentes y veladas.
Todo está en él potencialmente en estado de germen, como el árbol en el germen minúsculo de la semilla.
Esta semilla está plantada en la tierra fecunda de la vida humana, a fin de que vivificadas las fuerzas latentes por el sol de la alegría y la lluvia de las lágrimas, pueden nutrirse con los jugos del mantillo vital que llamamos experiencia, y se desenvuelva en árbol potente a imagen del Señor que lo engendrara.
      La evolución humana es la del Pensador.
Se reviste de cuerpos en los planos mental inferior, astral y físico.
Luego de gastados estos cuerpos a través de las vidas terrestres, astral y mental inferior, los deja sucesivamente en los diversos estados de ese ciclo de vida, a medida que pasa de un mundo a otro, pero acumulando siempre los frutos cosechados, para su aprovechamiento en cada plano.

Al principio, tan escasamente consciente como el cuerpo físico de un recién nacido, permanece como en soñolencia hasta que las experiencias obran sobre él desde lo exterior y le ayudan a despertar la actividad de alguna de sus fuerzas latentes.

Luego, poco a poco va desempeñando papel cada vez más importante en la dirección de su existencia; y finalmente, conseguida la madurez, toma su vida entre sus propias manos que adquiere siempre creciente imperio sobre su destino futuro.

De extrema lentitud es el crecimiento del cuerpo permanente que con la conciencia divina constituye lo que llamamos el Pensador.

Su nombre técnico es el de cuerpo causal, porque reúne en sí los resultados de todas las experiencias, los cuales obran como causas y modelan las existencias futuras.

El cuerpo causal es el único permanente de cuantos el hombre necesita en su encarnación.

Sabemos, en efecto, que los cuerpos físico, astral y mental inferior se reconstruyen en cada encarnación.
Cada uno de ellos, al desaparecer, trasmite su residuo al cuerpo inmediatamente superior, y todos los residuos se acopian en el cuerpo permanente.

Cuando el Pensador vuelve a encarnar, exterioriza sus energías, compuestas de sus frutos, sobre cada plano sucesivo y atrae sobre sí uno tras otros nuevos cuerpos en armonía con su propio pasado.
En, cuanto al acrecentamiento del cuerpo causal, es, como hemos dicho, extremadamente lento, porque sólo puede vibrar en respuesta a impulsos susceptibles de expresión en la sutilísima materia que lo compone.

Únicamente se asimila estos impulsos en la textura de su ser.
Las pasiones, que tan importante papel juegan en las primeras fases de la evolución humana, no pueden por lo tanto afectar directamente el crecimiento del cuerpo causal.

El Pensador sólo asimila las experiencias que pueden reproducirse por las vibraciones del cuerpo causal; y esas experiencias deben pertenecer a la región mental, con carácter sumamente intelectual o moral.
Además, su materia sutil no puede hallar en el plano físico ninguna vibración simpática.
Con un poco de reflexión comprenderá cada cual cuán pobre es su vida cotidiana en materiales útiles para el desarrollo de ese cuerpo sublime.
Y de la lentitud de la evolución proviene la tardanza en el progreso.
Cuando el Pensador sea bastante potente para manifestarse de un modo más completo en cada vida sucesiva, la evolución se efectuará a gigantescos pasos.
La persistencia en la iniquidad repercute sin embargo indirectamente sobre el cuerpo causal y retarda su crecimiento. Efectivamente, parece que la prolongada perseverancia en el mal determina cierta incapacidad para responder a las opuestas vibraciones del bien.
El crecimiento se retrasa así durante un período considerable, aun después de haber cesado en la práctica del mal.
Para dañar directamente al cuerpo causal, hace falta una perversidad muy intelectual y sutil. El “pecado espiritual”, que mencionan las diversas Escrituras del mundo.
Felizmente es un caso tan raro como el bien espiritual.

Ni uno ni otro se encuentran sino en los seres altamente evolucionados, que siguen el sendero de la derecha o el de la izquierda. (El sendero de la derecha es el que conduce a la humanidad divina, al Adeptado puesto al servicio de los mundos. El sendero de la izquierda lleva al Adeptado que intenta frustrar los progresos de la evolución en provecho de intereses individuales y egoístas. Se les llama también sendero blanco y sendero negro.)

La residencia del Pensador, del Hombre Eterno, es el quinto subplano, el nivel inferior de la región “sin forma” del plano mental.

Allí están las grandes masas de la humanidad, apenas despiertas, en la infancia de su vida.

El Pensador llega con lentitud al estado consciente, a medida que sus energías obran sobre los planos inferiores y adquieren en ellos experiencia.
Esta experiencia es absorbida al mismo tiempo que las energías exteriorizadas del Pensador, cuando a él vuelven cargadas con la cosecha de una vida.

El Hombre Eterno, él Yo individualizado, es el verdadero actor en cada uno de los cuerpos que le envuelven. Su presencia da el sentimiento del Yo tanto al cuerpo como al intelecto, y el Yo es el principio que posee conciencia y por ilusión se identifica con aquél cuerpo en que despliega más activamente sus energías.

Para el hombre sensual él Yo es el cuerpo físico y el cuerpo de deseo; saca de ellos su gozo y los considera como a sí mismo porque su vida está en ellos.
Para el sabio, él Yo es la inteligencia, porque en el ejercicio de ella encuentra su alegría y en ella concentra su vida.

Un reducido número puede elevarse hasta las cumbres abstractas de la filosofía espiritual, para sentir como su Yo el Hombre Eterno cuyo recuerdo se extiende a través de las vidas pasadas y cuya esperanza abarca las futuras.
Los fisiólogos nos dicen que el dolor de un corte en un dedo no se siente realmente en donde la sangre fluye, sino en el cerebro, y que nuestra imaginación lo proyecta inmediatamente al exterior sobre la parte lesionada.
Dicen que es ilusoria la sensación de dolor en el dedo, pues la imaginación lo lleva al punto de contacto con el objeto que ocasiona la herida.
Así un hombre experimentará dolor en un miembro amputado, o mejor dicho, en el espacio que ese miembro ocupaba.

De un modo análogo él Yo único, el Hombre interior, experimenta sufrimiento o placer en los puntos de sus envolturas corporales que están en contacto con el mundo exterior; y considera su envoltura como a sí mismo, ignorando que esa sensación es ilusoria, y que él mismo es el único ser que obra y recoge la experiencia en cada vehículo.

Con arreglo a estos conceptos, consideramos ahora las relaciones entre el mental superior y el mental inferior, y su acción sobre el cerebro.
Manas, el Pensador, es decir, la mente verdadera, es única, y  no otra que él Yo en el cuerpo causal, fuente de energía innúmeras, de vibraciones infinitamente diversas que irradian en torno de él.

Las más elevadas y sutiles de estas vibraciones se manifiestan en la materia del cuerpo causal, la única bastante delicada para responderlas.
Ellas constituyen lo que llamamos la Razón Pura, cuyos pensamientos son abstractos y cuyo método de conocimiento es la intuición.

“Su verdadera naturaleza es conocimiento”, y reconoce así la verdad a primera vista por su conformidad con ella.

Las vibraciones menos sutiles pasan al exterior, atrayendo la materia de la región mental inferior, y estas vibraciones constituyen el Manas inferior o mental inferior, que, por lo tanto, está constituido por las energías más groseras del mental superior, manifestadas en materia más densa.
Esto es lo que llamamos el intelecto, comprendiendo la razón, el juicio, la imaginación, la comparación y otras facultades mentales.

Sus pensamientos son concretos y tiene por método la lógica: discute, razona y deduce.

Estas vibraciones obran a través de la materia astral sobre el cerebro etéreo, y mediante éste sobre el cerebro físico denso, dando origen en él a otras vibraciones pesadas y lentas en reproducción de aquellas mismas.

Lentas y pesadas, porque las energías pierden mucho de su actividad, puesto que han de mover materia más pesada.

Esta aminoración de energía, cuando se inicia una vibración en un medio sutil para trasmitirse enseguida a un medio más denso, es cosa familiar para quien ha estudiado física.
Tocad un timbre al aire libre y suena claramente.
Tocadlo en un ambiente de hidrogeno, y las vibraciones del hidrogeno, al conmover a su vez las ondas atmosféricas aminorarán el sonido.
Las operaciones del cerebro, en respuesta a choques rápidos y sutiles del pensamiento, son igualmente débiles; y no obstante, constituyen lo que la mayoría de los hombres reconoce como estado consciente.

La importancia inmensa del funcionamiento mental de esa conciencia física proviene de que es el único intermediario por donde el Pensador puede recoger el fruto de la experiencia.

Mientras está dirigido por las pasiones, las sigue, y el Pensador, sin nutrición alguna no puede desarrollarse.

Y mientras está totalmente absorbida por las actividades mentales del mundo exterior, sólo puede despertar las energías más ínfimas del Pensador.

Únicamente el día en que este puede hacer sentir el verdadero objeto de su vida, comienza a llenar sus funciones más útiles y a recoger las experiencias que despiertan y nutren las energías más elevadas del Pensador.

A medida que éste se desenvuelve, se hace cada vez más consciente de sus propios poderes, así como de las operaciones de sus energías sobre los planos inferiores, y sobre los cuerpos cuyas energías actúan cerca de él.

Comienza, en fin, a esforzarse en influir en esos cuerpos, utilizando la memoria del pasado para guiar su voluntad; y produce entonces sobre ellos las impresiones que llamamos “conciencia”, si se refieren a la moral, y “relámpagos de intuición”, si iluminan el intelecto.

Cuando estas últimas impresiones son bastante frecuentes para que se las pueda considerar como normales, designamos su conjunto con la palabra “genio”.

La evolución superior del Pensador está señalada por el más completo dominio que ejerce en lo sucesivo sobre sus vehículos inferiores, por su creciente susceptibilidad a su influencia, y por su contribución, siempre mayor, a su desarrollo.

Los que quieren colaborar deliberadamente en esta evolución pueden efectuarlo por una dirección metódica del mental inferior y de la naturaleza moral en esfuerzo constante y bien dirigido.
El hábito de un pensamiento sereno, sostenido y perseverante, sobre los objetos de meditación y estudio que no sean mundanos y exteriores, desenvuelve el cuerpo mental y lo mejora como instrumento.
El esfuerzo que tiende a cultivar el pensamiento abstracto es igualmente útil, porque eleva al mental inferior hacia el mental superior y atrae sobre sí los materiales más sutiles de su propia región.
Gracia a métodos semejantes todo hombre puede cooperar activamente  a la evolución de su verdadero ser.

Cada progreso efectuado acelera los progresos siguientes.
Ningún esfuerzo se pierde, por mínimo que sea; todos producen efecto, y toda contribución recogida y trasmitida al interior se acopia en el tesoro del cuerpo causal para utilizarla ulteriormente.
Así la evolución, aunque lenta y llena de frecuentes soluciones de continuidad, va siempre en progreso, y la Vida Divina que sin cesar florece en cada alma, somete gradualmente todas las cosas a su imperio.


(Tomado del libro: La Sabiduría Antigua)


No hay comentarios.:

Publicar un comentario