viernes, 17 de octubre de 2014

LA CONSTITUCIÓN DEL HOMBRE INTERIOR

LA CONSTITUCIÓN DEL HOMBRE INTERIOR
(En Forma de preguntas y respuestas)


Es ciertamente difícil, y como dice usted “un acertijo”, entender correctamente y distinguir entre los varios aspectos, llamados por nosotros principios, (Son los elementos originales que dan lugar a todo lo manifestado. Término utilizado para designar los siete aspectos fundamentales de la Realidad Única Universal en el Cosmos y en el hombre. En el ser humano igualmente existen estos aspectos: divino, espiritual, psíquico, astral, fisiológico y simplemente físico. Cada principio humano tiene correlación con un plano, un planeta y una raza. En la constitución septenaria del hombre, no deben considerarse los diversos principios como entidades separadas entre sí –como envolturas concéntricas y sobrepuestas a la manera de las diferentes capas de una cebolla– sino al contrario, como puntos unidos, entremezclados en cierto modo, pero independientes uno de otro, que conserva un estado esencial y vibratorio distinto.) del verdadero Ego. Y además de esto, existe una notable diferencia entre las varias escuelas de Orientalismo a la hora de enumerar esos principios, aunque en el fondo todas esas escuelas sigan y reconozcan idénticas enseñanzas de base.

¿Está usted pensando en los vedantinos? Creo que ellos dividen nuestros principios en cinco solamente.

 –En efecto, aunque yo no presumiría hasta el punto de discutir el tema con un entendido en la Vedânta, sin embargo puedo decirle que mi opinión personal es que tienen sus razones para dividirlos así. Para ellos, sólo puede llamarse Hombre a ese conjunto espiritual –agregado– que consta de varios aspectos mentales, considerando al cuerpo físico como algo inferior, despreciable, mera ilusión.
Pero no es la Vedânta la única filosofía que deduce de esta manera. Lao–Tze, en el Tâo–the–King, menciona sólo cinco principios, porque él, como los vedantinos, omite incluir dos de ellos: el espíritu (Âtma) y el cuerpo físico, yendo aún más allá al llamar a este último “el cadáver”. También tenemos a la escuela Târaka Râja Yoga (Escuela de adiestramiento estrictamente intelectual y espiritual, uno de los sistemas de yoga brahmánicos para el desarrollo del conocimiento y los poderes internos del ser humano que conducen al Nirvana. Todo adepto hindú, ya sea de las escuelas de Patanjali, de Aryâsangha o de Mahâyâna, tiene que convertirse en un Râja yogui, y por lo tanto debe aceptar la división brahamánica de la Târaka Râja, la escuela más filosófica y de hecho la más secreta de todas, puesto que sus verdaderas enseñanzas jamás se han revelado públicamente.) cuyas enseñanzas reconocen solamente tres principios. Pero en realidad, su Sthûlopâdhi o cuerpo físico en el jâgrat o estado de despertar conciencial–, su Sthûlopâdhi –el mismo cuerpo en svapna o estado de sueño–, y su Kâranopâdhi o “cuerpo causal”aquello que pasa de una encarnación a otra–, son todos principios duales en sus aspectos, resultando por ello seis. Agregue a esto Âtma, el principio divino impersonal o elemento inmortal en el Hombre, imposible de distinguir del Espíritu Universal, y tendrá entonces los mismos siete principios, como en la división esotérica.
–Esto se asemeja en grado sumo a la división hecha por los místicos cristianos: cuerpo, alma y espíritu.

 –Justamente lo mismo. Podemos fácilmente hacer del cuerpo el vehículo del doble vital; y de este último, el vehículo de vida o Prâna; de Kâma–Rûpa o alma (animal), el vehículo de la mente superior y de la inferior; y ver seis principios en todo ello, coronando el conjunto con el Espíritu uno e inmortal. En Ocultismo, cada variación de importancia en nuestro estado de conciencia pone al hombre en posesión de un nuevo aspecto, y si ese aspecto prevalece y pasa a ser parte del Ego que vive y actúa, recibe un nombre especial que distingue al hombre, que está en tal estado particular, del que él mismo era en su estado anterior.

 Eso es precisamente lo que resulta difícil de entender.

 –A mí me parece por el contrario muy fácil, siempre y cuando usted comprenda la idea principal: que el hombre actúa en este o en otro plano de conciencia como  reflejo de su condición mental y espiritual. Pero tal es el materialismo de la época en que vivimos que, cuanto más lo explicamos, menos parece entenderse. Divida a la criatura terrestre llamada hombre en tres aspectos principales, si así lo prefiere; pues no se le puede otorgar menos sin convertirlo en un simple animal. Tome este cuerpo objetivo; después, el principio del sentimiento en él, que es sólo un poco más elevado que la característica instintiva en los animales, o alma vital elemental; y aquello que lo coloca más allá y más arriba que el animal, es decir, su alma razonadora o “espíritu”. Si usted toma estos tres grupos o entidades representativas y las subdivide de acuerdo a las enseñanzas ocultas,
¿qué obtendrá?
Primeramente, un Espíritu (en el sentido de lo Absoluto, y por lo tanto invisible, el Todo) o Âtma. Como éste no puede ser ni localizado ni condicionado en Filosofía –siendo simplemente aquello que Es, en la Eternidad–, y como el Todo no puede estar ausente ni siquiera del más pequeño punto geométrico o matemático del universo material o substancia, no debería en verdad llamárselo principio “humano”. En todo caso, y a lo sumo, es ese punto en el Espacio metafísico ocupado por la Mónada humana y su vehículo “hombre” durante el período de cada vida. Este punto es tan imaginario como el hombre mismo, y en realidad es una ilusión, es mâyâ. Pero entendamos que para nosotros, como para otros Egos personales, somos una realidad durante esa ilusión llamada “vida”, y debemos tomarnos en cuenta a nosotros mismos –para nuestro propio interés al menos, si nadie más lo hace–.
Con idea de hacer este principio más comprensible al intelecto humano, cuando se intenta por primera vez el estudio del Ocultismo, y para resolver “el A B C” de los misterios del hombre, diremos que en Ocultismo se le llama séptimo principio, la síntesis de seis, y se le da por vehículo el alma espiritual, Buddhi. Este último encierra un misterio no desvelado a persona alguna, con excepción de los chelas (En sánscrito significa literalmente “niño”. Discípulo de un guru (maestro o sabio). En el texto se utiliza chela como discípulo ya aceptado para el estudio del Ocultismo.) de entrega irrevocable, es decir, aquéllos en los que se puede confiar con seguridad. Por supuesto que habría menos confusión si fuera posible divulgar tal secreto; pero como éste está directamente relacionado con el poder de proyectar el propio doble de manera conciente y a voluntad, y como ese don –a semejanza del “anillo de Giges” (El “anillo de Giges” es un mito conocido de la literatura europea. Platón en La República (libro II) nos relata la leyenda de cómo Giges encontró el anillo de un modo providencial, y a partir de ese momento pudo disponer de la facultad de hacerse invisible cuando giraba la piedra engarzada hacia el interior de su mano. Con este nuevo poder llegó al palacio, corrompió a la reina, y con su auxilio se deshizo del rey y se apoderó del trono de Lidia. Ibídem.) – sería fatal para la mayoría de los hombres en general y para el que poseyera la facultad en particular, el secreto es celosamente guardado. Sólo los Adeptos que han sido tentados y que han sabido superar todo deseo, han recibido la “llave del misterio”Pero evitemos las cuestiones paralelas y concentrémonos en los principios. Este alma divina o Buddhi es, pues, el vehículo del Espíritu. Conjuntamente ambos son  uno, impersonal y sin atributos (en este plano, por supuesto), y constituyen dos principios espirituales.
Pasemos ahora al alma humana (Manas, la mens); todos coincidirán en que la inteligencia humana es dual. Por ejemplo, un hombre de elevados pensamientos difícilmente podrá convertirse en hombre de pocas luces; el hombre muy intelectual y con una mente espiritualizada está ciertamente separado por un abismo del hombre obtuso, aburrido, opaco y materialista, por no decir del hombre con inteligencia de animal.
¿Por qué entonces no representar a estos hombres con dos principios, o dos aspectos? Todo hombre tiene estos dos principios en él, uno más activo que el otro, y en raros casos uno de ellos está por entero detenido en su crecimiento, como paralizado por la vehemencia y predominio del otro aspecto durante toda la vida del hombre. Estos son los que nosotros llamamos los dos principios o aspectos de Manas: la mente superior y la mente terrenal o superficial.
La primera, o Ego conciente y pensante que apunta al alma espiritual (Buddhi);
el segundo es el principio instintivo atraído hacia Kâma, asiento de los deseos y pasiones animales en el hombre. Por tanto, tenemos ya cuatro principios justificados.
Y los últimos tres serían: el doble que designamos como alma plástica o proteica (Es decir, que puede cambiar fácilmente de forma. Con este nombre se designa al Mâyâvi–Rûpa, la “forma ilusoria” que toma sus elementos del astral y del mental inferior. ), el vehículo del principio de vida, y el cuerpo físico.
Por supuesto, ningún fisiólogo ni biólogo aceptará estos principios, ni entenderá nada de ellos. Y ésta es, quizás, la razón por la cual aún en nuestros días no se comprenden bien las funciones del bazo, vehículo físico del doble proteico, o las funciones de cierto órgano de la parte derecha del hombre, asiento de los deseos antes mencionados; ni nada se sabe de la glándula pineal, descrita como glándula en forma de cuerno con un poco de arena dentro, pero que es la llave que abre la más elevada y divina conciencia en el hombre, su mente omnipotente, espiritual y que todo lo abarca. Este apéndice, aparentemente inútil, es el péndulo que, una vez se haya dado cuerda al mecanismo de relojería del hombre interior, lleva la visión espiritual del Ego a los más altos planos de percepción, donde el horizonte que se abre ante él es casi infinito...

Pero los científicos materialistas aseguran que después de la muerte del hombre todo desaparece, que el cuerpo humano simplemente se desintegra en sus elementos componentes, y que lo que llamamos alma es meramente una conciencia temporal de nosotros mismos, producto secundario de la acción orgánica, que se diluirá como vapor. ¿No es el de ellos un extraño estado de la mente?

–Nada extraño, en mi opinión. Si ellos dicen que la conciencia de uno mismo cesa con el cuerpo, entonces en “su” caso simplemente pronuncian una inconsciente profecía. Porque desde el momento en que están firmemente convencidos de lo que dicen, no hay ninguna conciencia posible para ellos después de la vida.

Pero si la conciencia humana propia sobrevive a la muerte como regla, ¿por qué habrían de haber excepciones?

–Dado que las leyes fundamentales del mundo espiritual son inmutables, no hay excepción posible. Pero esas son reglas para aquellos que ven, y hay otras para aquellos que prefieren permanecer ciegos.

–Ciertamente, según yo lo entiendo. Es la aberración del hombre ciego que niega la existencia del Sol porque no lo ve. Pero después de la muerte, sus ojos espirituales
seguramente le obligarán a ver.

No, no le obligarán ni verá nada. Habiendo negado tan persistentemente durante su encarnación una vida después de la muerte, no será capaz de sentirla.
Habiendo impedido el crecimiento de sus sentidos espirituales, que no pueden desarrollarse después de la muerte, permanecerá ciego.
Insistiendo en que “debe” ver, usted evidentemente da a entender una cosa, y yo otra.
Usted habla del espíritu desde el punto de vista del Espíritu, o de la llama desde la Llama –de Âtma, en una palabra–, confundiéndolo con el alma humana –Manas.
Pero no es esa la idea; permítame que me explique. La clave de su pregunta está en conocer si es posible, en el caso de un materialista convencido, la pérdida completa de la propia conciencia y la propia percepción después de la muerte; ¿no es así? Pues yo le digo que es posible. Porque creyendo firmemente en nuestra doctrina esotérica, que se refiere al período post–mortem o al intervalo entre dos vidas o nacimientos como un mero estado transitorio, yo digo que aunque ese intervalo entre dos actos del drama ilusorio de la vida dure un año o un millón, ese estado post–mortem puede, sin contradecir la ley fundamental, llegar a ser justamente el mismo estado que el de un hombre que sufre un síncope mortal.

Pero desde el momento en que usted ha afirmado que las leyes fundamentales del estado después de la muerte no admiten excepción, ¿cómo puede suceder esto?

Insisto en que no admiten excepciones. Pero las leyes espirituales de continuidad se aplican sólo a cosas que son verdaderamente reales. Para alguien que haya leído y entendido el Mândûkya Upanishad y la Vedânta–Sâra, todo esto está muy claro. Y más aún: es suficiente entender qué significado damos al término Buddhi e insistir sobre la dualidad de Manas, para tener una idea muy clara de por qué los materialistas pueden no tener continuidad de conciencia propia después de la muerte.
Precisamente porque Manas, en su aspecto inferior, es el asiento de la mente terrenal, y por esta razón puede dar una percepción del Universo sólo basada en lo que son evidencias para esa mente, y no basadas en nuestra espiritual visión.
Se dice en nuestra escuela esotérica que entre Buddhi y Manas, o Ishvara y Prajñâ,  (Ishvara es la conciencia colectiva de la deidad manifestada, Brahmâ, es decir, la conciencia colectiva de la hueste de Dhyâni Chohans. Y Prajñâ es su sabiduría individual.) no hay en realidad más diferencia que la que existe “entre un bosque y sus árboles, un lago y sus aguas”, como nos enseña el Mândukya. Uno o cientos de árboles muertos por pérdida de vitalidad, o arrancados de raíz, no son capaces de hacer que el bosque deje de ser bosque. La destrucción o muerte post–mortem de una personalidad, dentro de una larga serie, no causará el menor cambio en el Ego espiritual, que seguirá siendo el mismo Ego. La única diferencia consiste en que en lugar de pasar sus experiencias en el Devachan (Término sánscrito que significa “morada resplandeciente” o “mansión de los Dioses”. Equivale al Svarga de los indos, al Sukkâvati de los budistas, al Cielo o Paraíso de los zoroastrianos, cristianos y musulmanes. Es un estado por el que pasa el Ego entre dos vidas terrestres.) tendrá una reencarnación inmediata.

Entonces, si le he entendido bien, Ego–Buddhi representa en esta comparación el bosque, y las mentes personales los árboles. Si Buddhi es inmortal, ¿cómo puede aquello que es similar a él, es decir, Manas–taijasi, (Taijasi significa “lo radiante”, como consecuencia de la unión de Manas con Buddhi; lo humano iluminado por la radiación del alma divina. Y Manas–taijasi puede ser descrita como “mente radiante”, la razón humana encendida por la luz del espíritu; puesto que Buddhi–Manas es la representación de lo divino más el intelecto humano y la propia conciencia.) perder enteramente su conciencia hasta el día de su nueva encarnación ? Esto es lo que no puedo entender.

RESP. No lo puede entender porque usted confunde una representación abstracta del todo con sus cambios casuales de forma; y porque usted confunde Manas–taijasi, el  alma iluminada por Buddhi, con el alma humana animalizada. Recuerde que si bien puede decirse que Buddhi es incondicionalmente inmortal, no puede esto afirmarse respecto de Manas, y menos aún de taijasi, que es un atributo. No puede existir conciencia post–mortem o Manas–taijasi separada de Buddhi, el alma divina; Manas, en su aspecto inferior, es sólo un atributo cualitativo de la personalidad terrestre, y taijasi es el mismo Manas sólo que con la luz de Buddhi reflejada en él. Buddhi, a su vez, permanecería sólo como un espíritu impersonal si careciera de este elemento tomado del alma humana (que es quien condiciona y hace aparecer a Buddhi, en este universo engañoso, como si fuera algo separado del Alma Universal durante el período completo del ciclo de encarnación).
Más bien debemos decir que Buddhi–Manas no puede ni morir ni perder su propia conciencia de eternidad (que es uno de sus componentes), ni tampoco el recuerdo de sus anteriores encarnaciones, en las cuales las almas espiritual y humana han estado fuertemente ligadas la una a la otra. Pero no es así en el caso de un materialista, cuya alma humana no sólo no recibe nada de su alma divina, sino que además se niega a reconocer su existencia. Difícilmente podrá usted aplicar esta ley a los atributos y calificaciones del alma humana; sería lo mismo decir que como su alma divina es inmortal, la viveza en sus mejillas también lo es... Tal viveza, como taijasi –o radiación espiritual–, es simplemente un fenómeno transitorio.

¿Debo entender que usted ha dicho que no debemos confundir en nuestra mente lo nouménico (Según Platón, la realidad metafísica y esencial de las cosas.) con lo fenoménico, la causa con su efecto?

Eso digo y repito; limitada a Manas, o sólo al alma humana, la radiación de taijasi misma es sólo cuestión de tiempo. Porque tanto la inmortalidad como la conciencia después de la muerte son simples atributos condicionados por la personalidad terrenal del hombre; ambas dependen enteramente de condiciones y creencias creadas por el alma humana misma durante la vida de su cuerpo. El Karma actúa incesantemente (O de otra manera: “la rueda de la Ley muele de día y muele de noche”. Karma es un término sánscrito que define la Ley de Acción y Reacción, en virtud de la cual toda energía emitida, sea del tipo que sea (física, psíquica, mental), produce una reacción que puede manifestarse instantáneamente, en un corto espacio de tiempo o después de transcurrir un período muy largo. Ibídem.)  sólo cosechamos después de la muerte los frutos de aquello que nosotros mismos hemos sembrado, o más bien creado, en nuestra existencia terrestre.

Pero si después de la destrucción de mi cuerpo, mi Ego puede sumergirse en un estado de completa inconciencia, ¿cómo Puede manifestarse el castigo por los pecados de mi vida pasada (Realmente las palabras “pecado” y “castigo” no responderían a lo que comúnmente hoy entendemos por ambas. Si consideramos el Karma como la ley de retribución infalible, la acción kármica sería el ajuste a los actos que, según su libre albedrío, realiza el hombre. Sería semejante al de la rama de un árbol que se ha doblado con violencia; si la rama rebota con igual violencia para recuperar su posición normal y fractura el brazo de quien así la dobló, ¿diremos que fue la rama la que rompió el brazo, o que la propia imprudencia de quien lo hizo le ha acarreado esta desgracia?)

Nuestra filosofía enseña que la expiación kármica alcanza al Ego sólo en su próxima encarnación. Después de la muerte, el Ego sólo recibe recompensa por los sufrimientos inmerecidos que soportó durante su inmediata existencia anterior. (Al respecto, algunos estudiosos han manifestado sus reservas, pero esa es la instrucción de los Maestros; y el sentido dado a la palabra “inmerecidos” es el arriba señalado. La idea esencial es que los hombres a menudo sufren los efectos de acciones provocadas por otros hombres, efectos que no pertenecen estrictamente a su propio karma, sino al de otra gente; y por tales sufrimientos merecen, por supuesto, una compensación. Si bien es cierto que nada de lo que nos ocurre puede ser otra cosa que Karma (efecto directo o indirecto de una causa), sería un gran error pensar que todo bien o mal que cae sobre nosotros es debido solamente a nuestro propio karma personal.) Para los materialistas, todo el castigo después de la muerte consiste entonces en la ausencia de recompensa alguna y en la completa pérdida de conciencia de la dicha y el descanso.
El Karma es hijo del Ego terrenal, fruto de las acciones del árbol conformado por la personalidad objetiva y visible, al igual que fruto de todos los pensamientos e incluso intenciones del Yo espiritual. Pero el Karma es también la cariñosa madre que cura las heridas por ella misma causadas durante la vida anterior, antes de comenzar a “torturar” a este Ego produciendo sobre él nuevas heridas.
Si bien puede decirse que no hay sufrimiento mental o físico en la vida de un mortal, que no sea fruto y consecuencia de algún pecado en esta vida o en la anterior (dado que este mortal no recuerda causa alguna provocada en esta vida, y por lo tanto cree que no merece tal castigo y está sinceramente convencido de que sufre por una culpa que no es propia), esto es por sí suficiente para garantizar al alma humana la más completa de las consolaciones, bienaventuranza y descanso en su existencia post–mortem. La muerte llega entonces a nuestros “Yoes” espirituales como liberadora y amiga. Para el materialista que, no obstante su materialismo, no fue un mal hombre, el intervalo entre dos vidas será como el plácido e ininterrumpido dormir de un niño: o enteramente sin soñar en cosa alguna, o con imágenes de las cuales no tendrá percepción definitiva. Para el creyente, en cambio, será un sueño tan vívido, tan “real” como esta vida, lleno de visiones y felicidad verdaderas. En lo que respecta al hombre malvado y cruel, materialista o no, renacerá inmediatamente y sufrirá su infierno en la Tierra, aunque  entrar en el Avîchi  (Literalmente significa “infierno no interrumpido”. Lugar donde “los culpables mueren y renacen sin interrupción, aunque no sin esperanza de redención final”. Es un estado al que son condenados, en este plano físico, algunos hombres desalmados.)  es algo que ocurre rara y excepcionalmente.

Hasta donde yo recuerdo, las encarnaciones periódicas de Sûtrâtma  (Nuestro principio inmortal, aquel que reencarna, junto con los recuerdos manásicos de vidas anteriores constituyen lo que se llama Sûtrâtmâ, que literalmente significa “Hilo del Alma”. Porque como perlas atravesadas por una hebra, son la larga serie de vidas humanas (todas unidas por ese hilo único). Manas debe transformarse en taijasi, el radiante, antes de que pueda colgar en el Sûtrâtmâ como una perla en su hilo, y así tener total y absoluta percepción de sí mismo en la Eternidad. Como ya se dijo, una gran atención a la mente terrenal del alma humana hace que esta radiación se pierda por completo.)  son comparadas en algunos Upanishads con la vida de un mortal, que oscila entre el dormir y la vigilia. Esto no me resulta muy claro, y le diré por qué. Para el hombre que despierta, un nuevo día comienza; pero el hombre es el mismo en cuerpo y alma que fue el día anterior, mientras que en cada nueva encarnación tiene lugar un cambio completo no sólo en su envoltura externa, sexo y personalidad, sino también en sus capacidades mental y psíquica. Por tanto, esta similitud no la considero del todo correcta. El hombre que se levanta de dormir recuerda claramente qué ha realizado el día de ayer, el anterior, y aun meses y años atrás. Pero ninguno de nosotros tiene el menor recuerdo de una vida anterior, ni de ningún hecho ni evento que le conciernaPuedo olvidar por la mañana lo que he estado soñando durante la noche, pero sé que estuve durmiendo y tengo la certeza de que estuve vivo mientras lo hacía. Y sin embargo, ¿qué recuerdos tengo de mi pasada encarnación? ¿Cómo reconcilia usted todo esto?

Alguna gente sí recuerda sus pasadas encarnaciones. Es lo que los Arhats (Término sánscrito que literalmente significa: “que merece honores divinos”. El Arhat es aquel que ha entrado en el supremo Sendero, librándose así del renacimiento.) llaman Samma–Sambuddha –o conocimiento de todas sus encarnaciones pasadas–.

Pero ¿nos cabe a nosotros esperar que los mortales ordinarios que no han alcanzado Samma–Sambuddha comprendan la mencionada similitud?

–Comprenderán la similitud estudiándola y tratando de entender de manera más correcta las características de los tres estados del dormir. El dormir es una ley general e inmutable tanto para el hombre como para el animal, pero hay diferentes estados en el acto de dormir, y –aún más– diferentes sueños y visiones.

Cierto; pero esto nos aleja de nuestro tema. Retornemos al materialista que, aunque no niegue los sueños, cosa que difícilmente puede hacer, así y todo niega la inmortalidad en general y la supervivencia de su propia individualidad en especial.

–Y el materialista está en lo correcto, aunque sea por una vez. Puesto que para aquel que no tiene percepción interior ni fe, no hay inmortalidad posible. Para vivir una vida conciente en el otro mundo, primeramente debe creer uno en esa vida durante la presente existencia terrenal. Toda la filosofía referente a la conciencia post–mortem y la inmortalidad del alma, descansa en estos dos aforismos de la Ciencia Secreta. El Ego siempre recibe de acuerdo a sus méritos. Después de la disolución del cuerpo, comienza para el Ego un período de total y clara conciencia, o un estado de sueños caóticos, o un liso y llano dormir sin sueños, imposibles de distinguir del aniquilamiento. Y estos son los tres estados de conciencia.
Nuestros fisiólogos encuentran la causa de los sueños y visiones en una inconsciente preparación para ello durante las horas de vigilia; ¿por qué no aceptar lo mismo para los sueños post–mortem? Repito: la muerte es un dormir. Después de la muerte comienza, ante los ojos espirituales del alma, una representación de acuerdo a programas aprendidos y muchas veces compuestos inconscientemente por nosotros mismos; es la representación práctica de creencias correctas o de ilusiones que han sido creadas por nosotros mismos. Un metodista será metodista, un musulmán será musulmán; pero todo esto es sólo por un tiempo –un perfecto paraíso de tontos, de creación propia y a la medida de cada hombre–. Estos son los frutos post–mortem del árbol de la vida.
Naturalmente, nuestra negación o creencia en el hecho de la inmortalidad conciente es incapaz de influir en la realidad incondicional del hecho en sí mismo, desde el momento que existe. Pero la negación o creencia en esa inmortalidad –como la continuación o aniquilación de entidades separadas– no puede dejar de “dar color” al hecho, en su aplicación a cada una de esas entidades. ¿Comienza usted a entenderlo ahora?

Pienso que sí. El materialista, negando toda cosa que no pueda ser probada por medio de sus cinco sentidos o por razonamiento científico, y rechazando toda manifestación espiritual, acepta la vida como la única existencia conciente. De ahí que, de acuerdo a sus creencias, así será para él. Perderá su ego personal y se hundirá en un descanso sin sueños ni visiones hasta un nuevo despertar, ¿no es así?

–Aproximadamente. Recuerde la enseñanza universal esotérica de los dos tipos de existencia conciente: la terrenal y la espiritual. Esta última debe ser tenida como real, partiendo de que se sitúa en la región de lo eterno, de lo que no cambia, la inmortal causa de todo. Y por otro lado, el Ego encarnado se recubre con nuevas vestimentas diferentes por completo a aquellas que llevó en la encarnación anterior, y en él todo está destinado a cambiar de manera tan radical –salvo su prototipo espiritual– que no quedará la menor huella de su existencia.

–¡Un momento!¿Puede la conciencia de mis egos terrestres extinguirse no sólo por un tiempo, como la conciencia del materialista, sino en algún caso de manera tan absoluta como para no dejar huella tras de sí?

De acuerdo a las enseñanzas, de esa manera debe extinguirse en su totalidad; todo, excepto aquel principio que habiéndose unido con la Mónada se ha transformado por lo tanto en una esencia puramente espiritual e indestructible, uno con la Mónada en la Eternidad. Pero en el caso de un materialista reincidente, en cuyo “yo” personal jamás se ha reflejado Buddhi, ¿cómo puede este último llevar partícula alguna de esa personalidad terrestre hacia el Infinito? Su “Yo” espiritual es inmortal; pero de su presente “sí mismo” sólo puede llevar al mundo después de la muerte, a la dimensión que se abre después de la vida, aquello que se ha hecho acreedor a la inmortalidad; es decir, sólo el perfume de la flor que ha sido segada por la muerte.

Bien, ¿pero qué ocurre con la flor, con el yo” terrenal?

–La flor volverá al polvo porque del polvo viene, como todas las flores que fueron y serán, que florecerán y morirán, y nuevamente florecerán en el regazo de la madre, el Sûtrâtmâ, todas hijas de una misma raíz (Buddhi). Su “yo” presente, como sabe, no es este cuerpo sentado frente a mí, ni tampoco es lo que yo llamaría Manas–Sûtrâtmâ, sino Sûtrâtmâ–Buddhi.

Pero todo esto no me explica por qué llama a la “vida después de la muerte”, inmortal, infinita, y real; mientras que a la vida terrenal la caracteriza como un simple fantasma o ilusión. Y no lo entiendo puesto que aun la vida post–mortem tiene límites, aunque distintos a los de la vida terrenal.

–No hay duda al respecto. El Ego espiritual del hombre se mueve en la Eternidad como un péndulo entre las horas de la vida y de la muerte. Pero si bien estas horas, que marcan los períodos de vida terrenal y vida espiritual, son de limitada duración –y si el número mismo de tales etapas dentro de la Eternidad entre descanso y actividad (sueño y vigilia, ilusión y realidad) tiene su comienzo y su fin–, el “Peregrino” espiritual es eterno. Por eso es que las horas de su vida post–mortem, son la única realidad en nuestra concepción. Cuando abandona el cuerpo, se encuentra cara a cara con la Verdad. Atrás quedan los mirages de su transitoria existencia en la Tierra durante el período del peregrinaje llamado “ciclo de renacimientos”.
Ni estos intervalos, ni su limitación, le impiden al Ego, mientras se perfecciona a sí mismo continuamente, seguir sin desviación alguna, aunque despacio y gradualmente, el sendero hacia su transformación última (cuando, alcanzada ya su meta, se integra en el Todo divino). Estos intervalos y etapas, lejos de retrasar, ayudan en el ascenso hacia el resultado final. Aún más, se nos dice también que sin tales intervalos limitados, el Ego divino nunca alcanzaría su meta final. Este Ego es el actor, y sus numerosas y variadas encarnaciones son los papeles que representa. ¿Podríamos llamar a las representaciones de un actor y a sus distintos vestuarios para cada papel “la individualidad” del actor mismo? Bien, pues como ese actor, el Ego es forzado a representar durante el Ciclo de Necesidad, hasta el umbral mismo de Para–nirvana, (Para–nirvâna significa “superior al Nirvâna”. Es aquel estado en que todas las influencias psíquicas, mentales y biológicas han perdido absolutamente su poder sobre la Mónada.) una cantidad tal de personajes que eso puede llegar a tener características “ingratas” para El.
De la misma manera que la abeja recolecta su miel de cada flor, dejando el resto como alimento para los gusanos de la tierra, así hace nuestra individualidad espiritual, sea que la llamemos Sûtrâtmâ o Ego. Toma de cada personalidad terrenal –en la cual el Karma la fuerza a encarnar– sólo el néctar de las cualidades espirituales y de la conciencia de sí mismo, y uniendo todo ello en un conjunto, emerge de su crisálida como el glorificado Dhyâni Chohan. ¡Qué pena de aquellas personalidades terrenales de las cuales nada puede tomar! Seguramente, ellas no podrán sobrevivir concientemente, sin quejas, su existencia en la Tierra.

Siendo esto así, parecería ser que para la personalidad terrenal, la inmortalidad es todavía condicional. ¿Es entonces la inmortalidad misma no incondicional?

–No, no es así. La inmortalidad no puede alcanzar lo no–existente. Para todo aquello que existe como Sat,  (Principio Absoluto, la única Realidad en el Infinito. La esencia divina que es, pero de la cual no se puede decir que existe, por cuanto que es la Seidad misma. Sat significa “lo real”; todo lo demás debería ser considerado como una ilusión de nuestros sentidos. Ibídem.) por siempre aspirante Sat, la Inmortalidad y la Eternidad son absolutos. La Materia es el polo opuesto del Espíritu, pero sin embargo los dos son uno.
La esencia de todo esto, es decir, Espíritu, Fuerza y Materia, o los tres en uno, es carente tanto de fin como de principio. Pero la forma adquirida por la triple unidad durante las encarnaciones –lo externo– es ciertamente sólo la ilusión de nuestras concepciones personales. Por ello es que sólo llamamos “realidad” a lo que sobrevive a la vida, mientras que relegamos la vida en la Tierra, incluida la personalidad terrenal, al reino fantasmal de la “ilusión”.

Pero, ¿por qué en tal caso no llamamos “dormira la realidad, y “estado de vigilia” a la ilusión, en lugar de hacer precisamente lo contrario?

–Porque usamos una expresión acuñada para facilitar la comprensión de este hecho. Además, desde el punto de vista de las concepciones terrenales es un término correcto.

Aun así, no entiendo. Si la vida venidera está basada en la justicia y la merecida retribución por todos nuestros sufrimientos terrenales, ¿cómo puede ser que en el caso de los materialistas muchos de los cuales, dicho sea de paso, son idealmente honestos y piadososla personalidad de éstos quede como el resto desechable y marchito de una flor?

–Nunca se ha querido decir eso. Ningún materialista, si es un buen hombre aunque no sea creyente, puede morir para siempre, puesto que su individualidad espiritual es plena. Lo que sí es cierto es que la conciencia de una vida puede desaparecer, ya sea total o parcialmente. En el caso de un materialista convencido, ningún vestigio de esa incrédula personalidad quedará en la serie de vidas.

Pero, ¿no es esto aniquilación del Ego?

Ciertamente no. Una persona puede dormir “como un tronco” durante un largo viaje en tren, y pasar una o varias estaciones sin que el hombre lo recuerde o lo conciencie. También puede despertar en la estación siguiente y continuar el viaje registrando otros lugares de parada, hasta llegar al final del viaje, cuando la meta es alcanzada.
Tres maneras de dormir se han mencionado: una sin sueños, una caótica, y la otra tan real que para el hombre que duerme, sus sueños son completas realidades. Si cree en esta última forma de sueño, ¿por qué no creer también en la primera? De acuerdo a lo que cada uno ha creído y esperado, así será lo que viva después de la muerte. El que cree que no habrá vida tendrá una laguna absoluta que asumirá las características de aniquilación entre los dos renacimientos.
Esto es precisamente el cumplimiento del “programa” del cual hablamos, programa creado, conformado y pensado por el materialista mismo. Pero, como usted dice, hay varias clases de materialistas. Un ser egocéntrico, egoísta y malvado, incapaz de derramar lágrima alguna a no ser por sí mismo, agrega a su falta de fe una total indiferencia por todo el mundo, y en el umbral de la muerte debe desprenderse de su personalidad para siempre. Además, puesto que tal personalidad no tiene simpatía alguna por el mundo que la rodea, y –por lo tanto– nada con lo cual engarzarse en el hilo de Sûtrâtmâ, toda conexión entre los dos es rota con el último suspiro. No habiendo Devachan para tal materialista, el Sûtrâtmâ reencarnará casi inmediatamente.
Pero aquellos materialistas que en nada se equivocan, salvo en su incredulidad, pasarán dormidos sólo una estación. Y más aún, llegará el momento en que el ex–materialista se perciba a sí mismo en la Eternidad y quizás se arrepienta de haber perdido un día (aunque sea sólo uno), o estación, de la vida eterna.

 No obstante, ¿no sería más correcto decir que la muerte es el nacimiento a una nueva vida, o el retornar una vez más al umbral de lo eterno?

–Como usted prefiera. Pero recuerde que los nacimientos difieren, y que hay casos en que los niños nacen muertos, lo que constituye un fracaso. Y todavía más, con sus fijas ideas occidentales sobre la vida material, las palabras “viviente” y “ser” son totalmente inaplicables al puramente subjetivo estado post–mortem de existencia. Y es precisamente por tales ideas que la concepción de vida y muerte ha llegado a ser tan estrecha, salvo para unos pocos filósofos que no tienen muchos lectores y que –lamentablemente– están demasiado confundidos como para presentar un cuadro claro de ello.

Por un lado, tales concepciones han llevado a un craso materialismo, y por el otro, a la aún más material, concepción de la otra vida que los “espiritualistas” han formulado en su Summerland. (“tierra de verano”. Este es el nombre dado por los fenomenalistas y espiritistas norteamericanos al paraíso que sus “espíritus” habitan después de la muerte. Las características de esta paradójica tierra que se sitúa en la Vía láctea, o un poco más allá, sólo convierten el misterio de la muerte en una farsa lamentable.) Allí, el alma de los hombres come, bebe y contrae matrimonio, y vive en un “paraíso” tan sensual como el de Mahoma, pero menos filosófico. En nada son mejores los conceptos–tipo de los cristianos no educados, sino que por el contrario –si eso es posible– son incluso más materialistas. Los ángeles truncados, las trompetas de latón, las arpas de oro, las calles de paradisíacas ciudades adoquinadas con piedras preciosas y las hogueras del Infierno, en mucho se asemejan a escenas de una pantomima navideña. Usted encuentra tanta dificultad para comprenderlo por culpa de todas estas estrechas concepciones. ¿Por qué compararon los filósofos orientales la vida del alma desencarnada con las visiones que se tienen cuando se duerme? Porque al igual que en ciertos sueños, esa alma –mientras posee toda la riqueza de la realidad–está desprovista de toda forma objetiva densa de la vida terrestre.

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