LAS CARTAS DE LOS
MAHATMAS.
CARTA N°. 62
Carta del Mahatma
K.H. a A. P. Sinnett.
CARTA Nº 62
Recibida el 18 de
julio de 1884
¡Mi pobre y
ofuscado amigo —usted no sirve en
absoluto para el ocultismo práctico! Sus leyes son inmutables, y nadie
puede dejar de cumplir una orden, una vez que se ha dado. Ella no puede enviarme
ninguna carta, y la carta debería haberse entregado a Mohini. No obstante, la
he leído y estoy dispuesto a hacer un esfuerzo más — (el último que se me
permite) — para abrir su intuición interna. Si
mi voz, la voz de alguien que siempre ha sido un amigo para usted en el
principio humano de su ser —no puede llegar hasta usted, como ha sucedido antes
a menudo, entonces se hace inevitable nuestra separación— en el presente y para
todos los tiempos venideros. Me duele por usted, cuyo corazón leo tan bien
—a pesar de cada protesta y de cada duda de su naturaleza puramente intelectual,
de su fría razón occidental. Pero
mi primer deber es hacia mi Maestro. Y el deber, permítame que se lo diga, es para
nosotros más fuerte que ninguna amistad o incluso que ningún amor; pues sin ese
principio permanente que es el cemento indestructible que ha mantenido unidos
—durante tantos milenios— a los diseminados custodios de los grandes secretos
de la naturaleza —nuestra Fraternidad y, aún más, nuestra misma doctrina, se
hubieran desmenuzado hace ya mucho tiempo en átomos irreconocibles. Por
desgracia, por grande que sea su intelecto puramente humano, sus intuiciones
espirituales son débiles y confusas, al no haber sido nunca desarrolladas. De ahí que, cada
vez que usted se encuentra ante una aparente contradicción, ante una
dificultad, ante alguna clase de incoherencia de naturaleza oculta, producto de
nuestras leyes y de nuestras venerables reglas —(de las cuales usted no sabe
nada porque todavía no le ha llegado el momento)— inmediatamente se le plantean
dudas, sus sospechas crecen —y uno descubre que ellas se burlan de sus mejores
sentimientos que, finalmente, ¡son aplastados por todas esas apariencias
ilusorias de las cosas externas! Usted no tiene la fe necesaria para permitir a su
Voluntad que se levante desafiante y en desacato contra su intelecto puramente
mundano y le proporcione una mejor comprensión de las cosas ocultas y de las
leyes desconocidas. Veo que
es usted incapaz de obligar a sus mejores aspiraciones —alimentadas en la
corriente de una verdadera devoción al Maya que usted se ha forjado de mí —(un
sentimiento, en usted, que siempre me ha conmovido profundamente)— a levantar
la cabeza ante la fría razón, espiritualmente ciega; a permitir que su corazón
proclame en voz alta aquello que hasta ahora sólo se le ha permitido susurrar: "Paciencia,
paciencia. Un gran proyecto no se ha conseguido nunca de inmediato". Sin embargo, se le
dijo a usted que el sendero hacia las Ciencias Ocultas ha de ser hollado con
laboriosidad, y ha de ser cruzado arriesgando la vida; que cada nuevo paso que
conduce a la meta final en este sendero, está rodeado de precipicios y de
crueles espinas; que el peregrino que se aventura en él debe primero
enfrentarse y vencer a las mil y una furias que vigilan sus inquebrantables
puertas y sus entradas —furias llamadas Duda, Escepticismo, Desprecio,
Ridículo, Envidia y, finalmente. Tentación— especialmente la última; y que
aquel que quiera ver más allá debe destruir primero este muro viviente; que debe
estar en posesión de un corazón y de un alma revestidos de acero y de una
determinación férrea que nunca se rinda y que, sin embargo, sea sufrida y
tierna, humilde, y que haya ahuyentado de su corazón toda pasión humana que
conduzca al mal.
¿Es usted todo
esto?
¿Ha comenzado
alguna vez un curso de entrenamiento que pueda conducirle a ello?
No; usted lo sabe
tan bien como yo. Usted no ha nacido para ello; ni está en posición de encajar
en modo alguno con la vida de un asceta, ni siquiera con la de un Mohini —usted
es un padre de familia con una esposa e hijo por los que preocuparse, con un
trabajo que realizar.
Entonces, ¿por qué ha de
quejarse usted de que no se le den poderes, de que empiecen a fallarle incluso las
pruebas de nuestros propios poderes, etc.? Es verdad que
usted ha ofrecido varias veces dejar de comer carne y dejar de tomar bebidas
alcohólicas y que yo no lo he aceptado. Puesto que usted no puede llegar a ser
un chela normal ¿por
qué habría de hacerlo? Yo
creía que usted había comprendido esto hace tiempo; que usted se había
resignado, satisfecho de esperar con paciencia futuros acontecimientos y mi
libertad personal. Usted sabe que yo he sido
el único que he intentado y perseverado en mi idea sobre la necesidad de
efectuar una pequeña reforma, al menos, aunque fuera una ligera moderación de
la extrema rigidez de nuestras reglas, si queremos ver que los teósofos
europeos aumenten en número y trabajen por la iluminación y el bien de la
humanidad. Fracasé en mi intento, como usted sabe. Todo lo que pude
conseguir fue el permiso de comunicarme con unos pocos, con usted el primero de
todos, puesto que le había escogido como el exponente de nuestra doctrina que
habíamos determinado revelar al mundo —al menos, hasta cierto punto.
Imposibilitado a causa del trabajo, de continuar mis enseñanzas de una manera
regular, estaba decidido a reanudarlas después de haber hecho mi trabajo y
tener algunas horas libres a mi disposición. Yo estaba atado de pies y manos
cuando efectué aquel intento de permitirle tener un periódico de su propiedad.
No se me permitió utilizar ningún poder psíquico en ese asunto. Usted ya conoce
los resultados. Sin embargo, hubiera logrado el éxito, incluso con los pocos
medios a mi disposición, si no hubiera sido por la conmoción producida por el
proyecto de Ley Ilbert.
¿Ha dedicado usted
alguna vez un pensamiento, o ha sospechado siquiera la verdadera razón de mi fracaso? No; porque
usted no conoce nada de los pormenores del trabajo del Karma —de los "golpes
por sorpresa" de esa terrible Ley. Pero usted sabe que hubo un momento en que usted sintió
el más profundo desprecio por todos nosotros, los de las razas de color y que
había considerado a los hindúes como una
raza inferior. No diré más. Si tiene usted alguna intuición relacionará la
causa y el efecto, y es posible que se dé cuenta de dónde proviene el fracaso.
Además,
usted tenía en su contra la orden de nuestro Jefe Supremo de no interferir en
el crecimiento natural de la R.L. y en el desarrollo psíquico y espiritual de
sus miembros — especialmente en el de usted. Usted sabe que
incluso el escribirle de vez en cuando ha sido autorizado sólo como un favor
especial después del fracaso del Phoenix. En cuanto a la manifestación de
cualquier poder psíquico u oculto, eso era y sigue siendo totalmente inaceptable.
¿Se
sintió usted asombrado ante la interferencia en la disputa entre la R.L. y Kingsford?
¿Y no puede usted todavía darse cuenta de por qué nosotros hicimos esto o aquello? Créame, usted
aprenderá algún día, cuando sea más sabio —que todo eso fue ocasionado POR
USTED MISMO.
También se siente
agraviado por el aparente absurdo de confiar a H.S.O. una misión para la cual
usted considera que él no es apto, social e intelectualmente —al menos en
Londres. Bien, es posible que algún día aprenda usted que también estaba
equivocado en esto, como en muchas otras cosas. Los futuros resultados puede
que le den una amarga lección.
Y ahora, vayamos al
último acontecimiento, a la prueba de que usted no fue "injustamente tratado"
—como usted se lamenta en su carta— aunque ha tratado, tanto a H.S.O. como a H.P.B.
de una manera muy cruel. Su principal motivo de queja es causado por su
perplejidad.
Dice usted que es
angustioso que se le deje a uno en la sombra, etc. Se siente profundamente herido
ante lo que usted decide llamar una evidente y creciente "hostilidad, un
cambio de tono" y así sucesivamente. Usted se equivoca desde el principio
hasta el fin. No hubo "hostilidad", ni cambio alguno en los
sentimientos. Simplemente, usted interpretó mal la natural brusquedad de M.
siempre que escribe o habla en serio.
En cuanto a mis
breves observaciones sobre usted hechas a H.P.B., que me lo pidió, y que estaba
en su derecho —usted nunca pensó en la real y verdadera razón: yo no tenía más tiempo;
apenas pude dedicar un fugaz pensamiento a usted o a la R.L. Como bien dijo
ella, "Nadie ha pensado nunca en acusarle de ningún daño intencionado",
ya sea a nosotros o a nuestros chelas.
En lo que se refiere a uno, hecho sin intención —y por suerte evitado a tiempo
por mí— hubo un daño realmente: la negligencia. Usted no pensó
nunca en la diferencia entre la constitución de un bengalí y la de un inglés;
el poder de resistencia de uno y el mismo poder del otro. A Mohini se le dejó
durante días en una habitación muy fría, sin fuego alguno. El no pronunció
nunca una sola palabra de queja y para protegerle de una seria enfermedad tuve
que dedicar mi tiempo y mi atención a quien tanto yo necesitaba para conseguir
ciertos resultados; a él, que todo lo había sacrificado por mí... De ahí surgió
el fono de M. del que usted se queja. Ahora tiene usted explicado que no fue
"tratado injustamente", sino que, simplemente, tuvo que someterse a
una observación que le resultó imposible evitar, puesto que el error podría
haberse repetido. Además, usted niega que hubiera alguna vez mala voluntad por
su parte contra K. Muy bien; llámelo como quiera, pero fue un sentimiento que interfirió
con la estricta justicia e hizo que O. cometiera una torpeza aún peor que la
que ya había cometido —pero a la cual se le permitió que siguiera su curso
porque servía a nuestros propósitos y no produjo gran daño, excepto a él mismo—
quien fue desairado por ello de una manera poco generosa.
¿Usted le acusa de
haber causado un daño, tal vez "irreparable" a su Sociedad?
¿Dónde está el daño
causado? . .
. Otra vez se equivoca usted. Son sus nervios los que le hicieron escribir a
H.P.B. palabras que yo quisiera que no hubiera expresado nunca — en su propio
beneficio. ¿Debo
probarle cuan absolutamente injusto ha sido usted —al menos en una
circunstancia—, al sospechar que alguno de los dos se había quejado a nosotros,
o que hubiera dicho falsedades sobre usted? Sin embargo, confío que usted no repetirá nunca lo
que voy a decirle:
a saber, quién fue
(o quién podría haber sido pero no fue, pues ella llegó demasiado tarde) mi inocente
informadora sobre Mohini. Queda usted en libertad de comprobarlo algún día,
pero no quisiera que esa excelente mujer se sintiera incómoda o desgraciada por
mi culpa. Fue Mme. Gebhard, a quien yo había prometido visitar subjetivamente.
La vi una mañana —al bajar las escaleras— cuando yo estaba ocupado con Mohini,
haciéndolo impermeable. Ella había oído como a él le castañeaban los dientes de
frío a medida que también él iba bajando desde el piso alto. Ella sabía que él
estaba todavía en su pequeña habitación sin estufa, días después de que Olcott
se había marchado, cuando fácilmente podía habérsele alojado en la habitación
de al lado. Ella se había detenido a esperarle y cuando yo miré en su interior escuché
las palabras pronunciadas mentalmente: "Vaya, vaya ... ¡si al menos su
Maestro lo supiera! . . ." —y luego, deteniéndose en el rellano de la
escalera le preguntó si no desearía alguna ropa de más abrigo, y le dirigió
otras amables palabras por el estilo. "Su Maestro lo sabía" y ya
había remediado el mal, y sabiendo también que había sido hecho sin intención
no sintió ninguna "hostilidad" en aquel momento, pues conoce
demasiado bien a los europeos para esperar de ellos más de lo que pueden dar.
No fue ese el único mudo reproche que yo observé que le era dirigido a usted en
el corazón de Mme. Gebhard, pues también los hubo en las mentes de otros varios
amigos suyos —y está bien que usted lo sepa— recordándole que, como usted
mismo, ellos lo juzgan casi todo por las apariencias.
No diré nada más.
Pero si usted desea echar otra mirada al Karma medite sobre lo arriba indicado
y tenga
presente que el Karma actúa siempre de la manera más inesperada. Y ahora, pregúntese
hasta qué punto estaba justificado el que usted entrara en sospechas contra
Olcott, que desconocía totalmente las circunstancias, y contra H.P.B., que se encontraba
en París y que sabía menos todavía. Sin
embargo, las meras sospechas degeneraron en certidumbre (!) y se materializaron
en reproches por escrito y en expresiones muy desconsideradas que, además, eran
inmerecidas, desde la primera a la última. No obstante, y a pesar de todo esto,
usted se quejó ayer amargamente a la señorita A. de la respuesta de Mme. B. a
usted —que fue sorprendentemente suave, teniendo en cuenta las peculiares
circunstancias y el propio temperamento de ella— si lo comparamos con la carta
que usted le envió a ella. Tampoco puedo aprobar su actitud hacia Olcott —si es
que mi consejo y mi opinión sirven de algo. Si usted hubiera estado en su lugar
y fuera culpable, difícilmente hubiera permitido que le acusara en términos
tales como falsificación, calumnia, mentiras, falsedades y la más necia incompetencia
en su trabajo. ¡Y Olcott es totalmente inocente de cualquiera de esos pecados! En
cuanto al trabajo de él —debemos estar realmente autorizados a saber mejor que
usted cuál es. Lo que nosotros queremos son buenos resultados, y usted verá que
los tenemos.
En verdad que "¡la sospecha
derriba lo que la confianza construye!" Y si, por una parte, usted tiene alguna razón para
citar a Bacon contra nosotros, y decir que "no hay nada que haga sospechar más a un hombre
que el saber poco", en
cambio, debería recordar también que, en suma, no se puede aspirar a nuestro
Conocimiento y a nuestra Ciencia basándose en los métodos Baconianos. Pase lo
que pase —no se nos permite ofrecerlo como un remedio contra la sospecha o para
curar a las personas de ella. Esas
personas deben ganarlo por ellas mismas y aquel que no encuentre nuestras verdades
en su alma y dentro de sí mismo tiene pocas posibilidades de éxito en
Ocultismo. Ciertamente, no es la sospecha lo que arreglará la situación, pues
ella es:
"... una
pesada armadura, y
con su propio peso
estorba más que protege".
Y con esta última
observación creo que podemos dejar este asunto para siempre. Usted ha atraído
sufrimiento sobre usted mismo, sobre su señora y sobre muchos otros —lo cual
era completamente inútil y podría haberse evitado sólo con que usted se hubiera
abstenido de crear la mayoría de las causas. Todo lo que le dijo la señorita
Arundale era verdad y bien dicho. Usted mismo está arruinando lo que edificó
con tanta laboriosidad; luego, la extraña idea de que nosotros somos totalmente
incapaces de ver por nosotros mismos; que nuestros únicos datos son los que
encontramos en las mentes de nuestros chelas; —que por lo tanto, no somos los
"seres poderosos" que usted se ha imaginado; —todo eso parece
acosarle más cada día. Hume ha empezado de la misma manera. Yo le ayudaría a
usted con mucho gusto y le protegería de su destino, pero, a menos que usted
mismo se sacuda la horrible influencia que pesa sobre usted, muy poco puedo
hacer yo.
Y me pregunta si
puede decir a la señorita Arundale lo que yo le comuniqué por medio de la señora
H. Usted tiene completa libertad para explicarle a ella la situación, y con eso
justificar a sus ojos la aparente deslealtad y rebeldía de usted contra
nosotros, tal como ella piensa.
Puede hacerlo,
tanto más cuanto que yo no le he comprometido a usted a nada por medio de la señora
H.; que nunca me comuniqué con usted o con cualquier otro por medio de ella y
que, según mi conocimiento —tampoco lo hizo ninguno de mis chelas o los chelas
de M., excepto en América, una vez en París y otra en casa de la señora A. Ella
es una excelente clarividente, aunque sin desarrollar. Si alguien no se hubiera
entrometido imprudentemente en los asuntos de ella, y si usted hubiera seguido
el consejo de la Vieja Dama y de Mohini, en verdad que ahora yo podría haber
hablado con usted por medio de ella —y esa era nuestra intención. Otra vez es
culpa suya, mi buen amigo. Usted ha
exigido orgullosamente el privilegio de usar su propio juicio incontrolado
sobre materias ocultas, de las que no podía saber nada —y las leyes ocultas—
que usted cree poder desafiar y manejar a su antojo con impunidad —se han
vuelto contra usted y le han herido muchísimo. Todo es tal como debe ser. Sí,
dejando de lado toda idea preconcebida, usted pudiera TRATAR de fijar en usted
mismo la profunda verdad de que el intelecto no es todopoderoso por sí mismo y
que para que pueda "mover montañas" primero tiene que recibir vida y
luz de su Principio superior —el Espíritu; y si entonces fijara su atención
sobre todo lo oculto, tratando de desarrollar espiritualmente la facultad según
las reglas, entonces pronto descifraría el misterio de una manera correcta. Usted no necesita
decir a la señora H. que ella no ha visto nunca correctamente, porque no es
así. Muchas veces ella vio con exactitud —cuando se la ha dejado sola, nunca ha
dado un solo mensaje desvirtuado.
Y ahora, he
terminado. Usted tiene dos caminos ante sí; uno que lleva a través de un pequeño sendero hacia el
conocimiento y la verdad; el otro . . . —pero, realmente, yo no deseo influir en
su mente. Si
usted no está dispuesto a romper con nosotros de una vez, entonces le pediré—no
sólo que esté presente en la reunión, sino también que hable— pues de lo
contrario ello causaría una impresión muy desfavorable. Le pido que haga esto
por mí y por usted mismo.
Sólo que, cualquier
cosa que haga, déjeme que le advierta que no se detenga a mitad del camino
—puede resultar desastroso para usted.
Mientras tanto, mi
amistad hacia usted continua siendo la misma de siempre —pues con todo, nosotros
nunca fuimos desagradecidos ante los servicios prestados.
K.H.
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