EL KARMA
(Parte 2)
La segunda clase de energías se compone de nuestros deseos, de nuestro apetito respecto a los objetos
que nos atraen desde el mundo exterior.
Como quiera que en los deseos del hombre
haya siempre un elemento mental, podemos extender el término “imágenes
mentales” para incluir en él las que se manifiestan en gran parte en la materia
astral.
Los deseos, al obrar sobre el que los
crea, construyen y modelan su cuerpo de deseo o cuerpo astral, y labran su
destino en el Kamaloka tras la muerte, determinando, en fin, la naturaleza del
cuerpo astral de su próxima encarnación.
Cuando los deseos son bestiales,
intemperantes, crueles o asquerosos, son causa fecunda de enfermedades
congénitas, de cerebros débiles y enfermos que engendran la epilepsia, la
catalepsia, y desórdenes nerviosos de toda suerte.
De ahí proceden también las
deformidades y deformaciones físicas, y en los casos extremos las monstruosidades.
Los apetitos bestiales de naturaleza anormal pueden
establecer en el mundo astral lazos que retengan por algún tiempo al Ego,
en un cuerpo astral formado por dichos apetitos, en sujeción al cuerpo astral
de los animales en quienes sean peculiares dichos apetitos, retardando así su
reencarnación.
Cuando el individuo no sufre esta
pena, su cuerpo astral, en forma de bestia, imprime a veces la huella de sus
características en el cuerpo físico en formación durante el período prenatal.
Tal es el origen de los monstruos
semi-humanos que aparecen de cuando en cuando.
Siendo los deseos fuerzas de exteriorización
que se apegan a los objetos externos, impelen siempre al hombre hacia el medio
en que pueda satisfacerlos.
El deseo de las cosas terrestres
sujeta al alma al mundo exterior y la arrastra hacia el lugar donde los objetos
deseados pueden obtenerse más fácilmente.
Por eso se dice que el hombre nace según sus deseos.
Los deseos son, pues, una de las causas
determinantes del lugar de la reencarnación.
Las imágenes astro-mentales producidas por los
deseos ejercen sobre nuestros semejantes una acción análoga a la de las
imágenes de igual naturaleza producidas por los pensamientos.
Los deseos, por consecuencia, nos ligan también a
los demás hombres.
Nos ligan comúnmente por los poderosos lazos del
amor y del odio, pues en el grado actual de evolución, los deseos de un hombre
vulgar son, por lo general, más fuertes y sostenidos que sus pensamientos.
Desempeñan, pues, un gran papel en la determinación
del ambiente social de las vidas futuras y pueden ponerle en contacto con
algunas personas y someterle a ciertas influencias, sin que pueda sospechar las
relaciones, que hay entre ellas y él.
Supongamos que un hombre que,
emitiendo un pensamiento de odio terrible y vengativo, haya contribuido a
provocar en otro el impulso del crimen.
El creador de semejante pensamiento
está unido por su Karma al autor del crimen, aunque jamás se hayan encontrado ambos en el plano
físico; y él bajo la forma de un perjuicio causado por el criminal.
Con frecuencia, una desgracia imprevista, inesperada y en apariencia
totalmente inmerecida, es efecto de causa semejante; y mientras la conciencia
inferior se revuelve bajo un sentimiento de injusticia, el alma aprende una
lección que no olvidará jamás.
Nada
inmerecido hiere al hombre, pero su falta de memoria no cohonesta la trasgresión
de la ley.
Vemos,
pues, que nuestros deseos, en su acción sobre nosotros mismos, forman nuestra
naturaleza astral e influyen en gran manera, a través de ella, sobre el cuerpo
físico de nuestra próxima reencarnación; que desempeñan un importante papel en la
determinación de nuestro lugar de nacimiento; y finalmente, que por su acción
sobre los demás, ayudan a atraernos, en cualquier vida futura, a los seres
humanos a que nos asociaremos.
La tercera clase de energías se
manifiesta en el plano físico bajo forma de acciones y engendra Karma por su
efecto sobre los demás, pero no afecta sino muy poco al hombre interior.
Las acciones son efectos de los pensamientos y deseos del pasado, y el
Karma que representan está en su mayor parte agotado por el mismo hecho que
efectúan.
Pueden, sin embargo, afectar al hombre
indirectamente, en cuanto suscitan en él nuevos pensamientos, deseos y
emociones; pero en los deseos y no en las
acciones mismas reside la fuerza generadora.
Es igualmente
cierto que las acciones frecuentemente repetidas producen en el cuerpo físico
un hábito que tiene por efecto limitar la expresión del Ego en el mundo
exterior; pero este acto no sobrevive al cuerpo, y el Karma de la acción, en lo
que respecta a su efecto sobre el alma, se contrae a una sola encarnación.
Otra cosa sucede cuando estudiamos el efecto de nuestras acciones sobre
los demás, la dicha o la desgracia que causan, y la influencia que ejercen como
ejemplos.
Nos ligan así a nuestros semejantes, gracias a esa influencia, y constituyen,
por lo tanto, un tercer factor en la
futura determinación de la que ha de rodearnos.
Son también el factor esencial en la determinación de lo que podría
llamarse nuestro medio ambiente no humano.
Generalmente hablando, el ambiente
material, favorable o desfavorable, en el que venimos al mundo, depende del
efecto ejercido por nuestras acciones pasadas al derramar la felicidad o la
miseria entre los demás.
Los efectos físicos producidos sobre
el prójimo por nuestros actos físicos, se neutralizan en la operación del
Karma, al rodearnos de condiciones buenas o malas para una existencia futura.
Si hemos de procurar a los hombres dicha
material a costa de nuestros esfuerzos, esa acción revierte sobre nosotros en
forma de circunstancias felices que tienden a nuestra vida material; y si hemos
sido causantes de la miseria física para nuestro prójimo, recogeremos entonces
el Karma de circunstancias físicas deplorables que llevan al sufrimiento
físico.
En ambos casos, las
consecuencias del acto físico son independientes del motivo del acto, lo que
nos lleva a considerar la segunda gran Ley:
-CADA FUERZA
OPERA EN SU PROPIO PLANO.
Si un hombre
siembra la dicha para los demás en el plano físico, cosechará condiciones que
propendan a su propia felicidad en el mismo plano; y el motivo que presidió a
la acción no intervendrá para nada en el resultado.
Un hombre puede sembrar trigo con
intento de arruinar a su vecino, pero la perversión de su propósito no hará que
en vez de trigo nazca cizaña.
El motivo es una fuerza mental o astral,
según se proceda de la voluntad o del deseo, y reacciona, en consecuencia,
sobre el carácter mental o moral o sobre la naturaleza astral.
La producción de la dicha física por la acción es
una fuerza física que actúa en el plano físico.
“Por sus acciones afecta el hombre a sus
semejantes en el plano físico; extiende en torno a si la dicha o la desgracia,
acrecentando o disminuyendo el bienestar humano que puede proceder de motivos
muy diversos, buenos, malos o mixtos”.
Un hombre puede
ejecutar una acción que difunda el bien, por simple benevolencia o por ardiente
deseo de favorecer a sus semejantes. Supongamos que por tal motivo ceda un parque a una
ciudad para esparcimiento de los habitantes.
Otro hacer parecida
acción por vanidad, para obtener, por ejemplo un título nobiliario.
Otro, en fin, lo
hará por un motivo mixto, desinteresado en parte y en parte egoísta.
Los motivos afectarán respectivamente a los caracteres de estos tres
hombres en sus encarnaciones futuras, en bien, en mal, o de una manera mixta.
Pero el efecto que la acción produce al proporcionar
solaz a gran número de seres, no depende del motivo del donante.
Cualquiera que sea la causa del don,
el efecto es el mismo y la gente goza por igual del parque; y el gozo debido a
la acción del donante, da a éste un crédito kármico cuya deuda se le pagará
escrupulosamente.
Nacemos en un medio confortable y hasta lujoso,
según la alegría difundida por él, y su sacrificio de bienes físicos le dará la
recompensa debida y el fruto kármico de su acción.
Está en su derecho; pero el uso que haga de su posición, la dicha que
encuentre en sus riquezas, dependerá esencialmente de su carácter; aquí también
alcanza la recompensa debida, porque cada semilla fructifica según su especie.
Verdaderamente los caminos del Karma son iguales.
No rehúsa el malvado la justa reversión de una
acción benéfica; pero le da también el carácter que mereció por su intención
aviesa, de suerte que en medio de sus riquezas es pobre y queda descontento y
taciturno.
El hombre bueno no escapará al sufrimiento físico si
extiende la miseria física por acciones erróneas debidas a un buen motivo.
La miseria que ocasione, le
proporcionará miseria en su futuro ambiente físico; pero la intención pura
ennoblecerá su carácter, haciendo manar de él una fuente de dicha eterna, de
suerte que estará tranquilo y satisfecho en el seno de su turbación.
Muchos enigmas podrían resolverse por la aplicación
de esos principios a los hechos que observamos en torno a nosotros.
La diferencia entre el efecto del
motivo y el de la acción material se debe a que cada fuerza posee las condiciones del plano en que
se ha engendrado.
Cuanto más elevado y poderoso sea éste, más poderosa será la fuerza.
El motivo es, pues, mucho más importante que la
acción, y una mala acción hecha con buen propósito allega al agente mucho más
bien que una acción determinada por malas intenciones.
Al
reaccionar el motivo sobre el carácter crea a la larga una serie de efectos,
porque las acciones futuras, determinadas por dicho carácter, quedarán
influidas por el mejoramiento o perversidad del mismo carácter.
La acción, por el contrario, al
alegar a su autor la dicha o la desgracia física según su efecto sobre el
prójimo, no entraña ninguna fuerza generadora, y se agota por su mismo
esfuerzo.
Cuando un conflicto de deberes
aparentes dificulta reconocer el sendero de la justicia, el hombre que reconoce
el Karma esfuérzase en escoger el mejor camino, sacando el mejor partido
posible de su razón y su juicio.
Es absolutamente escrupuloso en cuanto
al motivo, prescindiendo de toda consideración egoísta, purifica su corazón,
obra sin temor, y si yerra, acepta voluntariamente el sufrimiento que resulta
de ello, como una lección que dará su fruto
algún día.
Su elevada intención ennoblece su carácter en lo futuro.
Este principio general de que la
fuerza pertenece al plano en que se engendra, tiene un alcance inmenso.
Si la fuerza emitida está determinada por el anhelo de objetos
materiales, obra en el plano físico y atrae al actor a este plano.
Si aspira a objetos celestes, actúa en el plano
devachánico y lleva al actor a este plano; y si la fuerza no tiene otro móvil
que el divino servicio, se engendra en el plano espiritual y en nada puede
sujetar al individuo puesto que nada ansía.
Las tres claves del Karma. —El Karma en sazón es el
que está a punto de cosecharse, siendo, por consiguiente, inevitables.
De todo el Karma del pasado tan sólo, una porción puede agotarse en el
curso de una misma existencia, pues ciertas clases de Karma son de tal modo
incompatibles, que no pueden cumplirse en un sólo cuerpo, sino que necesitan
para su realización muchos cuerpos de tipo diferente.
Hay deudas
contraídas con las demás almas, y todas esas almas no se encontrarán
simultáneamente encarnadas.
Hay así Karma que
debe efectuarse en determinado país o posición social, aunque el mismo
individuo tenga otro Karma que necesite ambiente enteramente distinto.
En consecuencia, el hombre no podrá pagar, en una
encarnación, sino parte de su Karma total.
Los grandes Señores
del Karma escogen esta parte, según diremos más adelante, y el alma va a donde ha de encarnar en
familia, país, situación y cuerpo apropiados para agotar la acumulación de
causas escogidas, destinadas a producir sus correspondientes efectos.
Estas causas
determinan el período de la encarnación, dando al cuerpo sus características,
poderes y limitaciones, relacionando con el individuo las almas encarnadas en
la época en que contrajo obligaciones con ellas, rodeándola de parientes,
amigos y enemigos.
Estas causa
determinan, además, las condiciones sociales en que el individuo nace con las
ventajas e inconvenientes que de ello resultan; fijan los límites de las
energías mentales que podrá manifestar, modificando la organización cerebral y
nerviosa que le servirá de instrumento; combinan, en fin, todo lo que es, en su
Karma, puede proporcionar penas y alegrías compatibles entre sí en el curso de
la existencia presente.
Todo esto es el
Karma en sazón y puede formularse en el horóscopo hecho por un astrólogo competente.
En todo esto el hombre no tiene facultad de elección, porque ya está
hecha y fijada desde el pasado.
No le queda más remedio que satisfacer sus deudas hasta el último denario.
Los cuerpos físico, astral y mental de que el alma se reviste para el
nuevo período de su existencia terrestre, son, como hemos visto, resultado
directo de su pasado y constituyen una parte muy importante del Karma en sazón.
Limitan por todos lados el alma del
hombre, y su pasado se presenta ante él para juzgarle, señalando los límites
que se ha impuesto a sí mismo.
El sabio reconoce que no puede
sustraerse a estas condiciones y las acepta gozosamente, tal como son,
esforzándose en aminorarlas de un modo gradual.
Hay otra clase de Karma en sazón que es de gran importancia: el de las acciones inevitables.
Toda acción es el término final de una serie de pensamientos; tomando
de ejemplo la química, podemos referirnos al caso de las soluciones saturadas y
considerar que añadiendo pensamiento a pensamiento de la misma especie, resulta
al fin que un sólo pensamiento nuevo, o un simple impulso o una vibración de
fuera, basta para producir la cristalización, es decir, el acto expresivo del
pensamiento.
Si reiteramos con persistencia
pensamientos del mismo género, de venganza por ejemplo, alcanzaremos por fin el
punto de saturación, y el menor impulso les hará cristalizar en crimen.
O bien podemos almacenar persistentemente
pensamientos de auxilio al prójimo hasta el punto de saturación, y cuando
llegue la oportunidad de estímulo cristalizará en acto de heroísmo.
Un hombre puede traer al nacer un Karma en sazón de
este género, y la primera vibración que se ponga en contacto con este conjunto
de pensamientos dispuestos a actuar, bastará para precipitarle inconscientemente
y sin voluntad preconcebida en el hecho.
No tiene tiempo de pensar, se halla en un estado en
que la menor vibración del mental provoca la acción, en una situación de
equilibrio inestable en que el menor choque determina la caída.
En semejantes circunstancias se sorprenderá
comúnmente el hombre de haber podido cometer un crimen tal o cual, o un acto de
sublime abnegación.
“Lo he hecho sin pensar”, exclama ignorando
que la frecuencia de sus pensamientos hizo el acto inevitable.
Cuando un hombre ha querido varias veces ejecutar una acción, su voluntad
acaba por fijarse irrevocablemente en esta, y el momento de la realización es
tan solo cuestión de circunstancia.
Mientras piensa, es libre de elección,
puede oponer a un pensamiento otro nuevo y destruir de un modo gradual la
tendencia primitiva por la reiteración de pensamientos contrarios; pero si el inmediato
estremecimiento del alma responde al estímulo de realizar el hecho, entonces se extingue la
facultad de elección.
Esto entraña la solución del viejo
problema de la fatalidad y el libre albedrío.
Por
el ejercicio de su libre albedrío se crea el hombre gradualmente fatalidades
para sí mismo, y entre estos dos extremos se
interponen todas las condiciones de libertad y de fatalidad de donde resultan
las internas luchas de que tenemos conciencia.
Continuamente creamos hábitos por la
repetición de las acciones deliberadamente efectuadas por la voluntad, y llegando a ser un hábito una limitación,
ejecutamos automáticamente las acciones.
Tal
vez deduciendo que el hábito en cuestión es malo, nos propongamos
laboriosamente extirparlo mediante pensamientos de naturaleza opuesta; y tras
muchas e inevitables recaídas, la nueva corriente de pensamientos toma su curso
y recobramos por entero nuestra libertad, de la que nos aprovechamos para forjar enseguida
nuevas ligaduras.
Así es como los pensamientos-formas de otro tiempo persisten y
vuelven a limitar nuestra capacidad mental, mostrándose en forma de prejuicios
individuales y nacionales.
Las mayorías de las gentes no conocen que están limitadas de este modo, y
permanecen serenamente atadas a sus cadenas, ignorantes de su esclavitud; pero
los que aprendan la verdad acerca de su propia naturaleza, se libertan.
La
constitución de nuestro cerebro y de nuestro sistema nervioso es una de las más
señaladas fatalidades en la vida.
Los tenemos
inevitablemente así por efecto de nuestros pensamientos pasados y se nos
presentan como un obstáculo contra el cual nos sublevamos.
Dichos órganos
pueden mejorarse lenta y gradualmente, aminorándose con ello las limitaciones;
pero es imposible destruirlas de repente.
(Tomado
del libro: La Sabiduría Antigua)
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