viernes, 19 de febrero de 2016

EL SISTEMA AL CUAL PERTENECEMOS (Parte 1)

EL SISTEMA AL CUAL PERTENECEMOS
A.P. Sinnett

(Parte 1)

Aunque es de una importancia capital que cualquiera que desee comprender el lugar que el hombre ocupa en la Naturaleza, debe apreciar de una manera correcta las condiciones que determinan su progreso espiritual en la presente etapa de su evolución progresiva, llega por fin un momento en que al estudiante de Teosofía le es indispensable fortalecer su comprensión acerca de las posibilidades que ante sí se le presentan, abarcando puntos de vista más amplios relativos al vasto sistema al cual pertenece. Interin se halle cohibido por las imperfecciones de la máquina pensante del cuerpo físico, no aspirará a una comprensión perfecta del Cosmos, y sólo en pensamiento tratará con lo infinito del espacio, del tiempo y de la perfección espiritual, al objeto de mantenerse en contacto mental con la verdad velada, puesto que existen todavía en series infinitas, fases insondables de existencia que se hallan más allá del último límite de su comprensión. Pero hallará lo necesario para cerciorarse de que algunos grandes problemas que son demasiado abstrusos para que puedan ser asimilados por completo por nuestra conciencia actual, son, sin embargo, accesibles parcialmente a nuestras investigaciones. En realidad, el lugar que ciertamente ocupa el hombre en la Naturaleza, no constituye un reino separado sin conexión con los demás reinos.
Existe un casi impenetrable pasado que hemos dejado atrás, el cual debemos investigar retrocediendo a un período en que los principios de la evolución humana estaban sumergidos en las fases prefactibles de la existencia y en cuanto al futuro, las vías de progreso que conducen a la humanidad hacia sus más elevados destinos, pocos de entre nosotros se hallarán en condiciones para abarcar un largo período del mismo. Pero la idea divina que la humanidad representa, no puede ser razonablemente considerada como una cosa aparte de la Naturaleza en medio de la cual existe. El mundo en que vivimos no puede ser bien comprendido sin poseer algún dato referente a la entera cadena planetaria de la que es un eslabón, y las manifestaciones cíclicas sucesivas a través de las cuales pasa esta cadena, no pueden ser discutidas o analizadas sin relacionarlas con el plan general -hasta donde lleguen nuestras posibilidades para hacerlo-de todo el sistema solar al cual pertenecemos.
El sistema solar es indudablemente un área en la Naturaleza cuyo contenido nadie, excepto los más elevados seres a quienes nuestra humanidad puede concebir, se halla en situación de poder investigar.
Teóricamente podemos sentirnos seguros-como lo vemos en el cielo durante la noche - de que el mismo sistema solar no es más que una simple gota de agua en el océano del gran Kosmos (Kosmos con K, se refiere al Universo infinito y Cosmos con C, al Universo de nuestro sistema solar.), pero que esa gota es a su vez un océano desde el punto de vista deja conciencia de seres tan poco desarrollados como nosotros, y por lo tanto, sólo podemos esperar al presente, adquirir nociones vagas é imperfectas acerca de su origen y constitución. Sin embargo, por -imperfectas que sean, nos permiten señalar el orden de 1as series planetarias a las que nuestra evolución pertenece, el lugar especial en el sistema del cual forma parte; y, sobre todo, nos dan una amplia idea de la relativa magnitud de todo el sistema, de nuestra cadena planetaria, del mundo en que al presente nos hallamos evolucionando, y de los respectivos períodos de evolución en los cuales como seres humanos estamos interesados.
Todos estamos familiarizados con algunos hechos relativos a las grandes series de que deseo hablaros.
Desde el momento que se dieron a conocer las modernas enseñanzas teosóficas, supimos que esta tierra que actualmente habitamos, no es el único mundo que está en relación con la evolución de nuestra familia humana. También comprendimos desde un principio que los siete globos de nuestra cadena, algunos de los cuales pertenecen a los planos super-físicos de la Naturaleza, son reencarnaciones de globos precedentes, asociados con las mismas fuerzas espirituales que concurrieron a su anterior manifestación, y que cuando sus funciones en la evolución presente hayan sido ejecutadas, ellos, a su vez, desaparecerán, y serán substituidos por una nueva cadena de mundos en los cuales las características evoluciones que les son propias empezarán un nuevo ciclo de actividad. Además, sabemos de una manera que no da lugar a dudas, que en el sistema solar existen otras cadenas planetarias además de la nuestra, con cuya evolución y durante su progreso nada tenemos que ver nosotros, aunque en un cierto sentido, profundo é interesante, uno de esos sistemas de evolución -que representa un grado más elevado de espiritualidad que el nuestro- algo ha tenido que ver con nosotros, pues nos ha mecido, por decirlo así, en nuestra infancia, y ha guiado el progreso de algunas de nuestras razas primitivas. Pero al principio de nuestra educación teosófica no nos hallábamos en situación de comprender la estructura general de todo el sistema solar en la misma proporción que lo estamos ahora. Lo que me propongo, pues, al presente, es reunir los conocimientos que gradualmente hemos conseguido adquirir, de suerte que formen una exposición ordenada, y nos coloquen en situación de poder examinar con el ojo mental, un radio más extenso del futuro que el que se refiere a la evolución de nuestra cadena planetaria.
Sabemos que el siete es el número fundamental de nuestro sistema -a lo menos en lo que se refiere a su manifestación física-, y esta simple invariabilidad de la ley, hace al gran problema en cuestión más fácilmente inteligible que lo sería de otro modo cualquiera.
El sistema solar incluye (debemos precavernos contra el lamentable error que podría resultar si dijéramos que está compuesto de) siete grandes esquemas de evolución planetaria, en cada uno de los cuales existen mundos, uno o más, pertenecientes al plano físico. Los esquemas no son todos ideados para concordar entre sí, y en unos más que en otros, los planos superiores de la Naturaleza tienden hacia un mismo fin. Los teósofos están ahora bien familiarizados con la idea de que los planos superfísicos de la Naturaleza pueden ser precisamente tan reales, y por ende, las manifestaciones tan objetivas como las que afectan a los sentidos físicos. Los planos Astral y Devachánico son tan esencialmente necesarios como áreas de manifestación dentro del sistema solar, como lo es el plano físico. Indudablemente, además de los siete esquemas planetarios a que me he referido, existen otros en los planos superiores que en ningún tiempo han tenido planetas físicos relacionados con su evolución. Por el momento no nos será posible ahondar mucho acerca de estos esquemas; pero la certidumbre del hecho de que ellos existen, nos ayudará a poner orden en nuestros espíritus en los sucesivos períodos de esta investigación. Excepto uno solo, nuestro esquema es el que más porción contiene del plano físico, y en el período de nuestro actual manvántara, tres planetas de nuestra propia serie se hallan en este plano, aunque, la constitución de las diferentes cadenas difieren entre sí.
Cada esquema de evolución consta de una serie de siete manvántaras.
Cada manvántara incluye un proceso evolucionario análogo al que en las enseñanzas teosóficas se describe como las siete rondas de nuestra cadena planetaria.
Como que cada ronda constituye un período mundano de actividad en cada planeta por turno de la misma cadena, y como que cada uno de estos períodos mundanos está dividido en siete grandes ciclos distintos, podemos conseguir una idea de la relativa magnitud de un período de raza - como el que se discutió últimamente con alguna extensión en esta logia referente a la raza Atlante - comparado con todo el sistema al cual pertenecemos, si consideramos bien la siguiente progresión:
Siete períodos, comprendiendo cada uno de ellos una raza raíz, forman un período mundano.
Siete períodos mundanos sucediéndose éstos progresivamente uno tras otro como diferentes planetas-, una ronda.
Siete rondas, un manvántara.
Siete manvántaras, un esquema de evolución.
Siete esquemas de evolución (más o menos contemporáneas en su actividad) el sistema solar.
Entre estos esquemas los hay que se hallan en un nivel mucho más elevado que los demás; pero antes de abordar la difícil tarea de describir de una manera más minuciosa las condiciones en que al presente los hallamos, bueno será que retrocedamos en pensamiento a sus principios, y apreciemos la rara intuición con que la moderna ciencia- que no siempre es muy digna de crédito - ha conjeturado con bastante exactitud las condiciones en que existía nuestro sistema antes de que ninguno de sus planetas se hubiese diferenciado.
La hipótesis nebular es una de las más preciadas conquistas de que jamás por sí solo haya demostrado ser capaz de conseguir el intelecto humano. Esta hipótesis concuerda perfectamente sobre este punto con las enseñanzas teosóficas, si bien éstas la interpretan y desarrollan de un modo que no sería posible hacerlo desde el mezquino punto de vista del pensamiento que sólo admite una sola clase de materia.
La teoría de que todos los sistemas solares fueron en sus principios vastas agregaciones de materia muy sutil que se hallaba a una temperatura muy elevada - materia gaseosa, o quizás más sutil todavía-, y que gradualmente cada nebulosa pasó por un proceso de enfriamiento y contracción que condensó sus núcleos y todas las demás partes, es generalmente atribuida al gran astrónomo Laplace. Mr. W. F. Stanley, en su última obra acerca de este punto, traza la génesis de la idea de Tycho Brake, quien sugirió la hipótesis de que las estrellas fueron formadas por la condensación de la substancia etérea de la que, según él suponía, estaba formada la Vía Láctea. Kepler, desarrolló la idea induciendo el parecer de que la substancia nebular pudo originalmente haber llenado todo el espacio, en vez de hallarse confinada a la Vía Láctea, y otros grandes pensadores sugirieron, a su vez, ulteriores modificaciones al concepto original.
Este concepto adquirió gran consistencia cuando en las investigaciones de Sir William Herschell - año 1900 -nos demostró más de 2.000 nebulosas diferentes al alcance del telescopio, Laplace elaboró todo el esquema de una manera mucho más sistemática que ninguno de sus predecesores, desarrollándolo a poca diferencia en la misma forma en que generalmente lo acepta ahora el mundo astronómico.
Laplace demostró que los planetas de un sistema podían formarse sucesivamente, debido primero a la ruptura de la masa central de la nebulosa, y luego a la de los grandes anillos externos de materia condensada. Habiendo sido originalmente sometida la nebulosa a la ley de rotación, los anillos continuaron sujetos a esta misma ley. Gradualmente los anillos se fraccionaron a su vez y entonces la materia de que estaban compuestos formó núcleos que al agruparse, constituyeron o grandes cuerpos esféricos planetarios, o bien multitud de masas meteóricas de menor volumen.
Siguiendo este orden de ideas y amplificándolas, la especulación trata de explicarse el proceso probable que dio origen a la formación de las nebulosas.
Según suponen algunos partidarios de la teoría de los vórtices, la materia es atraída en remolinos en torno de núcleos preexistentes, Según otros, partidarios de la teoría del choque, la nebulosa original fue debida a la colisión que tuvo lugar en el espacio, entre dos fríos y extinguidos soles que se movían en opuestas direcciones con velocidades planetarias. El calor engendrado por una tan espantosa catástrofe, se considera como suficiente para volatilizar toda la materia de que estaban compuestos los dos globos, y de dar nacimiento por este medio a una nueva nebulosa de brillante gas incandescente, la cual pudo ser puesta en movimiento por la naturaleza misma de la colisión que la produjo pues no es probable que el choque entre los dos cuerpos tuviera lugar en los respectivos puntos centrales de sus masas. Al presente, creo que la teoría que atribuye el origen de las nebulosas al choque entre dos cuerpos, es la más probable, y es muy interesante el saber por nuestros más grandes Maestros que, si bien prácticamente no es éste el método de desarrollo que fue adoptado para nuestro actual sistema solar, sin embargo, ha sido empleado en los procesos de la Naturaleza en algunos otros sistemas, y puede hallarse en armonía con las actividades de planos más elevados que el físico, las cuales nuestra intuición teosófica nos hará comprender al momento, que deben ser siempre el agente principal, cuando un sistema solar es llamado a la existencia.
En efecto, el método adoptado en la inauguración de nuestro sistema solar estuvo, desde un principio, en relación perfecta con los planos superiores de la Naturaleza, En un nivel de materia superfísica se puso en acción una fuerza cuyo efecto fue la creación de lo que nosotros podemos imaginar-sin tener la pretensión, acerca de este punto, de que imaginamos con exactitud -como un vasto campo eléctrico extendiéndose en una región del espacio mucho mayor que el área que abarca la órbita de Neptuno. La región del espacio afectado, empieza por ser ocupado por una cierta clase de materia, o, mejor dicho, por ciertas clases de materia. Cuanto más consigamos asimilarnos el espíritu de la doctrina oculta, tanto más claramente comprenderemos la idea de que el Espacio no está en parte alguna vacío o desocupado. Puede que, no contenga nada que afecte a nuestros limitados sentidos; pero, a pesar de ello, es antes bien un plénum que un vacío. Algo hay que llena todo el espacio con lo cual podemos estar relacionados en espíritu. Sabiendo esto, y sabiendo también que la materia de otros planos, además del físico, está igualmente sujeta a limitaciones - si nos referimos, por ejemplo, al plano astral, no afirmamos que sea un infinito homogéneo, sino que es el plano astral de esta tierra-, de modo que con frecuencia los estudiantes esotéricos se hallan perplejos y se preguntan: ¿cuál es el plano común al sistema solar en la serie ascendente, y cuál es común al Cosmos? La respuesta a este enigma, puede encontrarse en el hecho de que cada plano está representado por materia en diferentes - generalmente siete- grados de sutilidad. Los subplanos inferiores están, en todos los casos, especializados en torno de cada planeta; pero en cada caso el subplano más elevado es coextensivo con el sistema solar, con el universo mismo, a pesar de lo contrario que nosotros creemos saber. Así pues, en cierto sentido, hasta el plano físico es coextensivo con el espacio, pues está representado por el éter más elevado, el éter en estado atómico.
Del mismo modo sucede con los planos astral y devachánico; éstos, en sus estados más elevados, son coextensivos con el éter; y así sucesivamente con los planos más elevados que a su vez son también coextensivos con otro superior o más sutil.

Con esto se verá claramente que la materia en todas sus variedades, así como en todas sus potencialidades, se halla en la región en que el poder sublime que dirige la manifestación de nuestro sistema, produce las actividades ya referidas. Según se nos dice, estas actividades sólo tuvieron por objeto el de reunir como en un vórtice dentro del espacio que las rodeaba, inmensos acopios, adicionales del éter que todo lo llena. Con respecto a esto, se presentan al espíritu algunas dificultades científicas; pero los sistemas solares se hallan lo suficientemente separados unos de otros en su distribución por el espacio, para armonizar con la idea de que hasta el éter, aunque hemos de considerarlo como un algo incomprensible, pues no hay medio de reconciliar las ideas corrientes que acerca de la materia tenemos, con algunos de sus atributos, puede ser atenuado en los espacios intersolares, y relativamente condensado dentro y en torno de los sistemas solares. Sea como fuere, la interpretación esotérica del principio de nuestro sistema solar parece envolver la idea de una condensación semejante como la de que, sobre el éter en esta condensación, descendió una influencia desde algún plano elevado de la Naturaleza, la que convirtió por último a la masa condensada en una nebulosa física - una masa inmensa de gas incandescente a una temperatura inconcebiblemente elevada 

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