LA CLAVE DE LA TEOSOFÍA
EXPOSICIÓN CLARA EN FORMA DE PREGUNTAS Y
RESPUESTAS DE LA ÉTICA, CIENCIA Y FILOSOFÍA
PARA CUYO ESTUDIO HA SIDO FUNDADA LA
SOCIEDAD TEOSÓFICA
Dedicada por H. P. B.
a todos sus discípulos
para que aprendan y puedan enseñar a su
vez.
(Parte 28)
DE LA RECOMPENSA Y CASTIGO
ETERNOS,
Y DEL NIRVANA
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Juzgo que está casi de
más preguntaros si creéis en los dogmas cristianos del Paraíso y el Infierno,
o en recompensas y castigos futuros, según enseñan las Iglesias Ortodoxas.
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Los rechazamos en
absoluto, en la forma que los presentan sus catecismos; y menos aún
aceptaríamos jamás su eternidad. Pero creemos firmemente en lo que llamamos la
Ley de retribución, y en la justicia y sabiduría absolutas que rigen
esa ley, o Karma. Por lo tanto, nos negamos terminantemente a compartir la
creencia cruel y antifilosófica de la recompensa o castigo eternos. Decimos
con Horacio:
Fíjense las reglas que nuestro furor repriman
Y castíguense las culpas con pena proporcionada;
Mas no destruyáis a
aquel que merece sólo
Un latigazo por la
falta cometida.
Ésta es una regla para
todos los hombres, y una regla justa. ¿Hemos de creer que Dios, que según vosotros es la
personificación de toda sabiduría, amor y misericordia, tiene en menor grado
esos atributos que el hombre mortal?
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¿Tenéis algunas
razones para rechazar ese dogma?
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Nuestro principal motivo se apoya en la reencarnación. Como ya he dicho, no admitimos
la idea de la creación de una nueva alma para cada niño recién nacido.
Creemos que todo ser humano es el vehículo de un Ego, coetáneo con todos los
demás Egos; porque todos los
Egos son de la misma esencia y pertenecen a la emanación primera de un Ego Universal infinito. A
este último lo llama Platón el Logos (o segundo Dios
manifestado); y nosotros, el principio
divino, manifestado, que es uno con la inteligencia o alma universal; y no el
Dios antropomórfico, extracósmico
y personal, en quien tantos deístas creen. No confundáis.
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¿Pero por qué, desde
el momento en que aceptáis un principio manifestado, no habéis de creer que
el alma de cada nuevo ser es creada por aquel Principio así como lo fueron
antes todas las almas?
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Porque lo que es impersonal
mal puede crear, proyectar y pensar a su antojo. Existiendo una Ley
universal, inmutable en sus manifestaciones periódicas de radiación y expresión
de su propia esencia, al principio de cada nuevo ciclo de vida, no se le
puede atribuir la creación de los hombres con el solo objeto de arrepentirse
después de unos cuantos años de haberlos creado. Si hemos de creer en algún principio divino, ha de ser en aquel que
representa la armonía, la lógica y la justicia absolutas, como es el amor, la
sabiduría y la imparcialidad absolutas; y un Dios que crease a
cada alma para una vida de breve
duración, sin
preocuparse de si había de animar el cuerpo de un hombre rico y feliz, o el
de un pobre miserable que sufre, desgraciado desde que nace hasta que muere,
sin haber hecho nada para merecer su cruel destino, más bien que un Dios, sería
un demonio implacable (Véase más adelante: “De la recompensa
y castigo del Ego.”). Ni los mismos filósofos judíos, creyentes en la Biblia
Mosaica (esotéricamente, se entiende), jamás concibieron semejante idea.
Además creían, tal como nosotros, en la reencarnación.
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¿Podéis darme algunos
ejemplos en prueba de ello?
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Seguramente. Filón
Judeo dice (De Somiis, pág. 455): “El aire está lleno de ellas (de almas); las que se hallan más cerca
de la Tierra descienden para ser unidas a los cuerpos mortales, παλινσομονζιν ανθιζ, y vuelven a otros cuerpos, deseando vivir
en ellos”. Según se ve en el Zohar, el alma defiende ante
Dios su libertad: “¡Dios del Universo!”,
dice “Soy tan feliz en este mundo y no
deseo ir a otro, donde seré una sierva expuesta a toda clase de corrupciones” (Zohar, vol. II, pág. 9.). La doctrina de la
necesidad fatal, la inmutable y eterna Ley, queda afirmada en la respuesta de
la Divinidad: “Contra tu voluntad te
conviertes en embrión, y contra tu voluntad naces (Mishna, Aboth, vol .IV, pág. 19.). Incomprensible,
sería la luz sin la oscuridad que la hace manifiesta por el contraste; el
bien no sería el bien, sin el mal, que nos enseña la naturaleza inapreciable
del primero; y la virtud personal
ningún mérito tendría a no haber pasado precisamente para las tentaciones.
Fuera de la Deidad oculta, nada hay eterno y permanente. Nada de lo que es finito
–sea porque tuvo un principio o debe tener un fin– puede quedar estacionado.
Ha de progresar o retroceder; y un alma que aspira a la reunión con su espíritu,
único que puede conferir la inmortalidad, ha de purificarse a través de las
transmigraciones cíclicas, en su camino hacia la única región de gloria y
eterno descanso, llamada en el Zohar
“El Palacio del Amor”; “Moksha, en la religión
Hindú; “El Pleroma de la luz
eterna”, entre los Gnósticos,
y “Nirvana” entre los Buddhistas.
Y todos estos estados no
son eternos, sino temporales.
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Sin embargo, en esto
no se trata de reencarnación.
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A un alma que suplica
se le concede permanecer en donde se encuentra, debe ser preexistente, y
no haber sido creada para aquella ocasión. Sin embargo, aún hay otra prueba mejor
en el Zohar. Hablando de los Egos que se reencarnan (las almas racionales), aquellos cuya última
personalidad ha de desaparecer por completo, dice: “Todas las almas que no son inocentes en
este mundo, en el cielo se han apartado ya del Santo único bendito sea su Nombre;
se han precipitado ellas mismas en un abismo, a riesgo de su propia
existencia, y han anticipado el momento en que han de volver [una vez más a la tierra]. “El Santo único” significa
aquí, esotéricamente, el Âtman o Âtmâ–Buddhi.
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Por otra parte, es muy
extraño que nos hablen del “Nirvana” como de algo sinónimo del Reino de los
Cielos, o Paraíso, ya que, según todos los Orientalistas de fama, el Nirvana es
sinónimo de aniquilamiento.
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Considerado literalmente, respecto a la personalidad y a
la materia diferenciada, sí; pero no de otro modo. Esas ideas acerca de la
reencarnación y la trinidad del hombre las sostuvieron muchos de los primeros
Padres Cristianos. La confusión originada por los traductores del Nuevo Testamento
y de los antiguos tratados filosóficos, acerca del alma y el espíritu,
fue la causa que produjo tantas desavenencias y errores. Es también una de
las muchas razones por las que Buddha, Plotino y tantos otros iniciados son
acusados actualmente de haber aspirado a la extinción total de sus almas la –
“absorción
en la
Deidad” o “reunión con el alma universal”– lo que significa,
según las ideas modernas, aniquilamiento. El alma personal tiene, por
supuesto, que ser desintegrada en sus partículas, antes que pueda fundir para
siempre su existencia más pura con el Espíritu inmortal. Pero los traductores
de los Hechos, así como de las Epístolas, que presentaron los
fundamentos del Reino de los Cielos; y los comentadores modernos del Sutra
Buddhista de la fundación del Reino de la Justicia, han alterado tanto el
sentido del gran apóstol del Cristianismo como el del gran reformador de la
India. Los primeros han desfigurado la palabra psuchicos (ψυχικοζ); así es que ningún
lector puede imaginarse que tenga relación alguna con el alma; y por
efecto de esa confusión entre el alma y el Espíritu, los que leen la Biblia
sólo obtienen en esta materia un sentido falseado. Por otra parte, los
intérpretes de Buddha no han sabido comprender el significado y el objeto de
los cuatro grados Buddhistas de Dhyâna.
Preguntad a los
Pitagóricos si ese espíritu, que da vida y movimiento, y participa de la naturaleza
de la luz, puede ser reducido a la no entidad. ¿Puede el espíritu, sensible hasta
en los animales que ejercitan la memoria, una de las facultades racionales,
morir y volver a la nada?, observan los Ocultistas. En la filosofía Buddhista, la
aniquilación sólo significa una dispersión de la materia, en cualquier forma
o apariencia de forma que sea, porque todo cuanto posee una forma es
temporal y, por lo tanto, realmente una ilusión. Para la eternidad, los más
largos períodos del tiempo pueden compararse a un abrir y cerrar de ojos; y
así ocurre respecto a la forma. Antes que tengamos tiempo de darnos cuenta de
su existencia, ha desaparecido y pasado para siempre, como el resplandor
instantáneo del relámpago. Cuando la entidad espiritual rompe para siempre
con cada partícula de materia, substancia o forma, y vuelve a ser un hálito
espiritual, sólo entonces es cuando penetra en el eterno invariable Nirvana,
viviendo tanto tiempo como duró el ciclo de vida: una eternidad
verdaderamente. Y entonces aquel hálito, existiendo en espíritu, no es
nada porque es todo; como forma, apariencia o figura, es por
completo aniquilado; como espíritu absoluto, aún es, porque se ha convertido
en la Egoeidad. La frase: “absorbido en
la esencia universal”, que se usa cuando se habla del alma como espíritu,
significa: unión con. Jamás puede significar
aniquilamiento, que implicaría separación eterna.
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¿No os exponéis a la
acusación de predicar el aniquilamiento, dado el lenguaje que empleáis? Pues
acabáis de hablar del alma del hombre que vuelve a sus primeros elementos.
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Olvidáis que he
tratado de las diferencias existentes entre los varios significados de la
palabra “alma” y demostrado la vaguedad con que ha sido traducido hasta ahora
el término “espíritu”. Hablamos del alma animal, humana y espiritual, y
distinguimos entre ellas. Platón, por ejemplo, llama “alma racional” a lo que
nosotros llamamos buddhi, añadiendo el adjetivo “espiritual”; pero a lo que llamamos
el Ego que se reencarna, Manas, lo llama espíritu, Nous, etcétera; y aplicamos el término Espíritu,
sólo y sin calificación alguna, a Âtma únicamente. Confirma Pitágoras nuestra doctrina
arcaica al decir que el Ego (Nous) es eterno con la Deidad; que el alma sola pasa por varios grados
para alcanzar la excelencia divina, mientras que thumos vuelve a la tierra, y hasta el
phren, el Manas inferior, queda eliminado. Además define Platón el alma (buddhi) como “el
movimiento capaz de moverse a sí mismo”. “El alma
–añade (Leyes X)– es la más
antigua de todas las cosas, y el principio, del movimiento”; llamando así
a Âtmâ–Buddhi, “alma”, y a Manas, “espíritu”, lo que no hacemos nosotros.
“El alma fue creada antes que el cuerpo, y éste es
posterior y secundario, siendo, según la naturaleza, gobernado por el alma.” “El alma, que rige todas las cosas que se mueven en cada dirección,
rige igualmente los cielos. El alma, por lo tanto, gobierna todas las cosas
en el cielo y en la tierra, así como en el mar, por sus movimientos, cuyos
nombres son: querer, considerar, vigilar, consultar, formar opiniones justas
y erróneas, tener alegría, pena, confianza, miedo, odio, amor, junto con
todos aquellos movimientos primitivos que están unidos a éstos. Siendo una diosa,
siempre tiene a Nous, un
dios, por aliado, y ordena todas las cosas correcta y felizmente; pero cuando
se une a Annoia (no a Nous),
trabaja en todas las cosas en opuesto sentido.”
En este lenguaje, así
como en los textos buddhistas, se considera lo negativo como existencia
esencial. El aniquilamiento está explicado de un modo semejante. El estado positivo
es el ser esencial, pero, no la manifestación como tal. En lenguaje
Buddhista, cuando entra el espíritu en el Nirvana, pierde la
existencia objetiva, pero conserva el ser subjetivo. Para las inteligencias
objetivas, esto es convertirse en absolutamente nada, y para las
subjetivas, en NINGUNA COSA, en nada que pueda ser manifestado a los
sentidos. Por consiguiente, su Nirvana significa la certidumbre de la inmortalidad
individual en espíritu, no en alma, la cual, si bien es “la más
antigua de todas las cosas”, es, sin embargo, en unión con todos los demás Dioses,
una emanación finita en formas e individualidad, si no en substancia.
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No comprendo bien aún
la idea, y os agradecería la desarrollaseis por medio de algunos ejemplos.
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No cabe duda que es
muy difícil de comprender, y especialmente para el que ha sido educado en las
ideas ortodoxas comunes de la Iglesia Cristiana. Debo además deciros que, a
no ser que hayáis estudiado perfectamente las funciones separadas asignadas a
todos los “principios” humanos, y el estado de todos ellos después de la
muerte, difícilmente comprenderéis nuestra filosofía Oriental.
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