sábado, 15 de noviembre de 2014

ENSEÑANZAS BUDDHISTAS SOBRE LO QUE PRECEDE.

LA CLAVE DE LA TEOSOFÍA

EXPOSICIÓN CLARA EN FORMA DE PREGUNTAS Y RESPUESTAS DE LA ÉTICA, CIENCIA Y FILOSOFÍA
PARA CUYO ESTUDIO HA SIDO FUNDADA LA SOCIEDAD TEOSÓFICA

Dedicada por H. P. B.
a todos sus discípulos
para que aprendan y puedan enseñar a su vez.

(Parte 20)

ENSEÑANZAS BUDDHISTAS SOBRE LO QUE PRECEDE.
¿Qué enseña el Buddhismo respecto del alma?
Depende la contestación de si os referís al Buddhismo exotérico, popular, o bien a sus enseñanzas esotéricas. Del siguiente, modo se explica el primero, en el Catecismo Buddhista: “Considera el alma como una palabra empleada por el ignorante para expresar una idea falsa. Si cada cosa está sujeta a cambio, hay que incluir entonces al hombre, y cada parte material del mismo debe cambiar. Lo que está sujeto a cambio no es  permanente; por lo tanto, una cosa inconstante no puede tener una supervivencia inmortal”.
Esto parece claro y definido. Pero cuando llegamos a la cuestión de que la nueva personalidad en cada renacimiento sucesivo es el agregado de los skandhas o atributos de la antigua personalidad, y preguntarnos si esa nueva agregación de skandhas es también un nuevo ser, en el que no ha quedado nada del último, leemos que: “En un sentido es un nuevo
ser, y en otro no lo es. Durante esta vida los skandhas cambian continuamente. Mientras que el hombre A. B. de cuarenta años respecto a la personalidad es idéntico al joven A. B. de dieciocho, sin embargo, por el gasto y reparación continuos de su cuerpo y el cambio de inteligencia y carácter, es un ser diferente. No obstante, en la vejez, el hombre recoge con justicia la recompensa a los sufrimientos correspondientes a sus pensamientos y acciones en cada período anterior de la vida. De igual modo, el nuevo ser, en cada renacimiento, siendo la misma individualidad de antes (mas no la misma personalidad), con una forma distinta o nueva agregación de skandhas, recoge con justicia las consecuencias de sus actos y pensamientos en una existencia anterior.
Esto es metafísica abstrusa, y de ningún modo expresa la negación del alma.
¿No habla el Buddhismo esotérico de algo parecido?
Sí, porque esta doctrina pertenece a la vez al Buddhismo esotérico o Sabiduría Secreta, y al Buddhismo exotérico o filosofía religiosa de Gautama Buddha.
Pero nos dicen claramente que la mayor parte de los Buddhistas no creen en la
inmortalidad del Alma.

Tampoco creemos nosotros en ella, si entendéis por alma el ego personal o alma de vida (Nephesh). Pero todo Buddhista instruido cree en el Ego individual o divino. Los que no creen en él se equivocan en su juicio. Se equivocan respecto a este punto como aquellos cristianos que confunden las interpolaciones teológicas de los últimos redactores de los Evangelios, acerca de la condenación y el fuego del infierno, con el lenguaje verbatím de Jesús. Ni Buddha ni Cristo jamás escribieron cosa alguna; pero ambos se expresaron alegóricamente y usaron “palabras oscuras”, como hicieron y seguirán haciendo aún por mucho tiempo todos los Iniciados verdaderos. Ambas Escrituras tratan de todas esas cuestiones metafísicas con mucha prudencia y cautela; y los anales Buddhistas y Cristianos
pecan por ese exceso de exoterismo, extralimitando ambos el sentido de la letra muerta.
¿Pretenderíais decir que ni las enseñanzas de Buddha ni las de Cristo han sido hasta ahora correctamente interpretadas?

Es precisamente lo que pienso. Ambos Evangelios, el Buddhista y el Cristiano, fueron predicados con el mismo objeto. Ambos reformadores fueron ardientes filántropos y altruistas prácticos, predicando, sin género alguno de duda, el socialismo más noble y elevado, el propio sacrificio, hasta el último momento de su vida. “Recaigan sobre mí los pecados del mundo entero, a fin de que pueda aliviar las miserias y sufrimientos del hombre”, exclama Buddha. “No dejaría yo gemir a quien pudiera salvar”, dice el Príncipe mendigo, cubierto de  harapos desechados de los cementerios. “Venid a mí vosotros, todos los que trabajáis y estáis agobiados, y yo os daré descanso”; así llama a los pobres y desheredados el “hombre de las angustias” que no tenía en dónde descansar la cabeza. Ambos basan sus enseñanzas en el amor ilimitado a la humanidad, en la caridad, en el perdón de las injurias, en el olvido de sí mismo y en la piedad por las engañadas masas; ambos manifiestan el mismo desprecio a las riquezas, y no hacen diferencia entre meum y tuum. Era su deseo, aunque sin revelar todos los sagrados misterios de la iniciación, atraer a los ignorantes extraviados, cuya carga en la vida fuera excesiva; darles esperanza y hacerles entrever lo suficiente de la verdad para que fuese un auxilio en sus horas más penosas. Pero el objeto de los dos reformadores se vio frustrado a causa del exceso de celo de sus discípulos posteriores. Habiendo sido mal comprendidas e interpretadas las palabras de los Maestros, ¡ved las consecuencias!
Buddha debió de negar, sin embargo, la inmortalidad del alma, ya que todos los
orientalistas y sus propios sacerdotes así lo afirman.

Los Arhats siguieron al principio el sistema de su Maestro; pero la mayoría de los sacerdotes que les sucedieron no estaban iniciados, como igualmente sucedió en el Cristianismo; así es que, poco a poco, casi llegaron a perder las grandes verdades esotéricas. Prueba de ello es que de las dos sectas existentes en Ceylan, cree la siamesa que la muerte es el aniquilamiento absoluto de la individualidad y de la personalidad; y la otra explica el Nirvana en el sentido en que lo hacemos los teósofos.
Pero en ese caso, ¿por qué representan el Buddhismo y el Cristianismo los dos polos
opuestos de esa creencia?

Porque no eran iguales las condiciones en que fueron predicados. Celosos los Brahmanes de la India de su superior sabidu-ría, excluyendo de la misma a todas las castas excepto la suya, precipitaron a millones de hombres en la idolatría y casi en el fetichismo. Tenía Buddha que dar el golpe de gracia a una exuberancia tan grande de superstición fanática y de fantasía malsana, nacidas de la ignorancia, como rara vez se ha conocido anterior o posteriormente en la historia. Más vale un  ateísmo filosófico, que no semejante culto ignorante, para aquellos “que invocan a sus dioses, no son oídos ni atendidos”
y viven y mueren en un estado de desesperación mental. Tenía que contener, ante todo, aquel cenagoso y corrompido torrente de superstición; extirpar los errores, antes de dar a conocer la verdad. Y como no podía darla a conocer toda, por las idénticas y buenas razones que tenía Jesús cuando decía a sus discípulos que no eran para las masas ignorantes los Misterios del Cielo, sino sólo para los elegidos y, por lo tanto, “les hablaba en parábolas(Mat. XIII, 10,11), así Buddha llevó su prudencia al extremo de ocultar demasiado. Hasta se negó a contestar al monje Vacchagotta si existía o no en el hombre un Ego. Instado a que contestase, “el hombre Sublime permaneció silencioso” (En el diálogo traducido del Samyutaka Nikaya, por Oldenburg, Buddha da a Ananda, su discípulo iniciado, que le pregunta la razón de este silencio, una respuesta clara e ine-quívoca: “Si yo, Ananda, al preguntarme el monje errante Vacchagotta “¿Existe el Ego?”, hubiese contestado “el Ego existe”, entonces, Ananda, esto hubiese confirmado la doctrina de los Samanas y Brahmanes que creen en la permanencia. Si yo, Ananda, cuando el monje errante Vacchagotta me preguntó “¿no existe el ego?”, hubiese contestado “el Ego no existe”, entonces, Ananda, esto hubiese confirmado la doctrina de los que creen en la aniquilación. Si yo, Ananda, cuando el monje errante Vacchagotta me preguntó “¿Existe el Ego?”, le hubiese contestado “el Ego existe”, ¿hubiese esto servido a mi propósito, Ananda, produciendo en él el conocimiento de que todas las existencias (dahmma) son no–ego? Pero si yo, Ananda, hubiese contestado “el Ego no existe”, entonces, Ananda, esto solo hubiese dado por resultado producir en el monje errante Vacchagotta una nueva confusión. “¿Mi Ego, no existía antes? ¡Y ahora ya no existe!” Esto demuestra mejor que nada que Gotama Buddha rehuía dar a las masas semejantes doctrinas metafísicas difíciles, para no turbarlas más aún. A lo que se refería era a la diferencia que hay entre el Ego personal temporal y el Yo Supremo que vierte su luz sobre el Ego imperecedero, el “Yo” espiritual del hombre.)
Esto se refiere a Gotama, ¿pero qué relación tiene con los Evangelios?
Leed la historia y reflexionad. En el tiempo en que tuvieron lugar los hechos que describen los Evangelios, existía una fermentación intelectual análoga en todo el mundo civilizado, sólo que con resultados opuestos en el Oriente y el Occidente. Los antiguos dioses morían. Mientras las clases civilizadas en Palestina dejaban se arrastrar por los incrédulos Saduceos a las negaciones materialistas, sólo por la mera letra muerta de la
forma mosaica, y Roma se hallaba en plena disolución moral, las clases inferiores y pobres corrían tras la brujería y dioses extraños, o volvían sé hipócritas. Una vez más había sonado
la hora de una reforma espiritual. El Dios celoso, cruel y antropomórfico de los Judíos, con sus leyes sanguinarias de “ojo por ojo y diente por diente”, derramando sangre y sacrificando animales, tenía que relegarse a segundo término y verse reemplazado por el misterioso “Padre en Secreto”. Había de presentarse este último, no como un Dios extracósmico, sino como un divino Salvador del hombre de carne, encerrado en su propio corazón y alma, tanto en el pobre como en el rico. Ni aquí ni en la India podían los secretos de la iniciación ser divulgados, a menos que, por dar lo que es santo a los perros y por echar perlas a los cerdos, se viesen el Revelador y el revelado pisoteados y arrastrados por los suelos. De ahí las reticencias de Buddha y de Jesús (el cual, sea que haya vivido o no
fuera del período histórico que se le señala, se abstuvo de revelar claramente los misterios de la Vida y de la Muerte). Esas reticencias trajeron, en el primer caso, las vacías negaciones
del Buddhismo meridional; y en el segundo, las tres formas contradictorias de la Iglesia Cristiana y las trescientas sectas existentes, sólo en la protestante Inglaterra.


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