¿TIENEN ALMA LOS ANIMALES?
(3ra. Parte, Final)
“Continuamente
empapada de sangre
toda la Tierra, es sólo un inmenso altar
sobre el cual todo cuanto vive
tiene que ser inmolado
sin cesar”.
Compte Joseph de Maistre. (Soirées,
I, II, 35)
III
“¡Oh, Filosofía. Tú, guía de la
vida y descubridora de la virtud!”.
Cicerón.
“La filosofía es
una modesta profesión;
toda ella es
realidad y franqueza.
Yo aborrezco la
solemnidad y las pretensiones,
que sólo orgullo
contienen en el fondo.”.
Plinio.
Según las enseñanzas teológicas, el destino
del hombre, ya sea brutal y parecido a una bestia, ya sea un santo, es la
inmortalidad
¿Y cuál es el destino futuro de las innumerables huestes
del reino animal?
Varios escritores católico–romanos, el Cardenal Ventura, el Conde de
Maistre y otros muchos, nos dicen que “el alma animal
es una fuerza”. “Bien
establecido está que el alma del animal –dice su eco– fue producida por la
tierra, pues esto es bíblico. Todas las almas vivientes y movientes (nephesh , o principio de vida) proceden de la Tierra; pero compréndaseme bien: no solamente del
polvo, del cual sus cuerpos, lo mismo que los nuestros, fueron hechos, sino
además del poder y potencia de la Tierra, o sea de su fuerza inmaterial. Pues
todas las fuerzas… las del mar, las del aire, etc., etc., son aquellas
Potestades Elementarias (principautés élementaires) de las cuales hemos hablado
en otra parte” (Cosmolatrie
.Cap. XII. Esprits: 2 m. mcm.). Lo que el Marqués de Mirville entiende por la
expresión subrayada, es que cada
Elemento en la Naturaleza, es un dominio lleno de sus respectivos e invisibles
espíritus, y gobernado por ellos. Los kabalistas occidentales y los rosacruces
los han llamado sílfides, ondinas, salamandras y gnomos; los
místicos cristianos, como de Mirville, les dan nombres hebreos, clasificándolos
entre las varias especies de demonios al mando de Satán. Con el permiso
de Dios, por supuesto. (Resurrecciones)
También se rebela contra la decisión de Sto. Tomás, el cual enseña que
el alma animal es destruida con el cuerpo. “Es una fuerza
–dice–
lo que se nos pide que aniquilemos: la fuerza más substancial de la Tierra,
llamada alma animal” (Cosmolatrie
.Cap. XII. Esprits: 2 m. mcm.).
La cual, según el Rvdo. Padre Ventura, es “el alma más
respetable después de la del hombre.”. La había llamado
justamente una fuerza inmaterial, y ahora él mismo dice “que
es la cosa más substancial de la Tierra” (Idem, pág.158.).
¿Pero qué es
esta fuerza? Jorge Cuvier y Flourens, el académico, nos dicen su
secreto: “La forma o la fuerza de los cuerpos (téngase presente que forma significa alma en este caso) –escribe
el primero– es para ellos más especial
que la materia, desde el momento en que ésta (sin ser destruida en su
esencia) cambia constantemente, mientras
que la forma prevalece eternamente”. A esto observa Flourens: “en todo lo que tiene vida, la forma es más persistente
que la materia; porque lo que constituye el SER del cuerpo viviente, es identidad y
parecido, es su forma” (Longevidad
:págs.49 y 52.). “Ser –como a su vez observa De
Mirville– principio magistral, pacto filosófico de nuestra inmortalidad” (Resurrecciones,
pág. 621.). Debe inferirse que quiere indicarse bajo este término engañador el alma
humana y animal. Yo sospecho que es más bien lo que
nosotros llamamos la VIDA UNA.
Como quiera que sea, la filosofía, así la profana como la
religiosa, corrobora esta afirmación, o sea que las dos almas, tanto del hombre como del animal, son idénticas. Leibnitz, el filósofo amado de Bossuet,
parece dar crédito a la Resurrección Animal, hasta cierto punto. Siendo para él
la muerte “simplemente
una ocultación de la personalidad ”, la compara a la
conservación de las ideas durante el sueño, o a la mariposa dentro de su
crisálida. “Para él –dice De Mirville–
la resurrección (Los ocultistas la llaman Transformación durante una serie de
vidas, y a la Resurrección final, Nirvánica.) es una ley
general de la Naturaleza, llegando a ser un gran milagro cuando es verificada
por un taumaturgo, sólo por razón de su carácter prematuro, de las circunstancias
que la rodean y de la manera corno aquél la lleva a cabo”. En esto, Leibnitz es un verdadero ocultista,
sin sospecharlo.
El
desarrollo y florecimiento de una planta en cinco minutos, en lugar de varias
semanas, y la germinación forzada y crecimiento de las plantas, animales y
hombres, son hechos conservados en los anales de los ocultistas. Son
milagros únicamente en apariencia: las fuerzas productoras naturales obran con
una intensidad mil veces mayor, por virtud de condiciones excitadas con arreglo
a leyes ocultas, conocidas del iniciado. El rápido y anormal crecimiento se
efectúa por las fuerzas de la Naturaleza, ya ciegas, ya adscritas a
inteligencias menores, sujetas al poder oculto del hombre y dirigidas para que
operen colectivamente en el desenvolvimiento de lo que se quiere hacer surgir
del seno de sus elementos caóticos.
Pero ¿Por
qué llamar al uno un milagro divino, y al otro un subterfugio satánico, o
sencillamente una treta fraudulenta? Sin embargo, como verdadero
filósofo, Leibnitz se ve obligado, en esta peligrosa cuestión de la
resurrección de los muertos, a incluir en ella a todo el reino animal en su
gran síntesis. Y a decir: “Creo que las
almas de los animales son imperecederas … y considero que nada hay más a
propósito para demostrar nuestra naturaleza inmortal” (Leibnitz. Opera Philos, etc.). Apoyando a Leibnitz, Dean, el Vicario de
Middleton, publicó en 1748 dos pequeños volúmenes acerca de este asunto. Para
resumir sus ideas, dice que “las Santas
Escrituras indican en varios párrafos que los animales vivirán en una vida
futura. Esta doctrina ha sido sostenida por varios Padres de la Iglesia. Enseñándonos
la razón que los animales tienen un alma, nos dice al mismo tiempo que deben
existir en algún estado futuro. En ninguna parte se encuentra sostenido el
sistema de los que creen que Dios aniquila el alma del animal, y no tiene
ningún fundamento sólido en si mismo”, etc.
(Véase vol. XXIX de la Bibliothéque des
Sciences, primer trimestre del año 1768.). Muchos de los hombres de ciencia
del siglo pasado defendieron la hipótesis de Dean, declarándola en extremo
probable, especialmente uno de ellos, el sabio teólogo protestante Charles
Bonnet, de Ginebra. Ahora bien, este teólogo fue autor de una obra en extremo
curiosa llamada por él Palingenesia (De dos palabras griegas: nacer y renacer otra vez.), o el Nuevo Nacimiento, que tiene lugar, como
procura demostrar, gracias a un germen invisible que existe en todo hombre. Y
lo mismo que Leibnitz, no puede comprender por qué los animales han de excluirse
de un sistema que con tal exclusión no sería una unidad, puesto que sistema
significa una colección de leyes (Véase
Palingenesia, vol. II. También … Resurrections , de Mirville.). “Los animales
–escribe– son libros admirables en que el Creador ha reunido los más
sorprendentes rasgos de su Soberana inteligencia. El anatómico tiene que
estudiarlos con respeto, y aun el menos dotado del sentimiento delicado y
razonador que caracteriza al hombre moral, jamás pensará, al hojear estas páginas,
que está manejando fragmentos de pizarra o rompiendo guijarros. Jamás olvidará
que todo cuanto vive y siente merece su compasión y piedad. Los hombres
correrían el riesgo de comprometer sus sentimientos éticos, si se
familiarizasen con los sufrimientos y con la sangre de los animales. Es esto
una verdad tan evidente, que los gobiernos no deberían nunca perderla de vista.
En cuanto a la hipótesis del automatismo, me sentiría inclinado a considerarla
como una herejía filosófica, muy peligrosa para la sociedad, si no violase tan
fuertemente el buen sentido y los sentimientos, hasta el punto de ser
inofensiva, porque nunca será generalmente aceptada.
Por lo
que hace al destino del animal, si mi hipótesis es justa, la Providencia le
reserva las más grandes compensaciones en estados futuros… (También nosotros creemos en
estados futuros para el animal, desde el más elevado, hasta los infusorios –pero en una serie de renacimientos, cada
uno de ellos en una forma más elevada hasta el hombre, y después más alta– En
resumen, nosotros creemos en la Evolución , en el más completo sentido de la
palabra. Véase Isis sin Velo, vol. I.). Y para mí, su resurrección es la consecuencia de aquella
alma o forma que necesariamente nos vemos obligados a concederles, porque
siendo el alma una substancia simple, ni puede ser dividida, ni descompuesta,
ni tampoco aniquilada. No puede eludirse esta deducción sin caer en el
automatismo de Descartes; y entonces, del automatismo animal, forzosamente
llegaríamos muy pronto al automatismo del hombre.”
La escuela moderna de biólogos ha llegado a
la teoría del hombre autómata; pero sus discípulos pueden ser abandonados a sus
propios medios y conclusiones.
Ahora solamente
trato de la prueba final y absoluta de que los más filosóficos intérpretes de
la Biblia –por desprovistos que hayan podido estar de más clara percepción
respecto de otras cuestiones– no han negado jamás, con la autoridad de aquel
libro, un alma inmortal a los animales, para lo cual no han encontrado en dicho
libro –y por lo que hace al Antiguo Testamento– más fundamento que para afirmar
la existencia de un alma semejante en el hombre.
No hay más que leer ciertos versículos de
Job y del Eclesiastés (III, 17 y sig., 22) para llegar a esta conclusión. La
verdad del caso es que ni una sola palabra referente al estado futuro de unos y
otros se encuentra allí. Pero si sólo se
encuentra en el Antiguo Testamento una evidencia negativa, en lo que al alma
inmortal de los animales se refiere, en el Nuevo se halla tan claramente afirmada
como la del hombre mismo. Vamos
a dar ahora la prueba definitiva en beneficio de los que se burlan del filozoísmo indo, de los que afirman su derecho a matar
animales a su placer y capricho, de los que les niegan un alma inmortal.
Al final del primer capítulo
sobre este asunto, se hizo mención de San Pablo, como defensor de la inmortalidad
de toda la creación animal. Afortunadamente, no es
esta afirmación de aquellas que puedan ser menospreciadas por los cristianos
como interpretaciones blasfemas y heréticas de la Santa Escritura, hechas por
un grupo de ateos y librepensadores. De
desear seria que todas las palabras profundamente sabias del Apóstol Pablo, que
ante todo fue un iniciado, fuesen tan claramente comprendidas como los párrafos
que se refieren a los animales. Porque entonces, como se hará ver, la
indestructibilidad de la materia enseñada por la ciencia materialista, la Ley
de la Evolución Eterna, tan agriamente negada por la iglesia, la omnipresencia
de la VIDA UNA, o la unidad del ELEMENTO UNO, y su presencia en te da
la extensión de la Naturaleza, según las enseñanzas de la Filosofía Esotérica y
el sentido secreto de las observaciones de San Pablo a los Romanos (VIII, 18–23), quedaría demostrado, sin dudas ni
cavilaciones, que son una misma cosa. Pues a decir verdad,
¿Qué otra cosa podía querer decir aquel gran personaje
histórico, tan evidentemente imbuido por la filosofía neoplatónica de
Alejandría, con las siguientes frases que transcribo con comentarios hechos a
la luz del Ocultismo, para dar una idea más clara de mi tesis?
El Apóstol sienta sus premisas diciendo (Romanos, VIII,
16, 17) que: “El mismo
Espíritu (Paramâtmâ) da testimonio con nuestro Espíritu (Âtman) de que nosotros somos hijos de Dios” y “como tales hijos, sus
herederos”, herederos, por supuesto, de la eternidad e indestructibilidad de la
eterna o divina Esencia en nosotros. Después, nos dice que: “Los sufrimientos
de los tiempos presentes no son dignos de compararse con la Gloria que ha de
ser revelada” (v. 18).
La Gloria, sostenemos nosotros, no es la Nueva Jerusalén,
la simbólica representación del porvenir de las revelaciones kabalísticas de
San Juan, sino los períodos Devachánicos y las series de nacimientos en las
razas sucesivas, donde, después de cada nueva encarnación, nos hemos de
encontrar nosotros mismos más elevados, tanto física como espiritualmente, y
cuando por fin, todos nos hayamos convertido verdaderamente en Hijos de Dios al
tiempo de la última Resurrección, ya la llamen las gentes Cristiana, ya
Nirvánica, ya Parabráhmica, pues todas ellas son una y la misma.
Porque a decir verdad: “La
más ardiente expectación de la criatura es aguardar la manifestación de los Hijos
de Dios” (v. 19). Por
criatura, se quiere dar a entender aquí el animal, como se demostrará más
adelante con la autoridad de San Juan Crisóstomo.
Pero,
¿Quiénes son los Hijos de Dios, cuya manifestación anhela
la creación entera?
¿Son los “Hijos de Dios” con quienes “Satán vino también”
(véase Job I, 6), o los Siete Ángeles de la Revelación?
¿Se refieren a los cristianos únicamente o a los Hijos de
Dios sobre toda la Tierra?.
Tal
manifestación está prometida al final de cada Manvantara (Lo que en realidad se quiso
significar por los “Hijos de Dios ” en la antigüedad, está ahora plenamente
demostrado en la DOCTRINA SECRETA, en su primera parte (sobre el Período Arcaico)
o
periodo del mundo, por las escrituras de todas las grandes religiones; y
excepto en la interpretación esotérica de todas ellas, en ninguna parte se encuentra
con tanta claridad como en los Vedas. Pues en ellos se dice que al fin de cada
Manvantara sobreviene el Pralaya o la
destrucción del mundo, de los cuales uno sólo es conocido y esperado por los
cristianos, y allí quedarán los Sishtas o restos, siete Rishis y un guerrero, y
todas las semillas para la próxima “oleada humana de la siguiente Ronda” (Esta
es la versión ortodoxa hindú y la esotérica. En su Bangalore Picture “¿Qué es
la Religión Inda?”, Dewan-Bahadoor-Raghunath-Rao de Madrás , dice: “Al final de
cada Manvantara tiene lugar la aniquilación del mundo; pero un guerrero, siete
Rishis y las semillas, son salvados de la destrucción. A ellos, Dios –o Bramâ–
comunica la Ley, estatuto o los Vedas … Tan pronto como comienza el Manvantara
, estas leyes son promulgadas y son obligatorias hasta el final de aquel
Manvantara .Estas ocho personas son llamadas Shistas o restos, porque sólo
ellos quedan después de la destrucción de todos los otros. Sus actos y
preceptos son, por lo tanto, conocidos como Shistacas .También se les designa
con el nombre de Sadâchâra, porque tales actos y preceptos son únicamente lo
que siempre ha existido ”. Esta es la versión ortodoxa. La secreta habla de
siete Iniciados que, habiendo obtenido la condición de Dhyân Chohans hacia el
final de la Séptima Raza en esta Tierra, se quedan en ella durante su
obscuración con el germen de todos los animales, plantas v minerales que no
hayan tenido tiempo de evolucionar, hasta convertirse en hombre, para
conseguirlo en la próxima Ronda o período del inundo. Véase A.P. Sinnet,
Buddhismo Esotérico, Cap. VII, anotaciones, págs.150,152.).
Pero la
cuestión que por el momento nos interesa no es determinar qué teoría es más correcta,
si la hindú o la cristiana, sino demostrar que los brahmanes, al enseñar que
las semillas de todas las criaturas son conservadas, a pesar de la destrucción
total, periódica y temporal de todas las cosas visibles, juntamente con los
Hijos de Dios o los Rishis que deben manifestarse a la humanidad futura, no
dicen ni más ni menos de lo que San Pablo predicaba.
Tanto éste
como aquellos comprenden toda la vida animal en la esperanza de un nuevo
nacimiento y en la renovación en un estado más perfecto, cuando todas las
criaturas que ahora esperan gocen de la manifestación de los Hijos de Dios.
Porque como San Pablo dice: “La misma (ipsa)
criatura también debe ser libertada de la servidumbre de la corrupción”,
lo que
equivale a decir que el germen del alma animal indestructible, que no logra el
Devachán mientras permanece en su estado elementario o animal, ingresará en una
forma superior y seguirá adelante, juntamente con el hombre, debiendo progresar
en estados y formas cada vez más elevados hasta el fin, “en la gloriosa libertad de los Hijos de Dios”
(v. 21).
Y esta gloriosa libertad únicamente puede ser alcanzada por
medio de la evolución o progreso kármico de todas las criaturas. El animal mudo
que ha evolucionado de la planta semi–sensible, se transforma por grados en
hombre, Espíritu, Dios, y sucesivamente ad infinitum–. Pues dice San Pablo: “Nosotros
sabemos (“nosotros'” los Iniciados), que toda la creación (omnis creatura o
criatura en la Vulgata), gime y sufre los
dolores del parto hasta ahora” (… ingemiseil et parturit usque adhuc en la traducción original
latina.) (v. 22).
Esto es decir claramente que el hombre y el animal sufren
igualmente en la Tierra, en sus esfuerzos de evolución hacia la meta conforme a
la ley kármica. Hasta ahora, significa hasta la Quinta Raza. Para declararlo
mejor, el gran Iniciado cristiano, se explica diciendo: “No sólo
ellos (los animales), sino también nosotros que gozamos de los primeros frutos
del Espíritu, gemimos en nuestro íntimo ser, mientras esperamos la adopción,
esto es: redimirnos de nuestro cuerpo.” (ver. 23).
Sí;
nosotros los hombres, gozamos ya de los “primeros frutos del Espíritu”, o sea de la luz directa, de Parabrahman, que es nuestro Âtma o
séptimo principio, lo cual debemos a
la perfección de nuestro quinto principio (Manas), el cual está mucho menos desarrollado en los animales. Como compensación,
sin embargo, su karma es mucho menos pesado que el nuestro. Pero ésta no es una
razón para que no hayan de alcanzar también en su día aquella perfección que da
al hombre plenamente desenvuelto la forma de un Dhyân
Chohan.
Nada puede ser más claro, aun para un critico profano, no iniciado, que
estas palabras del gran Apóstol, ya las interpretemos a la luz de la Filosofía
Esotérica, ya a la del escolasticismo de la Edad Media.
No sólo al hombre, sino a todas las criaturas vivientes cabe la
esperanza de la redención, por la supervivencia de la Entidad Espiritual,
libertada de la servidumbre de la corrupción o de la serie de las formas temporales
dentro de la materia. Mas no hay que esperar que el compañero de los animales,
proverbialmente injusto aun para con sus semejantes, consienta fácilmente en
compartir sus aspiraciones con su ganado y sus aves domésticas.
El famoso comentador de la
Biblia, Cornelio Lápide, fue el primero que hizo la advertencia y acusó a sus
predecesores por la consciente y deliberada intención de hacer todo cuando podían
para evitar la aplicación de la palabra creatura a las criaturas inferiores de
este mundo. Sabemos por él que San Gregorio Nacianceno, Orígenes y San Cirilo (el
cual, probablemente se negó a ver una criatura humana en Hypatia y se condujo
con ella como si hubiese sido un animal salvaje) insistieron en que la palabra creatura de los versículos antes citados,
fue aplicada por el Apóstol simplemente a los Ángeles. Pero, como observa
Cornello, el cual apela a Santo Tomás en corroboración de su tesis, “ésta opinión es torcida y violenta en demasía (distorta
et violenta); está además anulada por el hecho de que los Ángeles, como tales,
están libres de los lazos de la corrupción” ¡No es tampoco más feliz la indicación de
San Agustín, que presenta la extraña hipótesis de que las criaturas a que se
refiere San Pablo, eran los infieles y herejes de todos los tiempos!
Cornelio contradice al venerable padre de la iglesia con la misma frialdad con
que se puso frente a los otros santos predecesores suyos. “Pues, –dice– en el texto citado, las criaturas de
que habla el Apóstol, son evidentemente criaturas distintas del hombre, no sólo
ellas, sino también nosotros mismos; y, además, lo que quiere significarse no
es la liberación del pecado, sino de la muerte futura” (Cornelio, edic. Pelagand. I. IX, pág. 114). Pero
hasta el valiente Cornelio se acobarda al fin ante la general oposición, y
decide que por la palabra criaturas, San Pablo pudo haber significado, conforme
San Ambrosio, San Hilario y otros han pretendido, los elementos (!!), o sea, el
Sol, la Luna, las Estrellas, la Tierra, etc.
Desgraciadamente para los santos especuladores y escolásticos, y
afortunadamente para los animales, si es que estos han de sacar alguna vez provecho
de las polémicas, se encuentran aquellos dominados por una autoridad todavía
mayor. Es ésta San Juan Crisóstomo, mencionado ya, a quien la Iglesia Católica
Romana, según el testimonio del obispo Proclo, un tiempo secretario suyo, tiene
en la mayor veneración. De hecho fue San Juan Crisóstomo, –si se nos permite
aplicar a un Santo el término profano de nuestros días– el médium del Apóstol
de los Gentiles. En sus Comentarios de las Epístolas de San Pablo, se considera
a San Juan como directamente inspirado por el mismo Apóstol; en otras palabras,
como habiendo escrito sus comentarios bajo el dictado de San Pablo. He aquí lo que leemos en estos comentarios
acerca del capitulo III de la Epístola a los Romanos: “Debemos
gemir siempre por la dilación impuesta a nuestra emigración (muerte); porque
si, como dice el Apóstol, la criatura privada de razón (mente, no ánima,
“Alma ”) y de palabra (nam si haec
creatura mente et verbo carens), gime y espera,
¡cuánta mayor será la vergüenza de que dejemos nosotros de hacer lo mismo!”(Homilía XIV, sobre la Epístola a los Romanos.).
Desgraciadamente dejamos de hacerlo, y nos apartamos con
gloria del deseo de emigrar a países desconocidos. Si las gentes estudiasen las
Escrituras de todas las naciones e interpretasen su significación a la luz de
la Filosofía Esotérica, nadie dejaría de sentirse, si no ansioso de morir, por
lo menos indiferente a la muerte. Entonces emplearíamos con provecho el tiempo
que pasamos en esta Tierra, preparándonos tranquilamente en cada nacimiento,
por la acumulación de buen Karma, para el próximo.
Pero el hombre es un sofista por naturaleza.
Y hasta después de leer esta opinión de San Juan Crisóstomo (opinión que
resuelve para siempre la cuestión del alma inmortal de los animales, o por lo menos
así debería hacerlo para todo cristiano), tenemos el temor de que la
lección no sea de provecho alguno para los pobres animales. En verdad, el casuista sutil, condenado por su propia boca, puede decirnos
que, sea cual fuese la naturaleza del alma de los animales, todavía se les hace
un favor, y se cumple una acción meritoria matando a la pobre criatura, pues se
pone término a sus gemidos por la tardanza impuesta a su emigración a la Gloria
Eterna.
No es la escritora de estas líneas tan inocente
que vaya a creer que todo un Museo Británico, lleno de obras contra la
alimentación carnívora, produciría el efecto de detener a las naciones
civilizadas en la construcción de mataderos, o les haría renunciar a sus
bistecs y pavos de Navidad.
Pero si estas humildes
líneas pueden hacer comprender a unos cuantos lectores el verdadero valor de
las nobles palabras de San Pablo, y con ello dirigir seriamente sus
pensamientos hacia todos los horrores de la vivisección, entonces la escritora
se daría por contenta. Porque, ciertamente, cuando el mundo se sienta
convencido –y no podrá evitarse que llegue algún día a tal convicción– de que
los animales son criaturas tan eternas como nosotros mismos, la vivisección y
otras torturas permanentes, diariamente infligidas a los pobres animales,
obligarán a todos los gobiernos, después de dar lugar por parte de la sociedad
en general, a una explosión de condenas y amenazas, a poner fin a estas
prácticas bárbaras y vergonzosas.
(Blavatsky)
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