LAS CARTAS DE LOS
MAHATMAS.
CARTA N°. 53
Carta del Mahatma M.
a A. P. Sinnett.
CARTA Nº 53
Estrictamente
privada y confidencial
Mi paciente
—amigo—: —Ayer le hice enviar por correo una breve nota acompañada de una extensa
carta para Hume; la hice certificar en algún lugar de las Provincias Centrales
por un afortunado amigo independiente; la de hoy es una larga carta para usted
con la intención de acompañarla de un tañido de jeremiadas, una triste historia
de confusiones que puede que le haga reír a usted o no, como hace reír a ese
corpulento Hermano mío —pero que me hace sentir como el poeta que no podía
dormir bien:
"Porque su
alma conservaba demasiada luz bajo sus párpados, durante la noche." Le
oigo murmurar: "Y ahora, ¿qué demonios querrá decir?" Paciencia, mi
mejor amigo angloindio, paciencia; y cuando usted haya oído la aviesa conducta
de mi desacreditado Hermano, más jovial que nunca, verá con claridad por qué he
llegado a lamentar que en lugar de haber probado en Europa el fruto del Árbol
del Conocimiento del Bien y del Mal —no me haya quedado en Asia, con toda la
sancta simplicitas de la ignorancia de sus costumbres, porque entonces —también
yo me reiría en este momento.
Me pregunto ¡qué es
lo que usted dirá cuando conozca el terrible secreto! Yo anhelo saberlo para
poder librarme de una pesadilla. Si me encontrara usted ahora por primera vez
en los sombríos callejones de su Simla, y me exigiera toda la verdad, se la
diría, lo cual no me favorecería en nada. Mi respuesta —si usted fuera lo suficientemente
cruel para repetirla— recordaría al mundo la famosa respuesta dada por Warren
Hastings al "perro Jennings" en su primer encuentro con el
ex-gobernador, después de su regreso de la India: "Mi querido Hastings"
—preguntó Jennings— "¿es posible que usted sea el gran bribón que dice
Burke, y que el mundo entero se inclina a creer"? "Le puedo asegurar,
Jennings" —fue la melancólica y mansa respuesta— "que aunque algunas
veces me vi obligado a aparecer como un bribón ante la Compañía, nunca lo fui
para mí mismo". Y yo soy el W.H. para los pecados de la Fraternidad. Pero
pasemos a otros hechos.
Por supuesto que
usted sabe —creo que se lo dijo la V.D.— que cuando aceptamos candidatos
a chelas, ellos hacen el voto de guardar secreto y silencio respecto a toda
orden que puedan recibir. Uno ha de demostrar su capacidad para ser chela antes
de que pueda descubrir si es apto para el adoptado. Fern está bajo esa
probación, y ¡en buen lío me han metido entre los dos! Como usted ya sabe por
mi carta a Hume, Fern no me interesaba: no conocía nada de él, a no ser sus
extraordinarias facultades, sus poderes de clarividencia y de clariaudiencia y
su todavía más notable tenacidad de propósito, fuerte voluntad y otros etcéteras.
El,
que durante años tuvo un temperamento libertino y disoluto —un Feríeles de taberna
con una dulce sonrisa para todas las Aspasias callejeras— se había reformado de
repente por completo después de ingresar en la Sociedad Teosófica; y
"M." lo tomó muy en serio bajo su cuidado. No es asunto mío decirle,
ni siquiera a usted, cuánto hay de verdad en sus visiones y cuánto hay de
alucinación o incluso, tal vez, —de ficción. Debe ser verdad que Fern embaucó de manera
considerable a nuestro amigo Hume, puesto que éste me cuenta las más
extraordinarias historias sobre él. Pero lo peor de todo este asunto es lo
siguiente: es indudable que lo embaucó tan completamente que, si bien H. no
creyó una sola palabra cuando Fern estuvo contando la verdad, casi todas las
mentiras que se dijeron por parte de F. fueron aceptadas como verdades
evangélicas por nuestro respetable Presidente de la Ecléctica. Ahora
comprenderá usted fácilmente que es imposible para mí intentar situarlo (a H.)
en el buen camino, puesto que F. es el chela de M. y yo no tengo ningún derecho
—ya sea legal o social, de acuerdo con nuestro código —para inmiscuirme entre
los dos. Sin
embargo, de los varios agravios, éste es el menor. Otra
de nuestras costumbres cuando nos comunicamos con el mundo exterior es confiar
a un chela la tarea de entregar las cartas o cualquier otro mensaje, y no
pensar más en ello, si no es absolutamente necesario.
Muy a menudo,
nuestras mismas cartas —de no tratarse de algo muy importante y secreto— son
escritas con nuestra caligrafía por nuestros chelas. Así, durante el año
pasado, algunas de mis cartas para usted fueron precipitadas y cuando se detuvo
la cómoda y fácil precipitación, no tuve más que ordenar mi mente, asumir una
posición cómoda y —pensar, y mi fiel "Desheredado" no tuvo más que copiar
mis pensamientos, equivocándose sólo ocasionalmente. ¡Ah, amigo mío! Yo
llevaba una vida muy cómoda hasta el mismo día en que surgió la Ecléctica con
su accidentada existencia.... De cualquier modo, este año, por razones que no
es necesario mencionar, he de realizar mi propia labor —toda mi labor— y a
veces me resulta dura y me impaciento por ello. Como dice en alguna parte Jean-Paul Richter, la más
penosa de nuestras fatigas corporales es la que es incorpórea o inmaterial,
especialmente nuestra impaciencia y el erróneo concepto de que perdurará para
siempre. . . Habiéndome permitido a mí mismo cierto día
actuar como si obrara bajo tal engaño, en la inocencia de mi alma cándida
confié lo sagrado de mi correspondencia en manos de ese alter ego mío, el malintencionado
y "arrogante" joven, su "Ilustre", el cual se aprovechó de
mi confianza en él y —¡me colocó en la posición en que ahora me encuentro! El
miserable se está riendo desde ayer y, a decir verdad, yo me siento inclinado a
hacer lo mismo. Pero como inglés, me temo que usted se sentirá lleno de pánico
ante la enormidad de su crimen. Usted sabe que, a pesar de sus defectos, el
señor Hume es absolutamente necesario, por ahora, a la S.T. A veces me siento muy
irritado ante sus mezquinos sentimientos y su espíritu de carácter vengativo;
sin embargo, al mismo tiempo, tengo que soportar sus debilidades, las cuales,
en un momento dado, le llevan a enfadarse consigo mismo por afirmar que no es
todavía mediodía, y luego, que ya es mediodía. Pero nuestro "Ilustre"
no es, precisamente, de esa opinión. El afirma que el orgullo y la propia
opinión que de sí mismo tiene el señor Hume hace que desee —tal como venimos
diciendo— que toda la humanidad no haga otra cosa que doblar sus rodillas para hacer
puja ante él; y M. no va a seguirle la corriente. Por supuesto, no hará nada
para perjudicarle, ni siquiera para burlarse de él a propósito; por el
contrario, piensa protegerle siempre, como lo ha hecho hasta ahora —pero no
levantará ni el dedo meñique para desengañarle.
La substancia y el
meollo de su argumentación se resume como sigue:
"Hume se rió y
se burló de los fenómenos genuinos y verdaderos (cuya producción casi nos ha llevado
a caer en desgracia ante el Chohan) —sólo y únicamente porque las manifestaciones
no fueron ideadas por él, ni producidas en su honor, o para su único beneficio.
Y ahora, déjele que se sienta feliz y orgulloso de las misteriosas
manifestaciones de su propia hechura y creación. Déjele que vitupere a Sinnett
en el fondo de su propio y orgulloso corazón, e incluso lanzando insinuaciones
a otros de que ni siquiera él, Sinnett, tampoco salió muy favorecido. Nadie ha
intentado nunca un engaño deliberado, ni a nadie se le permitiría nada
parecido. Se dejó que todo siguiera su curso natural normal. Fern
está en manos de dos hábiles —"moradores del umbral", como los
llamaría Bulwer— dos dugpas empleados por nosotros para hacer nuestro trabajo
de basureros y provocar los vicios latentes—si es que hay alguno— de los
candidatos; y Fern se ha mostrado, en general, mucho mejor y más moral de lo
que se supuso. Fern no ha hecho más que lo que se le ordenó que hiciera; y se
mantiene en silencio porque ése es su primer deber. Y en cuanto a su
"pose" ante Hume, ya asumir una actitud afectada ante sí mismo y ante
los demás como vidente, dado que él mismo se lo ha llegado a creer, y puesto
que son sólo ciertos detalles los que realmente pueden ser calificados como
ficción, o bien, cuando menos, como medias mentiras —no ha hecho daño a nadie,
como no sea a sí mismo. Los celos y el
orgullo de Hume siempre serán un obstáculo que le impedirán asimilar la verdad
poco menos que como una ficción decorativa; y Sinnett es suficientemente sagaz
para separar con mucha facilidad las realidades de Fern de los sueños...."
Y M. concluye —"¿Por
qué, pues, usted, o yo, o quien sea, tendríamos que ofrecer un consejo a
alguien que es seguro que no lo aceptará, o lo que como un tonto —todavía es más seguro que se
convierta en un enemigo irreconciliable para la Sociedad, para la Causa, para
los sufridos Fundadores y para todos? Así que dejémosle totalmente solo... No nos dará las
gracias por desengañarle. Al contrario, se olvidará de que no se ha de culpar a
nadie más que a él mismo; de que nadie le insinuó jamás una sola palabra que
pudiera haberle conducido a sus extraordinarios errores; sino que se revolverá
más furioso que nunca contra esos tipos —los adeptos— y les llamará
públicamente impostores, jesuitas y falsos. Usted (yo) le proporcionó un
genuino fenómeno
pukka —y
eso debería satisfacerle en cuanto a la posibilidad de todo lo demás".
Ese es el
razonamiento de M., y si yo no estuviera indirectamente implicado en el quid pro auo también sería el mío. Pero ahora, debido a los
engendros de ese pequeño mono traidor — Fern, me veo obligado a molestarle con
un consejo amistoso, ya
que nuestras maneras no son las de ustedes— y viceversa.
Pero vea ahora lo
que ocurrió. Hume ha recibido últimamente muchas cartas mías y yo confío en que
usted seguirá amablemente el destino y la varia fortuna de tres de ellas, desde
que él empezó a recibirlas de manera directa. Trate también de comprender bien
la situación y de darse cuenta así de mi posición. Puesto que teníamos tres
chelas en Simla —dos fijos y uno eventual—, el candidato Fern, concebí la
desafortunada idea de querer ahorrar fuerza, de economizarla, como si yo
tuviera una "Caja de Ahorros". A decir verdad, traté de separar, en todo
lo que era posible en aquellas circunstancias, la puesta en entredicho de la
"Sede Central" de todo fenómeno producido en Simla; y de ahí la
correspondencia intercambiada entre el señor Hume y yo. Salvo que H.P.B.,
Damodar y Deb no fueran dejados de lado totalmente, no había modo de saber lo
que podía o no podía ocurrir. La primera carta
—la que se encontró en el invernadero, se la di a Morya para que la dejara en
casa del señor Hume por mediación de uno de los chelas fijos. El se la entregó
a Subba Row —pues tenía que verle aquel día; S.R. la envió a Fern por el
sistema ordinario (por correo), con instrucciones de dejarla, o bien en casa
del señor Hume, o bien enviársela
por correo, en caso de que temiera que éste le hiciera preguntas, ya que Fern
no podía, no tenía derecho a contestarle, y así no se vería obligado a decirle
una mentira. Varias veces D.Kh. había intentado entrar en
Rothery Castie, pero cada vez sufría tantísimo que le dije que desistiera. (El
se está preparando para la iniciación y podría fracasar fácilmente a
consecuencia de esto). Pues bien, Fern no la envió por correo sino que
mandó a un amigo —su dugpa— para que la dejara en la casa, y éste la dejó en el
invernadero hacia las dos de la madrugada. Este fue un fenómeno a medias, pero
H. lo tomó como si fuera un fenómeno íntegro, y se enfureció cuando M. se negó,
según él creía, a recibir su respuesta por el mismo procedimiento. Luego, yo le
escribí para consolarle y le dije, tan claramente como pude y sin quebrantar la
confianza de M. por lo que respecta a Fem, que D.K. no podía hacer nada por él
en aquel momento y que había sido uno de
los chelas de Morya el que puso la carta allí, etc. etc. Yo creo que la
insinuación fue suficientemente clara y que no hubo engaño. Creo que la segunda
carta fue lanzada sobre su mesa por Dj. Khool (la verdadera
ortografía de su nombre es Gjual —pero no así fonéticamente) y como que lo hizo
él mismo, fue un fenómeno
pukka ortodoxo; y
Hume no tiene por qué lamentarse. Por diferentes medios se le enviaron varias
cartas —y él puede estar seguro de una cosa: a pesar de los medios ordinarios
por los cuales le llegaron las cartas, no podían dejar de ser fenoménicas al llegar
a la India desde el Tibet. Pero esto él no parece tenerlo en cuenta.
Y ahora
llegamos a la parte realmente negativa de esto, una parte por la cual yo
culpo completamente a M., al permitirla y excuso a Fern, que no pudo evitarla.
Por supuesto que
usted comprende que le escribo esto de modo estrictamente confidencial, confiando
en su honor de que, ocurra lo que ocurra, usted no descubrirá a Fern. Sin duda
(y he investigado el asunto con el máximo interés) el muchacho fue llevado a convertirse en culpable de una impostura
deliberada y jesuítica más bien debido a los insultos constantes de Hume, a sus
sospechosas actitudes y a su desprecio deliberado en las comidas y durante las horas
de trabajo, que por cualquier motivo que se derivara de sus relajadas
costumbres morales. Además,
las cartas de M. (producto del amable dugpa, en realidad ex-dugpa, cuyos pasados
pecados no le permitirán nunca expiar por completo sus fechorías) dicen
claramente: "haga esto o aquello, o hágalo de tal manera"; estas
cartas le tientan y le llevan a imaginar que, no haciendo daño a ningún ser
humano, y cuando el motivo es bueno, ¡toda acción se convierte en legítima! Así
fui tentado yo en mi juventud y estuve muy cerca de sucumbir dos veces a la
tentación, pero fui salvado por mi tío que evitó que cayera en una monstruosa trampa,
y así le sucedió al Ilustre —que es un ocultista pukka ortodoxo y se atiene religiosamente
a las antiguas tradiciones y a los viejos métodos; y así hubiera sido para cualquiera
de ustedes si yo hubiera consentido aceptarles como chelas. Pero como yo
estaba enterado desde el principio de lo que usted le había confesado a H.P.B.
en una carta, es decir, que resultaba algo sumamente ofensivo para la mejor
clase de las mentes europeas la idea de ser puesto a prueba o de estar bajo
probación —en consecuencia, yo siempre había eludido aceptar el ofrecimiento
expresado a menudo por el señor Hume de convertirse en un chela.
Tal
vez esto pueda darle a usted la clave de toda la situación. Sin embargo, esto
es lo que ocurrió: Fern había recibido una carta mía por mediación de un chela,
con la petición de que la hiciera llegar de inmediato a su destino. Iban a
desayunar y no había tiempo que perder.
Fern
había depositado la carta sobre una mesa y allí debería haberla dejado, ya que
así se habría evitado después la ocasión de mentir. Pero estaba enojado con H.
e ideó otra evasiva.
Colocó
la carta entre los dobleces de la servilleta del señor Hume quien la levantó a
la hora del desayuno y tiró accidentalmente la carta al suelo; apareció, ante
el terrible espanto de "Moggy" y la alegre sorpresa de Hume. Pero sus
viejas sospechas volvieron a él (una sospecha que siempre había albergado desde
que yo le escribí aquella primera carta que fue depositada en el invernadero
por uno de los chelas de M., y por la que mi chela poco pudo hacer, aunque ya
antes había visitado de manera invisible cada parte de la casa), y Hume miró con
fijeza a Fern y le preguntó si había sido él quien la puso allí. Tengo ante mí,
ahora, toda la imagen del cerebro de Fern en aquel momento. Ahí está el rápido
centelleo en su mente — "esto me salvará ... porque puedo jurar que nunca
la puse allí" (queriendo decir el sitio donde había caído en el suelo).
"No" —contesta imprudentemente— "yo nunca la puse AHÍ" — añade
él mentalmente. Luego,
una visión de Morya y un sentimiento de intensa satisfacción y alivio por no
haber sido culpable de una mentira directa; confusas imágenes de unos jesuitas que
había conocido, de su hijito, un pensamiento inconexo de su habitación y de
unas mecedoras en el jardín del señor Hume, etc. ... —¡ningún pensamiento de su
propio engaño! Realmente, entonces nuestro amigo sólo fue engañado una vez;
pero yo daría cualquier cosa si pudiera borrar lo sucedido y reemplazar mi
carta por el mensaje de cualquier otro. Pero ya ve usted en qué situación me encuentro. M.
dice que me da carte blanche para que le diga a usted todo lo que quiera; no
quiere que le diga ni una palabra a Hume; ni tampoco le perdonaría nunca a
usted —dice él— que interfiriera entre el castigo del orgullo de Hume y el destino.
En
realidad, no hay que culpar a Fern por pensar que, en tanto que se consigan los
resultados, los detalles no importan, puesto que él se educó en esa escuela y
porque, en realidad, desea de corazón el bien de la Causa, mientras que en el
caso de Hume, el único y principal motivo que le impulsa es, en verdad, un
Egoísmo bona fide, una vanidad. "Filántropo egotista" es la palabra
que lo retrata por entero.
Pasemos ahora al
coronel Chesney. Puesto que, sincera y realmente, según parece, fue lo bastante
amable como para vislumbrar algo en los rasgos del rostro de éste su pobre y humilde
amigo —imagen sacada, lo más seguro, de lo más hondo de su imaginación más que de
cualquier existencia real de una expresión como la que usted menciona, en la
creación de D.K. o de M. —D.K. se sintió muy orgulloso y me pidió permiso para
precipitar otro retrato como ése para el Coronel Chesney. Como es natural, se
le concedió el permiso, aunque yo me reí de la idea y M. le dijo a D.K. que el
Coronel también se reiría de lo que él calificaría de vanidad por mi parte.
Pero D.K. insistió en intentarlo y solicitó permiso para presentárselo al mismo
Coronel Chesney; permiso que, por supuesto, le fue negado por el Chohan, al
mismo tiempo que se le reprendía. Pero el retrato ya estaba listo tres minutos
después que yo hubiera consentido, y D.K. parecía enormemente satisfecho de él.
Dice —y me parece que tiene razón— que este retrato es el mejor de los tres.
Bien; el retrato siguió el curso acostumbrado, vía Djual Khool, Deb y Fern
—estando entonces en Poona los de H.P.B. y Damodar. M. estaba adiestrando y
probando a Fern para un fenómeno —genuino, por supuesto— para que Fern
estuviera en condiciones de producir una manifestación pukka en la casa del coronel Chesney; pero mientras que
Fern afirmaba que no necesitaba más que tres meses de preparación, M. sabía que
nunca estaría a punto para ese momento —ni yo creo que lo esté el próximo año. De todos modos, confió a Fern el nuevo
retrato, repitiéndole que era mejor mandarlo por correo, pues si el coronel
llegaba a saber que Fern había tenido algo que ver en ello desconfiaría incluso de que se hubiera obtenido por precipitación. Pero
D.K. quiso entregarlo inmediatamente, mientras el coronel —tal como él decía—
"tenía todavía al Maestro vivido en su mente", pero Fern, el joven
engreído y tonto, contestó: "no; antes de hacer nada con el 'paquete' tengo
que estudiarlo (al coronel Chesney) de una manera más completa. (!!) Esta vez
quiero conseguir los mejores resultados posibles al primer intento. Por lo que
he visto del autor de la 'Batalla de Dorkin', no he sido capaz de sentirme
satisfecho de él. ... Mi padre me dijo que fuera 'sus ojos' y 'oídos' —al no
disponer él siempre de tiempo— y tengo que conocer al personaje con el que
tenemos que tratar"(!!)
En el intervalo, y
temiéndome que Maese Fern pudiera tal vez colocar el retrato en los dobleces de
la "servilleta" del coronel Chesney, y ser la causa de "alguna
manifestación espiritista con su pie", —le escribí a usted desde Poona, a
través de Damodar, haciéndole una clara insinuación, creo yo, insinuación que,
desde luego, usted no comprendió pero que comprenderá ahora. Entretanto, en la
mañana de ayer, D.K. vino a decirme que Fern todavía retenía su retrato y que
tenía miedo de que se le hubiese jugado una mala pasada, o de que se le
estuviera preparando. Entonces, yo desperté inmediatamente de su apatía a mi excesivamente
indiferente Hermano. Le hice ver cuan peligrosa era la situación al dejarla en las
manos poco escrupulosas de un joven, cuyo sentido de la moralidad estaba aún
más confundido por las pruebas de la "probación" y el engaño que él
consideraba casi como legal y permisible —y por fin lo impulsé a la acción. Se
envió un telegrama a Fern, esta vez de puño y letra de M., desde las Provincias
Centrales (me parece que desde Bussawai, donde vive un chela) ordenando a Fern
que remitiera de inmediato —por correo— y a su dirección, el paquete que él
tenía para el coronel Chesney —y que Fern, por lo que veo, recibió ayer por la
mañana, según nuestro horario (martes 22). Y así, cuando usted oiga hablar de
esto sabrá toda la verdad.
He prohibido
formalmente que mis cartas o cualquier otra cosa relacionada con mis asuntos se
entreguen a Fern. Así que, tanto el señor H. como usted mismo o cualquier otro
en Simla, pueden tener mi palabra de honor de que Fern no tendrá nada que ver
con mis asuntos. Pero, mi muy querido amigo, usted debe prometerme con lealtad
y por mi bien, no mencionar jamás una sola palabra a nadie de lo que le dije —y
menos aún a Hume o a Fern; a menos que este último le obligue a ello para
acallar sus mentiras, en cuyo caso usted puede hacer lo que crea más
conveniente para obligarle a callar, aunque sin dejarle saber nunca cómo y de
quién lo supo usted. Aparte de esto, utilice lo que sabe a su discreción. Lea
con atención mi carta certificada y enviada ayer a nombre de usted desde
Bussawai —es decir, mi carta a Hume, y piénselo bien antes de remitírsela a él;
porque esta carta puede ser causa de un ataque de locura y de orgullo herido y
puede hacerle abandonar la Sociedad en el acto. Mejor que la guarde como
recurso para una futura emergencia y para demostrarle a él que, por lo menos, yo
soy uno de los que no permitirá que se venza por medios desleales, ni siquiera
a mis propios enemigos. Al menos así juzgo los medios que Fern parece demasiado
dispuesto a emplear. Pero sobre todo, bueno y leal amigo, no interprete mal la
verdadera posición de nuestra Gran
Fraternidad. Por oscuros y
tortuosos que puedan parecer a su mente occidental, los caminos seguidos y los
medios por los cuales nuestros candidatos son atraídos a la gran Luz —será
usted el primero en aprobarlos cuando lo conozca todo. No juzgue por las apariencias
—porque puede cometer un grave error y puede perder sus propias oportunidades personales
para aprender más. Permanezca sólo atento y —observe. Si al menos el señor
Hume consiente en esperar, tendrá más y mucho más extraordinarios fenómenos
para silenciar las críticas, de los que ha tenido hasta ahora. Ejerza su
influencia sobre él. Recuerde que en noviembre
llega la gran crisis y que septiembre estará lleno de peligros. Salve al menos nuestras
relaciones personales del gran naufragio. Fern es psicológicamente la persona
más excéntrica que jamás haya encontrado. La perla está en el interior y, en
verdad, profundamente escondida en la poco atractiva concha de la ostra. No
podemos romperla de golpe, ni podemos permitimos prescindir de personas así. A
la vez que usted se protege —protéjale a él de Hume. Generalmente, nunca
confío en una mujer más de lo que confiaría en una imagen; ambas son del género
femenino porque la Imagen de la diosa —como mujer— siempre tendrá la última
palabra. Pero con su esposa es otra cosa y estoy firmemente convencido de que puede
usted confiarle lo que antecede —si lo cree oportuno. Pero guárdese de
la pobre señora Cordón. Es una excelente señora pero hablaría con la Muerte
hasta la muerte. Y ahora, ya he terminado.
Siempre
sinceramente suyo,
K.H.
Por favor, no lo
considere como un cumplido —pero créame cuando le digo que sus dos Cartas y,
especialmente, "La Evolución del Hombre" son sencillamente
ESPLÉNDIDAS. No tema incurrir en contradicciones o inconsistencias.
De nuevo le digo:
—tome nota de ellas, envíemelas— y ya verá. (Estos dos párrafos
están aún escritos de puño y letra del Maestro K.H. Sólo el último párrafo es
letra del Maestro Morya.—Ed.) Le
ruego, amable señor, que guarde en su cofre y no la toque, la imprudente carta
enviada ayer al Sahib Hume, hasta que sea necesario. Le digo que crearía
discordia y nada bueno.
K.H. es sensible en
exceso y se está convirtiendo en lo que en su sociedad occidental se considera
una típica señorita.
Suyo,
M.
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