domingo, 30 de noviembre de 2014

DE LA RECOMPENSA Y CASTIGO DEL EGO

LA CLAVE DE LA TEOSOFÍA

EXPOSICIÓN CLARA EN FORMA DE PREGUNTAS Y RESPUESTAS DE LA ÉTICA, CIENCIA Y FILOSOFÍA
PARA CUYO ESTUDIO HA SIDO FUNDADA LA SOCIEDAD TEOSÓFICA

Dedicada por H. P. B.
a todos sus discípulos
para que aprendan y puedan enseñar a su vez.

(Parte 33)

DE LA RECOMPENSA Y CASTIGO DEL EGO
Os oí decir que el Ego, cualquiera que haya sido la vida de la persona en la que se encarnó, jamás está sujeto a castigo alguno, post mortem.
Nunca, salvo en casos muy raros y excepcionales, de los que no hablaremos aquí, ya que la naturaleza del “castigo” en nada se relaciona con ninguno de vuestros conceptos teológicos acerca de la condenación.
Pero si es castigado en esta vida por las malas acciones cometidas en una vida previa, entonces a este Ego también debiera recompensárselo, sea aquí, o después de desencarnado.
Y así sucede. Si no admitimos castigo alguno fuera de esta tierra, es porque el único estado que conoce el Yo Espiritual en la vida futura es el de la felicidad sin mezcla.

¿Qué queréis decir con esto?
Simplemente lo que sigue: No pueden los crímenes y pecados cometidos en un plano de objetividad y en un mundo de materia recibir castigo alguno en un mundo de subjetividad pura.
No creemos en infierno o paraíso como localidades; en ningún fuego objetivo del infierno ni en gusanos que nunca mueren, ni en alguna Jerusalén con calles empedradas de zafiros y diamantes. Creemos en un estado post mortem o condición mental parecida a aquella en que nos encontramos durante un lúcido sueño. Creemos en una ley inmutable de Amor, Justicia y Misericordia absolutos creyendo en esto, decimos: “Sea cual fuere el pecado, y por horribles que sean los resultados de la trasgresión Kármica original de los Egos en la carne” (Sobre esa trasgresión ha sido basado el dogma cruel e ilógico de los ángeles caídos, que está explicado en el vol. II de la Doctrina Secreta. Todos nuestros “Egos” son entidades pensadoras y racionales (Mânasa–putras), que han vivido, sea bajo la forma humana u otras, en el ciclo de vida precedente, (Manvantara), y cuyo Karma era el de encarnarse en el hombre en el presente ciclo. Enseñaban en los Misterios que, habiendo dejado de cumplir con esta ley (o habiéndose “negado a crear“, como el Hinduismo dice de los Kumâras y la leyenda cristiana del Arcángel San Miguel), es decir, no habiéndose encarnado en debido tiempo, los cuerpos que les estaban predestinados se corrompieron (Ver Stanzas, VIII y IX, en las “Slokas de Dzyan”, vol. II de la Doctrina Secreta). De aquí nace el pecado original de las formas sin entendimiento, y el Infierno se explica simplemente por el hecho de verse prisioneros esos Espíritus o Egos puros en cuerpos de materia impura (la carne).), ningún hombre (la forma exterior material y periódica de la Entidad Espiritual) puede ser tenido por responsable de las consecuencias de su nacimiento. Él no pide nacer, ni elige a los padres que han de darle la vida. En todos conceptos es víctima de lo que lo rodea; es hijo de las circunstancias, sobre las que no tiene acción ni poder, y si se investigase imparcialmente cada una de sus transgresiones, se vería que sobre diez casos, nueve veces ha sido él el ofendido en vez del ofensor o pecador. La vida es a lo sumo un fuego cruel, un mar borrascoso que hay que cruzar, y a veces un peso muy difícil de soportar. Los más profundos filósofos han tratado en vano de penetrar y descubrir su razón de ser, y todos han fracasado en su empresa, excepto aquellos que poseían la clave para conseguirlo, a saber, los Sabios Orientales. Según la describe Shakespeare, la vida es:

“Sola una sombra errante, un mal actor
que se pavonea y desgañita cuando entra en escena,
y del cual no se oye hablar más; es un cuento
narrado estentórea y furiosamente por un idiota,
que nada significa…”
Nada es en sus partes separadas; pero es, sin embargo, una cosa de la mayor importancia en su colectividad o series de vidas. Da todos modos, casi todas las vidas individuales son, en su completo desarrollo, un sufrimiento. ¿Y habríamos de creer que el hombre desgraciado y desamparado, batido por las enfurecidas olas de la vida, si no las puede resistir y se ve arrastrado por ellas, ha de ser castigado con una condenación eterna o una pena pasajera siquiera? Jamás. Grande o vulgar pecador, bueno o malo, culpable o inocente, una vez libre del peso de la vida, el Manu (“Ego pensante”), exhausto y consumido, ha adquirido el derecho a un período de bienaventuranza y reposo absolutos. La misma Ley infalible, sabia y justa, más bien que misericordiosa, que inflige al Ego en la carne el castigo kármico por cada pecado cometido durante la vida anterior en la Tierra, ha preparado para la entidad ahora desencarnada un largo periodo de descanso mental, es decir, el olvido completo de todos los acontecimientos desgraciados y hasta de los pensamientos dolorosos más insignificantes, por los que tuvo que pasar en su última vida como personalidad, dejando en la memoria del alma sólo la reminiscencia, de lo que era la dicha o lo que conducía a la felicidad. Plotino, que dijo que nuestro cuerpo era el verdadero río Leteo, porque “las almas que en él se sumergen todo lo olvidan”, aludía a algo más de lo que dijo. Porque así como nuestro cuerpo terrestre se asemeja al Leteo, sucede lo mismo con nuestro cuerpo celeste en Devachán, y mucho más.
¿He de creer entonces que el asesino, el trasgresor de la ley divina y humana en toda forma, no recibe castigo alguno?

¿Quién dijo eso jamás? Tiene nuestra filosofía una doctrina de castigo tan severa como la del calvinista más riguroso, pero mucho más filosófica y conforme con la justicia absoluta. Ningún acto, ni siquiera un pensamiento culpable, dejará de recibir su castigo; más severamente aun este último que el primero, porque es mucho más potente y eficaz en la creación de malos resultados que el acto mismo (Yo os digo más: “cualquiera que mirare a una mujer con mal deseo hacia ella, ya ha cometido adulterio en su corazón.” (Mateo, V, 28.)). Creemos en una Ley de Retribución infalible, llamada Karma, que se afirma a sí misma en un encadenamiento natural de causas, de inevitables resultados o consecuencias.
¿Cómo o dónde funciona esa ley?
Cada trabajador requiere su salario, dice la sabiduría del Evangelio; cada acción buena o mala es un padre prolífico, dice la Sabiduría de las Edades. Unid ambas sentencias y hallaréis el “porqué.” Después de haber concebido al alma libertada de los sufrimientos de la vida personal, una compensación suficiente y hasta céntupla, Karma, con su ejército de skandhas, espera en la entrada del Devachán a que vuelva el Ego para asumir una nueva encarnación. En este momento es cuando el destino futuro del entonces ya descansado Ego oscila en la balanza de la justa retribución, al caer de nuevo bajo la acción de la Ley activa kármica. En este renacimiento preparado para él, renacimiento elegido y dispuesto por esa LEY misteriosa, inexorable (pero infalible en su equidad y sabiduría), es donde son castigados los pecados cometidos en la vida anterior del Ego. Sólo que no es en un Infierno imaginario, con llamas teatrales y diablos ridículos con colas y cuernos, donde es precipitado el Ego, sino en esta Tierra, plano y región de sus pecados, es donde habrá de expiar cada pensamiento malo y cada mala acción. Lo que haya sembrado recogerá. En torno de él la Reencarnación reunirá a todos aquellos otros Egos que hayan sufrido, sea directa o indirectamente, por culpa de la personalidad pasada, aun cuando ésta no haya sido más que un instrumento inconsciente. Serán arrojados por Némesis en el camino del nuevo hombre, que oculta al antiguo, al eterno Ego, y…
Mas ¿dónde está la equidad de que     habláis, ya que esas NUEVAS “personalidades” ignoran haber pecado o que se haya pecado contra ellas?

¿Ha de considerarse que ha sido tratado con justicia un abrigo que fuese hecho jirones, al ser arrancado de las espaldas de un hombre que lo robara por aquel a quien le hubiese sido robado y que reconociese su propiedad? La nueva “personalidad” es como un traje nuevo, con su forma, color y cualidades especiales que lo caracterizan; pero el hombre verdadero que lo lleva es el mismo pecador de antes. La individualidad es la que sufre por medio de su “personalidad”. Sólo esto y nada más que esto puede darnos razón de la terrible aunque aparente injusticia en la distribución de los lotes que en la vida tocan al hombre. Cuando acierten vuestros filósofos modernos a darnos una buena razón de por qué tantos hombres inocentes, y buenos en apariencia nacen únicamente para sufrir durante toda su vida, por qué tantos nacen pobres, hasta el punto de morirse de hambre en las calles de las grandes poblaciones, abandonados por la suerte y por los hombres; por qué nacen unos en el arroyo, mientras otros ven la luz en los palacios; por qué suelen, tan frecuentemente, la nobleza y la fortuna estar en manos de los hombres peores, y raras veces de los buenos; por qué existen mendigos cuyo “yo interno” es igual al de los hombres superiores y nobles; cuando todo esto y mucho más quede satisfactoriamente explicado, bien por vuestros filósofos o por vuestros teólogos, sólo en tal caso pero no hasta entonces, tendréis el derecho de rechazar la teoría de la reencarnación. Los más grandes poetas han entrevisto esa verdad de las verdades. Shelley creyó en ella, y debió pensar en ella Shakespeare cuando escribía sobre la insignificancia del nacimiento. Acordaos de sus palabras:
¿Por qué ha de retener mí nacimiento a mi espíritu ascendente?
¿No están todas las criaturas sujetas al tiempo?
Legiones de mendigos existen en la tierra,
cuyo origen arranca de los reyes.
Y monarcas hay hoy, cuyos padres eran
los miserables de su época…”
Cambiad la palabra “padres” por la de “Egos” y tendréis la verdad.


DE LA INDIVIDUALIDAD Y PERSONALIDAD

LA CLAVE DE LA TEOSOFÍA

EXPOSICIÓN CLARA EN FORMA DE PREGUNTAS Y RESPUESTAS DE LA ÉTICA, CIENCIA Y FILOSOFÍA
PARA CUYO ESTUDIO HA SIDO FUNDADA LA SOCIEDAD TEOSÓFICA

Dedicada por H. P. B.
a todos sus discípulos
para que aprendan y puedan enseñar a su vez.

(Parte 32)

DE LA INDIVIDUALIDAD Y PERSONALIDAD*
* En su Catecismo Budista, el mismo Coronel Olcott, obligado por la lógica de la filosofía esotérica, tuvo necesidad de corregir los errores de Orientalistas anteriores que no hicieran esa diferencia, y dar al lector sus razones para ello. Dice: “las apariciones sucesivas sobre la Tierra o descenso en la generación de las partes tanhaicamente coherentes (skandhas) de un ser determinado son una sucesión de personalidades. La PERSONALIDAD difiere en cada nacimiento de un nacimiento anterior o sucesivo. Karma, el DEUS EX MACHINA, se oculta (¿diremos más bien que se refleja? ) a sí mismo ora en la personalidad de un sabio, ya bajo la forma de un artesano, y así sucesivamente, a través de toda serie de existencias. Pero, aunque las personalidades siempre cambian, la línea única de vida que las ensarta como las cuentas de un rosario,permanece unida, es siempre esa línea particular, jamás otra alguna. Es, por lo tanto, una ondulación individual y vital que empezó en Nirvana, o lado subjetivo de la Naturaleza, como la ondulación de la luz o del calor, propagada a través del éter, nació en un origen dinámico; recorre el lado objetivo de la Naturaleza bajo el impulso de Karma, y la dirección creadora de Tanhâ (deseo de vivir no satisfecho); y conduce, a través de muchos cambios cíclicos, de nuevo al Nirvana. Mr. Rhys–Davis llama a aquello que pasa de personalidad a personalidad por la cadena individual, “carácter” o “acción”. Puesto que el “carácter” no es una simple abstracción metafísica, sino la suma de nuestras propias cualidades mentales y propensiones morales, ¿no contribuiría a rechazar o a desvanecer lo que Mr. Rhys–Davis llama “ el desesperado expediente de un misterio” (Budismo, pág. 101) el considerar la ondulación de la vida como la individualidad, y a cada una de sus series de manifestaciones natales como una personalidad separada? El individuo perfecto, buddhísticamente hablando, es un Buda; pero Buda no es más que la flor rara de la humanidad, sin la menor mezcla sobrenatural. Y como son necesarias un sinnúmero de generaciones –“cuatro asankheyyas y cien mil ciclos”, según Fansböll y Rhys–Davis (Buddhist Birth Stories, pág.13)– para convertir a un hombre en Buddha, y la voluntad de hierro para convertirse en tal permanece a través de todos los nacimientos futuros, ¿Cómo llamaremos a aquello que de este modo quiere y persevera? ¿El carácter? ¿Nuestra individualidad; una individualidad manifestada sólo en parte en cualquier nacimiento nuestro, pero constituida por fragmentos de todos los nacimientos?
Pero ¿cuál es la diferencia entre las dos? Confieso que aún me hallo a oscuras respecto a este punto.

Me esfuerzo en explicarlo; pero, por desgracia, más difícil es con algunos conseguirlo que el infundirles un sentimiento de respeto hacia imposibilidades infantiles, únicamente porque son ortodoxas y porque la ortodoxia es respetable. Para comprender bien la idea, tenéis que estudiar primeramente las dos series de “principios”: los espirituales o aquellos que pertenecen al Ego imperecedero, y los materiales o los principios que constituyen los cuerpos, constantemente variables, o series de personalidades de aquel Ego. Démosles nombres permanentes y digamos que:
I. Âtma, el Yo Supremo, no es ni vuestro espíritu ni el mío, sino que, como el sol, resplandece sobre todos. Es el principio divino universalmente difundido, inseparable de su meta–espíritu uno y absoluto, del mismo modo que el rayo solar es inseparable de la luz del sol.

II. Buddhi (el alma espiritual) es tan sólo su vehículo. Ni Âtma ni Buddhi por sí, ni los dos colectivamente, son más útiles al cuerpo del hombre que lo pueden ser, a una masa de granito sepultada en la tierra, la luz del sol y sus rayos; a menos “que la dualidad divina sea asimilada por alguna conciencia, y reflejada en ella.” Ni es el más elevado aspecto de Karma, su propio agente activo, en su sentido; y el segundo es inconsciente en este plano.

Aquella conciencia o mente es:
III. Manas (MAHAT o la MENTE UNIVERSAL es el origen de manas. Este último es el mahat, es decir, la mente en el hombre. También se llama a Manas Kshetrajña, espíritu encarnado, porque, según nuestra filosofía, los Mânasa–putras o “ Hijos de la Mente Universal” son los que crearon o mejor dicho produjeron al hombre pensador, manu, encarnado en la tercera raza de la humanidad en nuestra Ronda. Es Manas por consiguiente, el verdadero y permanente Ego Espiritual que se encarna, la INDIVIDUALIDAD, y nuestras innumerables y diferentes personalidades no son sino sus aspectos externos.), el derivado o producto, en una forma reflejada, de Ahamkâra, “el concepto del yo o egoidad”. Es, por consiguiente, llamado el EGO ESPIRITUAL, cuando está inseparablemente unido a los dos primeros; así como Taijasa (el radiante). Ésta es la verdadera Individualidad real, o el hombre divino. Este Ego es el que, habiéndose encarnado originariamente en la forma humana sin entendimiento, animada par la presencia en sí misma de la Mónada dual, pero inconsciente de ella (puesto que no tenía conciencia), hizo de esa forma, humana en apariencia, un verdadero hombre. Este Ego es aquel “Cuerpo–Causal” que cobija a cada personalidad en que Karma lo obliga a encarnarse. Este EGO es el responsable de todos los pecados cometidos por cada nuevo cuerpo o personalidad (apariencias pasajeras que ocultan al verdadero Individuo a través de las largas series de renacimientos).
¿Pero es justo esto? ¿Por qué ha de ser castigado ese Ego como resultado de hechos que ha olvidado?

No los ha olvidado; sabe y recuerda sus malas acciones tan bien como vos os acordáis de lo que hicisteis ayer. ¿Acaso porque la memoria de ese conjunto de compuestos físicos llamado “cuerpo” no recuerde lo que su predecesor (la personalidad anterior) hizo, imagináis que el Ego real lo ha olvidado? Tanto valdría decir que es injusto que sea castigada por una cosa de la que nada sabe la chaqueta nueva que usa un muchacho a quien vapulean por haber robado manzanas.  
Pero ¿no existen medios de comunicación entre la conciencia o memoria espiritual y la humana?

Seguramente los hay; pero jamás fueron reconocidos por vuestros psicólogos científicos modernos. ¿A qué atribuís la intuición, la “voz de la conciencia”, las reminiscencias en forma de aviso, vagas e indefinidas, etc., sino a tales comunicaciones? ¡Ojalá la mayoría de los hombres, los cultos al menos, estuviesen dotados de las delicadas percepciones espirituales de Coleridge, quien demuestra hasta qué punto llega su intuición en algunos de sus comentarios! Ved lo que dice respecto a la probabilidad de que “todos los pensamientos sean en sí mismos imperecederos”. “Si fuese más comprensiva la facultad inteligente [despertar súbito de la memoria], sólo se necesitaría para traer ante cada alma humana la experiencia colectiva de toda su existencia pasada existencias más bien, una organización diferente y apropiada, el cuerpo celeste en vez del terrestre”. Este cuerpo celeste es nuestro Ego Manásico.


¿POR QUÉ NO RECORDAMOS NUESTRAS VIDAS PASADAS?

LA CLAVE DE LA TEOSOFÍA

EXPOSICIÓN CLARA EN FORMA DE PREGUNTAS Y RESPUESTAS DE LA ÉTICA, CIENCIA Y FILOSOFÍA
PARA CUYO ESTUDIO HA SIDO FUNDADA LA SOCIEDAD TEOSÓFICA

Dedicada por H. P. B.
a todos sus discípulos
para que aprendan y puedan enseñar a su vez.

(Parte 31)

¿POR QUÉ NO RECORDAMOS NUESTRAS
VIDAS PASADAS?
Me habéis dado una idea general acerca de los siete principios. Decidme ahora cómo se explica la falta completa de memoria respecto de nuestras vidas anteriores, a la luz de lo que habéis dicho sobre esos principios.
Muy fácilmente. Los “principios” que llamamos físicos (A saber: el cuerpo, la vida, los instintos pasionales y animales, y el fantasma astral o eidolon, de cada hombre, sea percibido en pensamiento, por nuestro ojo mental, u objetivamente y separado del cuerpo físico; cuyos principios llamamos Sthula sharira, Prâna, Kâma–Rûpa y Linga sharira. Ningún principio de éstos es negado por la ciencia, aunque los llame de modo distinto.), son desintegrados después de la muerte, a la par que sus elementos constitutivos, y la memoria a la vez que su cerebro. Esa memoria desvanecida de un cuerpo que desapareció no puede recordar ni registrar cosa alguna en la encarnación posterior del Ego. La reencarnación significa que ese Ego ha de ser dotado de un nuevo cuerpo, de un nuevo cerebro y de una nueva memoria. Tan absurdo sería, por consiguiente, esperar que se acordase la memoria de aquello que jamás pudo registrar, como inútil resultaría examinar con el microscopio una camisa que nunca  hubiese llevado puesta un asesino, y buscar en ella las manchas de sangre que sólo habían de hallarse en la ropa que llevó en otra ocasión. No es la camisa limpia la que hemos de interrogar, sino la ropa que llevaba cuando ejecutó el crimen; y si ésta ha sido quemada y destruida, ¿cómo la podéis encontrar?
¿Cómo podéis tener la seguridad de que se cometió el crimen, o de que el “hombre de la camisa limpia” ha existido anteriormente?

Seguramente no por medios físicos, ni basándonos en el testimonio de aquello que ya no existe. Pero existe la evidencia circunstancial, que nuestras sabias leyes admiten quizás más de lo que debieran. Para convencerse del hecho de la reencarnación y de las vidas pasadas, debe ponerse uno en relación con el propio Ego real permanente, y no con la memoria, que es pasajera.
Pero ¿cómo ha de poder creer la gente en aquello que no sabe ni ha visto jamás, y mucho menos ponerse en relación con ello?

Si la gente más ilustrada de buena gana cree en “la gravedad”, el “éter”, la “fuerza” y tantas otras cosas de Ciencia, en abstracciones e “hipótesis” que no ha visto, tocado, olido, oído ni probado, ¿por qué no habrían de creer otras personas, en virtud del mismo principio, en el Ego propio permanente, “hipótesis” muchísimo más lógica e importante que ninguna otra?
¿Qué es, en fin, ese misterioso principio eterno? ¿Podéis explicar su naturaleza de un modo comprensible para todos?

El Ego que se reencarna es el “Yo” individual e inmortal, no el personal; en una palabra, el vehículo de la MÓNADA Atma–Búddhica; aquello que es recompensado en el Devachán y castigado en la Tierra, y aquello, en fin, a que se une sólo el reflejo dé los skandhas o atributos de cada reencarnación (Existen en las doctrinas Buddhistas cinco Skandhas o atributos: Rupa (forma o cuerpo), cualidades materiales; Vedana, sensación; Sanna, ideas abstractas; Sankhara, tendencias de la mente; Vinnana, poderes mentales. Estamos formados de ellos, por ellos somos conscientes de la existencia, y por medio de ellos nos comunicamos con el mundo que nos rodea.).
¿Qué entendéis por skandhas?
Precisamente lo que acabo de decir: los “atributos” entre los que está comprendida la memoria. Todos mueren como la flor, dejando sólo tras sí un débil aroma.
He aquí un párrafo del Catecismo Buddhista de H. S. Olcott (Por H.S. Olcott, Presidente y fundador de la Sociedad Teosófica. La exactitud de la doctrina está sancionada por el Rev. H. Sumangala, gran Sacerdote de Sripada y Gales, y Principal del Widyodaya Parivena (Colegio) en Colombo, como de acuerdo con el Canon de la Iglesia Buddhista del Sur.), que se refiere precisamente al asunto y trata la cuestión del modo que sigue:
“El anciano recuerda los incidentes de su juventud, a pesar de haber cambiado física y mentalmente. ¿Por qué entonces no llevamos con nosotros el recuerdo de nuestras pasadas vidas de un nacimiento a otro? Porque la memoria está incluida en los skandhas, y habiendo cambiado éstos con la nueva existencia, la memoria, el recuerdo de la anterior existencia particular, se desvanece. Sin embargo, debe sobrevivir el recuerdo o reflejo de todas las vidas pasadas, porque cuando el príncipe Siddhârtha se convirtió en Buddha, la serie completa de sus nacimientos anteriores le fue revelada… y cualquiera que llega a alcanzar el estado de Jhana puede de ese modo trazar retrospectivamente la línea de su vida”.
Esto os probará que mientras las cualidades imperecederas de la personalidad, como el amor, la bondad, la caridad, etc., se unen al Ego inmortal, fotografiando en él, por decirlo así, una imagen permanente del aspecto divino del hombre que anteriormente existía, sus skandhas materiales (aquellos que generan los efectos kármicos más marcados) son tan pasajeros como la luz del relámpago, y no pueden influir en el cerebro de la nueva personalidad; sin embargo, esto no altera en modo alguno la identidad del Ego reencarnado.
¿Queréis decir con esto que aquello que sobrevive es únicamente la memoria del alma, según la llamáis, siendo esa alma o Ego uno mismo, mientras que nada queda de la personalidad?

No por completo. Excepto en el caso de que esta última haya sido la de un materialista absoluto, cuya naturaleza no haya sido penetrable ni por el rayo espiritual más pequeño, algo perteneciente a cada personalidad debe sobrevivir, puesto que deja su eterna huella en el yo permanente que se encarna, o Ego Espiritual (Espiritual, en oposición al yo personal. El estudiante no debe confundir ese Ego Espiritual con el “ YO SUPREMO“, que es Âtma, el Dios nuestro interno e inseparable del Espíritu Universal. (Véase en la sección IX: “De la Conciencia post mortem y post natun.”). La personalidad, con sus skandhas, cambia constantemente en cada nuevo nacimiento. Es, como antes hemos dicho, tan sólo el papel que representa el actor (el verdadero Ego) durante una noche. Ésta es la razón por la que no guardamos memoria de nuestras vidas pasadas en el plano físico, aunque el “Ego” real las ha vivido y las conoce todas.
. ¿Por qué no imprime entonces el hombre real o espiritual aquel conocimiento en su nuevo“yo” personal?

¿Cómo pudieron unas sirvientes de un pobre cortijo hablar el hebreo y tocar el violín en estado extático o de sonambulismo, cosas que desconocían en absoluto en su estado normal? Porque, como os diría todo verdadero psicólogo, no de vuestra escuela moderna sino de la antigua, sólo puede obrar el Ego Espiritual cuando el ego personal está paralizado. El “Yo” Espiritual en el hombre es omnisciente, y toda sabiduría es innata en él; mientras que el Yo personal es la hechura de lo que lo rodea, y el esclavo de la memoria física. Si el primero pudiese manifestarse sin interrupción ni impedimento alguno, ya no habría hombres en la Tierra, pues todos seríamos dioses.
Debiera, sin embargo, haber excepciones, y algunos debieran acordarse.
Las hay, en efecto. Más, ¿quién cree en sus referencias? Tales personas son consideradas generalmente, por el materialismo moderno, como histéricos alucinados, maniáticos o farsantes. Léanse, sin embargo, las obras que tratan de este punto, especialmente Reencarnación, un estudio de la Verdad Olvidada, por S. D. Walker, M. S. T., y obsérvese la cantidad de pruebas que acerca de tan debatida cuestión presenta el autor. Se habla del alma a la gente, y algunos preguntan: “¿Qué es el alma? ¿Habéis probado jamás su existencia?” Inútil es, por supuesto, argüir a los que son materialistas, pero aun a estos últimos quisiera dirigir esta pregunta:
¿Podéis acordaros de lo que erais o hacíais cuando niños pequeños? ¿Habéis conservado el menor recuerdo de vuestra vida, pensamientos o actos, o tan siquiera de que hayáis vivido durante los primeros dieciocho meses o dos años de vuestra existencia? ¿Por qué entonces, partiendo del mismo principio, no negáis también el haber vivido alguna vez como niños?” Cuando a todo esto añadimos que el Ego que se reencarna, o individualidad, retiene durante el período devachánico únicamente la esencia de la experiencia de su vida terrestre pasada, o personalidad, quedando absorbidas todas las experiencias físicas en un estado impotencia o siendo convertidas, por decirlo así, en
fórmulas espirituales; cuando tenemos en cuenta, además, que el espacio de tiempo que transcurre entre dos renacimientos se dice que es de diez a quince siglos, durante cuyo período la conciencia física está total y absolutamente inactiva, careciendo de órganos que obren en ella, y, por consiguiente, de existencia, la razón de la ausencia de todo recuerdo resulta bien clara.
Acabáis de decir que el Ego Espiritual es omnisciente. ¿Dónde está, pues, esa decantada omnisciencia durante su vida devachánica, como la llamáis?

Durante ese tiempo se halla en estado latente y potencial; porque en primer lugar, el Ego Espiritual no es el Yo SUPREMO, que siendo uno con el Alma Universal o Inteligencia, es el solo omnisciente; y segundo, porque el Devachán es la continuación idealizada de la vida terrestre que se acaba de abandonar, período de ajustamiento retributivo y recompensa por los daños y sufrimientos experimentados inmerecidamente en aquella vida especial. El Ego espiritual, en el Devachán sólo es omnisciente potencialmente, y defacto exclusivamente en Nirvana, cuando el Ego está fundido en el Alma–Mente Universal. Vuelve a ser casi omnisciente, sin embargo, durante aquellas horas en la Tierra en que ciertas condiciones anormales y cambios fisiológicos del cuerpo libran al Ego de los estorbos e impedimentos de la materia. Ejemplo de ello son los dos casos de sonambulismo más arriba citados, de una humilde criada hablando el hebreo y otra tocando el violín. No quiere esto decir que las explicaciones que respecto a esos dos casos nos ofrece la ciencia médica no encierren verdad alguna en sí, pues una de aquellas muchachas había oído años antes a un pastor protestante, maestro suyo, leer obras hebreas en voz alta, y la otra había oído a un artista tocar el violín en el cortijo que habitaba. Mas, ninguna de las dos hubiese pedido hacer esto con la perfección con que lo hicieron si no hubiesen estado animadas por Aquello que, debido a la identidad de su naturaleza con la Mente Universal, es omnisciente. En el primer caso el principio superior obró sobre los skandhas y los puso en movimiento; en el último, estando la personalidad paralizada se manifestó la individualidad misma. Os ruego no confundáis las dos cosas.


DE LA REENCARNACIÓN O RENACIMIENTO

LA CLAVE DE LA TEOSOFÍA

EXPOSICIÓN CLARA EN FORMA DE PREGUNTAS Y RESPUESTAS DE LA ÉTICA, CIENCIA Y FILOSOFÍA
PARA CUYO ESTUDIO HA SIDO FUNDADA LA SOCIEDAD TEOSÓFICA

Dedicada por H. P. B.
a todos sus discípulos
para que aprendan y puedan enseñar a su vez.

(Parte 30)

VIII. DE LA REENCARNACIÓN O RENACIMIENTO
¿QUÉ ES LA MEMORIA,
SEGÚN LA DOCTRINA TEOSÓFICA?
La cosa más difícil para vosotros va a ser explicar semejante creencia  poyándola en principios racionales. Hasta ahora no ha conseguido teósofo alguno presentarme una prueba capaz de quebrantar mi escepticismo. Ante todo, te-néis en contra de esa teoría de la Reencarnación el hecho de que no se ha encontrado aún hombre alguno que se acordase de haber vivido antes, y mucho menos de quien era durante su vida anterior.
Veo que vuestro argumento tiende a la antigua objeción de costumbre, la pérdida de la memoria en cada uno de nosotros, respecto de nuestra encarnación precedente.
¿Creéis que esto quita valor a nuestra doctrina? A ello contesto que no, y que en todo caso no puede ser concluyente una objeción semejante.

Quisiera oír vuestros argumentos.
Son pocos y breves. Sin embargo, cuando se toma en consideración la absoluta incapacidad de los mejores psicólogos modernos para explicar al mundo la naturaleza de la
mente, y su completa ignorancia acerca de las potencialidades y estados superiores de la misma, tenéis que reconocer que aquella objeción está basada en una conclusión a priori, sacada de una evidencia prima fácil y circunstancial, más que de otra cosa. Ahora decidme: ¿qué es en vuestro concepto la “memoria?”
Lo que se entiende por ella generalmente: la facultad en nuestra mente de recordar y conservar el conocimiento de los pensamientos, actos y acontecimientos anteriores.

Agregad a esto, si gustáis, que existe una gran diferencia entre las tres formas aceptadas de la memoria. Además de la memoria en general, tenemos el recuerdo, la reproducción y la reminiscencia
Os habéis fijado alguna vez en la diferencia que hay entre ellas? Acordaos de que memoria es un nombre genérico.
No obstante, todos éstos son sinónimos.
No lo son seguramente, al menos en filosofía. La memoria es simplemente un poder innato en los seres racionales, y hasta en los animales, para reproducir pasadas impresiones por medio de una asociación de ideas, sugeridas principalmente por cosas objetivas o por alguna impresión sobre nuestros órganos sensorios externos. La memoria es una facultad que depende enteramente del funcionamiento más o menos sano y normal de nuestro cerebro físico; el recuerdo y la reproducción son los atributos y los servidores de esa memoria. Pero la reminiscencia es una cosa enteramente distinta. El psicólogo moderno define la reminiscencia como algo intermedio entre el recuerdo y la reproducción; un proceso consciente por el que se recuerdan los hechos pasados, pero sin aquella referencia completa y variada de objetos determinados, que caracteriza la reproducción.
Locke, hablando de la reproducción y del recuerdo, dice: “Cuando una idea se ofrece de nuevo a la memoria sin la influencia del mismo objeto sobre el sensorio externo, esto se llama recuerdo; si la mente encuentra una idea que buscara con trabajo y esfuerzo, esto es reproducción”.
Mas Locke mismo deja de darnos una definición clara de la reminiscencia, porque no es una facultad o atributo de nuestra memoria física, sino una percepción intuitiva aparte y fuera de nuestro cerebro físico; una percepción que, al ser puesta en acción por el conocimiento siempre presente de nuestro Ego espiritual, abarca aquellas visiones consideradas anormales en el hombre (desde las pinturas inspirada por el genio hasta el delirio y devaneos de la fiebre y de la locura misma), clasificadas por la ciencia como no existentes, excepto en nuestra imaginación. El Ocultismo y la Teosofía consideran la reminiscencia, sin embargo, desde un punto de vista completamente distinto. Para nosotros, la memoria es física y pasajera, y depende de las condiciones fisiológicas del cerebro, proposición fundamental entre todos los profesores de la mnemotécnica, apoyados además por las investigaciones de los psicólogos científicos modernos; pero la reminiscencia es la memoria del alma. Esa memoria es la que da a casi todos los seres humanos, sea que lo comprendan o no, la certeza de haber vívido anteriormente y de tener que vivir de nuevo.
Dice bien Wordesvorth:
“Nuestro nacimiento es sólo un sueño y un olvido; el alma que surge en nosotros, la estrella de nuestra vida, tuvo en otra parte su punto de partida, y viene de lejos.”
Si basáis vuestra doctrina en esa clase de memoria (poesías y fantasías imaginarias, según vuestra propia confesión), creo, en este caso, que no convenceréis a muchos.

No expresé que fuese una fantasía. Dije sencillamente que los fisiólogos y hombres de ciencia en general consideran tales reminiscencias como alucinaciones y fantasías, siendo bien recibida tan “sabia” conclusión. No negamos que esas visiones del pasado, esos rastros de luz pasajera de los tiempos que fueron, sean anormales comparados con nuestra experiencia de la vida diaria y la memoria física. Pero sostenemos con el profesor W. Knight que “la ausencia de la memoria de cualquier acto ejecutado en un estado previo no puede ser argumento concluyente contra la posibilidad de haber vivido en el mismo”. Y todo adversario de buena fe deberá convenir en lo que dice Butler en sus Lecturas sobre la filosofía platónica: “la idea de extravagancia que esto (la preexistencia) produce tiene su secreto origen en los prejuicios materialistas o semimaterialistas”.
Sostenemos además que la memoria, como la llamó Olimpiodoro. Es simplemente una fantasía, y la más insegura de todas las cosas en nosotros (La fantasía –dice Olimpiodoro (In Platonis Phoedo)–es un impedimento para nuestros conceptos intelectuales; y, por lo tanto, cuando estamos agitados por la influencia inspiradora de la Divinidad, si la memoria es la única facultad en el hombre directamente opuesta a la profecía o visión en el futuro.). Aseguraba Ammonio Saccas que “Acordaos también de que una cosa es la memoria y otra la mente o pensamiento; la una es una máquina para archivar, un registro que muy fácilmente se descompone, los pensamientos son eternos e imperecederos.”
¿Os negaríais a creer en la existencia de ciertas cosas u hombres sólo porque no los hubiesen visto vuestros ojos físicos?
¿No es garantía suficiente de haber vivido Julio César el testimonio colectivo de generaciones pasadas que lo vieron?
¿Por qué no se habría de tomar en consideración el mismo testimonio de los sentido psíquicos de las masas?
Pero ¿no creéis que éstas son distinciones demasiado sutiles para que puedan ser aceptadas por la mayoría de los mortales?

Decid más bien por la mayoría de los materialistas. A éstos decimos: Ved que, hasta en el corto espacio de la existencia ordinaria, la memoria es demasiado débil para
registrar todos los acontecimientos de una vida. ¡Con cuánta frecuencia permanecen dormidos en nuestra memoria los hechos más importantes, hasta que son despertados por alguna asociación de ideas, o puestos en movimiento y actividad por algún lazo de unión! Esto es lo que sucede especialmente a las personas de edad avanzada, cuya memoria siempre se debilita. Por lo tanto, teniendo en cuenta lo que sabemos acerca de los principios físicos y espirituales en el hombre, no debiera sorprendernos el hecho de que la memoria no registre nuestras vidas anteriores, sino el caso contrarío, si así sucediese.