lunes, 13 de octubre de 2014

LA UNIDAD FUNDAMENTAL DE TODAS LAS RELIGIONES (5ta. Parte)

LA UNIDAD FUNDAMENTAL DE TODAS

LAS RELIGIONES


(5ta. Parte)

   Larga tarea nos aguarda.  Comenzando por el plano físico, subiremos lentamente la escala del mundo; pero antes de entrar en este pormenorizado estudio, nos podrá ser útil echar una ojeada a vista de pájaro sobre la evolución y su objeto.
  
Antes que comenzara a existir nuestro sistema, un Logos lo concibió todo en su inteligenciaTodas las fuerzas, todas las formas, todas las cosas que, cada cual a su hora, surgirán a la vida objetiva, todo está primeramente como idea en el pensamiento divino.
   El Logos trazó entonces la esfera de manifestación en cuyo interior quería desplegar su energía; y se limitó a sí mismo para ser la vida de su Universo.

A medida que observamos, vemos dibujarse gradualmente siete zonas sucesivas de diferente densidad. 
Siete grandes regiones aparentes, en cada una de las cuales nacen centros de energía, torbellinos de substancia cósmica que se separan entre sí. 
En fin, la separación y a condensación se efectúan, al menos en lo que respecta a nuestro sistema actual, y vemos ante los ojos un sol central, símbolo físico del Logos, y siete grandes cadenas planetarias, compuestas cada una de siete globos. 

Si limitamos ahora el campo de observación a la cadena de que forma parte nuestro mundo, la veremos recorrer oleadas sucesivas de vida, formando los reinos de la naturaleza:
primero los tres reinos elementales;
luego los reinos mineral, vegetal, animal y humano. 

Limitando nuestra mirada al globo terrestre y a las regiones que le rodean, observaremos la evolución humana, y veremos al hombre desenvolver en sí mismo su propia conciencia por medio de larga serie de ciclos vitales.
 
Concentrando, en fin, nuestra mirada en un solo individuo, podemos seguir su crecimiento.  Veremos que cada ciclo de vida contiene una triple división, y que está unido a todos los ciclos pasados cuyos resultados cosecha, y a todos los ciclos futuros, cuyos gérmenes siembra, por ley ineludible.  De suerte que el hombre puede subir la pendiente en cada ciclo vital contribuyendo a elevarse en mayor  grado de pureza, de devoción, de inteligencia y de utilidad, hasta llegar donde están los que llamamos Maestro, prontos a satisfacer a sus hermanos menores la deuda contraída con los Mayores.     

Acabamos de ver que la fuente de que todo universo procede es un Ser Divino manifestado, al que la Sabiduría Antigua, bajo su forma moderna, da el nombre de Logos o Verbo. Este nombre está tomado de la filosofía griega; pero expresa perfectamente la idea antigua:

La palabra salida del Silencio,
La Voz, el Sonido por el que los mundos surgen a la existencia...
  
Echemos desde luego una ojeada sobre la evolución del “espíritu—materia”, a fin de comprender mejor la naturaleza de los materiales que nos ofrece el plano del mundo físico. La posibilidad misma de la evolución yace en las potencialidades sumergidas y ocultas en el espíritu—materia de ese mundo físico.

Todo el proceso de la evolución es un desarrollo gradual, espontáneamente impelido desde el interior y solicitado exteriormente por seres inteligentes que pueden retardar o acelerar la evolución, sin sobrepujar nunca la norma de las capacidades inherentes a los materiales.
Es, pues,  necesario que nos formemos idea de esas etapas primordiales de llegar a Ser universal; pero como la tentativa de una dilucidación detallada nos llevaría más allá de los límites que nos impone este tratado elemental, debemos contentarnos con una breve exposición.
  
Saliendo de las profundidades de la Existencia Una, del inconcebible e inefable Uno, un Logos se impone a sí mismo un límite, circunscribiendo voluntariamente la extensión de su propio ser, para determinarse en el Dios Manifestado. Al trazarse el límite de su esfera de actividad, delimita también el área de su universo; y en esta esfera nace, evoluciona y muere este universo que en el Logos vive, se mueve y encuentra su ser. La materia del universo es la emanación del Logos, y las fuerzas y las energías del universo son las corrientes de su vida.
Es inmanente y penetrante en cada átomo, y sostén donde se desarrollan todas las cosas.
Es el principio y el fin, la causa y el objeto, el centro y la circunferencia.
Es el fundamento inquebrantable sobre lo que todo respira. Esta en todas las cosas y todas están en él.   

Por la misma fuente sabemos que el Logos se desarrolla en sí mismo, de sí mismo, en una triple forma.
El primer Logos, fuente del ser.
De él procede el segundo Logos, manifestando un doble aspecto, vida y forma, principio de dualidad; los dos polos de la naturaleza ante la cual se tejerá la trama del universo:
VIDA- FORMA, ESPIRITU- MATERIA, POSITIVO-NEGATIVO, ACTIVO RECEPTIVO, PADRE-MADRE DE LOS MUNDOS
En fin, el tercer Logos, inteligencia universal, en la que existe el arquetipo de toda cosa y es fuente de los seres, manantial de las energías formadoras y tesoro donde están almacenadas todas las formas ideales que se han manifestado y elaborado en la materia en los planos inferiores durante la evolución del universo.

Estos arquetipos son fruto de los universos pasados, transmitidos para servir de germen al universo presente.
La manifestación fenoménica de un universo cualquiera, en espíritu y materia, es finita como extensión y transitoria como duración. Pero las raíces del espíritu y la materia son eternas.
Un profundo escritor ha dicho que el Logos percibe la raíz de la materia (MULAPRAKRITI) como velo que cubre la Existencia Una, el Supremo Brahman (Parabrahman) según la denominación antigua.

El Logos se reviste de ese velo para producir la manifestación.
Se sirve de él como de limite voluntariamente impuesto únicamente para hacer posible su actividad y de él toma la materia para elaborar esos universos, siendo la vida animación que guía y rige toda forma. 
(Por esto ciertos libros sagrados de Oriente le llaman El Señor de Maya, porque Maya o ilusión es el principio de la Forma. La forma se considera como ilusión a consecuencia de su naturaleza transitoria y de sus perpetuas transformaciones. La vida expresada bajo el velo de la forma es, al contrario, la realidad.)

De lo que pasa en los planos más elevados del universo, el séptimo y el sexto, no podemos tener sino muy vaga idea.
La energía del Logos, al moverse en un torbellino de inconcebible rapidez, “abre agujeros en el espacio”, en la raíz de la materia; y ese remolino de vida limitado por una envoltura perteneciente a Mulaprakriti, forma el átomo primordial.

Los átomos primordiales y sus agrupaciones diversas, diseminados en todo el universo, forman todas las subdivisiones del espíritu—materia del séptimo plano, una parte de esos innumerables átomos primordiales determinan torbellinos en el seno de agregados más densos de su propio plano. El átomo primordial, revestido así de una cubierta de espirales constituidas por combinaciones más densas del séptimo plano, viene a ser el último elemento de espíritu—materia, es decir, el átomo del sexto plano. Los átomos del sexto plano, con la infinita variedad d combinaciones que forman entre sí, constituyen las diversas subdivisiones del espíritu—materia del sexto plano cósmico. Y el átomo del sexto plano, a su vez, determina un torbellino en el seno de los agregados más densos de su propio plano, y con esos agregados más densos como envoltura, viene a ser lo más sutil de espíritu—materia, es decir, el átomo del quinto plano. El mismo proceso se repite luego para formar sucesivamente el espíritu—materia de los planos cuarto, tercero, segundo y primero.

Tales son las siete grandes regiones del universo, al menos en lo que concierne a su constitución material.
Por analogía, podremos formarnos una idea más clara de ello, cuando comprendamos perfectamente las modificaciones del espíritu—materia de nuestro propio mundo físico.
(El estudiante encontrará esta concepción más clara si considera los átomos del quinto plano como Atma, los del cuarto plano  como Atma envuelta en la substancia de Buddhi, los del tercero plano como Atma envuelto en la substancia de Buddhi Manas y Kama; y los del segundo plano como Atma envuelta en la substancia de Buddhi Manas Kama y Sthula. Sólo la cubierta externa es activa en cada plano; pero los principios internos, aunque latentes, no dejan de estar presentes y prontos a despertar a la vida activa en el arco ascendente del ciclo de la evolución)
Él término espíritu-materia se emplea con objeto de significar que no hay materia muerta.
Toda materia es viva y las partículas más pequeñas tienen vida.
La ciencia afirma con verdad al decir “no hay fuerza sin materia ni materia sin fuerza”
 La fuerza y la materia están unidas por indisoluble lazo a través de  todas las edades de la vida del universo y nada puede separarlas.

La materia es la forma y no hay forma que no exprese vida; el espíritu es vida, y no hay vida que no esté limitada por una forma.

TAMBIEN EL LOGOS,
EL SEÑOR SUPREMO, TIENE EL UNIVERSO POR FORMA,
MIENTRAS  DURA LA MANIFESTACION.

La involución de la vida del Logos como fuerza animadora de cada partícula y su envolvimiento sucesivo en el espíritu- materia de los diferentes planos, de suerte que los materiales de cada uno, además de las energías que le son propias, contienen en estado latente u oculto todas las posibilidades de forma y de fuerza pertenecientes a los planos superiores, esos dos hechos evidencian la evolución cierta y dan a la mas ínfima partícula las potencias que, gradualmente transformadas en poderes activos la capacitan para entrar en las formas de seres más elevados.

La evolución puede resumirse así en una sola frase, diciendo que:
Es el tránsito de las potencias latentes al estado de poderes activos”.

La segunda gran oleada de evolución, la evolución de la forma del yo—conciencia, la estudiaremos mas adelante.

Estas tres corrientes de evolución que pueden observarse en la tierra con relación a la humanidad; fabricación de materiales, construcción de la casa y desarrollo del ser que vive en ella, o mejor, según los términos antes empleados,
evolución del espíritu –materia,
evolución de la forma y
evolución del yo – conciencia.

Examinemos en detalle plano físico, en el que nuestro mundo existe y al que pertenece nuestro cuerpo carnal.
 Lo que ante todo nos llama más la atención cuando examinamos los materiales de este plano, es su inmensa diversidad.
Los objetos que nos rodean son de variedad infinita, minerales, vegetales, animales, todos difieren en su constitución.
Además la materia dura o blanda, transparente u opaca, tenaz o maleable, dulce o amarga, agradable o nauseabunda, coloreada o incolora. De esa conjunción surgen, como clasificación fundamental los tres grandes estados generales de la materia: sólido, líquido y gaseoso.
Un examen más atento nos muestra que los sólidos, líquidos y gases están constituidos por combinaciones de cuerpos simplicísimos, llamados por los químicos elementos, que también pueden existir en estado sólido, líquido y gaseoso sin intercambiar de naturaleza.
Así el elemento químico oxigeno entra en la composición de la madera formando con algunos otros elementos las fibras leñosas sólidas; existe igualmente en la savia, formando con otros elementos una combinación líquida, el agua; y finalmente subsiste por sí mismo como gas.

Bajo estas tres condiciones es siempre oxigeno, y puede además reducirse de estado gaseoso a liquido y de este al sólido sin dejar de ser oxigeno puro; y lo mismo ocurre con los demás elementos.

Obtenemos así tres subdivisiones o estados de la materia en explano físico: los sólidos, los líquidos y los gases. Prosiguiendo nuestra indagación encontramos un cuarto estado, el éter; investigaciones todavía más minuciosas nos enseñan que el éter existe bajo cuatro estados tan claramente definidos como los estados sólido, líquido y gaseoso.

Tomemos el oxígeno como ejemplo. Así como puede reducirse del estado gaseoso al líquido, y de esta al sólido, también puede elevarse a partir del estado gaseoso, a través de los cuatro estados etéreos, de los que el último está constituido por el último átomo físico. Cuando este átomo físico se descompone, la materia abandona por completo el plano físico y pasa al plano superior inmediato.

La séptima subdivisión del espíritu—materia física está formada, pues, por átomos homogéneos.
La sexta, por combinaciones heterogéneas muy sencillísimas de esos átomos, cada una de los cuales se conduce como unidad nueva.
La quinta y la cuarta lo están por combinaciones de creciente complejidad, condiciéndose cada una también como unidad.
La tercera, en fin, se compone de organizaciones todavía más complicadas, consideradas por los químicos como los átomos gaseosos de los elementos. En esta subdivisión, gran número de las combinaciones consideradas ha tomado nombres especiales: oxígeno, nitrógeno, cloro, etc., y cada combinación nuevamente descubierta otro nombre a su vez.
La  segunda subdivisión se compone de combinaciones en estado líquido; unas consideradas como elementos, como el bromo; otras como compuestos, como el agua.
La  primera subdivisión contiene los sólidos que se consideran como elementos: yodo, oro, plomo etc.; o como compuestos: madera, piedra, etc.
  
El plano físico puede servir de modelo al estudiante, según ese tipo general, podrá por analogía formarse idea de las subdivisiones del espíritu—materia de los demás planos.

Cuando el teósofo habla de un plano, entiende una región completamente compuesta del espíritu—materia en todas las combinaciones que se derivan de un tipo especial de átomo. Tales átomos fundamentales son a su vez unidades complejas organizadas de materia análoga. Su vida es la vida del Logos, velada bajo mayor o menor número de envolturas, según el plano considerado. Su forma se compone de la materia más grosera o materia sólida del plano inmediato superior. Un plano no es, pues, sólo una idea metafísica, sino una subdivisión de la naturaleza.
  
Hasta ahora hemos estudiado los resultados de la evolución del espíritu—materia en nuestro mundo físico, subdivisión la más inferior del sistema a que pertenecemos. Durante edades sin cuento la corriente de evolución del espíritu—materia formó la substancia cósmica, y en los materiales de nuestro globo vemos el resultado de ese trabajo de elaboración.
  
Cuando la evolución de los materiales alcanzó un grado suficiente, la segunda gran oleada de vida procedente del Logos dio el impulso a la evolución de la forma y fue la fuerza organizadora (En tanto que Atma-buddhi es indivisible en acción, y por esto denominada la Mónada, todas las formas tienen Atma-Buddhi como vida reguladora.) de su universo, ayudado en la construcción de formas por medio de combinaciones de espíritu—materia, por innumerables cohortes de seres llamados constructores
(Algunos de estos Constructores son inteligencias espirituales de orden elevadísimo; pero el nombre se aplica también a los elementos o espíritus de la naturaleza).

La vida del Logos que reside en el corazón de cada forma es la energía central directora y regente.
  
Todas las formas existen como idea en la inteligencia del Logos, y que por esa segunda oleada de vida se manifiesten para servir de modelos a los constructores.

En el tercero y el segundo plano, las primeras combinaciones de espíritu—materia están organizadas de manera que pueden fácilmente agruparse en formas para desempeñar momentáneamente el papel de unidades independientes y encargarse de dar poco hábito de estabilidad al espíritu—materia cuando se encuentra bajo forma de organismo.
Este proceso determina en el tercero y segundo plano la existencia de tres reinos llamados elementales, y las  de substancia que se forma en ellos llevan generalmente el nombre de esencia elemental. Esta esencia  se moldea, por agregaciones, en formas que subsisten cierto tiempo para dispersarse en seguida.

La vida expansiva del Logos, o Mónada, evoluciona descendiendo a través de esos tres reinos, y alcanza fácilmente el plano físico, donde comienza a agrupar en torno de ella las partículas de éter que mantiene en formas diáfanas atravesadas por corrientes vitales. En esas formas se congregan los materiales más densos, constituyendo los primeros minerales. Estos evidencian admirablemente, como puede comprobarse viendo cualquier obra de cristalografía, los datos numéricos y geométricos que sirven para la construcción de las formas. Igualmente nos aseguramos por muchísimos testimonios, de que la vida obra en todos los cuerpos minerales, aunque se encuentre en ellos verdaderamente aprisionada, limitada y reducida en sumo grado. El fenómeno de la “fatiga de los metales” muestra que son también cosas vivas. Pero baste decir aquí que la doctrina oculta los considera como tales, puesto que sabe, según acabamos de ver, como la vida se encuentra involucionada en ellos.

 Habiendo adquirido una gran estabilidad de forma en muchos de los minerales, La Mónada evolutiva elabora una plasticidad más grande en el reino vegetal, continuando esa plasticidad con estabilidad provista de organización.

Estos caracteres de estabilidad y plasticidad combinados, adquieren todavía expresión más equilibrada en el reino animal y alcanzan finalmente el sumo equilibrio en el hombre, cuyo cuerpo físico está constituido por compuestos más instables, que permiten una gran adaptación, pero que se unen por una fuerza central de combinación que resiste a la disgregación general hasta en las condiciones más diversas.

(Tomado del libro: La Sabiduría Antigua)

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