LA CLAVE DE LA TEOSOFÍA
EXPOSICIÓN CLARA EN FORMA DE PREGUNTAS Y
RESPUESTAS DE LA ÉTICA, CIENCIA Y FILOSOFÍA
PARA CUYO ESTUDIO HA SIDO FUNDADA LA
SOCIEDAD TEOSÓFICA
Dedicada por H. P. B.
a todos sus discípulos
para que aprendan y puedan enseñar a su
vez.
(Parte 20)
ENSEÑANZAS BUDDHISTAS SOBRE LO
QUE PRECEDE.
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¿Qué enseña el Buddhismo respecto
del alma?
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Depende la contestación de si os
referís al Buddhismo exotérico, popular, o bien a sus enseñanzas esotéricas.
Del siguiente, modo se explica el primero, en el Catecismo Buddhista: “Considera el alma como una palabra
empleada por el ignorante para expresar una idea falsa. Si cada cosa está
sujeta a cambio, hay que incluir entonces al hombre, y cada parte material
del mismo debe cambiar. Lo que está sujeto a cambio no es permanente; por lo tanto, una cosa
inconstante no puede tener una supervivencia inmortal”.
Esto parece claro y definido. Pero
cuando llegamos a la cuestión de que la nueva personalidad en cada
renacimiento sucesivo es el agregado de los skandhas o
atributos de la antigua personalidad, y preguntarnos si esa nueva agregación
de skandhas es también un nuevo ser, en el que no ha
quedado nada del último, leemos que: “En
un sentido es un nuevo
ser, y en otro no lo
es. Durante esta vida los skandhas cambian continuamente. Mientras que
el hombre A. B. de cuarenta años respecto a la personalidad es idéntico al
joven A. B. de dieciocho, sin embargo, por el gasto y reparación continuos de
su cuerpo y el cambio de inteligencia y carácter, es un ser diferente. No obstante,
en la vejez, el hombre recoge con justicia la recompensa a los sufrimientos
correspondientes a sus pensamientos y acciones en cada período anterior de la
vida. De igual modo, el nuevo ser, en cada renacimiento, siendo la misma individualidad de antes (mas no la misma personalidad), con una forma distinta o nueva agregación de skandhas, recoge con justicia las
consecuencias de sus actos y pensamientos en una existencia anterior.
Esto es metafísica
abstrusa, y de ningún modo expresa la negación
del alma.
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¿No habla el Buddhismo esotérico de
algo parecido?
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Sí, porque esta doctrina pertenece a
la vez al Buddhismo esotérico o Sabiduría Secreta, y al Buddhismo
exotérico o filosofía religiosa de Gautama Buddha.
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Pero nos dicen claramente que la
mayor parte de los Buddhistas no creen en la
inmortalidad del Alma.
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Tampoco creemos nosotros en ella, si
entendéis por alma el ego personal o alma de vida (Nephesh). Pero todo Buddhista instruido
cree en el Ego individual o divino. Los que no creen en él se
equivocan en su juicio. Se equivocan respecto a este punto como aquellos cristianos
que confunden las interpolaciones teológicas de los últimos redactores de los
Evangelios, acerca de la condenación y el fuego del infierno, con el lenguaje
verbatím de Jesús. Ni Buddha ni Cristo jamás escribieron cosa alguna;
pero ambos se expresaron alegóricamente y usaron “palabras oscuras”, como hicieron y seguirán haciendo aún por mucho
tiempo todos los Iniciados verdaderos. Ambas Escrituras tratan de todas esas cuestiones
metafísicas con mucha prudencia y cautela; y los anales Buddhistas y
Cristianos
pecan por ese exceso de exoterismo,
extralimitando ambos el sentido de la letra muerta.
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¿Pretenderíais decir que ni las
enseñanzas de Buddha ni las de Cristo han sido hasta ahora correctamente
interpretadas?
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Es precisamente lo que pienso. Ambos
Evangelios, el Buddhista y el Cristiano, fueron predicados con el mismo
objeto. Ambos reformadores fueron ardientes filántropos y altruistas prácticos,
predicando, sin género alguno de duda, el socialismo más noble y elevado,
el propio sacrificio, hasta el último momento de su vida. “Recaigan sobre mí los pecados del mundo
entero, a fin de que pueda aliviar las miserias y sufrimientos del hombre”,
exclama Buddha. “No dejaría yo gemir a
quien pudiera salvar”, dice el Príncipe mendigo, cubierto de harapos desechados de los cementerios. “Venid a mí vosotros, todos los que
trabajáis y estáis agobiados, y yo os daré descanso”; así llama a los
pobres y desheredados el “hombre de las angustias” que no tenía en dónde
descansar la cabeza. Ambos basan sus enseñanzas en el amor ilimitado a la
humanidad, en la caridad, en el perdón de las injurias, en el olvido de sí
mismo y en la piedad por las engañadas masas; ambos manifiestan el mismo
desprecio a las riquezas, y no hacen diferencia entre meum y tuum.
Era su deseo, aunque sin revelar todos los sagrados misterios de la
iniciación, atraer a los ignorantes extraviados, cuya carga en la vida fuera
excesiva; darles esperanza y hacerles entrever lo suficiente de la verdad
para que fuese un auxilio en sus horas más penosas. Pero el objeto de los dos
reformadores se vio frustrado a causa del exceso de celo de sus discípulos
posteriores. Habiendo sido mal comprendidas e interpretadas las palabras de
los Maestros, ¡ved las consecuencias!
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Buddha debió de negar, sin embargo,
la inmortalidad del alma, ya que todos los
orientalistas y sus propios
sacerdotes así lo afirman.
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Los Arhats siguieron al principio el
sistema de su Maestro; pero la mayoría de los sacerdotes que les sucedieron
no estaban iniciados, como igualmente sucedió en el Cristianismo; así es que,
poco a poco, casi llegaron a perder las grandes verdades esotéricas. Prueba
de ello es que de las dos sectas existentes en Ceylan, cree la siamesa que la
muerte es el aniquilamiento absoluto de la individualidad y de la
personalidad; y la otra explica el Nirvana en el sentido en que lo hacemos
los teósofos.
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Pero en ese caso, ¿por qué
representan el Buddhismo y el Cristianismo los dos polos
opuestos de esa creencia?
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Porque no eran iguales las
condiciones en que fueron predicados. Celosos los Brahmanes de la India de su
superior sabidu-ría, excluyendo de la misma a todas las castas excepto la suya,
precipitaron a millones de hombres en la idolatría y casi en el fetichismo. Tenía
Buddha que dar el golpe de gracia a una exuberancia tan grande de
superstición fanática y de fantasía malsana, nacidas de la ignorancia, como
rara vez se ha conocido anterior o posteriormente en la historia. Más vale un
ateísmo filosófico, que no semejante culto
ignorante, para aquellos “que invocan a
sus dioses, no son oídos ni atendidos”
y viven y mueren en un estado de
desesperación mental. Tenía que contener, ante todo, aquel cenagoso y
corrompido torrente de superstición; extirpar los errores, antes de
dar a conocer la verdad. Y como no podía darla a conocer toda, por las
idénticas y buenas razones que tenía Jesús cuando decía a sus discípulos que
no eran para las masas ignorantes los Misterios del Cielo, sino sólo para los
elegidos y, por lo tanto, “les hablaba
en parábolas”(Mat. XIII, 10,11), así Buddha llevó su
prudencia al extremo de ocultar demasiado. Hasta se negó a contestar
al monje Vacchagotta si existía o no en el hombre un Ego. Instado a que
contestase, “el hombre Sublime permaneció silencioso” (En el diálogo
traducido del Samyutaka Nikaya, por Oldenburg, Buddha da a Ananda, su discípulo
iniciado, que le pregunta la razón de este silencio, una respuesta clara
e ine-quívoca: “Si yo, Ananda,
al preguntarme el monje errante Vacchagotta “¿Existe el Ego?”, hubiese contestado “el Ego existe”,
entonces, Ananda, esto hubiese confirmado la doctrina de los Samanas y
Brahmanes que creen en la permanencia. Si yo, Ananda, cuando el monje errante
Vacchagotta me preguntó “¿no existe el ego?”, hubiese contestado “el Ego no existe”,
entonces, Ananda, esto hubiese confirmado la doctrina de los que creen en la
aniquilación. Si yo, Ananda, cuando el monje errante Vacchagotta me preguntó
“¿Existe
el Ego?”, le hubiese contestado
“el Ego existe”, ¿hubiese esto servido a mi propósito, Ananda, produciendo en
él el conocimiento de que todas las existencias (dahmma) son no–ego? Pero si
yo, Ananda, hubiese contestado “el Ego no existe”, entonces, Ananda, esto
solo hubiese dado por resultado producir en el monje errante Vacchagotta una
nueva confusión. “¿Mi Ego, no existía antes? ¡Y ahora ya no existe!” Esto
demuestra mejor que nada que Gotama Buddha rehuía dar a las masas semejantes
doctrinas metafísicas difíciles, para no turbarlas más aún. A lo que se
refería era a la diferencia que hay entre el Ego personal temporal y el Yo
Supremo que vierte su luz sobre el Ego imperecedero, el “Yo” espiritual del
hombre.)
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Esto se refiere a Gotama, ¿pero qué
relación tiene con los Evangelios?
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Leed la historia y reflexionad. En
el tiempo en que tuvieron lugar los hechos que describen los Evangelios,
existía una fermentación intelectual análoga en todo el mundo civilizado,
sólo que con resultados opuestos en el Oriente y el Occidente. Los antiguos dioses
morían. Mientras las clases civilizadas en Palestina dejaban se arrastrar por
los incrédulos Saduceos a las negaciones materialistas, sólo por la mera
letra muerta de la
forma mosaica, y Roma se hallaba en
plena disolución moral, las clases inferiores y pobres corrían tras la
brujería y dioses extraños, o volvían sé hipócritas. Una vez más había sonado
la hora de una reforma espiritual.
El Dios celoso, cruel y antropomórfico de los Judíos, con sus leyes
sanguinarias de “ojo por ojo y diente por diente”, derramando sangre y sacrificando
animales, tenía que relegarse a segundo término y verse reemplazado por el misterioso
“Padre en Secreto”. Había de presentarse este último, no como un Dios extracósmico,
sino como un divino Salvador del hombre de carne, encerrado en su propio corazón
y alma, tanto en el pobre como en el rico. Ni aquí ni en la India podían los
secretos de la iniciación ser divulgados, a menos que, por dar lo que es
santo a los perros y por echar perlas a los cerdos, se viesen el Revelador y
el revelado pisoteados y arrastrados por los suelos. De ahí las reticencias
de Buddha y de Jesús (el cual, sea
que haya vivido o no
fuera del período histórico que se
le señala, se abstuvo de revelar claramente los misterios de la Vida y de la
Muerte). Esas reticencias
trajeron, en el primer caso, las vacías negaciones
del Buddhismo meridional; y en el
segundo, las tres formas contradictorias de la Iglesia Cristiana y las
trescientas sectas existentes, sólo en la protestante Inglaterra.
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