LA REENCARNACIÓN
(Parte
1)
Ya estamos ahora en situación de
estudiar con fruto una de las doctrinas esenciales de la Sabiduría Antigua: la doctrina de la
reencarnación.
Nuestro concepto de
la reencarnación puede aclararse más y ponerse más en armonía con el orden
natural, si la consideramos como principio
universal, y luego pasamos a observar el caso
especial de la reencarnación del alma humana.
Al estudiarla, este
caso especial se arranca generalmente de su sitio en el orden natural, y se le considera, con
gran detrimento suyo, como fragmento dislocado; pues toda la evolución consiste
en una vida evolucionante que pasa de una forma a otra a medida que se
desenvuelve, almacenando en sí misma la experiencia adquirida en dichas formas.
La reencarnación del alma humana no es la añadidura de un nuevo principio a
la evolución, sino la adaptación del principio universal para adquirir las
condiciones que exige la individualización de la vida en constante
desenvolvimiento.
Mr.
Lafcadio Hearn (Mr. Hearn se ha
equivocado en la expresión, pero no, según se cree, en el concepto íntimo.
Parte de su exposición del concepto budista de esta doctrina y el modo de usar
la palabra “Ego”, extraviará al que lea su interesante artículo sobre el
asunto, si no tiene muy presente la diferencia entre el ego real y el
ilusorio.) ha expuesto este punto, al considerar el
alcance de la idea de la preexistencia en el pensamiento científico de Occidente.
Dice:
“Con la aceptación de la doctrina de la evolución, las ideas
antiguas vinieron a tierra y otras nuevas surgieron en todas partes,
reemplazando los antiguos dogmas; y ahora tenemos el espectáculo de un general
movimiento intelectual, en sorprendente dirección paralela con la filosofía
oriental.”
La
rapidez sin precedente y lo multiforme del progreso científico durante los
últimos cincuenta años, no podían menos de provocar un aceleramiento
intelectual, igualmente sin precedente, entre los no científicos.
Que los organismos
más elevados y complejos se han desenvuelto de los ínfimos y sencillos; que una
sola base física es la substancia de todo el mundo viviente; que no puede
trazarse línea alguna de separación entre el animal y el vegetal; que la
diferencia entre la vida y la no-vida es sólo diferencia de grado y no de
especie; que la materia no es menos incomprensible que la mente, al paso que
ambas sólo son manifestaciones de la misma realidad desconocida: todas estas
cuestiones se han convertido ahora en vulgaridades de la nueva filosofía.
Después que por
primera vez fue reconocida la evolución física hasta por la teología, era fácil
predecir que no podría retardarse indefinidamente el reconocimiento de la
evolución psíquica, pues quedaba rota la barrera erigida por los antiguos
dogmas que impedía a los hombres mirar hacia atrás.
Y hoy, para el
estudiante de psicología científica, la idea de la preexistencia pasa del reino
de la teoría al de los hechos, probando de plausible modo la explicación
budista del misterio universal.
Consideremos la Mónada de
forma Atma-Buddhi. En esta forma, en la vida expirada del
Logos, yacen ocultos todos los poderes divinos; pero, como es sabido, están
latentes, no manifestados ni funcionantes.
Han de ser despertados gradualmente por choques externos, pues en la
misma naturaleza de la vida está en vibrar en contestación a las vibraciones
que la pulsan. Como en la Mónada existen
todas las posibilidades de vibración, toda vibración que obre en ella
despertará el poder vibratorio correspondiente, y de este modo, una tras otra,
pasaran todas las fuerzas del estado latente al activo.
En esto consiste el secreto de la evolución; el
medio actúa en la forma de la criatura viva -téngase presente que todas las
cosas viven-, y al trasmitirse esta acción a la vida por medio de la forma
envolvente, la Mónada que está dentro de ella despierta vibraciones que
responden y pasan al exterior desde la Mónada a la forma, poniendo a su vez en
vibración sus partículas y volviéndolas a coordinar en forma correspondiente o
adoptada al choque inicial.
Esto es la acción y la reacción entre el medio y el
organismo, reconocida por todos los biólogos, y que algunos consideran como
explicación suficiente de la evolución.
La observación paciente y cuidados de esta acción y
reacción no da, sin embargo, explicación alguna de porque el organismo responde
así al estímulo; y es necesario que la Antigua Sabiduría venga a descubrir el
secreto de la evolución, señalando al Yo en el corazón de todas las formas,
como la oculta fuente originaria de todos los movimientos de la Naturaleza.
Una vez comprendida la idea fundamental de una vida que
encierra la posibilidad de contestar a todas las vibraciones que lleguen a ella
desde el universo exterior, cuyas respuestas son gradualmente determinadas por
la acción de fuerzas externas, conviene comprender la segunda idea fundamental:
la continuidad de la vida y de las formas.
Las formas transmiten sus peculiaridades a
otras formas que preceden de ellas, las cuales son parte de su propia
substancia y se han separado para llevar una existencia independiente.
Por división, por brotes, por lanzamiento de
gérmenes, por el desarrollo del fruto dentro de la matriz, se conserva la
continuidad física, derivándose cada nueva forma de la precedente y
reproduciendo sus características.
La ciencia agrupa estos hechos bajo el nombre
de ley de herencia, y sus observaciones sobre la trasmisión de la forma son
dignas de atención y delatan el modo de obrar de la Naturaleza en el mundo fenomenal.
Pero debe tenerse presente que esto se aplica
a la construcción del cuerpo físico, en el cual entran los materiales
suministrados por los padres.
Los modos de obrar
más ocultos, las operaciones de la vida sin las
cuales la forma no existiría, no han sido aún observadas, por no ser
susceptibles de observación física, y este
vacío solo pueden llenarlo las enseñanzas de la Antigua Sabiduría, dadas
por Aquellos que emplean poderes de observación Supra-físicos, y que por sí
puede comprobar todo discípulo que pacientemente estudia en sus escuelas.
Hay continuidad de vida así como continuidad de forma, y la vida
continua—cuyas energías latentes, cada vez en mayor número, se transforman en
activas por el estímulo que reciben en las formas sucesivas—es la que resume en
sí misma las experiencias obtenidas en las formas sucesivas de que se ha
revestido; pues cuando la forma perece, la vida conserva los anales de esas
experiencias en las mayores energías que han despertado, y se halla pronta a
ser un alma de otras formas derivadas de la antigua, llevando consigo este
acopio acumulado.
Mientras
estuvo en la forma anterior, funcionó por su conducto, adoptándola a la
expresión de cada nueva energía despertada; la forma traspasa estas
adaptaciones, grabadas en su substancia, a la parte que separada de ella
constituye su fruto, el cual, siendo de su substancia, ha de tener
necesariamente las peculiaridades que a ésta caracterizan; la vida se vierte
dentro de ese fruto con todos los poderes que ha despertado, y lo moldea aun
más; y así una y otra.
La
ciencia moderna prueba cada día más y más claramente que la herencia toma una
parte siempre decreciente en la evolución de las criaturas superiores, que las
cualidades mentales y morales no se trasmiten de padres a hijos, lo cual es
tanto más patente cuanto más elevadas sean dichas cualidades; el hijo de un
genio es muchas veces un imbécil, y padres vulgares dan nacimiento a un genio.
Debe
existir un substrátum continuo, inherente a las cualidades mentales y morales,
a fin de que puedan acrecentarse, pues de otro modo la Naturaleza, en este
importantísimo ramo de su obra, produciría efectos vagos y sin causa, en lugar
de demostrar en ellos continuidad ordenada.
En
este punto la ciencia está muda; pero la Antigua Sabiduría enseña que dicho substrátum, continuo es la
Mónada, receptáculo
de todos los resultados, depósito en que se almacenan todas las experiencias
como poderes activos en crecimiento.
Una vez bien comprendidos estos dos principios—de la Mónada con potencialidades que se convierten en poderes,
y de la continuidad de la vida y de la forma—procedamos al estudio pormenorizado de su modo de obrar, y
veremos que resuelve muchos de los embarazosos problemas de la ciencia moderna,
así como aquellos otros que más atañen al corazón, de los que se ocupan el
filántropo y el filósofo.
Principiemos
por el estudio en la Mónada, cuando se halla sujeta a las influencias de los
niveles arrúpicos de los planos mentales, del principio mismo de la evolución
de la forma.
Sus
primeros estremecimientos para responder a las impresiones de que es objeto,
atraen a su alrededor algo de la materia de este plano, y así tenemos la
evolución gradual del primer reino elemental.
Los grandes tipos fundamentales
de la Mónada son siete, imaginados a veces como semejantes a los siete colores
del espectro solar, derivados de los tres primeros. (“Así como es arriba es abajo.”
Instintivamente recordamos los tres Logos y los siete Hijos del Fuego primordiales,
y en el simbolísmo cristiano a la Trinidad y los “Siete Espíritus que están
ante el trono”, y en el Mazdeísmo a Ahura mazda y los siete Ameshaspendas.)
Cada uno de estos tipos tiene peculiar colorido de
características, y este colorido persiste durante el ciclo de eones de su
evolución, afectando a todas las series de cosas vivas a que anima.
Entonces principia el proceso de subdivisión en
cada uno de estos tipos, que continuará subdividiéndose, hasta llegar a la
individualización.
Las
corrientes puestas en acción por las energías incipientes de la Mónada—bastará seguir una evolución, pues las otras seis son iguales
en principio—sólo tienen una breve vida de forma; sin
embargo, cualquiera
que sea la experiencia que en ellas se adquiera, está representada por un
aumento de vida que responde en la Mónada, la cual es fuente y causa; y esta
vida que responde consiste en vibraciones, muchas veces incongruentes entre sí,
estableciéndose en la Mónada una tendencia hacia la separación, agrupándose juntas las fuerzas las fuerzas
que vibran en armonía, determinando lo que pudiéramos llamar acción
concentrada, hasta que se forman varias submónadas, si se nos permite por un momento esta expresión, parecidas en sus principales características, pero diferentes en los
detalles, como matices de un mismo color.
Estas se convierten, a su vez, por los impulsos de los niveles
inferiores del plano mental, en las Mónadas del
segundo reino elemental,
pertenecientes a la región de la forma de este plano, continuando el proceso
con el aumento constante del poder responsivo de la Mónada, de suerte que cada
una es la vida animadora de formas sin cuento, por cuyo medio recibe las
vibraciones; y
cuando la forma se desintegra sigue vivificando constantemente nuevas formas,
continuando también el proceso de subdivisión por las causas ya descriptas.
Cada
Mónada encarna así continuamente en formas y almacena dentro de sí, como poderes
despiertos, todos los resultados obtenidos en las formas que ha animado.
Podemos considerar estas Mónadas como las almas de grupo de
formas, y a medida que prosigue la evolución, estas formas muestran cada vez
más atributos, siendo éstos los poderes del alma monádica del grupo,
manifestados por medio de las formas en que se encarna.
Las innumerables submónadas
de este segundo reino elemental llegan pronto a un estado de evolución en que principian a
responder a las vibraciones de la materia astral y comienzan entonces a
obrar en este plano, convirtiéndose en las Mónadas
del tercer reino elemental y repitiendo en este mundo más grosero todo el proceso verificado
en el plano mental.
Hácense más y más numerosas como almas
monádicas de grupos, mostrando más y más diversidad en los detalles, y a medida que las características especiales se definen con mayor
fijeza, en cada vez menor el número de formas animadas por cada una.
Mientras tanto, puede decirse que la fuente de
vida del Logos
sigue supliendo nuevas Mónadas que forman en los niveles superiores, de manera
que la evolución prosigue continuamente; y así que las Mónadas más evolucionadas encarnan en los
mundos inferiores, son reemplazadas por las Mónadas nuevamente surgidas en los
superiores.
Por este proceso siempre
repetido de la reencarnación de las Mónadas o almas monádicas de grupos en el
mundo astral, prosiguen aquellas su evolución hasta que se hallan en estado de
responder a la acción ejercida en ellas por la materia física.
Cuando
recordamos que los últimos átomos de cada plano tienen las paredes de sus
esferas compuestas de materia más grosera del plano inmediatamente superior, es
fácil comprender cómo la Mónada se hace apta para responder a la acción de un
plano después de otro.
Cuando en el primer reino elemental se hubo acostumbrado la Mónada
a vibrar en contestación a los choques de la materia de este plano, pronto
empezó a contestar a las vibraciones
recibidas, por medio de las formas más groseras de esta materia, de la
materia del plano inmediatamente inferior.
Así en su revestimiento de las formas compuestas de los materiales más groseros del plano
mental, se hacia susceptible a las vibraciones de la materia atómica astral;
y una vez encarnada en las formas de la
materia astral más grosera, se hace igualmente idónea para responder a la
acción del éter atómico físico, cuyas esferas tienen sus paredes compuestas
de la materia astral más grosera.
De este modo puede
considerarse que la Mónada llega al plano físico, y allí principia, o, mejor
dicho, todas estas almas monádicas de
grupos principian a encarnarse en formas físicas como películas que constituyen
los dobles etéreos de los densos minerales futuros del mundo físico.
En estas formas o películas construyen los espíritus de la
naturaleza los materiales físicos más densos, formándose de este modo los
minerales de todas clases, los vehículos más rígidos, en los que se encierra la
vida evolucionadora, y por los cuales expresa el mínimum de sus poderes.
Cada
alma monádica de grupo tiene su expresión mineral propia, alcanzando entonces
un alto grado de especialización las formas minerales en que está
encarnada. Estas almas monádicas de
grupo son llamadas algunas veces en su totalidad la Mónada mineral o la Mónada encarnada en el reino mineral.
Desde este
momento en adelante, las despertadas energías de la Mónada toman una parte
menos pasiva en la evolución. Principian a tratar de expresarse activamente
hasta cierto punto, cuando son llamadas a funcionar y ejercer activa influencia
en el moldeado de las formas en que se hallan aprisionadas. Cuando han llegado
a hacerse demasiado activas para su revestimiento mineral, se manifiestan los
principios de las formas más plásticas del reino vegetal, evolución a que
ayudan los espíritus de la naturaleza en los reinos físicos. En el reino mineral, han
mostrado ya una tendencia hacia la organización definida de la forma: el
trazado de ciertas líneas según las cuales, prosigue el desarrollo. Esta tendencia rige en lo sucesivo en la
construcción de todas las formas y es causa de la exquisita simetría de los
objetos naturales, familiar a todos los observadores. Las almas monádicas de
grupos se someten en el reino vegetal a divisiones y subdivisiones con
creciente rapidez, a consecuencia de la mayor variedad de influencias a que
están sujetas, debiéndose a esta subdivisión invisible la evolución de las
familias, géneros y especies. Cuando
cualquier género, con su alma monádica de grupo genérica, se halla sujeta a
condiciones muy variadas, esto es, cuando las formas relacionadas con ella reciben
muy diversas influencias, desarróllase en la Mónada una nueva tendencia a
subdividirse, desenvolviéndose varias especies, cada una de las cuales tiene su
especifica alma monádica de grupo.
Cuando
se deja obrar a la Naturaleza por sí sola, el proceso es lento, aun cuando los
espíritus de la Naturaleza hacen mucho en la diferenciación de las especies;
pero una vez el hombre se ha desarrollado y principia con sus sistemas
artificiales de cultivo a ayudar el funcionamiento de una serie de fuerzas e
impedir el de otras, entonces esta diferenciación puede efectuarse con rapidez
considerable y pronto se desenvuelven las diferencias específicas.
Mientras que la
división efectiva no tiene efecto en el alma monádica de grupo la sujeción de
la forma a las mismas influencias puede volver a destruir la tendencia
separatista; pero completada ya la división, las nuevas especies quedan
definida y firmemente establecidas y prontas a echar retoños propios.
En algunos
individuos de larga vida del reino vegetal principia a manifestarse el elemento
de la personalidad, cuyo pronóstico de individualización se debe a la
estabilidad del organismo. En un árbol
que viva varias veintenas de años, la repetida ocurrencia de condiciones
similares ejercen análoga acción: las estaciones
que vuelven año tras otro con los movimientos consecutivos internos que
determinan la elevación de la savia, el brotar de las hojas, el contacto del
viento, de los rayos del sol y de la lluvia, todas estas influencias con su
progreso rítmico, despiertan vibraciones a que responde el alma monádica del
grupo, y como la sucesión de aquéllas se imprime por repetición constante, la
ocurrencia de una conduce a la vaga expectación de su sucesora tantas veces
repetida.
La naturaleza jamás desarrolla
súbitamente una facultad, y esta vaga expectación de que hablamos es el
preludio de lo que más tarde serán la memoria y la previsión.
En el reino
vegetal aparecen también los preludios de la sensación, que en los individuos
superiores se convierte en lo que el psicólogo
oriental llamaría sensaciones “macizas” de placer y de disgusto. Hay que tener presente que la Mónada atrajo
a su alrededor materiales de los planos por donde descendiera, y por tanto
puede percibir la acción de estos planos, haciéndose sentir en primer término
los impulsos más vigorosos de las formas más groseras de materia.
Por
último, las sensaciones de los rayos solares,
así como el frío de su ausencia, se imprimen en la conciencia monádica;
y su envoltura astral, vibrando débilmente, ocasiona la especie de ligera sensación
maciza de que hemos hablado. La lluvia y
las corrientes de aire, al afectar la constitución mecánica de la forma y su
aptitud para comunicar vibraciones a la Mónada que le sirve de alma, son otros
“pares de opuestos” cuyas funciones despiertan el reconocimiento de la
diferencia, la cual es la raíz de todas las sensaciones, y más delante de todos
los pensamientos. De este modo, por
medio de las repetidas encarnaciones en las plantas, evolucionan las almas
monádicas de grupos en el reino vegetal, hasta que las que sirven de alma a los
individuos más elevados de dicho reino, llegan a estar en situación de dar el
paso siguiente.
Este
paso las lleva al reino animal, en donde
desarrollan lentamente, en sus vehículos físicos y astrales, una personalidad ya determinada.
Siendo
el animal libre para moverse, hállase
sometido a mayor variedad de condiciones que la planta, fija en un solo
punto, y esta variedad promueve diferencias.
Sin embargo, el alma monádica de grupo que anima cierto número de
animales salvajes de la misma especie o subespecie, si bien recibe gran
variedad de influencias, como quiera que éstas se repiten constantemente en su
mayor parte, y están compartidas por todos los individuos del grupo, sólo se
diferencia lentamente. Estas influencias ayudan al desarrollo del
cuerpo físico y del astral, por cuyo medio adquiere mucha experiencia el alma
monádica del grupo.
Cuando perece la
forma de un individuo del grupo, la experiencia adquirida por esta forma se acumula
en el alma monádica de todo el grupo, dándole color, por decirlo así. El ligero aumento de vida que aquélla
obtiene, al verterse en todas las formas que componen su grupo, las hace
partícipes de la experiencia de la forma que pereció, y de este modo, las
experiencias continuamente repetidas, almacenadas en el alma monádica del
grupo, aparecen en las nuevas formas como instintos, como “experiencias hereditaria acumuladas”. Cuando innumerables pájaros han muerto
víctimas de las aves de rapiña, los polluelos acabados de salir del huevo se
encogen al aproximarse uno de sus hereditarios enemigos; pues la vida en ellos
encarnada conoce el peligro, siendo el instinto innato la expresión de este
conocimiento. Así se forman los
instintos maravillosos que preservan a los animales de innumerables peligros
habituales, al paso que un peligro nuevo los encuentra desprevenido y los
aturde.
Al
ponerse los animales bajo la influencia del hombre, el alma monádica de grupo
se desenvuelve con rapidez creciente, y por causas parecidas a las que afectan
las plantas cultivadas, aceleran la subdivisión de la vida encarnada; la
personalidad se desarrolla y se hace más y más saliente; en las primeras etapas
casi puede decirse que es compuesta, pues tan por completo están dominadas las
formas por el alma común, que toda una mónada de seres salvajes puede actuar
como movida por una sola individualidad.
Los animales
domésticos de tipo superior, tales como el elefante, caballo, gato, perro,
etc., muestran una personalidad más individualizada; por ejemplo, dos perros
pueden obrar muy diferentemente bajo la influencia de las mismas
circunstancias. El alma monádica de grupo encarna en un número cada vez menor de
formas, a medida que se aproxima gradualmente al punto en que se alcanza la
individualidad completa. El cuerpo de deseo o vehículo Kármico se
desarrolla considerablemente, y después de la muerte del cuerpo físico persiste
por algún tiempo con vida independiente en el Kamaloka. Finalmente, el número siempre decreciente de
formas animadas por un alma monádica de grupo, llega a la unidad y anima una
serie de formas simples, cuyo estado sólo difiere de la reencarnación humana
por la falta del Manas, con sus cuerpos mental y causal.
La materia mental
que trajo consigo el alma monádica de grupo, empieza a hacerse susceptible a
las influencias del plano mental, y entonces el animal se halla en estado de recibir
la tercera gran emanación del Logos; el tabernáculo está dispuesto para
albergar la mónada humana que
es triple por naturaleza, siendo sus tres aspectos respectivamente denominados el
Espíritu,
el Alma
espiritual y el Alma humana; o sea Atma, Buddhi, Manas.
(Tomado
del libro: La Sabiduría Antigua)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario