LA UNIDAD FUNDAMENTAL DE
TODAS
LAS RELIGIONES
(5ta. Parte)
Larga tarea nos aguarda. Comenzando por el plano físico, subiremos
lentamente la escala del mundo; pero antes de entrar en este pormenorizado
estudio, nos podrá ser útil echar una ojeada a vista de pájaro sobre la
evolución y su objeto.
Antes que comenzara a existir nuestro sistema, un Logos lo
concibió todo en su inteligencia. Todas
las fuerzas, todas las formas, todas las cosas que, cada cual a su hora,
surgirán a la vida objetiva, todo está primeramente
como idea en el pensamiento divino.
El Logos
trazó entonces la esfera de manifestación en cuyo interior quería desplegar su
energía; y se limitó a sí mismo para ser la vida de su Universo.
A medida que
observamos, vemos
dibujarse gradualmente siete zonas sucesivas de diferente densidad.
Siete grandes regiones aparentes,
en cada una de las cuales nacen centros de energía, torbellinos de substancia
cósmica que se separan entre sí.
En fin, la separación y a
condensación se efectúan, al menos en lo que
respecta a nuestro sistema actual, y vemos ante los ojos un sol central, símbolo físico del Logos,
y siete grandes cadenas planetarias, compuestas cada una de siete globos.
Si limitamos
ahora el campo de observación a la cadena de que forma parte nuestro mundo, la
veremos recorrer oleadas sucesivas de vida, formando los reinos de la
naturaleza:
primero
los tres reinos elementales;
luego
los reinos mineral, vegetal, animal y humano.
Limitando
nuestra mirada al globo terrestre y a las regiones que le rodean, observaremos
la evolución humana, y veremos al hombre desenvolver en sí mismo su propia
conciencia por medio de larga serie de ciclos vitales.
Concentrando,
en fin, nuestra mirada en un solo individuo, podemos seguir su
crecimiento. Veremos que cada ciclo de
vida contiene una triple división, y que está unido a todos los ciclos pasados
cuyos resultados cosecha, y a todos los ciclos futuros, cuyos gérmenes siembra,
por ley ineludible. De suerte que el
hombre puede subir la pendiente en cada ciclo vital contribuyendo a elevarse en
mayor grado de pureza, de devoción, de
inteligencia y de utilidad, hasta llegar donde están los que llamamos Maestro,
prontos a satisfacer a sus hermanos menores la deuda contraída con los
Mayores.
Acabamos de ver que la fuente de que todo
universo procede es un Ser Divino manifestado, al que la Sabiduría Antigua,
bajo su forma moderna, da el nombre de Logos o
Verbo. Este nombre está tomado de la filosofía griega; pero expresa
perfectamente la idea antigua:
La palabra
salida del Silencio,
La Voz, el Sonido por el que los mundos surgen a la
existencia...
Echemos desde luego una ojeada
sobre la evolución del “espíritu—materia”, a fin de comprender
mejor la naturaleza de los materiales que nos ofrece el plano del mundo físico.
La posibilidad misma de la evolución yace en las potencialidades sumergidas y
ocultas en el espíritu—materia de ese mundo físico.
Todo el proceso de la evolución es un desarrollo
gradual, espontáneamente impelido desde el interior y solicitado exteriormente
por seres inteligentes que pueden retardar o acelerar la evolución, sin sobrepujar
nunca la norma de las capacidades inherentes a los materiales.
Es, pues, necesario que nos formemos idea de esas
etapas primordiales de llegar a Ser universal; pero como la tentativa de una
dilucidación detallada nos llevaría más allá de los límites que nos impone este
tratado elemental, debemos contentarnos con una breve exposición.
Saliendo de las profundidades de la
Existencia Una, del inconcebible e inefable Uno, un Logos se impone a sí mismo
un límite, circunscribiendo voluntariamente la extensión de su propio ser, para
determinarse en el Dios Manifestado. Al trazarse el límite de su esfera de actividad,
delimita también el área de su universo; y en esta esfera nace, evoluciona y
muere este universo que en el Logos vive, se mueve y encuentra su ser. La materia del universo es la
emanación del Logos, y las fuerzas y las energías del universo son las
corrientes de su vida.
Es inmanente y penetrante en cada átomo, y sostén donde se desarrollan
todas las cosas.
Es el principio y el fin, la causa y el objeto, el centro y la circunferencia.
Es el fundamento inquebrantable sobre lo que todo respira. Esta en
todas las cosas y todas están en él.
Por la misma fuente sabemos que el Logos se
desarrolla en sí mismo, de sí mismo, en una triple forma.
El primer Logos, fuente del ser.
De él procede el segundo Logos, manifestando un doble aspecto, vida y
forma, principio de dualidad; los dos polos de la naturaleza ante la cual se
tejerá la trama del universo:
VIDA-
FORMA, ESPIRITU- MATERIA, POSITIVO-NEGATIVO, ACTIVO RECEPTIVO, PADRE-MADRE DE
LOS MUNDOS
En fin, el tercer Logos, inteligencia universal, en la que existe el
arquetipo de toda cosa y es fuente de los seres, manantial de las energías
formadoras y tesoro donde están almacenadas todas las formas ideales que se han
manifestado y elaborado en la materia en los planos inferiores durante la
evolución del universo.
Estos arquetipos son fruto de los
universos pasados, transmitidos para servir de germen al universo presente.
La manifestación fenoménica de un universo
cualquiera, en espíritu y materia, es finita como extensión y transitoria
como duración. Pero las raíces del
espíritu y la materia son eternas.
Un profundo escritor ha dicho que
el Logos percibe la raíz de la materia (MULAPRAKRITI) como velo que cubre la
Existencia Una, el Supremo Brahman (Parabrahman) según la denominación antigua.
El Logos se reviste de ese velo
para producir la manifestación.
Se sirve de él como de limite voluntariamente
impuesto únicamente para hacer posible su actividad y de él toma la materia
para elaborar esos universos, siendo la vida animación que guía y rige toda
forma.
(Por esto ciertos
libros sagrados de Oriente le llaman El Señor de Maya, porque Maya o ilusión es el principio de la Forma. La
forma se considera como ilusión a consecuencia de su naturaleza transitoria y
de sus perpetuas transformaciones. La vida expresada bajo el velo de la
forma es, al contrario, la realidad.)
De lo que pasa en los planos más
elevados del universo, el séptimo y el sexto, no podemos tener sino muy vaga
idea.
La energía del Logos, al moverse
en un torbellino de inconcebible rapidez, “abre agujeros en el espacio”, en la raíz de la materia; y ese remolino de
vida limitado por una envoltura perteneciente a Mulaprakriti, forma el átomo
primordial.
Los átomos primordiales y sus agrupaciones diversas, diseminados en
todo el universo, forman todas las subdivisiones del espíritu—materia del séptimo
plano, una parte de esos innumerables átomos primordiales determinan
torbellinos en el seno de agregados más densos de su propio plano. El
átomo primordial, revestido así de una cubierta de espirales constituidas por
combinaciones más densas del séptimo plano, viene a ser el último elemento de espíritu—materia, es
decir, el átomo del sexto plano. Los átomos del sexto plano, con
la infinita variedad d combinaciones que forman entre sí, constituyen las diversas
subdivisiones del espíritu—materia del sexto
plano cósmico. Y el átomo del sexto plano, a su vez,
determina un torbellino en el seno de los agregados más densos de su propio
plano, y con esos agregados más densos como envoltura, viene a ser lo más sutil
de espíritu—materia, es
decir, el átomo del quinto plano. El mismo proceso se repite luego para
formar sucesivamente el espíritu—materia de
los planos cuarto, tercero, segundo y primero.
Tales son las siete grandes regiones del
universo, al menos en lo que concierne a su constitución material.
Por analogía, podremos formarnos
una idea más clara de ello, cuando comprendamos perfectamente las
modificaciones del espíritu—materia de nuestro propio
mundo físico.
(El estudiante encontrará esta
concepción más clara si considera los átomos del quinto plano como
Atma, los del cuarto plano como Atma envuelta en la substancia de Buddhi, los del tercero plano como Atma envuelto en la substancia de Buddhi Manas y Kama; y los del segundo
plano como Atma envuelta en la
substancia de Buddhi Manas
Kama y Sthula. Sólo la cubierta externa es
activa en cada plano; pero los principios internos, aunque latentes, no
dejan de estar presentes y prontos a despertar a la vida activa en el arco
ascendente del ciclo de la evolución)
Él término espíritu-materia se emplea con objeto de
significar que no hay materia muerta.
Toda materia es viva y las
partículas más pequeñas tienen vida.
La ciencia afirma con verdad al decir
“no hay fuerza sin materia ni materia sin fuerza”
La fuerza y la materia están unidas por
indisoluble lazo a través de todas las
edades de la vida del universo y nada puede separarlas.
La materia es la forma y no hay forma que no exprese
vida; el espíritu es vida, y no hay vida que no esté limitada por una forma.
TAMBIEN EL LOGOS,
EL SEÑOR SUPREMO, TIENE EL UNIVERSO POR FORMA,
MIENTRAS DURA
LA MANIFESTACION.
La
involución de la vida del Logos como fuerza animadora de cada partícula y su
envolvimiento sucesivo en el espíritu-
materia de los diferentes planos, de suerte que los
materiales de cada uno, además de las energías que le son
propias, contienen en estado latente u oculto todas las posibilidades de
forma y de fuerza pertenecientes a los planos superiores, esos dos hechos
evidencian la evolución cierta y dan a la mas ínfima partícula las potencias
que, gradualmente transformadas en poderes activos la capacitan para entrar en
las formas de seres más elevados.
La
evolución puede resumirse así en una sola frase, diciendo que:
“Es el tránsito de las potencias
latentes al estado de poderes activos”.
La segunda gran oleada de
evolución, la evolución de la forma del yo—conciencia, la estudiaremos mas adelante.
Estas tres corrientes
de evolución que pueden observarse en la tierra con relación a la humanidad; fabricación
de materiales, construcción de la casa y desarrollo del ser que vive en ella, o mejor, según los
términos antes empleados,
evolución del espíritu –materia,
evolución de la forma y
evolución del yo – conciencia.
Examinemos en detalle plano físico, en el que nuestro
mundo existe y al que pertenece nuestro cuerpo carnal.
Lo que
ante todo nos llama más la atención cuando examinamos los materiales de este
plano, es su inmensa diversidad.
Los objetos que nos rodean son de
variedad infinita, minerales, vegetales, animales, todos difieren en su
constitución.
Además la materia dura o blanda,
transparente u opaca, tenaz o maleable, dulce o amarga, agradable o
nauseabunda, coloreada o incolora. De esa conjunción surgen, como clasificación
fundamental los tres grandes estados generales de la materia: sólido, líquido y gaseoso.
Un examen más atento nos muestra
que los sólidos, líquidos y gases están constituidos por combinaciones de
cuerpos simplicísimos, llamados por los químicos elementos, que también pueden existir en estado sólido,
líquido y gaseoso sin intercambiar de naturaleza.
Así el elemento
químico oxigeno entra en la composición de la madera formando con algunos otros
elementos las fibras leñosas sólidas; existe igualmente en la savia, formando
con otros elementos una combinación líquida, el agua; y finalmente subsiste por
sí mismo como gas.
Bajo estas tres condiciones es
siempre oxigeno, y puede además reducirse de estado gaseoso a liquido y de este
al sólido sin dejar de ser oxigeno puro; y lo mismo ocurre con los demás
elementos.
Obtenemos así tres subdivisiones
o estados de la materia en explano físico: los sólidos, los líquidos y los
gases. Prosiguiendo nuestra indagación encontramos un cuarto
estado, el éter; investigaciones todavía más
minuciosas nos enseñan que
el éter existe bajo cuatro estados tan claramente definidos como los estados
sólido, líquido y gaseoso.
Tomemos el oxígeno como ejemplo.
Así como puede reducirse del estado gaseoso al líquido, y de esta al sólido,
también puede elevarse a partir del estado gaseoso, a través de los cuatro
estados etéreos, de los que el último está constituido por el último átomo
físico. Cuando este átomo físico se descompone, la materia abandona por
completo el plano físico y pasa al plano superior inmediato.
La séptima subdivisión del espíritu—materia física está formada,
pues, por átomos homogéneos.
La sexta, por combinaciones heterogéneas
muy sencillísimas de esos átomos, cada una de los cuales se conduce como unidad
nueva.
La quinta y la cuarta lo están por combinaciones de
creciente complejidad, condiciéndose cada una también como unidad.
La tercera, en fin, se compone de organizaciones
todavía más complicadas, consideradas por los químicos como los átomos gaseosos
de los elementos. En esta subdivisión, gran número de las combinaciones
consideradas ha tomado nombres especiales: oxígeno, nitrógeno, cloro, etc., y
cada combinación nuevamente descubierta otro nombre a su vez.
La segunda subdivisión se compone de
combinaciones en estado líquido; unas consideradas como elementos, como el
bromo; otras como compuestos, como el agua.
La primera subdivisión contiene los sólidos
que se consideran como elementos: yodo, oro, plomo etc.; o como compuestos:
madera, piedra, etc.
El plano físico puede
servir de modelo al estudiante, según ese tipo general, podrá por analogía formarse
idea de las subdivisiones del espíritu—materia de los demás planos.
Cuando
el teósofo habla de un plano, entiende una región completamente
compuesta del espíritu—materia en todas las
combinaciones que se derivan de un tipo especial de átomo. Tales átomos fundamentales son a su vez
unidades complejas organizadas de materia análoga. Su vida es la vida del Logos, velada bajo mayor o
menor número de envolturas, según el plano considerado. Su forma se compone de la materia más grosera o materia sólida del
plano inmediato superior. Un plano no es, pues, sólo una idea metafísica, sino una subdivisión
de la naturaleza.
Hasta ahora hemos estudiado los
resultados de la evolución del espíritu—materia en nuestro mundo físico,
subdivisión la más inferior del sistema a que pertenecemos. Durante edades sin
cuento la corriente de evolución del espíritu—materia formó la substancia cósmica, y
en los materiales de nuestro globo vemos el resultado de ese trabajo de
elaboración.
Cuando la evolución
de los materiales alcanzó un grado suficiente, la segunda gran oleada de vida procedente del Logos dio el impulso a la evolución de la forma y fue la fuerza
organizadora (En tanto que Atma-buddhi es indivisible en acción, y por
esto denominada la Mónada, todas las formas
tienen Atma-Buddhi como vida reguladora.) de su universo, ayudado en la construcción de formas por medio de
combinaciones de espíritu—materia, por innumerables cohortes de
seres llamados constructores
(Algunos de estos Constructores
son inteligencias espirituales de orden elevadísimo; pero el nombre se aplica
también a los elementos o espíritus de la naturaleza).
La vida del Logos que reside en el corazón de cada
forma es la energía central directora y regente.
Todas las formas existen como
idea en la inteligencia del Logos, y que por esa segunda oleada de vida se
manifiesten para servir de modelos a los constructores.
En el tercero y el segundo plano, las primeras combinaciones de espíritu—materia están organizadas de
manera que pueden fácilmente agruparse en formas para desempeñar momentáneamente
el papel de unidades independientes y encargarse de dar poco hábito de
estabilidad al espíritu—materia cuando se encuentra bajo forma de organismo.
Este proceso determina en el tercero y segundo plano la
existencia de tres reinos llamados elementales, y las
de substancia que se forma en ellos llevan generalmente el nombre de esencia elemental. Esta esencia se moldea, por agregaciones, en formas que
subsisten cierto tiempo para dispersarse en seguida.
La vida expansiva del Logos, o Mónada, evoluciona descendiendo a través de esos tres reinos,
y alcanza fácilmente el plano físico, donde comienza a agrupar en torno de ella
las partículas de éter que mantiene en formas diáfanas atravesadas por
corrientes vitales. En esas formas se congregan los materiales
más densos, constituyendo los primeros minerales. Estos evidencian
admirablemente, como puede comprobarse viendo cualquier obra de cristalografía,
los datos numéricos y geométricos que sirven para la construcción de las
formas. Igualmente nos aseguramos por muchísimos testimonios, de que la vida
obra en todos los cuerpos minerales, aunque se encuentre en ellos verdaderamente
aprisionada, limitada y reducida en sumo grado. El fenómeno de la “fatiga de los
metales” muestra que son también cosas vivas. Pero baste decir aquí que la
doctrina oculta los considera como tales, puesto que sabe, según acabamos de
ver, como la vida se encuentra involucionada en ellos.
Habiendo adquirido una gran estabilidad de
forma en muchos de los minerales, La Mónada evolutiva elabora una plasticidad más grande en el
reino vegetal, continuando esa plasticidad con estabilidad provista de
organización.
Estos caracteres de estabilidad y plasticidad
combinados, adquieren todavía expresión más equilibrada en el reino animal y
alcanzan finalmente el sumo equilibrio en el hombre, cuyo cuerpo físico está constituido por
compuestos más instables, que permiten una gran adaptación, pero que se unen
por una fuerza central de combinación que resiste a la disgregación general
hasta en las condiciones más diversas.
(Tomado
del libro: La Sabiduría Antigua)
Antes que comenzara a existir nuestro sistema, un Logos lo
concibió todo en su inteligencia. Todas
las fuerzas, todas las formas, todas las cosas que, cada cual a su hora,
surgirán a la vida objetiva, todo está primeramente
como idea en el pensamiento divino.
El Logos
trazó entonces la esfera de manifestación en cuyo interior quería desplegar su
energía; y se limitó a sí mismo para ser la vida de su Universo.
Concentrando,
en fin, nuestra mirada en un solo individuo, podemos seguir su
crecimiento. Veremos que cada ciclo de
vida contiene una triple división, y que está unido a todos los ciclos pasados
cuyos resultados cosecha, y a todos los ciclos futuros, cuyos gérmenes siembra,
por ley ineludible. De suerte que el
hombre puede subir la pendiente en cada ciclo vital contribuyendo a elevarse en
mayor grado de pureza, de devoción, de
inteligencia y de utilidad, hasta llegar donde están los que llamamos Maestro,
prontos a satisfacer a sus hermanos menores la deuda contraída con los
Mayores.
Saliendo de las profundidades de la
Existencia Una, del inconcebible e inefable Uno, un Logos se impone a sí mismo
un límite, circunscribiendo voluntariamente la extensión de su propio ser, para
determinarse en el Dios Manifestado. Al trazarse el límite de su esfera de actividad,
delimita también el área de su universo; y en esta esfera nace, evoluciona y
muere este universo que en el Logos vive, se mueve y encuentra su ser. La materia del universo es la
emanación del Logos, y las fuerzas y las energías del universo son las
corrientes de su vida.
Es inmanente y penetrante en cada átomo, y sostén donde se desarrollan
todas las cosas.
Es el principio y el fin, la causa y el objeto, el centro y la circunferencia.
Es el fundamento inquebrantable sobre lo que todo respira. Esta en
todas las cosas y todas están en él.
Los átomos primordiales y sus agrupaciones diversas, diseminados en
todo el universo, forman todas las subdivisiones del espíritu—materia del séptimo
plano, una parte de esos innumerables átomos primordiales determinan
torbellinos en el seno de agregados más densos de su propio plano. El
átomo primordial, revestido así de una cubierta de espirales constituidas por
combinaciones más densas del séptimo plano, viene a ser el último elemento de espíritu—materia, es
decir, el átomo del sexto plano. Los átomos del sexto plano, con
la infinita variedad d combinaciones que forman entre sí, constituyen las diversas
subdivisiones del espíritu—materia del sexto
plano cósmico. Y el átomo del sexto plano, a su vez,
determina un torbellino en el seno de los agregados más densos de su propio
plano, y con esos agregados más densos como envoltura, viene a ser lo más sutil
de espíritu—materia, es
decir, el átomo del quinto plano. El mismo proceso se repite luego para
formar sucesivamente el espíritu—materia de
los planos cuarto, tercero, segundo y primero.
Tomemos el oxígeno como ejemplo.
Así como puede reducirse del estado gaseoso al líquido, y de esta al sólido,
también puede elevarse a partir del estado gaseoso, a través de los cuatro
estados etéreos, de los que el último está constituido por el último átomo
físico. Cuando este átomo físico se descompone, la materia abandona por
completo el plano físico y pasa al plano superior inmediato.
Cuando
el teósofo habla de un plano, entiende una región completamente
compuesta del espíritu—materia en todas las
combinaciones que se derivan de un tipo especial de átomo. Tales átomos fundamentales son a su vez
unidades complejas organizadas de materia análoga. Su vida es la vida del Logos, velada bajo mayor o
menor número de envolturas, según el plano considerado. Su forma se compone de la materia más grosera o materia sólida del
plano inmediato superior. Un plano no es, pues, sólo una idea metafísica, sino una subdivisión
de la naturaleza.
La vida expansiva del Logos, o Mónada, evoluciona descendiendo a través de esos tres reinos,
y alcanza fácilmente el plano físico, donde comienza a agrupar en torno de ella
las partículas de éter que mantiene en formas diáfanas atravesadas por
corrientes vitales. En esas formas se congregan los materiales
más densos, constituyendo los primeros minerales. Estos evidencian
admirablemente, como puede comprobarse viendo cualquier obra de cristalografía,
los datos numéricos y geométricos que sirven para la construcción de las
formas. Igualmente nos aseguramos por muchísimos testimonios, de que la vida
obra en todos los cuerpos minerales, aunque se encuentre en ellos verdaderamente
aprisionada, limitada y reducida en sumo grado. El fenómeno de la “fatiga de los
metales” muestra que son también cosas vivas. Pero baste decir aquí que la
doctrina oculta los considera como tales, puesto que sabe, según acabamos de
ver, como la vida se encuentra involucionada en ellos.
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