EL SISTEMA AL CUAL PERTENECEMOS
A.P. Sinnett
(Parte 3)
Con esto se verá
que nuestra Tierra, por ejemplo, con sus compañeros los demás planetas, no son
sólo una nueva creación al compararles con el estado de cosas que existía
cuando la nebulosa se condensó sino que son la cuarta generación de esas nuevas
creaciones, y aun esto, sólo es al referirse a nuestro propio esquema.
Ignoro en qué forma se distribuyó en un principio la
materia planetaria del sistema, pero puede deducirse con bastante exactitud que
de Urano hacia acá, ninguno de los planetas existentes pertenece a la primera
serie de los producidos por la nebulosa.
Por lo que a este
punto se refiere, no nos incumbe a nosotros ahondar mucho acerca del actual curso
de los acontecimientos. Nuestro conocimiento del plan de la Naturaleza, así
como del lugar que nosotros mismos ocupamos en ella, no ganaría gran cosa si
por ejemplo nos fuese dable saber cuáles planetas existían en conexión con la evolución de Urano
antes de que éste existiese; ni con respecto a las demás cadenas nos sería de
gran provecho el conocer el número de predecesores que en edades pasadas han
tenido cada uno de los planetas que ahora conocemos.
Pero existen algunos aspectos del problema que para
nosotros presentan fases de un interés peculiar, pues están relacionados con
nuestra cadena, y, sin entretenernos en hacer conjeturas acerca de las analogías
que puedan existir entre nuestro esquema y los demás, podemos dirigir útilmente
nuestra atención en esta etapa de la investigación, al plan según el cual
nuestras habitaciones planetarias son de tiempo en tiempo nuevamente modeladas.
Cuando la corriente de vida abandona a cada planeta
(en nuestro esquema) durante la séptima ronda, todos ellos son uno tras otro
sucesivamente desintegrados, y la materia de que están compuestos vuelve al
océano general de la misma que existe en los ámbitos del sistema solar. Para el próximo manvántara son desarrollados
nuevamente los planetas correspondientes, los cuales vienen a ser como si
dijéramos las reencarnaciones de los principios superiores contenidos en los
antiguos. De
este proceso, está excluido el cuarto planeta de cada cadena, aquel cuya
constitución es la más física de todas.
De este planeta se
desprende o separa una gran parte de la materia de que está compuesta, debido a
un procedimiento que se comprenderá fácilmente, y en esta su más limitada
condición se convierte en la luna o satélite de su sucesor.
Cada nuevo planeta
físico que viene a la existencia puede ser creado - como lo son aun los mismos
sistemas solares - de diversas maneras; pero nuestra Tierra parece haber sido
creada según un plan muy parecido al que se empleó para el desarrollo de todo
nuestro sistema. En una área apropiada
del espacio fue desarrollada una nebulosa planetaria cuya materia fue extraída
del referido espacio que la rodeaba; esta materia, procedía sin duda del
material desintegrado de primitivos planetas que habían sido destruidos, o
quizás también de materia meteórica perteneciente al sistema en general que aun
no había sido utilizada anteriormente. La nueva nebulosa terrestre fue
desarrollada alrededor de un centro que poco más o menos conservaba la misma
relación con el moribundo planeta, que los centros de la Tierra y de la Luna
conservan actualmente entre sí. Pero esta
agregación de materia ocupaba, en su condición nebular, un volumen inmensamente
mayor que el que ocupa ahora la materia sólida de la Tierra. Se extendía en
todas direcciones lo suficiente para abarcar dentro de su ígneo perímetro al
viejo planeta. La temperatura de una nueva nebulosa parece ser mucho más
elevada que cualquiera de las que nos son conocidas, y, debido a esta circunstancia,
el viejo planeta recibió nuevamente de un modo superficial, un grado de calor
de una naturaleza tal, que toda la atmósfera, agua y materia volátil que contenía
fue convertida en gases, y de esta suerte fue supeditado a la influencia de la
atracción del nuevo centro establecido en el punto central de la nueva
nebulosa. De este modo la atmósfera y
mares del viejo planeta pasaron a formar parte de la constitución del nuevo,
por cuya razón la Luna es al presente una masa árida y brillante, estéril y sin
nubes, inhabitable para toda clase de seres físicos. Cuando el presente
manvántara toque a su término, durante la séptima ronda, su desintegración será
completa, y la materia que en ella se conserva todavía unida, se convertirá en
polvo meteórico que será empleado, junto con el océano de esa clase de materia,
para la formación en lo futuro de nuevas nebulosas planetarias.
Los cambios que de tiempo en tiempo se verifican en la
economía interna del sistema solar, deben, naturalmente, producir efectos
perturbadores en los movimientos de los planetas ya existentes. Esos efectos
tienen lugar siempre que un antiguo planeta es desintegrado o algún nuevo
planeta es solidificado, y probablemente en los procesos cíclicos esas
perturbaciones tienen por objeto activar en el momento oportuno el progreso de
los mundos. Sucede
a veces que datos aislados procedentes de enseñanzas ocultas, indican
acontecimientos astronómicos que razonablemente no podemos atribuir a causas
cósmicas visiblemente en acción. Tales
acontecimientos es muy probable que sean producidos por cambios que a grandes
intervalos tienen lugar en lo que puede llamarse la configuración del sistema. A ninguna generación de seres
pensantes de ningún planeta, le es dable ser testigo de la evolución de un
nuevo mundo o de la destrucción de un mundo antiguo. Tales procesos son de una
duración enorme comparados con la brevedad de la vida humana. Pero en diversos períodos del futuro deben
tener lugar crisis en las cuales los seres inteligentes de algunos planetas serán
testigos de la formación de nuevos mundos. El presente manvántara del esquema
de Venus, por ejemplo, se halla en un período tan avanzado con respecto al nuestro,
que la humanidad terrestre, en alguna ronda futura de nuestro presente
manvántara, podrá quizás presenciar los preparativos de la evolución del
planeta que debe suceder a Venus, si bien en aquel tiempo la mayoría de la
humanidad se hallará en un grado tan avanzado de la evolución, que ningún
fenómeno celeste le causará sorpresa o le será ininteligible,
Y ahora, para
concluir, podemos dirigir nuestra atención a la fase más elevada de nuestro
gran tema, y tratar de comprender, en cuanto esto le sea posible a la mente
humana funcionando bajo nuestras actuales limitaciones, el objeto espiritual
del inmenso sistema al cual pertenecemos, a la Idea Divina que en él se oculta,
de la cual este sistema, con toda la asombrosa complicación de esquemas
evolucionarios que encierra, y con su infinita diversidad de vida, es la
manifestación visible.
Con respecto al
plan colectivo de la Naturaleza, pueden a veces darse casos en que nos sea
dable comprender, hasta cierto punto, alguna de sus grandes manifestaciones,
aun cuando los medios puestos en, acción por la fuerza que opera, escapan a
todas nuestras más minuciosas investigaciones. Recuérdese que desde
el punto de vista del teósofo, no existen fuerzas ciegas en el Kosmos que por
medio de su accidental concurso puedan añadir mundos y sistemas a los mundos y
sistemas existentes. Sea lo que fuere lo que suceda en los niveles
relacionados con la inauguración de un sistema solar, éste es la directa expresión
de la Voluntad de un Ser lo suficientemente elevado en atributos para hacer
objetiva esta voluntad, para convertirse en la manifestación que El ha creado
por medio del pensamiento. Podemos respetuosamente designar al Ser cuya Voluntad
crea, y cuya Vida está sumergida en nuestro sistema solar, con el nombre de Logos del sistema, nombre que
por otra parte nos es a todos familiar, y que está asociado con la idea de la
Divinidad.
Podemos aún ir más allá. Podemos concebirlo como surgiendo por modo incomprensible
de la Suprema Conciencia Infinita, y dando principio a la creación del sistema
por medio de un supremo acto de abnegación de Sí Mismo. En Su naturaleza
reside la potencialidad de una ilimitada multiplicación de Su individualidad.
Sin el debido esfuerzo de Su parte, esas innumerables posibilidades yacerían
dormidas en la Conciencia Suprema. El realiza en la creación del sistema en el
cual se convierte, el primer gran acto de lo que a veces se llama sacrificio. Su sacrificio, su sumisión a las limitaciones
inherentes al sistema, las cuales persisten mientras éste existe, no es hecho,
como sucede con el sacrificio de los seres de menor categoría, el uno para el otro
o para los otros sino para aquello, que son aún como no existentes.
El da su vida a los aun no nacidos, a aquellos que sin
Su abnegación jamás llegarían a tener conciencia de sí mismos, a fin de que la
suma total de Conciencia Divina pueda enriquecerse más y más por medio de la adición
de innumerables centros que posean conciencia individual.
Este gran acto de
sacrificio ha sido realizado en beneficio nuestro; nuestro y en el de todos nuestros semejantes y
demás seres que no son semejantes nuestros, todos los cuales nos estamos
elevando a través de los diferentes grados de la evolución espiritual, hacia el
nivel de la Naturaleza del cual partió el primer impulso que produjo todos los
globos del sistema planetario que vemos, y a todos los que aun no vemos en el
cosmos de la vida objetiva.
La primera gran
oleada de la vida del Logos que da el ser a nuestro sistema, es la primordial
expresión de una ley que se manifiesta a través de todos los mundos que nos son
conocidos, la ley que en cada etapa de la existencia dispone que la vida y la
energía sean producidas en beneficio de otras conciencias diferentes de la del
dador de esta vida, si bien al fin para ser fundidas en ella; la ley que es el
alma de todo el sistema, es una ley que no envuelve ningún sacrificio absoluto
y final, pero sí la única por cuyo medio puede alcanzarse en la Naturaleza el
progreso y la perfección.
Esta oleada se nos
demuestra en su más sublime aspecto en la manifestación del mismo sistema; en
algunas de sus obras más sencillas en el plano físico de la vida, es una ley de
amor y desinterés; en los grados intermedios es conscientemente guiada por
aquellos que desde los más elevados niveles de la existencia que nos rodean,
estimulan el desarrollo espiritual y el bienestar de la humanidad. Cuanto mayor sea nuestro conocimiento acerca del
verdadero ocultismo, y de que en los planos superiores del ser el poder es
ejercido por modo inteligente, tanto más nos convenceremos de la realidad de
este gran principio, que es asimismo, aunque de un modo distinto, el de
estimular la inagotable filantropía del adepto, así como la liberalidad y
desinterés de todas las personas de sentimientos elevados, las cuales obran
todavía más o menos inconscientemente obedeciendo a los hasta ahora apenas
articulados impulsos de su naturaleza espiritual que principia a despertar. El fin, en nuestro actual estado, no podemos
comprenderlo claramente; pero podemos tener la absoluta seguridad de que todos
aquellos que por simpatía a los demás, se prestan voluntariamente a llevar al
terreno de la práctica este elevado principio, colaboran a la gran empresa que
nuestro sistema tiene la misión de llevar a cabo, y en lo futuro, si perseveran
en este camino, colaborarán a esta empresa con un conocimiento de causa más
claro y perfecto, el cual les servirá de guía y norma para comprender el fin
que se propone, y de esta suerte devolverán su respuesta a la simpatía Divina,
de la cual sus propias conciencias, como seres individuales vivientes, son uno
de los innumerables frutos.
Algunos, cuyo número ignoramos - y para llevar a
comprender un asunto de tamaña magnitud bien podemos tomarnos la molestia de
esperar-, aspiran, por medio de la completa
unificación de su fuerza vital con la energía del aliento que compenetra todo
el sistema, a elevarse de etapa en etapa de exaltación espiritual a través de
los diferentes esquemas de evolución de que consta el sistema, hasta que llegan
al punto culminante de su ascensión y se hallan en el nivel del Ser por Quien,
y por medio de Quien, toda conciencia existente en el sistema ha sido
desarrollada. Su energía vital se ha desprendido de El en un
principio, y se ha envuelto en mil limitaciones. Cuando la gran obra llega a su
punto culminante, esta energía vital vuelve a fundirse en El, pasando a través
de los nuevos canales de energía espiritual, a través de los nuevos Lagos
menores que constituyen Su propia reflexión en los múltiples planos de la Naturaleza
hacia los cuales Su influencia ha sido proyectada. En la ilimitada extensión del
universo vendrá el momento en que a esos nuevos Logos les llegará a su vez el
turno de llevar a cabo misiones sublimes análogas a las de su progenitor. No
nos es dable prever, por el momento, de qué modo las innumerables individualidades
que no habrán conseguido todo el desarrollo evolucionario que puede adquirirse
en el sistema, serán de nuevo fundidas en Su conciencia infinita, cuando el
tiempo del esfuerzo haya terminado, cuando la noche del pralaya conceda el
reposo lo mismo a las más humildes como a las más elevadas formas de
conciencia. Ni
siquiera podemos leer claramente en los últimos capítulos de la comenzada historia
del sistema, en lo referente a la unificación de toda la maravillosa diversidad
de energías vitales que deben aún hallarse presentes en esta fase de la
manifestación, durante todo el tiempo que los planetas continúen girando en
torno del origen de la energía vital a la que damos el nombre de Sol. Sin embargo, se nos
dice, y aun con lo poco que comprendemos acerca de las condiciones espirituales,
lo podemos en parte colegir, que la
individualidad que llamamos el Logos, es siempre una hueste de individualidades
reunidas en una sola individualidad, y que todavía continuará siendo tal
hueste, sobre cuyo aumento numérico sería en vano especular, cuando la cosecha
de posibilidades haya sido realizada y el propósito del gran Mahamanvántara
haya llegado por completo a su término.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario