LA CIENCIA DE LA VIDA
(Blavatsky)
(Parte 2)
Cuando
la condición intelectual humana crece, el individuo se da cuenta de que ninguna
felicidad conectada con su personalidad es un logro, sino sólo una necesidad.
La personalidad es sencillamente ese estado incipiente de la vida y el límite
último de ésta
[...] Se me preguntará:
¿Dónde
comienza y dónde termina la vida? ¿Dónde acaba la noche y dónde empieza el día?
¿Dónde,
en la orilla, termina el dominio del océano y comienza el de la tierra?
Hay
día y hay noche; hay tierra y hay mar, hay vida y hay ausencia de vida.
Nuestra vida, desde que nos hicimos
conscientes de ella, es un movimiento pendular entre dos límites.
Un
límite es el desinterés absoluto por la vida del Universo infinito, una energía
dirigida simplemente hacia la gratificación de la propia personalidad.
El
otro límite es una renuncia completa de esa personalidad, el interés más
profundo por la vida del
Universo
infinito, en plena armonía con él, el traspaso de todos nuestros deseos y buena
voluntad desde uno mismo hacia ese Universo infinito y todas las criaturas
fuera de nuestro perímetro. (Esto es lo que los teósofos llamarían
"vivir la vida." -H.P.B.)
Mientras
más nos acerquemos al primer límite, menos vida y dicha hay. Mientras más
gravitemos hacia el segundo límite, más vida y dicha hay. Por ende, el ser
humano siempre oscila de un extremo al otro: vive.
Este
movimiento es la vida misma.
Cuando
hablo de la vida me estoy refiriendo, en mis concepciones, a la idea que está
indisolublemente
ligada
con la de la vida consciente. No conozco, ni
hay nadie que conozca, otro tipo de vida que no sea la vida consciente.
Con
el término vida aludimos a la de los animales ya la vida orgánica. Pero ésta no
es la vida; sólo es cierto estado o condición de vida que se nos manifiesta.
¿Qué
es esta conciencia o mente, cuyas exigencias excluyen a la personalidad,
transfiriendo la energía del ser humano fuera de él y en ese estado que para
nosotros es el estado dichoso del amor?
¿Qué
es la mente consciente?
Cualquier
cosa que queramos definir, hay que definirla con nuestra mente consciente.
Entonces,
¿con qué definir a la mente? [ . . . ]
Si
debemos definir todo con nuestra mente, es obvio que la mente consciente no
puede definirse. Sin embargo, nosotros, no sólo la conocemos, sino que es la
única cosa que conocemos realmente.
Es la
misma ley como la de la vida, de todo lo orgánico, lo animal o lo vegetal, con
la única diferencia que vemos la realización de una ley inteligente en la vida
de una planta. Sin embargo, no vemos la ley de la mente consciente a la cual
estamos sujetos, así como el árbol está sujeto a su ley, sino que la cumplimos
[...]
Hemos
convenido que la vida es lo que no es nuestra vida. Aquí acecha la raíz del error.
En
lugar de estudiar esa vida, de la cual estamos conscientes dentro de nosotros
de forma absoluta y exclusiva; ya que no podemos conocer nada más, observamos
lo que está desprovisto del factor y de la facultad más importantes de nuestra
vida: la conciencia inteligente.
Al
comportarnos de esta forma actuamos como el estudiante de un objeto que se vale
de su sombra o reflejo para llevar a cabo el estudio.
Si
sabemos que, durante la transformación de las partículas de la sustancia, ellas
están sujetas a la actividad del organismo, no depende del hecho de que hemos
observado o estudiado tal proceso; sino, simplemente, porque poseemos cierto
organismo familiar que está unido a nosotros: el organismo de nuestro animal,
que conocemos muy bien como el material de nuestra vida, sobre el cual es
nuestro deber trabajar y gobernar, sometiéndolo a la ley de la razón [. . .] Tan pronto como el ser humano ha perdido su
fe en la vida, tan pronto como ha transferido esa vida en lo que no es vida, se
convierte en un infeliz y ve la muerte [...] Aquél
que concibe la vida tal como la encuentra en su conciencia, desconoce la
infelicidad y la muerte; ya que para él, todo lo bueno de la vida estriba en la
supeditación de su aspecto animal a la ley de la razón. Hacer lo cual no sólo está en su poder;
sino que acontece en él inevitablemente. Estamos familiarizados con la muerte
de las partículas en el ser animal. Conocemos la muerte de los animales y del
ser humano como animal, pero ignoramos la
muerte de la mente consciente y no podemos saber algo de esto porque esa mente consciente
es la vida misma y la Vida jamás puede ser Muerte [. . .]
El
animal vive feliz, no ve la muerte, la desconoce y perece sin darse cuenta.
¿Por
qué el ser humano debería haber recibido el don de verla y conocerla y por qué
la muerte debería ser tan terrible para él, al grado que le tortura el alma,
induciéndolo, a menudo, a suicidarse por el mero miedo a la muerte?
¿Por qué
debería ser así?
Porque
el ser humano que ve la muerte es un enfermo, ha infringido la ley de su vida y
ha cesado de vivir una existencia consciente. Se ha convertido en un animal, un
animal que ha también infringido la ley de la vida.
La
vida del ser humano es una aspiración a la dicha y a él se le entrega el objeto
de su anhelo. La luz
alumbrada
en el alma humana es la dicha de la vida y esta luz jamás podrá ser tinieblas;
ya que para el ser humano existe, en verdad, sólo esta luz solitaria que arde
en su alma.”
* * *
Hemos traducido este largo extracto del
relato de la magnífica conferencia del Conde Tolstoi, porque es eco de las
enseñanzas más sublimes de la ética universal de la verdadera teosofía.
Su definición de
la vida en el sentido abstracto y de la vida que cada teósofo serio debería
seguir conforme y en la medida de sus capacidades naturales, es la síntesis y
el Alfa y Omega de la vida práctica psíquica, como también la vida espiritual.
La conferencia contiene frases que para el
teósofo medio parecerán demasiado nebulosas y quizá incompletas. Sin embargo,
no encontrará ninguna que el ocultista práctico más exigente impugne. Podríamos
llamarlo un tratado sobre la Alquimia del Alma; ya que la luz "solitaria"
en el ser humano que arde perpetuamente y que jamás puede ser tiniebla en su
naturaleza intrínseca, aunque el "animal" fuera de nosotros puede no
percibirla, es esa "Luz" acerca de la cual han sido escritos
volúmenes por los Neoplatónicos de la escuela alejandrina y, después de ellos,
por los Rosacruces y especialmente los Alquimistas, si bien actualmente, su verdadero
sentido es un misterio oscuro para la mayoría de la gente. Es cierto que el
Conde Tolstoi no es un alejandrino ni un teósofo moderno y aun menos un
Rosacruz o un Alquimista. Sin embargo, el gran pensador ruso transfiere, del campo de la metafísica al de
la vida práctica, lo que éstos han ocultado bajo una fraseología particular de
los filósofos del Fuego, confundiendo a propósito las transmutaciones cósmicas
con la Alquimia Espiritual.
El Conde Tolstoi, sin dejar el plano
terrenal, ha reunido todo lo que Schilling definiría como un percatarse de la identidad del sujeto
y el objeto en el Ego interno humano, eso que une y cohesiona el Ego con el
Alma universal, que es simplemente la identidad del sujeto y el objeto en un
plano superior o la Deidad desconocida.
Tolstoi
es uno de esos pocos electos que empiezan con la intuición y terminan con una
parcial omnisciencia. Ha alcanzado la transmutación de los metales inferiores,
la masa animal, en oro y plata o la piedra filosofal, el desarrollo y la
manifestación del Yo superior del ser humano.
El alcahest del Alquimista menor es el
All-geist, el Espíritu Divino omniabarcante del Iniciado superior; ya que, como
pocos hoy en día saben, la Alquimia era y es
una filosofía espiritual y una ciencia física. Aquel que desconoce la
primera, no sabrá mucho de la segunda. Aristóteles, hablando a su discípulo Alejandro
sobre la piedra filosofal, le dijo lo siguiente: "No es una piedra, se encuentra en cada ser y en todo lugar, en
todas las estaciones y se le llama el fin de todos los filósofos", así
como la Vedanta es el fin de todas las filosofías. Como epílogo a este ensayo
sobre la ciencia de la Vida, agregamos unas palabras acerca del enigma eterno
que la Esfinge profirió a los mortales. No lograr resolver el problema que contenía,
implicaba ser destinado a una muerte segura; ya que la Esfinge de la vida
devoraba al ser no intuitivo que vivía sólo en su "animal." Aquél que
vive para la personalidad y sólo por ella, fallecerá seguramente, como le dice
el "Yo superior" al yo inferior o "animal", en la
conferencia de Tolstoi. El enigma consta de siete claves y el Conde penetra el
misterio con una de las más elevadas, dado que, según el bello párrafo del
autor de la "Filosofía Hermética": "El auténtico misterio más
familiar y al mismo tiempo más desconocido para cada ser humano, en el cual
debe iniciarse o perecer como un ateo, es él mismo. Para él es el elixir de la vida, cuya libación antes del descubrimiento
de la piedra filosofal implicaría beber el líquido de la muerte, el cual
confiere al adepto y al epoptes la verdadera inmortalidad.
Puede conocer la verdad en su autenticidad,
Aletheia, el aliento de Dios o la Vida, la mente consciente en el ser humano.
Este es el “Alcahest que disuelve todo” y el Conde Tolstoi ha comprendido bien
el enigma.
En esto, la ciencia es abusada; ya que se
emplea para servir a las nociones personales de los científicos y a la actitud
determinada para sofocar en la humanidad toda aspiración y pensamiento espiritual.
Sería más correcto decir: "pretenden confundir", - H.P.B.
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