LA CLAVE DE LA TEOSOFÍA
EXPOSICIÓN CLARA EN FORMA DE PREGUNTAS Y
RESPUESTAS DE LA ÉTICA, CIENCIA Y FILOSOFÍA
PARA CUYO ESTUDIO HA SIDO FUNDADA LA
SOCIEDAD TEOSÓFICA
Dedicada por H. P. B.
a todos sus discípulos
para que aprendan y puedan enseñar a su
vez.
(Parte 17)
¿ES NECESARIO ORAR?
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¿Creéis en la oración? ¿Rezáis
alguna vez?
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No. Obramos en vez de hablar.
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¿Tampoco ofrecéis vuestras oraciones
al Principio Absoluto?
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¿Por qué habríamos de
hacerlo? Siendo como somos gente
ocupada, y teniendo mucho que trabajar, no podemos perder el tiempo en
dirigir oraciones verbales a una pura abstracción. Únicamente lo
incognoscible relaciona a sus partes entre sí; pero no tiene existencia
tratándose de relaciones finitas. La existencia y fenómenos del universo
visible dependen de sus formas activas y sus leyes, no de la oración u
oraciones.
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¿No creéis en la oración?
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No en la oración
compuesta de tantas o cuantas palabras y que se repite exteriormente, si es
que por oración entendéis la súplica externa dirigida a un Dios desconocido,
como la que inauguraron los Judíos y popularizaron los Fariseos.
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¿Existe otra clase de oración?
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Sin duda alguna; la
llamamos oración de
voluntad, y es más bien una orden o mandamiento interno, que una petición.
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¿A quién rezáis entonces cuando lo
hacéis?
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A “nuestro Padre en el
cielo”, en su sentido esotérico
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¿Acaso es diferente del que nos da
la Teología?
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Enteramente. Un
Oculista o un Teósofo dirige su oración a su Padre que existe en secreto (leed
y tratad de comprender el cap. VI. Vers. 6 de Mateo), y no a un Dios
extracósmico, y, por
lo tanto, finito; y ese “Padre” se encuentra en el hombre mismo.
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¿Así que hacéis del hombre un Dios?
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Decid “Dios” y no un
Dios. Para nosotros, el hombre interno es el único Dios que podemos conocer.
¿Y cómo puede ser de otro modo? Concedednos lo que pretendemos, es decir, que
Dios es un principio infinito universalmente difundido. ¿Cómo puede en tal caso no compenetrarse
el hombre con, por y en la Divinidad? Llamamos
nuestro “Padre en el
Cielo” a aquella deífica esencia que reconocemos en nosotros, en nuestro
corazón y conciencia espiritual, y qué nada tiene que ver con el concepto antropomórfico
que podemos formar en nuestro cerebro o en nuestra imaginación: “¿No sabéis que sois el templo de Dios y
que en vosotros habita el espíritu de (lo absoluto) Dios?” (Se encuentran a
menudo en los escritos teosóficos afirmaciones contradictorias acerca del
principio de Christos en el hombre. Algunos lo llaman el sexto principio (Buddhi); otros
el séptimo (Âtmân).
Si desean los Teósofos Cristianos emplear semejantes expresiones, emplé-enlas
de un modo correcto filosóficamente, siguiendo la analogía de los símbolos de
la antigua Religión de la Sabiduría. Decimos que no solo es
Christos uno de los tres principios superiores, sino
todos tres considerados como una Trinidad. Esa Trinidad
representa al Espíritu Santo, al Padre y al Hijo, ya que responde al espíritu
abstracto, al espíritu diferenciado y al espíritu encarnado. Krishna
y el Christo son, filosóficamente, el mismo principio bajo su triple aspecto
de manifestación. En el Bhagavat–Gîtâ vemos que Krishna se llama
a sí mismo, indiferentemente, Âtman, el Espíritu
abstracto, Kshetragnum
Ego Superior o que se reencarna, y el yo Universal,
nombres todos que, cuando se aplican al hombre en vez del Universo, responden
a Âtma Buddhi y Manas.
Anugitâ está
lleno de la misma doctrina.) Sin embargo, evite el hombre antropomorfizar a aquella
esencia que está en 15 Se encuentran a menudo en los escritos teosóficos
afirmaciones contradictorias acerca del principio de Christos en el hombre. Algunos
lo llaman el sexto principio (Buddhi); otros el séptimo (Âtmân).
Si desean los Teósofos Cristianos emplear semejantes expresiones, empléenlas
de un modo correcto filosóficamente, siguiendo la analogía de los símbolos de
la antigua Religión de la Sabiduría. Decimos que no solo es Christos uno de
los tres principios superiores, sino todos tres considerados como una
Trinidad. Esa Trinidad representa al Espíritu Santo, al Padre y al Hijo, ya
que responde al espíritu abstracto, al espíritu diferenciado y al espíritu
encarnado. Krishna y el Christo son, filosóficamente, el mismo principio bajo
su nosotros. No diga un Teósofo, si quiere seguir la verdad divina y no la
humana, que ese “Dios en secreto” escucha al hombre finito, o es distinto del
mismo o de la esencia infinita; porque todos son uno. Ni tampoco que la
oración es una petición, como acabamos de observar. Es, antes bien, un misterio;
un procedimiento oculto, por el cual pensamientos y deseos condicionados y
finitos, incapaces de ser asimilados por el espíritu absoluto, que es incondicionado, son transformados en deseos
espirituales y en voluntad, llamándose ese procedimiento “transmutación
espiritual”. La intensidad en nuestras ardientes aspiraciones cambia la
oración en “piedra filosofal”, o aquello que transmuta el plomo en oro puro.
Por nuestra “oración de voluntad la única esencia homogénea conciértese en
fuerza activa o creadora, y produce efectos de acuerdo con nuestro deseo.
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¿Pretendéis decir que la oración es
un procedimiento Oculto que produce resultadas físicos?
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Sí. El Poder de
Voluntad se convierte en una fuerza viviente, real. Pero desgraciados de
aquellos Ocultistas y Teósofos que, en vez de extirpar los deseos de su
ego inferior personal, u hombre físico, y decir a su Ego Espiritual Superior
rodeado de luz Atma–Búddhica: “Tu voluntad se cumpla, no la mía”, usan
del poder de voluntad para objetos egoístas o impíos. Esto es magia negra,
abominación y hechicería espiritual. Desgraciadamente, ésta es la ocupación
favorita de nuestros hombres de Estado y generales cristianos, sobre todo cuando
estos últimos precipitan a los ejércitos uno contra otro, para que mutuamente
se destruyan. Unos y otros se entregan, entes de la acción, a un acto de
brujería, ofreciendo, respectivamente, oraciones al mismo Dios de los
Ejércitos, pidiéndole ayuda para degollara sus enemigos.
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David rogó al Dios de los Ejércitos
lo ayudase a derrotar a los Filisteos y a matar a los Sirios y Moabitas; y “el
Señor protegió a David en todas las oraciones”. En esto nos limitamos a
seguir lo que encontramos en la Biblia.
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Es claro. Pero ya que
os complacéis en llamaros Cristianos y no Israelitas o Judíos, ¿por qué no
hacéis lo que dice Cristo? Muy claramente os ordena no imitar “a los de los
tiempos antiguos o de la ley Mosaica, y os invita a seguir lo que él os
enseña, advirtiendo a los que quisieran servirse de la espada, que por la
espada perecerán. El Cristo os ha dado una oración que habéis convertido en ostentación
rutinaria, pues sólo los labios pronuncian, y ninguno, excepto el verdadero
Ocultista, la comprende. Decís en ella, en el sentido de la letra muerta:
“Perdónanos nuestras deudas, así como perdonamos a nuestros deudores”, cosa
que nunca hacéis. También os dijo: Amad a vuestros enemigos y haced bien a
aquellos que os odian. No es, seguramente, el “dulce profeta de Nazareth
quien os ha enseñado a rezar a vuestro “Padre” para matar y vencer a vuestros
enemigos. He aquí porqué rechazamos lo que llamáis “las oraciones.”
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¿Mas cómo explicáis el hecho
universal de que todas las naciones y pueblos han rezado y adorado a un Dios
o Dioses? Algunos han adorado e invocado a los diablos y espíritus malignos;
pero esto prueba la universalidad de la creencia en la eficacia de la
oración.
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Se explica por el
hecho de que la oración, aparte del significado que le dan los Cristianos,
tiene otros varios. No sólo significa un ruego o petición, sino que
antiguamente significaba más que nada una invocación o encantamiento. El mantra,
o la oración rítmica cantada de los Hindúes, tiene precisamente este
sentido, pues los Brahmanes se consideran superiores a los demás comunes
o “Dioses.” Una oración puede ser una apelación o encantamiento para una
maldición y una blasfemia (como en el caso de dos ejércitos rezando
simultáneamente para perseguir su mutua destrucción); o para una bendición. Y
como la gran mayoría de la gente es sumamente egoísta, y sólo reza para sí
misma, pidiendo que se les dé su “pan de cada día” en vez de trabajar
para conseguirlo; y rogando que Dios no les induzca “en tentación” sino que
les libre del mal (sólo al suplicante), resalta que la oración, tal como se
entiende hoy, es dablemente perniciosa: a) Destruye en el hombre la propia
confianza, y b) Desarrolla en éI un egoísmo más feroz aún que el que ya posee
naturalmente. Repetimos que creemos en la “comunión” y acción simultánea con
nuestro “Padre en Secreto”; y en raros momentos de felicidad extática, en la
fusión de nuestra alma Superior con la esencia universal, siendo atraída
hacia su origen y centro; estado llamado Samâdhi durante la vida, y
Nirvana después de la muerte. Nos negamos a orar ante seres creados
finitos; por ejemplo: dioses, santos, ángeles, etc., porque lo consideramos idolatría.
No podemos rezar a lo Absoluto, por las razones antes expuestas, y, por consiguiente,
tratamos de reemplazar la oración, estéril e inútil, por actos meritorios y buenas
acciones.
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Para los Cristianos esto sería blasfemia
y orgullo. ¿Creéis que se equivocan?
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Enteramente. Ellos
son, al contrario, los que dan prueba de un orgullo satánico, con su creencia
de que lo Absoluto o lo infinito (suponiendo que pudiese existir la posibilidad
de relación alguna entre lo incondicionado y lo condicionado) se digna
escuchar cada oración necia o egoísta que se le dirige. Ellos son quienes
virtualmente blasfeman, enseñando que un Dios Omnisciente y Omnipotente,
necesita de oraciones habladas para saber lo que ha de hacer. Esto (entendido
esotéricamente) se halla corroborado por
Buddha y Jesús. El uno
dice: “No solicites nada de los dioses impotentes; no ores, más bien, obra;
pues la oscuridad no se aclarará. Nada pidas al silencio, pues no puede
ni hablar ni oír”. Y él otro –Jesús– dice: “Cualquier cosa que pidáis en mi
nombre (el del Christos), la haré “Considerada esta cita en su sentido literal,
claro está que va contra nuestro argumento. Pero si lo hacemos esotéricamente,
con el pleno conocimiento del significado del término “Christos”, que para
nosotros representa Atma–Buddhi–Manas (el Yo superior), quiere decir
que el único Dios que debemos reconocer y al que hemos de rogar, o más bien
con quien hemos de obrar de acuerdo, es ese espíritu de Dios cuyo
templo es nuestro cuerpo, en el cual habita.
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