miércoles, 17 de febrero de 2016

LA CIENCIA DE LA VIDA (Parte 1)

LA CIENCIA DE LA VIDA
(Blavatsky)

(Parte 1)

¿Qué es la vida? Centenares de las mentes más filosóficas y una miríada de médicos eruditos y muy hábiles, se han hecho esta pregunta, la cual aún queda en suspenso. El velo que cubre al Kosmos primordial y los principios misteriosos de la vida de éste, jamás se han descorrido de forma que satisfaga a la ciencia honrada y seria.

Mientras más los científicos autorizados tratan de penetrar las anfractuosidades kósmicas oscuras, más intensas se vuelven estas tinieblas, ofuscándoles la vista. Podríamos compararlos con los buscadores de tesoros que vagaron por los mares a fin de encontrar lo que estaba sepultado en su jardín.

Entonces, ¿qué es esta ciencia?
¿Es la biología o el estudio de la vida en su aspecto general?
No.
¿Es la fisiología o la ciencia de la función orgánica?
Tampoco; ya que la primera deja el problema como el enigma de la Esfinge y la segunda es más la ciencia de la muerte que de la vida. La fisiología se basa en el estudio de las distintas funciones orgánicas y de los órganos necesarios para que la vida se manifieste. Sin embargo, lo que la ciencia llama materia viva es, en realidad, materia muerta. Cada molécula de los órganos vivientes contiene el germen de la muerte y empieza a fallecer en el momento en que nace, dando la oportunidad de vivir a su molécula sucesora, la cual perecerá también.
Un órgano, una parte natural de cada ser viviente es, simplemente, el medio de alguna función particular en la vida y es una combinación de dichas moléculas. El órgano vital, el entero, se pone la máscara de la vida, ocultando el constante decaimiento y la muerte de sus partes. Por lo tanto, el binomio biología y fisiología no es la ciencia, ni siquiera la rama de la Ciencia de la Vida, sino sólo la ciencia de las apariencias de la vida.
Mientras la verdadera filosofía es como Edipo delante de la Esfinge de la vida y no se atreve a pronunciar la paradoja contenida en la respuesta al enigma proferido, la ciencia materialista, arrogante como siempre, sin dudar por un momento de su sabiduría, se "biologiza" a sí misma y a muchos otros en la creencia de que ha resuelto este grandioso problema de la existencia. En realidad, es probable que jamás se haya acercado, ni siquiera, a su umbral. Seguramente, nunca podrá promover la verdad, tratando de engañarse a sí misma y a los incautos diciendo que la vida es simplemente el resultado de la complejidad molecular.
¿Es la fuerza vital realmente un simple"fantasma", según la define Du-Bois Raymond?
Ya que su invectiva de que la "vida", como algo independiente, es sólo un remanso de la ignorancia de los que buscan refugio en las abstracciones cuando es imposible alcanzar una explicación directa, se aplica con mucha más intensidad y justicia a esos materialistas dispuestos a obcecar la gente a la realidad de los hechos, sustituyéndolos con palabras altilocuentes.
Una de las cinco divisiones de las funciones de la vida, cuyos nombres pretenciosos son:
Archebiosis (origen de la vida),
Biocrosis (fusión de la vida),
Biodiaeresis (división de la vida),
Biocaenosis (renovación de la vida) y
Bioparodosis (transmisión de la vida),
¿ha, acaso, jamás ayudado a un Huxley o a un Haeckel a hurgar más plenamente el misterio de las generaciones de la humilde hormiga, por no hablar del ser humano?
Es cierto que no; ya que la vida y todo lo que le pertenecen, es parte integrante del dominio legal del metafísico y del psicólogo y la ciencia física no puede reclamarlo. "Lo que ha sido es lo que será y lo que ha sido ya tiene un nombre: Hombre." Esta es la respuesta al enigma de la Esfinge. Pero en tal caso, el término "hombre" no se refiere al ser físico, por lo menos cuando hablamos desde el punto de vista esotérico. Los escalpelos y los microscopios pueden solucionar los misterios de las partes materiales de la vestidura del ser humano, pero jamás podrán abrirse una ventana en su alma para asomarse a la vista más pequeña de alguno de los horizontes más amplios del ser.

Los únicos pensadores que reciben alguna recompensa son los que, ateniéndose a la frase del oráculo délfico, han conocido la vida en sus yoes internos, estudiándola meticulosamente en sí mismos antes de tratar de delinear y analizar su reflejo en sus vestiduras externas. Análogamente a los filósofos del fuego medioevales, han soslayado las apariencias de la luz y del fuego en el mundo de los efectos, concentrando su plena atención sobre los entes arcanos productores. Entonces, al percatarse de que se remontaban a la causa abstracta, han probado a sondear el Misterio, cada uno en conformidad con sus capacidades intelectuales.
Así se cercioraron de que
1) el mecanismo, aparentemente vivo, llamado hombre físico, es meramente el combustible, el material con el cual la vida se alimenta para poder manifestarse y,
2) mediante éste, el ser interno recibe, como recompensa, la posibilidad de acumular ulterior experiencia de las ilusiones terrenales llamadas vidas.

Uno de dichos filósofos es, innegablemente, el gran novelista y reformador ruso: Conde León Tolstoi. El estudio de algunos fragmentos de una conferencia que presentó en Moscú delante de la Sociedad Psicológica local demostrará cuán cercanas son sus ideas con las enseñanzas esotéricas y filosóficas de la Teosofía superior .

El Conde, hablando del problema de la vida, invita a su audiencia a admitir, en gracia al argumento, una imposibilidad.

El orador dice:
"Supongamos, por un momento, que todo lo que la ciencia moderna anhela aprender sobre la vida ya lo aprendió y ahora lo sabe; que el problema se ha convertido tan diáfano como el día; que se ha aclarado el asunto de cómo la materia orgánica, mediante una simple adaptación, procede de la materia inorgánica; que es cristalino como las fuerzas naturales pueden transformarse en sentimientos, voluntad, pensamiento y que, al final, todo esto es consabido no sólo por el estudiante urbano; sino por el escolar campesino.
Así, estoy consciente de que tal y tal pensamiento y sentimiento deriva de tal y tal movimiento.
Bien: ¿y luego qué? ¿Puedo o no puedo producir y guiar tales movimientos para poder estimular en mi cerebro los pensamientos correspondientes?
La cuestión: cuáles son los pensamientos y los sentimientos que debería generar en mí y en los demás, sigue, no sólo sin resolverse, sino que intocada.

Todavía esta cuestión es la interrogante fundamental acerca de la idea central de la vida.
La ciencia ha elegido como su objetivo unas pocas manifestaciones que acompañan a la vida y, confundiendo ("Confundir" es un término erróneo en este caso, porque los científicos saben muy bien que su enseñanza acerca de la vida es una ficción materialista que la lógica y el hecho contradicen a cada paso.)  la parte por el entero, ha llamado estas manifestaciones la vida en su totalidad [...]
La cuestión indisoluble desde la idea de la vida, no es de donde procede esta última, sino ¿cómo se debería vivirla? Sólo usando esta pregunta como punto de partida, es posible esperar llegar a alguna solución en el problema de la existencia.

La respuesta a la interrogante: ' ¿Cómo deberíamos vivir?', parece muy simple para la persona que no la estima digna de consideración.

[ . . . ] Uno debe vivir lo mejor que puede y basta. A primera vista parece simple y de dominio público, sin embargo no es tan sencillo, ni consabido como uno puede imaginar [ . . . ]

Al principio, para el ser humano, la idea de la vida parece un asunto muy simple y evidente. En primer lugar, considera que la vida reside en sí mismo, en su cuerpo. Sin embargo, tan pronto como uno empieza a buscar esa vida en algún sitio particular del cuerpo, incurre en dificultades. La vida no está en el pelo, en las uñas, en el pie, en el brazo, ambos amputables, no está en la sangre, en el corazón, ni en el cerebro. Está por todas partes y por ningún lado.
En síntesis: la Vida no es localizable en ninguna de sus moradas. Entonces, el ser humano empieza a buscar la vida en el Tiempo. También esto, al principio, parece un asunto simple [ . . . ] Sin embargo, cuando empieza su búsqueda, percibe que la cuestión es más complicada de lo que pensaba. Según mi documento bautismal he vivido 58 años, pero sé que de entre estos 58, he pasado durmiendo al menos 20.

¿Entonces cómo?
¿He vivido todos estos años o no?
¿Si deducimos los meses de gestación y aquellos
pasados en los brazos de la nana deberíamos llamarlos también vida?
Nuevamente, de entre los remanentes 38 años, sé que una mitad de ese tiempo la pasé durmiendo, aun siendo activo y por lo tanto, en este caso, no puedo decir si durante tal lapso viví o no.
Puede haber sido un alternarse entre la vida y el estado vegetativo. Nuevamente, uno se percata de que la vida, tanto en el tiempo como en el cuerpo, se encuentra por todas partes y en ningún lado.
Entonces, surge naturalmente la cuestión:
¿de dónde proviene esa vida que no puedo reconducir a ninguna parte?
Ahora empezaré a aprender [ . . . ] Sin embargo, aun en esta coyuntura, lo que al principio me parecía simple, ahora parece imposible. No cabe duda que estuve buscando algo distinto de la vida. Entonces, una vez que debemos ir en pos de los paraderos de la vida, si buscar debemos, no habría que dirigirse hacia el espacio ni el tiempo, ni siquiera a la causa y al efecto, sino que deberíamos seguir a algo que conozco en mí, independiente de espacio, tiempo y causalidad.

Lo que nos queda por hacer es estudiar el yo. ¿Pero cómo puedo conocer la vida en mí?

He aquí como: en primer lugar, sé que soy vivo y vivo deseando para mí todo lo que es bueno. Deseo esto desde que tengo conciencia de mí y persiste de día y noche. Todo lo que vive fuera de mí es importante a mis ojos sólo si coopera con la creación de lo que produce mi bienestar. Considero que el universo es relevante sólo porque puede deleitarme.

Mientras tanto, algo más se intercala al conocimiento interno de mi existencia. Hay otra percepción que es inseparable de la vida que siento y es también su aliada: además de mi persona, me rodea un mundo entero de criaturas vivientes que, al igual que yo, se percatan, instintivamente, de sus vidas exclusivas y todas estas criaturas viven por sus objetivos ajenos a mí, al mismo tiempo ellas ignoran y ni siquiera les interesa, saber algo de mis pretensiones para una vida exclusiva y, todas estas criaturas, a fin de llenar con éxito sus objetivos, están dispuestas a aniquilarme en cualquier momento. Esto no es todo. Mientras observo la destrucción de criaturas parecidas a mí, estoy consciente de que se me depara, también, un rápido e inevitable decaimiento, aunque me sienta tan precioso y el único en el cual la vida es representada.

Es como si en el ser humano residiesen dos "yoes" que jamás pueden cohabitar en paz. Es como si libraran un combate incesante, tratando de expulsarse mutuamente.

Un "yo" dice: "Soy el único que vive como se debería, todos los demás sólo parecen vivir. Así, la razón por la cual el universo existe, es para que pueda sentirme cómodo."

El otro "yo" replica: "El universo no existe para tí, sino por sus metas y propósitos y no le interesa mucho saber si eres feliz o infeliz."

¡Después de esto la vida se convierte en una cosa asombrosa!

Un "yo" dice: "Quiero gratificar todos mis deseos, por eso necesito el universo."

El otro "yo" contesta: "Toda la vida animal existe sólo para gratificar sus deseos. Sólo los deseos de los animales se gratifican a expensas de otros animales. De ahí la lucha incesante entre las especies animales. Eres un animal y por lo tanto debes pelear. Sin embargo, a pesar del éxito ganado en tu batalla el resto de las criaturas que luchan deben, a la larga, aplastarte."

¡Peor aún! La vida se hace más asombrosa [...] La cosa más terrible de todas, la síntesis de lo antedicho, es que:

Un "yo" dice: "Quiero vivir, vivir para siempre."

El otro "yo" contesta: "Quizá mueras dentro de unos minutos, así como perecerán tus seres queridos; ya que tú y ellos, en cada movimiento, estáis destruyendo vuestras vidas y por lo tanto os acercáis, siempre más, al sufrimiento ya la muerte, lo que odias y temes más que todo."

Esto es lo peor [ . . . ]

Cambiar tal condición es imposible [ . . . ] Se puede evitar el movimiento, el descanso, la comida y aun el respiro, pero no podemos substraernos del pensamiento. Uno piensa y ese pensamiento, mi pensamiento, está emponzoñando cada paso de mi vida como personalidad.

Tan pronto como un ser humano ha empezado a vivir conscientemente, esa conciencia empieza a repetirle, sin cesar, la misma cosa: "Ya no es posible vivir la existencia que sentiste y viste en tu pasado, la vida de los animales y de muchos seres humanos, vivida de esa forma que te indujo a ser lo que eres ahora. Si trataras de hacerlo, jamás podrías substraerte a luchar con todo el mundo de criaturas que viven como tú: por sus objetivos personales y entonces, estas criaturas, inevitablemente, te destruirán." [...]

Cambiar dicha situación es imposible. No nos resta más que una cosa, que es lo que hace la persona que, empezando a vivir, transfiere sus objetivos de la vida fuera de sí, proponiéndose alcanzarlos.[ . . . ] A pesar de lo distante que los coloque de su personalidad, tan pronto como su mente se aclara, ninguno de estos objetivos lo satisfarán.

Bismarck ha unido Alemania y ahora gobierna a Europa. Si su razón ha irradiado un poco de luz sobre los resultados de su actividad, debe percibir, al igual que su cocinero que prepara una cena que dentro de una hora ya será devorada, la misma antinomia sin resolver entre la vanidad y la insensatez de toda su obra y la eternidad y la racionalidad de lo que existe para siempre.
Si ellos pensaran en esto, ambos se percatarían de lo siguiente,
en primer lugar: la integridad de la cena de Bismarck se debe a la policía, mientras la integridad de Alemania al ejército, siempre que ambos: Bismarck y el cocinero, se mantengan vigilantes.
Todo esto porque hay personas muertas de hambre que comerían de buen grado dicha cena y naciones que se alegrarían de ser tan poderosas como Alemania.
En segundo lugar, se darían cuenta de que la cena de Bismarck y el portento del imperio teutónico no coinciden con las metas y los propósitos de la vida universal, sino que son tajantemente antitéticos con ellos.

 En tercer lugar, ya sea el cocinero o el poderío alemán morirán en breve tiempo, por lo tanto, a la cena en cuestión ya Alemania se les depara el mismo destino. El único que sobrevivirá es el Universo, el cual jamás pensará en la cena ni en Alemania y, aun menos, en los que la cocinaron. 

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