EL KARMA
(Parte 1)
Una vez seguida la evolución del alma humana a
través de vidas sucesivas, podemos estudiar la gran ley de causalidad que
preside los renacimientos y que se llama Karma.
Karma es un término sánscrito que
significa literalmente “acción”.
Supuesto
es que toda acción es efecto de causas anteriores,
y que cada efecto viene a ser a su vez la causa de otros, esta noción de causa
y efecto es elemento esencial en la vida de acción.
Por esto el término acción o Karma se usa en el
sentido de “casualidad” y designa la serie ininterrumpida, el encadenamiento de
causas y efectos de que se compone toda actividad humana.
De ahí la frase que se emplea a veces
al hablar de un acontecimiento: “es mi Karma”; es decir, “este hecho es efecto de
una causa puesta en juego por mí en el pasado.”
Ninguna
existencia está aislada; cada vida es el fruto de cuantas la han precedido y el
germen de todas las que siguen en el agregado total de vidas de que se compone
la existencia continua de la individualidad humana.
No hay “suerte” ni hay “accidente”.
Cada suceso está ligado a las causas antecedentes y
a los efectos consiguientes, pensamientos, acciones y circunstancias producen
del pasado e influyen en el porvenir.
Como nuestra ignorancia nos vela igualmente lo pasado
y lo futuro, nos parece que los sucesos surgen de repente del hado, que son
accidentales; pero esta apariencia es ilusoria y proviene exclusivamente de
nuestro escaso saber.
De la misma manera que el salvaje, ignorante de las
leyes físicas del universo, considera los sucesos como carecientes de causa y
como milagros las operaciones de las leyes físicas, un gran número de hombres,
desconocedores de las leyes mentales y morales, consideran los acontecimientos
mentales y morales como sin causa y los miran cual resultado de las leyes
desconocidas o como buena o mala “suerte”.
Cuando surge por primera vez en el
horizonte del pensamiento humano la idea de una ley intransgredible e
inmutable, en el reino hasta entonces vagamente atribuido al azar, aparece en
tal instante un sentimiento de impotencia, como de parálisis mental y moral.
El hombre se siente sujeto por la
férrea mano de un destino inflexible y el “kismet” del resignado musulmán
parece ser la única forma filosófica posible.
Lo mismo puede sentir el salvaje cuando su admirada
inteligencia concibe por primera vez la idea de una ley física, al ver que cada movimiento de su cuerpo y cada
movimiento de la naturaleza exterior se efectúan por medio de leyes inmutables.
Poco a poco llega a saber que esas leyes fijan las
condiciones indispensables de toda acción, sin prescribir por ello la acción
misma; de suerte que el hombre permanece siempre libre, aunque limitado en sus
actividades externas por las condiciones del plano en que obra.
Aprende además que estas condiciones le subyugan y
frustran sus más vigorosos esfuerzos cuando las ignora o cuando conociéndolas
se opone a ellas; pero que las hacen sus esclavas y auxiliares cuando las
comprende, conoce su dirección y calcula su fuerza.
En verdad, la ciencia es únicamente
posible en el plano físico, porque las leyes de éste son inviolables e
inmutables.
Sin leyes naturales no podría haber
ciencia alguna.
Un investigador realiza cierto número
de experimentos para conocer cómo opera la naturaleza; y una vez adquirido este
conocimiento, puede adoptar las disposiciones necesarias para llegar a determinado
resultado.
Si fracasa, sabe que ha olvidado
seguramente una condición imprescindible, o que su conocimiento de las leyes no
es completo todavía, o que se equivocado en los cálculos.
Vuelve al estudio, rectifica el método
y repasa serenamente las operaciones, convencido de que a todo problema bien
planteado debe responder la naturaleza con exactitud matemática.
El hidrógeno y el oxígeno no le darán
agua hoy y ácido prúsico mañana; el fuego que le quema no le helara mañana.
Si el agua puede ser hoy líquida y
sólida mañana, es porque han cambiado las condiciones circunstanciales, y el
regreso a las condiciones primitivas restablecerá el resultado originario.
Cada nueva información respecto de las
leyes de la naturaleza engendra un nuevo
poder, porque todas las energías de la naturaleza se convierten en fuerzas
utilizables en manos del hombre, a medida, que las comprende.
Aquí tiene aplicación el proverbio:
“Saber es poder”; pues el uso que puede hacerse de las fuerzas depende del
conocimiento que de ellas se tenga.
Escogiendo aquellas de que quiere servirse,
equilibrándolas entre sí y neutralizando las energías que se oponen a sus
designios.
El sabio puede determinar de antemano el resultado y
provocar la realización de los cálculos.
Comprendiendo y manipulando causas puede producir
efectos; y así la rigidez de la naturaleza, que al principio parece paralizar
la acción humana, puede emplearse por el hombre para producir infinita variedad
de resultados.
La perfecta rigidez de cada fuerza considerándola
aisladamente determina la perfecta flexibilidad de sus combinaciones; pues
habiendo fuerzas de toda especie, que se mueven en todas direcciones y están
todas sujetas a cálculo, se puede operar una selección combinando las fuerzas
elegidas de manera que produzcan el resultado apetecido, es preciso el
conocimiento, pues el
ignorante camina de tropiezo en tropiezo contra las leyes inmutables, viendo
fracasar todos sus esfuerzos, mientras que el sabio sigue un orden
metódico, y prevé, provoca o impide cuanto se relaciona con el anhelado objeto,
que al fin logra no por azar, sino porque conoce las leyes.
El uno es juguete y esclavo de la naturaleza; el
otro es el dueño que utiliza las energías cósmicas, dirigiéndolas en el sentido
que su voluntad escoge.
Lo que es verdad en los dominios físicos de la ley,
también lo es en los mundos moral y mental que igualmente son dominios de la
ley.
También en ellos el ignorante es esclavo y el sabio
dueño.
También la inviolabilidad y la inmutabilidad
consideradas primeramente como paralizadoras de todo esfuerzo, se reconocen
luego como condiciones indispensables de seguro progreso y de previsora dirección
del porvenir.
El hombre puede llegar a ser dueño de su destino tan
sólo porque este destino yace en los dominios de la ley, en donde el
conocimiento puede edificar una ciencia del alma y poner en manos del hombre la
facultad de gobernar su porvenir y escoger igualmente su carácter y
circunstancias futuras.
El conocimiento del Karma que
parecía paralizar todo esfuerzo, se convierte en fuerza inspirante, en sostén y
elevadora fuerza.
El Karma es, por tanto, la ley de causalidad, la ley
de causa y efecto.
Formalmente la anunció el iniciado cristiano San
Pablo: “No os engañéis. Nadie se burla de
Dios; porque lo que quiera que el hombre siembre, aquello también recogerá.”
El hombre
admite constantemente fuerza en los planos donde funciona. Estas fuerzas que
cualitativamente son efectos de sus actividades pasadas, resultan al mismo
tiempo causas de él emanadas en cada uno de los mundos que habita. Producen
determinados efectos tanto en él mismo como en los demás; y a medida que esas
Causas, emanadas de él como de un foco, irradian por todo el campo de su
acción, es responsable de los efectos que engendran.
Así como el imán tiene su campo magnético, el
ambiente en que todas sus fuerzas, mayores o menores, actúan según su potencia,
cada hombre posee también un campo de acción en donde obran las fuerzas que
emite. Estas fuerzas se trasmiten en líneas curvas que regresan al punto de
partida, al foco del cual emanaron.
Como el asunto es muy complicado, lo
subdividiremos, y estudiaremos las subdivisiones una por una.
En su vida ordinaria, el hombre emite tres clases
de energías, que pertenecen a los tres mundos que habita.
En el plano mental, las energías mentales originan
las causas que llamamos pensamientos; el plano astral, las energías astrales
producen lo que llamamos deseos; y, en fin, en el plano físico, las energías
físicas suscitadas por las dos anteriores se designan con el nombre de
acciones.
Convendrá estudiar sucesivamente en
sus operaciones estas tres
clases de energía para comprender las tres
clases de efectos que respectivamente
producen, si queremos cargo del papel que cada una de esas categorías de
fuerzas desempeña en las complejas combinaciones que ponemos en juego, y cuyo
conjunto podemos llamar “nuestro Karma”.
Cuando el hombre, adelantándose a
sus semejantes, logra más elevados, llega a ser un centro de elevadas fuerzas;
pero por ahora podemos prescindir de estas fuerzas de orden espiritual y
limitarnos a la humanidad vulgar que efectúa su ciclo de reencarnación en los
tres mundos.
Al estudiar las tres clases de energía
que hemos enumerado, debemos distinguir entre su efecto en el hombre que las
emite y los que se encuentran en su esfera de acción; porque cualquier error en
este punto podría sumir al estudiante en insuperables dificultades.
Hemos de recordar, por lo tanto,
que cada fuerza obra en su propio plano y reacciona sobre el plano inferior
proporcionalmente a su intensidad.
El plano en que se engendra le da
su especial característica y al relacionar en los planos inferiores determina
vibraciones de la materia sutil o grosera de dichos planos, de conformidad con
su originaria naturaleza.
El motivo generador de la
actividad determina el plano a que pertenece la fuerza.
Es necesario ahora distinguir entre:
1º Él Karma, pronto a
manifestarse en la vida presente bajo la forma de sucesos inevitables;
2º. El Karma de carácter, que se manifiesta por las tendencias
provinentes de la experiencia acumulada
y susceptible de modificarse en la vida presente (el Ego) que las creó en el
pasado; y
3º. Él Karma en vías de formación, destinado a influir, y Kriyamâna
(en formación.)
Además hemos de tener en cuenta que sobre el carácter
y los sucesos futuros. El estudiante conoce estas divisiones con el nombre
de Prarabdha (comenzado), Sanchita (acumulado), manifestándose en parte en las tendencias del
individuo al formar su Karma individual, el hombre se relaciona con los demás seres,
pues entra en la composición de grupos diversos como la raza, nación y familia,
participando del Karma colectivo de cada uno de estos grupos.
Se comprende desde
luego que el estudio del Karma es sumamente complejo.
A pesas de ello, los
principios fundamentales de su operación, antes expuestos, bastan para dar una
idea coherente de su alcance general, pudiendo estudiarse los pormenores según
se nos ofrezcan ocasiones para ello.
Lo esencial es no olvidar que el hombre engendra su propio Karma, que
crea paralelamente sus facultades y sus limitaciones, y que, trabajando siempre
mediante las facultades que ha creado y bajo el peso de las limitaciones que se
ha impuesto, permanece siempre el mismo, la viviente alma capaz de acrecentar o
de reducir sus limitaciones.
El mismo ha forjado las cadenas que le sujetan, y
puede limarlas hasta romperlas o remacharlas más fuertemente.
El mismo ha construido también la casa que habita, y
puede a su antojo embellecerla, derruirla o reedificarla.
Sin cesar trabajamos en la plástica arcilla que
podemos modelar a nuestro gusto; pero la arcilla se endurece y llega a ser como
el hierro, conservando la forma que le hemos dado.
Un proverbio del Hitopadesa dice:
“Mirad: la arcilla se ha endurecido
como hierro;
Pero el alfarero moldea la arcilla. El
destino es
Hoy el dueño. El hombre lo fue ayer.”
Así todos somos
dueños de nuestro porvenir, cualesquiera que sean los obstáculos que tengamos
en el presente como consecuencia del pasado.
Vamos ahora a seguir, en el orden indicado, las
divisiones establecidas anteriormente para facilitar el estudio del Karma.
Tres clases de causas ejercen sus efectos sobre su creador y en todo lo
que éste influye.
La primera de estas causas está
constituida por nuestros pensamientos.
El pensamiento es el factor más
poderoso en la creación del Karma humano, porque manifiesta la operación de las energías del
Yo en la materia mental, materias cuyas modalidades más sutiles forman el
vehículo mismo de la individualidad y cuyas especies más densas responden
todavía con prontitud a las menores vibraciones de la conciencia.
Las vibraciones que designamos con el nombre de pensamiento, consecuencia
directa de la actividad del Pensador, originan forma
de substancia mental o imágenes mentales que,
según hemos visto, modelan el cuerpo mental del Pensador.
Cada pensamiento modifica este cuerpo, y las
facultades mentales innatas de cada vida son el resultado del funcionamiento
del pensamiento en las vibraciones anteriores.
No hay poder razonador ni mental que no haya sido
creado por el hombre mismo con el auxilio de pensamientos pacientemente
repetidos.
Además, ni una sola de las imágenes mentales así
creadas se pierde; todas ellas contribuyen a la formación de las facultades, y
la suma de un cuerpo cualquiera de imágenes mentales sirve para construir una
facultad correspondiente, que se acrecienta por cada pensamiento adicional, es
decir, cada vez que se crea una imagen mental del mismo orden.
Conociendo esta ley el hombre puede
gradualmente construir el carácter mental que desee poseer, pudiendo efectuar
con precisión semejante a la del albañil que levanta una pared.
La muerte no interrumpe su obra; al contrario,
librándole de las trabas del cuerpo, facilita el proceso de asimilación de las
imágenes mentales en el órgano definido que denominamos facultad.
El hombre trae consigo esta facultad cuando vuelve
al plano físico, presto a renacer, y una parte del cerebro de su nuevo cuerpo
se adapta para servir de órgano a esa facultad, del modo que se verá más adelante.
El conjunto de esas facultades
constituye el cuerpo mental con el que comienza su nueva vida sobre la tierra;
y su cerebro y su sistema nervioso se conforman dé manera que suministran al
cuerpo mental los necesarios medios de expresión en el plano físico.
Así, las imágenes mentales creadas en una vida aparecen como
características y tendencias mentales en la siguiente.
Por eso dice uno de los Upanishads:
“El hombre es un ser de reflexión; lo
que refleja en esta vida llega ser en la
siguiente”
Tal es la ley que pone en mano la construcción de nuestro carácter
mental.
Si construimos bien, la ventaja y el honor serán
nuestro premio; y si hacemos mal, nos acarrearemos pérdida y disgusto.
El carácter mental es, pues, un sorprendente ejemplo del Karma individual
en su acción sobre el individuo que lo crea.
Además, este mismo individuo que
estudiamos, influye sobre los otros con su pensamiento, pues las imágenes que
construyen su propio cuerpo mental, originan en el espacio vibraciones del mismo
orden y se reproducen en formas secundarias,
Los pensamientos se encuentran, por lo
general, mezclados con algún deseo, y sus formas contienen además cierta
porción de materia astral, por lo se designa aquí a esas formas de pensamientos
secundarios con el nombre de
imágenes astro-mentales.
Semejantes formas destácanse del ser
que las crea para vivir independientemente, en cierto modo, permaneciendo, sin
embargo, en relación con él por un lazo magnético.
Se ponen así en contacto con los demás
individuos a que afectan y establezcan lazos kármicos entre ellos y él,
influyendo además en cierta medida sobre el ambiente futuro del individuo
considerado.
Atase así los lazos que, en vidas ulteriores, han de agrupar a ciertas
personas para el bien o para el mal, los lazos que nos rodean de parientes,
amigos y enemigos, poniendo en nuestro camino a los que están destinados a
ayudarnos o a combatirnos, a los que han de favorecernos y a los que han de
perjudicarnos.
He aquí por qué unos nos aman sin que hayamos hecho en esta vida nada
para ello, mientras que otros nos odian aunque tampoco hayamos hecho nada para
merecer su odio.
El estudio de estos resultados nos permite formular un principio
fundamental: al mismo tiempo que nuestros
pensamientos obran sobre nosotros, creando nuestro carácter mental y moral, determinan,
por su acción sobre el prójimo, nuestros futuros asociados humanos.
(Tomado
del libro: La Sabiduría Antigua)
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