EL CUERPO DENSO
(TOMADO DEL LIBRO:
EL HOMBRE Y SUS CUERPOS)
Ocupémonos ahora en la
consideración del cuerpo denso, que podemos llamar la parte visible del cuerpo
físico, aún cuando los constituyentes gaseosos no sean asequibles a la visión
física inexperta.
Esta es la envoltura exterior del hombre, su manifestación inferior, la
expresión más limitada e imperfecta de sí mismo.
Tenemos que detenernos bastante a
considerar la constitución del cuerpo, para poder comprender el modo como
debemos considerarlo, purificarlo y educarlo; tenemos que observar una serie de
actividades, cuya mayor parte se hallan fuera del dominio de la voluntad, y
luego aquellas que pueden dominarse.
Ambas clases de actividades obran
por medio de sistemas nerviosos diferentes. Por uno de ellos se ejercitan todas
las actividades del cuerpo que sostienen la vida ordinaria, por cuyo medio se
contraen los pulmones, late el corazón y son dirigidos los movimientos del
sistema nervioso. Este se compone de los
nervios involuntarios, llamados comúnmente el "sistema simpático".
En un tiempo, durante el largo pasado de la evolución física, en la que se
formaron nuestros cuerpos, el sistema
estaba bajo el gobierno del animal que lo poseía, pero gradualmente principió a
funcionar automáticamente; se separó del dominio de la voluntad, adquirió una
vida propia, casi independiente, y ejercitó por sí todas las actividades
vitales que constituyen la normalidad. Mientras una persona se halla en estado
de salud, no nota estas actividades; siente que respira cuando la respiración
está oprimida o detenida, siente que su corazón late cuando el latido es
violento e irregular; pero cuando todo está bien, la marcha del sistema pasa
inadvertida.
Sin embargo, es
posible poner el sistema simpático nervioso bajo el dominio de la voluntad, por
medio de una práctica larga y muy penosa; y una clase de Yogis en la India,
llamada Hatha Yoga, desarrollan este poder en un grado extraordinario,
con objeto de estimular las facultades síquicas inferiores. Es posible
desarrollar éstas (sin tener para nada en cuenta el desarrollo espiritual,
moral e intelectual), por medio de la acción directa sobre el cuerpo físico.
El Hatha Yoga aprende a dominar el aliento, hasta el punto de
suspenderlo por un período considerable de tiempo; a dominar los latidos del
corazón; apresurando o retardando la circulación a voluntad; y por estos medios
pone el cuerpo físico en estado de trance, y en libertad el cuerpo astral.
Este método no debe imitarse, pero es
instructivo para las naciones occidentales (que consideran al cuerpo con una
naturaleza tan imperativa) el saber cuán por completo puede un hombre
dominar este proceso físico normalmente automático, y el hacerse cargo de que
miles de hombres se imponen una disciplina larga y en extremo dolorosa para
libertarse de la cárcel del cuerpo físico, y conocer que viven cuando se halla
suspendida la animación del cuerpo. Por lo menos son gente decidida, y no son
ya los meros esclavos de los sentidos.
Prosiguiendo nuestro estudio,
tenemos el sistema nervioso voluntario,
mucho
más importante para nuestro objeto mental. Este gran sistema es el instrumento
del pensamiento, y por medio de él sentimos y nos movemos en el plano físico.
Lo forman el eje cerebroespinal -el cerebro y la espina dorsal- y los
filamentos nerviosos que parten de él para todo el cuerpo, o sea los nervios motores
y de sensación: los nervios por medio de los cuales sentimos, que corren de la
periferia al eje, y los nervios por los cuales nos movemos, que se dirigen del
eje a la periferia. De todo el cuerpo parten los hilos nerviosos, asociándose
unos con otros formando haces que se juntan a la médula espinal; constituyen su
substancia fibrosa externa. Pasando al cerebro se esparcen y ramifican en el
que es el centro de toda sensación y de todo movimiento voluntario. Este es el
sistema por medio del cual expresa el hombre su voluntad y su conciencia, y de
él puede decirse que tiene su asiento en el cerebro.
El hombre no puede hacer nada en el plano físico, sino
por medio del cerebro y del sistema nervioso; si éstos están desarreglados, no
podrá expresarse de un modo ordenado. Este es el hecho sobre el cual el
materialismo ha fundado su afirmación de que el pensamiento y la acción
cerebral varían juntos.
Considerando tan sólo el plano
físico como lo hacen los materialistas, ciertamente que varían a la vez; es necesario
acudir al plano astral, para demostrar que el pensamiento no es resultado de la
acción nerviosa. Si el cerebro
está afectado por alguna droga, por enfermedad o por un golpe, el pensamiento
del hombre a quien pertenece el cerebro no encuentra su debida expresión en el
plano físico.
Los materialistas indican también que si se tienen ciertas enfermedades,
el pensamiento será afectado especialmente. Hay una enfermedad rara, la afasia,
que destruye una parte especial del tejido cerebral cerca del oído, y va
acompañada de la falta total de memoria en lo que concierne a las palabras; si
se dirige una pregunta a una persona que la padezca, no puede contestar; si se
le pregunta su nombre, no responderá; pero si se pronuncia su nombre, dará
señales de reconocerlo; si se le lee alguna cosa, mostrará asentimiento o
disentimiento; puede pensar, pero no hablar. Parece como si la parte del
cerebro que ha sido afectada estuviese en relación con la memoria física de las
palabras; de modo que con la pérdida de aquella parte, pierde el hombre en el
plano físico la memoria de las palabras y se vuelve mudo, al paso que retiene
la facultad de pensar y puede mostrar su acuerdo o desacuerdo con cualquiera
proposición que se le haga. El argumento materialista viene a tierra cuando el
hombre se liberta de su imperfecto instrumento; entonces puede manifestar sus
facultades, aunque vuelve a quedar mudo cuando de nuevo se ve reducido a la
expresión física. La importancia de este punto no consiste en la validez o
nulidad de la posición materialista, sino en el hecho de que el hombre tiene
limitada su expresión en el plano físico por la aptitud de su instrumento
físico, y que éste es sensible a las influencias de los agentes físicos; si
éstos pueden perjudicarle, pueden igualmente beneficiario; consideración que,
como veremos, es de importancia vital para nosotros.
Estos sistemas nerviosos, como
todas las partes del cerebro, están construidos de células, cuerpos pequeños
definidos, con paredes que encierran un contenido, visibles con el microscopio
y modificadas con arreglo a sus diversas funciones; las células están a su vez
construidas de pequeñas moléculas y éstas de átomos: los átomos de la química;
cada uno de los cuales es, según ésta, “la partícula última e indivisible de un
cuerpo simple”. Estos átomos químicos se combinan de innumerables modos para
formar los gases, los líquidos y los sólidos del cuerpo denso.
Cada átomo es para el teósofo una
cosa viviente, capaz de tener vida independiente; y toda combinación de átomos
en un ser complejo, es también algo viviente. Así, pues, toda célula tiene su
vida propia; y estos átomos, moléculas y células, combinados juntamente, forman
un todo orgánico, un cuerpo que sirve de vehículo a una forma de conciencia más elevada que la que ellos alcanzan
separadamente.
Ahora bien: las partículas de que se componen estos cuerpos están en continuo
movimiento; y como son agregaciones
muy diminutas de átomos químicos, no pueden percibirse por la simple visión,
aun cuando muchas de ellas se ven por medio del microscopio. Si se pone un poco
de sangre bajo el microscopio, vemos moverse en ella un número de cuerpos
vivos, corpúsculos blancos y rojos, siendo los blancos muy semejantes en
estructura y actividad a la amoeba ordinario; en relación con muchas
enfermedades se encuentran microbios, bacilos de varias clases, y los científicos nos dicen que tenemos en nuestros cuerpos
microbios amigos y enemigos: unos que nos perjudican y otros que devoran a los
intrusos deletéreos y a la materia inútil. Algunos microbios que nos vienen de
afuera, hacen estragos en nuestros cuerpos con las enfermedades; otros
promueven la salud, y de este modo estas vestiduras nuestras están
constantemente cambiando sus materiales, que se allegan y duran por cierto
tiempo, y luego se marchan a formar parte de otros cuerpos; un cambio y
combinación constantes.
Ahora bien; la gran mayoría de la
Humanidad, poco o nada sabe de estos hechos, y sin embargo, de ellos depende la
posibilidad de la purificación del cuerpo denso, convirtiéndolo en
un vehículo más propio para habitación del hombre.
La persona vulgar deja que su
cuerpo se forme de cualquier modo con los materiales de que se surte, sin
considerar su naturaleza, sin cuidarse de otra cosa sino de que le gusten y de
que sean conformes a sus deseos, y para
nada tiene en cuenta que sean o no a propósito para la construcción de una
morada pura y noble para el Yo, el hombre verdadero, que siempre sobrevive.
Esto no ejerce intervención
alguna en estas partículas a medida que van y vienen; no las escoge ni rechaza,
sino que deja que todo se construya en él, según aquéllas quieran, como el
albañil negligente que aprovecha cualquier material de desperdicio para
construir su casa: madera podrida, cieno, virutas, arena, clavos oxidados y todo género de inmundicias. Así, el hombre vulgar, es para su cuerpo el
más abandonado constructor.
La purificación del cuerpo grosero consiste, pues, en
un procedimiento de selección deliberada de las partículas que le componen; el
hombre debe ingerir como alimento los constituyentes más puros que pueda
obtener, rechazando lo impuro y lo grosero. Sabiendo que las partículas de que
se ha formado en los días de vida descuidada, desaparecerán gradualmente con el
cambio natural, a lo menos dentro de siete años, si bien es dado apresurar este
proceso considerablemente, debe resolver que no entren más en su construcción
partículas impuras; a medida que aumenta los constituyentes puros, organiza un
ejército de defensores que destruyen las partículas inmundas que penetren sin
su consentimiento; y con una voluntad activa de que su cuerpo permanezca puro,
actúa magnéticamente, y rechaza sin cesar de su proximidad todo ser grosero que
trate de penetrar en él, formando así una barrera contra las invasiones a que
está expuesto, en una atmósfera impregnada de toda clase de impurezas.
Cuando un hombre se resuelve de
este modo a purificar su cuerpo y convertirlo en un instrumento adecuado a la
obra del Yo, da el primer paso hacia la práctica del Yoguismo; paso que tiene
que dar en esta o en otra vida, antes de formular seriamente la pregunta:
"¿Cómo he de aprender a comprobar por mí mismo las verdades de la
Teosofía?"
Toda comprobación de hechos suprasensibles depende del completo dominio
del cuerpo físico; esta comprobación tiene que hacerse, pero es imposible mientras el
hombre se halle fuertemente encadenado en la prisión del cuerpo, o mientras el
cuerpo sea impuro.
Aún cuando posea, procedentes de
otras vidas más disciplinadas, facultades psíquicas parcialmente desarrolladas,
que se muestren a pesar de las circunstancias desfavorables del presente, el
empleo de ellas será defectuoso, cuando dependen del cuerpo físico y éste sea
impuro, porque entorpecerá y desnaturalizará el ejercicio de las facultades que
funcionen por su medio, y las afirmaciones de éstas no serán dignas de crédito.
Supongamos que un hombre
determina deliberadamente tener un cuerpo puro, o bien se aprovecha de que su
cuerpo cambia completamente en siete años, o bien prefiere el camino más corto
y difícil de cambiarlo más rápidamente: en ambos casos comenzará inmediatamente a
elegir los materiales que han de constituir el nuevo cuerpo; la cuestión de la
alimentación se presentará la primera. Principiará por excluir toda
clase de alimento que pueda formar en su cuerpo, partículas impuras y
corrompidas.
Desechará el alcohol y toda
bebida que lo contenga, porque contiene microbios de la clase más inmunda,
producto de la descomposición, los cuales no sólo son repugnantes en sí mismos,
sino que atraen a sí, y por tanto al cuerpo de que forman parte, algunos de los
habitantes más inconvenientes del mundo próximo, físicamente invisibles. Los
beodos, después de muertos, no pudiendo satisfacer sus odiosos deseos, rondan
en las cercanías de los sitios donde se expenden bebidas alcohólicas y rodean a
los bebedores, tratando de introducirse en sus cuerpos, para participar de este
modo del grosero placer a que se entregan. Las mujeres delicadas rechazarían el
vino, si pudiesen ver los seres inmundos que procuran participar de este
placer, y la estrecha relación que así establecen con entidades de la clase más
asquerosa. Elementales perversos pululan también alrededor: pensamientos de
borrachos revestidos de esencia elemental. Al mismo tiempo el cuerpo físico
atrae de la atmósfera que le envuelve partículas groseras emitidas por los
borrachos y otros hombres viciosos, las cuales pasan a formar parte de su
constitución, haciéndole más grosero y degradado. Si observamos a las gentes
que están constantemente ocupadas en trabajos en que entra el alcohol, como la
fabricación y distribución de bebidas espirituosas, vinos, cervezas y otras
clases de licores impuros, veremos que sus cuerpos se han hecho groseros y
bastos. Los cerveceros, los taberneros y las personas de todas clases sociales que
beben con exceso, muestran ostensiblemente lo que parcial y lentamente hacen
los que forman en su cuerpo las partículas referidas; mientras mayor es la cantidad
que se forma de ellas, más basto se hace el cuerpo. Lo mismo sucede con los
alimentos impropios del consumo humano.
La carne de los mamíferos, de las
aves, reptiles y peces, así como la de los crustáceos y moluscos que se alimentan
de cadáveres, son alimentos y manchados de sangre, impropios de labios arios.
¿Cómo han de ser refinados los cuerpos construidos con tales materiales? ¿Cómo
han de ser sensitivos, equilibrados y perfectamente saludables, con el vigor y
la delicadeza del acero templado, tal como se requiere para toda clase de obras
elevadas? Los que construyen sus cuerpos con estos materiales corrompidos,
atraen también elementales sumamente inmundos, como los que ven los síquicos en
las carnicerías, chupando con sus hocicos redondos y rojizos los charcos de
sangre a medio tapar con el aserrín. ¿Será preciso que añadamos lo que puede
aprenderse de la observación de los que viven en este medio ambiente? Ved a los
matarifes y carniceros, y juzgad si sus cuerpos tienen aspecto de instrumentos
adecuados para pensamientos sublimes y temas espirituales.
Sin embargo, son el producto
acabado de las fuerzas que obran proporcionalmente en todos los cuerpos que se
alimentan de las viandas impuras que ellos suministran. Ciertamente, ninguna
clase de cuidado que se tengan con el cuerpo físico, dará por sí solo al hombre
vida espiritual; pero
-
¿por qué se ha de aumentar la
dificultad con un cuerpo impuro?
-
¿Por qué hemos de consentir que
nuestros poderes, grandes o pequeños, se vean estorbados, empequeñecidos y
estropeados en sus tentativas de manifestación por mediar un instrumento que es
imperfecto sin necesidad?
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