jueves, 20 de noviembre de 2014

LAS ENSEÑANZAS GRIEGAS

LA CLAVE DE LA TEOSOFÍA

EXPOSICIÓN CLARA EN FORMA DE PREGUNTAS Y RESPUESTAS DE LA ÉTICA, CIENCIA Y FILOSOFÍA
PARA CUYO ESTUDIO HA SIDO FUNDADA LA SOCIEDAD TEOSÓFICA

Dedicada por H. P. B.
a todos sus discípulos
para que aprendan y puedan enseñar a su vez.

(Parte 26)

LAS ENSEÑANZAS GRIEGAS
Tenemos grandes helenistas, latinistas, sanscritistas y hebraístas. ¿Cómo explicáis que no hallemos nada en sus traducciones que se refiera a lo que decís?
Porque sus traductores, a pesar de su gran saber, han tomado a los filósofos, a los griegos especialmente, por escritores nebulosos, en vez de reconocer que son místicos. Ved a Plutarco, por ejemplo, y leed lo que dice respecto de los “principios” del hombre. Lo que describe fue aceptado literalmente y atribuido a superstición metafísica e ignorancia. Permitidme que os cite un ejemplo: “El hombre –dice Plutarco– es compuesto; y se equivocan los que lo creen compuesto de dos partes solamente. Pues suponen que el
entendimiento (intelecto del cerebro) es una parte del alma (la tríada superior); pero yerran en esto, lo mismo que los que hacen del alma una parte del cuerpo (es decir, de la tríada una parte del cuaternario mortal corruptible). Pues el entendimiento (Nous), tanto excede al alma como ésta sobrepuja en bondad y divinidad al cuerpo. Ahora bien, ese compuesto del alma (psuche) con el entendimiento (Nous) forma la razón; y con el cuerpo (o thumos, alma animal), la pasión; siendo el uno origen o principio del placer y del dolor, y el otro de la virtud y el vicio. De esas tres partes unidas y compactas entre sí, la Tierra dio el cuerpo, la Luna el alma y el Sol el entendimiento a la generación humana”.
Esta última frase es puramente alegórica, y sólo la entenderán aquellos que están versados en la ciencia esotérica de las correspondencias y que saben cuál es el planeta relacionado con cada principio. Plutarco divide estos últimos en tres grupos, y hace del cuerpo un compuesto de forma física, sombra astral y aliento, o parte triple inferior, que de la Tierra fue sacada, y a la Tierra vuelve”. Del principio medio y del alma instintual forma la segunda parte,
derivada de la Luna y siempre influida por ella (Los Kabalistas que conocen la relación que existe entre Jehová, el productor de la vida y de los hijos, con la Luna, y la influencia de esta última en la generación, comprenderán este punto, así como algunos astrólogos.), y únicamente de la parte superior del Alma Espiritual (Buddhi), con los elementos Átmicos y Manásicos en ella, hace una emanación directa del Sol, que aquí representa a Agathon, la Deidad Suprema. Esto está probado por lo que más adelante dice:
“Así es que de las muertes por las que pasamos, la una hace al hombre dos de tres y la otra uno de dos. La primera ocurre en la región y jurisdicción de Deméter, por lo que el nombre dado a los misterios, τελειν, se asemejaba al que daban a la muerte,  τελειν ταν. También los atenienses consideraron antiguamente a los muertos como consagrados a Deméter. En cuanto a la otra muerte, tiene lugar en la Luna o región de Perséfona.”
Aquí tenéis nuestra doctrina, que da a conocer al hombre como septenario durante la vida; un quinario inmediatamente después de la muerte, en Kâmaloka; y una tríada, el Ego, espíritu–alma y conciencia, en el Devacán. Esa separación, primero en los “Prados del Hades”, según llama Plutarco al Kâma–loka, y después en el Devacán, formaba parte integrante de las representaciones durante los sagrados Misterios, cuando interpretaban los candidatos a la iniciación el drama entero de la muerte y resurrección como espíritu glorioso, entendiéndose por este nombre la plena conciencia. A esto es a lo que se refiere Plutarco cuando dice:
“Y tanto con el uno, el terrestre, como con el otro, el celeste, vive Hermes. Éste arranca repentina y violentamente al alma del cuerpo; pero dulcemente, y durante largo tiempo, separa Proserpina el entendimiento del alma. (Proserpina o Perséfona representa aquí el karma post mortem, que se supone rige o regula la separación de los “principios” inferiores de los superiores, esto es: el alma, como nephesh, el hálito de la vida animal que permanece durante algún tiempo en Kâma–loka, del Ego superior compuesto, que entra en el estado de Devacán o bienaventuranza.) Por esta razón se la llama Monógenes, sola engendrada, o mejor que engendra a uno solo; porque la mejor parte del hombre queda sola cuando es separada por ella. Tanto lo uno como lo otro sucede así, de acuerdo con la Naturaleza.
Prescribe el Destino (Fatum o Karma) que cada alma, con o sin entendimiento (inteligencia), una vez fuera del cuerpo, ha de errar durante un tiempo determinado, si bien no todas por igual, por la región que se extiende entre la Tierra y la Luna (Kâma–loka).  (Hasta que tiene lugar la separación del “principio” superior espiritual, de los inferiores, los cuales permanecen en Kâma–loka, hasta que se desintegran.) Los que fueron injustos y disolutos sufren entonces el castigo merecido por sus culpas; mas los buenos y virtuosos quedan allí detenidos hasta que estén purificados y hayan purgado por asedio de la expiación todas las corrupciones que puedan haber adquirido por el contagio del cuerpo, al modo de enfermedades vergonzosas; viviendo en la parte más suave del aire, llamada Prados del Hades, donde han de permanecer durante cierto tiempo determinado. Y entonces, como si volviesen a su país tras una peregrinación venturosa o tras largo destierro, experimentan una sensación de alegría, como la sienten principalmente los iniciados en los Sagrados Misterios, mezclada de inquietud y de admiración, y cada cual con sus esperanzas peculiares y propias.”
Ésta es la bienaventuranza nirvánica, y ningún teósofo podría describir en lenguaje más claro, aunque esotérico, la alegría y gozos mentales del Devachán, en donde cada hombre se ve rodeado del paraíso formado por su conciencia. Pero debéis poneros en guardia contra el error en que caen hasta muchos de nuestros teósofos. No os imaginéis que porque el hombre es llamado septenario, luego quíntuple, y después tríada, sea por esto un compuesto de siete, cinco o tres entidades; o como dice muy bien un escritor teosófico, un conjunto dé pieles o cortezas separables, como las de una cebolla. Como ya se ha dicho, los “principios”, exceptuados el cuerpo, la vida y el eidolon astral, los cuales se dispersan a la muerte, son simplemente aspectos y estados de conciencia. Sólo existe un hombre real permanente a través del ciclo de vida, inmortal en esencia, si no en forma, y ése es manas, el hombre–mente o conciencia encarnada. La objeción de los materialistas, que niegan la posibilidad de la acción de la inteligencia y de la conciencia sin la materia, no tiene valor alguno en el caso nuestro. No negamos fuerza a su argumento, pero preguntamos sencillamente a nuestros adversarios:
“¿Conocéis todos los estados de la materia, vosotros que hasta ahora sólo sabíais de tres?
¿Y cómo sabéis si aquello a que nos referimos como CONCIENCIA ABSOLUTA, o Deidad, por siempre invisible e incognoscible, no es lo que, si bien escapa eternamente a nuestro concepto humano finito, es, sin embargo, el espíritu–materia universal o materia–espíritu, en su infinitud absoluta?” El Ego consciente es uno de los aspectos inferiores de este espíritu–materia fraccionado durante sus manifestaciones manvantáricas, el cual crea su propio paraíso, paraíso fantasmagórico quizás, pero sin embargo estado de dicha.
¿Pero qué es Devachán?
Literalmente, la “tierra de los dioses”; una condición, un estado de felicidad mental. Filosóficamente, una condición mental análoga al ensueño, pero mucho más viva y real que el ensueño más vivo. Es el estado de la mayoría de los mortales después de la muerte.


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