jueves, 9 de octubre de 2014

EL CUERPO DENSO

EL CUERPO DENSO

(TOMADO DEL LIBRO: EL HOMBRE Y SUS CUERPOS)

Ocupémonos ahora en la consideración del cuerpo denso, que podemos llamar la parte visible del cuerpo físico, aún cuando los constituyentes gaseosos no sean asequibles a la visión física inexperta.
Esta es la envoltura exterior del hombre, su manifestación inferior, la expresión más limitada e imperfecta de sí mismo.

Tenemos que detenernos bastante a considerar la constitución del cuerpo, para poder comprender el modo como debemos considerarlo, purificarlo y educarlo; tenemos que observar una serie de actividades, cuya mayor parte se hallan fuera del dominio de la voluntad, y luego aquellas que pueden dominarse.

Ambas clases de actividades obran por medio de sistemas nerviosos diferentes. Por uno de ellos se ejercitan todas las actividades del cuerpo que sostienen la vida ordinaria, por cuyo medio se contraen los pulmones, late el corazón y son dirigidos los movimientos del sistema nervioso. Este se compone de los nervios involuntarios, llamados comúnmente el "sistema simpático". En un tiempo, durante el largo pasado de la evolución física, en la que se formaron nuestros cuerpos, el  sistema estaba bajo el gobierno del animal que lo poseía, pero gradualmente principió a funcionar automáticamente; se separó del dominio de la voluntad, adquirió una vida propia, casi independiente, y ejercitó por sí todas las actividades vitales que constituyen la normalidad. Mientras una persona se halla en estado de salud, no nota estas actividades; siente que respira cuando la respiración está oprimida o detenida, siente que su corazón late cuando el latido es violento e irregular; pero cuando todo está bien, la marcha del sistema pasa inadvertida.

Sin embargo, es posible poner el sistema simpático nervioso bajo el dominio de la voluntad, por medio de una práctica larga y muy penosa; y una clase de Yogis en la India, llamada Hatha Yoga, desarrollan este poder en un grado extraordinario, con objeto de estimular las facultades síquicas inferiores. Es posible desarrollar éstas (sin tener para nada en cuenta el desarrollo espiritual, moral e intelectual), por medio de la acción directa sobre el cuerpo físico.

El Hatha Yoga aprende a dominar el aliento, hasta el punto de suspenderlo por un período considerable de tiempo; a dominar los latidos del corazón; apresurando o retardando la circulación a voluntad; y por estos medios pone el cuerpo físico en estado de trance, y en libertad el cuerpo astral. Este método no debe imitarse, pero es instructivo para las naciones occidentales (que consideran al cuerpo con una naturaleza tan imperativa) el saber cuán por completo puede un hombre dominar este proceso físico normalmente automático, y el hacerse cargo de que miles de hombres se imponen una disciplina larga y en extremo dolorosa para libertarse de la cárcel del cuerpo físico, y conocer que viven cuando se halla suspendida la animación del cuerpo. Por lo menos son gente decidida, y no son ya los meros esclavos de los sentidos.

Prosiguiendo nuestro estudio, tenemos el sistema nervioso voluntario, mucho más importante para nuestro objeto mental. Este gran sistema es el instrumento del pensamiento, y por medio de él sentimos y nos movemos en el plano físico. Lo forman el eje cerebroespinal -el cerebro y la espina dorsal- y los filamentos nerviosos que parten de él para todo el cuerpo, o sea los nervios motores y de sensación: los nervios por medio de los cuales sentimos, que corren de la periferia al eje, y los nervios por los cuales nos movemos, que se dirigen del eje a la periferia. De todo el cuerpo parten los hilos nerviosos, asociándose unos con otros formando haces que se juntan a la médula espinal; constituyen su substancia fibrosa externa. Pasando al cerebro se esparcen y ramifican en el que es el centro de toda sensación y de todo movimiento voluntario. Este es el sistema por medio del cual expresa el hombre su voluntad y su conciencia, y de él puede decirse que tiene su asiento en el cerebro.

El hombre no puede hacer nada en el plano físico, sino por medio del cerebro y del sistema nervioso; si éstos están desarreglados, no podrá expresarse de un modo ordenado. Este es el hecho sobre el cual el materialismo ha fundado su afirmación de que el pensamiento y la acción cerebral varían juntos.

Considerando tan sólo el plano físico como lo hacen los materialistas, ciertamente que varían a la vez; es necesario acudir al plano astral, para demostrar que el pensamiento no es resultado de la acción nerviosa. Si el cerebro está afectado por alguna droga, por enfermedad o por un golpe, el pensamiento del hombre a quien pertenece el cerebro no encuentra su debida expresión en el plano físico.

Los materialistas indican también que si se tienen ciertas enfermedades, el pensamiento será afectado especialmente. Hay una enfermedad rara, la afasia, que destruye una parte especial del tejido cerebral cerca del oído, y va acompañada de la falta total de memoria en lo que concierne a las palabras; si se dirige una pregunta a una persona que la padezca, no puede contestar; si se le pregunta su nombre, no responderá; pero si se pronuncia su nombre, dará señales de reconocerlo; si se le lee alguna cosa, mostrará asentimiento o disentimiento; puede pensar, pero no hablar. Parece como si la parte del cerebro que ha sido afectada estuviese en relación con la memoria física de las palabras; de modo que con la pérdida de aquella parte, pierde el hombre en el plano físico la memoria de las palabras y se vuelve mudo, al paso que retiene la facultad de pensar y puede mostrar su acuerdo o desacuerdo con cualquiera proposición que se le haga. El argumento materialista viene a tierra cuando el hombre se liberta de su imperfecto instrumento; entonces puede manifestar sus facultades, aunque vuelve a quedar mudo cuando de nuevo se ve reducido a la expresión física. La importancia de este punto no consiste en la validez o nulidad de la posición materialista, sino en el hecho de que el hombre tiene limitada su expresión en el plano físico por la aptitud de su instrumento físico, y que éste es sensible a las influencias de los agentes físicos; si éstos pueden perjudicarle, pueden igualmente beneficiario; consideración que, como veremos, es de importancia vital para nosotros.

Estos sistemas nerviosos, como todas las partes del cerebro, están construidos de células, cuerpos pequeños definidos, con paredes que encierran un contenido, visibles con el microscopio y modificadas con arreglo a sus diversas funciones; las células están a su vez construidas de pequeñas moléculas y éstas de átomos: los átomos de la química; cada uno de los cuales es, según ésta, “la partícula última e indivisible de un cuerpo simple”. Estos átomos químicos se combinan de innumerables modos para formar los gases, los líquidos y los sólidos del cuerpo denso.

Cada átomo es para el teósofo una cosa viviente, capaz de tener vida independiente; y toda combinación de átomos en un ser complejo, es también algo viviente. Así, pues, toda célula tiene su vida propia; y estos átomos, moléculas y células, combinados juntamente, forman un todo orgánico, un cuerpo que sirve de vehículo a una forma de conciencia más  elevada que la que ellos alcanzan separadamente.

Ahora bien: las partículas de que se componen estos cuerpos están en continuo movimiento; y como son agregaciones muy diminutas de átomos químicos, no pueden percibirse por la simple visión, aun cuando muchas de ellas se ven por medio del microscopio. Si se pone un poco de sangre bajo el microscopio, vemos moverse en ella un número de cuerpos vivos, corpúsculos blancos y rojos, siendo los blancos muy semejantes en estructura y actividad a la amoeba ordinario; en relación con muchas enfermedades se encuentran microbios, bacilos de varias clases, y los científicos nos dicen que tenemos en nuestros cuerpos microbios amigos y enemigos: unos que nos perjudican y otros que devoran a los intrusos deletéreos y a la materia inútil. Algunos microbios que nos vienen de afuera, hacen estragos en nuestros cuerpos con las enfermedades; otros promueven la salud, y de este modo estas vestiduras nuestras están constantemente cambiando sus materiales, que se allegan y duran por cierto tiempo, y luego se marchan a formar parte de otros cuerpos; un cambio y combinación constantes.

Ahora bien; la gran mayoría de la Humanidad, poco o nada sabe de estos hechos, y sin embargo, de ellos depende la posibilidad de la purificación del cuerpo denso, convirtiéndolo en un vehículo más propio para habitación del hombre.

La persona vulgar deja que su cuerpo se forme de cualquier modo con los materiales de que se surte, sin considerar su naturaleza, sin cuidarse de otra cosa sino de que le gusten y de que sean conformes a sus deseos, y para nada tiene en cuenta que sean o no a propósito para la construcción de una morada pura y noble para el Yo, el hombre verdadero, que siempre sobrevive.

Esto no ejerce intervención alguna en estas partículas a medida que van y vienen; no las escoge ni rechaza, sino que deja que todo se construya en él, según aquéllas quieran, como el albañil negligente que aprovecha cualquier material de desperdicio para construir su casa: madera podrida, cieno, virutas, arena, clavos oxidados  y todo género de inmundicias. Así, el hombre vulgar, es para su cuerpo el más abandonado constructor.

La purificación del cuerpo grosero consiste, pues, en un procedimiento de selección deliberada de las partículas que le componen; el hombre debe ingerir como alimento los constituyentes más puros que pueda obtener, rechazando lo impuro y lo grosero. Sabiendo que las partículas de que se ha formado en los días de vida descuidada, desaparecerán gradualmente con el cambio natural, a lo menos dentro de siete años, si bien es dado apresurar este proceso considerablemente, debe resolver que no entren más en su construcción partículas impuras; a medida que aumenta los constituyentes puros, organiza un ejército de defensores que destruyen las partículas inmundas que penetren sin su consentimiento; y con una voluntad activa de que su cuerpo permanezca puro, actúa magnéticamente, y rechaza sin cesar de su proximidad todo ser grosero que trate de penetrar en él, formando así una barrera contra las invasiones a que está expuesto, en una atmósfera impregnada de toda clase de impurezas.

Cuando un hombre se resuelve de este modo a purificar su cuerpo y convertirlo en un instrumento adecuado a la obra del Yo, da el primer paso hacia la práctica del Yoguismo; paso que tiene que dar en esta o en otra vida, antes de formular seriamente la pregunta:
"¿Cómo he de aprender a comprobar por mí mismo las verdades de la Teosofía?"
Toda comprobación de hechos suprasensibles depende del completo dominio del cuerpo físico; esta comprobación tiene que hacerse, pero es imposible mientras el hombre se halle fuertemente encadenado en la prisión del cuerpo, o mientras el cuerpo sea impuro.

Aún cuando posea, procedentes de otras vidas más disciplinadas, facultades psíquicas parcialmente desarrolladas, que se muestren a pesar de las circunstancias desfavorables del presente, el empleo de ellas será defectuoso, cuando dependen del cuerpo físico y éste sea impuro, porque entorpecerá y desnaturalizará el ejercicio de las facultades que funcionen por su medio, y las afirmaciones de éstas no serán dignas de crédito.

Supongamos que un hombre determina deliberadamente tener un cuerpo puro, o bien se aprovecha de que su cuerpo cambia completamente en siete años, o bien prefiere el camino más corto y difícil de cambiarlo más rápidamente: en ambos casos comenzará inmediatamente a elegir los materiales que han de constituir el nuevo cuerpo; la cuestión de la alimentación se presentará la primera. Principiará por excluir toda clase de alimento que pueda formar en su cuerpo, partículas impuras y corrompidas.

Desechará el alcohol y toda bebida que lo contenga, porque contiene microbios de la clase más inmunda, producto de la descomposición, los cuales no sólo son repugnantes en sí mismos, sino que atraen a sí, y por tanto al cuerpo de que forman parte, algunos de los habitantes más inconvenientes del mundo próximo, físicamente invisibles. Los beodos, después de muertos, no pudiendo satisfacer sus odiosos deseos, rondan en las cercanías de los sitios donde se expenden bebidas alcohólicas y rodean a los bebedores, tratando de introducirse en sus cuerpos, para participar de este modo del grosero placer a que se entregan. Las mujeres delicadas rechazarían el vino, si pudiesen ver los seres inmundos que procuran participar de este placer, y la estrecha relación que así establecen con entidades de la clase más asquerosa. Elementales perversos pululan también alrededor: pensamientos de borrachos revestidos de esencia elemental. Al mismo tiempo el cuerpo físico atrae de la atmósfera que le envuelve partículas groseras emitidas por los borrachos y otros hombres viciosos, las cuales pasan a formar parte de su constitución, haciéndole más grosero y degradado. Si observamos a las gentes que están constantemente ocupadas en trabajos en que entra el alcohol, como la fabricación y distribución de bebidas espirituosas, vinos, cervezas y otras clases de licores impuros, veremos que sus cuerpos se han hecho groseros y bastos. Los cerveceros, los taberneros y las personas de todas clases sociales que beben con exceso, muestran ostensiblemente lo que parcial y lentamente hacen los que forman en su cuerpo las partículas referidas; mientras mayor es la cantidad que se forma de ellas, más basto se hace el cuerpo. Lo mismo sucede con los alimentos impropios del consumo humano.

La carne de los mamíferos, de las aves, reptiles y peces, así como la de los crustáceos y moluscos que se alimentan de cadáveres, son alimentos y manchados de sangre, impropios de labios arios. ¿Cómo han de ser refinados los cuerpos construidos con tales materiales? ¿Cómo han de ser sensitivos, equilibrados y perfectamente saludables, con el vigor y la delicadeza del acero templado, tal como se requiere para toda clase de obras elevadas? Los que construyen sus cuerpos con estos materiales corrompidos, atraen también elementales sumamente inmundos, como los que ven los síquicos en las carnicerías, chupando con sus hocicos redondos y rojizos los charcos de sangre a medio tapar con el aserrín. ¿Será preciso que añadamos lo que puede aprenderse de la observación de los que viven en este medio ambiente? Ved a los matarifes y carniceros, y juzgad si sus cuerpos tienen aspecto de instrumentos adecuados para pensamientos sublimes y temas espirituales.

Sin embargo, son el producto acabado de las fuerzas que obran proporcionalmente en todos los cuerpos que se alimentan de las viandas impuras que ellos suministran. Ciertamente, ninguna clase de cuidado que se tengan con el cuerpo físico, dará por sí solo al hombre vida espiritual; pero
-          ¿por qué se ha de aumentar la dificultad con un cuerpo impuro?
-          ¿Por qué hemos de consentir que nuestros poderes, grandes o pequeños, se vean estorbados, empequeñecidos y estropeados en sus tentativas de manifestación por mediar un instrumento que es imperfecto sin necesidad?


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