domingo, 24 de abril de 2016

LA GRAN PARADOJA


LA GRAN PARADOJA
H. P. Blavatsky
El estudiante de ocultismo encuentra un gran desafío en controlarse cuando aún no se conoce a sí mismo. La paradoja y aparente separación entre lo interno y lo externo debe ser resuelta para vivir con verdadera libertad.

Según parece, la paradoja es el lenguaje natural del ocultismo. Más aún, parecería que ésta penetra profundamente en el corazón de las cosas, y por ello es inseparable de cualquier intento para poner en palabras la verdad, la realidad que subyace por debajo del drama exterior de la vida.

Y la paradoja no sólo se encuentra en las palabras sino en la acción, en la misma conducción de la vida. Las paradojas del ocultismo deben vivirse, no sólo proferirse. Aquí se encuentra un gran peligro, ya que es demasiado fácil llegar a perderse en la contemplación intelectual del sendero, y así olvidar que el camino sólo puede conocerse caminándolo.

El estudiante encuentra desde el comienzo mismo una paradoja sobrecogedora, que lo confronta con formas cada vez más nuevas y extrañas a cada vuelta del camino.
Uno como él ha buscado quizás el sendero deseando encontrar una guía, una pauta de lo que es apropiado para la conducción de su vida.
Él aprende que el alfa y el omega, el comienzo y el fin de la vida es el altruismo o el no egoísmo: y siente la verdad del adagio, que solamente en la profunda inconsciencia del olvido de sí, puede revelarse la verdad y la realidad del ser a su anhelante corazón.

El estudiante aprende que ésta es la ley del ocultismo y al mismo tiempo la ciencia y el arte de vivir, la guía hacia la meta que él desea alcanzar. Encendido de entusiasmo entra valientemente en la senda de la montaña.
Luego encuentra que su maestro no alienta sus ardientes arranques de sentimiento; su anhelo de olvido total por lo infinito –sobre el plano exterior de su vida y conciencia actuales. Al menos, si ellos de hecho no desalientan su entusiasmo, le trazan, como primera tarea indispensable, el conquistar y controlar su cuerpo. El estudiante encuentra que lejos de incitarlo a vivir en los pensamientos encumbrados de su cerebro, e imaginarse el haber alcanzado ese éter en donde existe la verdadera libertad ―olvidándose de su cuerpo, de sus acciones y de su personalidad exterior― se le pone una tarea mucho más cercana a la tierra.
Toda su atención y vigilancia son requeridas en el plano exterior; nunca debe olvidarse de sí mismo, nunca perder la atención sobre su cuerpo, su mente, su cerebro. Debe incluso aprender a controlar la expresión de cada rasgo, verificar y refrenar la acción de cada músculo, ser maestro del más mínimo movimiento involuntario.
Se le señala como el objeto de su estudio y observación, la vida diaria alrededor y dentro de él. En vez de olvidar lo que usualmente se llaman las pequeñas bagatelas, los pequeños descuidos de lengua o de memoria, se le fuerza a hacerse cada día más consciente de esas equivocaciones, hasta que finalmente éstas parecen envenenar el mismo aire que respira, entiesándolo, creyendo incluso haber perdido de vista y comunicación con el gran mundo de libertad hacia el cual ha estado luchando, hasta que cada hora de cada día parece estar llena del sabor amargo de sí mismo y su corazón se enferma cada vez más por el dolor y la lucha de la desesperación. Y la obscuridad se hace aún más profunda por la voz que al interior de él mismo clama sin cesar diciendo: “olvídate de ti mismo”. ¡Cuidado! no sea que te hagas egocéntrico y la gigantesca hierba mala del egoísmo espiritual se enraíce firmemente en tu corazón; ¡cuidado, cuidado, cuidado!

La voz remueve su corazón hasta lo más profundo ya que siente que las palabras son ciertas, su batalla diaria y a cada minuto le está enseñando que el egocentrismo es la raíz de la miseria, la causa del dolor, y su alma está llena del anhelo de ser libre.

Es así como el discípulo se desgarra por la duda. Él confía en sus instructores, ya que sabe que a través de ellos habla la misma voz que escucha en el silencio de su propio corazón. Pero ahora profieren palabras contradictorias; una, la voz       interior, le pide olvidarse completamente de sí mismo en servicio de la humanidad; la otra, la palabra hablada de aquellos de los que busca guía en su servicio, le piden primero conquistar su cuerpo, su ser exterior. Y a cada hora él se da cuenta mejor que nadie qué tan mal se conoce a sí mismo en esa batalla con la Hydra, y ve crecer de nuevo siete cabezas en el lugar que había cercenado a cada una.

Primero oscila entre las dos, obedeciendo ahora a una, y luego a la otra. Pero pronto aprende que esto es inútil. Porque el sentido de libertad y ligereza, que en un principio llega cuando deja su ser exterior sin vigilar, en busca del aire interior, pronto pierde su agudeza y un repentino sobresalto le revela que se ha resbalado y caído en el sendero ascendente. Entonces, en su desesperación se arroja sobre la traicionera serpiente de sí, y trata de matarla estrangulándola; pero su constante movimiento en espirales elude su alcance, la insidiosa tentación de sus resplandecientes escamas ciega su visión y de nuevo se vuelve a enredar en la agitación de la batalla, la cual le gana día con día, y parece finalmente llenar todo el mundo, borrando todo lo demás fuera de su conciencia. Se encuentra cara a cara con una paradoja abrumadora, cuya solución debe vivirse antes de que pueda realmente comprenderse.

En sus horas de meditación silenciosa, el estudiante encontrará que hay un espacio de silencio dentro de él en donde puede encontrar refugio de sus pensamientos y deseos, de la agitación de los sentidos y de los engaños de la mente. Hundiendo su conciencia profundamente en su corazón puede alcanzar ese lugar ― al principio solamente cuando se encuentra sólo, en el silencio y la obscuridad. Pero cuando la necesidad de silencio ha crecido suficientemente, volverá a buscarlo, incluso en medio de la lucha consigo mismo, y lo encontrará. Sólo que no debe dejar libre a su ser o yo exterior, o a su cuerpo; debe aprender a retirarse a su ciudadela cuando se haga más fiera la batalla, pero hacerlo sin perder de vista la batalla, sin dejarse engañar a sí mismo creyendo que por hacer esto haya logrado la victoria. La victoria se gana solamente cuando todo está en silencio tanto afuera como adentro de la ciudadela interior. Peleando de esta manera, desde adentro de ese silencio, el estudiante encontrará que habrá resuelto la primera gran paradoja.

Sin embargo la paradoja aún lo persigue. Cuando de esta manera logra primero tener éxito en retirarse dentro de sí mismo, sólo busca allí refugio de la tempestad de su corazón. Y cuando lucha para controlar los arrebatos de la pasión y del deseo, se da cuenta de manera más plena de lo enorme de los poderes que se ha jurado a sí mismo conquistar. Aún se siente separado del silencio, más cerca y afín con las fuerzas de la tormenta. ¿Cómo podrá con sus mezquinas fuerzas, hacerle frente a esos tiranos de la naturaleza animal?

Esta pregunta es difícil de contestar en palabras directas; si es que en verdad puede darse una semejante respuesta. Pero la analogía podría indicarnos el camino en donde encontrar la solución.

Al respirar tomamos cierta cantidad de aire en nuestros pulmones y con esto podemos imitar en miniatura al poderoso viento de los cielos. Podemos producir una débil semblanza de la naturaleza: una tempestad en un vaso de agua, un ventarrón que puede arrastrar e incluso hacer zozobrar a un barco de papel. Y podemos decir, “Yo hago esto; es mi aliento”. Pero no podemos soplar en contra de un huracán, y mucho menos contener un ventarrón en nuestros pulmones. Sin embargo los poderes de los cielos están dentro de nosotros; la naturaleza de las inteligencias que  guían la fuerza del mundo está unida a la nuestra, y si sólo pudiésemos darnos cuenta de esto, olvidándonos de nuestros yoes o seres exteriores, los vientos mismos serían nuestros instrumentos.

De igual manera es en la vida. Mientras que el hombre se apegue a su ser exterior, ― sí, incluso a cualquiera de las formas que asume cuando es desechado este “cuerpo mortal” ― seguirá tratando de disolver un huracán con el aliento de sus pulmones Tal empresa es inútil y vana; ya que tarde o temprano los grandes vientos de la vida deberán barrer con él.
Pero si cambia su actitud en sí mismo, si actúa con la fe de que su cuerpo, sus deseos, sus pasiones, su cerebro, no son él mismo aunque él esté a cargo de ellos y sea responsable de ellos; si intenta tratarlo como partes de la naturaleza, entonces podrá esperar llegar ser uno con las grandes mareas del ser, y alcanzar por fin el apacible lugar sin peligro del olvido de sí mismo.


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