lunes, 15 de febrero de 2016

LAS CARTAS DE LOS MAHATMAS. CARTA N°. 54

LAS CARTAS DE LOS MAHATMAS.
CARTA N°. 54
Carta del Mahatma K.H. a A. P. Sinnett.

CARTA Nº 54
Recibida en Simla, en octubre de 1882.
Mi querido amigo:—La renuncia y abdicación de nuestro gran "Yo soy" es para éste, su humilde servidor, uno de los más agradables acontecimientos de la temporada. ¡Mea culpa! exclamo y, voluntariamente, pongo mi culpable cabeza bajo una lluvia de cenizas —de los cigarros de Simla, si le parece— ¡porque eso fue lo que hice! Algo bueno ha resultado de ello en forma de un excelente trabajo literario —(aunque, desde luego, yo prefiero su estilo)— para la Sociedad Madre, pero ninguno se ha derivado para la desamparada "Ecléctica". ¿Qué ha hecho él por ella? En una carta a Shishir Koomar Gosh (de la A.B. Patrika) él se lamenta de que a causa de SKS (?) incesantes esfuerzos (de Hume), casi había "convertido a Chesney a la Teosofía" cuando el gran espíritu anticristiano del Theosophist rechazó con violencia al coronel. Esto es lo que nosotros podemos denominar —alteración de los hechos históricos. Le remito la última carta que me envió, en la que usted descubrirá que está por completo bajo la influencia de su nuevo gurú, "el buen Swami Vedantino" (quien se ofrece para enseñarle la filosofía Advaita con un Dios incluido, por la vía del perfeccionamiento) —y del Espíritu del Sandaram. Su argumento, tal como usted descubrirá, es que con el "buen viejo Swami", sea como sea, él aprende algo, mientras que con nosotros le es imposible "aprender nunca nada".
Yo —no le aseguré a él nunca que todas las cartas no surgieran del fértil cerebro de la "Vieja Dama". Incluso ahora, añade, cuando ha conseguido la certeza subjetiva de que nosotros somos entidades distintas de Mad. B. —"yo no puedo decir lo que es usted; usted podría ser Djual Khool o un espíritu del elevado plano oriental", etc. ... y sigue por el estilo. En la carta incluida dice que nosotros "podemos ser tantrikistas" (convendría averiguar el valor del cumplido) —y él se está preparando— aún más, está ya preparado —para zambullirse, una vez más, desde el Advaitismo extremista a un teísmo trascendente. Amén. Lo dejo para el Ejército de Salvación.
Sin embargo, no me gustaría verle romper por completo su relación con la Sociedad; primero, por su propio valor literario intrínseco, y luego porque puede usted estar seguro de que tendría un infatigable, aunque secreto enemigo que emplearía su tiempo descargando la tinta de su incisiva pluma contra la Teosofía, denunciando a todos y a cada uno de la Sociedad, a todos y a cada uno de los de fuera de ella, y haciéndose desagradable de mil maneras. Como dije una vez, puede parecer que perdona, y es precisamente la clase de hombre que se embauca a sí mismo ante su propio reflejo en el espejo, con magnánima indulgencia, pero en realidad nunca perdona ni olvida. Fue una noticia agradable para M. y para todos nosotros saber cómo fue usted elegido Presidente, con sosiego y por unanimidad, y todos nosotros, "maestros" y chelas, saludamos fraternal y calurosamente su acceso al puesto; un hecho consumado que nos reconcilia incluso con las tristes y humillantes opiniones con que el señor Hume expresó su total indiferencia por los chelas e incluso por sus maestros, añadiendo que le importaba muy poco encontrarse con ellos. Pero ya se ha dicho bastante de quién puede ser mejor descrito con las palabras del proverbio tibetano:
". . . Como pájaro nocturno: de día un gracioso gato; en las tinieblas, una asquerosa rata".
Una advertencia —una seria advertencia de nosotros dos: no confíe en el pequeño Fern — tenga cuidado con él. Su plácida serenidad y sus sonrisas cuando le habla de "una leve amonestación suavizada con clemencia", y de que es mejor ser reprendido que ser rechazado —todo es fingido. Su carta de contrición y de arrepentimiento a M. —que éste le envía a usted para que la guarde— no es sincera. Si usted no lo vigila estrechamente barajará las cartas por usted, de tal manera que puede llevar a la Sociedad a la ruina, porque se ha jurado a sí mismo que la Sociedad se levantará o se hundirá con él. Si el próximo año fracasa otra vez —y a pesar de sus grandes dotes, ¿cómo puede semejante incurable pequeño jesuita y embustero evitar el fracaso?— Hará todo lo posible para que la Sociedad caiga con él —al menos en lo que se refiere a la creencia en los "Hermanos". Intente salvarle, si es posible, mi muy querido amigo; haga todo lo que pueda para que vuelva al camino de la verdad y de la generosidad. Es una verdadera lástima que esas dotes se ahoguen en un lodazal de inmoralidad tan fuertemente inculcado en él por sus primitivos tutores. Mientras tanto, tenga cuidado de no dejarle ver nunca ninguna de mis cartas.
Y ahora, hablemos de C.C. Massey y de las cartas de usted. Tanto su explicación como su respuesta son excelentes. Sin duda que a duras penas podría encontrarse entre los teósofos británicos un hombre más sincero, veraz y con más noble disposición (sin exceptuar a S. Moses). Su único y principal defecto es —su debilidad. Si él se enterara algún día de cuan profundamente ha agraviado en pensamiento a H.P.B. —ningún hombre se sentiría más desgraciado por ello. Pero esto queda para más adelante. Si usted lo recuerda, en mi carta a H. sobre el tema yo "prohibí todo arreglo", por la sencilla razón de que la Sociedad Teosófica Británica había fracasado y, virtualmente, ya no existía. Pero, si recuerdo bien, añadía —que si la volvieran a establecer sobre una base firme, con miembros como la señora K. y su escribiente— nosotros no tendríamos ningún inconveniente en instruirles a través de usted — o decía palabras parecidas. Ciertamente, me oponía a que mis cartas se imprimieran y se pusieran en circulación como las de Pablo en los bazares de Efeso —para beneficio (o tal vez para burla y crítica) de algunos miembros aislados que apenas si aceptaban nuestra existencia.
Pero no me opongo en el caso de un arreglo como el que propone C.C.M. Sólo que, déjelos que primero se organicen, abandonando por entero a su suerte a fanáticos como Wyid. El se negó a admitir a la hermana del señor Hume, la señora B., porque al no haber presenciado nunca ningún fenómeno mesmérico no creía en el mesmerismo; y se negó a aceptar a Crookes, recomendado por C.C.M., como se dijo. Yo nunca negaré mi ayuda y mi cooperación  a un grupo de hombres sinceros y ansiosos de aprender; pero si se admite otra vez a hombres como el señor Hume —hombres que, en general, disfrutan representando en todo sistema organizado en el que toman parte los papeles desempeñados por Tifón y Arimán  en los sistemas egipcio y zoroastriano— entonces es mejor que el plan se abandone. Me asusta la aparición impresa de nuestra filosofía tal como la expone el señor H. Leí sus tres ensayos o capítulos acerca de Dios (?), la cosmogonía y vislumbres del origen de las cosas en general, y hube de tacharlo casi todo. ¡El hace de nosotros unos Agnósticos'. ¡Nosotros no creemos en Dios porque, hasta el presente, no tenemos pruebas, etc. Esto es absurdamente ridículo: si él publica lo que yo he leído, tendré que dejar que H.P.B. o Djual Khool lo desmientan todo, pues no puedo permitir que nuestra sagrada filosofía sea tan desfigurada. El dice que la gente no aceptaría toda la verdad; que si no les complacemos con la esperanza de que puede haber "en el cielo un Padre amante, creador de todo", nuestra filosofía será rechazada a priori. Si ese es el caso, cuanto menos oigan de nuestras doctrinas esos tontos, tanto mejor para ambas partes. Si no quieren toda la verdad y nada más que la verdad, ¡tanto peor! Pero —en ningún caso— jamás nos encontrarán pactando con los prejuicios públicos y fomentándolos. ¿Llama usted a esto "candidez" y —honradez "desde el punto de vista europeo"? Lea la carta de él y juzgue. La verdad, mi querido amigo es que, a pesar de la gran oleada de misticismo que está invadiendo ahora un sector de la clase intelectual europea, la gente de Occidente apenas si ha aprendido todavía a descubrir, en su sentido más elevado, lo que nosotros denominamos sabiduría. Hasta ahora, en su mundo sólo es apreciado como realmente sabio aquel que más hábilmente puede dirigir los negocios de la vida, de modo que pueda conseguir que produzcan el mayor provecho material —honores o dinero. La cualidad de la sabiduría siempre le fue negada y siempre se le negará, al menos durante largo tiempo —hasta finales de la 5a Raza— a aquel que busca enriquecer la mente en beneficio propio y para su éxito y placer, incluso prescindiendo del objetivo de conseguir beneficios materiales.
Para la mayoría de sus compatriotas que rinden culto al oro, nuestras realidades y nuestros teoremas serían llamados divagaciones fantásticas, sueños locos. Deje que los Fragments e incluso sus mismas magníficas cartas, publicadas ahora en Light, caigan en las manos y sean leídas por el público en general —ya sean materialistas, teístas o cristianos— y le apuesto diez contra uno a que cada lector del montón fruncirá la boca con un ademán despectivo y con la exclamación de: "todo esto puede que sea muy profundo e instructivo, pero ¿qué utilidad tiene en la vida práctica?" —y apartará las cartas y los Fragments de su pensamiento para siempre.
Pero ahora su posición con respecto a C.C.M. parece cambiar y usted está atrayéndole gradualmente. El anhela, sinceramente, tener otra oportunidad en ocultismo y está dispuesto a "dejarse convencer"; no debemos desanimarlo. Pero yo no puedo comprometerme a proporcionarles, ni a ellos ni a usted mismo, nuevos hechos hasta que se tome en cuenta todo lo que ya les he dado y enseñado desde el principio, (véase los Ensayos del señor Hume), de una manera sistemática, y hasta que no sea asimilado por ellos. Ahora estoy contestando a su numerosa serie de preguntas —científicas y psicológicas— y usted tendrá material suficiente para uno o dos años. Por supuesto que siempre estaré dispuesto a dar más explicaciones y, por lo tanto, las consiguientes aclaraciones —pero me niego rotundamente a enseñar nada más hasta que usted haya comprendido y asimilado todo lo que ya se ha dicho. Ni tampoco quiero que publique nada de mis cartas, a menos que no haya sido previamente editado, ordenado y arreglado por usted. No dispongo de tiempo para escribir "ensayos" de una manera regular, ni mi habilidad literaria llega tan lejos como para eso.
Y ahora, ¿qué hacer con la mente de C.C.M. tan llena de prejuicios contra la autora de Isis y contra nosotros mismos, que nos hemos atrevido a tratar de introducir a Eglinton en los sagrados recintos de la S.T.B. y a llamar a + "Hermano"? "Desde el punto de vista europeo", nuestras transgresiones y nuestros pecados reunidos, ¿no serán lastimosamente un obstáculo para la mutua confianza y no nos conducirán a sospechas y malos entendidos interminables? Ahora precisamente, no estoy preparado para proporcionar a los teósofos británicos la prueba de nuestra existencia en carne y hueso o de que no soy, en suma, el "cómplice" de H.P.B.; porque todo esto es cuestión de tiempo y —de Karma. Pero, aún suponiendo que sea muy fácil demostrar lo primero, sería mucho menos fácil refutar lo último. Un "K.H.", es decir, un mortal de apariencia corriente y medianamente familiarizado con la filosofía inglesa, la vedanta y la buddhista, e incluso con un poco de malabarismo de salón, es fácil de encontrar y de proporcionar, a fin de demostrar su existencia objetiva más allá de toda duda y reparo.
Pero, ¿cómo proporcionar la absoluta certeza moral de que el individuo que pueda hacer su aparición de este modo no es un K.H. de pacotilla, un "cómplice" de H.P.B.?
¿Acaso St. Germain y Cagliostro, ambos caballeros de esmerada educación y conocimientos —y presumiblemente europeos y no con "la piel atezada" de mi especie— no fueron considerados en su tiempo, y todavía son considerados así por la posteridad, como impostores, cómplices, maquinadores y qué sé yo que más? Sin embargo, estoy moralmente obligado a tranquilizar —mediante la bondadosa intervención de usted— el ánimo de C.C.M. con relación al engaño del que se creyó objeto por parte de H.P.B. El parece pensar que ha conseguido pruebas de ello absolutamente irrecusables. Y yo digo que no las tiene. Lo que ha conseguido es, simplemente, la prueba de la villanía de algunos hombres y ex-teósofos como Hurrychund Chintamon, de Bombay, y ahora de Manchester y de otras partes; el hombre que robó a los Fundadores y a Dayanand la suma de 4.000 rupias, los engañó y se aprovechó de ellos desde el principio (desde los tiempos de Nueva York), y luego, descubierto y expulsado de la Sociedad, se refugió en Inglaterra y desde entonces está sediento de venganza. Y otro por el estilo es el doctor Billing, el esposo de esa buena y honrada mujer, la única médium realmente digna de confianza y honesta que conozco, la señora M. Hollis-Billing, con la que se casó por su pequeña fortuna, arruinándola durante el primer año de su matrimonio y cayendo en concubinato con otra médium; y cuando fue reprendido con vehemencia por H.P.B. y Olcott —abandonó a su esposa y a la Sociedad, y se revolvió con amargo odio contra las dos mujeres; y desde entonces siempre está buscando envenenar en secreto las mentes de los teósofos y espiritistas británicos contra su esposa y H.P.B. deje que C.C.M. recopile todos estos hechos, desentrañe el misterio e investigue la relación entre sus informadores y los dos calumniadores de las dos inocentes mujeres. Que investigue a fondo y pacientemente antes de creer en ciertos informes —e incluso en pruebas presentadas— no sea que sobrecargue su Karma con un pecado más grande que cualquier otro. No hay piedra que estos dos hombres dejen sin remover para conseguir sus malvados propósitos. Durante los últimos tres años, Hurrychund Chintamon nunca desaprovechó una ocasión para que cada teósofo con el que entraba en contacto depositara su confianza en él, vertiendo en sus oídos supuestas noticias de Bombay acerca de la doblez de los Fundadores; y para propagar informes entre los espiritistas acerca de los pretendidos fenómenos de Mad. B., demostrándoles que todos ellos eran simplemente "trucos descarados" —alegando que ella no tiene idea, en realidad, de los poderes del Yoga; o bien, otras veces, enseñando cartas de ella recibidas por él, mientras ella estaba en América, y en las cuales la hace aparecer como aconsejándole —que finja ser un "Hermano" y así engañar mejor a los teósofos británicos; y mientras H.C. está haciendo todo esto y mucho más, Billing está "trabajando" a los místicos londinenses. Ante ellos asume la actitud de víctima de su excesiva confianza en una esposa a la que desenmascaró como una médium falsa y tramposa, ayudada y sostenida en esto por H.P.B. y H.S.O.; él se lamenta de su cruel destino y jura por su honor (!) que la abandonó sólo porque descubrió que era una impostora, y su honradez se sublevaba ante semejante unión. Así pues, C.C.M. llegó gradualmente a negar y a repudiar la suplantación repugnante y deforme que le fue impuesta bajo la apariencia de H.P.B. basándose en la fuerza y en la autoridad de los informes de esos hombres y de las personas demasiado confiadas que, al creer en ellos, les ayudan. Créame — no es así. Si él le dice que se le enseñaron pruebas documentales —respóndale que una carta de su puño y letra y encima con su propia firma podía haber sido falsificada tan fácilmente como cualquier otro documento, y que dicha carta, puesta en manos de la ley, le enviaría al banquillo de los acusados en veinticuatro horas. Un hombre que fue capaz de falsificar en un testamento simulado la firma del testador y después, sosteniendo la mano del hombre ya muerto, colocarle una pluma en ella y guiarla sobre la firma ya hecha para proporcionar a los testigos la oportunidad de jurar que habían visto al hombre firmando —es una persona que está dispuesta a llevar a cabo un acto mucho más grave que el de calumniar simplemente a un extranjera impopular.
Cuando, sufriendo por haber sido descubierto y dispuesto a vengarse, H. Ch. llegó hace tres años desde Bombay, C.C.M. no quiso recibirle ni verle ni escuchar su justificación, porque Dayanand —a quien él reconocía y aceptaba en aquel tiempo como su jefe espiritual— le mandó aviso para que se mantuviera apartado de ese ladrón y traidor. Sucedió entonces que este último y C. Cárter Black —el jesuita expulsado de la Sociedad por calumniar en el Poli Malí Gazette a Swami y a Hurrychund —se convirtieron en los mejores amigos. Durante más de dos años. Cárter Black había removido cielo y tierra para lograr ser readmitido en la Sociedad, pero H.P.B. había demostrado ser una Muralla China contra tal readmisión. Los dos ex-miembros hicieron las paces, juntaron sus cabezas y trabajaron desde entonces en el más encantador acuerdo. Esto creó el enemigo secreto —número 3. La devoción de C.C.M. era un obstáculo para sus propósitos —y se pusieron de acuerdo para destruir el objeto de esa devoción —H.P.B.— debilitando su confianza en ella. Billing, que nunca pudo esperar tener éxito en ese sentido —pues C.C.M. lo conocía demasiado bien por haber defendido legalmente a su arruinada y abandonada esposa— consiguió despertar sus sospechas contra la señora Billing como médium, y contra su amiga H.P.B. que la había defendido y apoyado contra él. Así quedó bien preparado el terreno para sembrar en él cualquier clase de cizaña. Entonces, como la descarga de un rayo, llegó el inesperado ataque de Swami contra los Fundadores y resultó ser un golpe mortal para la amistad de C.C.M. Debido a que ella les había presentado a Swami como un chela elevado, como un iniciado, C.C.M. se imaginó que él nunca lo había sido y que, en su extraviado celo por el progreso de la Causa, ¡H.P.B. los había engañado a todos! Después de la trifulca de abril, los enemigos de él y los de ella hicieron de él una presa fácil. Revise Light, compare fechas y los diversos y cautelosos ataques encubiertos. Advierta la vacilación de C.C.M. y luego su repentino asalto contra ella. ¿No puede usted, amigo mío, leer entre líneas?
¿Y qué decir de S. Moses? ¡Ah!, éste, al menos, no es hombre para expresar nunca una falsedad deliberada, y mucho menos para repetir una información calumniosa. El, al menos, igual que C.C.M., es un caballero de pies a cabeza y un hombre honrado. Bien, ¿y qué hay con esto? ¿Se olvida usted de su profunda y sincera irritación contra nosotros y contra H.P.B., como espiritista y canal escogido para la elección de Imperator? C.C.M. ignora las leyes y misterios de la mediumnidad y es su fiel amigo. Busque otra vez Light y vea cuan fácilmente aumenta su irritación y se torna más fuerte en sus Notes By The Way. El ha interpretado incorrectamente y totalmente su intención, o más bien, las citas (que no han ido seguidas de ninguna explicación) de una carta mía dirigida a usted, y usted, a su vez, nunca comprendió exactamente la situación.
Lo que dije entonces lo repito ahora: Existe un abismo entre las categorías de Planetarios más elevados y los más inferiores, (esto es en respuesta a su pregunta: ¿Es + un Espíritu Planetario?); y luego mi aseveración de que "+ es un Hermano".
Pero, ¿sabe usted, en realidad, qué es un "Hermano"? No me siento responsable de lo que H.P.B. ha añadido tal vez de las profundidades de su propia conciencia, porque ella no sabe en absoluto nada de cierto acerca de + y, con frecuencia, "soñando sueños" extrae de ahí sus propias y originales conclusiones. Resultado: S.M. nos considera unos impostores y unos embusteros, a menos que no seamos más que una ficción, en cuyo caso, el cumplido recae en H.P.B.
Ahora bien, ¿cuáles son los hechos y cuáles las acusaciones contra H.P.B.? Muchos son los puntos oscuros contra ella en la mente de C.C.M. y cada día que pasa se vuelven más negros y más feos. Le daré un ejemplo. Mientras estuvo en Londres, en casa de los Billings, en enero de 1879, H.P.B., que había producido una vasija de porcelana sacándola de debajo de la mesa, fue requerida por C.C.M. para que le diera a él también algún objeto producido fenoménicamente. Consintiendo, produjo un pequeño tarjetero como los que tallan en Bombay, que apareció en el bolsillo del gabán de él, que estaba colgado en el vestíbulo.
Dentro —entonces, o más tarde por la noche— se encontró un pedazo de papel con el facsímil de la firma de Hurrychund C. De momento, ninguna sospecha se filtró en la mente de él, ya que realmente no había motivo para ello. Pero, ahora fíjese, él cree que si no fue todo una artimaña  al menos fue un engaño a medias. ¿Por qué? Porque en aquel tiempo él creía que H.C. era un chela, casi un gran Adepto, tal como H.P.B. permitió y dejó que se pensara, y ahora sabe que H.C. nunca fue un chela —puesto que él mismo lo niega; dice que nunca tuvo poderes, y niega cualquier conocimiento de ellos o cualquier creencia en los mismos, y dice a todo el mundo que ni siquiera Dayanand ha sido nunca un Yogui, sino que es, simplemente, "un impostor ambicioso", igual que Mohamet. En resumen: otras tantas mentiras cargadas en la cuenta de los Fundadores. Y luego las cartas de H.P.B. y los informes de testigos aparentemente fidedignos, de su confabulación con la señora Billing. De ahí la confabulación entre ella y Eglinton. Se la presenta como una astuta maquinadora, una impostora, con un carácter ladino; todo esto, —¡o bien una visionaria lunática, una médium obsesionada! ¡La lógica occidental europea! ¿Las cartas? Es muy fácil alterar las palabras y, por consiguiente, alterar todo el sentido de una frase en las mismas. Así ocurre con las cartas de ella a Swami, las cuales él traduce libremente, cita y comenta en la primera cara del Supple-ment de julio. Ahora le suplico que me haga el gran favor de repasar de nuevo cuidadosamente la "Defensa". Observe las descaradas mentiras del "gran Reformador" de la India. Recuerde lo que admitió ante usted y luego negó. Y si mi palabra de honor tiene algún valor para usted, entonces sepa que D. Swami fue un Yogui iniciado, un chela muy elevado, un Badrinath, dotado años atrás de grandes poderes y de un conocimiento que ya ha perdido; y que H.P.B. no le dijo a usted más que la verdad, como también le dijo que H.C. era un chela de Swami que prefirió seguir el "sendero de la izquierda". Y ahora vea en qué se ha convertido ese hombre, en verdad grande, a quien todos conocimos y en el que depositamos nuestras esperanzas. Ahí lo tiene: una ruina moral, destruido por su ambición y jadeando en su última lucha por el poder, que él sabe que no dejaremos en sus manos. Y ahora, si éste hombre —diez veces superior, moral e intelectualmente, a Hurrychund— pudo caer tan bajo, y recurrir a tan mezquino proceder, ¡de qué no puede ser capaz su ex-amigo y discípulo Hurrychund para satisfacer s« sed de venganza! El primero tiene, al menos, una excusa —su feroz ambición, que él confunde con el patriotismo; el alter ego de antaño no tiene ninguna excusa sino el deseo de perjudicar a los que lo desenmascararon. Y para lograr esos resultados está dispuesto a hacer cualquier cosa.
Pero usted quizás se preguntará: ¿por qué nosotros no hemos intervenido? ¿Por qué nosotros, los protectores naturales de los Fundadores, si no de la Sociedad, no hemos detenido tan vergonzosas conspiraciones?
Una pregunta oportuna; sólo que, dudo que mi respuesta, aún con toda su sinceridad, sea bien comprendida. Usted desconoce totalmente nuestro sistema, y ¿cómo podría lograr aclarárselo, si puede apostarse diez contra uno a que sus "mejores sentimientos" —los sentimientos de un europeo— se sentirían desazonados, si no algo peor, por tan "chocante" disciplina?
El hecho es que, hasta la última y suprema iniciación, todo chela (e incluso algunos adeptos) es abandonado a sus propios medios y recursos. Nosotros hemos de librar nuestras propias batallas, y el conocido dicho de que "el adepto se hace a sí mismo, nadie lo hace" es cierto al pie de la letra. Puesto que cada uno de nosotros es el creador y el productor de las causas que conducen a estos o a aquellos resultados, no tenemos más que cosechar lo que hemos sembrado.
Nuestros chelas son ayudados sólo cuando son inocentes de las causas que les crean dificultades, cuando esas causas son generadas por influencias ajenas y externas.
La vida y la lucha por el adeptado serían demasiado fáciles si todos tuviéramos detrás de nosotros unos barrenderos que barriesen los efectos que hemos generado con nuestra propia imprudencia y nuestra presunción.
Antes de que se permita —a los chelas— dedicarse al mundo, se les dota a todos de poderes más o menos clarividentes y —con excepción de esa facultad, que si no fuera frenada y controlada tal vez les conduciría a divulgar ciertos secretos que no deben ser revelados— se les deja en pleno uso de sus poderes, cualesquiera que éstos sean; ¿por qué no los usan? Así, paso a paso, y después de una serie de contratiempos, el chela aprende, por propia experiencia, a reprimir y a guiar sus impulsos; pierde su irreflexión, su presunción, y nunca vuelve a caer en los mismos errores.
Todo lo que ahora sucede lo ha producido la misma H.P.B.; y a usted, amigo y hermano mío, le revelaré los defectos de ella, pues usted fue probado y examinado y sólo usted no ha fracasado hasta ahora —al menos no, en un sentido— el de la discreción y el silencio. Pero, antes de que le revele el único gran defecto de ella (un verdadero defecto por sus resultados desastrosos, pero una virtud al mismo tiempo) debo recordarle aquello que usted tanto detesta, es decir, debo recordarle que nadie se pone en contacto con nosotros, nadie que manifieste el deseo de saber más de nosotros, si no se somete a examen y es puesto a prueba por nosotros. Por ello, ni siquiera C.C.M., al igual que cualquier otro, podría escapar a su destino. Ha sido tentado y se le permitió ser engañado por las apariencias y que fuera presa fácil de sus debilidades: la sospecha y la falta de confianza en sí mismo. En resumen, se le encontró faltado del primer requisito para el éxito en un candidato —una fe inconmovible, una vez que su convicción ha quedado apoyada y ha echado raíces en el conocimiento, no en la simple creencia de ciertos hechos. Ahora, C.C.M. sabe que ciertos fenómenos de ella son innegablemente genuinos; la posición de él con respecto a esto es precisamente la misma que la de usted y su señora con respecto a la sortija de la piedra amarilla. Pensando usted que tenía razones para creer que la piedra en cuestión había sido simplemente traída (como la muñeca) y no duplicada —como ella aseguró— y sintiéndose disgustado en lo más profundo de su alma por ese engaño inútil por parte de ella —tal como usted pensó siempre— sin embargo, no la ha repudiado por eso, ni la ha acusado, ni se ha quejado de ella en la prensa tal como él hizo. En resumen: aún cuando a ella le negaron el beneficio de la duda en sus propios corazones, ustedes no dudaron del fenómeno, sino solamente de su precisión al exponerlo; y sí bien usted estaba equivocado por completo es indudable que hizo bien al proceder con tal discreción en el asunto. No ha sido así en el caso de él. Después de tener una fe ciega en ella durante un período de tres años, llegando casi a un sentimiento de veneración, ante la primera ráfaga calumniosa que la alcanzó, él, fiel amigo y excelente abogado, cae víctima de una perversa maquinación ¡y su concepto de ella cambia y se convierte en un desprecio absoluto y en el convencimiento de su culpabilidad! En lugar de proceder como usted hubiera procedido en ese caso —sobre todo al no mencionarle nunca el hecho a ella ni a los demás, ni haberle pedido una explicación dándole a la acusada la oportunidad de defenderse y actuar así de acuerdo con su honrada naturaleza— prefirió airear sus sentimientos en la prensa y satisfacer su rencor contra ella y contra nosotros, adoptando el medio indirecto de atacar sus afirmaciones en Isis. De paso —y pidiéndole disculpas por esta digresión— no parece que él considere "sincera" (!) la respuesta de ella en el Theosophist. ¡Extraña lógica, cuando procede de un lógico tan agudo! Si hubiera proclamado en todos los periódicos y a voz en grito que el autor o los autores de Isis no habían sido sinceros mientras escribían el libro y que, con frecuencia y deliberadamente, confundieron al lector reteniendo las explicaciones necesarias y dando sólo fragmentos de la verdad; si hubiera al menos declarado, como lo hace el señor Hume, que la obra abunda en "errores prácticos" y en deliberadas aserciones erróneas, él hubiera sido exculpado con gloria, porque hubiera tenido razón "desde el punto de vista de un europeo" y habría sido disculpado por nosotros de todo corazón —debido, de nuevo, a su manera europea de juzgar— algo que es innato en él y que no puede remediar. Pero decir que no es "sincera" una correcta y veraz explicación, es algo que a duras penas puedo entender, aunque estoy perfectamente enterado de que su punto de vista es compartido incluso por usted. ¡Ay! amigos míos, mucho me temo que nuestras respectivas normativas de lo que está bien y de lo que está mal nunca estarán de acuerdo, puesto que el motivo lo es todo para nosotros, y puesto que ustedes nunca irán más allá de las apariencias. Sin embargo, volvamos al tema principal.
Así pues, C.C.M. sabe; es demasiado inteligente, un observador de la naturaleza humana demasiado perspicaz para permanecer ignorante de la más importante de las realidades, es decir, que la mujer no tiene ningún motivo posible para engañar. Hay una frase en la carta de él que, escrita con un espíritu algo más benévolo, casi demostraría lo bien que él podía apreciar y reconocer los verdaderos motivos, si su mente no hubiera estado envenenada por el prejuicio, debido quizás más a la irritación de S. Moses que a los esfuerzos de los tres enemigos de ella antes indicados. El hace observar, en passant, que el sistema de engaño puede ser debido al celo de ella, pero juzga ese celo deshonesto. Y ahora, ¿quiere usted saber hasta qué punto ella es culpable? Sepa entonces que si ella mereció alguna vez ser considerada culpable de engaño verdadero y deliberado, debido a ese "celo" fue cuando, en presencia de los fenómenos producidos, continuó negando constantemente que —excepto en cuestiones tan triviales como el de las campanillas y el de los golpecitos— ella tuviera algo que ver, personalmente, con esas manifestaciones. Desde su "punto de vista europeo" es un completo engaño, una gran mentira; desde nuestro punto de vista asiático, aunque sea un celo imprudente y condenable y hasta los límites de la exageración —lo que un yanqui llamaría una "triunfante expresión" en beneficio de los "Hermanos"— sin embargo, si tenemos en cuenta el motivo —es un celo sublime, abnegado, noble y meritorio, y no deshonesto. Sí, en esto y sólo en esto, ella fue constantemente culpable de engañar a sus amigos. Nunca se le pudo hacer comprender la completa inutilidad y el peligro de ese celo y cuan equivocada estaba en su creencia de que estaba aumentando nuestra gloria, mientras que al atribuirnos con frecuencia fenómenos de la naturaleza más pueril, ¡no hacía más que rebajarnos ante la estimación pública y confirmaba la pretensión de sus enemigos de que ella ¡era "sólo una médium"! Pero fue inútil. En otras palabras: de acuerdo con nuestras reglas, a M. no se le permitió que le prohibiera ese proceder. Se le debía dejar total y entera libertad de acción; la libertad de crear causas que se convirtieron, a su debido tiempo, en su castigo y en su picota pública. En el mejor de los casos, él podía prohibirle la producción de fenómenos, y recurría tan a menudo como podía a este último extremo, ante el gran descontento de los teósofos y amigos de ella.
¿Fue esto, o mejor dicho, es esto una falta de percepción intelectual en ella?
Ciertamente que no. Se trata de una enfermedad psicológica sobre la cual ella tiene poco control, si es que tiene alguno. Su naturaleza impulsiva —tal como usted deduce acertadamente en su contestación— está siempre dispuesta a llevarla más allá de los límites de la verdad, hasta las regiones de la exageración; sin embargo, sin una sola sombra de sospecha de que con tal conducta engaña a sus amigos o abusa de su gran confianza en ella.
La estereotipada frase: "No soy yo; nada puedo hacer por mí misma.. . todo lo hacen ellos — los Hermanos.. . Yo soy sólo su humilde y devota esclava y su instrumento", todo eso es una categórica filfa. Ella puede producir fenómenos, y los hizo, debido a sus poderes naturales combinados con muchos y largos años de preparación metódica, y sus fenómenos son, algunas veces, mejores, más maravillosos y mucho más perfectos que los de algunos elevados chelas e iniciados, a los cuales sobrepasa en gusto artístico y en una apreciación puramente occidental del arte —como por ejemplo en la reproducción instantánea de retratos; testimonio de ello es su retrato del "fakir" Tirawaila, mencionado en Hints y comparado con mi retrato producido por Djual Khool. A pesar de toda la superioridad de los poderes de él, comparados con los de ella, la de su juventud, en contraste con la vejez de ella, la innegable e importante ventaja que él tiene por el hecho de no haber puesto nunca su magnetismo puro e incontaminado en contacto directo con la gran impureza del mundo de ustedes y de su sociedad —sin embargo, haga lo que haga, él jamás sería capaz de producir un retrato asi, simplemente, porque es incapaz de concebirlo en su mente y en su pensamiento tibetano. Así, mientras ella nos atribuye la paternidad de toda clase de fenómenos pueriles, y a veces mal ejecutados y sospechosos, no se le puede negar que nos ha estado ayudando en muchas ocasiones, ahorrándonos algunas veces algo así como las dos terceras partes del poder utilizado, y cuando se la reconvenía —pues a menudo somos incapaces de impedir que actúe por su propia cuenta— contestaba que no había necesidad de reñirla y que su único gozo era sernos de alguna utilidad. Y así siguió destruyéndose a sí misma poco a poco, dispuesta a dar —para nuestro beneficio y nuestra gloria, tal como ella pensaba— su sangre derramada gota a gota y, sin embargo, negando invariablemente ante testigos que tuviera nada que ver con esos fenómenos. ¿Podría usted llamar "deshonesta" a esta abnegación tan sublime como insensata? Nosotros no; ni consentiremos jamás que se la considere así.
Pero, volviendo a la cuestión:
movida por ese sentimiento y creyendo firmemente entonces (porque se le permitió) que Hurrychund era un chela digno  (Chela, ciertamente lo fue, aunque nunca muy "digno", porque había sido siempre un bribón egoísta o intrigante al servicio secreto del difunto Gaekwar.) del Yogui Dayanand, ella permitió que C.C.M. y todos los que estuvieron presentes fueran víctimas del error de que era Hurrychund el que había producido los fenómenos; y luego, durante quince días, siguió machacando sobre los grandes poderes de Swami y las virtudes de Hurrychund, su profeta. Todas las personas de Bombay (incluido usted) saben muy bien cuan terriblemente fue castigada. Primero —el "chela" convirtiéndose en traidor a su Maestro y a sus aliados, y en un vulgar ladrón; luego, el "gran Yoguin", el "Lutero de la India", sacrificándola a ella y a H.S.O. a su insaciable ambición.
Naturalmente, mientras que la traición de Hurrychund la dejó a ella indemne —por chocante que les pareciera en aquel momento a C.C.M. y a otros teósofos— porque el mismo Swami, al haber sido robado, se hizo cargo de la defensa de los "Fundadores" —y la traición del "Jefe Supremo de los Teósofos del Arya Samaj" no fue juzgada en su verdadera perspectiva, no era él quien había procedido con falsedad, sino que toda la culpa recayó sobre la infortunada y excesivamente devota mujer, la cual, después de haberlo encumbrado hasta la cima, para defenderse, se vio obligada a explicar en el Theosophist su mala fides y sus verdaderos motivos.
Esa es la historia verdadera y los hechos con respecto a su "engaño", o bien, en el mejor de los casos, su "celo deshonesto". Sin duda que ella mereció una parte de los reproches; es innegable que se entrega a la exageración en general, y cuando se presenta la ocasión de "loar hasta el extremo" a los que ella se entrega, su entusiasmo no conoce límites. Procediendo así, ha hecho de M. un Apolo de Belvedere, la entusiasta descripción de cuya belleza física le hizo a él estallar en cólera y romper su pipa, mientras juraba como un verdadero —cristiano; y así, bajo la elocuencia de su fraseología, yo mismo tuve el placer de escucharme metamorfoseado en un "ángel de pureza y de luz" —desprovisto de sus alas. A veces no podemos evitar enfadarnos, pero lo más corriente es que nos riamos. Sin embargo, el sentimiento que dicta toda esta ridícula efusión es demasiado fervoroso, demasiado sincero y verdadero para no ser respetado o ni siquiera para ser tratado con indiferencia. Yo no creo que nunca me haya sentido tan profundamente impresionado por nada de lo que he visto en toda mi vida como lo fui ante el exaltado arrobamiento de la pobre vieja criatura cuando nos vio, hace poco tiempo, a los dos en nuestros cuerpos naturales —a uno después de tres años y al otro cerca de dos años de ausencia y separación de nuestros cuerpos físicos. Incluso nuestro flemático M. perdió su equilibrio ante tal demostración, de la cual él fue el héroe principal. Tuvo que emplear su poder y sumirla en un profundo sueño, pues de lo contrario se le hubiera reventado alguna arteria y dañado sus ríñones, el hígado y sus "interioridades" —usando la expresión favorita de nuestro amigo Oxley— ¡en sus delirantes tentativas de aplastar sus narices contra la capa de montar de M. salpicada con el barro de Sikkim! Ambos reímos; sin embargo, ¿cómo podíamos dejar de sentimos impresionados? Por supuesto que ella no está preparada en  absoluto para ser un verdadero adepto; su naturaleza es demasiado apasionadamente afectuosa, y nosotros no tenemos derecho a entregarnos a inclinaciones y sentimientos personales. Usted nunca podrá conocerla como nosotros, por lo tanto, ninguno de ustedes será capaz de juzgarla con imparcialidad o correctamente. Ustedes ven la superficie de las cosas y lo que denominarían "virtud", ateniéndose sólo a las apariencias, nosotros lo juzgamos sólo después de haber sondeado el motivo hasta su máxima profundidad y, en general, dejamos que las apariencias se cuiden de ellas mismas. En su opinión, en el mejor de los casos, H.P.B. es, para los que la aprecian y a pesar de ella misma, una original y peculiar mujer, un enigma psicológico; impulsiva y de corazón generoso, aunque no libre del vicio de desfigurar la verdad. En cambio, nosotros, debajo de la apariencia de la excentricidad y la extravagancia — encontramos en su Ser interno una sabiduría más profunda de lo que ustedes nunca serán capaces de percibir. En los detalles superficiales del industrioso trabajo hogareño de su vida diaria normal y en sus asuntos, ustedes no ven sino los impulsos, a menudo absurdos y disparatados y nada prácticos de una mujer. Nosotros, por el contrario, percibimos diariamente la luz de los más delicados y refinados rasgos de su naturaleza interna, lo cual, a un psicólogo no iniciado, le costaría años de constante y aguda observación y muchas horas de rigurosos análisis y de esfuerzos, para extraer de las profundidades del más sutil de los misterios —la mente humana— una de sus máquinas más complicadas —la mente de H.P.B.— y aprender así a conocer su verdadero Ser interno.
Tiene usted libertad para decir todo esto a C.C.M. Le he vigilado de cerca y estoy bastante seguro de que lo que usted le diga le hará mucho más efecto que lo que una docena de "K.H." en persona pudieran decirle. "Imperator" permanece entre nosotros dos, y me temo que así seguirá para siempre. Su lealtad y su fe en las afirmaciones de un amigo europeo vivo no pueden ser nunca socavadas por las afirmaciones contrarias hechas por asiáticos, los cuales son para él, si no meras invenciones, "cómplices" sin escrúpulos. Pero, si fuera posible, le demostraría a usted su gran injusticia y el mal que él ha hecho a una inocente mujer —que, de todos modos, es relativamente inocente. Por absurdo y exagerado que parezca, le doy mi palabra de honor de que ella jamás fue una impostora, ni ha expresado nunca, intencionadamente, una mentira, aunque su posición resulte a menudo insostenible y tenga que ocultar una cantidad de cosas por haberse comprometido a ello con sus votos solemnes. Y ahora he terminado con la pregunta.
Ahora voy a tratar de nuevo, querido amigo, de un asunto que es muy repelente para su mente, porque usted lo ha dicho y lo ha escrito así repetidas veces. Sin embargo, y con objeto de aclararle algunas cosas, me siento impulsado a hablarle de ello. Con frecuencia, usted ha hecho la pregunta: "¿por qué habrían de negarse los Hermanos a prestar su atención a teósofos dignos y sinceros como C.C.M. y Hood, o a tan excelente sujeto como S. Moses?" Pues bien, ahora le contesto a usted con mucha claridad, que lo hemos hecho así —desde que el citado caballero se puso en contacto y en comunicación con H.P.B. Todos ellos fueron puestos a prueba y examinados de varias maneras y ninguno alcanzó el nivel deseado. M. dedicó una atención especial a "C.C.M.", por razones que ahora explicaré, y con los resultados conocidos por usted hasta el presente. Usted puede decir que ese método secreto de probar a la gente no es honrado; que deberíamos haberle prevenido, etc. Bueno; todo lo que puedo decir es que puede que esto sea así desde su punto de vista europeo, pero que, siendo asiáticos, no podemos apartamos de nuestras reglas. El carácter de un hombre, su verdadera naturaleza interna, nunca puede salir a flote por completo si se cree a sí mismo vigilado o si se esfuerza  por un fin. Además, el coronel O. no ha hecho nunca un secreto de esta manera nuestra de actuar, y todos los teósofos británicos deberían saber —si no lo saben ya— que su agrupación, desde que le dimos el visto bueno, quedó bajo una constante probación. En cuanto a C.C.M., fue el único escogido por M. —entre todos los teósofos, con un propósito determinado, debido a la insistencia de H.P.B. y a la promesa especial de él. "¡Algún día se volverá contra usted, pumo!."(Dudoso, bu-mo, muchacha o hija. (Tib).—Eds.) le dijo M. repetidas veces a ella, en respuesta a sus ruegos para que lo aceptase como chela normal con Olcott. "¡Eso, él nunca, nunca lo hará!" — exclamó ella como respuesta— "C.C.M. es el mejor, el más noble, etc. etc. etc.", toda una retahila de adjetivos encomiásticos y admirativos. Dos años más tarde decía lo mismo de Ross Scott. "¡Nunca tuve dos amigos tan fieles y devotos!", aseguró a su "Jefe" —quien se limitó a sonreír para sí y a pedirme que arreglase la "pareja" teosófica. Bien; uno fue puesto a prueba y examinado durante tres años, y el otro durante tres meses, con unos resultados que apenas necesito recordarle. No sólo no se puso nunca ninguna tentación en el camino de ambos, sino que al último se le procuró una esposa con suficientes condiciones para su felicidad, y ciertas relaciones que le resultarían provechosas algún día. C.C.M. tuvo sólo fenómenos concretos e indudables en los que apoyarse; R. Scott recibió, además, una visita de M. en forma astral. En el caso del uno —la venganza de tres hombres sin principios; en el caso del otro, fueron los celos de un tonto de mente mezquina los que acabaron pronto con la alardeada amistad y demostraron a la "V.D." el valor de esa amistad. ¡Oh, pobre naturaleza confiada y crédula! Despójela de sus poderes clarividentes, desconecte el curso de sus intuiciones en cierto sentido —como lo hizo M. moralmente obligado— ¿y qué queda? ¡Una mujer desamparada con el corazón destrozado!
Tome otro caso: el de Fern. Su desarrollo, que ocurrió ante usted, le proporciona un estudio útil y una indicación de métodos aún más serios, adoptados en casos individuales para poner aprueba al máximo las cualidades morales latentes en el hombre. Todo ser humano posee en su interior vastas potencialidades, y la obligación de los adeptos es rodear al aspirante a chela de circunstancias que le capaciten para tomar el "sendero de la derecha" —si posee en sí la capacidad. No somos más libres de negar la oportunidad a un postulante de lo que lo somos para guiarle y dirigirle hacia el adecuado camino a seguir. En el mejor de los casos, sólo podemos mostrarle —después de terminar con éxito su período de probación— que si hace esto, irá bien; que si hace aquello, irá mal. Pero, hasta que ha pasado ese período, le dejamos que libre sus propias batallas lo mejor que pueda; alguna que otra vez tenemos que proceder así con chelas más elevados e imciados, tales como H.P.B. —una vez que se les ha permitido trabajar en el mundo, cosa que todos nosotros evitamos, más o menos. Más que eso —y usted lo entenderá mejor en seguida, si mis cartas anteriores sobre Fern no le han abierto suficientemente los ojos— nosotros permitimos que nuestros candidatos sean tentados de mil maneras diferentes para que aflore así toda su naturaleza interna y ésta tenga la oportunidad de salir vencedora de una manera u otra. Lo que le ha sucedido a Fem les ha pasado a cada uno de los otros que le han precedido, y les pasará, con diferentes resultados, a cada uno de los que le sigan. Todos nosotros fuimos probados así; y mientras un Moorad Alí fracasó —yo triunfé. La corona de la victoria es sólo para aquel que demuestra ser merecedor de llevarla; para aquel que lucha con Mará sin ayuda y vence al demonio de la codicia y a las pasiones terrenales; y no somos nosotros, sino él mismo el que se la coloca sobre la frente.
No fue una frase sin sentido la del Tathagata:
"Aquel que domina al yo es más grande que el que vence a miles de hombres en la batalla"; no existe otra lucha tan difícil. Si no fuera así, el adoptado no sería más que una adquisición barata. Por lo tanto, mi buen hermano, no se sorprenda y no nos culpe tan fácilmente como lo ha hecho, ante cualquier actuación de nuestra política hacia los aspirantes, presentes, pasados o futuros. Sólo aquellos que pueden ver más allá de las más remotas consecuencias de las cosas, están en condiciones de juzgar la conveniencia de nuestras propias acciones o de aquellas que permitimos a los demás. Lo que ahora puede parecer como mala fe, puede que al final demuestre ser la más sincera y la más benévola de las lealtades. Deje que el tiempo demuestre quién tuvo razón y quién no fue leal. El que es sincero y es aprobado hoy, puede que mañana, puesto a prueba bajo una nueva serie de circunstancias, aparezca como traidor, ingrato, cobarde y necio. El junco doblado más allá de su límite de flexibilidad se partirá en dos.
¿Le haremos responsable por ello?
No, porque si bien nosotros podemos compadecemos de él —y lo hacemos— no podemos seleccionarlo como parte de aquellos juncos que han sido probados y han demostrado que son fuertes, y por lo tanto, aptos para ser aceptados como material para el templo indestructible que tan cuidadosamente estamos construyendo.
Y ahora, pasemos a otras cosas.
Tenemos en mente una reforma, y yo espero que usted me ayudará. La molesta e indiscreta intromisión del señor H. en la Sociedad Madre y su pasión por dominarlo todo y a todos, nos ha hecho llegar a la conclusión de que valdría la pena que nos esforzáramos en lo siguiente.
Que se haga saber a "todos a quienes concierne", a través del Theosophist y de circulares enviadas a cada Rama que, hasta el presente, se ha acudido a la Sociedad Madre demasiado a menudo y sin mayor necesidad, en busca de guía y como ejemplo a seguir. Esto es completamente irrazonable. Además del hecho de que los Fundadores deben hacer acto de presencia y tratar seriamente de ser todo para cada uno y para todas las cosas —puesto que existe una variedad tan grande de credos, opiniones y esperanzas a satisfacer— no es posible que ellos puedan satisfacerlos a todos al mismo tiempo, tal como ellos quisieran. Los Fundadores tratan de ser imparciales y tratan de no negar nunca a un grupo lo que han concedido a otro. De este modo, han publicado en repetidas ocasiones juicios críticos sobre el Vedantismo, el Buddhismo y el Hinduísmo, en sus diferentes ramas, sobre el Veda Bashya de Swami Dayanand —su más leal y, al mismo tiempo, su más valioso aliado— pero, por el hecho de que todos esos juicios críticos fueron dirigidos contra credos no cristianos, nadie les prestó la menor atención. Durante más de un año, la revista salió regularmente con una propaganda opuesta a la del Veda Bashya, y fue impresa paralelamente a éste para satisfacer a los vedantistas de Benarés. Y ahora el señor Hume se presenta con su castigo público a los Fundadores, y trata de prohibir la propaganda de los folletos anticristianos. Por lo tanto, deseo que usted tenga esto presente y exponga estos hechos al coronel Chesney, quien parece imaginarse que la Teosofía es hostil sólo al cristianismo, cuando es simplemente imparcial, y cualesquiera que sean las ideas personales de los dos Fundadores, la revista de la Sociedad nada tiene que ver con ellas, y publicará tan gustosamente los juicios críticos contra el lamaísmo como contra el cristianismo. Con todo, y deseosos como estamos los dos de que H.P.B. acepte siempre y con agradecimiento su consejo en el asunto, fui yo quien le aconsejó a ella que "diera coces", tal como ella dice, contra los intentos autoritarios de H., y queda usted en libertad de informarle a él de este hecho.
Ahora, y con objeto de enderezar las cosas, ¿qué le parece la idea de situar a las Ramas sobre una base completamente distinta? Incluso el cristianismo, con sus pretensiones divinas de una Fraternidad Universal, tiene sus mil y una sectas, las cuales, unidas como pueden estar todas bajo una sola bandera —la de la Cruz— son, sin embargo, esencialmente hostiles unas a otras, y la autoridad del Papa queda anulada ante los protestantes, mientras que los decretos de los sínodos de estos últimos son causa de befa para los católico-romanos. Naturalmente que, incluso en el peor de los casos, no quisiera ver nunca un estado de cosas parecido entre las agrupaciones teosóficas.
Lo que yo deseo es, simplemente,
un artículo sobre la conveniencia de remodelar la actual formación de las Ramas y sus privilegios. Que todas reciban la carta constitutiva de la Sociedad Madre y sean iniciadas por ésta, como hasta ahora, y que dependan de ella nominalmente.
Al mismo tiempo, que cada Rama, antes de recibir la carta constitutiva, escoja algún objetivo por el cual trabajar; naturalmente, un objetivo que esté en consonancia con los principios generales de la S.T. —que sea, sin embargo, un objetivo claro y definido en sí, tanto que sea en el campo religioso, educativo o filosófico. Esto daría a la Sociedad un margen más amplio para sus actividades generales; se haría un trabajo más genuino y más útil; y como cada Rama sería independiente —por así decirlo— en su modus operandi, habría menos oportunidades para quejarse y, en consecuencia, para intromisiones. De todos modos, espero que este breve bosquejo encontrará excelente terreno para germinar y para prosperar en su práctico cerebro; y si mientras tanto pudiera escribir un artículo basado en las antedichas explicaciones, sobre la verdadera posición del Theosophist, dando todas las razones antes mencionadas y otras más, para publicar en el número de diciembre si no se puede en el de noviembre, usted contaría con nuestro agradecimiento, tanto el de M. como el mío. Es imposible y peligroso encargar este asunto, que exige la manera más delicada de llevarlo a cabo —a uno u otro de nuestros editores. H.P.B. no dudaría nunca en romper las cabezas de los padres si le dan tan buena oportunidad, o bien H.S.O. no vacilaría en dirigir un cumplido adicional o dos en atención a los Fundadores, lo cual resultaría inútil porque yo me esfuerzo en demostrar que las dos entidades, el editor y el Fundador, son completamente distintas y aparte la una de la otra, aunque coincidan en una misma persona. No soy hombre práctico en estos asuntos y por ello me siento totalmente incapaz para la tarea. ¿Me ayudará usted, amigo? Sería mejor, desde luego, si el "ensayo" se hiciera aparecer en el número de noviembre, como si fuera una contestación a la carta tan descortés del señor Hume, la cual no permitiré que se publique, como es natural. Pero usted podría utilizarla como fundamento y base para configurar su respuesta. En cuanto a la reforma de las Ramas, es natural que esta cuestión haya de ser considerada y meditada seriamente antes de que quede finalmente decidida. No debe haber más decepción en los miembros después de haber ingresado en la Sociedad. Cada Rama tiene que escoger su clara y definida misión por la que trabajar, y debe tenerse el mayor cuidado en la elección de los Presidentes. Si desde el principio la "Ecléctica" se hubiera situado en esa actitud de clara independencia, puede que le hubiera ido mejor.
Entre la entidad Madre y las Ramas siempre debería existir solidaridad de pensamiento y de acción, dentro del amplio campo de los principios y objetivos generales de la Sociedad; sin embargo, debe permitirse que dichas Ramas tengan su propia independencia de acción en todo lo que no se contradiga con esos principios. De esa manera, una Rama compuesta de cristianos tolerantes que simpaticen con los objetivos de la Sociedad, podría mantenerse totalmente neutral en lo que atañe a cualquier otra religión y podría mantenerse totalmente indiferente ante las creencias privadas de los "Fundadores"; dándose cabida gustosamente en el Theosophist, tanto a los himnos sobre el Cordero como a los slokas sobre el carácter sagrado de la vaca. Sólo con que usted pudiera desarrollar esta idea, yo la sometería a nuestro venerable Chohan, quien ahora sonríe suavemente y mira con el rabillo del ojo, en lugar de fruncir el ceño como de costumbre —desde que vio que usted se convertía en Presidente. Si yo no hubiera sido "enviado a retiro" antes de lo que en principio se había pensado, el año pasado, por culpa de la insolencia del ex-presidente, lo habría propuesto. Tengo una carta de fuerte censura del "Yo soy", fechada el 8 de octubre. En ella, él lo envía a buscar a usted el 5, y explica sus "pocas ganas de continuar en su puesto" y su "gran deseo" de que usted ocupara su lugar. El condena "conjuntamente, el sistema y la política" de nuestra orden. Le parece "completamente equivocada". Se extiende diciendo: "Es natural que yo le pida a usted que obtenga de la V.D. que se abstenga de proponerme para el Consejo de la Sociedad". No hay miedo, no hay miedo de esto; puede dormir profundamente tranquilo y verse en sueños como el Dalai Lama de los teósofos. Pero yo debo apresurarme en hacer constar mi indignada y categórica protesta contra su definición de nuestro "defectuoso" sistema. Por el hecho de que consiguiera captar sólo unas pocas chispas dispersas de los principios de nuestra Orden y de que no pudiera permitírsele que la examinara y la remodelara por entero, ¡todos hemos de ser necesariamente —lo que él querría imponernos! Si pudiéramos sostener esas doctrinas tal como él nos las impondría; si nos pareciéramos en algo al retrato que ha hecho de nosotros, si pudiéramos someternos tan sólo por una hora, y permaneciéramos en silencio bajo el peso de imputaciones tales como las que él ha lanzado contra nosotros en su carta del mes de septiembre, entonces, ¡en verdad que mereceríamos perder todo el crédito que tenemos con los teósofos! Deberíamos ser expulsados y ahuyentados de la Sociedad y de los pensamientos de las personas por charlatanes e impostores —como lobos con piel de oveja— que llegan para infiltrarse en los corazones de los hombres con místicas promesas, abrigando constantemente las intenciones más despóticas, tratando de avasallar a nuestros confiados chelas, y de apartar a las masas de la verdad y de la "divina revelación de la voz de la naturaleza", para llevarlas hacia un vacío y "deprimente ateísmo", es decir, hacia una completa falta de fe en el "bueno y misericordioso Padre y Creador de todo" (¿del mal y del sufrimiento también, debemos suponer?), quien se arrellana en la eternidad apoyada su espina dorsal en un lecho de incandescentes meteoros, y se escarba los dientes con un tridente de rayos. . . .
¡En verdad, en verdad, que ya tenemos bastante de esta incesante cantinela en el arpa judía de la revelación cristiana!
M. cree que el Supplement debiera ampliarse, si fuera necesario, de manera que haya espacio para la expresión de las opiniones de cada Rama, por diametralmente opuestas que puedan ser. Se debería conseguir que el Theosophist adoptara una característica que lo distinga y lo convierta en un ejemplar único en su género. Estamos dispuestos a facilitar la cantidad extra que haga falta. Yo sé que usted captará mi idea, a pesar de lo confusamente que la exprese.
Dejo nuestro plan totalmente en sus manos. El éxito en esto contrarrestará los efectos de la crisis cíclica. ¿Preguntaba usted qué puede hacer? Nada mejor ni más eficaz que el plan propuesto.
No puedo terminar esta carta sin hablarle de un incidente que, si bien es absurdo, ha sido motivo de algo que me hace dar las gracias a mi buena estrella y que también le agradará a usted. Su carta, que incluía la de C.C.M., la recibí a la mañana siguiente a la fecha en que usted la entregó al "hombrecillo". Me encontraba entonces en las cercanías de Phari-Jong, en el gom-pa de un amigo, y estaba muy ocupado en asuntos importantes. Cuando recibí el aviso de la llegada de la carta yo estaba justamente cruzando el gran patio interior del monasterio; me disponía a escuchar la voz del Lama Töndhüb Gyatcho, y no disponía de tiempo para leer el contenido. De manera que, después de abrir mecánicamente el grueso paquete, le eché simplemente una ojeada y lo puse, según creí, en la bolsa de viaje que llevo colgada del hombro. Pero, en realidad, el paquete había caído al suelo y como yo había roto el sobre y había vaciado su contenido, éste se desparramó al caer. No había nadie cerca de mí en ese momento, y mi atención estaba totalmente concentrada en la conversación. Ya había alcanzado la escalera que conduce a la puerta de la biblioteca cuando oí la voz de un joven gelong gritando desde una ventana y reprendiendo a alguien a lo lejos. Me volví y me di cuenta en seguida de la situación; de no haber sido por eso, yo nunca hubiera leído su carta, porque vi a una venerable cabra en el acto de convertirla en su comida matinal. La criatura ya había devorado parte de la carta de C.C.M. y estaba preparándose reflexivamente para dar un mordisco a la suya, más delicada y fácil de masticar con sus viejos dientes que el papel más grueso del sobre y de la epístola de su corresponsal. Me bastó sólo un instante para rescatar lo que quedaba ante el disgusto y la oposición del animal —¡pero quedaba muy poco! El sobre con su membrete casi había desaparecido, y el contenido de las cartas resultaba ilegible; resumiendo: me sentía perplejo ante la visión del desastre. Usted sabe ahora por qué yo me sentía confundido: no tenía derecho a restaurar las cartas que venían de la "Ecléctica" y que estaban directamente relacionadas en todos los sentidos con los desventurados "Pelings".
¡Qué podía hacer yo para restaurar las partes perdidas! Ya había resuelto pedir humildemente permiso al Chohan para que se me concediera un privilegio especial en tan extrema necesidad, cuando vi su sagrado rostro ante mí con sus ojos brillando de una manera no habitual, y oí su voz: "¿Por qué quebrantar la regla? Yo mismo lo haré". Esas simples palabras, Kam mi ts'har —"Yo lo haré", contienen un mundo de esperanza para mí. El ha restaurado las partes perdidas y lo ha hecho con una habilidad perfecta, tal como usted ve, e incluso ha convertido un sobre estrujado y roto y muy estropeado, en uno nuevo —con membrete y todo. Ahora bien, yo sé qué gran cantidad de poder es necesario para una restauración así, y esto me lleva a esperar una relajación de la severidad uno de estos días. De ahí que le diera las gracias a la cabra de todo corazón; y puesto que ella no pertenece a la aislada raza Peling, para demostrarle mi gratitud le fortalecí lo que le quedaba de su dentadura y aseguré en sus alvéolos los arruinados restos, de modo que en los años venideros podrá masticar un alimento más duro que las cartas inglesas.
Y ahora, unas pocas palabras sobre el chela. Por supuesto que usted debe haber sospechado que desde que se le prohibió al Maestro la más pequeña manifestación tamasha, también ha sido así con el discípulo. ¿Por qué, entonces, tendría usted que haber esperado, o haberse "sentido un poco decepcionado" al haber rehusado él enviarme las cartas de usted vía Espacio —y en su presencia? El hombrecillo es un muchacho que promete, con muchos más años de los que aparenta, pero joven en conocimientos y costumbres europeas y a eso se debe el que cometiera algunas indiscreciones, las cuales, según le dije, me hicieron sonrojar y sentirme abochornado por los dos salvajes. ¡La idea de ir a encontrarle a usted para pedirle dinero fue absurda en extremo! Cualquier otro inglés que no fuera usted, después de esto, los hubiera considerado como dos charlatanes ambulantes. Espero que ya habrá recibido el préstamo que le devolví con mi agradecimiento.
Nath tiene razón sobre la pronunciación fonética (vulgar) de la palabra "Kiu-te"; en general, la gente la pronuncia como Kiu-to, pero no es correcto; y él está equivocado en cuanto a los Espíritus Planetarios. No conoce la palabra y creyó que usted quería decir los "devas" —los servidores de los Dhyan Chohans. Son estos últimos los "Planetarios" y, desde luego, es ilógico decir que los Adeptos son más importantes que ellos, puesto que todos nosotros nos esforzamos por llegar a ser Dhyan Chohans, al fin. Sin embargo, han existido adeptos "más elevados" que los Planetarios de los grados más inferiores. Por lo tanto, los puntos de vista de usted, no están en contra de nuestras doctrinas, como él le dijo, pero lo estarían si usted hubiera querido hablar de los "devas" o ángeles, como "pequeños dioses". No es necesario el ocultismo para que un Ego puro y bueno se convierta en un "Ángel" o Espíritu, ya sea en el Devachán o fuera de él, pues la Condición Angélica es el resultado del Karma. Creo que usted no se quejará de que mi carta sea demasiado corta. Pronto irá seguida de otra correspondencia voluminosa de "Respuestas a sus muchas Preguntas". H.P.B. está restablecida, si no por completo, al menos por algún tiempo más.
Con verdadero afecto,
Suyo,

K.H.

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