viernes, 7 de noviembre de 2014

EL DEVACHAN (1ra. Parte)

EL DEVACHAN

(1ra. Parte)


Devachán es el nombre que se da al Cielo en el tecnicismo teosófico.

Traducido literalmente significa: morada luminosa o morada de los Dioses (Devasthan, el lugar de los Dioses, es el término sánscrito equivalente. Es el Svarga de los indos, el Sukhâvati de los buddhistas, el cielo de los zoroastrinos y cristianos, así como el de los musulmanes menos materialistas.)

Es una región sumamente protegida del plano mental, de la que están excluidas por completo la tristeza y el mal por las Altas Inteligencias Espirituales que presiden la evolución humana, y en la que residen, tras el cumplimiento de su estancia en Kamaloka, los seres humanos despojados de sus cuerpos físico y astral.

La existencia devachánica comprende dos períodos.
El primero transcurre en las cuatro subdivisiones inferiores del plano mental, dónde el Pensador conserva su cuerpo mental y permanece condicionado por él, en tanto que dura la asimilación de los materiales reunidos con la ayuda de ese cuerpo durante la vida terrestre que acaba de pasar.
El segundo se desarrolla en el mundo “sin forma”, donde el pensador, desembarazado de su cuerpo mental, goza sin trabas de la vida que le es propia, en la plena conciencia y conocimiento a que ha llegado.
     
La duración total de la estancia en el Devachán depende de la calidad de materiales propios para la existencia devachánica, acopiados por el alma  durante su vida terrestre.

La recolección de los frutos destinados a consumirse y a asimilarse en el Devachán comprende todos los pensamientos y todas las emociones puras engendradas durante la vida terrena, todos los esfuerzos intelectuales y morales y todas las aspiraciones del mismo orden, todos los recuerdos del trabajo útil efectuado y los proyectos ideados para el servicio de la humanidad; en una palabra, todo lo que es susceptible de convertirse en facultades mentales y morales a fin de ayudar a la evolución del alma.
Ni uno sólo de esos esfuerzos se pierde, por débil y efímero que haya sido.

Pero las pasiones egoístas y brutales no tienen allí cabida, porque no encuentran materiales adecuados para su expresión.
Además, todo el mal de la existencia pasada, aunque hubiese preponderado sobre el bien, no puede impedir la recolección del bien que se ha sembrado, por poco que haya sido éste; la escasez de cosecha puede abreviar la vida celeste, pero el hombre más depravado, si tuvo una leve aspiración al bien, si experimentó el más mínimo movimiento de ternura, tendrá en el Devachán un período de existencia donde el germen del bien anhelado y la chispa del bien efectuado se desenvuelva en una tenue llama.


En otras épocas, cuando los hombres sentían el deseo del cielo y regulaban su vida con objeto de saborear sus delicias, la estancia devachánica era muy larga y duraba veces millares de años.
En la época presente, el espíritu humano se apega tanto y tan persistentemente a las cosas terrenas y tiene tan pocos pensamientos elevados, que el período devachánico ha quedado reducido a muy corto período.
De un modo análogo, la estancia en las regiones superior e inferior   (Estancia designadas por las palabras: Devachán Rupa, o Arupa, según se trate de las regiones Rupa o Arupa del plano mental.) del plano mental es respectivamente proporcional a la suma de pensamientos realizados en los cuerpos causal y mental.

Todos los pensamientos pertenecientes al yo personal, a la vida que acaba de extinguirse, con sus ambiciones, intereses, afectos, esperanzas y temores; todos estos pensamientos se desarrollan en la esfera devachánica, donde las formas subsisten todavía; mientras que los pensamientos que pertenecen al mental superior, a las regiones de la inteligencia abstracta e impersonal, se desenvuelven y asimilan en la región devachánica “sin forma”

La mayoría de los hombres no hacen más que entrar en esta región sublime, para salir de ella inmediatamente.
Algunos pasan allí gran parte de su existencia celeste, y otros permanecen casi la totalidad de esta existencia.

Antes de entrar en pormenores fijaremos algunas de las ideas fundamentales que regulan la existencia devachánica, aunque ésta difiere hasta tal punto de la vida física, que toda descripción corre el riesgo de extraviarse por su misma rareza.
Las gentes vulgares se fijan tan poco en su vida mental, aún en la vivida en su cuerpo físico, que ante la descripción de la vida mental fuera de él, pierden toda noción de realidad y les parece estar en el mundo de los sueños.

En primer término, conviene fijar la idea de que la vida mental es infinitamente más intensa, activa y más cercana a la realidad que la vida de los sentidos.
Lo que tocamos, oímos y gustamos, todo lo que hacemos aquí abajo, es mucho menos real que las cosas que percibimos en el Devachán; pero aun en este estado no vemos las cosas tales como son, pues cúbrenlas todavía dos velos.

Nuestro sentimiento de la realidad en este mundo es totalmente ilusorio; no conocemos los objetos ni los seres tales como son sino tan sólo las impresiones producidas por ellas en nuestros sentidos, y las conclusiones erróneas con frecuencia, que nuestra razón deduce del conjunto de esas impresiones.
Pónganse frente a frente las ideas que de un mismo hombre tienen su padre, su amigo íntimo, la mujer amada, su rival en los negocios, su mayor enemigo y un conocido casual, y se verá cuánto difieren esas imágenes.
Cada cual puede suministrar únicamente la imagen o impresión producida sobre su propio espíritu, y ¡cuánto difieren esas impresiones del hombre real, visto en su integridad por los ojos que penetran en todos los velos!
De nuestros amigos conocemos la impresión que producen sobre nosotros y esa impresión está estrictamente limitada por nuestra facultad de percibir.
Un niño puede tener por padre a un gran hombre de estado, lleno de proyectos sublimes; pero ese guía de los destinos de una nación, sólo es para él su más divertido compañero de juego y el más seductor narrador de consejos.
Vivimos en la ilusión, pero tenemos el sentimiento de la realidad y esto basta para contentarnos.
En el Devachán estaremos todavía rodeados de ilusiones, pero próximas, en dos grados, a la realidad, como acabamos de decir; y allí también tendremos un sentimiento de realidad que nos satisfará completamente.

Las ilusiones terrestres no quedan desvanecidas, por lo tanto, en el cielo inferior, sino disminuidas; y el contacto de los seres en esta región es más real y más inmediato.
No hay que olvidar, en efecto, que este cielo forma parte de un vasto sistema de evolución, y que en tanto que el hombre no encuentra su Yo real, su propia irrealidad le sujeta a las ilusiones.
Un hecho contribuye, sin embargo, a darnos el sentimiento de realidad en la vida presente y el de irrealidad cuando estudiamos el Devachán, y es: que consideramos la vida terrestre en sí misma sometida como estamos a toda la fuerza de sus ilusiones, mientras que contemplamos el Devachán desde el exterior, libres por el momento de maya.

En el Devachán se invierten las condiciones, y los que se encuentran en él sienten que únicamente su vida es real y que la vida terrestre es un tejido de ilusiones y engaños.
En una palabra, están menos apartados de la verdad que quienes desde la tierra denigran su morada celeste.

Hemos de notar que el Pensador, revestido exclusivamente de su cuerpo mental, cuyos poderes puede utilizar libremente, manifiesta la naturaleza creadora de esos poderes en una medida imposible de concebir en el plano físico.

El pintor, el escultor, el músico, tienen en la tierra sueños de exquisita belleza, y crean sus visiones por la fuerza del pensamiento; pero cuando tratan de encarnar su sueño en los materiales groseros de la tierra, la obra queda muy por debajo de la creación mental imaginada.
El mármol es demasiado rígido para expresar la forma perfecta, y el color muy pálido para reflejar la perfecta luz.

Pero en el cielo, todo lo que el artista piensa se plasma directamente en forma, porque la materia delicada y sutil del mundo celeste es la misma sustancia mental, por el medio en que trabaja normalmente la inteligencia limpia de toda pasión.
Y esa materia toma forma a la menor vibración del pensamiento.

Se sigue dé ahí que, en realidad, cada hombre crea su propio cielo, y que puede acrecentar indefinidamente la belleza de lo que le rodea, según la fuerza y riqueza de su inteligencia; y así, a medida que el alma desarrolla sus facultades, su cielo se hace más delicado y más exquisito. Ella misma crea todas sus limitaciones, y a medida que gana en profundidad y expansión, su cielo se agranda y es más profundo.

Si el alma es débil y egoísta, pobre y mal desarrollada, la vida celeste participa de ese carácter mezquino, aunque representa siempre lo que de mejor hay en el alma, por mediano que sea.

Pero a medida que el hombre evoluciona, su vida en el Devachán es más completa, más rica, más real.
Las almas elevadas entran en relación más íntima y su comunicación es sin cesar más libre y profunda.
Por el contrario, una vida terrestre mezquina, vana e inútil, tiene por consecuencia en el Devachán, una existencia relativamente mezquina e incolora, subsistiendo sólo en ella los elementos morales y mentales.

No podemos tener más que lo que somos, y nuestra cosecha es proporcional a nuestra siembra.
No os engañéis: nadie se burla de Dios; porque lo que el hombre haya sembrado, eso, ni, más ni menos cosechará.

Nuestra indolencia y nuestra avidez quisieran cosechar donde no sembramos; pero en el universo, en el mundo de la ley, La Buena Ley, misericordiosamente justa, da a cada uno el exacto salario de su trabajo.
En el Devachán estaremos dominados por las impresiones o imágenes mentales que nos formemos de nuestros amigos.
En torno de cada alma se presentan aquellos a quienes amó sobre la tierra, porque la imagen de un ser amado, conservada intacta en el fondo del corazón, viene a ser en el cielo un compañero real y vivo para el alma.

No cambian allí los que hemos amado; serán para nosotros ni más ni menos lo que fueron aquí abajo.
Por la fuerza creadora de nuestro pensamiento en el Devachán modelamos en sustancia mental, la apariencia externa de nuestros amigos tal como afectó a nuestros sentidos en la tierra.
Lo que sólo era para nosotros en el mundo físico una imagen mental subjetiva, viene a ser en el cielo una forma objetiva en sustancia mental viva, que reside en nuestra propia atmósfera mental; y lo que era vago aquí abajo, toma intenso y vivo aspecto.

¿Y qué decir de la verdadera comunión de alma con alma?
Es más íntima, más próxima, más amante que todo lo que conocemos en la tierra; porque, como hemos visto, en el plano mental no hay barreras entre las almas.
La realidad de la comunión de las almas es allí proporcional a la realidad de la vida de las almas.
La imagen mental de nuestro amigo es nuestra creación propia; su forma es tal como la que conocimos y amamos, y su obra se manifiesta a la nuestra a través de esa forma según el grado de simpatía que exista entre sus vibraciones respectivas.
Ahora bien: ningún contacto es posible con los que hemos conocido en la tierra, si nuestras relaciones sólo fueron las del cuerpo físico o del cuerpo astral, o si no hay acuerdo en la vida interior entre ellos y nosotros.
Por esto, en el Devachán no puede penetrar ningún enemigo, pues únicamente el acuerdo simpático de los espíritus y de los corazones une allí a los hombres.
La separación del corazón y de la inteligencia implica separación en la vida celeste, pues nada inferior al corazón y a la inteligencia puede encontrar expresión en ella.

Con aquellos que nos adelantan en su evolución, nos ponemos en contacto en cuanto podemos comprenderlos.
Las inmensas regiones de su ser se extienden fuera de nuestro alcance; pero todo lo que podemos alcanzar, está en nosotros.
Además, esos hermanos mayores pueden ayudarnos y nos ayudan efectivamente en nuestra vida celeste, bajo condiciones que vamos a considerar.
Nos ayudan a ascender, nos elevan hasta ellos y nos colocan en situación de recibirlos.
No hay, pues, en el cielo separación de tiempo ni de espacio; pero hay separación por falta de acuerdo entre espíritus y corazones.

Vivimos, pues, en el cielo con todos los que amamos y admiramos; y el grado de nuestra comunión con ellos lo determinan los límites de nuestra capacidad, o de la suya si estamos más avanzados los volvemos a encontrar bajo las formas en que los amamos sobre la tierra y con el recuerdo perfeccionado de nuestras relaciones terrestres; porque el cielo es eflorescencia de cuanto no pudo florecer en la tierra, y los amores frustrados y tibios de esta vida se desarrollan allí con vigoroso poder.

Como la comunión es directa, no pueden equivocarse ni de palabra ni de pensamiento que crea su amigo, o por lo menos todo lo que le es asequible de ese pensamiento.

El Devachán, el mundo celeste, es una mansión de felicidad y de dicha inefable, pero es también algo más que un reposo para el peregrino fatigado, pues allí se produce la elaboración y asimilación de cuanto tiene valor real en las experiencias adquiridas por el Pensador durante su pasada vida.
Todas estas experiencias se meditan dilatadamente y se transforman de manera gradual en facultades morales y mentales, en poderes adquiridos, con los que el hombre volverá a la tierra en su próxima reencarnación.

No asimilado a su cuerpo mental el recuerdo, subsistirá sólo para el Pensador que atravesando ese pasado sobrevivirá inmortal.

Ahora bien: las experiencias pasadas se trasmutan en aptitudes mentales, de suerte que si un hombre ha estudiado con profundidad un problema, el efecto de su trabajo será la creación de una facultad especial que le permita profundizar sin esfuerzo semejante cuestión cuando se le ofrezca coyuntura en una encarnación venidera.

Nacerá así con aptitudes especiales para tal género será estudioso y estará seguro de triunfar fácilmente. Todo lo que ha pensado el hombre sobre la tierra se utiliza así en el Devachán: cada aspiración se transforma en poder, todos los esfuerzos estériles se convierten en facultades y en aptitudes. Las luchas y las derrotas son materiales para forjar los instrumentos de victoria; y los sufrimientos y los errores son como brillantes y preciosos metales que se transformarán en voluntades sabias y justas.

Los proyectos de beneficencia que en la tierra fracasaron por falta de poder y de habilidad se elaboran por el pensamiento en el Devachán, ejecutándose, por decirlo así, detalle por detalle, desarrollándose bajo formas de facultades de la inteligencia, con poderes y habilidades necesarias.
Semejantes facultades se utilizarán en una vida futura sobre la tierra, cuando el estudiante aplicado renazca como genio y el devoto como santo.

La vida celeste, no es, pues, un simple sueño, ni un paraíso oriental de molicie y abandono, sino un estado donde la inteligencia y el corazón se desenvuelven libres de las materias groseras y de los cuidados triviales de la tierra, el estado en que forjamos las armas para asegurar nuestro progreso futuro tras los rudos combates terrenales.

(Tomado del libro: La Sabiduría Antigua)

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