domingo, 23 de noviembre de 2014

DE LA RECOMPENSA Y CASTIGO ETERNOS, Y DEL NIRVANA

LA CLAVE DE LA TEOSOFÍA

EXPOSICIÓN CLARA EN FORMA DE PREGUNTAS Y RESPUESTAS DE LA ÉTICA, CIENCIA Y FILOSOFÍA
PARA CUYO ESTUDIO HA SIDO FUNDADA LA SOCIEDAD TEOSÓFICA

Dedicada por H. P. B.
a todos sus discípulos
para que aprendan y puedan enseñar a su vez.

(Parte 28)

DE LA RECOMPENSA Y CASTIGO ETERNOS,
Y DEL NIRVANA
Juzgo que está casi de más preguntaros si creéis en los dogmas cristianos del Paraíso y el Infierno, o en recompensas y castigos futuros, según enseñan las Iglesias Ortodoxas.

Los rechazamos en absoluto, en la forma que los presentan sus catecismos; y menos aún aceptaríamos jamás su eternidad. Pero creemos firmemente en lo que llamamos la Ley de retribución, y en la justicia y sabiduría absolutas que rigen esa ley, o Karma. Por lo tanto, nos negamos terminantemente a compartir la creencia cruel y antifilosófica de la recompensa o castigo eternos. Decimos con Horacio:
Fíjense las reglas que nuestro furor repriman
Y castíguense las culpas con pena proporcionada;
Mas no destruyáis a aquel que merece sólo
Un latigazo por la falta cometida.
Ésta es una regla para todos los hombres, y una regla justa. ¿Hemos de creer que Dios, que según vosotros es la personificación de toda sabiduría, amor y misericordia, tiene en menor grado esos atributos que el hombre mortal?
¿Tenéis algunas razones para rechazar ese dogma?
Nuestro principal motivo se apoya en la reencarnación. Como ya he dicho, no admitimos la idea de la creación de una nueva alma para cada niño recién nacido. Creemos que todo ser humano es el vehículo de un Ego, coetáneo con todos los demás Egos; porque todos los Egos son de la misma esencia y pertenecen a la emanación primera de un Ego Universal infinito. A este último lo llama Platón el Logos (o segundo Dios manifestado); y nosotros, el principio divino, manifestado, que es uno con la inteligencia o alma universal; y no el Dios antropomórfico, extracósmico y personal, en quien tantos deístas creen. No confundáis.
¿Pero por qué, desde el momento en que aceptáis un principio manifestado, no habéis de creer que el alma de cada nuevo ser es creada por aquel Principio así como lo fueron antes todas las almas?
Porque lo que es impersonal mal puede crear, proyectar y pensar a su antojo. Existiendo una Ley universal, inmutable en sus manifestaciones periódicas de radiación y expresión de su propia esencia, al principio de cada nuevo ciclo de vida, no se le puede atribuir la creación de los hombres con el solo objeto de arrepentirse después de unos cuantos años de haberlos creado. Si hemos de creer en algún principio divino, ha de ser en aquel que representa la armonía, la lógica y la justicia absolutas, como es el amor, la sabiduría y la imparcialidad absolutas; y un Dios que crease a cada alma para una vida de breve
duración, sin preocuparse de si había de animar el cuerpo de un hombre rico y feliz, o el de un pobre miserable que sufre, desgraciado desde que nace hasta que muere, sin haber hecho nada para merecer su cruel destino, más bien que un Dios, sería un demonio implacable (Véase más adelante: “De la recompensa y castigo del Ego.”). Ni los mismos filósofos judíos, creyentes en la Biblia Mosaica (esotéricamente, se entiende), jamás concibieron semejante idea. Además creían, tal como nosotros, en la reencarnación.
¿Podéis darme algunos ejemplos en prueba de ello?
Seguramente. Filón Judeo dice (De Somiis, pág. 455): “El aire está lleno de ellas (de almas); las que se hallan más cerca de la Tierra descienden para ser unidas a los cuerpos mortales, παλινσομονζιν ανθιζ, y vuelven a otros cuerpos, deseando vivir en ellos”. Según se ve en el Zohar, el alma defiende ante Dios su libertad: “¡Dios del Universo!”, dice “Soy tan feliz en este mundo y no deseo ir a otro, donde seré una sierva expuesta a toda clase de corrupciones”  (Zohar, vol. II, pág. 9.). La doctrina de la necesidad fatal, la inmutable y eterna Ley, queda afirmada en la respuesta de la Divinidad: “Contra tu voluntad te conviertes en embrión, y contra tu voluntad naces (Mishna, Aboth, vol .IV, pág. 19.). Incomprensible, sería la luz sin la oscuridad que la hace manifiesta por el contraste; el bien no sería el bien, sin el mal, que nos enseña la naturaleza inapreciable del  primero; y la virtud personal ningún mérito tendría a no haber pasado precisamente para las tentaciones. Fuera de la Deidad oculta, nada hay eterno y permanente. Nada de lo que es finito –sea porque tuvo un principio o debe tener un fin– puede quedar estacionado. Ha de progresar o retroceder; y un alma que aspira a la reunión con su espíritu, único que puede conferir la inmortalidad, ha de purificarse a través de las transmigraciones cíclicas, en su camino hacia la única región de gloria y eterno descanso, llamada en el Zohar “El Palacio del Amor”; “Moksha, en la religión Hindú; “El Pleroma de la luz eterna”, entre los Gnósticos, y “Nirvana” entre los Buddhistas. Y todos estos estados no son eternos, sino temporales.
Sin embargo, en esto no se trata de reencarnación.
A un alma que suplica se le concede permanecer en donde se encuentra, debe ser preexistente, y no haber sido creada para aquella ocasión. Sin embargo, aún hay otra prueba mejor en el Zohar. Hablando de los Egos que se reencarnan (las almas racionales), aquellos cuya última personalidad ha de desaparecer por completo, dice: “Todas las almas que no son inocentes en este mundo, en el cielo se han apartado ya del Santo único bendito sea su Nombre; se han precipitado ellas mismas en un abismo, a riesgo de su propia existencia, y han anticipado el momento en que han de volver [una vez más a la tierra]. “El Santo único” significa aquí, esotéricamente, el Âtman o Âtmâ–Buddhi.
Por otra parte, es muy extraño que nos hablen del “Nirvana” como de algo sinónimo del Reino de los Cielos, o Paraíso, ya que, según todos los Orientalistas de fama, el Nirvana es sinónimo de aniquilamiento.

Considerado literalmente, respecto a la personalidad y a la materia diferenciada, sí; pero no de otro modo. Esas ideas acerca de la reencarnación y la trinidad del hombre las sostuvieron muchos de los primeros Padres Cristianos. La confusión originada por los traductores del Nuevo Testamento y de los antiguos tratados filosóficos, acerca del alma y el espíritu, fue la causa que produjo tantas desavenencias y errores. Es también una de las muchas razones por las que Buddha, Plotino y tantos otros iniciados son acusados actualmente de haber aspirado a la extinción total de sus almas la –  “absorción en la
Deidad” o “reunión con el alma universal”– lo que significa, según las ideas modernas, aniquilamiento. El alma personal tiene, por supuesto, que ser desintegrada en sus partículas, antes que pueda fundir para siempre su existencia más pura con el Espíritu inmortal. Pero los traductores de los Hechos, así como de las Epístolas, que presentaron los fundamentos del Reino de los Cielos; y los comentadores modernos del Sutra Buddhista de la fundación del Reino de la Justicia, han alterado tanto el sentido del gran apóstol del Cristianismo como el del gran reformador de la India. Los primeros han desfigurado la palabra psuchicos (ψυχικοζ); así es que ningún lector puede imaginarse que tenga relación alguna con el alma; y por efecto de esa confusión entre el alma y el Espíritu, los que leen la Biblia sólo obtienen en esta materia un sentido falseado. Por otra parte, los intérpretes de Buddha no han sabido comprender el significado y el objeto de los cuatro grados Buddhistas de Dhyâna.
Preguntad a los Pitagóricos si ese espíritu, que da vida y movimiento, y participa de la naturaleza de la luz, puede ser reducido a la no entidad. ¿Puede el espíritu, sensible hasta en los animales que ejercitan la memoria, una de las facultades racionales, morir y volver a la nada?, observan los Ocultistas. En la filosofía Buddhista, la aniquilación sólo significa una dispersión de la materia, en cualquier forma o apariencia de forma que sea, porque todo cuanto posee una forma es temporal y, por lo tanto, realmente una ilusión. Para la eternidad, los más largos períodos del tiempo pueden compararse a un abrir y cerrar de ojos; y así ocurre respecto a la forma. Antes que tengamos tiempo de darnos cuenta de su existencia, ha desaparecido y pasado para siempre, como el resplandor instantáneo del relámpago. Cuando la entidad espiritual rompe para siempre con cada partícula de materia, substancia o forma, y vuelve a ser un hálito espiritual, sólo entonces es cuando penetra en el eterno invariable Nirvana, viviendo tanto tiempo como duró el ciclo de vida: una eternidad verdaderamente. Y entonces aquel hálito, existiendo en espíritu, no es nada porque es todo; como forma, apariencia o figura, es por completo aniquilado; como espíritu absoluto, aún es, porque se ha convertido en la Egoeidad. La frase: “absorbido en la esencia universal”, que se usa cuando se habla del alma como espíritu, significa: unión con. Jamás puede significar aniquilamiento, que implicaría separación eterna.
¿No os exponéis a la acusación de predicar el aniquilamiento, dado el lenguaje que empleáis? Pues acabáis de hablar del alma del hombre que vuelve a sus primeros elementos.
Olvidáis que he tratado de las diferencias existentes entre los varios significados de la palabra “alma” y demostrado la vaguedad con que ha sido traducido hasta ahora el término “espíritu”. Hablamos del alma animal, humana y espiritual, y distinguimos entre ellas. Platón, por ejemplo, llama “alma racional” a lo que nosotros llamamos buddhi, añadiendo el adjetivo “espiritual”; pero a lo que llamamos el Ego que se reencarna, Manas, lo llama espíritu, Nous, etcétera; y aplicamos el término Espíritu, sólo y sin calificación alguna, a Âtma únicamente. Confirma Pitágoras nuestra doctrina arcaica al decir que el Ego (Nous) es eterno con la Deidad; que el alma sola pasa por varios grados para alcanzar la excelencia divina, mientras que thumos vuelve a la tierra, y hasta el phren, el Manas inferior, queda eliminado. Además define Platón el alma (buddhi) como “el movimiento capaz de moverse a sí mismo”. “El alma –añade (Leyes X)– es la más antigua de todas las cosas, y el principio, del movimiento”; llamando así a Âtmâ–Buddhi, “alma”, y a Manas, “espíritu”, lo que no hacemos nosotros.
“El alma fue creada antes que el cuerpo, y éste es posterior y secundario, siendo, según la naturaleza, gobernado por el alma.” “El alma, que rige todas las cosas que se mueven en cada dirección, rige igualmente los cielos. El alma, por lo tanto, gobierna todas las cosas en el cielo y en la tierra, así como en el mar, por sus movimientos, cuyos nombres son: querer, considerar, vigilar, consultar, formar opiniones justas y erróneas, tener alegría, pena, confianza, miedo, odio, amor, junto con todos aquellos movimientos primitivos que están unidos a éstos. Siendo una diosa, siempre tiene a Nous, un dios, por aliado, y ordena todas las cosas correcta y felizmente; pero cuando se une a Annoia (no a Nous), trabaja en todas las cosas en opuesto sentido.”
En este lenguaje, así como en los textos buddhistas, se considera lo negativo como existencia esencial. El aniquilamiento está explicado de un modo semejante. El estado positivo es el ser esencial, pero, no la manifestación como tal. En lenguaje Buddhista, cuando entra el espíritu en el Nirvana, pierde la existencia objetiva, pero conserva el ser subjetivo. Para las inteligencias objetivas, esto es convertirse en absolutamente nada, y para las subjetivas, en NINGUNA COSA, en nada que pueda ser manifestado a los sentidos. Por consiguiente, su Nirvana significa la certidumbre de la inmortalidad individual en espíritu, no en alma, la cual, si bien es “la más antigua de todas las cosas”, es, sin embargo, en unión con todos los demás Dioses, una emanación finita en formas e individualidad, si no en substancia.
No comprendo bien aún la idea, y os agradecería la desarrollaseis por medio de algunos ejemplos.

No cabe duda que es muy difícil de comprender, y especialmente para el que ha sido educado en las ideas ortodoxas comunes de la Iglesia Cristiana. Debo además deciros que, a no ser que hayáis estudiado perfectamente las funciones separadas asignadas a todos los “principios” humanos, y el estado de todos ellos después de la muerte, difícilmente comprenderéis nuestra filosofía Oriental.


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