miércoles, 19 de noviembre de 2014

EL KARMA (Parte 3, última)

EL KARMA

(Parte 3, última)

Otra forma de Karma en sazón se presenta cuando los malos pensamientos del pasado han formado alrededor del hombre una corteza de malas acciones que le aprisionan y contraen a una vida perversa.

Semejantes acciones son, como hemos dicho, inevitables consecuencias de su pasado, y algunas veces pueden quedar en suspenso durante muchas vidas en que no han tenido ocasión de manifestarse, mientras el alma ha progresado y se ha desarrollado.
Llega una existencia en que la corteza de maldad pretérita encuentra ocasión de manifestarse, y a causa de ello el alma es impotente para que prevalezcan de pronto las cualidades adquiridas después.
Como un polluelo pronto a nacer, esta oculta en el cascarón que la envuelve y que solo es visible al ojo exterior.
Al cabo de tiempo se acaba este Karma y cualquier suceso aparente debido al azar, la palabra de un gran Maestro, un libro, una conferencia, rompe el cascarón de donde el alma surge súbitamente libre.
Tale son las conversiones prodigiosas, al mismo tiempo súbitas y perseverantes, los milagros de la gracia divina de que oímos hablar en ocasiones, de cosas todas completamente comprensibles para quien conoce el Karma y lo ajusta al dominio de la Ley.

El Karma acumulado que se manifiesta por el carácter, esta contrariamente al Karma en sazón sujeto siempre a modificaciones.
Puede decirse que consiste en tendencias vigorosas o débiles, según la fuerza mental que ha contribuido a su formación.
Estas tendencias pueden reforzarse o debilitarse por nuevas corrientes de fuerza mental dirigidas en el mismo sentido o en el contrario.
Si encontramos en nosotros tendencias deplorables, podemos aplicarnos a la obra de eliminarlas.

Comúnmente, arrastrados por la ola impetuosa del deseo, somos impotentes para vencer la tentación; pero cuando más tiempo resistamos, más seguros estaremos de la victoria.
Cada acontecimiento de esta naturaleza es un paso hacia el éxito, pues la resistencia que oponemos destruye parte de la energía y disminuye, en consecuencia la suma disponible para lo porvenir.
El Karma en vías de formación lo hemos estudiado ya.

El Karma colectivo. —Consideremos la acción del Karma sobre un grupo de personas.
Las fuerzas kármicas que obran sobre cada individuo en su calidad de miembro del grupo, introducen un factor nuevo en su Karma individual.
Sabemos que cuando cierto número de fuerzas obran sobre un sistema o grupo de puntos materiales relacionados entre sí, cada punto, además de su movimiento peculiar, participa del movimiento total del sistema, que se efectúa en la dirección resultante de la combinación de todas las fuerzas.
Del mismo modo, el Karma de un grupo humano es la resultante de las fuerzas kármicas de los individuos que constituyen el grupo, y todas siguen la dirección de la resultante.

Un Ego es atraído por su Karma individual hacia determinada familia, a consecuencia de los lazos contraídos en las vidas anteriores, que le sujetan estrechamente a algunos Egos que componen esa familia.
La familia, por ejemplo, es rica por herencia, que se presenta a reclamar un descendiente del hermano mayor del abuelo, hermano a quien se suponía fallecido sin hijos, la fortuna se escurre de las manos del padre de familia y le deja abrumado de deudas.
Es muy posible que nuestro Ego no hay tenido jamás la menor relación con ese heredero, con quien el padre de familia ha contraído en el pasado ciertas obligaciones que han provocado la catástrofe.
A pesar de eso, está amenazado de sufrirla porque se encuentra comprometido en el Karma de familia.

Si hay en su pasado individual alguna falta susceptible de borrarse por el sufrimiento que ocasiona el Karma de familia queda obligado a él; a menos que lo solvente alguna “circunstancia imprevista”, quizá por un extraño benévolo que se siente inclinado a adoptarlo.
Ese hombre desde luego ha sido su deudor en el pasado.
Este hecho resalta con más claridad todavía las catástrofes colectivas, como los accidentes ferroviarios, naufragios, inundaciones, ciclones, terremotos aéreos, etc.
Un tren choca con otro a causa, por ejemplo, de que los maquinistas, conductores y empleados de la línea, creyéndose mal remunerados, enfocan contra la compañía en bloque sus pensamientos o disgustos o de odio.

Aquellos que tengan en su Karma acumulado (aunque no necesariamente en su Karma en sazón) la deuda de una vida bruscamente segada, morirán en la catástrofe a fin de pagar su deuda; pero quienes no tengan tal deuda en su pasado, llegarán providencialmente tarde para tomar el tren o resultarán milagrosamente ilesos.

El Karma colectivo puede englobar a un individuo en las desgracias resultantes de una guerra encendida por un país.
También en este caso, puede pagar ciertas deudas de su pasado que no estén necesariamente comprendidas en Karma en sazón de su vida presente.
En ningún caso puede sufrir el hombre lo que no ha merecido; pero si surge una ocasión imprevista para satisfacer una deuda del pasado, bueno es que la solvente.   

“Los Señores del Karma” son las grandes inteligencias espirituales que llevan las cuentas del Karma y efectúan las complejas operaciones de la ley kármica.

H.P.Blavatsky menciónalos en La Doctrina Secreta, distinguiendo de una parte los Lipikas o registradores del Karma y de otra los Mahârâjas (Los Mâhâdevas o Chaturdevas (los cuatro grandes dioses) de los INDOS.) que son con sus cohortes los “agentes del Karma en la tierra”.
Los Lipikas ajustan las cuentas kármicas de todos los seres humanos; con una sabiduría a la que nada escapa, escogen y combinan una parte de esa cuenta para trazar el plan de una existencia terrestre determinada.
Suministran la idea del cuerpo físico que será la vestidura del alma encarnada, de modo que sirva a la expresión de sus capacidades y limitaciones.
Esta idea, recogida por los Mahârâjas, sirve de base a un modelo al pormenor, que después de elaborado transmiten a uno de sus agentes inferiores.
Esto último lo reproduce exactamente en el doble etéreo, como matriz del cuerpo denso; y los materiales de uno y de otro se forman de la madre, sujetos a la herencia física.
La raza, el país, los padres se escogen según su aptitud para suministrar al cuerpo físico del Ego reencarnado los materiales apetecidos y el ambiente que le conviene en su primera edad.
La herencia física de las familias produce ciertos tipos de fisonomía y sirve para proporcionar ciertas combinaciones materiales especiales.
Las enfermedades hereditarias y la sensibilidad del aparato nervioso implican combinaciones determinadas de materia física, susceptibles de transmisión.
El Ego que ha desarrollado en sus cuerpos mental y astral ciertas peculiaridades, necesita, para su expresión en el plano físico, peculiaridades especiales del cuerpo físico, y tendrá de sus padres cuya herencia física responda a las condiciones requeridas.
Así un Ego dotado de facultades musicales de orden elevado, encarnará en una familia de músicos, donde los materiales que sirven para la construcción del doble etéreo y del cuerpo denso habrán sido elaborados de antemano y podrán prestarse a sus necesidades; además el tipo hereditario del sistema nervioso le suministrará el aparato delicado necesario para la expresión de sus facultades.
Un Ego de carácter perverso nacerá en una familia grosera y viciosa, donde los cuerpos contengan las combinaciones más viles, capaces de responder a los impulsos de su naturaleza mental y astral.
Y un Ego que se haya dejado arrastrar hasta el exceso por sus cuerpos astral y mental inferior, que se haya abandonado, por ejemplo, a la embriaguez, encarnará en una familia donde el sistema nervioso esté sumamente debilitado, y los padres ebrios le suministrarán para su desarrollo físico materiales malsanos.
Así es como la dirección de los Señores del Karma adecuan los medios a los fines y asegura el cumplimiento de la justicia.


El Ego trae consigo sus tesoros kármicos, sus facultades y sus deseos, y recibe el cuerpo físico más conveniente a la expresión de sus características individuales.
Una vez indicado que el alma debe volver a la tierra hasta que haya satisfecho todas sus deudas y agotado su Karma individual; y que por otra parte, en cada existencia, sus pensamientos y sus deseos engendran nuevo Karma, y se presenta el problema siguiente:

“¿Cómo romper definitivamente estas ligaduras constantemente renovadas?
“¿Cómo puede conseguir el alma su liberación?”

Esto nos lleva a la “cesación del Karma y al estudio de las condiciones necesarias para la liberación”.
Ante todo es preciso comprender con claridad cuál es, en el Karma, el elemento que nos sujeta.
Dirigiendo el alma sus energías hacia lo exterior, se sujeta hacia cualquier objeto, y por este lazo se encuentra un día sujeta al lugar donde su deseo pueda realizarse por la unión con el objeto cualquiera, tendrá que volver al lugar en donde pueda gozar de ese objeto.
El buen Karma sujeta al alma tanto como el malo, porque todo deseo, ya tenga por objeto las cosas de aquí abajo, ya las alegrías celestes, debe atraer al alma hacia el lugar de su satisfacción.
La acción está movida por el deseo; y un acto se efectúa no por él mismo, sino por algún objeto deseado, con el fin de conseguir los resultados, o en términos técnicos, a fin de “gozar del fruto de la acción”.

Los hombres trabajan, no porque quieran arar, construir o tejer, sino porque desean los frutos del cultivo, de la construcción o del tejido, bajo forma de dinero o de bienes.
El abogado defiende, no porque quiera exponer los áridos detalles de un negocio, sino porque está ávido de riquezas, de renombre y de distinciones.
En todas partes, alrededor de nosotros, las gentes trabajan por algo, y el agujón de su actividad está en el fruto que consiguen y no en el trabajo mismo.
El deseo del fruto les impele a la acción y el goce de este fruto viene naturalmente a recompensar su esfuerzo.
El deseo es, por lo tanto, el elemento que nos liga al karma, y cuando el alma no desea ningún objeto ni en la tierra ni en los cielos, ha roto el lazo que la sujetaba a los lazos que la sujetaba a la rueda de la reencarnación, ha cumplido sus revoluciones a través de los tres mundos.

La acción por sí misma no tiene ningún poder sobre el alma, porque una vez efectuada se desliza en el pasado; pero el deseo del fruto, renovado sin cesar, suscita de nuevo la actividad del alma, forjando a cada momento nuevas cadenas.

Haríamos muy mal, pues, en experimentar disgusto viendo a los hombres constantemente impelidos a la acción por el látigo del deseo, porque el deseo sirve para despertar la inteligencia, sobreponerse a la pereza y a la inercia. (El estudiante recordará que estos vicios indican la preponderancia de la cualidad Tâmasica, y que mientras este predominio subsiste, el hombre no puede salir del primero de los tres peldaños de su evolución), y porque incita al hombre a la actividad que le procura experiencia.

Ved al salvaje que sueña tendido perezosamente sobre la hierba; estimula su actividad por el deseo de alimentarse, a fin de satisfacerlo ha de cultivar la tierra con paciencia, habilidad y constancia.
Así es cómo desenvuelve sus cualidades mentales.
Saciada el hambre, cae en el estado bruto satisfecho.
Concíbese, pues, el papel preponderante que el agujón del deseo ha debido desempeñar en la evolución de las cualidades mentales, y que servicios han prestado a la humanidad los deseos de fama y gloria póstumas.

Hasta para aproximarse a la divinidad, el hombre necesita de las excitaciones del deseo; y sus deseos se hacen más puros y menos egoístas a medida que se eleva.
Pese a ello, sujétanle siempre a la rueda del nacimiento y para librarse debe destruirlos.

Cuando el hombre comienza a aspirar a la liberación, se le enseña la práctica de la “renuncia a los frutos de la acción”, aprendiendo con ello a suprimir gradualmente el deseo de posesión.
Primero se priva deliberada y voluntariamente de un objeto, adquiriendo así el hábito de prescindir de él sin violencia alguna.
Tras cierto tiempo no hecha de menos el objeto y se da cuenta de que el deseo desaparece de su espíritu.
Al llegar a este grado no ha de descuidar sus deberes, sino al contrario, cumplirlos todos con cuidadosa atención, permaneciendo completamente indiferente al fruto que pudiera allegarle.

Una vez conseguida la perfección en esto, cuando no tenga ni deseo ni repugnancia por ningún objeto, no engendrará más Karma

Al cesar de pedir cualquier cosa de la tierra o del cielo, ya no le llamarán ni una ni otro
No desea nada de lo que le puedan dar, y rompe así todo lazo común entre ellos y él.
Tal es la cesación del Karma individual, al menos en lo que respecta a la producción de nuevo Karma.

Pero el alma no únicamente ha de cesar de forjarse nuevas cadenas, sino que debe desembarazarse de las viejas, ya permitiendo que se desgasten gradualmente, ya quebrantándolas de un modo sistemático.
Para romper las cadenas es necesario un conocimiento capaz de mirar hacia el pasado, a fin de ver las causas puestas en juego que producen sus efectos en el presente.
Supongamos que una persona, mirando a través de sus vidas anteriores, encuentra algunas causas destinadas a producir todavía un suceso en lo futuro; y supongamos, también, que semejantes causas sean pensamientos de odio hacia quién le ha hecho mal, y que, dentro de un año, deben ocasionar, en la tierra, un tormento al autor del daño.
La persona en cuestión podrá introducir una nueva causa para combinarla con las causas del pasado cuya acción quiere modificar; y podrá, por ejemplo, equilibrarlas por esfuerzos de pensamientos de amor y benevolencia que las neutralicen, impidiendo así el suceso, sin ello inevitable, que habría engendrado a su vez nuevos disgustos kármicos.
Así el hombre que sabe, puede neutralizar las fuerzas procedentes del pasado, oponiendo fuerzas iguales y contrarias, y puede en este camino “quemar su Karma por el conocimiento”.
Y de esta manera análoga poner fin al Karma engendrado en esta vida y destinado a producir sus efectos en existencias futuras.

El hombre que trata de libertarse puede todavía estar sujeto por obligaciones contraídas con las demás almas en el pasado, por los perjuicios que les haya ocasionado y por los deberes que le liguen a ellas.
Utilizando su conocimiento puede encontrar a esas almas, ya estén en este mundo o en los otros dos, y buscar la ocasión de serles útil.

Un alma con la que tenga alguna deuda kármica, puede estar encarnada al mismo tiempo que él; puede pues, unirse a ella y pagar su deuda, desatando así un lazo que, abandonado al curso de los sucesos, hubiera podido necesitar de nueva reencarnación o embarazarle en una nueva futura.
Esto permite explicar la extraña y enigmática línea de conducta que a veces adopta un ocultista.

Si, por ejemplo, el hombre sabio se une estrechamente a una persona considerada por los espectadores ignorantes como absolutamente indigna de su compañía, es que aquél está ocupado por completo de pagar una deuda kármica que sin extinguirla hubiera impedido o retardado su progreso.
Los que no tienen conocimientos adecuados para revisar sus vidas anteriores pueden, sin embargo, agotar numerosa causas que han puesto en juego en su existencia presente.
Pueden examinar con cuidado cuanto les ocurre y anotar todas las circunstancias en que hayan ocasionado o recibido perjuicios; neutralizarán las causa de la primera categoría prodigando pensamientos de amor y de auxilio, realizando también en el plano físico actos de socorro hacia la persona perjudicada siempre que sea posible; y las de las segunda categoría podrán neutralizarse por pensamientos de perdón y benevolencia.
Así es como todos pueden aligerar su deuda kármica y acelerar el día de la liberación.

Las gentes pías que devuelven bien por mal, según el precepto de todos los grandes Fundadores religiosos, agotan de un modo inconsciente el Karma engendrado en el presente y destinado, si no, a producir sus efectos en el porvenir.
Nadie puede tejer con ellos un lienzo de odio, si rehúsan, suministrar al tejido, hilos de odio y si persisten en neutralizar cada pensamiento de odio con un pensamiento de amor.
Si un alma irradia en todos sentidos la compasión y el amor, los pensamientos de odio no hallarán sitio en donde atacarla.
“El Príncipe de este mundo llega y nada encuentra en mí.”

Todos los Grandes Instructores conocieron la ley y basaron sus enseñanzas en ella; y aquellos que por veneración y por devoción hacia ellos obedecen sus preceptos, se benefician de la aplicación de la Ley aunque no conozcan como opera.
El ignorante que siga las instrucciones de un sabio obtendrá resultados sirviéndose de las leyes de la naturaleza, aunque no las conozca.
El mismo principio rige en los mundos súper-físicos.

Muchos hombres que no tienen tiempo de estudiar, y que no pueden sino aceptar por autoridad de los expertos las reglas que deben guiar su conducta diaria, satisfacen inconscientemente sus deudas kármicas.

En los países donde el rústico y el labrador admiten la reencarnación y el Karma, estas creencias extienden una aceptación tranquila de los males inevitables, y contribuyen a asegurar en la vida cotidiana la tranquilidad y el contento.
El hombre agobiado por el infortunio no se rebela contra Dios ni contra sus semejantes, pues considera sus desdichas  como resultado de pasados yerros.
Los aceptan con resignación sacando de ellas el mejor partido posible, evitando las inquietudes y cuidados que el ignorante agrava su situación, ya penosa de por sí.
Comprende que sus existencias futuras dependen de sus propios esfuerzos, y que la ley que le proporciona sufrimiento le dará igualmente la dicha si siembra la semilla del bien.
De aquí una gran paciencia y una concepción filosófica de la existencia que tienden directamente a asegurar la estabilidad social y el general contento.

El pobre y el ignorante no estudian metafísica sutil y profunda, pero comprenden a fondo sus sencillísimos principios: que cada hombre renace sobre la tierra repetidas veces, y que cada vida siguiente se modela sobre las que le han precedido.
Para ellos el renacimiento es tan cierto e inevitable como el amanecer y el ocaso del Sol; forma parte del orden natural de las cosas contra el que es inútil sublevarse.

Cuando la Teosofía coloque estas viejas verdades en el lugar en que el pensamiento occidental les pertenece, harán poco a poco su camino en el cristianismo, se infiltrarán gradualmente en todas las clases sociales y extenderán por todas partes la comprensión de la vida y la aceptación de los resultados del pasado.

Entonces desaparecerá la inquietud que procede de la impaciencia  y desesperación del hombre que ve la vida como incomprensible e injusta, sin poder sacar de ella provecho alguno; este disgusto dejará lugar a la calma y a la paciencia, fruto de una inteligencia esclarecida por el conocimiento de la Ley, fuerza que caracteriza a la actividad razonable y equilibrada de los que sienten que están formados para la eternidad.





(Tomado del libro: La Sabiduría Antigua)

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