EL PLANO MENTAL
(1ra.
Parte)
Según su nombre
indica, el plano mental es el dominio propio de la conciencia cuando
actúa como pensamiento.
En
el plano de la inteligencia, no en función por medio del cerebro, sino en su
propio mundo, liberada de las ligaduras del espíritu—materia físico.
La palabra inglesa man
(hombre) viene de la sánscrita man, raíz del verbo que significa pensar.
Así
man, hombre significa pensador, designándose al hombre por la inteligencia como
su más característico atributo.
En
inglés encontramos únicamente la palabra mind (mente) para designar a la vez la
propia conciencia intelectual y los efectos producidos sobre el cerebro físico
por las vibraciones de la conciencia.
Pero
debemos considerar ahora la conciencia intelectual como entidad distinta, como
individualidad y ser real.
Las vibraciones de su vida son pensamientos son imágenes y no palabras.
Esta individualidad es Manas, el Pensador (De la palabra Manas se deriva el nombre técnico: plano manásico,
traducido por plano mental. Le podemos llamar el plano de la inteligencia propiamente
dicha, para distinguir sus
actividades de las de la inteligencia operante en la carne)
Es
el yo que revestido de la materia de las subdivisiones superiores del plano
mental trabaja bajo las condiciones que esa materia le impone.
Sobre el plano físico se revela su presencia por las
vibraciones que transmite al cerebro y al sistema nervioso. Estos órganos responden a las vibraciones de su
vida por las vibraciones simpáticas; pero a causa de las densidades sus materiales,
no pueden reproducir sino una parte muy débil de las vibraciones recibidas, y
aún de manera muy imperfecta.
Del mismo modo que la ciencia afirma la existencia
de una inmensa serie de vibraciones del éter, serie de la cual sólo percibimos
un fragmento, el espectro solar luminoso, el aparato físico del pensamiento, el
cerebro y el sistema nervioso, no pueden pensar sino un pequeño fragmento de la
inmensa serie de vibraciones mentales emitidas por el Pensador en su propio
mundo.
Los cerebros muy receptivos responden a un grado que
convenimos en denominar gran
potencia intelectual; y los excepcionalmente receptivos responden a lo que se llama genio.
En fin, los cerebros excepcionalmente inertes
responden solamente al grado denominado idiotez.
Cada uno de nosotros envía a su cerebro millones de
ondas mentales a las que el órgano puede responder por la densidad de sus
materiales; y lo que se llama poder mental de un hombre está en relación
directa con esta sensibilidad.
Antes de estudiar al Pensador convendrá considerar
el mundo que ocupa, es decir, el plano mental mismo.
-El plano mental es el que sigue al astral.
-No está separado de él sino por la diferencia de los materiales, lo
mismo que el plano astral del plano físico.
-Podemos así repetir en la comparación del plano mental y del astral lo
ya dicho al comparar el plano astral y el plano físico.
-La vida sobre el plano mental es más activa que en el astral y la forma
en él es más plástica.
-El espíritu—materia se halla mucho más vitalizado y sutil que la materia
del mundo astral.
-El átomo más sutil de materia astral contiene en su cubierta esferoidal
innumerables agregados de la materia mental más densa, de suerte que la
disgregación del átomo astral pone en libertad una cantidad de materia mental
de variedades muy densas.
En tales condiciones,
se comprenderá que es muy activa
la acción de las fuerzas vitales sobre este plano, puesto que la masa que ha de
mover es infinitamente menor.
La materia está
animada de un movimiento continuo e incesante, toma forma al menor
estremecimiento de vida, y se adapta sin vacilación a los menores matices de
esas vibraciones.
La substancia mental, como se la ha llamado, hace
aparecer denso, pesado y empañado al espíritu—materia astral, tan
maravillosamente luminoso cuando se le compara con la materia física.
Pero la ley de
analogía conserva todo su valor, y será para
nosotros un hilo conductor a través de esta región súper—astral, lugar que es nuestro lugar de
nacimiento, nuestra verdadera patria, aunque lo ignoremos, presos como estamos
en un país de destierro, y a pesar también de la extravagancia que reviste a
nuestros ojos la descripción de esta región gloriosa.
Aquí también, como en los dos planos inferiores, hay
siete subdivisiones del espíritu—materia; y aquí también, estas variedades
forman innumerables combinaciones de toda clase de complejidad, constituyendo
los sólidos, los líquidos, los gases y los éteres del plano mental.
Esto no es más que una manera de hablar,
porque la palabra sólido parece absurda aun hablando de las formas más
sustanciales de la materia mental, y no tenemos otros calificativos de los que
se basan sobre las condiciones físicas.
Bástenos comprender, por lo demás, que este plano
sigue la ley y orden general de la naturaleza, que apareja para nuestro globo
una base septenaria; y que las siete subdivisiones de su materia
decrecen en densidad con relación unas a otras como los sólidos, los líquidos,
los gases y los éteres; y que la séptima y última subdivisión se
hallan exclusivamente compuesta de los más sutiles átomos mentales.
Estas subdivisiones se clasifican en dos grupos, a los que se les ha dado
el nombre no muy apropiados y al primer intento ininteligible, de:
“no formal” y
“formal”
(En sánscrito Arupa y Rupa. —Rupa significa
forma, envoltura, cuerpo.)
Las cuatro
subdivisiones inferiores constituyen el segundo grupo, y los tres superiores el primero.
Esta agrupación es necesaria porque hay una
distinción muy real, aunque es muy difícil de definir.
Estas regiones corresponden en la conciencia humana
a las mismas divisiones de la inteligencia, como se verá más claramente luego.
Quizás se podría expresar mejor semejante distinción
diciendo que, en las cuatro subdivisiones
inferiores, las vibraciones de la
conciencia dan origen a formas, imágenes o representaciones, apareciendo cada
pensamiento como una forma viva;
mientras que en las tres subdivisiones superiores, aunque la conciencia también
produce vibraciones, parece más bien emitirlas como una ola poderosa de energía viva
que no se incorpora en imágenes distintas mientras está en esa región superior,
sino que engendra formas múltiples, ligadas
entre sí por una condición común, desde que penetra en los mundos inferiores.
La más íntima
analogía que se puede encontrar para la concepción que se trata de exponer es
la de los pensamientos abstractos y los concretos.
La idea abstracta de
un triángulo no tiene forma, pero sirve para designar todas las figuras
limitadas por tres líneas rectas, cuyos ángulos suman dos rectos.
Tal idea,
condicionada, pero sin forma, al proyectarse en el mundo inferior, dará origen
a una infinita variedad de triángulos, rectángulos, isósceles, escalenos, de
colores y dimensiones variados, que satisfagan todas las condiciones;
triángulos concretos con propia y definida forma.
Es impotente la palabra para mostrar claramente la diferencia entre las
dos maneras de actuar la conciencia en ambas regiones; porque las palabras son
símbolos de imágenes, pertenecen a las operaciones del mental inferior en el
cerebro y se basan exclusivamente sobre sus operaciones.
Mientras que la
región “sin forma” pertenece a la razón pura, que
jamás trabaja en los estrechos límites del lenguaje.
El plano mental es el
que refleja la Inteligencia Universal en la Naturaleza, el plano que, en
nuestro pequeño sistema, corresponde al de la Gran Inteligencia en el Cosmos (Mahat, el tercer Logos o la Inteligencia Divina
creadora; El Brahmâ de los indos, el Mandujusri de los buddhistas del Norte.,
el Espíritu Santo de los cristianos)
En sus regiones
superiores existen todas las ideas
arquetipos que se hallan actualmente en vías de evolución concreta; y en
sus regiones inferiores esas ideas se elaboran en formas sucesivas
para reproducirse enseguida en el mundo astral y en el físico.
La materia del plano es susceptible
de combinarse al impulso de vibraciones mentales, y puede formar cuantas combinaciones sea capaz de imaginar el pensamiento.
De la misma manera que el hierro
puede convertirse en arado para el labrador o en espada para el guerrero, la
materia mental puede modelarse en formas que aprovechen o perjudiquen.
La
vida del Pensador, en vibración continua, modela la materia que le rodea, y su
obra se educa a la voluntad que la engendra.
En esta región el pensamiento y la acción, el propósito y
el hecho son la misma cosa.
El espíritu—materia
es el esclavo dócil de la vida y se adapta espontáneamente a cada impulso
creador.
Por su velocidad y sutilidad, estas vibraciones que
modelan en pensamientos—formas la materia del plano mental, dan también
nacimiento a exquisitas coloraciones constantemente cambiantes: ondas de tintes
varios como las irisadas del nácar, pero etéreas y luminosas en grado incomparable,
que resbalan sobre todas las superficies y penetran todas las formas, de modo
que cada una de ellas ofrece una armonía de colores tornasolados, vivos,
luminosos y delicados, como no se conocen en la tierra.
Las palabras son incapaces de expresar la exquisita
belleza y brillo de las combinaciones de esa materia sutil, trémula de vida y
de movimiento.
Todos los videntes que lo atestiguan,
indos, buddhistas, y cristianos hablan con éxtasis de su gloriosa belleza y
confiesan que son incapaces de describirla.
Parece que toda descripción, por hábiles que sean sus
términos, no sirven sino para rebajarla.
Los pensamientos—formas
juegan naturalmente un papel considerable entre las criaturas vivas que actúan
en el plano mental.
Asemejase a las que hemos hallado en el mundo astral,
salvo que son mucho más luminosas, más brillantemente coloreadas, más
vigorosas, más persistentes y más vitalizadas.
A
medida que las cualidades intelectuales superiores se señalan más claramente en
quién las engendra, presentan un contorno más definido y tienden a una singular
perfección geométrica, al mismo tiempo que ha una pureza de luz y de color no
menos admirable.
No hay necesidad de decir que, en el estado actual de la
humanidad, las formas nebulosas e irregulares predominan como producto habitual
de inteligencias mal dirigidas.
No obstante, también se encuentran en el plano astral
pensamientos artísticos de rara belleza, y así no es extraño que los pintores,
después de entrever un instante su ideal en sueños, se impacienten por no poder
expresar su radiante belleza con los colores de este mundo.
Estos pensamientos—formas
están constituidos por la esencia elemental del plano.
Las vibraciones del pensamiento modelan la esencia
elemental en forma adecuada, de la que el pensamiento es vida animadora.
Encontramos aquí, pues, los elementos artificiales
idénticos, en su modo de formación, a los del mundo astral.
La esencia elemental del plano mental
está formada por la Mónada en el estado de descendencia que precede
inmediatamente a su entrada en el mundo astral.
Constituye entre las cuatro
subdivisiones inferiores del plano mental el segundo reino elemental. Las tres subdivisiones superiores, “sin forma”,
están ocupadas en el primer reino elemental.
Aquí el pensamiento produce en la
esencia elemental irisaciones brillantes, corrientes coloreadas y relámpagos de
fuego vivo, en vez de incorporarse en formas definidas.
La esencia elemental toma, por
decirlo así, su primera lección de actividad orgánica, de acción combinada;
pero no reviste aún las limitaciones definidas de las formas.
En las dos grandes divisiones del plano mental viven inteligencias innúmeras, cuyo
cuerpo inferior está formado de materia luminosa y de la esencia elemental del
plano: Seres Resplandecientes que guían
el proceso del orden natural y dirigen las legiones de entidades inferiores
de que ya se ha hablado, pero sometidos
a su vez, en sus múltiples jerarquías, a los Soberanos Señores de los siete
elementos (Estos
seres son los Arupa Devas y los Rupas Devas de los indos y buddhistas, los Señores
de los cielos y la tierra de los zoroástricos, los Arcángeles y Ángeles de los
cristianos y mahometanos.)
Son, como se imagina comúnmente,
seres de gran conocimiento,
de inmenso poder y de esplendente
aspecto;
criaturas radiantes y brillantísimas
con mil cambiantes parecidos al arco iris de los colores celestes.
Llenos de real majestad respiran
tranquila energía y tienen expresión de fuerza irresistible.
Aquí se presenta al espíritu la descripción del gran vidente
cristiano cuando habla de un
arcángel poderoso:
“Había un arco iris sobre su cabeza; su rostro se parecía
al sol y sus pies a dos columnas de fuego” (Apocalipsis,
X- I.)
Sus voces son como sonido de profundas aguas, como eco de
la armonía de las esferas.
Son los guías del orden natural y mandan a legiones
inmensas de elementales del mundo astral.
De suerte que sus cohortes persiguen incesantemente la
obra de la naturaleza con regularidad y precisión infalibles.
En el plano mental inferior hay numerosos Chelas
que trabajan en su cuerpo mental (Cuerpo ordinariamente llamado Mayavi
Rupa o forma ilusoria, cuando este dispuesto para funcionar independientemente
en el mundo mental.) Libertados
temporalmente de la envoltura física.
Cuando el cuerpo carnal está sumergido en profundo sueño,
el Pensador, el hombre real, puede
escaparse de él a fin de trabajar libre de trabas en esta región superior.
De ahí
qué, al obrar directamente sobre la esfera mental de sus semejantes, les
sugiera buenos pensamientos, presentándoles ideas nobles, y los pueda ayudar y
confortar más viva y eficazmente que a través de la prisión del cuerpo físico.
Percibe más claramente sus necesidades y puede así
socorrerlos de manera más perfecta.
Su mayor privilegio y su más intenso goce consiste en ayudar a
sus hermanos que luchan, sin que tengan
conocimiento de sus servicios ni la menor idea del poderoso brazo que les
aligera el yugo, de la dulce voz, que muy por lo quedo los consuela en sus
penas.
Ni se les ve ni se les reconoce.
En la tarea ayuda a amigos y enemigos
con igual placer y la misma libertad, repartiendo entre los hombres las
diversas corrientes bienhechoras dimanantes de los grandes Protectores de las
superiores esferas.
También
se hallan algunas veces en esta región las
formas gloriosas de los Maestros, aunque generalmente residan en las
subdivisiones más elevadas del mundo “sin
forma”.
También descienden hasta este plano en ciertas épocas
otros Grandes Seres, cuando la compasión requiere de su parte que se
manifiesten en planos inferiores.
Sean humanas o no, estén en su cuerpo
o fuera de él, la comunicación es prácticamente instantánea entre las
inteligencias que funciona conscientemente en este plano, porque se produce con
la rapidez del pensamiento.
Las barreras del espacio han perdido
su fuerza de separación, y para ponerse en contacto un alma con otra basta con dirigir su atención hacia
ella.
La comunicación no sólo es rápida,
como se acaba de decir, sino que es igualmente completa si las almas se
encuentran en el mismo grado de evolución.
Las palabras no pueden impedir o aminorar la comunicación;
el pensamiento pasa de uno a otro ser, o, mejor dicho, cada ve el pensamiento
tal como lo concibe el otro
Las verdaderas barreras entre las
almas son las diferencias de evolución.
El alma menos evolucionada no conoce en el alma que lo
está más, sino aquello que puede percibir, y es evidente que sólo la más
adelantada tiene conciencia de esa limitación, puesto que la otra recibe todo
lo que puede contener.
Cuanto más evolucionada está un alma, más conciencia tiene
de lo que la rodea y más íntimamente se aproxima a la realidad; pero el plano
mental tiene también sus velos de ilusión, aunque menos numerosos y más
transparentes que los del mundo físico.
Cada alma está rodeada de su propia atmósfera mental, y
como todas las impresiones le llegan a través de esta atmósfera, todas están
más o menos expuesta a las ilusiones cuanto más transparente, pura y menos
teñida por la personalidad esté su atmósfera.
Las tres subdivisiones superiores del
plano mental son la morada del Pensador, que reside en una u otra según su
grado de evolución.
La inmensa mayoría evolucionada en grados diversos, vive
en él ínfimo de esos tres niveles.
Un número comparativamente reducido de almas vigorosamente
intelectuales habita en el segundo nivel.
Empleando una frase más aplicable al plano físico que al
plano mental, diremos que el Pensador asciende a ese segundo nivel cuando en él
prepondera la materia más sutil de esa región, y de este modo opera el cambio
necesario.
No hay
naturalmente ascensión, propiamente hablando, ni cambio de lugar; ocurre sólo
que el Pensador comienza a percibir vibraciones de esa materia sutil, que provoca
en él una respuesta, pudiendo él mismo desde entonces emitir fuerzas que hagan
vibrar esas tenues partículas.
Es
indispensable que el estudiante se familiarice con el hecho de que su ascenso
en la escala de la evolución no implica cambio alguno de lugar, sino
sencillamente mayor aptitud para recibir las impresiones.
Todas
las esferas están en torno a nosotros, sean la astral, la mental, la búdica, la
nirvánica, o ya se trate de mundos más elevados aún, hasta la vida del Ser
Supremo.
No
tenemos necesidad de movernos para encontrarlas, pues están aquí mismo; pero
nuestra grosera percepción nos aparta de ellas con mayor lejanía que si
estuvieran a muchos miles de kilómetros.
No tenemos conciencia de lo que nos afecta, de lo que
provoca en nosotros vibraciones de respuesta.
A medida que nos hacemos más receptivos, que nos
organizamos con materia más delicada, entramos en contacto con los mundos más
sutiles.
Al hablar, pues de la ascensión de un nivel a otro,
significamos que tejemos nuestros vestidos con materiales más sutiles y que
podemos recibir a través de ellos los contactos de mundos semejantes.
Más profundamente significa esto, que en el Yo envuelto
por todos esos vestidos, los poderes divinos pasan del estado latente al activo
y emiten al exterior las vibraciones sutiles de su vida.
(Tomado
del libro: La Sabiduría Antigua)
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