EL CENTRO DE MI CÍRCULO
De todos los obstáculos que se alzan en el camino del
aspirante que desea entrar al Sendero, el más serio, fundamental y de mayor
alcance es
el estar concentrados en sí mismos.
Nótese que no
me refiero con esto al feo y crudo egoísmo
que definitivamente busca todo para sí aún a costa de los demás. Estoy,
por supuesto, suponiendo que eso por lo menos quedó atrás hace rato.
Pero aún para quienes dejaron eso atrás
hay aún otro peligro –tan sutil y profundamente enraizado que ni siquiera lo
reconocen como un peligro– sin duda, ni siquiera están conscientes de su
existencia. Pero si dejamos que cada hombre se examine a sí mismo honesta e
imparcialmente, hallará que todo su pensamiento está concentrado en sí mismo. Piensa con frecuencia en otras personas y
en otras cosas, pero siempre en relación consigo mismo.
Teje muchos dramas imaginarios, pero él, su persona, siempre
ocupa un lugar preponderante en los mismos. Cambiarle una cualidad tan
fundamental es cambiarle la raíz de todas las cosas, convertirlo en un hombre
completamente distinto. Muchas personas no pueden, ni por un momento,
enfrentarse a la posibilidad de un cambio tan radical, porque ni siquiera saben
que esa condición existe.
Sin embargo,
esa condición es absolutamente fatal para lograr algún progreso.
Hay que cambiarla radicalmente y, no obstante, son
muy pocos los que están haciendo algún intento para cambiarla.
Existe una sola forma de salir de este círculo
vicioso, y ésta es el
camino del amor.
Eso es lo único que puede alterar esa condición en
la vida de un hombre común, asiéndolo con mano férrea durante un tiempo y
logrando que cambie completamente su actitud. Cuando un hombre se enamora, como se dice, al menos durante un tiempo
otra persona ocupa por completo el centro de su círculo.
Piensa en todas las cosas del mundo
con respecto a esa persona, no a sí mismo. La “divinidad” en cuyo altar
deposita esta ofrenda podría parecerle al resto del mundo una persona muy
corriente, pero para él, ella es temporalmente la encarnación de la gracia y la
belleza. Él ve en ella la divinidad que en realidad es suya, porque está
presente en todos nosotros aunque normalmente no la veamos. Es cierto que en
muchos casos después de un tiempo su entusiasmo se evapora y lo transfiere a
otro objeto, pero sin embargo durante el tiempo en que no estuvo concentrado en
sí mismo, al menos tuvo una visión más amplia.
Ahora, esto que el hombre común hace
inconscientemente, el estudiante de
ocultismo debe hacerlo conscientemente. Debe
deliberadamente destronarse a sí mismo del centro de su vida y colocar allí en
vez a su Maestro.
Hasta ahora, ha tenido el hábito de pensar instintivamente
cómo algo le va a afectar, o qué logrará con eso, o cómo obtener ganancias o
placer con ello. En vez de esto, ahora
deberá aprender a pensar cómo todas las cosas afectan al Maestro, y puesto que el Maestro vive solamente para ayudar a la evolución
de la humanidad, ello significa que deberá contemplarlo todo desde el punto de
vista de su utilidad o su entorpecimiento para la causa de la evolución.
Y
aunque al principio tendrá que hacerlo todo conscientemente y con esfuerzo, deberá
perseverar hasta que consiga hacerlo inconsciente e instintivamente, como mismo
lo hacía antes cuando estaba concentrado en sí mismo. Para utilizar las palabras
de un Maestro, “debe olvidarse completamente de sí mismo para recordar solamente
el bien de los demás”.
Pero incluso
cuando se haya destronado a sí mismo y haya entronizado el trabajo que tiene
que hacer, debe ser muy
cuidadoso para no engañarse, y que la
vieja forma de estar concentrado en sí mismo no vaya a regresar de una manera
más sutil.
Muchos buenos y
dedicados trabajadores teosóficos que he conocido han cometido el error de identificar la labor teosófica consigo mismos,
y sentir que quienes no coincidían con sus
ideas y sus métodos eran enemigos de la Teosofía.
Con frecuencia
el trabajador piensa que su camino es la única vía, y que diferir de él en una opinión es ser traidor a la causa.
Esto sólo
significa que el ego ha vuelto a ocupar su viejo lugar en el centro del círculo,
y que hay que comenzar nuevamente la ardua tarea de desalojarlo de allí.
El único poder que el discípulo
debe desear es el que lo hace parecer nada ante los ojos de los hombres.
Cuando él es el centro de su círculo, puede que haga
un buen trabajo, pero siempre tendrá la
sensación de que es él quien lo
está haciendo, y aún más con el objeto que sea, pero cuando el Maestro está en el centro de su círculo, hará el trabajo
simplemente para que el mismo esté hecho. El trabajo ha de llevarse a cabo por el trabajo en sí, y no para beneficio
de quien lo realiza. Y aprenderá a contemplar su trabajo como si fuese
el de otra persona, y el de las otras personas como si fuese precisamente el
suyo propio.
Lo único importante es que el trabajo se realice. No
importa quién lo haga. Por lo tanto, no debe estar prejuiciado en
favor de su propio trabajo, ni ser
indebidamente crítico con el de otro, ni tampoco hipercrítico o despreciativo
con su propio trabajo para que otros se lo elogien. Para citar las palabras
de Ruskin con respecto al arte, tiene que poder decir serenamente, "Sea
tuyo, mío, o de quien sea, está bien así".
Otro peligro acecha también, especialmente al trabajador
teosófico —el de felicitarse a sí mismo demasiado pronto, hasta el punto de que
difiera del resto del mundo. Las
enseñanzas teosóficas confieren una nueva visión a todo, conque es natural que
uno sienta que nuestra actitud es distinta de la mayor parte de las personas.
No hay daño en
pensar que esto es una verdad obvia, pero yo he apreciado que algunos de
nuestros miembros están listos para enorgullecerse de sí mismos por el hecho de
que son capaces de reconocer estas cosas. No se dan cuenta en lo absoluto de
que están pensando que nosotros, que somos capaces de reconocer esto, somos por
lo tanto mejores que otros. Otros hombres se han desarrollado siguiendo otras
líneas, y mediante ellas podrían haber llegado más lejos que nosotros, aún
cuando según nuestra línea podrían carecer de algunas cosas que nosotros
tenemos.
Recuerden que el Adepto es un hombre
perfecto completamente desarrollado en todas las formas posibles y así, aunque
tengamos algo que enseñarles a los otros, también tenemos mucho que aprender de
ellos.
Sería el colmo de la locura despreciar a
un hombre porque no ha adquirido aún conocimientos teosóficos, y quizás ni
siquiera ha desarrollado las cualidades que le permitirían apreciarla. Por
lo tanto, en este sentido, también debemos tener cuidado de no ser el centro de
nuestro propio círculo.
Un buen plan que podría adoptar para evitar volver al centro de sí
mismo puede ser el de recordar, como mismo he explicado en ocasiones
anteriores, la visión oculta del curso y la influencia de los planetas.
Recordarán, como expliqué, que cada planeta era un foco menor en un eclipse, y
que el foco mayor era el cuerpo del sol.
Cada uno de ustedes es el foco menor. Avanzan con su propio curso
haciendo el trabajo que se les encarga y, sin embargo, en todo momento son un
reflejo de un foco mayor y su conciencia se concentra en el sol, porque el Maestro
del cual ustedes son parte, es miembro de una Gran Jerarquía que siempre está
realizando el trabajo del Logos.
Cuando un hombre es el centro de su propio círculo,
está cometiendo perpetuamente el error de creer que él es el centro de todos los
demás. Constantemente supone que en todo lo que otras personas hacen o dicen
están de alguna manera pensando en él o haciendo observaciones sobre su
persona, hasta que esto se convierte en una especie de obsesión, y son totalmente
incapaces de comprender que cada uno de sus vecinos, como regla general,
también está enteramente envuelto en sí mismo y no piensa para nada en ellos.
Así, el hombre se busca una enorme e innecesaria
cantidad de preocupaciones y problemas, que podrían haberse evitado si viera las
cosas bajo una perspectiva más sana y racional. Y de nuevo, precisamente por
ser el centro de su propio círculo está susceptible a la depresión, porque ésta
sólo viene a quienes están pensando en sí mismos. Si el Maestro estuviera en el
centro del círculo, y todas sus energías estuviesen concentradas en servirle,
no tendría tiempo para deprimirse ni para sentir la menor inclinación hacia
ello. Estaría demasiado ocupado deseando que se le presentara otra oportunidad
de servicio.
Su actitud sería la indicada por nuestra Presidenta
en su autobiografía —que cuando un hombre ve que hay un trabajo pendiente por
hacer, a diferencia del hombre común, que dice: "Sí,
sería bueno hacerlo y alguien debería hacerlo, pero, ¿por qué yo?”, por el contrario,
debería decir: “Alguien tiene que hacerlo, conque, ¿por qué no yo?”
A medida que evoluciona, su
círculo se va ampliando y al final llegará
un momento en que su círculo será infinito en extensión, y luego, en cierto
sentido, él, nuevamente, será su centro, porque se habrá identificado con el
Logos, que es el centro de todos los posibles círculos, puesto que cada
punto es equidistante del centro de un círculo cuyo radio es infinito.
C. W.
Leadbeater
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