LA UNIDAD FUNDAMENTAL DE TODAS
LAS RELIGIONES
(4ta. Parte)
En tiempos más
recientes vemos que algunas ideas notoriamente sankhyas y budistas juegan un papel preponderante en el pensamiento gnóstico. El extracto siguiente de Lausen, nos ofrece
un ejemplo:
“El budismo, en general, establece una distinción clarísima
entre el Espíritu y la Luz, no considerando a esta última como inmaterial. Sin embargo, se encuentra también en esta religión una enseñanza que se
aproxima mucho a la doctrina gnóstica.
Según esa enseñanza, la Luz es la manifestación del Espíritu en la
materia, en la que la Luz puede aminorarse y totalmente obscurecerse. En este último caso la Inteligencia acaba por
caer en completa inconsciencia. De la
Suprema Inteligencia se dice que no es Luz ni No-luz, ni Obscuridad ni
No-obscuridad, puesto que todas esas expresiones indican relaciones entre la
Inteligencia y la Luz, relaciones que no existen desde el origen; y únicamente
cuando más tarde la Luz envuelve a la Inteligencia, le sirve de intermediaria
en sus relaciones con la Materia.
Síguese de ahí que la Teoría budista atribuye a la Suprema Inteligencia
el poder de engendrar la Luz fuera de sí, y en esto están también de acuerdo el
budismo y el gnosticismo.”
Garbe observa aquí, que la concordancia entre los puntos examinados del gnosticismo con los
de la filosofía
Sankhya,
es más completa todavía que con el budismo. Así, mientras esa manera de
ver las relaciones entre la Luz y el Espíritu pertenece a una fase muy reciente
del budismo, y no forma el carácter
esencial del mismo, la filosofía Sankhya,
por el contrario, enseña con precisión y claridad que el Espíritu es Luz.
Más recientemente aún, la influencia del pensamiento Sankhya
se
encuentra claramente notada en los neoplatónicos,
hasta el punto de que la doctrina del Logos o del Verbo, aunque no de
origen Sankhya, revela en sus
detalles que fue tomada de la India, donde tan preponderante papel en el
sistema brahmánico desempeña la concepción
de Vach, el Verbo divino.
Pasando a la religión cristiana,
contemporánea de los sistemas gnóstico y neoplatónico, encontraremos sin
esfuerzo la mayoría de las básicas
enseñanzas que nos son familiares.
El triple Logos aparece en la Trinidad.
El
primer Logos, fuente de
toda vida, es el Padre;
el
segundo, dualístico, es el Hijo, el Dios-hombre;
y
el tercero, la Inteligencia
creadora, él es Espíritu Santo, que al
moverse en las aguas del caos da existencia a los mundos.
Luego
vienen los “siete espíritus de Dios” y las cohortes de ángeles y arcángeles.
Es indiscutible la Existencia Una de donde todo procede y a
donde todo vuelve, cuya naturaleza nadie puede descubrir. Los grandes
doctores de la iglesia católica postulan siempre la insondable
Divinidad incomprensible, infinita, y, por lo tanto, necesariamente Una e
indivisible.
El
hombre está hecho a “imagen de Dios”. Es, pues, triple en su
naturaleza: espíritu, alma y cuerpo. Es la morada de Dios, el templo de Dios, el
templo del Espíritu Santo; frases que son eco fiel de la enseñanza inda.
En el Nuevo
Testamento la doctrina de la reencarnación está más fácilmente admitida que
claramente enseñada.
Así, Jesús, al hablar de San Juan Bautista, declara que es Elías “que debe venir”, haciendo
alusión a las palabras de Malaquias: “Yo os enviaré a Elías el profeta”. Y más adelante, en
otro lugar, a una pregunta acerca de que la venida de Elías había de preceder a
la del Mesías, contesta: “Elías
ha venido ya y ellos no le han conocido”.
Vemos a los discípulos sobrentender una vez más la
reencarnación cuando preguntan si un
hombre nace ciego en castigo de sus pecados, Jesús, en su respuesta, no rechaza
la posibilidad del pecado prenatal; se contenta con no considerarlo como causa
de la ceguera en aquel caso.
La frase tan notable del Apocalipsis (III. 12): “A quien venciere, le haré columna en el
Templo de mi Dios, y no saldrá jamás fuera”,
se
ha considerado como significativa de la liberación de la reencarnación.
Los escritos
de algunos Padres de la Iglesia abogan con mucha claridad a favor de una
corriente creencia en la reencarnación.
Algunos pretenden que enseñan únicamente la preexistencia del alma; pero
semejante opinión no me parece corroborada por los textos.
La unidad de enseñanza moral no es menos sorprendente que
la identidad de las concepciones del universo y los testimonios de todos los
que, fuera de su prisión de carne, llegan a la libertad de las esperas superiores. Es claro que ese cuerpo de enseñanza
primordial fue confiado a guardas inteligentes que lo enseñaron en las escuelas
y formaron los discípulos. La identidad de esas escuelas y su disciplina se
evidencia al estudiar su enseñanza moral, las condiciones impuestas a los
discípulos y los estados mentales y morales a que llegaban.
En el Tao Teh
Ching encontramos una distinción mordaz entre las diversas categorías de
estudiantes:
“Los estudiantes de la clase más elevada, cuando oyen hablar del
Tao, lo practican sinceramente. Los de
la clase media, tanto parecen seguirle como abandonarle; y los estudiantes de
la clase inferior, cuando oyen hablar de él, se ríen grandemente.” (S. B. of East, XXXIX. Op. cit. XLI-i).
En el
mismo leemos:
El sabio pone su propia persona la última, hallándola, sin
embargo, la primera. La trata como extraña, y sin embargo la preserva. ¿No es por carencia de fin personal y privado
por lo que tales fines se realizan? (VIII. 2.). Está desprovisto de
vanidad y por eso brilla; no tiene presunción y por eso se le distingue; no se
vanagloria y se le reconoce mérito; no se muestra suficiente y por eso adquiere
superioridad; y porque está libre de toda lucha, nadie puede luchar contra él. (XXII.2.) No hay crimen mayor que
alimentar la ambición; ni calamidad más grande que estar descontento de la
propia suerte; ni falta más gravísima que el deseo de obtener. (XLVI.2.) Para los que son buenos
(conmigo), soy bueno, y también para los que no lo son; así (todos), por ser sinceros.
(XLIX.I.) El que posee abundantemente
todos los atributos (del Tao) aseméjase a un niño. Los insectos venenosos no le morderán, las
fieras no le acometerán y las aves de rapiña no le tocarán. (LV.I.). Tengo tres cosas preciosas
que estimo y guardo con el mayor cuidado.
La primera es la dulzura; la segunda, la economía; y la tercera, no
codiciar lo de otro... La dulzura está
segura de vencer aún en el combate, manteniéndose con firmeza. El cielo salvará al que la posee, pues
(precisamente) su dulzura le protegerá (LXVII.2-4.)
En los indos
había discípulos
escogidos, considerados como dignos de instrucción especial, a quienes el “Gurú” transmitía la enseñanza secreta, mientras que las reglas generales de la vida moral pueden
recopilarse en las Leyes de Manu, Los Upanishads, el Mahabharata y muchos otros
tratados:
“Que se diga lo que es verdad y lo que agrada; que no se
profiera ni verdad desagradable ni falsedad agradable: tal es la ley
eterna. (Manu,
IV. i38.) No haciendo mal a ningún ser se acumulan poco
a poco méritos espirituales (IV.238.) Para ese hombre dos veces nacido que no
ocasiona el menor daño a los demás seres creados, no habrá daño alguno (de
ninguna parte) el día en que se liberte de su cuerpo. (VI.40.) Aquel que sufre con paciencia las injurias,
no insulta a nadie ni se hace a consecuencia de su cuerpo (perecedero) enemigo
de ninguno. El que no responde con
cólera a la cólera, con su pensamiento fijo en el Yo buscando en el Yo su
refugio, purificados por el fuego de la sabiduría, muchos entran en mi
Ser. (Bhagavad
Gita, IV. io) El supremo gozo para el yogui, cuyo manas (la
inteligencia) está en calma, cuya naturaleza pasional está apaciguada, es estar
sin pecado y ser como un Brahman. (VI.27.). El hombre que no tiene resentimientos con
ningún ser, el hombre amigo y compasivo, sin apegos, sin egoísmos, equilibrado
en el placer y en el dolor, amante de perdón, que siempre está atento, es
armonioso, y dueño de sí. Y el que ha
consagrado su pensamiento (manas) y su corazón (buddhi), ese amigo mío, me es
querido en verdad.” (XII. 13-14.)
Pasemos a Buda. Le encontramos
rodeado de arhats a quienes transmite enseñanzas secretas. Su doctrina pública nos enseña que:
El sabio, por la sinceridad, la virtud y la pureza, se
transforma en una isla que marea alguna puede sepultar. (Udanavarga, IV. 5) El sabio en este mundo
conserva preciosamente la fe y la sabiduría, que son sus grandes tesoros, y
rechaza toda otra riqueza. (X.9.) Quien alimente rencor contra los que le
quieren mal, jamás podrá ser puro; y en cambio, quien no lo alimenta, pacifica
a los que le odian. Como el odio es
fuente de miseria para la humanidad, el sabio no conoce el odio. (XIII.12.). Triunfad de la ira no
encolerizándonos, triunfad del mal por el bien, triunfad de la mentira por la
verdad (XX.18.)
El Zoroastrismo enseña a loar a
Ahura-Mazda. Dice:
“¿Lo hermosísimo, lo puro, lo inmortal, lo brillante, todo esto
es bueno. Honremos al espíritu bueno, al
reino bueno, la ley buena, y la buena sabiduría. (Yasna,
XXXVII.) Que el contento, la bendición, la inocencia
y la sabiduría de los puros descienda a este lugar. (Ibíd.,
LIX.) La pureza es el mejor bien. Los dichosos son los más puros en pureza (Ashem vohu.) Todos los buenos
pensamientos, las buenas palabras, las buenas acciones se realizan con
conocimiento. Todos los malos pensamientos,
las malas palabras, y las malas acciones se realizan sin conocimiento. (Mispa Kumata.)” (Extractos
del Avesta en Ancient Iranian and Azoroastrian Morals, por Dhunjibhoy Jamsetji
Medhora.)
Los hebreos tuvieron sus “escuelas de profetas” y en su Cábala y obras exotéricas
encontramos las enseñanzas morales aceptadas:
“¿Quién subirá la
cuesta del Señor y se mantendrá en su santo lugar? El que tenga limpios el corazón y las manos,
el que no esté henchido de vanidad ni jure en falso (PS.
XXIV.3, 4.) ¿Qué exige de ti el Señor, sino obrar justamente, ser
misericordioso e ir humildemente con tu Dios? (Mich
VI.8.) Los
labios de la verdad se afirmarán para siempre, pero una lengua embustera sólo
durará un instante. (Prov. XII. 19.) ¿Por ventura no es ésta
la abstinencia que escogí? : rompe las ataduras de impiedad, desata los pesados
haces, despacha libres a aquellos que están quebrantados y quebranta todo
yugo. Parte con el hambriento tu pan y a
los pobres y peregrinos mételos en tu casa; cuando vieres al desnudo cúbrelo y
no desperdicies su carne (Is. LVIII. 6,7.)”
También el Maestro
Jesús tenía enseñanzas secretas para los discípulos y les hacia esta
recomendación: “No
arrojéis a los perros lo que es sagrado, ni echéis margaritas a los puercos.” (Mat.VII.6.)
Para la enseñanza pública podemos
tomar las bienaventuranzas del Sermón de la Montaña así como los siguientes
preceptos:
“Más yo os digo: Amad a vuestros enemigos; haced bien a los que
os aborrecen, y rogad por los que os persiguen y calumnian... Sed, pues, perfectos, así como vuestro Padre
celestial es perfecto. (Mat.V. 44, 48.) El que halle su alma la perderá, y el que
perdiere su alma por mí la hallará. (X.39.). Cualquiera, pues, que se humillare como este
niño éste es el mayor en el reino de los cielos. (XVIII.4.) Mas el fruto del espíritu es: caridad, gozo, paz, paciencia
benignidad, bondad, longanimidad, mansedumbre, fe, modestia, continencia,
castidad. Contra esas cosas no hay ley. (Gálatas. V.22, 23.) Amaos los unos a los
otros, porque el amor viene de Dios y quien ama nace de Dios y le conoce. (Juan, IV.7.)
La escuela de
Pitágoras y la de los neoplatónicos perpetuaron la tradición en Grecia. Sabemos que Pitágoras adquirió parte de su
saber en la India, así como Platón estudió y fue iniciado en las escuelas de
Egipto. De
las escuelas griegas tenemos informaciones muy precisas, más que de otra alguna
de la antigüedad. La de Pitágoras
tenía discípulos juramentados de una parte, y de otra una disciplina externa. El círculo interior pasaba por tres grados en
cinco años de prueba. (Para más detalles, véase Orpheus, de G. R S. Mead)
La
disciplina externa se describe así:
“Es
menester ante todo entregarnos a Dios por completo. Cuando un hombre reza, no debe pedir
ningún beneficio particular, plenamente convencido de que recibirá lo que es
justo y conveniente, según la sabiduría divina y no según el interés egoísta de
sus deseos. (Diod. Sic. IX.4i.) Únicamente por su virtud
llega el hombre a la bienaventuranza, y esto es privilegio exclusivo del ser racional. (Hippodamo, De
Felicitate, II.284) En sí, por su propia naturaleza, el hombre
no es bueno ni dichoso, pero puede serlo por la enseñanza de la verdadera
doctrina (mathesios cai pronaias potideetai). (Hippo. Ibid.) El deber más sagrado es la piedad filial. “Dios derrama sus bendiciones sobre quien
honra y reverencia al autor de sus días”, dice Pampelus. (De Parentibus, Orelli. Op. Cit., II.345.) La ingratitud con los padres es el mayor y
más abominable crimen, escribe Perictiona (Ibid, 350), que se supone fue la
madre de Platón. La pureza y delicadeza
de todas las obras pitagóricas eran notables.
(Oelian, Hist., Var. XIV.19) En lo que respecta a la castidad
y al matrimonio sus principios son de absoluta pureza. Al mismo tiempo, el gran maestro recomienda
la castidad y la continencia, pero pide que los casados engendren antes de
entregarse al celibato absoluto, a fin de que los hijos se procreen en
condiciones de perpetuar la vida santa y la transmisión de la ciencia
sagrada. (Jámblico,
Vit. Pythag.; y Hierocles AP. Stob. Serm. XLV.14.) Esto es en extremo
interesante, porque encontramos la misma recomendación en el Manava Dharma Sastra,
el famoso código indo... El adulterio se condenaba con gran severidad. (Jámb., Ibid.) Se prevenía además al
marido que tratase a la mujer con extrema dulzura, porque la había tomado por
compañera ante los dioses. (Véase Lascaulz. Zur
Geschichte der Ehe bei den Griechen en las MEM. de l´Acad. De Baviere, VII.107
y siguientes).
El
matrimonio no era unión animal, sino lazos espirituales. Por eso, a su vez,
la mujer debía amar al esposo más que a sí misma y obedecerle en todo. Es interesante hacer notar que los mejores
caracteres de mujer que nos presenta la Grecia antigua, fueron formados en la
escuela de Pitágoras, los mismos que los del hombre. Los
autores antiguos dicen que esta disciplina logró formar, no sólo mejores ejemplos
de castidad de pureza y de sentimiento, sino también de sencillez de modales,
perfecta delicadeza y gusto sin precedentes para las cosas más serias. Esto está admitido hasta por los autores
cristianos. (Véase
Justino, XX.4...)
Entre los
miembros de la escuela, la idea de justicia
presidía todas las acciones, observaban la más estricta tolerancia y la más
perfecta compasión en sus mutuas relaciones; porque la justicia es el principio
de toda virtud, según Polo (ap. Stob. Serm. VIII,
edi. Schow, p.232.)
La justicia mantiene el alma en paz y en equilibrio. Es la
madre del orden armónico en todas las comunidades, y la que engendra la
concordia entre el esposo y la esposa, y el amor entre el amo y el siervo.
Todo
pitagórico estaba ligado por su palabra, debiendo, en fin, vivir el hombre de
tal modo que estuviese dispuesto a morir en cualquier instante (Hipólito. Filos, VI. — Ibid. P. 263-267.)
Interesante es la manera cómo se consideran las virtudes en
las escuelas neoplatónicas. Se
establece en ellas clara distinción entre la simple moralidad y el desarrollo
espiritual. En otros términos,
como dice Plotino, “el fin no está en ser inmaculado, sino en llegar a
Dios”.
El primer grado
consistía en hallarse sin pecado al adquirir las “virtudes cívicas”, que hacen al hombre perfecto en su conducta (las virtudes
físicas y éticas formaban los grados inferiores); la razón dirigía y embellecía
entonces a la naturaleza irracional.
Luego venían
las “virtudes catárticas” propias de la razón pura, libertadoras
de los lazos de la generación; después las “virtudes teóricas”, que elevaban el alma al contacto de las
naturalezas superiores a la suya; y finalmente las “virtudes
paradigmáticas”, que le dan a
conocer el verdadero ser.
“Síguese de ahí que el que obra según
las virtudes cívicas es un hombre justo, pero el que obra por
las virtudes catárticas únicamente es un hombre demoníaco, o
mejor un buen demonio. El que obra por
las virtudes teóricas, ése es un dios; y el que lo hace según
las virtudes paradigmáticas, ése es el Padre de los dioses”. (Nota en La Prudencia intelectual, p.325-332.)
Gracias
a diversas prácticas, los discípulos aprendían a abandonar su cuerpo para
elevarse a regiones superiores. Como una hierba se saca de su vaina, el
hombre interior debía deslizarse de su cubierta exterior o corporal. El “cuerpo luminoso” o “cuerpo radiante”
de los indos es el “cuerpo fusiforme” de los neoplatónicos,
el en que el hombre se eleva para
encontrar el yo, “que no puede percibirse ni por el ojo ni por la palabra ni
por los demás sentidos (literalmente, dioses), ni por la autoridad ni por los ritos
religiosos.
Sólo
por la sabiduría serena, por la pura ciencia, se puede ver, en la meditación,
al Único Indivisible.
“Ese yo sutil lo conocerá la inteligencia en que la quíntuple
vía (los sentidos) esté dormida. La inteligencia
de toda criatura está invadida por esas vías, pero en cuanto se purifica, se manifiesta
el Yo en ella”.
(Mundakopanishad, III. II, 8, 9.)
Sólo entonces
puede entrar el hombre en la región donde la separación no existe, donde las
“esferas han cesado”. G. R. S. Mead, en
su introducción a Plotino de Taylor, cita un pasaje de Plotino en que describe una región que es
evidentemente el Turîya
de los indos.
“Ven igualmente todas las cosas, no las sometidas a la
generación, sino aquellas en que reside la esencia. Se ven a sí mismos en las demás. Todo es diáfano en ese lugar, nada obscuro ni
resistente, y todo se ve por cada uno interiormente y de parte a parte. Como la luz encuentra en todas partes la luz,
pues cada cosa contiene en sí todas las cosas, ve igualmente todo en cada
una. De suerte que todas las cosas están
en todas pares y que todo es todo. Del
mismo modo cada una es todas. El esplendor
en ese lugar es infinito. Porque todo
allí es grande, incluso lo pequeño. El
sol en ese sitio es al mismo tiempo todas las estrellas y cada una es a su vez
el sol y todas las demás. En cada una,
sin embargo, predomina una cualidad diferente, pues al mismo tiempo todas las cosas
son visibles en cada una. Igualmente, en
ese lugar, el movimiento es puro, porque el movimiento no está trastornado por
un motor que difiera de él mismo” (p. LXXIII).
Descripción
totalmente insuficiente, porque ésa es una región
que ningún idioma humano puede describir. Únicamente quien tuvo los ojos abiertos, pudo
trazar esas líneas.
Las
concordancias que existen entre las religiones del mundo llenarían seguramente
un gran volumen; pero el imperfecto esbozo que precede debe bastar como
prefacio al estudio de la Teosofía, y como introducción a esta nueva y completa exposición de las verdades
antiguas que alimentaron al mundo.
Todas
esas semejanzas revelan una fuente única, y esa fuente es la Hermandad de la Logia Blanca, la Jerarquía
de los Adeptos que velan por la humanidad y la guían en su evolución. Ellas han conservado constantemente intactas
esas verdades, y de cuando en cuando, según las necesidades de las épocas, las
revelaron a los hombres. Frutos de
mundos más elevados, de humanidades anteriores, productos de una evolución
análoga a la nuestra __evolución que nos parecerá más inteligible a
completar nuestro estudio— han venido en auxilio de nuestro globo, y desde
los primeros tiempos hasta el presente, asistidos por la flor de nuestra
humanidad, le han prodigado sus cuidados.
Hoy
también instruyen a discípulos ardorosos y los guían por el estrecho
sendero.
Hoy
también puede hallarlos quien los busque, llevando en la mano, como ofrenda inicial,
la caridad, la devoción, el deseo desinteresado de saber a fin de servir.
Hoy
también ordenan la antigua disciplina y descubren los antiguos misterios.
Las
dos columnas de la Logia Blanca son el Amor y la Sabiduría, y a través de su angosta puerta pueden
pasar únicamente los que han desembarazado sus espaldas del fardo del deseo y
del egoísmo.
(Tomado
del libro: La Sabiduría Antigua)
Más recientemente aún, la influencia del pensamiento Sankhya
se
encuentra claramente notada en los neoplatónicos,
hasta el punto de que la doctrina del Logos o del Verbo, aunque no de
origen Sankhya, revela en sus
detalles que fue tomada de la India, donde tan preponderante papel en el
sistema brahmánico desempeña la concepción
de Vach, el Verbo divino.
Así, Jesús, al hablar de San Juan Bautista, declara que es Elías “que debe venir”, haciendo
alusión a las palabras de Malaquias: “Yo os enviaré a Elías el profeta”. Y más adelante, en
otro lugar, a una pregunta acerca de que la venida de Elías había de preceder a
la del Mesías, contesta: “Elías
ha venido ya y ellos no le han conocido”.
Vemos a los discípulos sobrentender una vez más la
reencarnación cuando preguntan si un
hombre nace ciego en castigo de sus pecados, Jesús, en su respuesta, no rechaza
la posibilidad del pecado prenatal; se contenta con no considerarlo como causa
de la ceguera en aquel caso.
La frase tan notable del Apocalipsis (III. 12): “A quien venciere, le haré columna en el
Templo de mi Dios, y no saldrá jamás fuera”,
se
ha considerado como significativa de la liberación de la reencarnación.
Todas
esas semejanzas revelan una fuente única, y esa fuente es la Hermandad de la Logia Blanca, la Jerarquía
de los Adeptos que velan por la humanidad y la guían en su evolución. Ellas han conservado constantemente intactas
esas verdades, y de cuando en cuando, según las necesidades de las épocas, las
revelaron a los hombres. Frutos de
mundos más elevados, de humanidades anteriores, productos de una evolución
análoga a la nuestra __evolución que nos parecerá más inteligible a
completar nuestro estudio— han venido en auxilio de nuestro globo, y desde
los primeros tiempos hasta el presente, asistidos por la flor de nuestra
humanidad, le han prodigado sus cuidados.
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