EL DEVACHAN
(1ra. Parte)
Devachán es el nombre que se da al Cielo en el tecnicismo teosófico.
Traducido literalmente significa: morada
luminosa o morada de los Dioses (Devasthan,
el lugar de los Dioses, es el término sánscrito equivalente. Es el Svarga
de los indos, el Sukhâvati de los buddhistas, el cielo de los
zoroastrinos y cristianos, así como el de los musulmanes menos materialistas.)
Es
una región sumamente protegida del plano mental, de la que están excluidas por
completo la tristeza y el mal por las Altas Inteligencias Espirituales que
presiden la evolución humana, y en la que residen, tras el cumplimiento de su
estancia en Kamaloka, los seres humanos despojados de sus cuerpos físico y
astral.
La existencia devachánica comprende dos períodos.
El primero transcurre en las cuatro subdivisiones inferiores del plano
mental, dónde el Pensador conserva su cuerpo mental
y permanece condicionado por él, en tanto que dura la asimilación de los
materiales reunidos con la ayuda de ese cuerpo durante la vida terrestre que
acaba de pasar.
El segundo se desarrolla en el mundo “sin forma”, donde el pensador, desembarazado de su cuerpo mental, goza sin trabas
de la vida que le es propia, en la plena conciencia y conocimiento a que ha llegado.
La duración total de la estancia en el
Devachán depende de la calidad de
materiales propios para la existencia devachánica, acopiados por el alma durante su vida terrestre.
La recolección de los frutos destinados
a consumirse y a asimilarse en el Devachán comprende todos los pensamientos y
todas las emociones puras engendradas durante la vida terrena, todos los
esfuerzos intelectuales y morales y todas las aspiraciones del mismo orden,
todos los recuerdos del trabajo útil efectuado y los proyectos ideados para el
servicio de la humanidad; en una palabra, todo lo que es susceptible de
convertirse en facultades mentales y morales a fin de ayudar a la evolución del
alma.
Ni uno sólo de esos esfuerzos se pierde,
por débil y efímero que haya sido.
Pero
las pasiones egoístas y brutales no tienen allí cabida, porque no encuentran
materiales adecuados para su expresión.
Además,
todo el mal de la existencia pasada, aunque hubiese preponderado sobre el bien,
no puede impedir la recolección del bien que se ha sembrado, por poco que haya
sido éste; la escasez de cosecha puede abreviar la vida celeste, pero el hombre
más depravado, si tuvo una leve aspiración al bien, si experimentó el más
mínimo movimiento de ternura, tendrá en el Devachán un período de existencia
donde el germen del bien anhelado y la chispa del bien efectuado se desenvuelva
en una tenue llama.
En otras épocas, cuando los hombres sentían el deseo
del cielo y regulaban su vida con objeto de saborear sus delicias, la
estancia devachánica era muy larga y duraba veces millares de años.
En la época presente, el espíritu humano se apega tanto y tan
persistentemente a las cosas terrenas y tiene tan pocos pensamientos elevados,
que el período devachánico ha quedado reducido a muy corto período.
De un modo análogo, la estancia en las regiones
superior e inferior (Estancia designadas por las palabras: Devachán
Rupa, o Arupa, según se trate de las regiones Rupa o Arupa del plano mental.) del plano mental es respectivamente
proporcional a la suma de pensamientos realizados en los cuerpos causal y
mental.
Todos los
pensamientos pertenecientes al yo personal, a la vida que acaba de extinguirse,
con sus ambiciones, intereses, afectos, esperanzas y temores; todos estos
pensamientos se
desarrollan en la esfera devachánica, donde las formas subsisten todavía; mientras que los pensamientos que pertenecen
al mental superior, a las regiones de la inteligencia abstracta e impersonal,
se desenvuelven y asimilan en la región devachánica “sin forma”
La mayoría de los hombres no hacen más que entrar en
esta región sublime, para salir de ella inmediatamente.
Algunos pasan allí gran parte de su existencia
celeste, y otros permanecen casi la totalidad de esta existencia.
Antes de entrar en pormenores fijaremos algunas de
las ideas fundamentales que regulan la existencia devachánica, aunque ésta
difiere hasta tal punto de la vida física, que toda descripción corre el riesgo
de extraviarse por su misma rareza.
Las gentes vulgares se fijan tan poco en su vida
mental, aún en la vivida en su cuerpo físico, que ante la descripción de la
vida mental fuera de él, pierden toda noción de realidad y les parece estar en
el mundo de los sueños.
En primer término, conviene fijar la idea de que la
vida mental es infinitamente más intensa, activa y más cercana a la realidad
que la vida de los sentidos.
Lo que tocamos, oímos y gustamos, todo lo que
hacemos aquí abajo, es mucho menos real que las cosas que percibimos en el
Devachán; pero aun en este estado no vemos las cosas tales como son, pues
cúbrenlas todavía dos velos.
Nuestro sentimiento de la realidad en este mundo es
totalmente ilusorio; no conocemos los objetos ni los seres tales como son sino
tan sólo las impresiones producidas por ellas en nuestros sentidos, y las conclusiones
erróneas con frecuencia, que nuestra razón deduce del conjunto de esas
impresiones.
Pónganse frente a frente las ideas que de un mismo
hombre tienen su padre, su amigo íntimo, la mujer amada, su rival en los
negocios, su mayor enemigo y un conocido casual, y se verá cuánto difieren esas
imágenes.
Cada cual puede suministrar únicamente la imagen o
impresión producida sobre su propio espíritu, y ¡cuánto difieren esas
impresiones del hombre real, visto en su integridad por los ojos que penetran
en todos los velos!
De nuestros amigos conocemos la impresión que
producen sobre nosotros y esa impresión está estrictamente limitada por nuestra
facultad de percibir.
Un niño puede tener por padre a un gran hombre de
estado, lleno de proyectos sublimes; pero ese guía de los destinos de una
nación, sólo es para él su más divertido compañero de juego y el más seductor
narrador de consejos.
Vivimos en la ilusión, pero tenemos el sentimiento
de la realidad y esto basta para contentarnos.
En el Devachán estaremos todavía rodeados de
ilusiones, pero próximas, en dos grados, a la realidad, como acabamos de decir;
y allí también tendremos un sentimiento de realidad que nos satisfará completamente.
Las ilusiones terrestres no quedan desvanecidas, por lo tanto, en el
cielo inferior, sino disminuidas; y el contacto de los seres en esta región es
más real y más inmediato.
No hay que olvidar, en efecto, que
este cielo forma parte de un vasto sistema de evolución, y que en tanto que el
hombre no encuentra su Yo real, su propia irrealidad le sujeta a las ilusiones.
Un hecho contribuye, sin embargo, a darnos el sentimiento de realidad en
la vida presente y el de irrealidad cuando estudiamos el Devachán, y es: que
consideramos la vida terrestre en sí misma sometida como estamos a toda la fuerza
de sus ilusiones, mientras que contemplamos el Devachán desde el exterior,
libres por el momento de maya.
En el Devachán se
invierten las condiciones, y los que se encuentran en él sienten que únicamente
su vida es real y que la vida terrestre es un tejido de ilusiones y engaños.
En una palabra, están
menos apartados de la verdad que quienes desde la tierra denigran su morada celeste.
Hemos de notar que el
Pensador, revestido exclusivamente de su cuerpo mental, cuyos poderes puede
utilizar libremente, manifiesta la naturaleza creadora de esos poderes en una
medida imposible de concebir en el plano físico.
El pintor, el escultor, el músico, tienen en la
tierra sueños de exquisita belleza, y crean sus visiones por la fuerza del
pensamiento; pero cuando tratan de encarnar su sueño en los materiales groseros
de la tierra, la obra queda muy por debajo de la creación mental imaginada.
El mármol es demasiado rígido para expresar la forma
perfecta, y el color muy pálido para reflejar la perfecta luz.
Pero en el cielo, todo lo que el
artista piensa se plasma directamente en forma, porque la materia delicada y
sutil del mundo celeste es la misma sustancia mental, por el medio en que
trabaja normalmente la inteligencia limpia de toda pasión.
Y esa materia toma forma a la menor
vibración del pensamiento.
Se
sigue dé ahí que, en realidad, cada hombre crea su propio cielo, y que puede
acrecentar indefinidamente la belleza de lo que le rodea, según la fuerza y
riqueza de su inteligencia; y así, a medida que el alma desarrolla sus
facultades, su cielo se hace más delicado y más exquisito. Ella misma crea todas
sus limitaciones, y a medida que gana en profundidad y expansión, su cielo se
agranda y es más profundo.
Si el alma es débil y egoísta, pobre y mal
desarrollada, la vida celeste participa de ese carácter mezquino, aunque
representa siempre lo que de mejor hay en el alma, por mediano que sea.
Pero a medida que el
hombre evoluciona, su vida en el Devachán es más completa, más rica, más real.
Las almas elevadas entran en relación más
íntima y su comunicación es sin cesar más libre y profunda.
Por el contrario, una vida terrestre mezquina,
vana e inútil, tiene por consecuencia en el Devachán, una existencia
relativamente mezquina e incolora, subsistiendo sólo en ella los elementos
morales y mentales.
No podemos tener más que lo que somos, y nuestra cosecha es
proporcional a nuestra siembra.
No os engañéis: nadie se burla de Dios; porque lo que el hombre haya
sembrado, eso, ni, más ni menos cosechará.
Nuestra indolencia y
nuestra avidez quisieran cosechar donde no sembramos; pero en el universo, en
el mundo de la ley, La Buena Ley, misericordiosamente justa, da a cada uno el
exacto salario de su trabajo.
En el Devachán
estaremos dominados por las impresiones o imágenes mentales que nos formemos de
nuestros amigos.
En torno de cada alma
se presentan aquellos a quienes amó sobre la tierra, porque la imagen de un ser
amado, conservada intacta en el fondo del corazón, viene a ser en el cielo un
compañero real y vivo para el alma.
No cambian allí los que hemos amado; serán para nosotros ni más
ni menos lo que fueron aquí abajo.
Por la fuerza creadora de nuestro pensamiento en el Devachán
modelamos en sustancia mental, la apariencia externa de nuestros amigos tal
como afectó a nuestros sentidos en la tierra.
Lo que sólo era para nosotros en el mundo físico una imagen
mental subjetiva, viene a ser en el cielo una forma objetiva en sustancia
mental viva, que reside en nuestra propia atmósfera mental; y lo que era vago
aquí abajo, toma intenso y vivo aspecto.
¿Y qué decir de la
verdadera comunión de alma con alma?
Es más íntima, más próxima, más amante que todo lo que conocemos
en la tierra; porque, como hemos visto, en el plano mental no hay barreras
entre las almas.
La realidad de la comunión de las almas es allí proporcional a
la realidad de la vida de las almas.
La imagen mental de nuestro amigo es nuestra creación propia; su
forma es tal como la que conocimos y amamos, y su obra se manifiesta a la
nuestra a través de esa forma según el grado de simpatía que exista entre sus
vibraciones respectivas.
Ahora bien: ningún contacto es posible con los que hemos
conocido en la tierra, si nuestras relaciones sólo fueron las del cuerpo físico
o del cuerpo astral, o si no hay acuerdo en la vida interior entre ellos y
nosotros.
Por esto, en el Devachán no
puede penetrar ningún enemigo, pues únicamente el acuerdo simpático de los
espíritus y de los corazones une allí a los hombres.
La
separación del corazón y de la inteligencia implica separación en la vida
celeste, pues nada inferior al corazón y a la inteligencia puede encontrar
expresión en ella.
Con aquellos que nos adelantan en su evolución, nos ponemos en
contacto en cuanto podemos comprenderlos.
Las inmensas regiones de su ser se extienden fuera de nuestro
alcance; pero todo lo que podemos alcanzar, está en nosotros.
Además, esos hermanos
mayores pueden ayudarnos y nos ayudan efectivamente en nuestra vida celeste,
bajo condiciones que vamos a considerar.
Nos ayudan a ascender, nos elevan hasta ellos y nos colocan en
situación de recibirlos.
No hay, pues, en el cielo
separación de tiempo ni de espacio; pero hay separación por falta de acuerdo
entre espíritus y corazones.
Vivimos, pues, en el cielo con todos los que amamos y admiramos; y
el grado de nuestra comunión con ellos lo determinan los límites de nuestra
capacidad, o de la suya si estamos más avanzados los volvemos a encontrar bajo
las formas en que los amamos sobre la tierra y con el recuerdo perfeccionado de
nuestras relaciones terrestres; porque el cielo es eflorescencia de cuanto no pudo florecer en la tierra,
y los amores frustrados y tibios de esta vida se desarrollan allí con vigoroso
poder.
Como
la comunión es directa, no pueden equivocarse ni de palabra ni de pensamiento
que crea su amigo, o por lo menos todo lo que le es asequible de ese
pensamiento.
El Devachán, el mundo celeste, es una mansión de felicidad
y de dicha inefable, pero es también algo más que un reposo para el peregrino
fatigado, pues allí se produce la elaboración
y asimilación de cuanto tiene valor real en las experiencias adquiridas por el
Pensador durante su pasada vida.
Todas estas experiencias se meditan dilatadamente y se
transforman de manera gradual en facultades morales y mentales, en poderes
adquiridos, con los que el hombre volverá a la tierra en su próxima reencarnación.
No
asimilado a su cuerpo mental el recuerdo, subsistirá sólo para el Pensador que
atravesando ese pasado sobrevivirá inmortal.
Ahora
bien: las
experiencias pasadas se trasmutan en aptitudes mentales, de suerte que si un hombre
ha estudiado con profundidad un problema, el efecto de su trabajo será la
creación de una facultad especial que le permita profundizar sin esfuerzo
semejante cuestión cuando se le ofrezca coyuntura en una encarnación venidera.
Nacerá así con aptitudes especiales para tal
género será estudioso y estará seguro de triunfar fácilmente. Todo lo que ha pensado el hombre sobre la
tierra se utiliza así en el Devachán: cada aspiración se transforma en poder,
todos los esfuerzos estériles se convierten en facultades y en aptitudes. Las luchas y las derrotas son materiales para
forjar los instrumentos de victoria; y los sufrimientos y los errores son como
brillantes y preciosos metales que se transformarán en voluntades sabias y
justas.
Los proyectos de beneficencia que en la
tierra fracasaron por falta de poder y de habilidad se elaboran por el
pensamiento en el Devachán, ejecutándose, por decirlo así, detalle por detalle,
desarrollándose bajo formas de facultades de la inteligencia, con poderes y
habilidades necesarias.
Semejantes facultades se utilizarán en una
vida futura sobre la tierra, cuando el estudiante aplicado renazca como genio y
el devoto como santo.
La
vida celeste, no es, pues, un simple sueño, ni un paraíso oriental de molicie y
abandono, sino un estado donde la inteligencia y el corazón se desenvuelven
libres de las materias groseras y de los cuidados triviales de la tierra, el
estado en que forjamos las armas para asegurar nuestro progreso futuro tras los
rudos combates terrenales.
(Tomado
del libro: La Sabiduría Antigua)
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