lunes, 13 de octubre de 2014

LA UNIDAD FUNDAMENTAL DE TODAS LAS RELIGIONES (7ta. Parte)

LA UNIDAD FUNDAMENTAL DE TODAS

LAS RELIGIONES


(7ta. Parte)

Cuando el hombre comienza a ser sensible a las influencias astrales ocurre, a veces que se abate de pronto, o se siente por lo menos exaltado por un terror completamente inexplicable y casi irracional, que arroja sobre él una fuerza capaz de paralizarle.
Toda resistencia es inútil contra ello y no puede por lo menos de indignarse quien la sufre.

La mayoría de los hombres han debido experimentar más o menos, en tal caso, ese temor indefinible, ese dolor, al aproximarse un invisible no sé qué, el sentimiento de una presencia misteriosa, de no estar solo.

Este sentimiento procede, en parte, de una hostilidad que anima al mundo elemental natural contra la raza humana, hostilidad debida a la reacción sobre el astral de las fuerzas destructoras puestas en juego por la humanidad en el plano físico.
Pero es también atribuible a la presencia de elementales artificiales de naturaleza hostil, engendrados por el pensamiento del hombre.
Los pensamientos de odio, envidia, venganza, rencor, mala intención y descontento se producen por millones, de suerte que el plano astral está lleno de elementales artificiales cuya vida consiste en tales sentimientos.

¡Qué oleadas de desconfianza y de suspicacia nos encontramos también, como veneno arrojado por el ignorante contra todos los que por sus maneras o su aspecto tienen para él algo raro y poco común!

La ciega desconfianza respecto de todo forastero, el desdeñoso menosprecio hacia naturales de otras comarcas, contribuyen también a las malas influencias del mundo astral.      
Tales pensamientos crean día y noche en el plano astral legiones ciegamente hostiles, y el choque sobre nuestro propio cuerpo astral engendra ese sentimiento de terror vago, resultante de las vibraciones antagónicas que se sienten sin poder comprenderlas.
Además de los elementales artificiales, el mundo astral contiene una población densa, en la que se omiten, como lo hacemos aquí, los seres humanos desembarazados de su cuerpo físico por la muerte.
Encontramos aquí innumerables legiones de elementales naturales o espíritus de la naturaleza, divididos en cinco clases: del éter, del fuego, del aire, del agua  y de la tierra.
Los cuatro últimos fueron llamados por los ocultistas de la Edad Media: salamandras, silfos,
ondinas y gnomos.

Es inútil decir que otras dos clases complementan el septenario; pero no nos interesan por ahora, puesto que aun no se manifiestan.
     
Estos son los verdaderos elementales o criaturas de los elementos tierra, agua, aire, fuego y éter.
Estos seres tienen por misión realizar las actividades que se refieren a sus elementos respectivos.
Constituyen los canales a través de los que las energías divinas operan en medios diversos; y son en cada elemento la expresión viva de la ley.

A la cabeza de cada una de esas divisiones se encuentra un Ser superior (I) (llamados Deva o dios por los indos. —El estudiante querrá conocer, sin duda, los nombres sánscritos de los cinco dioses de los elementos manifestados.
Helos aquí:
Indra, señor del Akasha o éter del espacio.
Agni, señor del fuego. Pavana, señor del aire.
Varuna, señor del agua.
Kshiti, señor de la tierra), jefe de un ejército poderoso, inteligencia suprema y directora de la demarcación de la naturaleza que los elementales de la clase considerada administran y en donde realizan sus energías.
Agni, el dios del fuego, es, por lo tanto, una entidad espiritual superior que preside las manifestaciones del fuego en todos los planos del universo y ejerce su administración por medio de las legiones de elementales del fuego.

Una vez conocida la naturaleza de esos seres y los métodos que permiten dirigirles, se hacen posibles y comprensibles los llamados milagros u obras mágicas, que atraen de cuando en cuando la atención de la prensa.
El procedimiento es el mismo, ya se admita francamente como resultado de las artes mágicas, ya se atribuya a los espíritus.
Existen personas que pueden tomar en sus manos una braza de carbón encendido sin experimentar daño alguno.
El fenómeno de la levitación (suspensión de un cuerpo grave en el aire sin sostén visible) y el que consiste en andar sobre el agua, pueden efectuarse con el auxilio de los elementales del aire y del agua respectivamente, aunque se emplee con frecuencia otro método.

Como los elementos entran en la constitución del cuerpo humano y uno de ellos predomina en él según la naturaleza de la persona, todo ser está relación con los elementales, y aquellos que particularmente le son favorables predominan en el mismo.
Las, consecuencias de este hecho, frecuentemente observable, se atribuyen por el vulgo a la “suerte”.
Se dice que una persona “tiene buena mano” para los cuidados de las plantas, para encender el fuego o para encontrar manantiales, etc.
La naturaleza, con sus fuerzas ocultas, nos advierten a cada paso; pero somos muy tardos en recibir sus indicaciones.
La tradición oculta muchas veces una verdad en un proverbio o en una fábula; pero nosotros hemos pasado ya, según parece, la edad de todas esas “supersticiones”.

Encontramos igualmente en el plano astral espíritus de la naturalezaeste nombre les cuadra mejor que el de elementales—que se ocupan de la construcción de formas en los reinos mineral, vegetal, animal y humano.
Hay espíritus de la naturaleza que dirigen las energías vitales en las plantas, que construyen los cuerpos, molécula por molécula, en el reino animal, y que presiden la construcción del cuerpo astral de los minerales, las plantas y los animales, así como de la construcción del cuerpo físico humano.
Tales son las hadas  y los silfos de las leyendas, “los seres pequeños” que juegan tan gran papel en la demótica o folklore en cada nación, los niños encantadores e irresponsables de la naturaleza, fríamente relegados por la ciencia en manos de las nodrizas.

Día vendrá en que los sabios más esclarecidos de futuras épocas los restituyan al lugar que les corresponde en el orden natural; pero entre tanto el poeta y el ocultista creen en su existencia, uno por la intuición de su genio y otro por la visión de sus sentidos internos ampliamente desarrollada.

La multitud se burla de ambos, del segundo sobre todo; pero no importa: la sabiduría se rehabilitará un día por sus hijos.

      La circulación activa de las corrientes de vida en el doble etéreo de las formas minerales, vegetales y animales, despierta poco a poco de su estado latente la materia astral implicada en su constitución atómica y molecular.
Semejante materia empieza a vibrar muy débilmente primero en los minerales.
La Mónada de la Forma ejerce su poder organizador y atrae sobre sí algunos materiales con cuya ayuda los espíritus de la naturaleza construyen el cuerpo astral mineral, masa difusa sin organización precisa.
 En el reino vegetal, el cuerpo astral se encuentra más organizado y comienza a manifestarse su característica especial: la sensación; así pueden observarse en la mayoría de las plantas, sensaciones sordas y difusas de bienestar o de enfermedad, que son el resultado de la actividad creciente del cuerpo astral.
Las plantas gozan vagamente del aire, del sol y de la lluvia, que buscan como a tientas, mientras se alejan cuando esas condiciones son nocivas.
Unas buscan la luz, otras la oscuridad, responden a las excitaciones y se adaptan a las condiciones externas; en fin, en algunos tipos más elevados, aparece definido el sentido del tacto.
En el reino animal, el cuerpo astral está más desarrollado, y en los individuos superiores alcanza una organización bastante clara para mantener su conexión durante cierto tiempo después de la muerte del cuerpo físico, y para tener existencia independiente en el plano astral.  
      
Los espíritus de la naturaleza que presiden la construcción del cuerpo astral animal y humano han recibido el nombre especial de elementales del deseo (I) (Se les llama kamadevas, dioses del deseo)
Porque están poderosamente animados por deseos de toda clase que introducen continuamente en la constitución de los cuerpos astrales del hombre y de los animales, las variedades de esencia elemental análogas a las de que su propia forma está compuesta, de suerte que esos cuerpos adquieren, como parte integrante de su estructura, los centros sensoriales y las diversas actividades pasionales.

Esos centros se excitan a la actividad por los impulsos que reciben de los órganos físicos densos y se trasmiten a través de los órganos físicos etéreos hasta el cuerpo astral, y mientras los centros astrales no son atacados, el animal no experimenta ni placer ni dolor.

Herid una piedra y no expresará dolor; contiene moléculas físicas densas y etéreas, pero no tiene cuerpo astral organizado.
El animal, en cambio, siente dolor inmediatamente al choque, porque posee centros astrales de sensación, que los elementales del deseo han tejido con su propia naturaleza.
      Como en la obra de esos elementales sobre el cuerpo astral interviene una nueva consideración, terminaremos desde luego la revista de habitantes del plano astral, antes de pasar al examen de la forma astral humana más compleja.
      Según acabamos de decir, el cuerpo del deseo (I) Kamarupa es el nombre teosófico del cuerpo astral, de Kama, deseo, y rupa, forma.), El cuerpo astral de los animales lleva en el plano astral existencia independiente, aunque efímera, así que la muerte destruye su envoltura física.

En los países “civilizados” esos cuerpos astrales animales contribuyen muchísimo al sentimiento general de hostilidad de que se ha hablado más arriba.

La matanza organizada en los mataderos y la afición al deporte de la caza, lanzan todos los años al mundo astral millones de seres llenos de horror, de temor y de aversión hacia el hombre.
El número comparativamente mínimo de los seres a quienes se deja morir en paz, se pierde entre las innúmeras legiones de los asesinados; y las corrientes que engendran, arrojan del mundo astral sobre las razas humanas y animales influencias que tienden a acrecentar su división porque de un lado suscitan el temor y la desconfianza “instintivas” y de otro la propensión a la crueldad.
     
Semejantes sentimientos se han excitado sobremanera hace algunos años por los métodos fríamente meditados de tortura científica, conocidos con el nombre de vivisección; métodos cuyas crueldades sin cuento han introducido nuevos horrores en el mundo astral por su reacción sobre los culpables, agregando al mismo tiempo el abismo que separa al hombre de sus “pobres parientes”.   

Independientemente de lo que podemos llamar la población normal del mundo astral, encuéntrense en él transeúntes llevados por su trabajo y que no podemos por menos de mencionar.
Algunos de ellos vienen de nuestro propio mundo terrestre, mientras otros vienen de regiones elevadas.
      Entre los primeros, muchos son Iniciados de diversos grados, algunos de ellos miembros de la Gran Logia Blanca, la Hermandad del Tíbet o del Himalaya, como se la llama frecuentemente (I)  (Algunos miembros de esta Logia han dado origen a la Sociedad Teosófica), mientras que otros pertenecen a diferentes logias ocultas extendidas por el mundo, cuyo color característico varía desde el blanco hasta el negro pasando por todos los matices del gris (II)     (Los ocultistas desinteresados, consagrados por completo al cumplimiento de la voluntad divina, o que trabajan por adquirir esas virtudes, se llaman blancos. Los egoístas que trabajan contra el fin divino se llaman negros.)

La abnegación que irradian el amor y la devoción caracterizan a los primeros;
y el egoísmo, el odio y la arrogancia son los signos de los segundos.

Entre ambos hay clases cuyo motivo es mixto, que no han comprendido claramente la necesidad de evolucionar hacia el Ser Único o hacia el Yo separado. A estos les llamamos grises, y se dirigen a uno u otro de ambos grupos indicados.
Todos son hombres que viven en un cuerpo físico y que han aprendido a despojarse a voluntad de su envoltura corpórea para obrar, en plena conciencia, en su astral.
Los hay de todos los grados de saber y virtud; benéficos y malhechores, fuertes y débiles, pacíficos y terribles.
Encontramos aquí además muchos aspirantes jóvenes, no iniciados todavía, que aprenden a servirse de su vehículo astral y que se ocupan en obras de beneficencia o de maleficio, según el sendero que se disponen seguir.
Se encuentran igualmente en este plano simples  psíquicos y otros soñolientos, errando a la ventura mientras sus cuerpos físicos duermen o se hallan en trance.
      Viene, en fin, la multitud de hombres ordinarios.

Millones de cuerpos astrales flotan así inconscientes del mundo que los envuelve, a una distancia mayor o menor de los cuerpos físicos profundamente dormidos.
En cada una de esas formas astrales, la conciencia humana se repliega sobre sí misma absorta en sus pensamientos, retirada, por decirlo así. En lo íntimo de su seno astral.
  
 Como veremos muy pronto, el ser consciente de su vehículo astral, se escapa cuando el cuerpo duerme, y pasa al cuerpo astral; pero permanece inconsciente de lo que le rodea hasta que el cuerpo astral está bastante desarrollado para funcionar independientemente del cuerpo físico.
      Alguna vez se puede ver en este plano a un discípulo (Chela) que ha franqueado el umbral de la muerte, y se prepara a una reencarnación inmediata bajo la dirección de su Maestro.
Goza evidentemente de plena conciencia, y trabaja como los demás discípulos que tan sólo se separan de su cuerpo físico dormido.
Veremos que en cierto grado le está permitido al discípulo reencarnar inmediatamente después de la muerte.
Debe entonces esperar en el mundo astral una ocasión favorable para renacer.
      Los seres humanos ordinarios, en vías de reencarnación, pasan igualmente a través del plano astral como se indicará luego.

No tiene ninguna relación consciente con la vida general del plano; pero las actividades pasionales y sensorias de su pasado determinaron una afinidad entre ellos y algunos elementales del deseo, y estos últimos se agrupan a su alrededor favoreciendo la construcción del nuevo cuerpo astral para la existencia terrestre que se prepara.

Pasemos al examen del cuerpo astral humano durante el período de existencia física.
Estudiaremos su naturaleza y su constitución al mismo tiempo que sus relaciones con el mundo astral; y para ello consideraremos sucesivamente:
A) el cuerpo astral de un hombre poco evolucionado;
B) el de un hombre medianamente evolucionado; y
C) el de un hombre espiritualmente desarrollado.

A) —El cuerpo astral de un hombre poco  evolucionado forma una masa nebulosa mal organizada e imprecisa.
Contiene materiales (materia astral y esencia elemental) tomados de todas las subdivisiones del plano astral, pero con predominio de los elementos procedentes del astral inferior; de suerte que es denso y de textura gruesa, a propósito para responder a todas las excitaciones relativas a las pasiones y a los apetitos.
Los colores engendrados por los ritmos vibratorios de esos materiales son compactos, cenagosos y sombríos.
Los matices dominantes son: rojo oscuro y verde sucio.
Ningún cambiante, ni chispazo alguno hay en esos cuerpos astrales.
Las diversas pasiones se manifiestan en forma de vagas oleadas pesadísimas, o muy violentas, como relámpagos.
Así la pasión sexual producirá una oleada de carmín sucio, y la ira un relámpago rojo siniestro.
      El cuerpo astral es mayor que el físico, y se extiende 25 a 30 centímetros alrededor de aquél, en el caso que consideramos.

Los centros de los órganos sensorios claramente señalados, actúan cuando les afecta desde fuera; pero en reposo, las corrientes vitales son apáticas, y el cuerpo astral permanece inerte e indiferente porque no recibe excitación de los mundos físico ni del mundo mental (I)           (El estudiante reconocerá aquí el predominio de la guna Tâmasica, la cualidad de tinieblas o inercia de la naturaleza)
Característica constante del estado primitivo es que la actividad se determina más bien por excitación externa que por iniciativa interna del ser consciente.

Para que una piedra se mueva es preciso empujarla; una planta crece bajo la acción de la luz y de la humedad; y un animal se hace más activo cuando le aguijonea el hambre.
El hombre poco desarrollado necesita excitarse de una manera análoga.

Es menester que la inteligencia haya evolucionado parcialmente para que empiece a tomar la iniciativa de la acción.
Los centros de las facultades superiores (I)   (Las siete ruedas. Estos centros se llaman así por el aspecto giratorio que presentan, parecido a las ruedas de fuegos artificiales cuando se ponen en movimiento); emparentados con el funcionamiento independiente de los sentidos astrales, apenas son visibles.
En este grado, el hombre necesita toda suerte de sensaciones violentas para su evolución, a fin de sacudir su naturaleza y ejercitarse en la actividad. Los choques violentos, tanto de placer como de dolor, procedentes del mundo externo, son necesarios para despertar y aguijonear la acción que tanto más se acrecienta y favorece, cuanto más numerosas y violentas sean las sensaciones. En este estado primitivo, la calidad importa poco: la cantidad y el vigor son condiciones esenciales.
      La moralidad del hombre dimanará de sus pasiones.
Un leve movimiento de abnegación en sus relaciones con la esposa, con el hijo o el amigo, constituirá el primer paso en el camino ascendente.
Este movimiento provocará vibraciones en la materia más sutil del cuerpo astral, y atraerá hacia él mayor proporción de esencia elemental de la misma naturaleza.
El cuerpo astral renueva constantemente sus materiales por influencia de las pasiones. Apetitos, deseos y emociones.

Todo buen impulso fortifica las partes más sutiles de ese cuerpo, expulsa algunos elementos groseros y permite la recepción de materiales más delicados, atrayendo sobre sí elementales de naturaleza benéfica, que ayudan a favorecer el proceso de renovación.
Todo mal impulso produce en cambio efectos contrarios; tiende a fortificar los elementos groseros, a expulsar los elementos sutiles, hace entrar en el cuerpo astral materiales impuros y atrae elementales que favorecen el proceso de deterioro.
En el caso que consideramos, las potencias morales e intelectuales del hombre son de tal modo embrionarias, que podemos decir que la construcción de su cuerpo astral y su modificación se cumple más bien en él que por él.

Esas operaciones dependen antes de circunstancias externas que de su propia voluntad; pues como acaba de decir, el carácter distintivo de su ínfimo grado de evolución estriba en que el hombre está moviendo desde el exterior por medio de su cuerpo, y no desde el interior mediante su inteligencia,
Así denota considerable progreso el que el hombre pueda moverse por su voluntad, por su propia ener-
gía, por su iniciativa, en vez de moverse por el deseo, es decir, por la respuesta a una atracción o a una repulsión externa.
      Durante el sueño, el cuerpo astral, que sirve de envoltura al ser consciente, se desliza fuera del organismo físico, dejando juntamente dormidos el cuerpo denso y al etéreo.

Pero en este grado, la conciencia del hombre no está despierta todavía en su cuerpo astral, porque no puede  encontrar nada parecido a los contactos violentos que le estimulan cuando está en forma física.
Sólo los elementales de naturaleza densa pueden afectarle, provocando en su envoltura astral vibraciones difusas que se reflejan en el cerebro etéreo y denso, donde determinan los sueños de sexualidad bestial.
En el cuerpo astral flota inmediato al cuerpo físico, retenido por su poderosa atracción, y no puede alejarse de él.

B) — En el hombre medianamente desarrollado desde el punto de vista moral e intelectual, el cuerpo astral manifiesta inmenso progreso respecto del tipo anterior.
Sus dimensiones son más considerables,
sus materiales de naturaleza diversa mejor escogida,
y las esencias, más sutiles, dan al conjunto cierta potencia luminosa;
mientras que la expresión de las emociones superiores determina en él admirables corrientes de color.

La forma del cuerpo es menos vaga y ondulante que en el caso anterior; es clara, precisa, y reproduce la imagen de su poseedor.

Este cuerpo astral está evidentemente en camino de ser un vehículo práctico para uso del hombre inte-rior, vehículo límpido y establemente organizado, apto al mismo tiempo para funcionar, prestar servicio y mantenerse independientemente del cuerpo físico.
No obstante su gran plasticidad, tiene forma determinada, a la que vuelve invariablemente así cesa el esfuerzo que ha modificado su aspecto. Su actividad es constante y está en vibración perpetua, revistiendo tonos cambiantes que varían al infinito.
Las “ruedas” son más claramente visibles, aunque no funcionen todavía (I) (Notarán aquí la preponderancia de la guna rajásica o cualidad—pasional de la naturaleza.)

 

Esta forma astral responde vivamente a todos los contactos que lleguen a ella a través del cuerpo físico, y la afectan igualmente las influencias internas procedentes del ser consciente.

La memoria y la imaginación estimulan, pues, el cuerpo astral, y éste, a su vez, pone el cuerpo físico en actividad en vez de estar movido exclusivamente por él como en el caso anterior.
      La purificación sigue siempre la misma marcha: expulsión de elementos inferiores por la producción de vibraciones contrarias, y asimilación de materiales más sutiles en reemplazo de los eliminados.
Pero en el caso presente, el desarrollo moral e intelectual del hombre coloca esta construcción casi enteramente en sus propias manos, puesto que las excitaciones de la naturaleza exterior no le balancean de un lado para otro, sino que razona, juzga y resiste o cede según lo que estima bueno.

Por el ejercicio de su pensamiento conscientemente dirigido puede afectar profundamente a su cuerpo astral, cuyo perfeccionamiento prosigue desde entonces con rapidez creciente.
Y para llegar a ese resultado no es necesario que el hombre comprenda con exactitud el modus operandi, como para ver tampoco necesita comprender las leyes de la luz.

Durante el sueño, ese cuerpo astral bien desarrollado, se desliza, como ordinariamente, de su vestidura física, pues no está tan retenido cerca de él como en el caso precedente.

Va a lo lejos en el mundo astral, arrastrado por las corrientes astrales, en tanto que el ser consciente, en el interior del cuerpo, incapaz de dirigir todavía sus movimientos, aunque despierto, se ocupa en gozar sus propias imágenes y actividades mentales. Puede igualmente recibir a través de su envoltura astral impresiones que transforma enseguida en imágenes mentales. De esta manera el hombre adquiere conocimientos fuera del cuerpo físico y puede trasmitirlos al cerebro bajo la forma de sueño o de visión.
Y aun cuando los lazos de la memoria cerebral faltaren, los conocimientos adquiridos podrán infiltrarse insensiblemente hasta la conciencia en estado de vigilia.

C) —El cuerpo astral de un hombre espiritualmente desarrollado está compuesto de las partículas más sutiles de cada subdivisión de materia astral, con preponderancia de las calidades más elevadas.
Ese cuerpo forma, pues, un objeto admirable de luz y de color.
Tonos desconocidos en la tierra nacen en él bajo los impulsos que preceden de la inteligencia purificada.
Las “ruedas de fuego” justifican ahora el nombre que se les da, y su movimiento rotatorio denota la actividad de los sentidos superiores.
Un cuerpo semejante es un vehículo de conciencia en la más amplia acepción de la palabra.
En el curso de la evolución fue vivificado en cada uno de los órganos y dirigido bajo el poder absoluto de su poseedor.
Cuando en esa envoltura, el hombre deja su cuerpo físico, no experimenta la menor solución de continuidad en su estado consciente.
Deja sencillamente su vestido más grueso y se liberta de un gran peso.
Se puede mover en todos los sentidos en los límites de la esfera astral con rapidez increíble, no hallándose por las condicionantes de la vida terrestre.

Su cuerpo responde a su voluntad, refleja su pensamiento y le obedece; sus medios de servicio se centuplican y sus poderes están totalmente guiados por su virtud. Las ausencias de partículas densas en su cuerpo astral le eximen además de responder a las seducciones de objetos inferiores del deseo. Semejantes tentaciones no pueden alcanzarle y se separan de él. Todo el cuerpo vibra solamente para responder a las más elevadas emociones; el amor se derrama en abnegación y la energía se yugula por la paciencia. Dulce, tranquilo, sereno, lleno de fuerza, pero sin agitación alguna, tal es el hombre a quién “todos los siddhis están prontos a servir” (I)  (Aquí predomina la guna sáttvica, la cualidad de armonía, felicidad y pureza. Los siddhis son los poderes hiperfísicos.)
     
El cuerpo astral es un puente tendido sobre el abismo que separa la conciencia humana del cerebro físico.

Los impulsos recibidos por los órganos sensoriales y trasmitidos, como se ha visto, a los centros densos y etéreos, pasan enseguida a los centros astrales correspondientes.

Una vez allí, los elabora la esencia elemental y los transforma en sensaciones, para presentarle finalmente al hombre interior, como objetos de su conciencia, las vibraciones correspondientes suscitadas por las vibraciones astrales en la materia del cuerpo mental.

Por medio de estas sucesivas gradaciones del espíritu—materia, de sutilidad creciente, pueden transmitirse al ser consciente los groseros contactos de los objetos terrestres.

Del mismo modo, las vibraciones determinadas por su pensamiento pueden pasar por el mismo puente hasta el cerebro físico para suscitar en él vibraciones físicas correspondientes a las vibraciones mentales.
Tal es la normal y regular manera cómo la conciencia recibe las impresiones del exterior y las devuelve a su vez al exterior. En esa transmisión y paso de vibraciones en uno y otro sentido consiste principalmente la evolución del cuerpo astral. Esa doble corriente obra sobre él a un tiempo en lo interior y exterior, determina su organización y auxilia su general crecimiento.
     
A medida que el cuerpo astral se desarrolla, se afina su contextura, su forma exterior gana nitidez y se completa su organización interna.
Impelido a responder a la conciencia con perfección creciente, gradualmente se hace apto para servirle de vehículo separado y trasmitirle con precisión las vibraciones recibidas directamente del mundo astral.
Así el cuerpo astral siente a menudo las impresiones directamente y las trasmite a la conciencia, mostrándose muchas veces bajo forma de previsiones comprobadas a no tardar.

Cuando el hombre está avanzado el grado varía según los individuos por una serie de consideraciones que no son de este lugar se establecen comunicaciones entre el cuerpo físico y el astral, y entre éste y el mental.

La conciencia pasa entonces sin interrupción de un estado a otro, y el recuerdo no presenta esas lagunas que, en el hombre ordinario, interponen una fase de inconsciencia al paso de un plano a otro.
El hombre puede además ejercer libremente sus sentidos astrales mientras su conciencia funciona en el cuerpo físico.
Las más amplias vías de información, abiertas por los sentidos hiperfísicos, vienen a ser peculio de su conciencia en estado vigilia.
Los objetos que fueron antes para él materia de fe, se convierten en materia de conocimiento, y puede comprobar personalmente la exactitud de gran parte de las enseñanzas teosóficas respecto de las regiones inferiores del mundo invisible.

Cuando se divide el hombre en “principios”, es decir, en maneras de manifestarse la vida, los cuatro inferiores, designados con el nombre de “cuaternario inferior”, se consideran funcionantes en los planos astral y físico.
El cuarto principio es entonces Kama, el deseo, es decir, la vida en función en el cuerpo astral y condicionada por él. Semejante principio está caracterizado por el atributo de la sensibilidad, que se manifiesta bajo la forma rudimentaria de sensación, o bajo la más compleja de la emoción o cualquiera otra manera mediadora.
Todo esto se resume en la palabra “deseo”; es decir, lo atraído o rechazado por los objetos según proporcionen gusto o disgusto al “yo” personal.
El tercer principio es Prana, la vida especializada para el mantenimiento del organismo físico.
El segundo principio es el doble etéreo, y el primero el cuerpo denso.
Estos tres principios actúan en el plano físico.
     
En clasificaciones ulteriores H. P. Blavatsky descarto de la lista de los principios prana y el cuerpo físico denso: prana, por ser la vida universal, y el cuerpo físico denso por no ser sino el complemento del cuerpo etéreo, formado de materiales siempre cambiantes insertos en la matriz etérica.

Adoptando esta manera de ser, llegamos a la grandiosa concepción filosófica de la Vida Una, del Yo Único, manifestado como Hombre, con aspectos diversos y transitorios según las condiciones que le imponen las formas vivificadas.

La vida misma permanece idéntica en el centro, pero se muestra bajo apariencias diferentes, cuando se la mira desde fuera, según el género de materia que contiene uno u otro cuerpo.

En el cuerpo físico, es Prana, que vitaliza, rige y coordina; y en el astral es Kama, que siente, goza y sufre.

La encontraremos todavía bajo otros aspectos al pasar a los planos más elevados; pero la idea fundamental es siempre la misma, y también una de las ideas raíces de la Teosofía, una de esas ideas que, claramente fijadas, sirven de hilo conductor a través del intrincado laberinto de nuestro mundo.



(Tomado del libro: La Sabiduría Antigua)

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