jueves, 13 de noviembre de 2014

¿ES NECESARIO ORAR?

LA CLAVE DE LA TEOSOFÍA

EXPOSICIÓN CLARA EN FORMA DE PREGUNTAS Y RESPUESTAS DE LA ÉTICA, CIENCIA Y FILOSOFÍA
PARA CUYO ESTUDIO HA SIDO FUNDADA LA SOCIEDAD TEOSÓFICA

Dedicada por H. P. B.
a todos sus discípulos
para que aprendan y puedan enseñar a su vez.

(Parte 17)

¿ES NECESARIO ORAR?
¿Creéis en la oración? ¿Rezáis alguna vez?
No. Obramos en vez de hablar.
¿Tampoco ofrecéis vuestras oraciones al Principio Absoluto?
¿Por qué habríamos de hacerlo? Siendo como somos gente ocupada, y teniendo mucho que trabajar, no podemos perder el tiempo en dirigir oraciones verbales a una pura abstracción. Únicamente lo incognoscible relaciona a sus partes entre sí; pero no tiene existencia tratándose de relaciones finitas. La existencia y fenómenos del universo visible dependen de sus formas activas y sus leyes, no de la oración u oraciones.
¿No creéis en la oración?
No en la oración compuesta de tantas o cuantas palabras y que se repite exteriormente, si es que por oración entendéis la súplica externa dirigida a un Dios desconocido, como la que inauguraron los Judíos y popularizaron los Fariseos.
¿Existe otra clase de oración?
Sin duda alguna; la llamamos oración de voluntad, y es más bien una orden o mandamiento interno, que una petición.
¿A quién rezáis entonces cuando lo hacéis?
A “nuestro Padre en el cielo”, en su sentido esotérico
¿Acaso es diferente del que nos da la Teología?
Enteramente. Un Oculista o un Teósofo dirige su oración a su Padre que existe en secreto (leed y tratad de comprender el cap. VI. Vers. 6 de Mateo), y no a un Dios
extracósmico, y, por lo tanto, finito; y ese “Padre” se encuentra en el hombre mismo.
¿Así que hacéis del hombre un Dios?
Decid “Dios” y no un Dios. Para nosotros, el hombre interno es el único Dios que podemos conocer. ¿Y cómo puede ser de otro modo? Concedednos lo que pretendemos, es decir, que Dios es un principio infinito universalmente difundido. ¿Cómo puede en tal caso no compenetrarse el hombre con, por y en la Divinidad? Llamamos
nuestro “Padre en el Cielo” a aquella deífica esencia que reconocemos en nosotros, en nuestro corazón y conciencia espiritual, y qué nada tiene que ver con el concepto antropomórfico que podemos formar en nuestro cerebro o en nuestra imaginación: “¿No sabéis que sois el templo de Dios y que en vosotros habita el espíritu de (lo absoluto) Dios?” (Se encuentran a menudo en los escritos teosóficos afirmaciones contradictorias acerca del principio de Christos en el hombre. Algunos lo llaman el sexto principio (Buddhi); otros el séptimo (Âtmân). Si desean los Teósofos Cristianos emplear semejantes expresiones, emplé-enlas de un modo correcto filosóficamente, siguiendo la analogía de los símbolos de la antigua Religión de la Sabiduría. Decimos que no solo es Christos uno de los tres principios superiores, sino todos tres considerados como una Trinidad. Esa Trinidad representa al Espíritu Santo, al Padre y al Hijo, ya que responde al espíritu abstracto, al espíritu diferenciado y al espíritu encarnado. Krishna y el Christo son, filosóficamente, el mismo principio bajo su triple aspecto de manifestación. En el Bhagavat–Gîtâ vemos que Krishna se llama a sí mismo, indiferentemente, Âtman, el Espíritu abstracto, Kshetragnum Ego Superior o que se reencarna, y el yo Universal, nombres todos que, cuando se aplican al hombre en vez del Universo, responden a Âtma Buddhi y Manas. Anugitâ está lleno de la misma doctrina.) Sin embargo, evite el hombre antropomorfizar a aquella esencia que está en 15 Se encuentran a menudo en los escritos teosóficos afirmaciones contradictorias acerca del principio de Christos en el hombre. Algunos lo llaman el sexto principio (Buddhi); otros el séptimo (Âtmân). Si desean los Teósofos Cristianos emplear semejantes expresiones, empléenlas de un modo correcto filosóficamente, siguiendo la analogía de los símbolos de la antigua Religión de la Sabiduría. Decimos que no solo es Christos uno de los tres principios superiores, sino todos tres considerados como una Trinidad. Esa Trinidad representa al Espíritu Santo, al Padre y al Hijo, ya que responde al espíritu abstracto, al espíritu diferenciado y al espíritu encarnado. Krishna y el Christo son, filosóficamente, el mismo principio bajo su nosotros. No diga un Teósofo, si quiere seguir la verdad divina y no la humana, que ese “Dios en secreto” escucha al hombre finito, o es distinto del mismo o de la esencia infinita; porque todos son uno. Ni tampoco que la oración es una petición, como acabamos de observar. Es, antes bien, un misterio; un procedimiento oculto, por el cual pensamientos y deseos condicionados y finitos, incapaces de ser asimilados por el espíritu absoluto, que es  incondicionado, son transformados en deseos espirituales y en voluntad, llamándose ese procedimiento “transmutación espiritual”. La intensidad en nuestras ardientes aspiraciones cambia la oración en “piedra filosofal”, o aquello que transmuta el plomo en oro puro. Por nuestra “oración de voluntad la única esencia homogénea conciértese en fuerza activa o creadora, y produce efectos de acuerdo con nuestro deseo.
¿Pretendéis decir que la oración es un procedimiento Oculto que produce resultadas físicos?
Sí. El Poder de Voluntad se convierte en una fuerza viviente, real. Pero desgraciados de aquellos Ocultistas y Teósofos que, en vez de extirpar los deseos de su ego inferior personal, u hombre físico, y decir a su Ego Espiritual Superior rodeado de luz Atma–Búddhica: “Tu voluntad se cumpla, no la mía”, usan del poder de voluntad para objetos egoístas o impíos. Esto es magia negra, abominación y hechicería espiritual. Desgraciadamente, ésta es la ocupación favorita de nuestros hombres de Estado y generales cristianos, sobre todo cuando estos últimos precipitan a los ejércitos uno contra otro, para que mutuamente se destruyan. Unos y otros se entregan, entes de la acción, a un acto de brujería, ofreciendo, respectivamente, oraciones al mismo Dios de los Ejércitos, pidiéndole ayuda para degollara sus enemigos.
David rogó al Dios de los Ejércitos lo ayudase a derrotar a los Filisteos y a matar a los Sirios y Moabitas; y “el Señor protegió a David en todas las oraciones”. En esto nos limitamos a seguir lo que encontramos en la Biblia.

Es claro. Pero ya que os complacéis en llamaros Cristianos y no Israelitas o Judíos, ¿por qué no hacéis lo que dice Cristo? Muy claramente os ordena no imitar “a los de los tiempos antiguos o de la ley Mosaica, y os invita a seguir lo que él os enseña, advirtiendo a los que quisieran servirse de la espada, que por la espada perecerán. El Cristo os ha dado una oración que habéis convertido en ostentación rutinaria, pues sólo los labios pronuncian, y ninguno, excepto el verdadero Ocultista, la comprende. Decís en ella, en el sentido de la letra muerta: “Perdónanos nuestras deudas, así como perdonamos a nuestros deudores”, cosa que nunca hacéis. También os dijo: Amad a vuestros enemigos y haced bien a aquellos que os odian. No es, seguramente, el “dulce profeta de Nazareth quien os ha enseñado a rezar a vuestro “Padre” para matar y vencer a vuestros enemigos. He aquí porqué rechazamos lo que llamáis “las oraciones.”
¿Mas cómo explicáis el hecho universal de que todas las naciones y pueblos han rezado y adorado a un Dios o Dioses? Algunos han adorado e invocado a los diablos y espíritus malignos; pero esto prueba la universalidad de la creencia en la eficacia de la oración.

Se explica por el hecho de que la oración, aparte del significado que le dan los Cristianos, tiene otros varios. No sólo significa un ruego o petición, sino que antiguamente significaba más que nada una invocación o encantamiento. El mantra, o la oración rítmica cantada de los Hindúes, tiene precisamente este sentido, pues los Brahmanes se consideran superiores a los demás comunes o “Dioses.” Una oración puede ser una apelación o encantamiento para una maldición y una blasfemia (como en el caso de dos ejércitos rezando simultáneamente para perseguir su mutua destrucción); o para una bendición. Y como la gran mayoría de la gente es sumamente egoísta, y sólo reza para sí misma, pidiendo que se les dé su “pan de cada día” en vez de trabajar para conseguirlo; y rogando que Dios no les induzca “en tentación” sino que les libre del mal (sólo al suplicante), resalta que la oración, tal como se entiende hoy, es dablemente perniciosa: a) Destruye en el hombre la propia confianza, y b) Desarrolla en éI un egoísmo más feroz aún que el que ya posee naturalmente. Repetimos que creemos en la “comunión” y acción simultánea con nuestro “Padre en Secreto”; y en raros momentos de felicidad extática, en la fusión de nuestra alma Superior con la esencia universal, siendo atraída hacia su origen y centro; estado llamado Samâdhi durante la vida, y Nirvana después de la muerte. Nos negamos a orar ante seres creados finitos; por ejemplo: dioses, santos, ángeles, etc., porque lo consideramos idolatría. No podemos rezar a lo Absoluto, por las razones antes expuestas, y, por consiguiente, tratamos de reemplazar la oración, estéril e inútil, por actos meritorios y buenas acciones.
Para los Cristianos esto sería blasfemia y orgullo. ¿Creéis que se equivocan?
Enteramente. Ellos son, al contrario, los que dan prueba de un orgullo satánico, con su creencia de que lo Absoluto o lo infinito (suponiendo que pudiese existir la posibilidad de relación alguna entre lo incondicionado y lo condicionado) se digna escuchar cada oración necia o egoísta que se le dirige. Ellos son quienes virtualmente blasfeman, enseñando que un Dios Omnisciente y Omnipotente, necesita de oraciones habladas para saber lo que ha de hacer. Esto (entendido esotéricamente) se halla corroborado por
Buddha y Jesús. El uno dice: “No solicites nada de los dioses impotentes; no ores, más bien, obra; pues la oscuridad no se aclarará. Nada pidas al silencio, pues no puede ni hablar ni oír”. Y él otro –Jesús– dice: “Cualquier cosa que pidáis en mi nombre (el del Christos), la haré “Considerada esta cita en su sentido literal, claro está que va contra nuestro argumento. Pero si lo hacemos esotéricamente, con el pleno conocimiento del significado del término “Christos”, que para nosotros representa Atma–Buddhi–Manas (el Yo superior), quiere decir que el único Dios que debemos reconocer y al que hemos de rogar, o más bien con quien hemos de obrar de acuerdo, es ese espíritu de Dios cuyo templo es nuestro cuerpo, en el cual habita.


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