LA CLAVE DE LA TEOSOFÍA
EXPOSICIÓN CLARA EN FORMA DE PREGUNTAS Y
RESPUESTAS DE LA ÉTICA, CIENCIA Y FILOSOFÍA
PARA CUYO ESTUDIO HA SIDO FUNDADA LA
SOCIEDAD TEOSÓFICA
Dedicada por H. P. B.
a todos sus discípulos
para que aprendan y puedan enseñar a su
vez.
(Parte 22)
EVOLUCIÓN E ILUSIÓN
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¿Pero quién es el que crea cada vez
el Universo?
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Nadie lo crea. La
ciencia llamaría evolución
al proceso; los filósofos
precristianos y los orientalistas lo llamaban emanación; nosotros, ocultistas y teósofos,
vemos en ello la
única realidad universal
y eterna, que proyecta un
reflejo de sí misma en las profundidades infinitas del Espacio. Ese reflejo
que consideráis como el Universo objetivo material, lo miramos
nosotros como una ilusión pasajera, y nada más. Sólo lo que es eterno es real.
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Según esto, ¿usted y yo somos
también ilusiones?
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Como personalidades
pasajeras, siendo hoy una persona y mañana otra, lo somos. ¿Llamaríais “realidad” a
los repentinos resplandores de la aurora boreal, a las claridades del Norte,
por más que sean todo lo real posible mientras las contempláis? Seguramente que no;
la causa que las produce, si es permanente y eterna, es la única realidad,
mientras que el efecto no es más que una pasajera ilusión.
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Todo esto no me explica cómo toma
origen esa ilusión llamada Universo; cómo procede el ser consciente para
manifestarse, de la inconsciencia que es.
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Sólo es inconsciencia
con relación a nuestra conciencia finita. Bien podríamos ahora
parafrasear el versículo V del primer capítulo de San Juan, y decir: “Y la absoluta luz
(que es la oscuridad para nosotros) resplandeció en las tinieblas
(que es la luz material ilusoria); y las tinieblas no la comprendieron”. Aquella luz absoluta
es también la ley absoluta e inmutable. Sea por radiación o emanación no disputemos
sobre los términos, el Universo pasa de su subjetividad homogénea al primer
plano de manifestación, existiendo, según se nos enseña, siete de estos
últimos; se va haciendo más material y denso en cada plano, hasta que alcanza
a éste, el nuestro, en el cual el único mundo aproximadamente conocido y
comprendido por la Ciencia en su composición física es el sistema planetario
o solar, sistema su géneris, conforme se nos dice.
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¿Qué entendéis por sui géneris?
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Entiendo que, si bien
la ley fundamental y las leyes universales activas de la Naturaleza son
uniformes, tiene, sin embargo, nuestro sistema solar (así como cada sistema semejante
entre los muchos millones de los mismos en el Cosmos), y hasta nuestra Tierra, su
programa de manifestaciones propio particular, que difiere de los programas
de todos los demás. Hablamos de los habitantes de otros planetas y nos
imaginamos que si son hombres, es decir, entidades que piensan, han de
ser como nosotros. Siempre nos representa la imaginación de los poetas,
pintores y escultores que hasta los ángeles son copias hermosas del hombre,
más las alas. Decimos que todo esto es un error y una ilusión; porque si sólo
en esta tierra nos encontramos con una diversidad tan grande en su flora,
fauna y humanidad –desde el alga marina hasta el cedro del Líbano, desde el
pez jalea hasta el elefante, desde el hombre de los bosques y el negro hasta
el Apolo de Belvedere–, alteradas las condiciones cósmicas y planetarias,
deben darnos como resultados una flora, fauna y humanidad enteramente diferentes.
Forman las mismas leyes un orden de cosas y de
seres completamente
distintos, hasta en este mismo plano nuestro, incluyendo en él todos nuestros
Planetas. ¡Cuánto más diferente ha de ser la naturaleza externa en
otros sistemas solares! ¡Y qué locura la de juzgar las otras estrellas, mundos
y seres humanos por lo que somos nosotros, como lo hace la ciencia física!
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¿Pero qué antecedentes tenéis para
formular esta aserción?
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Lo que la ciencia en
general jamás querrá aceptar como prueba: los testimonios acumulados de una
serie interminable de Videntes que lo han atestiguado. Sus visiones espirituales,
sus exploraciones reales a través de los sentidos psíquicos y espirituales, desembarazados
de la materia ciega, fueron regularizadas sistemáticamente, comparadas unas
con otras, y su naturaleza analizada e investigada. Todo aquello que no era corroborado
por una experiencia unánime y colectiva era desechado; y sólo era aceptado como
verdad establecida lo que en varias edades, bajo diferentes climas y después
de un sinnúmero de observaciones incesantes, resultaba exacto y era
constantemente comprobado. Los métodos empleados por nuestros discípulos y
estudiantes de las ciencias psicoespirituales no difieren, como veis, de los
que emplean los de las ciencias naturales y físicas. Sólo que se hallan
nuestros campos de indagación en dos diferentes planos, y no son construidos
nuestros instrumentos por manos humanas, por cuya razón son quizá más de fiar.
Las retortas y microscopios del químico y del naturalista pueden
descomponerse; el telescopio y los instrumentos horológicos del astrónomo
pueden estropearse; pero nuestros instrumentos de análisis escapan a la
influencia de los elementos o de la atmósfera.
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¿Tenéis, por consiguiente, implícita
fe en los mismos?
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La palabra fe no se
encuentra en los Diccionarios Teosóficos: decimos conocimiento, basado en la
observación y la experiencia. Existe, sin embargo, la diferencia siguiente: que
mientras la observación y experiencia de la ciencia física conduce a los
sabios a tantas hipótesis “activas” como cerebros hay para formarlas, nuestro
conocimiento nos permite sumar a su sabiduría sólo aquellos hechos que
resultan innegables y absolutamente demostrados. No tenemos acerca de un
mismo punto dos creencias o hipótesis distintas.
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¿Y con semejantes datos habéis aceptado
las teorías extrañas que encontramos en el “Buddhismo Esotérico?”
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Precisamente. Pueden
esas teorías ser algo incorrectas en sus menores detalles, y hasta erróneas
en su exposición, hecha por estudiantes del círculo externo; mas, sin embargo,
son hechos en la naturaleza, y se aproximan más a la verdad que
ninguna hipótesis científica.
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