LAS CARTAS DE LOS
MAHATMAS.
CARTA N°. 91 B
Carta del Mahatma
K.H. a A. P. Sinnett.
ESPIRITISMO Y LOS
FENÓMENOS
CARTA N° 91 B
Recibí la carta de
C.C.M. y la de usted, y entregué la primera al señor Olcott para contestarla.
De este modo la
mitad de la "perjudicial" acusación queda anulada y explicada de una
manera bastante natural. ¡Pobre mujer!
Incesante e intensamente absorbida por el solo pensamiento de su trabajo —la
CAUSA y la Sociedad— incluso su negligencia y su falta de memoria, sus olvidos
y sus distracciones, son considerados como actos criminales. Otra vez he "osmoseado"
ahora la contestación de él para devolverla con unas cuantas palabras más de explicación
que deben llegar de mí.
La deducción del
señor Massey de que "no se disponía de la previsión del Adepto" en diversos
casos destacados de fracaso teosófico, no
es más que la confirmación del antiguo error de que la selección de miembros y
las acciones de los Fundadores y de los Chelas están controladas por nosotros.
Esto se ha negado a menudo y —según creo— le ha sido suficientemente aclarado a
usted en mi carta de Darjeeling, pero los objetares se aferran a su teoría, a
pesar de todo. Nosotros
no tomamos parte en los acontecimientos ni generalmente los guiamos; sin embargo, vea
usted la serie de nombres que él cita y verá que cada hombre fue un factor útil
para producir el resultado esencial. Hurrychund condujo el grupo hacia Bombay —aunque
ellos se habían preparado para ir a Madras, lo cual, en la etapa en que se
encuentra el movimiento teosófico, hubiera sido fatal. Wimbridge y la señorita
Bates dieron un carácter inglés al grupo y, desde el primer momento resultó de
mucho provecho, al ser la causa de un encarnizado ataque periodístico a los
Fundadores, lo cual originó una reacción; Dayanand imprimió al movimiento un
sello de nacionalismo ario; y finalmente, el señor Hume —que ya es el enemigo
secreto y que, probablemente, se convertirá en enemigo declarado de la causa— ha
ayudado a ello enormemente con su influencia y lo fomentará, a pesar de sí
mismo, como consecuencia del resultado de su deserción. En cada caso, al individuo traidor y enemigo se le dio su oportunidad,
y si no fuera por su falta de rigidez moral, de ello podría haberse derivado un
bien incalculable para su Karma personal.
La señora Billing
es una médium —y con esto queda dicho todo. Excepto esto: que entre los médiums,
ella es la más honrada, si no la mejor. ¿Ha visto el señor Massey la respuesta de ella a la
señora Simpson, la médium de Bostón, de que las preguntas —muy comprometedoras,
sin duda, para la profetisa y vidente de Nueva Inglaterra— deberían presentarse
como prueba de su culpabilidad? Podría
preguntarse: si es honrada — ¿por
qué no ha desenmascarado pro bono publico a todos esos falsos médiums? Ella trató de advertir
a sus amigos repetidas veces y el resultado fue que los "amigos" la
abandonaron y ella misma fue considerada como una difamadora, como un "Judas".
Ella trató indirectamente de obrar de esa manera, en el caso de la señorita
Cook (la joven). Pídale al señor Massey que recuerde cuáles eran sus
sentimientos en 1879, en la época en que estaba investigando los fenómenos de
materialización de esa señorita, cuando fue advertido por la señora Billing
—con toda cautela, y por H.P.B. bruscamente— que estaba confundiendo un trozo
de muselina blanca con un "espíritu". En vuestro mundo de maya y de
calidoscópicos cambios de sentimientos —la verdad es un artículo que raramente
se pide en el mercado; tiene sus épocas, que son muy cortas. Esta mujer tiene
más virtudes genuinas y más honestidad en su dedo meñique que muchas de las que
puedan reunir juntos los médiums de los que nunca se ha desconfiado. Ella ha
sido un miembro leal de la Sociedad desde el momento en que ingresó en ella, y
sus salones de Nueva York son un centro de reunión para nuestros teósofos.
Además, su lealtad es de aquellas que le ha hecho perder la estima de muchos
protectores. A menos que "Ski" la vigile atentamente, también ella
puede convertirse en traidora —precisamente por ser médium, aunque probablemente
no es lo que ella quisiera— además de que, en su estado normal, es incapaz de falsedad
ni de superchería.
Yo no puedo evitar
un sentimiento de repugnancia al entrar en detalles sobre éste, aquel u otros
fenómenos que puedan haber ocurrido. Ellos son los entretenimientos del
principiante y si nosotros, en algunas ocasiones, hemos satisfecho la sed de
ellos (como en el caso del señor Olcott y, en menor grado, en el caso de usted
al principio, puesto que conocíamos el desarrollo
espiritual que de ello se derivaría), no nos sentimos obligados a dar
explicaciones continuamente de las ilusorias apariciones debidas a la mezcla de
negligencia y credulidad, o al ciego escepticismo, según el caso. Por el momento,
ofrecemos nuestro conocimiento —por lo menos parte de él— para que sea aceptado
o rechazado, independientemente de sus propios méritos —únicamente así— de la
fuente de la cual emana. En cambio, no pedimos
ni obediencia, ni lealtad, ni siquiera simple cortesía —más aún, antes
preferiríamos que no se nos ofreciera nada parecido, porque tendríamos que
rechazar el amable ofrecimiento.
Nosotros no
queremos más que el bien de todo el grupo de teósofos británicos serios, y nos importa
muy poco la opinión individual o lo que piense éste o aquel miembro. Nuestros cuatro
años de experiencia han marcado lo suficiente el futuro de las mejores
relaciones posibles entre nosotros y los europeos, para volvernos todavía más
prudentes y menos pródigos en favores personales. Para mí, pues, es suficiente decir que "Ski" ha servido más
de una vez como mensajero e incluso como portavoz de algunos de nosotros; y
que, en el caso al que alude el señor Massey, la carta de "un Hermano escocés"
era auténtica, pero nosotros — incluido el Hermano Escocés— nos negamos rotundamente
a entregársela misteriosamente puesto que, a pesar de las apasionadas súplicas
de Upasika para que hiciéramos algunas excepciones en favor de C.C. Massey, su
"mejor y más querido amigo", un hombre al que ella quería, en el que
confiaba tan incondicionalmente que llegó incluso a ofrecerse para sufrir un año
más de largo y penoso trabajo en el exilio, lejos de la meta final, tan sólo
que consintiéramos favorecerle con nuestra presencia y nuestras enseñanzas —a
pesar de todo eso, pues, no se nos permitió desperdiciar nuestras energías con
tanta prodigalidad. Por lo tanto, se dejó que Madame Blavatsky la enviara
por correo, o si lo prefería, a través de "Ski" —al haberle prohibido
M. que ella se sirviera de sus propios poderes ocultos. Indudablemente que no
se le puede imputar a ella ningún crimen —a menos que la absoluta y loca
devoción a una gran Idea y a aquellos a los que ella considera sus mejores y
más sinceros amigos, pueda considerarse como un agravio. Y ahora, espero que se
me excuse de la necesidad de entrar en una explicación detallada sobre el
famoso asunto de la carta Massey-Billing. Permítame únicamente aclararle cuál
sería la impresión causada a alguien con una mente imparcial y sin prejuicios,
que llegara a leer la carta del señor Massey y la inaceptable evidencia
contenida en ella.
(1) Ningún médium
inteligente, dispuesto a llevar a cabo el plan premeditado de una superchería,
tendría la estúpida idea de producir y colocar ante él, con sus propias manos
(en el caso de ella un libro de notas), ningún objeto en el cual el falso
"fenómeno" iba a realizarse.
Si ella hubiera
sabido que "Ski" colocaba la carta dentro de ese libro de notas, hay
99 probabilidades sobre 100 de que ella no se lo hubiera facilitado. Hace más
de veinte años que ella hizo de la mediumnidad su profesión. Si fue impostora y
farsante sin escrúpulos una vez, tendría que haberlo sido muchas otras veces.
Entre cientos de enemigos y entre un número todavía mayor de escépticos, ella
ha pasado triunfalmente y ha salido ilesa de las pruebas más comprometidas,
produciendo los fenómenos mediumnísticos más extraordinarios. Su esposo —que la
arruinó y ahora la difama— es el único que la acusa con pruebas documentales en
la mano, de ser una embaucadora. H.P.B. le escribió las más violentas cartas de
reproche, e insistió para que se le expulsara de la Sociedad. El la detesta.
¿Para qué, pues, buscar más motivos?
(2) El señor Massey no
es más que un pseudo-profeta cuando dice —qué supone que "se le comunicará
a usted ¡que esas cosas fueron falsificaciones ocultas!" No; el mensaje en
la solapa posterior de la carta del doctor Wyld está escrito por ella, así como
también la primera parte de la carta copiada y ahora citada por él para
provecho de usted —la parte más perjudicial, en opinión de él— y en todo lo que
se me alcanza, no hay ningún mal en ello, tal como ya expliqué. Ella no quiere
que él sepa que ha utilizado a "Ski", de cuya entidad ella sabía que
él desconfiaba, al haberse atribuido al verdadero "Ski" las faltas y
los crímenes de varios otros "Skis", y al ser incapaz el señor Massey
de distinguir el uno de los otros. A su manera vaga e imprecisa, ella dice:
"Que él piense lo que quiera, pero no tiene que sospechar que usted ha
estado cerca de él con Ski a sus órdenes". Y encima de eso, la señora B.,
"la hábil impostora", ducha y "experimentada en engaños"
hace precisamente aquello que se le pide claramente que no haga, es decir, se
acerca a él ¡y le alarga el mismo libro en el cual Ski había puesto la carta!
¡Muy habilidoso, en verdad!
(3) El arguye que
"aunque se concibiera de otra manera (el engaño oculto), el contenido posterior
de la carta era inconsistente con el supuesto objetivo, pues trata de la S.T. y
de los Adeptos con tan evidente genuina devoción, etc. etc." Por lo que
veo, el señor Massey no establece diferencia entre un falsificador
"oculto" y uno común, con los que debe estar familiarizado en su
práctica legal. Un falsificador "oculto", un dugpa, hubiera
falsificado la carta precisamente en este tono. Jamás hubiera cometido el error
de dejarse llevar por sus agravios personales, de modo que privara a su carta
de su característica más ingeniosa. La S.T. no hubiera sido presentada por él
como "una superestructura levantada sobre el fraude", y es
"precisamente la impresión contraria" la que se consigue. Digo es,
porque la mitad de la carta es una falsedad, y una falsedad muy oculta. El
señor Massey tal vez pueda creerme, puesto que no se trata de la parte que le
concierne la que se niega, (toda, a excepción de las palabras
"misterioso" y "o algún otro lugar aún más misterioso")
—"la última parte", precisamente aquella que "el mismo Billing
admitió a regañadientes" como dando "justamente la impresión
contraria". —La "Rama Londres" no representa a nadie, ni vivo ni
muerto. Con toda seguridad que no es a "Lord Lindsay", puesto que
H.P.B. no lo conocía, ni ella tuvo entonces, ni ha tenido después el menor
interés por su "Señoría". Esta parte de la carta lleva tan claro
reflejada la impresión de un torpe fraude que no podría haber engañado más que
a alguien cuya mente ya estuviera predispuesta para ver el fraude en la señora
Billing y en su "Ski". Yo he terminado, y puede usted enseñar esta
carta al señor Massey. Sea cual sea su opinión personal sobre mí mismo y sobre
los Hermanos, ello no puede influir en absoluto en las "enseñanzas"
prometidas a través de su amistosa mediación.
Suyo,
K.H.
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