lunes, 15 de febrero de 2016

LAS CARTAS DE LOS MAHATMAS. CARTA N°. 53

LAS CARTAS DE LOS MAHATMAS.
CARTA N°. 53
Carta del Mahatma M. a A. P. Sinnett.

CARTA Nº 53
Estrictamente privada y confidencial
Mi paciente —amigo—: —Ayer le hice enviar por correo una breve nota acompañada de una extensa carta para Hume; la hice certificar en algún lugar de las Provincias Centrales por un afortunado amigo independiente; la de hoy es una larga carta para usted con la intención de acompañarla de un tañido de jeremiadas, una triste historia de confusiones que puede que le haga reír a usted o no, como hace reír a ese corpulento Hermano mío —pero que me hace sentir como el poeta que no podía dormir bien:
"Porque su alma conservaba demasiada luz bajo sus párpados, durante la noche." Le oigo murmurar: "Y ahora, ¿qué demonios querrá decir?" Paciencia, mi mejor amigo angloindio, paciencia; y cuando usted haya oído la aviesa conducta de mi desacreditado Hermano, más jovial que nunca, verá con claridad por qué he llegado a lamentar que en lugar de haber probado en Europa el fruto del Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal —no me haya quedado en Asia, con toda la sancta simplicitas de la ignorancia de sus costumbres, porque entonces —también yo me reiría en este momento.
Me pregunto ¡qué es lo que usted dirá cuando conozca el terrible secreto! Yo anhelo saberlo para poder librarme de una pesadilla. Si me encontrara usted ahora por primera vez en los sombríos callejones de su Simla, y me exigiera toda la verdad, se la diría, lo cual no me favorecería en nada. Mi respuesta —si usted fuera lo suficientemente cruel para repetirla— recordaría al mundo la famosa respuesta dada por Warren Hastings al "perro Jennings" en su primer encuentro con el ex-gobernador, después de su regreso de la India: "Mi querido Hastings" —preguntó Jennings— "¿es posible que usted sea el gran bribón que dice Burke, y que el mundo entero se inclina a creer"? "Le puedo asegurar, Jennings" —fue la melancólica y mansa respuesta— "que aunque algunas veces me vi obligado a aparecer como un bribón ante la Compañía, nunca lo fui para mí mismo". Y yo soy el W.H. para los pecados de la Fraternidad. Pero pasemos a otros hechos.
Por supuesto que usted sabe —creo que se lo dijo la V.D.— que cuando aceptamos candidatos a chelas, ellos hacen el voto de guardar secreto y silencio respecto a toda orden que puedan recibir. Uno ha de demostrar su capacidad para ser chela antes de que pueda descubrir si es apto para el adoptado. Fern está bajo esa probación, y ¡en buen lío me han metido entre los dos! Como usted ya sabe por mi carta a Hume, Fern no me interesaba: no conocía nada de él, a no ser sus extraordinarias facultades, sus poderes de clarividencia y de clariaudiencia y su todavía más notable tenacidad de propósito, fuerte voluntad y otros etcéteras. El, que durante años tuvo un temperamento libertino y disoluto —un Feríeles de taberna con una dulce sonrisa para todas las Aspasias callejeras— se había reformado de repente por completo después de ingresar en la Sociedad Teosófica; y "M." lo tomó muy en serio bajo su cuidado. No es asunto mío decirle, ni siquiera a usted, cuánto hay de verdad en sus visiones y cuánto hay de alucinación o incluso, tal vez, —de ficción. Debe ser verdad que Fern embaucó de manera considerable a nuestro amigo Hume, puesto que éste me cuenta las más extraordinarias historias sobre él. Pero lo peor de todo este asunto es lo siguiente: es indudable que lo embaucó tan completamente que, si bien H. no creyó una sola palabra cuando Fern estuvo contando la verdad, casi todas las mentiras que se dijeron por parte de F. fueron aceptadas como verdades evangélicas por nuestro respetable Presidente de la Ecléctica. Ahora comprenderá usted fácilmente que es imposible para mí intentar situarlo (a H.) en el buen camino, puesto que F. es el chela de M. y yo no tengo ningún derecho —ya sea legal o social, de acuerdo con nuestro código —para inmiscuirme entre los dos. Sin embargo, de los varios agravios, éste es el menor. Otra de nuestras costumbres cuando nos comunicamos con el mundo exterior es confiar a un chela la tarea de entregar las cartas o cualquier otro mensaje, y no pensar más en ello, si no es absolutamente necesario.
Muy a menudo, nuestras mismas cartas —de no tratarse de algo muy importante y secreto— son escritas con nuestra caligrafía por nuestros chelas. Así, durante el año pasado, algunas de mis cartas para usted fueron precipitadas y cuando se detuvo la cómoda y fácil precipitación, no tuve más que ordenar mi mente, asumir una posición cómoda y —pensar, y mi fiel "Desheredado" no tuvo más que copiar mis pensamientos, equivocándose sólo ocasionalmente. ¡Ah, amigo mío! Yo llevaba una vida muy cómoda hasta el mismo día en que surgió la Ecléctica con su accidentada existencia.... De cualquier modo, este año, por razones que no es necesario mencionar, he de realizar mi propia labor —toda mi labor— y a veces me resulta dura y me impaciento por ello. Como dice en alguna parte Jean-Paul Richter, la más penosa de nuestras fatigas corporales es la que es incorpórea o inmaterial, especialmente nuestra impaciencia y el erróneo concepto de que perdurará para siempre. . . Habiéndome permitido a mí mismo cierto día actuar como si obrara bajo tal engaño, en la inocencia de mi alma cándida confié lo sagrado de mi correspondencia en manos de ese alter ego mío, el malintencionado y "arrogante" joven, su "Ilustre", el cual se aprovechó de mi confianza en él y —¡me colocó en la posición en que ahora me encuentro! El miserable se está riendo desde ayer y, a decir verdad, yo me siento inclinado a hacer lo mismo. Pero como inglés, me temo que usted se sentirá lleno de pánico ante la enormidad de su crimen. Usted sabe que, a pesar de sus defectos, el señor Hume es absolutamente necesario, por ahora, a la S.T. A veces me siento muy irritado ante sus mezquinos sentimientos y su espíritu de carácter vengativo; sin embargo, al mismo tiempo, tengo que soportar sus debilidades, las cuales, en un momento dado, le llevan a enfadarse consigo mismo por afirmar que no es todavía mediodía, y luego, que ya es mediodía. Pero nuestro "Ilustre" no es, precisamente, de esa opinión. El afirma que el orgullo y la propia opinión que de sí mismo tiene el señor Hume hace que desee —tal como venimos diciendo— que toda la humanidad no haga otra cosa que doblar sus rodillas para hacer puja ante él; y M. no va a seguirle la corriente. Por supuesto, no hará nada para perjudicarle, ni siquiera para burlarse de él a propósito; por el contrario, piensa protegerle siempre, como lo ha hecho hasta ahora —pero no levantará ni el dedo meñique para desengañarle.
La substancia y el meollo de su argumentación se resume como sigue:
"Hume se rió y se burló de los fenómenos genuinos y verdaderos (cuya producción casi nos ha llevado a caer en desgracia ante el Chohan) —sólo y únicamente porque las manifestaciones no fueron ideadas por él, ni producidas en su honor, o para su único beneficio. Y ahora, déjele que se sienta feliz y orgulloso de las misteriosas manifestaciones de su propia hechura y creación. Déjele que vitupere a Sinnett en el fondo de su propio y orgulloso corazón, e incluso lanzando insinuaciones a otros de que ni siquiera él, Sinnett, tampoco salió muy favorecido. Nadie ha intentado nunca un engaño deliberado, ni a nadie se le permitiría nada parecido. Se dejó que todo siguiera su curso natural normal. Fern está en manos de dos hábiles —"moradores del umbral", como los llamaría Bulwer— dos dugpas empleados por nosotros para hacer nuestro trabajo de basureros y provocar los vicios latentes—si es que hay alguno— de los candidatos; y Fern se ha mostrado, en general, mucho mejor y más moral de lo que se supuso. Fern no ha hecho más que lo que se le ordenó que hiciera; y se mantiene en silencio porque ése es su primer deber. Y en cuanto a su "pose" ante Hume, ya asumir una actitud afectada ante sí mismo y ante los demás como vidente, dado que él mismo se lo ha llegado a creer, y puesto que son sólo ciertos detalles los que realmente pueden ser calificados como ficción, o bien, cuando menos, como medias mentiras —no ha hecho daño a nadie, como no sea a sí mismo. Los celos y el orgullo de Hume siempre serán un obstáculo que le impedirán asimilar la verdad poco menos que como una ficción decorativa; y Sinnett es suficientemente sagaz para separar con mucha facilidad las realidades de Fern de los sueños...." Y M. concluye —"¿Por qué, pues, usted, o yo, o quien sea, tendríamos que ofrecer un consejo a alguien que es seguro que no lo aceptará, o lo que  como un tonto —todavía es más seguro que se convierta en un enemigo irreconciliable para la Sociedad, para la Causa, para los sufridos Fundadores y para todos? Así que dejémosle totalmente solo... No nos dará las gracias por desengañarle. Al contrario, se olvidará de que no se ha de culpar a nadie más que a él mismo; de que nadie le insinuó jamás una sola palabra que pudiera haberle conducido a sus extraordinarios errores; sino que se revolverá más furioso que nunca contra esos tipos —los adeptos— y les llamará públicamente impostores, jesuitas y falsos. Usted (yo) le proporcionó un genuino fenómeno pukka —y eso debería satisfacerle en cuanto a la posibilidad de todo lo demás".
Ese es el razonamiento de M., y si yo no estuviera indirectamente implicado en el quid pro auo también sería el mío. Pero ahora, debido a los engendros de ese pequeño mono traidor — Fern, me veo obligado a molestarle con un consejo amistoso, ya que nuestras maneras no son las de ustedes— y viceversa.
Pero vea ahora lo que ocurrió. Hume ha recibido últimamente muchas cartas mías y yo confío en que usted seguirá amablemente el destino y la varia fortuna de tres de ellas, desde que él empezó a recibirlas de manera directa. Trate también de comprender bien la situación y de darse cuenta así de mi posición. Puesto que teníamos tres chelas en Simla —dos fijos y uno eventual—, el candidato Fern, concebí la desafortunada idea de querer ahorrar fuerza, de economizarla, como si yo tuviera una "Caja de Ahorros". A decir verdad, traté de separar, en todo lo que era posible en aquellas circunstancias, la puesta en entredicho de la "Sede Central" de todo fenómeno producido en Simla; y de ahí la correspondencia intercambiada entre el señor Hume y yo. Salvo que H.P.B., Damodar y Deb no fueran dejados de lado totalmente, no había modo de saber lo que podía o no podía ocurrir. La primera carta —la que se encontró en el invernadero, se la di a Morya para que la dejara en casa del señor Hume por mediación de uno de los chelas fijos. El se la entregó a Subba Row —pues tenía que verle aquel día; S.R. la envió a Fern por el sistema ordinario (por correo), con instrucciones de dejarla, o bien en casa del señor Hume, o bien enviársela por correo, en caso de que temiera que éste le hiciera preguntas, ya que Fern no podía, no tenía derecho a contestarle, y así no se vería obligado a decirle una mentira. Varias veces D.Kh. había intentado entrar en Rothery Castie, pero cada vez sufría tantísimo que le dije que desistiera. (El se está preparando para la iniciación y podría fracasar fácilmente a consecuencia de esto). Pues bien, Fern no la envió por correo sino que mandó a un amigo —su dugpa— para que la dejara en la casa, y éste la dejó en el invernadero hacia las dos de la madrugada. Este fue un fenómeno a medias, pero H. lo tomó como si fuera un fenómeno íntegro, y se enfureció cuando M. se negó, según él creía, a recibir su respuesta por el mismo procedimiento. Luego, yo le escribí para consolarle y le dije, tan claramente como pude y sin quebrantar la confianza de M. por lo que respecta a Fem, que D.K. no podía hacer nada por él en aquel momento y que  había sido uno de los chelas de Morya el que puso la carta allí, etc. etc. Yo creo que la insinuación fue suficientemente clara y que no hubo engaño. Creo que la segunda carta fue lanzada sobre su mesa por Dj. Khool (la verdadera ortografía de su nombre es Gjual —pero no así fonéticamente) y como que lo hizo él mismo, fue un fenómeno pukka ortodoxo; y Hume no tiene por qué lamentarse. Por diferentes medios se le enviaron varias cartas —y él puede estar seguro de una cosa: a pesar de los medios ordinarios por los cuales le llegaron las cartas, no podían dejar de ser fenoménicas al llegar a la India desde el Tibet. Pero esto él no parece tenerlo en cuenta.
Y ahora llegamos a la parte realmente negativa de esto, una parte por la cual yo culpo completamente a M., al permitirla y excuso a Fern, que no pudo evitarla.
Por supuesto que usted comprende que le escribo esto de modo estrictamente confidencial, confiando en su honor de que, ocurra lo que ocurra, usted no descubrirá a Fern. Sin duda (y he investigado el asunto con el máximo interés) el muchacho fue llevado a convertirse en culpable de una impostura deliberada y jesuítica más bien debido a los insultos constantes de Hume, a sus sospechosas actitudes y a su desprecio deliberado en las comidas y durante las horas de trabajo, que por cualquier motivo que se derivara de sus relajadas costumbres morales. Además, las cartas de M. (producto del amable dugpa, en realidad ex-dugpa, cuyos pasados pecados no le permitirán nunca expiar por completo sus fechorías) dicen claramente: "haga esto o aquello, o hágalo de tal manera"; estas cartas le tientan y le llevan a imaginar que, no haciendo daño a ningún ser humano, y cuando el motivo es bueno, ¡toda acción se convierte en legítima! Así fui tentado yo en mi juventud y estuve muy cerca de sucumbir dos veces a la tentación, pero fui salvado por mi tío que evitó que cayera en una monstruosa trampa, y así le sucedió al Ilustre —que es un ocultista pukka ortodoxo y se atiene religiosamente a las antiguas tradiciones y a los viejos métodos; y así hubiera sido para cualquiera de ustedes si yo hubiera consentido aceptarles como chelas. Pero como yo estaba enterado desde el principio de lo que usted le había confesado a H.P.B. en una carta, es decir, que resultaba algo sumamente ofensivo para la mejor clase de las mentes europeas la idea de ser puesto a prueba o de estar bajo probación —en consecuencia, yo siempre había eludido aceptar el ofrecimiento expresado a menudo por el señor Hume de convertirse en un chela.
Tal vez esto pueda darle a usted la clave de toda la situación. Sin embargo, esto es lo que ocurrió: Fern había recibido una carta mía por mediación de un chela, con la petición de que la hiciera llegar de inmediato a su destino. Iban a desayunar y no había tiempo que perder.
Fern había depositado la carta sobre una mesa y allí debería haberla dejado, ya que así se habría evitado después la ocasión de mentir. Pero estaba enojado con H. e ideó otra evasiva.
Colocó la carta entre los dobleces de la servilleta del señor Hume quien la levantó a la hora del desayuno y tiró accidentalmente la carta al suelo; apareció, ante el terrible espanto de "Moggy" y la alegre sorpresa de Hume. Pero sus viejas sospechas volvieron a él (una sospecha que siempre había albergado desde que yo le escribí aquella primera carta que fue depositada en el invernadero por uno de los chelas de M., y por la que mi chela poco pudo hacer, aunque ya antes había visitado de manera invisible cada parte de la casa), y Hume miró con fijeza a Fern y le preguntó si había sido él quien la puso allí. Tengo ante mí, ahora, toda la imagen del cerebro de Fern en aquel momento. Ahí está el rápido centelleo en su mente — "esto me salvará ... porque puedo jurar que nunca la puse allí" (queriendo decir el sitio donde había caído en el suelo). "No" —contesta imprudentemente— "yo nunca la puse AHÍ" — añade él mentalmente. Luego, una visión de Morya y un sentimiento de intensa satisfacción y alivio por no haber sido culpable de una mentira directa; confusas imágenes de unos jesuitas que había conocido, de su hijito, un pensamiento inconexo de su habitación y de unas mecedoras en el jardín del señor Hume, etc. ... —¡ningún pensamiento de su propio engaño! Realmente, entonces nuestro amigo sólo fue engañado una vez; pero yo daría cualquier cosa si pudiera borrar lo sucedido y reemplazar mi carta por el mensaje de cualquier otro. Pero ya ve usted en qué situación me encuentro. M. dice que me da carte blanche para que le diga a usted todo lo que quiera; no quiere que le diga ni una palabra a Hume; ni tampoco le perdonaría nunca a usted —dice él— que interfiriera entre el castigo del orgullo de Hume y el destino.
En realidad, no hay que culpar a Fern por pensar que, en tanto que se consigan los resultados, los detalles no importan, puesto que él se educó en esa escuela y porque, en realidad, desea de corazón el bien de la Causa, mientras que en el caso de Hume, el único y principal motivo que le impulsa es, en verdad, un Egoísmo bona fide, una vanidad. "Filántropo egotista" es la palabra que lo retrata por entero.
Pasemos ahora al coronel Chesney. Puesto que, sincera y realmente, según parece, fue lo bastante amable como para vislumbrar algo en los rasgos del rostro de éste su pobre y humilde amigo —imagen sacada, lo más seguro, de lo más hondo de su imaginación más que de cualquier existencia real de una expresión como la que usted menciona, en la creación de D.K. o de M. —D.K. se sintió muy orgulloso y me pidió permiso para precipitar otro retrato como ése para el Coronel Chesney. Como es natural, se le concedió el permiso, aunque yo me reí de la idea y M. le dijo a D.K. que el Coronel también se reiría de lo que él calificaría de vanidad por mi parte. Pero D.K. insistió en intentarlo y solicitó permiso para presentárselo al mismo Coronel Chesney; permiso que, por supuesto, le fue negado por el Chohan, al mismo tiempo que se le reprendía. Pero el retrato ya estaba listo tres minutos después que yo hubiera consentido, y D.K. parecía enormemente satisfecho de él. Dice —y me parece que tiene razón— que este retrato es el mejor de los tres. Bien; el retrato siguió el curso acostumbrado, vía Djual Khool, Deb y Fern —estando entonces en Poona los de H.P.B. y Damodar. M. estaba adiestrando y probando a Fern para un fenómeno —genuino, por supuesto— para que Fern estuviera en condiciones de producir una manifestación pukka en la casa del coronel  Chesney; pero mientras que Fern afirmaba que no necesitaba más que tres meses de preparación, M. sabía que nunca estaría a punto para ese momento —ni yo creo que lo esté el próximo año. De todos modos, confió a Fern el nuevo retrato, repitiéndole que era mejor mandarlo por correo, pues si el coronel llegaba a saber que Fern había tenido algo que ver en ello desconfiaría incluso de que se hubiera obtenido por precipitación. Pero D.K. quiso entregarlo inmediatamente, mientras el coronel —tal como él decía— "tenía todavía al Maestro vivido en su mente", pero Fern, el joven engreído y tonto, contestó: "no; antes de hacer nada con el 'paquete' tengo que estudiarlo (al coronel Chesney) de una manera más completa. (!!) Esta vez quiero conseguir los mejores resultados posibles al primer intento. Por lo que he visto del autor de la 'Batalla de Dorkin', no he sido capaz de sentirme satisfecho de él. ... Mi padre me dijo que fuera 'sus ojos' y 'oídos' —al no disponer él siempre de tiempo— y tengo que conocer al personaje con el que tenemos que tratar"(!!)
En el intervalo, y temiéndome que Maese Fern pudiera tal vez colocar el retrato en los dobleces de la "servilleta" del coronel Chesney, y ser la causa de "alguna manifestación espiritista con su pie", —le escribí a usted desde Poona, a través de Damodar, haciéndole una clara insinuación, creo yo, insinuación que, desde luego, usted no comprendió pero que comprenderá ahora. Entretanto, en la mañana de ayer, D.K. vino a decirme que Fern todavía retenía su retrato y que tenía miedo de que se le hubiese jugado una mala pasada, o de que se le estuviera preparando. Entonces, yo desperté inmediatamente de su apatía a mi excesivamente indiferente Hermano. Le hice ver cuan peligrosa era la situación al dejarla en las manos poco escrupulosas de un joven, cuyo sentido de la moralidad estaba aún más confundido por las pruebas de la "probación" y el engaño que él consideraba casi como legal y permisible —y por fin lo impulsé a la acción. Se envió un telegrama a Fern, esta vez de puño y letra de M., desde las Provincias Centrales (me parece que desde Bussawai, donde vive un chela) ordenando a Fern que remitiera de inmediato —por correo— y a su dirección, el paquete que él tenía para el coronel Chesney —y que Fern, por lo que veo, recibió ayer por la mañana, según nuestro horario (martes 22). Y así, cuando usted oiga hablar de esto sabrá toda la verdad.
He prohibido formalmente que mis cartas o cualquier otra cosa relacionada con mis asuntos se entreguen a Fern. Así que, tanto el señor H. como usted mismo o cualquier otro en Simla, pueden tener mi palabra de honor de que Fern no tendrá nada que ver con mis asuntos. Pero, mi muy querido amigo, usted debe prometerme con lealtad y por mi bien, no mencionar jamás una sola palabra a nadie de lo que le dije —y menos aún a Hume o a Fern; a menos que este último le obligue a ello para acallar sus mentiras, en cuyo caso usted puede hacer lo que crea más conveniente para obligarle a callar, aunque sin dejarle saber nunca cómo y de quién lo supo usted. Aparte de esto, utilice lo que sabe a su discreción. Lea con atención mi carta certificada y enviada ayer a nombre de usted desde Bussawai —es decir, mi carta a Hume, y piénselo bien antes de remitírsela a él; porque esta carta puede ser causa de un ataque de locura y de orgullo herido y puede hacerle abandonar la Sociedad en el acto. Mejor que la guarde como recurso para una futura emergencia y para demostrarle a él que, por lo menos, yo soy uno de los que no permitirá que se venza por medios desleales, ni siquiera a mis propios enemigos. Al menos así juzgo los medios que Fern parece demasiado dispuesto a emplear. Pero sobre todo, bueno y leal amigo, no interprete mal la verdadera posición de nuestra Gran Fraternidad. Por oscuros y tortuosos que puedan parecer a su mente occidental, los caminos seguidos y los medios por los cuales nuestros candidatos son atraídos a la gran Luz —será usted el primero en aprobarlos cuando lo conozca todo. No juzgue por las apariencias —porque puede cometer un grave error y puede perder sus propias oportunidades personales para aprender más. Permanezca sólo atento y —observe. Si al menos el señor Hume consiente en esperar, tendrá más y mucho más extraordinarios fenómenos para silenciar las críticas, de los que ha tenido hasta ahora. Ejerza su influencia sobre él. Recuerde que en noviembre llega la gran crisis y que septiembre estará lleno de peligros. Salve al menos nuestras relaciones personales del gran naufragio. Fern es psicológicamente la persona más excéntrica que jamás haya encontrado. La perla está en el interior y, en verdad, profundamente escondida en la poco atractiva concha de la ostra. No podemos romperla de golpe, ni podemos permitimos prescindir de personas así. A la vez que usted se protege —protéjale a él de Hume. Generalmente, nunca confío en una mujer más de lo que confiaría en una imagen; ambas son del género femenino porque la Imagen de la diosa —como mujer— siempre tendrá la última palabra. Pero con su esposa es otra cosa y estoy firmemente convencido de que puede usted confiarle lo que antecede —si lo cree oportuno. Pero guárdese de la pobre señora Cordón. Es una excelente señora pero hablaría con la Muerte hasta la muerte. Y ahora, ya he terminado.
Siempre sinceramente suyo,
K.H.
Por favor, no lo considere como un cumplido —pero créame cuando le digo que sus dos Cartas y, especialmente, "La Evolución del Hombre" son sencillamente ESPLÉNDIDAS. No tema incurrir en contradicciones o inconsistencias.
De nuevo le digo: —tome nota de ellas, envíemelas— y ya verá. (Estos dos párrafos están aún escritos de puño y letra del Maestro K.H. Sólo el último párrafo es letra del Maestro Morya.—Ed.) Le ruego, amable señor, que guarde en su cofre y no la toque, la imprudente carta enviada ayer al Sahib Hume, hasta que sea necesario. Le digo que crearía discordia y nada bueno.
K.H. es sensible en exceso y se está convirtiendo en lo que en su sociedad occidental se considera una típica señorita.
Suyo,
M.



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